sixteen

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Al día siguiente, Christopher apareció en mi puerta. Los indicios de Halloween todavía estaban en el pasillo detrás de él. Soobin insistió en que los culpables se presentarían para limpiarlo por sí mismos, y hasta ahora no había compradores. Por un momento me sentí incómodo, recordando mi conversación con su hermano. Estaba bastante seguro de que Christopher no apreciaría compartir todo lo que tenía conmigo, pero luego dudé. Lucas había confesado nuestra pequeña charla con él, sobre todo —sus esfuerzos por emparejarnos. La comprensión de que Christopher probablemente no sabía nada de ese encuentro relajó mi tensión.

Llevaba una de esas pequeñas cajas blancas de la panadería favorita de Jisung.

La señalé. —¿Qué es eso?

—Una magdalena.

Arqueé una ceja.—¿Qué clase?

—Terciopelo rojo. —Oh, Dios mío. ¿Me trajo un pastelito?

Me tendió la caja. —Gracias por venir el otro día y cuidar de mí.

Acepté la caja y le dejé pasar. Él se sentó en mi escritorio.

Me hundí en la cama y levanté la tapa. Al mirar, la boca se me hizo agua ante la visión de glaseado de queso crema. —Esto se ve tan bien. —La saqué de la caja, quité el envoltorio y la mordí con un gemido.

—¿Está buena?

—¿Quieres un poco?

—Estoy bien.

Incliné la cabeza hacia él. —¿En serio? Es del tamaño de un melón. Compártela conmigo.

Con una media sonrisa, se unió a mí en la cama. Más tarde, me preguntaba si tal vez había sido mi intención desde el principio. Para estar con él en mi cama.

Le tendí la magdalena, pensando que iba a cogerla de mi mano. En su lugar, le dio un bocado con sus blancos dientes. Mis ojos se ensancharon. —Eso es como media magdalena.

Masticó, su pulgar recogió un poco del glaseado que había quedado en el labio y lo lamió. —Me pediste que mordiera. No puedo evitar comer grandes bocados. El resto es tuyo.

—Hmm. —Le dediqué una mirada de reprimenda y tomé otro bocado, delicado en comparación con el suyo.

—Quise decir lo que dije.

Tragué saliva antes de preguntar—: ¿Qué?

—Gracias por quedarte y cuidar de mí.

—Oh. —Tomé otro bocado, encogiéndome de hombros, sintiéndome incómodo bajo la intensidad de su mirada—. Cualquier persona lo haría.

—No hagas eso.

—¿Qué?

—Quitarle importancia a lo que hiciste. A quien eres. La verdad es que no puedo pensar en otra persona que me cuidara como lo hiciste tú. No desde que mi madre murió. —Asintió lentamente—. Eres un chico dulce, Seungmin.

Mi cara se calentó por su alabanza y mi estómago dio un vuelco. Me tragué el último pedazo de magdalena y me estremecí cuando su pulgar limpió el borde de mi boca, quitando un poco del glaseado que él tuvo en su propia boca. Lo observé. —¿No se supone que es como el beso de la muerte cuando te llaman "dulce"?

Él me miró. El tiempo se extendió hasta que respondió—: No si eres tan dulce que todo en lo que puedo pensar es en ti desnudo y en saborear cada centímetro de ti de nuevo.

Un jadeo escapó de mis labios. Respirando hondo, me arrodillé y me coloqué a horcajadas sobre él. Levanté las manos, que se quedaron en el aire hasta caer en sus hombros, sintiendo la carne firme y sus músculos tensos debajo de la camisa. Sus manos se posaron en mis caderas, apretando suavemente. Nos miramos a los ojos. Envolvió una mano alrededor de mi cuello y tiró de mi cabeza hacia abajo hasta que mi boca encontró la suya.

Probé la magdalena mientras me besaba lento y profundo, sin prisas. El beso siguió, suave y delicioso. Se separó y se quitó la camisa. Sus manos volaron hasta el dobladillo de mi sudadera. Levanté los brazos para ayudarlo a sacarla por encima de mi cabeza. . Perder mi ropa se estaba convirtiendo en un hábito.

Me empujó sobre la cama. Sin tocarme, me examinó en la brillante luz de mi habitación como si me estuviera memorizando. El calor avanzó por encima de mi cuerpo, imaginando todas las imperfecciones que estaba viendo. Con un gemido, traté de empujarle, avergonzado por la intimidad, demasiado sobrepasado por las sensaciones que me recorrían.

—Espera. —Su mano se posó en mi vientre, y empezó a bajar. Descendiendo por mi cuerpo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras yo temblaba y me retorcía, esperando su próximo movimiento. Eché un vistazo hacia él. Él me miró, la barbilla rozando mi vientre, sus grandes manos dejando dos huellas ardientes en mis caderas. Se detuvo y habló en voz baja—: ¿Confías en mí?

—Sí. —Me calmé debajo de él cuando me di cuenta de que hablaba en serio—. Lo hago.

Él sonrió lentamente y tomó mis manos. Entrelazando sus dedos con los míos, presionando contra el colchón, palma con palma, a mis costados. —Bien.

Luego procedió a besarme. Por todo mi cuerpo. Besó mi vientre. Mi caja torácica. . Su boca estaba en todas partes. Suspiré, retorciéndome, temblando bajo su atención.

OhDiosOhDiosOhDios. No había más vergüenza. Sólo él. Su boca sobre mí.

Abrió la cremallera de mis pantalones, dejando al descubierto la parte delantera de mi ropa interior. Gemí cuando él me beso justo allí. El calor húmedo de su boca me quemaba directamente a través de la delgada capa de algodón. Su nombre pasó entre mis labios en un suspiro.

Ascendió, entonces me besó con fuerza, el único punto de contacto nuestras bocas. Un enredo de labios, lenguas y dientes. Me volvía salvaje. Le devolví el beso, igualándole en calor y presión. Mis brazos se tensaron, aún inmovilizados a mis costados por sus manos. Gemí contra su boca y empujé contra sus palmas, mis dedos unidos a los suyos en agarre que cortaba la circulación, desesperado por estar libre para poder tocarlo.

Entonces lo sentí. La inconfundible dureza de él contra el interior de mi muslo, hirviendo a través de nuestra ropa. Separé los muslos ampliamente y me retorcí para acercarme más, llevándolo directamente hacia mí. Levanté la pelvis y empujé mis caderas, restregándo nuestras erecciones.

Sus labios se separaron de los míos en un siseo. —Mierda. ¿Estás seguro de que nunca has hecho esto antes?

—Por favor... mis manos... Quiero tocarte.

Sus dedos se entrelazaron con fuerza con los míos, y sentí su fuerza mientras nuestras palmas se juntaban. —No estoy seguro de que sea una buena idea.

Su respiración era áspera, mezclándose con mi propia respiración entrecortada. Cada parte de mí latía, dolía. —Por favor. Tú me has tocado mucho... deja que te toque.

Él negó con la cabeza una vez, con fuerza.

Mi voz se quebró un poco. —¿Por qué no?

—Porque eres como un caramelo en mi boca. Ya estoy demasiado excitado por ti.

—Pero dijiste que puedo confiar en ti.

—Puedes. —Sus ojos me atravesaron, intensos y crudos —como si estuviera complacido porque creyera en él—. Nunca te haría daño.

—Entonces suelta mis manos.

Después de un momento, su agarre sobre mí se aflojó. Yo era libre. Llené mis manos con su pecho, acariciando. Sumergió la cabeza en el hueco de mi cuello, como si estuviera recobrando fuerza de alguna reserva escondida que solo encontraría allí.

Mis manos se vagaron más al sur, vacilando solo un instante en sus vaqueros. Mis dedos se deslizaron dentro de la cinturilla. Antes de perder los nervios, los desabroché y tiré hacia abajo de la cremallera al igual que él había hecho con la mía.

Él levantó la cabeza y sus ojos brillaban con una advertencia. —Seungmin... —Su voz sonó estrangulada.

Mi mirada se desvió a la suya y luego hacia abajo, decidido en mi objetivo. —Nunca he hecho esto con nadie.

Tiré de sus vaqueros para abrirlos, tirando de ellos hacia abajo con poca gentileza. Resultó especialmente difícil con él encima de mí.

—Mierda. —Se dio la vuelta para bajarse de mí y tumbarse de espaldas. Levantando las caderas, se quitó él mismo los pantalones vaqueros. Luego fue todo mío.

Sonriendo, me incliné sobre él, mi atención moviéndose de su rostro al... sur.

Llenaba la parte delantera de sus bóxer de forma impresionante. Apoyé la mano sobre él, sintiendo, midiendo el contorno.

Dijo mi nombre otra vez, mitad súplica, mitad gruñido. Lo ignoré, la curiosidad, el torrente sanguíneo en mis oídos, anulando el sonido.

Flexioné mis dedos y el bulto creció bajo mi mano, animándose. Antes de que pudiera cambiar de opinión, me sumergí en el interior de los calzoncillos y envolví mis dedos a su alrededor. Su cabeza cayó hacia atrás sobre la cama. —Seungmin.

—Es más suave de lo que pensé que sería. —Me mordí el labio, deleitándome con su longitud en mis manos.

Se rio con voz ronca. —Cariño, estoy duro como una roca.

—Me refiero a tu piel. —Era como seda sobre acero. Mi mano se movió torpemente, buscando a tientas por un momento antes de establecerse en golpes rítmicos.

La suya se posó sobre la mía, deteniéndome —Seungmin, tienes que parar.

Levanté la vista hacia él. —¿No es esto parte de mi educación?

Los tendones de su cuello se tensaron como si estuviera luchando por el control. Supongo que debería haberme preocupado, pero solo me sentí empoderado. Satisfecho. Ni por un momento se me ocurrió que iba a perder el control y cruzar la línea. Él tenía mi confianza.

—Tú no tienes que...

—Quiero hacerlo.

Su agarre liberó mi mano. Fui capaz de moverla de nuevo, deslizar mis dedos sobre él.

—Muy bien. —Él estuvo de acuerdo con voz gruesa—. Entonces probablemente deberías llamarla por lo que es.

Alcé la mirada hacia él con curiosidad.

—Dilo. Polla. Polla —él proporcionó—. No tengas miedo de la palabra, Seungmin. Tu tienes una.

Mi mano se quedó inmóvil. Mi cara ardía. Negué con la cabeza. —No puedo decir eso.

—¿Pero puedes tocarlo? Dilo. Polla.

La palabra se asentó pesadamente en mi lengua. Mi mano reanudó sus movimientos mientras lo decía lentamente, saboreando la palabra traviesa, sintiéndome audaz y perverso. —Polla.

Su pecho subía y bajaba con respiraciones bruscas. Como si esa sola palabra en mis labios lo excitara.

Mi mirada se movió de él —su polla— a su cara. No sabía qué me fascinaba más. La vista de mi mano moviéndose sobre él o su expresión. Tenía los ojos cerrados. Parecía casi de dolorido.

—Seungmin... Seungmin, para. —Él se tensó debajo de mí.

Lo ignoré, apretando y moviendo la mano rápidamente.

—Dios. —Jadeó y se estremeció, los músculos y los tendones de su pecho y su estómago se ondularon mientras su cuerpo alcanzaba el clímax.

Su respiración se niveló poco a poco. Arrojó un brazo sobre su cabeza. Después de varias respiraciones, murmuró—: No se suponía que iba a suceder.

Yo me levanté de encima de él y sonreí. —¿Tenías un plan?

Apartó el brazo de su rostro y miró hacia mí. —Contigo nada parece ir de acuerdo al plan.

Sin dejar de sonreír, me puse de pie. Agarrando una toalla de mano, se la arrojé a él y luego conseguí una para mí.

Se limpió a sí mismo. De pie con mis vaqueros desabrochados sentí un poco de mi anterior vergüenza, abrí la puerta del armario y cogí una camiseta y me la puse. Me quedé allí, cambiándome de pie y jugando con el dobladillo de la camiseta, sin saber que hacer a continuación.

Se sentó en el borde de mi cama. No se había preocupado por volver a ponerse sus pantalones vaqueros. Vestido solo con sus bóxers, era la encarnación del sexo.

Tragué saliva contra mi garganta repentinamente seca. —¿Y ahora qué?

—Bueno. Si esto era solo una aventura, nos despedimos en este momento.

—Oh. —Asentí. Pero esto no era una aventura. Era menos que eso. Éramos nosotros fingiendo. Pretendiendo ser algo más.

Él colocó una mano en su rodilla y me estudió de esa manera tan desconcertante suya. —¿Quieres que me quede?

—¿Te quieres quedar?

La sonrisa torcida reapareció. —Si me quieres aquí, dilo. Eso es lo que pasaría si esto fuera más que una aventura. Si fuéramos realmente algo para el otro.

Si fuéramos realmente algo para el otro. Las palabras me sacudieron los nervios. Picaba un poco con el sabor de él aún fresco en mis labios. Pero era un recordatorio necesario de que esto era falso.

Aspiré. —Sí. Entonces deberías quedarte a pasar la noche. Sí.

Me dije a mí mismo que me mostrara seguro. Después de lo que acabábamos de hacer —lo que acababa de hacer— no debería ser tan difícil.

—No pareces muy entusiasmado. Recuerda, no es algo que excite

Tenía que enfocar esto clínicamente. Esto no era algo personal. Era un experimento. Él era un chico sexy y con experiencia que se ofrecía a guiarme a través del arte de los juegos previos. Ya me sentía más experimentado. Podía besar adecuadamente ahora. Podría hacer más que besar ahora. No era un maestro en los juegos previos, pero estaba más capacitado. Gracias a Christopher estaba preparado para Changbin. Mi estómago se apretó pensando en eso, preguntándome si me gustaría hacer la mitad de eso con Changbin.

Estaba disfrutando de mi tiempo con Christopher demasiado. Estaba disfrutando de él. Ese no era el plan. —Enseguida vuelvo.

Atravesé el pasillo, me lavé la cara y me cepille los dientes; restregué hasta que sentí el sabor cobrizo de la sangre en mi boca. Parando, me enjuague la boca. Alzando la cara, observe fijamente mi reflejo, sorprendiéndome ante este chico en el que me había convertido. Alguien a punto de compartir su cama con un tipo que no era Changbin. Era duro de afrontar.

Cuando entre en mi habitación, él estaba debajo de las sábanas, pareciendo relajado con un brazo debajo de su cabeza. Apagué la lámpara, sumiendo la habitación en un manto gris. La luz que atravesaba las persianas nos libraba de la oscuridad total.

Me saqué los vaqueros. Él quito las sábanas por mí, y la sombra de su cuerpo se veía deliciosa y acogedora contra las rayas de mis sábanas.

Me deslicé junto a él. Se me escapó un suspiro cuando él tiró de mí para calentarme con su cuerpo, colocándonos como cucharitas. Su cálida y suave piel despertó todos mis nervios de nuevo, hizo que se me escapara un suspiro tembloroso

La electricidad zumbó junto con mis nervios. Esa parte de mí que se sentían cargada con un poco de dolor hace un momento, ahora ardían de nuevo.

Su brazo estaba envuelvo alrededor de mi cintura, su mano descansaba en mi estómago. Sentía su aliento en mi nuca. Dios. El dolor estaba de vuelta. Apreté los muslos como si eso pudiera aliviarlo. ¿Cómo se supone que iba a dormir? Creo que sera mejor ponerme boca abajo.

—Este tipo, Changbin... —comenzó.

—¿Si? —pregunté en voz baja.

—Si sale corriendo después de que tú pierdas el tiempo, entonces no significa nada para él. Tú no significas nada. ¿Entiendes?

Hice una mueca, recordando lo que pasó la otra noche. —Lo siento, yo...

—No te digo esto para que te sientas mal por escaparte esa primera noche, Seungmin. Solo te lo digo porque no quiero que algún tipo, Changbin o cualquiera, te use alguna vez.

Su aliento abanicó mi nuca. Sabía que sus labios estaban cerca. Incapaz de evitarlo, rodé de costado y le estudié en la penumbra, nuestras narices prácticamente tocándose.

—Gracias por hacer esto. —Casi añadí "gracias por preocuparte", pero eso podría ser suponer demasiado. Me tragué esas palabras.

Se rio en voz baja. —No soy totalmente desinteresado, Seungmin. Disfruto estar contigo. Claramente. —Su mano rozó mi mejilla, la yema de los dedos acariciándome. Un revoloteó entró en erupción en mi estómago. Mis mejillas se enrojecieron aún más al pensar en mis manos alrededor de él.

—También lo disfruto. —Luego lo bese, y esta vez fue diferente: lento, dulce y tierno. Por supuesto no permaneció de esa manera. Ninguno de nuestros besos lo hacía nunca. Se construyó, se profundizó. La sangre corrió por en mis orejas. Ahuequé su rostro y envolví un brazo alrededor de su cuello, alineando mi cuerpo con el suyo.

Jadeando, apoyó su frente en la mía. —Deberíamos dormir un poco.

Me reí un poco ante eso. No íbamos a dormir. Al menos yo no podía ver cómo.

—Ven aquí. —Me pegó a él, bajando mi cabeza sobre su pecho. Escuché el tenue retumbar de su corazón. Su mano se hundio a través de mi pelo—. Tienes un hermoso cabello.

Sonreí contra su pecho y luego giré la cara un poco, consciente de que podía sentir mi sonrisa tonta contra él. Sabía que me había gustado el cumplido.

—Puedo detectarte a kilómetro y medio de distancia con este cabello. Es como una vela.

—Un camarero poeta. —murmuré, colocando mi mano sobre su pecho.

—Cariño, cada camarero es un poeta.

—Supongo que consigues ver un poco del mundo desde detrás de la barra.

—Veo lo suficiente. Te vi.

Aun sonriendo, me empecé a relajar contra él. El deslizamiento de sus dedos por mi cabello comenzó a adormecerme.

—Cuéntame más —le animé, mi voz soñolienta y suave.

Su voz retumbó en su pecho. —Solo quieres oírme decir que eres hermoso, ¿es eso?

Le di un manotazo en el brazo. —Noooo.

—Sabes que lo eres. No necesitas oírme decirlo.

Mi sonrisa se desvaneció. —¿Por qué iba a saber eso?

—Uh. Mírate en el espejo. Mira los ojos que te siguen cuando entras en una habitación.

No sabía cómo responder a eso. La idea extrañamente me incomodaba. Mis dedos trazaron círculos perezosos en su pecho.

—Changbin no será capaz de resistirse a ti. No sé cómo lo ha hecho hasta ahora.

Me quedé inmóvil contra él, mis dedos se congelaron.

La ira destelló a través de mí. ¿Por qué tenía que hablar de Changbin ahora mismo, cuando estábamos así? Se sentía... No sé. Equivocado.

—Gracias —murmure. Cerrando los ojos, me obligué a dormir, para escapar de mi enojo, para escapar de él. Por supuesto, estaba demasiado agitado por la irritación —y dolorosamente consciente de su presencia detrás de mí—, como para tener la esperanza de quedarme dormido. Estaba atrapado, probablemente despierto hasta que ambos nos levantáramos por la mañana.

Ese fue mi último pensamiento antes de que mis ojos se cerrasen como pesos de plomo 

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