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                      Enero, 1582...

Peykân Sultan había nacido. Una hermosa Sultana de cabellos tan rubios como los rayos del sol.

El harén completo se había reunido alrededor de la nueva bebé.

—Es tan hermosa. —dijo una de las muchachas.

—Era hora. —murmuró una de las Kalfas.

Gülüstü sonrió complacida. —Es una hermosa Sultana.

En esos nueve meses ocurrió de todo; Halime obtuvo el permiso del Şehzade Mehmet para volver a su antiguo aposento junto a su amiga. Luego Safiye se mudó por unos meses a Manisa con la excusa de "cuidar a su preciado hijo", pero lo que realmente no dijo fue que el Sultán la había expulsado por culpa de una de sus favoritas y por último Kimet se volvió muy cercana de una de las hermanas del Şehzade; Ayşe Sultan.

Esta última era hija de Safiye y se había mudado junto a su madre.

Todo ese día giraba entorno a la recién nacida y nadie le prestaba atención a una de las favoritas que estaba en cinta.

—Tranquilizate Handan. —dijo Hatice.

La bosnia veía como las concubinas suspiraban por la bebé, parecía que no tenían algo mejor que hacer y como si fuera poco sus enemigas se volvieron cercanas a la familia del Şehzade.

—¿Cómo diablos quieres que me tranquilice? Si aquella Hatun se lleva toda la atención. —bufó a lo bajo. —Yo debía haber quedado embarazada antes ¡Maldita! —gritó a lo bajo para luego posar su mirada en si vientre apenas hinchado. —Serás un gran Şehzade, mi pequeño.

         


Halime y Kimet estaban felices; ambas mujeres habían salido a la fundación de Safiye Sultan con la hija de esta.

Ayşe sonreía a una de las mujeres del albergue. —Es tan grato ayudar a los necesitados.

—Lo es, Sultana. —concordó Halime.

Kimet intentó responder a lo que Ayşe había dicho pero fue encerrada por pequeñas mano que la abrazaban. —¡Ah! Niños, demasiados ¡Salvenme! —gritó fingiendo tener miedo mientras que varias risas infantiles resonaban en el lugar.

—Señorita ¿Usted es un ángel? —cuestionó una de las niñas.

Kimet le sonrió. —Eso quisiera, pero no, lo único que soy es una simple mujer.

Uno de los niños la miró con los ojos brillantes y luego dijo: —¿Es una Sultana?

—No ahora, pero Alá mediante lo seré algún día.

—¿Ese día podré ir con usted? Es que siempre quise ver el palacio.

—Dime una cosa, —se bajó a su altura, luego tomó su pequeña mano entre las suyas. —¿Cómo te llamas?

El infante miró a la castaña y contestó:—Ibrahim.

—Mira, haremos lo siguiente; cuando yo sea una Sultana mandaré a por ti y juntos recorreremos todos los Palacios del imperio ¿Si?.

Ibrahim soltó una pequeña risilla y salió corriendo hacia una de las ancianas.

—No se vale mentir, Kimet. —se burló Halime.

—Yo jamás miento, querida. —le guiñó un ojo.

Eso esperaba, quería creer que pronto sería una Sultana. Que se convertiría en una grande de la historia, quizá ser como Hürrem o Nurbanu, incluso como Safiye.

                          


Mehmet recorría el Palacio junto a su madre, esta se encontraba regañando a su hijo por culpa de la bebida. ¿Qué culpa tenía él si el vino corría por sus venas? ¡Ninguna! O eso era lo que se decía a si mismo.

Siempre era lo mismo, Safiye le reprochaba que estaba yendo por el camino equivocado y que el día que subiese al trono perdería todo el tesoro en vino.

—¿Ya terminaste?. —preguntó indiferente, cansado. Él jamás le haría caso a su madre y ella lo sabía.

Safiye inspiró profundamente.—Si. —se limitó a contestar.

—Muy bien.

Mehmet suspiró con pesadez, ¿Tan difícil era dejarlo vivir su vida? Si todos sabían que el imperio se estaba hundiendo gracias al inepto de su abuelo; Sultan Selim.

El joven Şehzade se paró frente a su madre, haciendo que esta detuviera bruscamente su andar. No sabía como iba a decirle lo siguiente:—Nurbanu Sultan y mi tía Gevherhan Sultan vendrán de visita.

Era mejor que te enteraras por mi.

—¡¿Qué?! —gritó exasperada, sabía que la insípida de su suegra solo iría para molestarla. Con el poco orgullo que le quedaba murmuró. —¿Cuándo?

—En unos días estarán aquí.

Solo Alá sabía de que serían capaces aquellas mujeres juntas. No era ningún secreto el odio que se profesaban mutuamente y ahora, con Safiye exiliada, la cosa se ponía peor.

                         

De vuelta en el harén, la madre del príncipe de la corona había mandado a organizar una ostentosa fiesta en honor a su primer nieta. No era secreto que Safiye se había encariñado con la niña a penas la vio, ya que ella fue quien la nombró.

Peykân, como amaba ese nombre.

—Es idéntica a ti, madre. —murmuró Ayşe.

Y si que lo era; tenía un escaso cabello rubio, además se podían observar unos ojos esmeralda en la infante. Oh Alá, aquella niña sería la perdición de los Paşas.

—¿Dónde está mi nieto Cihangir?

Hace unos días que no lo veía, esperaba que nada malo le sucediese. Al fin y al caso él era el heredero después de su padre.

Solo deseaba tener mínimamente un día en paz; desde el primer momento en que pisó el harén no tuvo descanso alguno, desde su entrenamiento hasta la eterna rivalidad con su suegra. Oh, como odiaba a la veneciana, gracias a ella y a Nazperver Hatun fue expulsada.

Murad es un dominado. Pensó con razón.

Justo cuando pensaba enviar a una criada en busca de su nuera, ésta entró por la enorme puerta y consigo traía al niño.

Ceyda se acercó rápidamente a su suegra y con su hijo en brazos hizo una pequeña reverencia.—Sultana.

—Ceyda, ven, trae a mi nieto. —abrió los brazos y el niño gustoso se lanzó hacia su abuela. —Oh, que hermoso Şehzade.

¡Atención Ayşe Sultan Hazretleri!

La hija mayor de Safiye ingresó al harén. Se veía espléndida, su cabellera rubia igual a la de su madre caía en forma de cascada sobre sus hombros, un hermoso vestido dorado se ceñía en su diminuta cintura y la corona era igual de impresionante que todo su atuendo.

Magnífica.

Detrás de ella venían Kimet y Halime, ambas pasaron desapercibidas ya que todas las miradas se posaron en la Sultana.

Se posicionaron a un lado, donde Ayşe les indicó. Todo estaba en calma hasta que la insípida de Handan apareció en su radar.

La bosnia se paró frente a las Sultanas e hizo una reverencia.—-Sultanas.

Ojalá te atragantes con la lengua, víbora. Pensó Kimet.

—Hatun, ¿Cómo va el embarazo? —murmuró Safiye, miró el vientre de la pelinegra y esta asintió. —Alá mediante nacerá con bien.

—Y será un gran Şehzade.

Y un excelente Sultan. Quiso agregar.

—O una bella Sultana. —espectó Ayşe.

Safiye hizo un ademán indicándole a Handan que debía retirarse, la bosnia, muy a regañadientes, le hizo caso.

—Diganme ¿Mehmet tiene más favoritas? —preguntó la rubia, sabía que su hijo tenía algunas más, pero jamás recordaba los nombres.

—Así es, Halime y Kimet son sus favoritas. —señaló a ambas mujeres paradas a un lado.

La madre del príncipe de la corona asintió, sabía que había visto a aquellas muchachas antes. —Creí que eran tus odaliscas. En fin, —suspiró. —¿De dónde provienen?

Ambas se miraron entre sí ¿Acaso la gran Haseki Safiye Sultan le estaba preguntando de donde venían?. Parecía una broma de mal gusto.

—Circasia. —respondió Kimet.

—Abjasia, pero mi abuela es rusa. Emigró luego de que su hermana fuera tomada como esclava. —Halime sabía que se sobrepasó, le preguntaron de donde venía, no la historia familiar.

—¿Rusia? No me digas que el apellido de tu abuela fue...

—Lisowvska, Olga Lisowvska. —completó.

Ahora todo tenía sentido, el cabello, los ojos, todo coincida. —Que suerte la tuya Hatun, eres descendiente de Hürrem Sultan.

Eres descendiente de Hürrem Sultan.

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