𝐭𝐫𝐞𝐬

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En la orilla del mar.
Dos años después
de la restauración del Muro María.

—Ainara, despierta.—escuchaba una voz, una voz punzante en mi oído, mientras me removían suavemente.—Ainara, despierta.—poco a poco iba abriendo mis ojos, aunque mi cuerpo se sintiera flotando, parpadeaba por la iluminación tan abrumadora para la pesadez de mis párpados.—Ainara.—mirando aún lado, alguien apretó mi brazo suavemente, alguien con ojos de un color claro, imágenes de su rostro me azotaron rápidamente, pero no podía reconocerlo.—Soy Reiner, estás aquí conmigo. Dime, ¿estás bien?—me preguntó aquel joven, quien me miraba detenidamente, esperando una respuesta de mi parte, mientras que me levante para quedar sentada.

No reconocía dónde estaba. Tampoco reconocía quien era él, solo se que mi cabeza dolía, como si hubiera un hueco. Mi corazón palpitaba rápidamente. Estaba entumecida, realmente asustada. Mis manos temblaban, él estaba ahí sentado junto a otro hombre barbudo con anteojos, que me miraba igual de detenido. Suspire gruesamente, llevando las manos a mi cabeza. Mi nombre era Ainara, lo sé, porque la pronunciación de desesperación que él emitió hacía mi, me lo había dejado bastante claro. Reiner, Reiner. Repetía su nombre, una y otra ves en mi vacía mente, pero solo se escuchaba un hueco, a pesar de que las imágenes de su rostro seguían paseando entre mis memorias, no podía escuchar su voz en ellas, tampoco conectarlas de alguna manera conmigo. En cada memoria, parecía ser que me decía algo, una palabra, un apodo, porque no leía en sus labios la pronunciación de mi nombre, así que esto, lo hacía más confuso aún. Negué, desesperada aislé su mano de la mía, impidiendo que me tocara.—Perdón, ¿quién eres y donde me encuentro?—le pregunté, atemorizada por verlo mirarme tan aturdido, sentado en la silla frente a mi.

—No puede ser.—murmuró él, cubriéndose la boca, yo miraba todo alrededor.—El golpe que te diste en la cabeza, debió bloquear tus recuerdos. No puede ser Ainara, perdiste la memoria.—exclamó, de manera frustrada, para así, tan solo caer un abismo repleto de voces.

Restregué mi rostro con agua fría. Otra ves esa voz me perturbaba en medio de un sueño vacío. Soñolienta, mire en el espejo como mi flequillo caía pegado en mi frente ante la humedad. Suspire, poniendo mis manos en cada costado del lavado donde yacía parada. Levante la mirada, para ver mi semblante decaído. Mi rostro se veía más fino que las semanas anteriores, cada día, pedia más peso. Lleve las yemas de mis dedos a mi oreja, en la parte izquierda. El borde estaba cicatrizado, de una manera que me avergonzaba. No recordaba como termino así, solo se que bloqueaba como lucía poniéndome el cabello suelto. Pero, se sentía como si recordara como se sintió cuando se desprendió por completo. Peine mi cabello, recogiéndome el cabello por completo. Aplaste mas él área donde estaba la oreja, para que no se viera, mientras que dejaba mi flequillo aún lado. Me sujete nuevamente del lavado, unas intensas voces abrumaban mi mente. Juraba no conocerlas, pero una parte de mi, en lo más profundo, las conocía. Suspire gruesamente, sintiendo mis manos temblar en medio del lavado. Desde que desperté hace dos años, algo había cambiado en mi, y según Reiner, he cambiado demasiado a lo que yo solía ser, a lo que él llegó a conocer de mi.

Me maree, hasta caerme al suelo, tumbando algunas cosas. Abrumada, toque mi cabeza. Daba vueltas, miles de vueltas que no podía detener. Ha sido así, durante estos últimos años, toda mi vida parece ser un vacío del que ya no tengo control. Apreté mis labios, intentando de levantarme. Esa voz me perturbaba, esa voz me estaba queriendo decir algo que no podía descifrar. Esas memorias, esas personas, todo era un abismo que ya no importaba, porque no lo recordaba, ya no lo recordaba. Salí del baño, visualizando mi habitación amplia y recogida. Entre mi guardarropa, no tarde en vestirme casualmente, dejando mi falda tendida, cubriendo mis piernas mientras que me sujetaba una camiseta manga larga color blanca. Parecía sin duda, una pueblerina de este lugar tan limitado, limitado por razas inferiores, privándonos del derecho a ser libres. Teníamos la sangre de alguien, el parentesco de una mujer que cambió su vida, por poder o eso, decían esos. Recogí algunas cosas, llevándolas conmigo, para dejar todo en su lugar. Abrí la puerta, saliendo de la habitación para pasar por el pasillo vacío hasta bajar unas escaleras, para ver todo recogido en esta casa tan hermosa.

—Hola linda. Buenos días, ¿cómo estás?—me giré, sosteniéndome aún del barandal de la escalera para así, mirar a esa dulce mujer.

—Hola Karina, estoy bien.—respondí, en un tono brutal, bajando las escaleras para acercarme a ella.

—Reiner ha salido. Puedes encontrarte con él después, ¿te parece bien?—me preguntó, recogiendo la mesa del comedor; asentí, para girarme bruscamente y ver la puerta abrirse.

—¡¡Ainara!!—mi corazón palpito ante su estruendo, ambos corrieron hacia mí a la ves de su grito, abrazándome.—¡No lo vas a creer, puedo ser posible candidato al titán acorazado!—expresó el joven de ojos color avellana y cabello claro, acaricie su cabello suavemente, sonriendo.

—Falco eso es...

—¡No!—antes de poder dirigirme a él, la impulsiva interrupción de aquella niña de cabello castaño tomó mi mano, para dejar de acariciar a Falco.—¡Yo también puedo ser posible candidata! ¡Además es más conveniente que me lo otorguen a mi, después de todo soy familia de Reiner!—exclamo Gaby, impulsiva y molesta, en sus gritos, tan solo fruncí el ceño, el dolor de cabeza se ampliaba por la intensidad de escucharles.

—Niños por favor no griten.—pidió la señora Braun, reprendiéndoles, hizo que los niños se aislaran de mí para verme apenados.

—Lo lamentamos Ainara.—musitaron ambos, cabizbajo, sostenían sus uniformes de Guerreros puestos, se veían tiernos y a su ves, temerarios.

—Oigan niños. ¿Quieren ir a dar un paseo?—levante mi mirada a la puerta, para ver aquel joven de cabello claro y ojos del mismo tono, sonreía con esa chaqueta y pantalones de combate, ajustándolo con unas botas negras.

—¡¡Si señor Galliard!!—afirmaron los niños, viéndose entusiasmados por la petición de aquel joven guerrero.

—¿Vienes?—él me miró detenidamente, con esa mirada que atravesaba la mía buscando más allá de mi silencio, no tarde en asentir, viendo la emoción de los niños al vernos juntos.—Basta, solo somos amigos.—artículo él, empujando a los niños hacia afuera de manera hostil, la actitud fría de Porco, me parecía recordar a alguien, pero... ¿a quién me recordaba su frialdad?

—Señora Braun, volveré para ayudarla a cenar.—dije, viéndola sonreírme ampliamente.

—El señor Leonhart quería verte hoy.—su comentario me hizo detenerme en la puerta, no era el hecho de que aquel hombre fuera el que crió a una joven llamada Annie Leonhart, que según los demás, ella era mi hermana, era porque su expresión tan vaga me causaba miedo.—Dice que quiere hacerte unas preguntas.—añadió ella.

—Aún no he recordado nada, señora Karina.—le dije, apenada.—Sigo escuchando voces, pero no sé de quienes son.—añadí, mirándola impotente.

—Pregúntate a ti misma, si realmente quieres recordar, Ainara.—expresó, dejándome helada por sus palabras, para verla alejarse hacia la cocina.

—Oye tú, ¿vienes o no?—me giré, mirando hacia la puerta abierta, visualizando cómo Porco me esperaba cruzado de brazos.—No quiero estar aquí cuando ese pedazo de idiota llegue.—le escuché decir al salir, cerrando la puerta.

—¿Aún sigues enojado con Reiner?—le pregunté, caminando a su lado, con los niños adelante.

—Estaré molesto con él toda la vida.—me respondió, mirándome detenidamente, sonreí.

—No tendrás toda la vida de odiarlo. Tú poder titánico te limita, piénsalo.—musité, él estrechó su mano hacia mi mejilla, no tarde en dejar de mirarle, apenada y sonrojada por su cercanía.

—Tú tampoco tendrás toda la vida para quedarte sola.—expresó, rozando mi mejilla con las yemas de sus dedos.

Me quede en silencio, él sonrió estrechando su brazo hasta mis hombros. Me quería, podía verlo en sus ojos y como me buscaba siempre con ellos. Porco me quería desde el primer día en que me conoció en aquel hospital, donde durmió esperando que una extraña pudiera caminar y vivir. Era extraño, porque parecía ser que yo había hecho lo mismo, pero no por él. No tendría toda la vida para estar sola, pero en este momento, había algo fuerte que me impedía sin duda mirarlo a los ojos y determinar un sentimiento, era como si yo no fuera capaz de sentir amor hacia alguien, como si lo hubiese entregado todo a alguien que no recordaba.—Pregúntate a ti misma, si realmente quieres recordar, Ainara.—expresó, dejándome helada por sus palabras, para verla alejarse hacia la cocina. Sus palabras habían tenido claridad. Había algo que no quería recordar, algo que mi subconsciente me bloqueaba. Había perdido algo, algo gigante para no tener la determinación de recordar lo que perdí. Suspire, aún sostenida por aquel caballero y guerrero. Caminando en esta acera, viendo la puesta del sol me mantenía en silencio, contemplando el canto de las aves, o las voces de los niños sonriendo uno al lado del otro.  

Había llegado aquí hace dos años, dos años exactamente. El hombre que me acompañó, me dice que vengo de una isla llena de demonios, que incluso por culpa de sus antepasados tanto ellos, como yo, teníamos que pagar por sus pecados a un costo muy alto. Esa era la opinión de un joven que perdió todo lo que tenía, que perdió una parte suya que no podía recuperar, un hermano, pero, el hombre que parecía estar conmigo desde un inicio, me dice algo diferente. Reiner dice, que más allá de este mar se encuentra la isla que vio nacer a personas excepcionales que ambos conocimos. También, me dijo que había traicionado la confianza de esas personas, incluyendo la mía, aunque eso parecía tener un propósito, Reiner se redimía diciéndome la verdad que pareció no poder decirme cuando yo era otra persona, cuando recordaba todo agriamente. Él es un guerrero de Marley, esta principal fuerza militar se compone de los poderes de los titánicos que tiene bajo su posesión, tanto Reiner como Porco, eran dueños de dos titanes. Esto le ha permitido al ejército de Marley mantener su dominio en varios territorios del mundo, pero habían caído ante la Isla Paradis, la misma que me vio crecer y abandonarla.

—¿Estás pensando?—sentada en aquel banco, donde podíamos ver un terreno extenso lleno de flores, me hacía sentir armonía, aunque Falco y Gaby, se pasaran peleando y empujándose.—Ainara.—Porco me volvió a llamar, captando mi atención mientras que me pasaba unas semillas.

—Ya lo sabes, ¿por qué preguntas?—me dirigí a él, viéndolo trepado encima de la baranda del banco, mientras que yo me mantenía sentada.

—No te esfuerces tanto. Deja que venga a ti.—me pidió sutilmente, absorbiendo sus semillas.—He intentado de ver los recuerdos de mi hermano, pero lo único que veo es a una chica de ojos azules y rubia, solo tengo los recuerdos de esa miserable chica.—expresó, impotente.—Reiner dijo que su nombre es Historia y que ella, parecía ser el amor de Ymir. Que absurdo.—masculló, habiendo una pausa.—Aunque ayer, te vi a ti.—musitó, mirándome con un tono sutil en su voz.

—¿De verdad?—le pregunté en un tono sarcástico.—¿Matando titanes? O... ¿queriendo matar a Reiner?—le pregunté sarcástica, viéndolo rodear sus ojos.

—Me hubiera encantado verte matar a Reiner, pero tan solo te vi golpeando a un chico en la nariz y luego, peleando drásticamente con Annie.—me contaba, mientras comía sus semillas.—Por un momento, creí que ibas a ganarte.—indicó.

—¿Gané?—le pregunté curiosa, mirando a Falco y Gaby sentarse en el césped, viendo la puesta del sol, ellos eran buenos amigos.

—Las interrumpieron.—respondió.—Pero, parece ser que esta chica y tú, no lo sé, no se llevaban tan bien que digamos. Las veía en confrontación.—expresó, mirándome detenidamente.

—Quizás hice algo que la incomodo.—interferí yo, visualizando a Porco en los ojos, él denegó rápidamente ante mi opinión, lo cual le mire.

—No, no es así.—denegó, pasándome semillas.—Tú parecías ser una simple... humana.—respondió, desconcertada le miré.

—Porco, eso fue bastante lógico de tu parte.—expresé riéndome de lo que había dicho, él sonrió, mirando más allá mientras negaba.

—A lo que me refiero es que simplemente, eras tú entre ellos. Cada ves que te miro a través de sus ojos, veo a alguien genuina. Te veo a ti.—musitaba.—Y es como ahora, solo te veo a ti.—expresó, apenada por lo que dijo, deje de verle.—Ainara yo...

—¡Hola Pock!—levante la mirada, visualizando como aquella joven de cabello negro azabache y despeinado se abalanzaba encima de Porco, quien incómodo se la sacaba de encima.

—Pieck, ya te he dicho que no me digas así. Es molesto, no es mi nombre.—expresó él, sacudiendo su ropa, mientras que ella se acercaba a mi con suavidad, dándome un abrazo por encima de los hombros.

—Hola Nara.—me saludaba sonriente en su vagues andar, para sentarse en el césped hasta quedar acostada.—Esto es muy aburrido.—expresó, cerrando sus ojos, sonreí viéndola.

—Lo es.—admití, respirando hondo ante lo que expresó Pieck.—Pero al menos estamos aquí, juntos.—expresé, sacudiendo mi ropa para levantarme.—Ya vuelvo.—musité, para mirar cómo Pieck me miró.

Ella también me recordaba alguien que me era imposible ver. Su vaguedad, la manera tan tonta e imprudente en la que se comportaba, me recordaba una actitud pasada que solía ver, pero nuevamente ya no recordaba a nadie más. Me levante, en medio de ese silencio para dejarle las semillas a Porco. Él me miró, queriendo descifrar hacia donde me dirigía, pero pasando por aún lado de Pieck, decidí caminar en medio del atardecer que caía, hasta empezar a oscurecer. Se que ellos se quedaron mirándome, queriendo saber y entender, cual sería mi propósito de haberme levantado y dejarlo solos. No era porque no quisiera compartir con ellos, era que desde que desperté, tenía una presión en mi pecho que no me dejaba respirar. Lleve mi mano a mi falda, donde tenía pillada entre medio de la camiseta ese papel, envuelto en una carta que se mantenía aún sellada. La miré, caminando en la acera donde las personas pasaban a mi lado y me miraban, la miré, miré la carta con detenimiento. Allí, donde estaba establecida el molde de una fina letra, describiendo mi nombre enmarcado en el papel. Suspire, caminando en el césped seco y verdoso que ya no brillaba por la ausencia del sol. Mi andar se detuvo, en medio de aquella lápida, me quede detenida, llevando la mano a mi pecho, donde mi corazón palpitaba.

—Me preguntó, si quizás hubiera llegado a tiempo, ¿nos hubiéramos podido despedir?—me pregunté, mirando la tumba.—Mamá.—musité, viendo la lápida donde decía su nombre, donde decía... "Aquí descansa Averly Finger, una guerrera, una madre y hermana".

—Oye floja.—me giré, visualizando cómo aquel joven hombre caminaba por encima del césped con una sonrisa, sostenía en sus manos un ramo de flores.

—Reiner.—le llame, no sonreí, pero me emocionaba que estuviera aquí conmigo.—¿Qué haces aquí?—le pregunté, en medio de la noche grisácea que nos abrazó, hasta tapar las estrellas.

—Sabía que hoy era su cumpleaños, así que quise venir a acompañarte.—expresó llegando a mi lado, para pasarme el ramo de flores.—Aunque haya cumplido con mi promesa de traerte de vuelta, siento que le debo más.—musitó, inclinándose junto a mí para tocar la lápida.—Averly, feliz cumpleaños.—deseo, mientras que mi mano y la suya se entrelazaron fuertemente.—De parte de tu inquietante alumno, Reiner.—añadió, aunque mi corazón sentía esa presión, había un sentimiento vacío de una ausencia que conocía, que no había olvidado; la ausencia de mi querida madre.

—Reiner, ¿crees que Annie sepa que hoy es su cumpleaños?—le pregunté, mirando la lápida.

—No lo creo.—admitió, para quedarse arrodillado junto a mi frente la lápida.—Lo que si es que, tú cumpleaños ya pasó y estoy seguro que, ninguno de ellos lo olvido. Deben estar recordándolo.—musitó mirándome.—¿Aún no recuerdas nada?—me preguntó Reiner, por lo cual la presión en mi pecho se hizo más fuerte.

Pregúntate a ti misma, si realmente quieres recordar, Ainara.—expresó, dejándome helada por sus palabras, para verla alejarse hacia la cocina.

Creo que no quiero recordarlos.—musité, viendo como Reiner abrió sus ojos grandemente.—Gracias Reiner, por ser mi amigo antes y ahora, porque a pesar de eso, me dijiste la verdad sin temor, así que, gracias.—le dije agradecida, sintiendo como Reiner se apegaba mi, abrazándome por los hombros.—No quiero recordar.—volví a decir, con mis ojos humedecidos cuando sentí una imagen arrastrarme a mi misma, llorando desconsoladamente encima de una muralla, haciéndome recordar que no quería sufrir, nunca más.

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