⋆Capitulo 1⋆

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El sol pegó fuerte aún más que los días anteriores. Los rayos penetraron el enorme ventanal de la mansión Kido. Amanda que yacía sentada frente a su ventana, vislumbró el amanecer entreabriendo sus grandes ojos violáceos. Ni siquiera parpadeó, sin embargo si tembló un poco. Incluso su delicado semblante cambio a uno más pálido, pues el día que tanto ansiaba había llegado y lo recibió con júbilo.

Pese que al principio lo dudaba, momentáneamente cambio y se sentía entusiasta. Además vacilaba con estar preparada para ingresar a la academia Zodiacal.

La academia zodiacal no era otra, que una escuela fundada por los grandes dioses del Olimpo. La institución se encargaba de formar fuertes guerreros con la finalidad de proteger la tierra.

La academia zodiacal era un especie de internado para guerreros y guerreras en entrenamiento con edades de entre 20 y 30 años.

Sus pensamientos ambiguos la abandonaron, aunque no del todo, no quería cometer ninguna tontería en la academia. Aunque la joven no era ingenua, tampoco podía confiarse. Durante su vida terrenal había aprendido que nunca se debe subestimar a nadie y que sospechar no era lo mismo que desconfiar. Los mundanos conversaban entre ellos que el director de la Academia Zodical era un hombre estricto y con mucho vigor, se trataba del hijo Zeus, el dios de los dioses, la entidad divina de proteger el universo. Así que Amanda tenía razón para estar asustada. El padre de todo, tenía un poder superior en la academia, por tanto, los alumnos eran vigilados cautelosamente por los ojos del todo poderoso.

Sin embargo, abandonando sus locas ideas, se levantó y piso fuerte en su habitación. Suspiró muy hondo. La joven se caracterizaba por tener una tez muy pálida similar a la de su madre Saori Kido. Los rumores que el viento arrastraba presumían que la joven Amanda apenas y podía controlar los dones que poseía.

Ya que la energía que emanaba eran similar a la de un Dios y por ello con regularidad provocaban accidentes pasajeros.

Se vistió elegante y salió corriendo como alma que lleva el diablo. No pretendía perder tiempo mirando los lindos paisajes verdosos, que ese día eran más frondosos que los días pasados. Algunas personas asomaron las narices, pues querían enterarse de lo que sucedía con Amanda y es que de buena fuente estaban por enterados que la joven era la única hija de la diosa Athena y el caballero de pegaso. Y no querían parecer descorteses, no porque les interesara tanto la joven, sino más bien por los valiosos detalles que podrían llegar a obtener de los padres. Quienes obsequiaban regalos por su generosidad.

Amanda prosiguió su andar, evitó todas las miradas profanas e incluso recordó la torpeza que cometió al haber olvidado despedirse de sus padres, quienes estaban orgullosos de que su hija fuese a ingresar en la academia. Primero debía acudir a la arboleda donde se encontraban los carruajes grises, que eran los encargados de llevarte a la academia. Sus padres le había contado que eran enormes pegasos oscuros que jalaban fuerte por los aires. Majestuosas criaturas sobre todo cuando son bien cuidadas.

Finalmente lo vio a lo lejos. Árboles de todos los tamaños y formas. Algunos estaban retorcidos y otros muy secos. Tercas huellas la arrastraban hacia aquel paraje. Se entreabrió pasó entre los más angostos. Justo en frente distinguió un montón de pegasos, atados a su respectivo carruaje. La mayoría de los carruajes eran grises, habían pocos de colores blancos, aunque suponía que en aquellos viajaban los profesores y miembros más cercanos a la academia. La señorita Kido se acercó poco a poco. Pese que por lo general pasaba sus tardes volando sobre su pegaso Kirna. Aquellos que estaban sujetos a los carruajes eran más grandes y feroces. Algunos de ellos relincharon fuerte y golpearon con agresividad el piso. Amanda cerró los ojos de golpe u sintió todo un alud sobre ella.

— ¡Bienvenida Señorita Kido! —. Escuchó una estruendosa voz cerca de su oído y Amanda giró de inmediato. — Soy el encargado de asegurarme que asista a la academia. Sus padres me han hablado mucho de usted. Seiya nos hizo el favor de obsequiarnos la mayoría de los pegasos que ahora mismo ve — dijo el hombre. — Disculpe no me he presentado soy August. El hombre encargado del transporte de la academia y su guía este día.

August era un hombre de tez morena. Fornido y de gran estatura. Era simpático y benévolo. Se sabía que llevaba años en la academia cuidando de los pegasos y constantemente era el encargado de estar en la arboleda en espera de los nuevos estudiantes. Solo pocos estudiantes omitían aquella experiencia la cuál era única en su estilo.

— Tenga la amabilidad de subir — dijo August abriendo una de las puertas del carruaje. Amanda ni siquiera había podido presentarse formalmente, pues el hombre le había negado aquello oportunidad. Así que optó por subir al carruaje. Era muy grande, más de lo que parecía por el exterior. Cabían alrededor de seis personas en el. Amanda se sentó frente a la pequeña ventana y de pronto ladeó sus ojos para observar a sus compañeros.

Frente a ella estaba una mujer de tez cetrina. Tenía el cabello hasta los hombros y unos ojos muy oscuros. Su aspecto era sombrío y ni siquiera alzó la mirada. Del otro lado se encontraba un chico de cabellos castaños, sus ojos eran verdes y su piel pálida. Por un momento sostuvo la mirada con la de Amanda y repentinamente bajo la vista. A su lado se encontraba un joven delgado. Usaba unos lentes pequeños y sus cabellos eran oscuros. Jugaba indolente con una hoja de papel. Aquello le hizo recordar el incidente de no haberse despedido de sus padres, así que pronto llegará a la academia enviaría una nota para arreglar el detalle. Al otro lado del hombre una chica de cabello rosado no dejaba de masticar una enorme goma de mascar. Movía sus pies de un lado a otro y parecía no prestar atención alguna a los demás.

— ¡Listos! — gritó August al norte, sur, este y oeste. — ¡Hora de despegar!

Los pegasos abrieron sus enormes alas, que median más de dos metros y despegaron de la tierra firme. Todos dentro del carruaje se movieron de un lado a otro y las mujeres pegaron un grito, mientras que los hombres intentaron sostenerse fuerte de lo que pudieron dentro del carruaje. Al cabo de unos instantes finalmente el viaje eran tranquilo, podían sentir la brisa del frío viento pegar en sus rostros. La calma invadió el interior del carruaje.

— Soy Aiden de leo — se presentó el joven de cabellos castaños — Será mi primer día dentro de la academia zodical. Si lo consigo podré obtener la armadura de leo. Mi primo estudia aquí y me ha hablado mucho de la academia — aseguró.

— Un gusto yo soy Amanda Kido — respondió Amanda con gentileza.

— ¡Por los dioses! — exclamó la chica que mascaba la goma e incluso dejo de hacerlo —. Eres hija de la diosa que por años defendió la tierra

Amanda se sonrojó. Su voz sonó trémula: — Si....

— ¿Que se siente? — preguntó la joven — Yo soy Diana hija de Oso mayor — También será mi primer año en esta academia — indicó a Aiden.

— Que bien quizás podamos coincidir todos en alguna asignatura — exclamó Aiden.

El joven de los lentes declinó: — Me temo que eso no será posible. Según me contaron mis padres. Existen diferentes casas y diferentes armaduras, es decir, se dividen entre caballeros de oro, de bronce, de plata, generales marinos y espectros. Por lo que es probable que no todos vayamos al mismo nivel.

Amanda quedo en estupefacción, pues el chico de las gafas había mencionado todos las clases de caballeros, pero en ninguno de ellos podía ingresar ella. Sus pensamientos comenzaron hacerle una mala jugada, pues pensó que lo más probable es que a ella la asignarían como diosa para proteger y poner el orden en el instituto o peor aún quizás la devolverían a su casa por no haber una clase para ella y siendo así sus padres se sentirían decepcionados. Intentó disimular la presión con una sonrisa forzada.

— ¡Ya casi llegamos! — gritó August — tómense fuerte. El aterrizaje siempre es forzoso Los jóvenes se sujetaron fuerte del carruaje y sintieron un montón de sensaciones. Pues tal y como lo había dicho August, todo parecía indicar que se trataba de un aterrizaje muy forzoso. Los pegasos pegaron fuerte en el suelo y el carruaje dio un salto lo bastante alto, sin embargo ninguno de los pasajeros resultó lastimado. August abrió la puerta de golpe.

— ¡¿Que esperan para bajar?!

Los jóvenes bajaron lo más presuroso. Estaban atónitos, podía ver la academia a unos cuantos metros. Un enorme castillo de piedra maciza. Con colores tenues y grandes ventanales. Una cascada enorme que bajaba hasta un lago transparente. La muralla que lo envolvía era de rocosa firme y los pasajes del lugar eran estrechos. Acompañados de August se adentraron al castillo dejando atrás a los carruajes y una que otra casita de madera.

Aquel año solo arribaron diez estudiantes por lo que personalmente recibirían las indicaciones y palabras del director. Todos estaban nerviosos, pues tenían la misma información del hombre y no querían hacer el ridículo ante el hombre. Diana dejó de mascar el chicle y se lo tragó, aquello era un hábito que no acostumbraba, pero debido al miedo reaccionó muy rápido. Entraron a las enormes paredes, el lugar era realmente hermoso. Unas escalinatas en forma de caracol. Desprendía un olor agradable toda aquella instancia. El techo era hermoso y con grandes candelarias. En un momento de los indicó que debían quedarse en la enorme sala. Un sitio más acogedor que los otros que habían visitado. Tenía una alfombra dorada y enormes sillas de plata. Aparte de lucir un corredor muy angosto.

El director hizo acto de presencia ante ellos. Un hombre alto de barba. Vestía una armadura de oro y tenía unos ojos que parecían pistolas a punto de disparar. Se presentó con elocuencia y con fervor sonrío ante los mismos.

— ¡Sean bienvenidos a la academia zodiacal! — dijo con firmeza y alzando los brazos Las ovaciones de los jóvenes no se hicieron esperar. El director alzó su báculo dorado y dio unos golpes al piso — Preferiría que me dejaran terminar antes de volver a chocar sus manos Los jóvenes apenados asintieron. El director demostró un rostro serio y severo.

— Soy Frederick hijo del Dios Zeus y director de la academia Zodical. El día de hoy inicia el viaje para muchos de ustedes, así que deben saber las reglas del instituto, pero antes deben ser seleccionados a sus respectivas casas, que son:

«Hexe, les recuerdo que, está casa aprecia a la gente que utilizaba cualquier medio para lograr sus fines, preferentemente con pura ascendencia de sangre pura, sobre todo, con inventiva, determinación, un cierto desdén por las normas, astucia, aspiraciones de grandeza y hambre de poder.

«Hawsy, un buen miembro de Hawsy tiene gran osadía, temple y caballerosidad. Son capaces de todo por defender en lo que creen y nunca se dan por vencidos. También son capaces de romper las reglas si es necesario y les encantan los retos, cuanto más difíciles, mejor. Se atreven a lo que la mayoría no se atreve. En cada obstáculo ven una oportunidad para demostrar quienes son realmente.

«Hawne, solo se requiere de la inteligencia, curiosidad y sabiduría. Una mente dispuesta y creatividad acompañada de una pizca de honestidad y justicia.

Amanda no pudo evitar sentir más emoción. Deseaba pertenecer a la casa Hawsy. Pues había leído que destacaba por buenas cualidades. Todo lo contrario a Aiden a quien no le importaba tanto en que casa pudiera quedar. Nayde difería de su compañero, pues no dejaba de musitar: Hexe, hexe, hexe. Esperaba que los dioses lo escucharan e interfirieran a su favor.

El director tocó fuerte con su báculo el piso y la estancia comenzó a temblar. Los presentes se detenían lo más fuerte posible, sin evitar mostrar tal esfuerzo. De la tierra emergió una energía parecida al fuego azul que por largos minutos rodeó a los jóvenes. Después colapso contra el enorme báculo que el director sostenía. Una sonrisa confiada se formó en las comisuras del hombre, quien señaló a Diana.

— ¡Bienvenida a la casa Hawne!

Diana estaba emocionada y sus compañeros aplaudieron sin cesar. Acto seguido el director señaló a Nayde, quien se quedo petrificado tras oír las palabras del hombre.

— ¡Seas bienvenido a la casa Hexe!

Sus suplicas habían sido escuchadas. Los aplausos de nuevo retumbaron en la sala.

El director señaló con cautela a Aiden

— ¡Bienvenido a la casa Hawsy!

Aiden hizo una señal de triunfo al mismo tiempo que sonreía con gusto triunfante Unos tras otros fueron pasando y llegó el turno de Amanda, quien al ser señalada no pudo evitar cerrar fuerte sus ojos. Apretó sus labios y junto sus uñas estaban rasgando la palma de su mano — ¡Bienvenida a la casa de Hawsy!

Abrió los ojos fue tan fulminante. Estaba contenta y como dicen que las miradas dicen más que las palabras así fue. Amanda estaba en silencio, pero su alegría se denotaba. La joven ya ansiaba contárselo a sus padres. Así que se imaginaba escribiendo las primeras líneas de la carta — Bien, ahora que todos han sido seleccionados. Les presentaré a sus maestros. Primero la maestra de entrenamiento: Leta

Los jóvenes aplaudieron muy fuerte. La mujer que se presento era muy alta, de cabellera rubia. Tenía un gesto serio muy marcado en su rostro y no cabía duda que esa mujer ya había enfrentado a los caballeros más poderosos. — Ahora les presento a su profesor Mackie de tácticas.

El maestro Mackie era moreno. Parecía el hermano menor de August, pues destacaba por la misma simpatía. Sonrió ante los nuevos estudiantes, aunque al igual que Leta se limitó a hablar. — Podrán elegir sus materias y conocer mañana a sus compañeros . Deberán ser puntuales si quieren destacar en esta academia y portar con orgullo la armadura de la que serán acreedores. Siempre recuerden y tengan presente ¿Cuando dejamos de pelear por nuestras ideales? ¿Cuando dejamos que la oscuridad nos gane? ¿Cuando nos olvidamos de quienes somos? Es ahí cuando hemos perdido en verdad la batalla.

Las últimas palabras del director fueron muy alentadoras para cada uno de los presentes, que estaban enmudecidos, por un instante el silencio se había apoderado de toda la sala. Y finalmente fue hasta que el director se retiró cuando de nuevo todo recobró sentido, se marcharon a su respectiva habitación esperando un nuevo amanecer.

Los pasillos eran largos e iluminados por grandes antorchas. Las chicas caminaron por la derecha y los hombres por la izquierda.

Un montón de puertas de todos los colores adornaban las paredes, Amanda suspiró y caminó con paso firme una tras otra, al cabo de un rato, se colocó frente a una habitación de color rosa.

Amanda Kido
Alexandra de Ofiuco

No había duda alguna, aquella joven, era su compañera de cuarto.

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