twenty one

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El domingo por la tarde, Changbin me dejó en mi dormitorio con un apacible beso y la promesa de mandarme un mensaje más tarde. Después de desempacar, caí sobre la cama con un suspiro, pensando que en hacer un poco de tarea, pero en su lugar terminé quedándome dormido. Aparentemente, el viaje de cuatro horas me desgastó. Tal vez fue todo el esfuerzo que puse en actuar alegremente y como si no tuviera duda alguna acerca de lo que quería que sucediera entre Changbin y yo.

Tampoco me sentí mucho mejor después de mi siesta. Todavía no me sentía más seguro sobre lo de Changbin y yo, lo que me llenó de una cantidad no precisamente pequeña de pánico. Durante demasiado tiempo me había convencido de que él era el único, el único que me haría bien. Que me haría sentir seguro. Que me haría sentir completo.

Si no tenía eso nunca más, entonces, ¿qué tenía?

Restregándome ambas manos por la cara, me levanté de la cama y me hundí en mi escritorio, abriendo de golpe mis notas de psicología anormal y diciéndome a mí mismo que en verdad podía estudiar cuando me dolía la cabeza de solo pensar.

Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me moví para recogerlo, contento por la excusa para posponer las cosas.

Christopher: Oye. ¿Todavía en casa?

Sonreí, ridículamente feliz porque él todavía se comunicara conmigo. Después de anoche, no estaba tan seguro.

Yo: Sí. Regrese hace un par de horas.

Christopher: Quiero verte.

Sin andarse con rodeos. Vacilé, resistiendo el impulso inmediato de escribir "sí." Necesitaba considerar esto. Usar la lógica en lugar del impulso salvaje, que parecía ser mi único ajuste cuando se trataba de él.

La pantalla se oscureció. El teléfono sonó de nuevo en mi mano, un nuevo mensaje de Christopher iluminó la pantalla

Christopher: Abre la puerta.

Mi cabeza se giró, mirando fijamente la puerta, como si se tratara de una cosa viva. Mi corazón despegó, salvaje como un pájaro atrapado y luchando dentro de mi pecho demasiado apretado. En dos zancadas estuve allí, tirando de la puerta para abrirla. Christopher estaba de pie delante de mí, teléfono en mano, esos ojos brillantes, más brillantes incluso de lo que recordaba, fijos en mí.

Nos movimos al unísono. Dio un paso hacia dentro, cerrando la puerta detrás de él mientras yo me deslizaba hacia atrás, dejando espacio para que entrara. Encerrados dentro de mi habitación, nos miramos fijamente el uno al otro, congelados como dos estatuas. Todo se detuvo. Como si alguien hubiera golpeado un botón de PAUSA. La sangre se precipitó, un rugido sordo en mis oídos. Imaginé que incluso podía oír el ruido sordo de mi corazón.

Entonces todo saltó a la acción.

Nos alcanzamos a la vez. Los teléfonos resbalaron de nuestras manos y cayeron al suelo con un ruido sordo mientras chocábamos. Nuestras bocas se fusionaron, labios separándose solo para tirar de nuestras camisas por encima de nuestras cabezas en un movimiento borroso. Todo era frenético. Desesperado. Casi violento en su ferocidad.

—Dios, te extrañé —murmuró, su mano rozando mi cara, fuertes dedos enterrándose en mi pelo y agarrando mi cuero cabelludo mientras su caliente boca se estrellaba contra la mía.

Mis manos fueron a la parte delantera de sus pantalones, tirando para abrir el botón, y empujé los pantalones hacia abajo mientras caía sobre mí en la cama, entre mis muslos. Se echó hacia atrás para bajarlos por sus estrechas caderas, maldiciendo cuando se quedó atascado en sus zapatos.

Observé, devorando la visión de él, mientras me quitaba ansiosamente mis pantalones, mi boxer, todo.

—Maldita sea —gruñó, tirando de sus zapatos y luego terminando de quitarse los vaqueros de golpe.

Luego nos unimos de nuevo, piel desnuda deslizándose sinuosamente la una contra la otra. Se acomodó entre mis muslos y se sentía tan bien, como dos piezas de un rompecabezas encajando.

Su boca se cerró alrededor de un pezón, y gemí, mis dedos apretando sus bíceps. Cambió su peso y llevó su erección directamente contra la mia.

Jadeé, mis dedos moviéndose para agarrar la parte de atrás de su cuello, aferrándome, tensándome contra él, acercándolo más, mientras hacía girar mis caderas, necesitándo su cercania como un cuerpo necesita el oxígeno.

—Seungmin, ¿estás seguro?

Dios, sí. Jadeando, moví las caderas y empujé contra él. —Quiero esto. Te deseo, Christopher.

Sus ojos brillaron ferozmente. Se despegó de mí y buscó a tientas sus vaqueros desechados. Casi gemí de dolor por la pérdida de él. Todo en mí se sintió frío, vacío.

Y luego la calidez estaba de vuelta. Él estaba entre mis muslos entreabiertos, abriendo una pequeña botella de lubricante. Levanto mis caderas y comenzo a esparcir el liquido sobre mi entrada para despues introducir dos dedos lentamente, colviendome totalmente loco y desesperado por más. Lo necesitaba completamente.

Saco sus dedos y casi llore por la perdida. Envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me arrastró más cerca, sosteniéndome con firmeza mientras comenzaba a hundirse en mi interior, sus ojos trabados con los míos. Fue un momento surrealista, mirando fijamente en las profundidades de sus ojos, sintiendo su cuerpo uniéndose con el mío.

Estaba listo. Mi cuerpo se estiró para acomodarlo. No era exactamente incómodo, pero sí definitivamente extraño. Y aun así excitante. Se me escaparon pequeñas respiraciones jadeantes.

Justo cuando pensé que había acabado, que estaba lleno del todo, empujó más profundo.

Mis ojos se abrieron mucho, llameantes, y lloriqueé. Bueno, eso fue un poco incómodo. Se quedó imóvil, sus bíceps tensándose, sus músculos agrupándose estrechamente. —¿Estás bien?

—Sí. No te detengas. ¡Hazlo!

El brazo en mi cintura tiró de mí más cerca, mientras entraba completamente en mi interior, arrebatándome un jadeo agudo.

—Wow —dije, ahogado.

—¿Debería...?

—Sigue adelante —ordené, mis uñas marcando su espalda. Balanceó sus caderas contra mí y grité, arqueándome contra él.

—Oh, mierda, Seungmin, te sientes bien.

Una dolorosa presión se construyó en mi interior mientras se movía más rápido, aumentando la deliciosa fricción. Fue como antes, cuando me hizo venir usando solo su mano. Solo que mejor. Todo más intenso.

Me retorcía contra él, desesperado por llegar a ese clímax. Enganchó una mano bajo mi rodilla y envolvió mi pierna alrededor de su cintura. El siguiente empuje me hizo añicos. Nunca había sentido nada tan increíble. Tan bueno. Mi visión se difumino mientras golpeaba ese lugar profundo. Se movió contra mí, trabajando un paso de ritmo firme. Arrastré mis uñas a través de su pelo, amando esta libertad absoluta para tocarlo, amarlo con mis manos. Su nombre salió de mis labios.

—Seungmin —gruñó en mi oído—. Vente para mí, bebé.

Estaba casi allí. Los estremecimientos me sacudieron. Escondí la cabeza en el cálido rincón de su cuello, amortiguando mis gemidos. Su mano me encontró, enmarcando mi cara. Un pulgar debajo de mi barbilla, los dedos extendidos sobre mi mejilla, me sostuvo allí, mirándome, mirando con atención dentro de mis ojos mientras se movía dentro de mí. —Quiero verte.

Asentí con una sacudida. La familiar opresión ardiente me embargó, me hizo arquearme contra él. —Ohh.

—Eso es, Seungmin. —Se empujó más duro dentro de mí y grité, cada terminación estalló. Me quedé lánguido. Me abrazó más cerca, sus labios apoderándose de los míos. Gemí en su boca mientras sentía su propia liberación a continuación, estremeciéndome a través de él.

Colapsamos juntos sobre la cama, su peso encima de mí. Tan pesado como era, no quería que se moviera nunca. Podría quedarme así para siempre.

Para siempre duró unos dos minutos. Christopher presionó un beso en mi clavícula que me hizo temblar y luego se levantó. Encontré algunas toallitas en mi cajón y me limpié. De repente todo sobresalto, obligándome a enfrentar la realidad de lo que acababa de hacer. Con Christopher.

Me apresuré a limpiar. Mi cara ardía mientras él me miraba. Eché la toallita en el pequeño compartimiento de basura, notando un ligero dolor cuando me moví. Poniéndome mi boxer de nuevo, bajé sobre la cama, tiré de mis rodillas contra mi pecho, y luego tiré de las mantas sobre mí.

—¿Estás bien?

Se sentó frente a mí, sus piernas a cada uno de mis lados, así podía mirarme de frente y abrázame al mismo tiempo.

Asentí. —No fue tan doloroso.

Colo su mano en mi cabello para acariciarme. —Mejorará.

Sentí mis ojos ensancharse. —¿De verdad? Porque eso fue bastante increíble.

Sonriendo, me besó. —Fuiste todo tú, bebé.

Lo dudaba. Nunca podría tener tanta diversión como había tenido con él. Dudaba que pudiera tener tanta diversión con nadie. Ese pensamiento me hizo fruncir el ceño. El pánico revoloteó en mi interior. Christopher—esto. No era el plan.

—Oye. Nada de ceños fruncidos. —Dio un ligero toquecito en el borde de mi boca—. ¿Quiero saber lo que estás pensando?

Tragué. —¿Cómo puede funcionar esto, Christopher?

Su sonrisa se evaporó. El brillo de sus ojos menguó. —Wow. No pierdes el tiempo. ¿Ya te estás librando de mí? Nada de tiempo para post-resplandor. —Permaneció sentado frente a mí, sus piernas extendidas a ambos lados de mí, pero dejó caer los brazos. No más abrazo.

—Lo siento.

—Sí. —Su voz espetó esa única palabra—. Yo, también.

—No quiero... —Me detuve, luchando para encontrar qué decir. Había mucho que no quería que sucediera en este momento. No quería que me odiara. No quería perderlo.

Se rio con aspereza. —No sabes lo que quieres, Seungmin. Eso está claro.

Sacudí la cabeza, sintiendo un bulto del tamaño de una pelota de golf dentro de mi garganta. —Lo hago. Siempre lo he sabido. Es por eso que esto... —Hice un gesto entre nosotros—... nunca puede ser.

—Oh. ¿Sí? Entonces hazme un favor y explícamelo. ¿Por qué es Changbin tan importante? ¿Por qué tiene que ser él? Porque eso es lo de lo que se trata, ¿correcto? Follas conmigo, pero aún quieres estar con él.

Me encogí y aparté la vista, mi mirada aterrizando en las fotos que había por la habitación. Una de mí con Hyunjin y Changbin. Se suponía que esto era mi futuro. Con esa familia. Con Changbin. O alguien como él.

—Sabes que mi madre se deshizo de mí y me dejó para vivir con mi abuela.

Me Lanzó una mirada. Asintió una vez, su mandíbula apretada con fuerza, esperando a que continuara. —Bueno, eso fue después de tres años de vivir con ella. Perdió la casa un año después de que murió papá. Luego dormimos en los sofás de amigos. Pero eso quedó atrás. Terminaron cansándose de nosotros. Y ella solo siguió empeorando... haciendo más mierda. Cualquier cosa buena, la perdió.

—Salvo a ti. Te mantuvo.

Me escocían los ojos. Asentí, parpadeando para hacer retroceder la quemazón. —Sí. Ella me mantuvo. Éramos nosotros dos. Sobreviviendo en habitaciones de motel. A veces, durmiendo en el coche. Haría cualquier cosa que necesitara para conseguir su próxima dosis.

Tocó mi cara, su pulgar acariciando mi mejilla. —¿Qué te pasó, bebé?

Inhalé. —Nada. Ella siempre me mantuvo a salvo. O lo intentó, de todos modos. Me dejaba en un armario o en el baño. Me escondía en la bañera con mi animal de peluche. Osito Morado. Lo tenía siempre. —Sonreí por el recuerdo—. Mi padre lo ganó en un carnaval para mí. Lo había perdido todo, pero todavía tenía al osito. Y a mamá. Cada vez que me metía en la bañera o en el armario, mientras se iba a drogar con algún perdedor, me decía que Osito Morado me mantendría a salvo hasta que ella viniera a por mí.

Me detuve, porque no podía hablar de lo que sucedió a continuación. Nunca había hablado de eso con nadie.

—Pero no te mantuvo a salvo, ¿verdad?

Negué con la cabeza, ahogando un sollozo. —No.

—¿Qué pasó?

Mi voz se hizo pequeña. —Me encontró en la bañera. —Presioné mis dedos contra mis labios—. No fui lo suficientemente silencioso.

—¿Quién te encontró?

Negué con la cabeza lentamente, viendo el destello de un anillo con una calavera. —Un tipo. Una de las... citas de mamá.

—¿Qué te hizo, Seungmin? —Su susurro estaba en contraste directo con su cara, que era tan dura como una piedra.

Me balanceé un poco hacia atrás en la cama, abrazando mis rodillas más cerca de mi pecho.

—Él me hizo salir de la bañera. —Tomé una respiración profunda, preparándome. Lágrimas silenciosas corrían por mis mejillas. Las limpié con mi mano, recitando los acontecimientos de esa noche con la mayor naturalidad posible, como si le hubiera pasado a otro chico y no a mí. Ahora que había empezado, estaba decidido a decirlo todo. Finalmente—. Y luego me hizo quitarme la camiseta.

Los brazos de Christopher se envolvieron a mí alrededor de nuevo, sosteniéndome, y en ese momento era como si fuera lo único que me mantenía compuesto. Impidiendo que me rompiera en pedazos. Mis dedos se clavaron en sus antebrazos, aferrándome a él, mientras las palabras salían de mí con prisa.

—E-Él se abrió la cremallera de sus pantalones y comenzó a jugar consigo mismo delante de mí... mirándome. Me dijo que lo tocara, pero no lo hice. —Sacudí la cabeza, apretando los labios en una línea firme al recordar la expresión del hombre. Enojo. Pero también se alegraba de que lo desafiara. Él quería que yo peleara—. Me dijo que me quitara el resto de la ropa. Traté de escapar. Me agarró y trató de bajarme los pantalones cortos. Me defendí y él solo se rio y me dio una bofetada. Entonces las cosas se pusieron realmente locas. Grité. Me puse un poco histérico. —Busqué la mirada de Christopher, negando con la cabeza casi en tono de disculpa. Como si de alguna manera debería haber mantenido la calma—. Era sólo un niño.

Él asintió, sus ojos parecían sospechosamente húmedos al parpadear. —¿Qué pasó después?

Me encogí de hombros como si no fuera gran cosa. —Mamá entró y enloqueció. Pelearon. Él le dio una bofetada, pero ella lo sacó por la puerta, y entonces simplemente entró en el baño y me miró fijamente. Nunca vi esa mirada antes. Incluso en el funeral de papá, nunca se había visto tan... destrozada. Metimos nuestras cosas en el coche y nos fuimos. Me quedé dormido en el asiento trasero, pero cuando me desperté estábamos en donde la abuela.

Me detuve en esta parte porque, así como fue duro contarle lo que me pasó en ese baño, esto en realidad era más difícil. Esta era la parte que estaba grabada en mi mente, grabada a fuego como una marca al rojo vivo.

—Yo estaba realmente emocionado al principio. Mamá y la abuela no se llevaban bien, así que no la veía mucho. Ella me llevó a la puerta. Me abrazó y... se despidió. —No podía respirar cuando me recordé de eso. La sensación de las manos de mi madre en mis brazos mientras ella se inclinaba y me miraba fijamente, con sus ojos extrañamente brillantes en su delgada cara—. Me dijo que no podía mantenerme a salvo nunca más. —Las lágrimas corrían libremente, sin control y en silencio sobre mis mejillas.

Christopher suspiró. —Era lo mejor que podía hacer...

—No —le espeté—. Lo mejor que podía haber hecho era conseguir la ayuda que necesitaba. Luchar con su adicción.

Él tomó mi mejilla suavemente. —Ella te llevó a un lugar seguro.

—¿Seguro? —Me reí de eso. Fue un sonido áspero y feo—. Es gracioso que digas eso.

Él arqueó una ceja.

—Cuando se estaba alejando, de repente se dio la vuelta. Regresó corriendo y tomó a Osito Morado. Me lo quitó. Lo desgarró justo enfrente de mí. —Todavía podía ver todos los mechones de algodón flotando en el aire.

—¿Qué demonios?

Continué con amargura, recordando cómo la observaba destruir a ese oso y sentía como si estuviera matando una parte de mí. —Me dijo que Osito Morado no podía mantenerme a salvo. Al igual que no podía ella. Que nunca debería esperarlo de nadie. Que yo tenía que cuidar de mí mismo y nunca contar con nadie.

Se quedó en silencio por un momento, procesándolo. —Estaba tratando de ayudar...

—Sí. Sé que estaba tratando de enseñarme una lección de autosuficiencia. A pesar de que fuera así de jodida. Pero era un niño.

Christopher me abrazó, su mano rozó mi espalda con caricias suaves. Lo dejé. Por un rato, de todos modos, dejé que su mano, sus brazos y su fuerte cuerpo, me consolaran, sabiendo que sería la última vez. Hizo pequeños sonidos de consuelo cerca de mi oreja. —Sé que fuiste herido—comenzó en voz baja—. También yo. Tal vez podamos ayudarnos a sanar el uno al otro.

Me separé, mirándolo con desconcierto.

Él me miraba, esperando mientras lo estudiaba. Observé a una persona igual de dañada que yo. Nadie perdía a su madre a los ocho, vivía con un hombre como su padre, y salía entero.

Me giré, tomé mi camisa y me la pase por encima de la cabeza. Frente a él una vez más, hablé de manera uniforme. —Desde que mi mamá me dejó he tenido un plan. Sé que suena ridículo, pero Changbin era parte de eso.

—Eso es mentira. —Se puso de pie. Indiferente a su desnudez, agarró su ropa y empezó a vestirse con movimientos duros—. Has construido una especie de cuento de hadas a tu alrededor. Supongo que la experiencia con tu madre no te enseñó una mierda.

Me estremecí. —¿Qué se supone que significa eso?

Se detuvo y me miró. —No quieres a Changbin. Todavía estás buscando tu Oso Morado. Alguien que te dé una sensación de seguridad. No lo entiendes. Eso no existe. Aunque tu mamá estuviera equivocada sobre un montón de basura, tenía razón en eso. Suceden cosas malas, y no siempre va a haber alguien allí para protegerte de eso.

Negué con la cabeza. —¿Y qué? Se supone que sólo tengo que accionar un interruptor, alejarme de algo bueno y recibirte...

Mi mirada se posó en él.

A ti.

No lo dije, pero ambos lo escuchamos. Él entendió. Su mirada me recorrió, a través de todos mis rasgos y características, sin perderse nada. Viendo más de mí de lo que le había revelado a nadie. Todos mis defectos.

Él hizo un sonido de disgusto y se movió hacia la puerta. Al abrirla, se detuvo y se quedó ahí de pie, mirándome desde el otro lado de la habitación. —Ni siquiera lo puedes ver. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás.

Y luego se fue. Me quedé completamente solo.

Estaba acostado en el mismo lugar en la cama cuando Jisung y Jeongin me encontraron. Ellos vieron mi rostro devastado y me rodearon en la cama. Entre lágrimas e hipidos estrangulados, se lo conté todo. Bueno, todo menos mi jodida historia y por qué no podía estar con Christopher.

—No entiendo. ¿Por qué no puedes darle una oportunidad?-Jeongin cuestiono mientras se acomodaba mejor en mi cama

—Dormiste con él —me recordó Jisung. Como si pudiera olvidarlo—. Debe de importarte.

Miré entre ambos sin poder hacer nada. No podía desnudarme hasta los huesos dos veces en un día. No podía hacerlo todo de nuevo. —Sólo confíen en mí. No funcionaría.

—Está bien. —Jeongin sostuvo mis manos entre nosotros, asintiendo suavemente—. Entonces te apoyamos. Decidas lo que decidas, estamos aquí para ti.

—Absolutamente —concordó Jisung—. Solo dinos a quién golpeamos en las bolas y lo haremos.

Me reí, limpiándome la nariz, que moqueaba. Por la sonrisa aliviada de Jisung, ese era claramente su objetivo. —No. No pegues a nadie.

Mi teléfono sonó desde el otro lado de la habitación. Me levanté de un salto para agarrarlo, con mi traidor y estúpido corazón elevándose con la loca esperanza de que fuera Christopher.

Evidentemente le iba a llevar un poco de tiempo a mi corazón ponerse al día con mi cerebro. ¿Por qué iba a querer un mensaje de él? Especialmente después de que acababa de romper con él. Um. No es que hubiéramos estado oficialmente juntos ni nada, pero te aseguro que lo sentí como una ruptura.

Vi el teléfono. El mensaje no era de Christopher.

Changbin: Ya te extraño. ¿Mañana, cena?

La culpa aguijoneó mi corazón. Mientras él me extrañaba, había estado con Christopher. Negué con la cabeza. Changbin y yo no lo habíamos declarado exclusivo. Y había pasado solo una vez con Christopher. Y ahora todo había terminado. Era hora de seguir adelante.

Obedientemente, le escribí un mensaje.

—¿Quién es? —preguntó Jisung mientras dejaba mi teléfono y me hundía en mi silla giratoria.

—Changbin. Quiere saber si quiero ir a cenar mañana por la noche.

—¿Qué le dijiste?

—Sí.

Jisung y Jeongin intercambiaron miradas. Claramente, pensaban que estaba loco, y no podía estar en desacuerdo. Las palabras de Christopher sonaban una y otra vez en mi mente. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. ¿Qué quiso decir con eso? Tratar de encajar todo eso me dio dolor de cabeza.

Me sentía trastornado. Finalmente tenía lo que quería. Al chico por el que había esperado casi una década, y lo único en que podía hacer era en alguien más. Alguien que estaba tan roto como yo.

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