twenty two

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Los días se transformaban en semanas. El tiempo se volvió frío y la primera semana de diciembre vio la primera nevada. Me perdí en la escuela, el trabajo y Changbin. Reunirnos en Java Hut por la mañana se convirtió en hábito. Fiel a su palabra, él me estaba cortejando. Por primera vez en mi vida tuve un novio.

Cenas afuera. Unas cuantas películas. Citas de estudio en la biblioteca. Era un perfecto caballero. Cada vez que el pensamiento de que tal vez era un poco aburrido cruzaba por mi mente —o que éramos— mi mente volvía a Christopher. No debería comparar, pero siempre me encontraba haciéndolo. Eran diferentes. Christopher era pasión. Christopher corría riesgos. ¿Christopher y yo? Bueno, eso no sucedería.

Además. Él ya no se acercaba a mí. Había continuado con su vida, igual que yo. Me sentía un poco mareado y especialmente amargado cuando pensaba en él retomando su vida, viendo a alguien más, me dije a mí mismo que se me pasaría. Con el tiempo.

Jisung vio a Christopher en el bar —recordándome innecesariamente que se veía muy guapo. Bueno, para citarlo: condenadamente bueno. Él lo había reconocido. Tal vez hablaron. No sé. Cambié de tema. Tenía miedo de preguntar. Miedo de saber que le dijo Jisung. Tan franco como era, estaba seguro de que no me gustaría.

Mis zapato resonaban en la acera mientras corría hacia Hut. Llegaba un poco tarde para el encuentro con Changbin. El pavimento claramente estaba libre de nieve, pero había una delgada capa que revestía los arbustos y el césped, como polvo fino.

Acurruqué mi barbilla en lo más profundo de mi bufanda favorita. Fue un regalo de Hyunjin la navidad pasada, y más de lo que yo hubiese gastado en mí mismo. Girando la esquina, vi a Changbin esperando afuera. Se veía bien en su abrigo oscuro, con una bufanda de lana de color ceniza envuelta sin esfuerzo a su alrededor. Era uno de esos tipos que se veían bien en un pañuelo. Un par de chicas que pasaban por la acera le enviaron una larga mirada. Él no se dio cuenta. Su atención estaba fija en mí mientras me acercaba.

—Hola —lo saludé, y mi aliento apareció ligeramente delante de mí.

—Hola allí. —Se inclinó y besó mi mejilla.

—No tenías que esperar afuera. Hace frío.

Abrió la puerta para mí y me dirigí hacia el interior cálido y acogedor, inhalando inmediatamente el aroma de los granos de café y los pasteles recién horneados. Sonaba música navideña suavemente y varias coronas navideñas y guirnaldas verdes colgaban alrededor del lugar.

Quitándome los guantes, me puse en la fila.

—Déjame adivinar. ¿El habitual café con leche y bollo inglés? —preguntó a mi lado.

—¿Soy así de predecible? —Sonriendo, entrecerré los ojos con falsa molestia—. Eso no es algo tan bueno, creo. Solo hemos estado saliendo por un tiempo.

—Pero nos conocemos desde siempre —me recordó.

—Supongo. Pero deberia ser más misterioso.

Su mirada me escaneó. —Oh, tú eres muy misterioso, Seungmin—. La forma en que sus ojos se detuvieron en mi boca mató el momento alegre. Yo sabía lo que estaba pensando. No era difícil leer su mente cuando me miraba así.

Desde el regreso de casa —desde Christopher— el alcance de nuestro tiempo juntos había sido solo besarnos. Nada más. La otra noche en su casa, él había deslizado una mano debajo de mi suéter. ¿Mi reacción? Salir disparado de su sillón e inventar alguna excusa para regresar a casa. No fue difícil averiguar la pregunta en su mente. ¿Por qué era tan frígido?

Se sentía demasiado pronto. Demasiado rápido.

Tomaste las cosas de forma rápida con Christopher. Sacudiendo el pequeño susurro molesto, miré hacia adelante, deseando que la línea avanzase. Ahí es cuando noté al chico que se alejaba de la cajera y se movió a un lado para esperar por su bebida en la barra. Era difícil de pasar por alto, era muy guapo. Todavía lo admiraba cuando Christopher se unió a él.

Mi Christopher.

No. No mío.

Todo se desaceleró y se paralizó. Excepto ellos dos. Christopher y este hermoso chico. Obviamente él había pagado por sus bebidas. No se tocaban, pero su lenguaje corporal era tan familiar como para estar parados cómodamente uno al lado del otro. Él se inclinó hacia Christopher mientras le hablaba, tocando su brazo.

Christopher estaba parado en su habitual forma casual, una mano se deslizó hasta la mitad del bolsillo trasero de sus vaqueros mientras lo escuchaba, mirándolo como solía mirarme a mí. Con intención y concentrado. Como si todo lo que estuviera diciendo fuera fascinante.

—Seungmin, la fila avanzó. —Changbin tomó mi codo y me guio hacia adelante.

Me dolía el pecho. El aire se sentía demasiado grueso para llegar a mis pulmones. No serían capaces de irse sin verme. Acercándonos cada vez más, ahora estábamos a pocos metros de distancia de ellos. En pánico, me di vuelta.

Me estaba volviendo loco, pero nunca había contado con verlo de nuevo. Estúpido, supongo, pensar que limitaría su vida al bar. Por supuesto que hacia otras cosas. Corría todas las mañanas. Jugaba al fútbol y entrenaba a la liga de muchachos. Arreglaba el fregadero de los Shin y todo lo que se rompía en su casa. Estaba ahí, coexistiendo en el mismo mundo que yo. Yo debería haber anticipado este momento. Solo porque renuncié a ir al Mulvaney's no significaba que nunca iba a volver a verlo cara a cara.

—Seungmin. —Changbin me miró con preocupación, arrugando la frente—. ¿Estás bien?

Asentí, programándome para volver a funcionar. —Sí. —Sintiéndome más tranquilo, inhalé y solté el aire, esperando que Christopher y su acompañante hubieran salido por la puerta para ese instante.

Christopher estaba parado directamente frente a mí. —Hola, Seungmin. ¿Cómo estás?

Su voz sonaba exactamente como la recordaba. Profunda. Incluso calmada. Su rostro no revelaba ninguna de las intensas emociones que habían estado allí la última vez que lo vi. Parecía relajado. Cortésmente interesado.

—Hola. Estoy bien. ¿Cómo estás? —¿Ese croar fue mi voz?

Asintió. —Bien.

Cortesías inútiles: hecho.

Se estiró y rozó ligeramente el brazo del chico a su lado. —Este es Felix.

—Hola. —Sonrió cálidamente. Detecte un acento.

La mirada de Christopher viajó hacia Changbin, recordándome que era mi turno. —¿Recuerdas a Changbin?

—Sí. Hola. —Los dos se dieron la mano, y el momento fue incluso más extraño que la última vez en Gino's. Changbin, mi ahora novio, dándose la mano con el tipo al que había echado de mi dormitorio minutos después de que tomara mi virginidad. No creí que un café con leche fuera suficiente para mí. Necesitaba algo más fuerte.

La mirada de Christopher volvió a mí. —Bueno, te veo alrededor. Cuídate.

Asentí, pasmado. —Adiós. Feliz Navidad.

Dudó, su mirada ilegible ante la mía, persistente. —Igualmente, Seungmin.

Y entonces se fue. No me pude resistir a echar un vistazo a escondidas cuando partieron y pasaron frente a las ventanas delanteras. Hacían una hermosa pareja, y eso solo me daba ganas de vomitar.

Cuando me volví, encontré a Changbin observándome, una mirada reflexiva en su cara.

Le mostré una sonrisa y me acerque a la cajera. Pedí mi bollo y mi café con leche. —Ves —le dije mientras nos movíamos a la barra—, si me conoces bien.

—Quiero hacerlo.

Algo en su voz llamó mi atención. Me miró inquisitivamente, sus ojos marrones analizándome. Como si quisiera que yo dijera algo. O hiciera algo.

Puse una mano en su pecho y me incline para darle un beso en los labios. Me sorprendió al tirar de mí, acercándome, y besándome más exuberantemente de lo que había hecho en público jamás.

Cuando se retiró, dijo—: Quiero conocerte. Si me dejas.

Un repentino bulto se formó en mi garganta, haciéndome imposible hablar. Mi café con leche y mi bollo aparecieron en la barra y me moví hacia delante para recogerlos, preguntándome siquiera si podía hacer esa promesa con alguna honestidad. Porque algo se estaba volviendo cada vez más claro para mí. No importaba cuánto había intentado fingir. No importaba cuánto tratara de negarlo.

Christopher me había arruinado para todo el mundo.

(...)

Cerrando la puerta de la habitación de Yuna, me fui al dormitorio de Ryujin en la parte superior de las escaleras. La niña de siete años también dormía, su pulgar en su boca. Habíamos tenido una noche ocupada. Ambas niñas estaban exhaustas. Habíamos coloreado y jugado Candy Land y a las escondidas. Todo antes de cenar pizza y galletas hechas de cereal de arroz inflado en forma de árboles de navidad. Satisfecho de que ambas estuvieran instaladas, fui abajo. El nuevo cachorro de los Shin tenía sus patas sobre la mesa en un intento de masticar la esquina de mi cuaderno. Sonriendo, recogí a la bolita de pelo y lo abracé por un momento mientras admiraba el centelleante árbol de navidad. Apunté hacia uno de los brillantes paquetes que eran para el cachorro. —¿Todas estas cajas y tú eliges mis cosas? Ya me puedo oír diciéndole a mi profesor: que el perro se comió mi tarea.

La pequeña bestia abofeteó mi nariz con una pata demasiado grande y lamió mi cara.

—Ay, no trates de convencerme. La señora Shin dice que tienes que ir a tu cama después de que las chicas van a la cama. —Caminé por la antigua casa, pasando la cocina y el corto pasillo hacia el lavadero, donde se guardaba la cama del perro. Una vez dentro, el cachorro inmediatamente comenzó a llorar.

Moví un dedo en su cara mirándolo a través de la puerta de la jaula. —Basta. Ya sabes cómo son las cosas.

Cerré la puerta del cuarto de lavandería para no tener que escuchar los lloriqueos del pequeño labrador y tome un lugar en el sofá. Una semana antes de las vacaciones y tenía un ensayo que hacer. Por eso tomé el trabajo cuando me llamó la señora Shin. Changbin había querido que saliera con él y algunos de sus otros amigos de medicina, pero de esta manera supuse que al menos podría terminar mi primer borrador.

No tuvo nada que ver con el hecho de que había decidido que debía romper con Changbin. Al menos, eso es lo que me dije a mi mismo.

Suspiré pesadamente. No podía soportarlo más. Él me importaba demasiado. Era tan bueno. Solo que yo no lo apreciaba como él se merecía. No lo quería. No como quería a Christopher.

Podía admitirme eso a mí mismo ahora. Quería a Christopher. Malo o bueno, ahí estaba. No es que importara. Él ya lo había superado. Incluso si no hubiera sido terrible con él, si la idea de ir con él no me llenara de todas mis viejas angustias, ahora tenía a Felix.

No. No iba a romper con Changbin para después ir detrás de Christopher. Lamentablemente, ese barco ya había zarpado. Lo hacía porque no era justo quedarse con Changbin sintiendo lo que sentía. Changbin me quería. Todo de mí. Y no podía hacerlo. No podía dárselo. No podría tenerme. Tenía que terminarlo. Estaba esperando el momento oportuno. Las palabras correctas.

Empujando a un lado los pensamientos de Changbin y Christopher, me obligué a concentrarme en mis notas y a escribir. Pasó una hora. Estaba a la mitad de mi borrador y progresando cuando recosté la cabeza en el sofá para descansar los ojos doloridos. Por un minuto. Tal vez, si tenía suerte, Christopher me estaría esperando en mis sueños.

(...)

Me desperté con un tenue sonido de estallido.

Enderezándome en el sofá, me tomó un momento recordar dónde estaba. Tosí, cubriendo mi boca mientras mi cerebro despertaba y luchaba por comprender por qué la sala era tan gris. Las luces del árbol de navidad brillaban en el aire opaco.

Humo.

Mi corazón saltó a mi garganta. Me puse de pie de un salto y miré a mi alrededor violentamente, tratando de procesar lo que estaba sucediendo.

Oí el pop de nuevo.

Fuego.

El humo agrandándose desde la cocina. Me apresuré por ese camino, mirando dentro, pensando que tenía que darme prisa y apagar lo que sea que se estaba quemando.

Fue entonces cuando me di cuenta de que la estufa estaba envuelta en llamas las cuales se estaban propagando por los armarios. El calor llegó a donde estaba, chamuscando mi cara. Inmediatamente me olvidé de tratar de apagar el fuego por mí mismo. Ni siquiera sabía si tenían un extintor en la casa.

Las niñas. Ellas eran mi único pensamiento mientras me precipitaba hacia las escaleras, corriendo a través del humo en aumento. Tosí violentamente, recordando que en caso de un incendio debes arrastrarte por el suelo, en donde el humo es menos denso.

Excepto que las niñas estaban en el segundo piso. No tenía otra opción. Iba a subir.

Me apresuré a subir las escaleras, jadeando y tosiendo en mi camino a través de la bruma. La alarma de humo se activó entonces, ruidosa y chillona. Oré para que en realidad estuviera conectada a un sistema que alertara a las autoridades, y no sólo una advertencia para los habitantes de la casa.

Corrí a la habitación de Yuna y cogí a la niña de dos años de edad. Se resistió al principio, aturdida y confundida por el sueño. Sosteniéndola con fuerza, me mantuve en movimiento, hablando, así ella podía reconocer mi voz. —Soy yo, Yuna. Tenemos que salir de la casa.

Ryujin ya estaba despierta por la alarma, sentada en la cama con los ojos muy abiertos en su carita. —¡Vamos! —Tomé su mano y la puse detrás de mí. Cuando llegamos a la cima de la escalera, el fuego era una bestia viva y respirable allí abajo, gruñendo para nosotros.

Ryujin se alejó con miedo. Apreté mi agarre sobre su pequeña mano, decidido a no perderla. —Tenemos que hacer esto. ¡No sueltes mi mano!

Tal vez fue el pánico en mi voz, pero ella dejó de alejarse. Yuna enterró su cara en mi suéter y apretó sus delgados brazos alrededor de mi cuello. Agarrándolas fuertemente, bajé las escaleras. Sólo unos pasos más para alcanzar la puerta principal. ¡Íbamos a hacerlo!

De alguna manera, estuve atento para agarrar mis cosas de la mesa que había justo al lado de la puerta principal. Quitando el cerrojo de la cerradura, nos lancé hacia fuera, al aire fresco, dejando el calor y el humo detrás.

Llegué a separarme varios metros de la casa antes de pasar a Yuna a su hermana. Mis ojos habían derramado tantas lágrimas que era difícil ver, pero me las arreglé para recuperar mi teléfono. Sobre los sollozos de las niñas, marqué a los bomberos. Estábamos lejos, a las afueras de la ciudad, sabía que iba a llevarles un tiempo el llegar aquí. Solo esperaba que quedara algo de la casa cuando llegaran.

Acababa de dar la dirección al operador cuando Ryujin gritó lo suficientemente fuerte como para darme un ataque al corazón. Caí de rodillas en el frío suelo y agarré sus brazos. —¿Qué? ¿Qué es? ¿Estás herida?

Señaló la casa. —¡Jazz! ¡Jazz está dentro!

Volví a mirar con horror la casa en llamas. Oh. Dios. El cachorro. Solo actúe. Empujé el teléfono hacia Ryujin. —¡Esperen aquí! Lo digo en serio. Quédate con tu hermana. La ayuda está en camino.

Corrí a la casa, convencido de que podía hacer esto. Todavía había tiempo. El lavadero se encontraba al otro lado de la cocina. Podía llegar a él. Podía salvar al perro.

Dejándome caer de rodillas, empecé a arrastrarme a través del humo. Conocía los planos de la casa muy bien. Tosiendo, llegué a la habitación rápidamente y tuve la puerta de la jaula abierta en un instante.

El cachorro gimió pero vino a mí fácilmente. Lo metí dentro de mi sudadera. Cuando me di la vuelta, dispuesto a arrastrarme hacia fuera, el fuego se había extendido aún más, una gran pared delante de mí. En un abrir y cerrar de ojos, había consumido la mitad de la sala de estar, devorando las paredes como una especie de río de un color rojo-anaranjado.

Oh, Dios. ¿Esto era todo? Había vivido toda mi vida con miedo de hacer un movimiento porque podría ser el equivocado, ¿y ahora iba a morir en un incendio antes de cumplir mis sueños?

Me despedí de Christopher y lo eché de mi vida ¿para qué? ¿Para finalizar de esta manera? No. Demonios, no.

Me moví, arrastrándome por el suelo, atragantándome por respirar. Avancé con una mano después de la otra. El cachorro era todavía un pequeño cuerpo caliente dentro de mi sudadera, y me preguntaba vagamente si era demasiado tarde para él. ¿Había sido todo esto para nada?

Todo mi cuerpo se sentía como plomo mientras luchaba contra el humo negro. Mi cabeza palpitaba mientras respiraba con dificultad, mis pulmones se marchitaban, muriendo por una muestra de oxígeno. Giré el rostro, buscando, de pronto confundido. ¿Por dónde estaba la puerta?

Oh, Dios. Lo siento. Lo siento mucho. No estoy seguro de a quién estaba dirigida la disculpa. ¿A mí mismo? ¿La abuela? ¿Mis amigos? ¿Christopher?

Christopher.

Sí. Me hubiera gustado poder decirle que lo sentía. Lo sentía por huir. De nosotros. De todo lo que me había ofrecido. Ese fue mi mayor pecado, me di cuenta. Mi mayor arrepentimiento. Huir del amor. Soy la cosa más segura que encontrarás jamás. De pronto entendí lo que él había querido decir. Se había preocupado por mí. Tal vez incluso me amaba. Era real. Mejor que cualquier plan o fantasía que había creado en mi cabeza. Y yo lo había alejado.

Mis brazos cedieron. Me dejé caer sobre la alfombra, colapsando sobre mi costado, aun tosiendo, mi pecho apretado y dolorido.

—¡Seungmin

Me estremecí.

—¡Seungmin

Mente Cruel. Tal vez esto era mi infierno, imaginar la voz de Christopher tan cerca.

—¡Seungmin!

Obligué a mi cabeza a subir y miré a través de la bruma. Distinguí la forma de alguien a través del humo y las llamas. Sólo un vistazo y luego se alejó. Pero reconocí la voz. Christopher...

—¡Aquí! —Mi voz salió como un patético graznido.

La vida surgió dentro de mí, desesperado por una oportunidad más. Mi cuerpo luchó por apoyarse en mis manos y rodillas.

Grité de nuevo. —¡Aquí! —dije más fuerte, pero aun así no fue suficiente. Jadeante, me empujé a mí mismo para seguir adelante, rogando estar dirigiéndome en la dirección correcta. Estaba avanzando hasta que me topé con algo duro. Miré a través de la niebla, registrando que era el reloj del abuelo de los Shin. Las llamas se habían comido la parte superior del mismo. De repente empezó a desmoronarse. Intenté retroceder, pero se vino abajo, aterrizando sobre mí y sujetándome a través de mis caderas. Era solo cuestión de tiempo antes de que se viera envuelto en el fuego. Y yo con él.

Algo gimió y oí un choque detrás de mí. Una mirada hacia atrás reveló que una sección del techo se había derrumbado. No pasaría mucho tiempo antes de que el resto del mismo se desmoronara. Iba a morir quemado. Y Christopher estaba aquí en algún lugar buscándome.

Él también se quemaría.

Echando hacia atrás la cabeza, grité con todo lo que me quedaba. Para salvar a Christopher. Para salvarme. Mi voz se rompió desde mi garganta en carne viva. —¡Aquí! ¡Estoy aquí!

Era suficiente.

Christopher salió, arremetiendo a través del humo, con la cara sudorosa y roja donde no estaba cubierto de hollín. En cuclillas, me liberó y me arrastró hacia sus brazos. Acunándome en su pecho, no se molestó en gatear. Corrió. El fuego rugía a nuestro alrededor mientras hacía una línea recta hacia la puerta.

Saltamos a la noche. El frío repentino fue una conmoción frente a mi piel escaldada. Christopher me llevó al lugar en donde esperaban las niñas. Una vez allí, se dejó caer de rodillas, todavía aferrándome a él.

Las niñas nos rodearon, llorando y gritando. Todavía respiraba con dificultad, hambriento de aire. Todo en mi dolía. Mis pulmones, los ojos, mi piel.

—Seungmin. —Christopher giró mi cara y me examinó—. ¿Estás bien?

Asentí una vez, e incluso ese movimiento me dolió. —¿Lo estás tú? —Traté de evaluarlo a su vez, para ver si estaba herido, pero mis ojos seguían empañados con lágrimas.

—Estoy bien.

Algo se agitó en mi pecho y me acordé del cachorro. Tiré del dobladillo de mi sudadera, y las niñas vieron a Jazz. Chillaron y lo agarraron.

Todavía incapaz de recuperar el aliento, caí en el suelo.

El rostro de Christopher se cernió sobre mí. —¿Seungmin? ¿Seungmin?

Sonaba tan aterrorizado. Quería decirle que todo iba a estar bien. Que yo estaba bien. Quería darle las gracias por haber venido, por darme las fuerzas para seguir adelante, para seguir luchando.

Quería decir todas estas cosas. Todas estas cosas y más. Pero no pude. No podía recuperar el aliento. Mi mano se desvió hacia mi pecho, como si pudiera encontrar allí algún interruptor para ayudar a abrir mis pulmones hambrientos de oxígeno.

No había interruptor.

Respiré con dificultad, pequeños sonidos terribles escapando de mis labios mientras luchaba por más aire. Manchas bailaban ante mis ojos, y odiaba eso en su mayoría. Los bordes de mi visión eran de color gris

Apenas podía ver a Christopher. Mi mirada cansada, como si luchara para memorizar su rostro. Sobrecalentado y llenó de hollín, era la cosa más hermosa que había visto jamás.

Sin embargo, podía escucharlo, gritando mi nombre una y otra vez. Podía sentirlo. Sus manos en mis brazos, mi cara.

Mi visión se oscureció, y justo antes de que la oscuridad rodara dentro de mi mente, dejé escapar dos palabras. Sólo dos palabras. Pero eran buenas. Esperaba que las hubiera escuchado.

—Te. Amo.

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