𝐝𝐨𝐬

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La puesta del sol.

Trabajaba arduamente bajo ese intenso sol. Cargaba las cosas, de una manera pesada, sabiendo que si no avanzábamos en esta construcción, el tren no podrá sobrepasar por las áreas concordadas. El hecho de que los voluntarios de Marley nos ayudaran, no significaba que podíamos confiar plenamente en ellos, después de todo, venían desde más allá del mar, donde nos veían a nosotros como una isla llena de aberración. Las gotas de sudor bajaban por lo frente, como las gotas de sangre misma que se deslizaban por todo mi rostro en mis más profundas pesadillas. Aturdido, en medio del agua que le había arrebatado a Sasha para refrescarme, me quede viendo el charco de agua que se secaría inmediatamente por la bruma de calor. Todos trabajaban a mi alrededor, sin vacilar seguían esforzándose, pero por alguna razón el charco de agua que veía, lo veía como si fuera la misma sangre que yo no derrame. Era la sombra, la presencia de una conciencia que no era mía, atacándome, comiéndome hasta el más mínimo puro sentimiento que tenía. Parpadeé, hasta incluso mirar mis manos humedecidas por la refrescante agua que había caído en mi. No era yo, no había sido yo quien cobró todas esas inocentes vidas que alguna ves, él hizo, había sido Berthold, pero yo estaba dentro de lo que había sido como el titán colosal.

—Ah.—solté una bocanada de aire, levantando la vista para encontrarme con la calidez de una mirada sutil que Mikasa me dirigió con preocupación.

—Armin, ¿estás bien?—me preguntó, apretando mi hombro, mientras que veía las gotas de sudor marcarse en su ropa, ella estaba exhausta y aún así, continuaba trabajando.

—Si, solo estoy cansado.—expresé apenado.—Como siempre.—añadí, visualizando como Sasha se tiraba al suelo cansada, buscando aire.

—Con este clima tan caluroso, quien no lo estaría.—comentó Jana, sosteniendo unas herramientas, mientras se las pasaba a Connie en sus peticiones.

—Sasha, levántate del suelo.—pidió Mikasa, inclinándose para intentar de levantar a nuestra amiga e inducirla a trabajar.—Ese enano vendrá pronto, no quiero que te reprenda otra ves.—decía.

—Debemos entenderlo, el capitán Levi ha tenido que acoplarse a ciertos cambios que no le han sido para nada emocionante.—musitó Eren, quien tiraba unos trozos de madera, con su semblante decaído y ojos apagados, nos miró.—Trabajar con el hombre que le quitó la vida a cientos de soldados, no debe ser nada fácil.—artículo, sabiendo que estaba hablando también del mismo hombre que llevaba su sangre e indicio un plan para "salvarnos", o eso, pensaba.

—Oye Eren, solo enfócate en trabajar. Tú tampoco te vas a librar por ser el más importante aquí.—opinó Jean, con un tono hostil, su cabello alargado estaba tapado por su sombrero.

—No me hago el más importante, Jean.—infirió Eren, continuando en trabajar, evadiendo la mirada de Jean, quien lo miraba.—Solo qué hay días donde, puedo sentir su... —él se detuvo, levantando su mirada para verme y lanzarme un balde de agua fría, temían decir que nombre.

—Yo también la extraño.—admitió Connie, con su cabeza baja, sosteniendo unas herramientas, en medio de un silencio pesado y largo, intentaban de evadir mi mirada decaída.—Lo hago todos los días.—añadió, apenado, su mano temblaba.

—Basta. Por favor.—pidió Jean, levantándose del suelo para sacudir sus manos e intentar de desvanecer el tema cuando dirigió su mirada a Mikasa y noto como ella, se quedó ida.—Hoy no.—añadió, para mirarme e intentar de empatizar con nuestros sentires, pero había sido Jean quien perdió a Marco, para luego tener que perderla a ella, no era fácil para ellos, para ninguno.

—¡¡Hola!!—nos gíranos desolados, visualizando cómo la comandante Hange venía en un caballo, acompañada del capitán Levi y la capitana Laia.

—Espero que traigan buenas noticias.—musitó Jana, levantándose del suelo, quedando ella aún lado de Jean, aunque la diferencia de altura era bastante notable; ella era más baja que él, pero sin duda ambos, tenían un complemento que les hacía ver perfectos el uno al otro, como sin duda, lo éramos ella y yo.

—¡Vaya, me sorprende que ustedes puedan trabajar tanto con este calor!—visualizando a Hange, podía ver la fría mirada del capitán Levi, quien cruzado de brazos, caminaba aún lado de la capitana Laia, quien también mantenía el mismo semblante que él.

—Si, de hecho. Nuestra única misión era cuidar de este idiota.—le comentó Jean, mirándola.

—Siguen igual de idiotas. Lo único que tienen desarrollado aquí es su cuerpo.—expresó el capitán Levi, cruzándose de brazos para mirar de reojo a Connie, de una manera hostil e arrogante.

—¿Nos hablarán sobre Hizuru?—se preguntó Eren, refiriéndose a ese lugar donde residía un clan que recibimos meses atrás, uno que tenía una relación sanguínea con Mikasa, y su familia.

—La familia Azumabito nos acaba de dar su respuesta.—le indicó Hange, acomodándose frente a nosotros, le mirábamos ansiados por saber.

—¿¡Qué dijeron!?—se preguntó Eren de una manera impulsiva y altanera, pero tan solo era su curiosidad.

—Nada bueno. Parece que no vamos a poder contar con Hizuru. Tenía razón, el país de Hizuru quiere monopolizar todos los recursos de la isla Paradis. No nos ayudará a comercializar con las otras naciones, ademas, el mundo entero quiere que Paradis sigue siendo la raíz de todas las desgracias. Porque creen que eso ayuda unir a sus países, y se mantiene la estabilidad global.—respondió Hange detalladamente, dejándonos a todos sumamente desconcertados.

—Entonces, los únicos que nos queda es depender del retumbar y sacrificar a Historia.—expresó él, mirándole afligido, estaba desilusionado, podía verlo en su mirada.

—No puede ser, entonces, ¿ellos deciden por su cuenta que somos unos demonios?—me pregunté, desconcertado.—¿Por qué no pueden considerar un camino donde todos podamos estar en paz?—me cuestione, cabizbajo.

—Creo que ellos, no saben cómo hacer eso. No saben nada de nosotros, y es por eso mismo que nos temen.—opinó Mikasa aún lado de mi, con entendimiento a la situación que nos sometían.

—Exacto. El mundo no puede confiar en unas personas que nunca han mostrado sus rostros. Por eso debemos conocerlos, si ellos no saben de nosotros, entonces iremos a decírselos.—exclamó Hange, por lo cual la miramos.—Después de todo, ¿no es eso lo que hace la legión?—se preguntó ella, dejándonos en asombro.

Su mensaje había sido más que claro, además, también parecía ser lo más prudente que pudiéramos hacer en una situación tan tensa como en la que estábamos. Sometidos en ese tren, visualizando las vías que habíamos construido con esfuerzo, nos manteníamos en silencio y distantes. En si, me encontraba en el delantero, dándoles la espalda mientras veía la puesta del sol caer frente a nosotros como un presagio de esperanza, pero yo parecía ser el único que a pesar de todo, tenía esperanza de que viviríamos en un mundo mejor, en el mundo en que ella quiso vivir. Cerré mis ojos, no podía evitarlo. Pensar en ella, era inevitable. Sus ojos me persuadían, me ahogaban en el vaso de lágrimas que derramaba cada día al recordarla. Apreté fuertemente esa palanca, mi mano temblaba. Las imágenes de ese día llegaban, como las frías gotas de lluvia cuando enterramos una tumba sin un cuerpo, solo un meñique. Me estremecí. Mi cabeza dolía, pensando en eso. Suspire, intentando de no adormecer mi cuerpo y que nadie se diera cuenta, pero un susurro en mi oído, me hizo girar de reojo y ver, los claros ojos de esa joven con cabello color cobrizo. Jana me miraba detenidamente, entendía mi pensar, como si lo viera a través de mis ojos. ¿Cuan mal se sintió ella al saber que una amiga murió? En sus ojos, veía tristeza.

—¿Infiltrarnos en Marley?—se preguntaba Connie, deje de mirarla para verlo a él, quien estaba tirado para atrás y con su sombrero ajustado en el cuello, su gris cabello crecía.

—Hange tiene unas grandiosas ideas, así podríamos ir y probar verdadera comida de Marley.—expresaba Sasha a su lado, ella también como todos, habíamos cambiado en estos dos años.

—Me preguntó que debería llevar. Sería malo si me llega a doler el estómago.—pensativo, Connie yacía con su cabeza baja, sonriendo de lado.

—Medicinas estomacales, un cepillo de dientes y algo con sabor hogareño.—le decía Sasha, contándolo con los dedos de su mano, contenta e entusiasmada.

—¿Acaso no escucharon lo que Hange decía?—pregunto Mikasa, maduramente quería que la situación se viera seria, como debía de ser, pero yo tan solo miraba y entendía, más allá de eso.

—Si el mundo sabe que deseamos la paz, es posible que algo cambie.—comente yo, de una manera neutral, viendo la puesta del sol.

—El problema es, ¿acaso esas personas quieren paz?—se preguntó Jana, sentándose en el banco que había aún lado de mi, pero me quede de pie, guiando aquel ferrocarril.

—Solo me quedan cinco años de vida... —de espalda, no tarde en ver a Eren, sentado y cabizbajo, con su cabello suelto y despeinado.—Es hora de decidir quien heredará mi titán.—expresó, creando un leve silencio entre nosotros

—Yo lo haré.—respondió Mikasa brevemente, sin analizar la tensa situación de ser un titán, porque en este momento, deseaba más que nadie, ser quien solía ser antes de esto.

—Claro que no. Aún no sabemos nada sobre los Ackerman. Además, eres media asiática. No ganarías nada volviéndote titán. Hay demasiadas razones para que no lo seas.—interfirió Jean, mirándola detenidamente y en ese instante, un choque de miradas incómodas se esclareció entre Jana y ellos, como si un límite había sido cruzado, pero me mantuve aislado y en silencio.

—¿Entonces quien más?—se preguntó Mikasa, desaprobando el comentario de Jean.

—Yo.—respondió Jean, cínicamente.—Soy mucho más inteligente que Eren, no me pondría en riesgo como él, y tomaría decisiones maduras.—detallaba, ofendiendo sin duda a Eren.—Ese soy yo, aunque no me emociona quedarme con tus sobras, pero no hay nadie mejor que yo.—indico.

—Morirías de tan solo obtener el poder, arrogante.—comentó Jana, mirándolo de reojo.

—No podemos dejar que alguien tan "impresionante" muera trece años después. ¿Acaso eres idiota?—le preguntaba Connie.—Tú deberías ser el líder.—opinó.—Yo heredaré el titán de Eren.—afirmó, por lo cual deje de mirarles, sabiendo que no llegaríamos a nada.

—No quiero que sean ustedes.—escuché a Eren, sintiéndome tenso por eso, como si mi piel se erizara al escuchar esas palabras tan honestas.

—¿Por qué?—se preguntó Jean, este no estaba tan lejos de él en el banco, debía estar mirándolo y buscando entender los sentimientos de Eren.

—Porque los aprecio más que a nadie. Por eso quiero que vivan mucho tiempo.—un gran silencio se quedó, en medio de esa confesión, me giré para mirar cómo Eren se quedó cabizbajo, mientras que todos le miramos desolados por eso, inclusive, las mejillas de todos se sonrojaban.

—¿Por qué te sonrojas? !¿Qué harás ahora que dijiste eso?!—le preguntó Jean agitado, sonreí, el hecho de que ambos aún lidiaran con su amistad, era algo confortador de ver.

—Lo lamentó.—se disculpó Eren, apenado y cabizbajo, pero la mirada tan detenida que Mikasa tenía en él, le hacía sin duda sonrojarse más.

—Jean, simplemente es él resplandecer del ocaso, por eso nos vemos rojos.—exprese, apretando el mango del tren en cuanto visualicé el horizonte del mar, me tensé y poco a poco, fui deteniendo el ferrocarril.

—Armin idiota, ¿qué estás haciendo?—me preguntó Jean, levantándose del banco cuando noto la pausa del transporte donde estábamos, pero aturdido, la ventisca de la brisa me azoto y me hizo recordar, esos días.—Oye Armin.—me llamo nuevamente, ignoré su llamado, viendo el mar.

—Me bajaré aquí, ustedes pueden continuar sin mi.—musité, removiéndome, pero la mano de Jean sostuvo fuertemente mi brazo.

—Nos iremos juntos a casa, Niccolo debió habernos preparado comida, quédate.—me pidió, con un tono altanero y ofendido por mi salida.

—Si Armin, comamos juntos.—Sasha también me miró, mientras que Eren mantenía su cabeza baja, pensativo ante mi actitud tan repentina, pero él entendía que el mar me debilitaba, entendía que ese color azulado me llevaba a sus ojos.

—Jean, déjalo.—pidió Mikasa, notándome afligido en mis pensamientos más agonizantes.—Déjalo ir.—él me miró ante la petición de Mikasa, dejando de sostener mi mano y como si estuviera entristecido, se sentó brusco en el banco.

—Lo lamento Armin. Yo, no sé cómo ayudarte.—expresó, bajando su sombrero.—A mi también, me duele, pero tienes que dejarla ir.—añadió, cubriendo su rostro.

—Jean.—Connie lo llamó con sus ojos abiertos grandemente, ofendido como yo y todos, cuando Jean se atrevió a decir esas palabras tan frías.

—No me pidas eso.—lleve mis manos a su chaqueta con brusquedad, levantándolo.—¡¡No me pidas que la deje ir!!—le grite, las manos de Mikasa y Eren apretaron mis brazos, intentando de que soltara a Jean, él me miraba sin creer que había tenido la valentía de tomarle bruscamente de esa manera, pero no pude evitar sentir mi sangre arder.—Por favor, no me pidas eso.—musité, mientras que Jean llevo sus manos a mis brazos, no buscaba alejarme, quería que explotara.

—Amigo, nosotros no queremos verte en tus últimos once años hacer que estás aquí, cuando no estás aquí. Por favor, lo lamento, parece ser el único con valor aquí, para mirarte y decírtelo, ella murió Armin, y no volverá.—el balde de agua fría, cayó fuertemente, por lo cual lo solté.—Se que estás dolido y afectado, pero nada de lo qué pasó ese día fue tu culpa, me duele admitirlo, pero yo también te escogí a ti, todos lo hicimos Armin y eso, no es tu culpa. Tienes que... seguir avanzando.—me dijo, chocando sus dientes como si le doliera decirme eso, pero negaba.

—Jean, no te pases.—pidió Eren, en medio del silencio que se creó.

—Armin, ven por favor. Nosotros te entendemos.—Mikasa estiró su mano, intentando de acercarse a mi, pero me fui, me fui caminando con vagues en medio de esa arena, queriendo estar lejos de ellos.

—Yo mate al comandante Erwin Smith, yo mate a Berthold y fui detonante que ella muriera, por mi culpa, ahora no tenemos un camino claro.—dije entre dientes, llevando las manos a mi oído, queriendo no oír nada más que las olas chocando con la arena.

Que calidez. Se sentía bien estár aquí, cuando creí que no podría volver sin que me doliera. Lo lamento tanto mi niña. Ya no puedo seguir con este dolor, aunque me duela, aunque sienta que no pueda, tengo que dejar ir tu recuerdo. Ainara, tengo que dejarte ir para poder continuar en estos años que me quedan. Nunca lo supe, realmente jamás sabré cuánto me amaste y es que, me duele tanto saber que te puse en una posición de la que nadie pudo salvarte, ni siquiera yo. Si volviera, evitaría haber hecho lo que hice, aunque sacrificará la vida de mis amigos, no hubiera sacrificado la de la niña que me miró a los ojos humedecidos me hizo suyo sin límite alguno. Te extraño, no sabes cuanto. Mientras siento el agua de este extenso mar mojar mis pies, solo pienso en ti. Extraño buscarte entre los demás, extraño verte llegar con ellos y evitar mi mirada, porque sabías que mi corazón palpitaba tan fuerte como el tuyo cuando nos mirábamos. Me hiciste sentir que era valiente, que era especial por tenerte conmigo, pero dímelo, ¿de que valió? Moriste. Te perdí para siempre y me duele, no me cansare de decirlo, me duele Ainara. ¿Por qué? ¿Por qué? Todo lo he perdido.

Desde que era niño, lo perdí todo. Mis padres, mi hogar, mi abuelo, te perdí a ti y ahora, también perderé mi vida a través de los años. ¿Como puedo continuar? No puedo hacerlo sin ti, pero ahora debo hacerlo, debo dejarte ir. Solloce, arrodillándome en el agua, mientras la golpeaba. No lo recordarías, porque nunca me viste. Siempre fui insignificante, pero fue hace siete años cuando merodeaba por los callejones del distrito que me vio crecer, huyendo de la maldad de otros niños y ahí, me encontré con una hermosa niña que anhelé tener en mis manos y así como lo anhelé, la tuve. Estabas sentada en el césped, sola, mirando las flores. Que hermosa eras, siempre fuiste sin duda una hermosa puesta del sol que anhelo volver a ver, pero por ahora, ya no quiero sufrir tu ausencia nunca más.—¡¡Nunca más!!—grite en medio de mi tristeza, sabiendo que un día le juré a tu padre que te cuidaría. No cumplí mi promesa y ahora, vivo con el pensar de que te fuiste odiándome. De que moriste, avergonzada de que todos me hayan elegido, de que moriste pensando que fui un imprudente por querer hacerme el héroe. Perdóname, perdóname por haberte quitado a tu padre.

—Llora, Armin.—esas manos acariciaron mi espalda, mientras que golpeaba el agua.—Yo estoy aquí, hazlo.—me pidió el capitán Levi, arrodillado en el mar, viendo la puesta del sol.—Es la única manera de seguir avanzando.—expresó, y voluntariamente ese día admire la fuerza de aquel hombre, por mirar el sol caer con un dolor en su pecho y un vacío, que ni siquiera yo podría llenar.

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