Capítulo 3 Vuelve

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La cortina se abrió de par en par, permitiendo entrar los rayos de luz que derrochaba el sol.

-Has un intento por levantarte –Murmuró mientras apagaba la música –Nadie quiere verte en la miseria, tú no eres así Yessabell. La vida está frente a ti, sabes que muchas personas quieren la oportunidad de vivirla de manera plena... —Continuó mientras recogía los cristales del suelo con la escoba –Y tú que tienes esa oportunidad, no puedes darte el lujo de desperdiciarla…

-Sí te enviaron para darme un sermón, estás perdiendo tu tiempo –Interrumpió Yessabell acurrucada bajo las sábanas –¡Y cierra las cortinas!

-Lo siento, pero está siendo un hermoso día y no quiero perdérmelo en esta oscuridad –Stephen le sonrío aunque ella no pudiera verlo, se acercó al armario y comenzó a arreglar la ropa –Me niego a dejarte caer en la soledad y la tristeza y si hubiese sabido que esto estaba pasando… regresaba antes…

-¿Para qué? –Preguntó Yessabell llorando –¿Pará después regocijarte de que, gracias ti estoy viva? –Preguntó gritando –No me vengas…

-¡Claro que no Yessabell! –Levantó la voz con enojo –Lo hubiese hecho… lo hago porque me interesa que estés bien Yessabell, me importa verte feliz –Se acercó rápidamente a la cama y de un jalón, retiro las sábanas, provocando la sorpresa de Yessabell –No puede ser… –Susurró al verla –No Yessabell… –Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

-No me tengas lástima –Suplicó llorando, mientras se recostada en el respaldo de la cama y jalaba las sabanas para cubrirse –Tú no Stephen.

-No es lástima Yessabell –La vio a los ojos, forzándola a hacer lo mismo –Es impotencia… impotencia al ver lo que te estás haciendo… entiendo… –Agachó la cabeza un momento y la levantó con una mirada más seria –Entiendo tu dolor, pero tú estás viva… estás aquí… no te fuiste, date cuenta Yessabell –Se sentó en el borde de la cama.

-Lo extraño tanto… –Se lanzó a los brazos de Stephen y se soltó a llorar a mares –Quiero que… quiero que
regrese… –Pidió con tristeza en la voz –Lo extraño tanto Stephen.

-Tranquila mi niña, aquí estoy –La sostuvo en sus brazos, haciéndole saber que no la soltaría nunca –Llora lo que creas necesario, pero no te lastimes de esta manera.

Después de haber dejado a Yessabell dormir, Stephen se encargó de arreglar la habitación, lavó los cubiertos y dejó todo perfectamente limpio y bien arreglado.

-Gracias por haber venido –Agradeció Ana cuando lo encontró en la cocina –No quiso ni ver a Johann.

-No me agradezcas Ana, sabes que le tengo mucho cariño y haría lo que sea por verla feliz.

-Lo sé, tanto como para alejarte y dejarle el camino a alguien más.

-Admito que ese fue error mío –Aseguró Stephen apagando la estufa, se había encargado de preparar la cena para Yessabell –He cometido muchos errores en todo este tiempo, pero ya no más.

-Entiendo –Ana se acercó a él –Stephen, solo tú puedes hacerla regresar, independientemente de todo lo que sucedió entre ustedes, desde que se conocieron… aún existe ese lazo… que no los va a dejar nunca, eres tú quien debió estar con ella desde un principio, nosotros intentamos hacer hasta lo imposible, pero no nos escucha.

-No quiero sonar presuntuoso, pero lo tengo muy claro –Comenzó a servir la sopa en un pequeño tazón –Se lo debo y voy a hacer todo lo que esté en mis manos… para no dejar que Yessabell se pierda en la oscuridad.

-No te presiones, aunque no nos haga caso, estamos aquí si nos necesitas –Aseguró Ana pasándole un vaso con jugo de manzana –Y no le des mucha comida, apenas y prueba bocado, si come de más, su cuerpo no lo soporta.

-Entiendo –Tomó una charola de madera y coloco la comida en ella –Llamaré al doctor y espero que pueda venir esta tarde a verla.

-Gracias Stephen, te debemos una.

Stephen subió a la habitación de Yessabell, para su sorpresa ya estaba despierta y mirando fijamente al techo.

-Es hora de comer –Anunció llegando hasta la cama.

-No tengo hambre –Admitió Yessabell volteando a verlo.

-No acepto un no.

Dejo la tablilla en el buro junto a la cama y ayudo a Yessabell a sentarse, tomó el tazón con sopa y le acercó la cuchara.

-Stephen…

-Por favor nena –Le sonrío y Yessabell abrió un poco la boca –Eso es hermosa, un poco más –Pidio tomando otra cucharada de sopa.

-No tienes que hacer esto por mí –Tomó la cucharada de sopa, saboreando el delicioso recuerdo a hogar –Ahora que recuerdo… o intentando recordar… nunca cocinaste algo para mí ¿O sí? –Preguntó tomando otra cucharada de sopa.

-Eso si dolió –Admitió medio riendo, tomando otra cucharada de sopa y acercándosela a Yessabell –¿Olvidas tu pastel de cumpleaños?

-Cierto –Recordó ella con una ligera sonrisa –Ya no puedo más –Le dijo viendo la sopa –No puedo más Stephen…

-Está bien –Colocó el tazón sobre la tablilla –Te hice una gelatina de café –Dijo sumergiendo la cucharilla en la gelatina.

-Un poco por favor –Pidió ella acercándose a la orilla de la cama.

-Sabía que te gustaría –Le acercó la cucharilla llena y Yessabell la saboreo con los ojos cerrados –¿Qué tal? –Preguntó sonriendo.

Yessabell se levantó rápidamente y corrió al baño, regresando todo lo que había ingerido directo al retrete.

-Lo siento Stephen –Se disculpó llorando de rodillas en el baño.

-Tranquila nena –Stephen bajó la tapa del escusado y tiró de la cadena –Ven, necesitas una buena ducha –La ayudó a levantarse y la guió hasta la bañera.

-Stephen, no…

-Yessabell, tranquila que yo te ayudo –Abrió la llave dejando correr el agua caliente –No voy a lastimarte –Le aseguró acercándola a él y comenzando a quitarle la playera.

-Stephen... –Susurró ella cuando sintió el frío contra su piel.

No llevaba sujetador y los huesos de sus costillas, las caderas y sus hombros eran notorios por su delgadez, bajó la mirada cuando Stephen la vio con desaprobación.

-La dejé algo tibia –Explicó quitándole el pants y las bragas a Yessabell, después agregó sales de baño y la ayudó a entrar a la bañera –No soy experto en esto, pero haré lo que pueda –La dejó sentada y jaló un pequeño banco que se encontraba cerca –Voy a lavarte el cabello –Anunció tomando un poco de champú para frotarlo en la cabeza de ella.

-Mmmm… –Yessabell sonrío un poco de espaldas a Stephen y tomó una pequeña esponja y el jabón de barra –Es como en el salón de belleza.

-Que bueno que te guste –Se alegró Stephen frotando con las yemas de sus dedos, la cabeza de ella, mientras Yessabell comenzaba a pasar la esponja enjabonada por su cuerpo –Voy a llamar a un doctor, para que venga a verte y te recete alguna vitamina o algo… estás muy delgada.

Yessabell se detuvo y su mirada se perdió en el vacío.

-Nadie puede hacer nada –Susurró llorando –Los doctores no pudieron salvarlo… no pueden ayudarme… no pueden regresarlo…

Stephen se detuvo conteniendo las lágrimas.

-Sí no quieres…

-No quiero nada –Interrumpió con brusquedad –Por favor vete, yo termino.

-Pero Yessabell…

-¡Que yo termino! –Exclamó con molestia alejándose al otro extremo de la bañera.

-De acuerdo –Se puso de pie –Estaré afuera por…

-Vete.

Stephen salió del baño y Yessabell se enjuago a prisa, retirando todo eljabón de su cuerpo con ira, se secó colocando una toalla sobre su cabello y otra alrededor de su cuerpo. Se paró frente al espejo del lavabo, viendo con tristeza su reflejo.

-¿Por qué no estás aquí? –Preguntó bajando la voz –Vuelve Ezra por favor… vuelve…

Las lágrimas regresaron imparables, al darse cuenta de lo que sus amigos ya le habían advertido, su piel era más pálida y sus huesos eran cada vez más notorios, la tristeza estaba acabando con su vida, literalmente.

Stephen sacó un pants en color rosa, una playera blanca y la sudadera a juego, encontró la ropa interior y un par de tenis en color blanco, mientras dejaba la ropa en la orilla de la cama, recogió unas pulseras que encontró bajo la cama y se aproximó al buro, abrió el primer cajón y se encontró con una pequeña caja de terciopelo en color verde olivo.
Dudó unos segundos antes de tomarla, volteo hacia la puerta del baño y regresó su mirada a la pequeña cajita que ya se encontraba en sus manos. Respirando profundamente la abrió.

-No…–Un anillo de compromiso, tan puro y cristalino como la misma Yessabell, descansaba en un forro blanco –No puedo…

Regresó la cajita al interior del cajón en el buro y salió de la habitación. Bajo las escaleras a prisa y caminó hasta la puerta de entrada.

-¿Vas por tus cosas? –Preguntó Ana saliendo de la cocina.

Stephen se detuvo con la mano en la perilla.

-Lo siento Ana, pero no puedo aceptar tu oferta para quedarme, no puedo hacerlo.

-¿Pero qué pasó? –Preguntó Ana sorprendida.

-Es más de lo que pensé –Agachó la mirada –No puedo ayudarla como creí, es mucho trabajo… y ella… de verdad no puedo –Abrió la puerta con decisión –No te preocupes, regreso en la tarde con el doctor, la deje bañándose.

-Stephen…

-Nos vemos al rato Ana –Salió sin mirar atrás y caminó sin rumbo, conteniendo las lágrimas en el trayecto.

Yessabell salió de su habitación y para su sorpresa, sintió el vacío que Stephen dejó al marcharse.

-Stephen…

Bajó las escaleras y fue a la sala, en pero se detuvo en la entrada en cuanto se dio cuenta de los susurros de Ana y Philip.

-Sí, pero con eso de que Nicolás y Renata regresan, tenemos que desocupar las habitaciones, hay que sacar las cosas que metimos ahí.

-Recuerda que en una de esas habitaciones, están las cosas que dejó Ezra –Susurró Ana sentada en el sofá, a un lado de Philip –De todas formas no podía quedarse.

-Lo siento mucho por Stephen, creo que lo orillamos a una situación que… no debimos.

-Ahora me doy cuenta –Aceptó Ana con tristeza –Él pobre lo debe estar pasando fatal, se nota que sigue muy enamorado de ella…

-Y el rechazo de Yessabell, no ayuda para nada.

Yessabell dio unos pasos atrás y en silencio, salió de la casa.

Efectivamente el día era maravilloso, los rayos del sol eran cálidos a pesar de que el verano se marchaba. Yessabell caminó por la acera sin rumbo fijo, llevando consigo solo las llaves de la casa y una tarjeta de crédito, en caso de necesitarla.

Un ahora después, se detuvo frente a una pequeña cafetería, dudo unos segundos antes de entrar, pero se decidió a abrir la puerta, al ver a Stephen dentro, disfrutando de una malteada mientras escuchaba la música en su móvil.

-¿Puedo sentarme? –Preguntó parada frente a él, haciéndolo quitarse los audífonos.

-¡Yessabell! Te decidiste a venir –Se sorprendió al verla y le sonrió con cariño –Claro, siéntate –Ofreció poniéndose de pie para acomodarle la silla.

-Gracias Stephen –Yessabell se sentó y Stephen de inmediato llamó al mesero.

-Un té de limón para la señorita por favor –Pidió y el mesero se retiró –Dime ¿Qué te trae por aquí nena? –Preguntó viendo a Yessabell muy tímida.

-Salí a caminar un rato –Contestó sin mirarlo.

-Que bueno, me alegra saber que vuelves…

-Por algo llegué aquí y te encontré Stephen –Interrumpió con brusquedad.

-Tal vez es una señal del destino…

-Stephen –Levantó la mirada y la sonrisa de Stephen se borró, al notar su seriedad.

-¿Qué sucede? –Preguntó preocupado.

-Tienes que seguir con tu vida, no me busques más…

-No digas eso –Interrumpió Stephen sonriéndole –Para bien o para mal, estoy aquí, contigo y si puedo hacer algo para ayudarte, lo haré.

-Entiéndelo Stephen, no tengo nada que ofrecerte, y tú tienes derecho a enamorarte de alguien más…

-Tú no puedes decidir sobre mi vida Yessabell –Soltó una carcajada, el mesero dejó la taza de té frente a Yessabell y se retiró –Yo me enamoré de ti, no he podido olvidarte y no quiero hacerlo. Y si crees que lo que viviste con Ezra, me hará olvidarte, pues te equivocas.

-Pero yo no quiero que…

-Sobre mi corazón, no puedes decidir –Se levantó y sacó su cartera, dejando unos billetes sobre la mesa –Disfruta tu té, en un rato voy a tu casa –Tomó su saco –Y más te vale que estés ahí, porque voy a llevar al médico.

-Pero…

Stephen le sonrió y salió de la cafetería a prisa.

-Vas a terminar con mi corazón Yessabell –Pensó mientras caminaba al centro.

Después de terminar su té, Yessabell salió de regreso a su casa, se detuvo unas cuadras antes de llegar, cuando lo vio en la esquina de la acera, cerca de un callejón.

Caminó con furia hasta llegar a él, viendo con enojo como disfrutaba del día mientras fumaba un cigarrillo.

-¡Pero que descaro el tuyo!

-¡Yessabell!

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