i. Un golpe de suerte.

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❛UN GOLPE DE SUERTE❜

                       —¡Corre, Juni, corre! —grita Camellia, liderando una marcha apresurada en dirección al pabellón hexagonal, con el vestido levantado hasta las rodillas para permitirle correr adecuadamente, pese a la larga hierba que acaricia su piel.

—¡Te van a ver, bájate el vestido! —replica, con la respiración agitada y viendo a intervalos hacia atrás, en dirección a la casa de campo. No está acostumbrada a correr, así como tampoco le gusta de manera particular tal deporte; pero sabe que debe hacerlo, si quieren tener unos minutos de ventaja sobre sus tutores, de terrible humor cuando se trata de respetar horarios.

Y no es para menos, teniendo que seguir una agenda atascada: Junipers Manor se volvió un camino con flujo constante de personas empacando, acarreando maletas y organizando detalles de último momento, lo que se tradujo para ambas jóvenes como una vigía constante sobre ellas y sin espacio a la privacidad. Tras días en la misma situación, se han decidido arriesgar  a ganar un par de minutos para atar cabos sueltos de su proyecto nacido en una noche de tormenta, antes del inevitable viaje que las ha de mantener calladas y que es la razón tras las marchas incansables del personal a lo largo de la casa.

El pabellón hexagonal es el único lugar ignorado, vacío a toda hora del día, pese a su imponencia como estructura arquitectónica solitaria en la colina allegada a la casa principal; motivo por el cual fue escogido como lugar de reunión.

Juniper no tarda más de un minuto en entrar en el folly después de su castaña amiga, tras lo cual cierra la puerta y procede a recuperar el aliento.

—Bien, tenemos cuatro cuentos hechos para el boletín... Serán dos por semana, divididos en dos partes, por lo que serán cuatro publicaciones por semana, así que tendremos tiempo para realizar los siguientes —recuerda Camellia sin perder tiempo; lleva una libreta, en la cual anota los detalles, para no olvidar nada: desde los nombres que ha escuchado en conversaciones entre sus padres, que son posibles objetivos a analizar, hasta los datos de las imprentas a las que desean acudir—. ¿Me recuerdas otra vez el título que quieres ponerle al boletín? —agrega, pasando de páginas sin ubicarlo en ninguna parte.

Lilium inter spinas, lo que se traduce como Lirio entre espinas... Una bonita referencia, diría yo... La firma la sigo pensando —responde Juniper, asintiendo en aprobación a sí misma—. Mi padre dice que llegaremos en dos días, pues visitaremos a un amigo de la familia, Charles Sheffield (ya te he hablado de él), así que la siguiente semana, con suerte, lograremos publicar el primer número. Tengo a dos cocheros en la mira que podrían llevarnos a ver las imprentas al arribar a Londres, pues Selina y Elsie no han podido ir, ya que a Selina su padre la ha llevado consigo a algunas reuniones... El premio o castigo de que ya haya tenido su presentación.

Camellia asiente—. Lo bueno es que ambas estaremos juntas en toda la temporada, hace más fácil el trabajo —Observa con ojo crítico la planeación que lleva escrita, en busca de hoyos en la lógica. Tienen todo listo para adentrarse al mundo del entretenimiento de la sociedad londiense, mas el hecho de que la familia Osborne haya tenido que permanecer unos días más en Leeds para ajustar su adición como invitada de honor, ha retrasado en consecuencia su plan, dejándolas con pocos días para incidir en el mercado antes del día de presentación de las damas a la reina—. ¿Tu padre mencionó si hay algo que realizar cuando lleguemos? Tenemos que contemplarlo para ir a las imprentas con tiempo. Ya estamos algo atrasadas.

—Ir con la modista a una prueba de vestuario, por si necesitan arreglos los vestidos, ya que no podemos confiarnos de que no haya desface entre las medidas que nos tomaron aquí y las que usa ella... —contesta Juniper rápidamente, teniendo que detenerse cuando prevé desviarse en la conversación—. Pero pidió a nuestros tutores dejarnos libres ese día para que nos acomodemos... Quiere que estés a gusto.

—Muy bien, y el dinero ya lo tienes bien guardado —afirma Camellia para sí—. En resumen: publicamos, damos el primer número gratis y lo mandamos a repartir tanto a servidumbre como a las señoritas y señoras de la casa... ¿Tu tienes la lista de direcciones importantes?

—Sí, la terminé anoche y... —Pero la oración de Juniper queda en el aire, ante el chirrido que hace la puerta detrás suyo al abrirse.

En el umbral del pabellón, las mira sobresaltado un hombre pelinegro, ataviado en azul marino, el uniforme de los trabajadores de los Osborne. Juniper lo reconoce como Geoffrey Lanz y su corazón da un vuelco, no solo por la sorpresa, sino porque tiene la oportunidad de averiguar si estaría dispuesto a conducirlas en Londres para lograr su deseo.

El hombre da un paso atrás por instinto, saliendo del pabellón, e iluminado por el sol del mediodía lo ven bajar la cabeza, murmurando una suave disculpa.

—Me temo que las buscan, lady Juniper —avisa, con una suave inclinación—, y señorita Beesley. Han mandado a buscarlas, porque desean verificar si no olvinan ninguna de sus pertenencias.

—Gracias, señor Lanz —dice Juniper, viéndolo sonreír, divertido, pues no es demasiado mayor a ellas, siendo un joven lozano cuyo trabajo para los Osborne es de reciente inicio. Aún recuerda su llegada, por los constantes murmullos que tuvieron sus padres sobre algo relacionado a él.

Geoffrey Lanz asiente, llevando las manos hacia atrás. Pronto, las dos jóvenes reparan en que las está esperando, para escoltarlas de vuelta a la casa de campo. Siendo que su mente ha estado ocupada en toda la planeación del proyecto, saben que se han ganado el precedente de difíciles de tratar, por escaparse o no prestar atención a sus lecciones. Sus tutores ahora no han dejado pasar su ausencia.

—¿Podrá aguardar un momento, señor Lanz? —inquiere Juniper, temerosa de que el tiempo les pise los talones—. Pase, por favor, si lo ven habrán de apurarnos. Quiero hablar con usted de algo importante.

La sorpresa descoloca al joven, que pierde la recta postura; pero este, tras observar por encima de su hombro, decide pasar titubeante al pabellón. Camellia ve por primera vez que su rostro aquel parece tener la facilidad de evocar en sus facciones el miedo, la sorpresa y una diversión calma con prontitud. En este momento, expresa una mezcla de las primeras dos, producto de ser llamado por la primogénita de los Osborne, sus jefes.

—Señor Lanz...

—Si desea hablar, lady Juniper, por favor dígame Geoffrey...

—Bien, Geoffrey... —corrige, tratando de ordenar las palabras en su cabeza —. Verá, Camellia y yo tenemos un proyecto que nos emociona, pero que requiere de que acudamos, una vez en Londres, a las imprentas... Usted ya nos ha acompañado al viaje a Londres... Y usted también sabe que las imprentas no están en Mayfair, ni en Piccadilly, por lo que tal vez el viaje no les plazca a nuestros padres, pero necesitamos realizarlo... Y por ello quiero que usted nos conduzca, porque confío en usted, su discreción y que, por tanto, no le dirá a nuestros padres, pues la idea del anonimato estaría desechada entonces... —dice, pronto viendo a Geoffrey adoptar un semblante incrédulo—, ¡Y el dinero no será problema! Le pagaremos por su trabajo, y si necesita que otro lo acompañe, como el señor Wilkinson, también le pagaremos... Por supuesto, a él tendría que decirle usted, ya ha visto que es casi imposible que nosotras salgamos como para decirle yo misma, esto ha sido un golpe de suerte...

Una pequeña risa escapa de entre los labios de Geoffrey, cortando lo que amenaza ser verborrea por parte de Juniper, cada vez más nerviosa por si él decide delatarlas; y es que no es un trabajo en la que ellas, tanto como las Saville, deberían estarse enfocando. La temporada social a la que están adentrándose requiere su atención, tanto por la exigencia social como por la familiar, que les pide dar todo de sí por un futuro asegurado, elevando el nombre de la familia en el orgullo y la gloria; saben que, de saberlo sus padres, pondrían fin al proyecto antes de siquiera ponerlo en marcha.

—Perdóneme, lady Juniper —dice, largando una risa por la cual vuelve a mirar sobre su hombro, temeroso de que alguien arribe y lo encuentre en tal posición. Se toma la libertad de adentrarse más al pabellón, entrecerrando la puerta tras de sí—, perdóneme si peco de receloso, entiéndame por favor, pero ¿Realmente me está pidiendo guiarlas a un área por debajo de su clase? Usted es hija de un duque, lady Juniper, uno importante, y usted señorita Beesley, su familia está por abrir su negocio en Piccadilly, lo que es un par de escalones arriba del área donde, si bien burgueses persisten como en las imprentas, acude diversidad de gente que... ¡Oh, dios mío! Díganme que pensaron en ese detalle.

—Por supuesto que pensé y pensamos en eso, Geoffrey —replica Juniper, procurando mantener a raya su paciencia. Sabe que si hay algo importante en juego, es sin duda la integridad de Geoffrey y cualquier implicado, que podría recibir un castigo o perder su trabajo—, pero de lo contrario, no podríamos lograr publicar y, bueno, tenemos fé de que vamos a lograr algo, tal vez no algo grande, pero algo... Y posiblemente terminemos siendo esposas de alguien al final de la temporada, así que esto será lo único nuestro que tendremos...

El silencio se extiende por el pabellón. Nada más que una ligera brisa se escucha al colarse por la rendija de la puerta y Juniper se comienza a impacientar, pues está esperanzada conociendo a Geoffrey, pero no hay nada como las palabras para obtener la imagen real de la situación. Camellia, por el contrario, permanece callada y atenta a Geoffrey, cuyo debate interno parece verlo a viva imagen frente a sus ojos.

Geoffrey mira fijamente a Juniper, como si una treta se forjara frente a él y no pudiera verla, por lo que intenta descifrarla. Tras unos segundos, su atención se rompe al percatarse de la joven Camellia, que lo ve con ojos de que está por desenmascararlo.

—¡Bien! ¡Bien! —cede, resoplando por la tensión. Al joven pelinegro no le molesta cumplir caprichos, inclusive los ha fomentado cuando de su usual puesto de cochero le piden ser chaperón de la joven Osborne, que peca de dudar cuando de romper las reglas se trata; pero esto es otro nivel, lo reconoce sin problemas un hombre poco acostumbrado a la rectitud—. Pero deberán decirme de qué va éste proyecto, no iré a ciegas... ¿Es ilegal?

—No es ilegal, son cuentos —explica Camellia, en pocas palabras —. Puede leerlos si quiere.

Geoffrey Lanz asiente un par de veces, convenciendose a sí mismo de lo que el par de jóvenes, tan distintas pero similares entre sí, le plantean. Cuando da el beneplácito final, pensando que no es nada ilegal publicar cuentos, la voz de un compañero suyo se escucha por la colina, por lo que se apresura a abrir la puerta y salir.

—Andando, o de nada servirá que haya aceptado si las castigan.

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