𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨

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En medio del sol.

Mi cuerpo desvanecía, desvanecía en un abismo oscuro del que no podía escapar. Estaba soñando, lo tenía claro porque ya había estado ahí antes, en esa pesadilla que me perseguía cada noche, cada día de mi vida. Las voces se intensificaban, eran demasiado fuertes, penetraban en mi oído con la intensidad de los misiles que retumbaban en los territorios ajenos. Sentía que me estaba ahogando. Si. Era como caer en un profundo mar, uno que desconocía. Era diferente, era más hondo. Donde decaía y no podía nadar a la superficie. Éramos diferentes, quizás nunca noté que él quería nadar conmigo en las profundidades de la libertad, pero, yo tampoco podía ser libre. Las cadenas me ataban, no había manera de que él, pudiera salvarme. De que nadie de los que me llamaban para despertar de la pesadilla, me salvaran. Todo se detuvo en el momento en que mi cuerpo, sobresalió del agua. Tome una bocanada de aire, las olas salpicaban en mi rostro, haciéndome arder los ojos por la agua salada del mar. Mi ropa estaba empapada, mi cabello también, realmente estaba en la orilla del mar que conocí cuando llegue aquí, a Marley. Suspire gruesamente ante el asombro, realmente se sentía como si estuviera ahí.

Estaba sola, en este océano, estaba sola, pero aún así, las imágenes se hacían más claras con el paso del tiempo. Risas, las risas estallaban en mis oídos de manera vacía, como si estuvieran lejos. Cada ves que intentaba levantarme del suelo, una ola me tumbaba, quería ahogarme al ver cómo escapaba de esos azulados ojos que me seguían. Tape mis oídos, ya no quería escuchar más su voz. Me dolía el corazón, como si lo necesitara, como si estuviera obligada a recordarlo. Podía sentirlo, incluso siendo una memoria, podía sentir sus labios rozar con los míos, a pesar de que su rostro no se viera bien, lo veía fragmentado, se deterioraba cada ves que me esforzaba en recordarle.—Yo, por eso me enamoré de ti.—expresó, dejándome sin aliento.—Porque, siempre has sido tan noble. Así que, lamento que sea un cobarde. Pero, ¡me encantaría estar contigo!—exclamo, dándose la vuelta para continuar caminando, por lo cual, sonreí ampliamente. Abrí los ojos grandemente, viendo como alguien me daba la espalda, la misma persona que llevaba soñando estos dos años, ¡el mismo chico! La ola me atrapó, el agua se metió entre mis pulmones, me ahogaba por no poder recordarlo, por no poder llegar a quien pareció robar mi corazón.

—¡¡No!!—me levante de la cama, sintiendo mi corazón salirse por la boca, aturdida podía ver cómo aquel joven hombre me miraba desde su silla frente al escritorio.—Maldita sea, lo lamento Reiner.—esbocé apenada, en medio del sudor que se apegaba en mi frente.

—Está bien, mi madre ha salido.—expresó, dejando sus papeles aún lado para mirarme con detenimiento.—¿Otra ves esa pesadilla?—me preguntó.

—Esta ves se sintió muy real.—respondí, mirando las sábanas de la cama, algo sentido.—Creí que iba alcanzarlo.—expresé, viendo mis manos.

—Quizás si lo alcanzas, podrás recordarlo todo.—dijo con una voz sutil, para mirar la ventana de donde provenía la iluminación.—Absolutamente todo.—artículo, mientras que yo me estaba dando cuenta que me levantaba al medio día, casi al atardecer, no estaba durmiendo bien.

—Armin.—musité, diciendo aquel nombre.—Eren, Mikasa...

—Historia, Jean, Connie, Sasha... Marco. Y... el capitán Levi.—recitaba Reiner, haciendo que siguieran retumbando esos nombres en mi cabeza.—¿Te empieza a sonar familiar floja?—me preguntó.

—Parece ser que quien único se me hace familiar es Eren.—le respondí, viendo los verdosos azulados ojos de aquel joven en mi mente.—Ni siquiera tú. Solo él, por alguna razón es el único a quien puedo ver con claridad.—expresé.

—¿Crees que signifique algo?—me preguntó él, parecía ser que si, porque estaba teniendo las mismas imágenes mías y de aquel joven en mi mente, ambos sentados juntos en una mesa de comedor, parecíamos estar hablando ese día.

—No lo sé, tú dímelo.—le pedí frustrada, mirando los papeles.—He apuntado todo lo que me has contado. El propósito de porque fueron a la Isla y derrumbaron un muro, los mueve poderes titánicos y la línea de Guerreros. Releo cada día la trágica historia que crearon como mito de la esclava Ymir Fritz, pero es difícil recordar en medio de una lectura algo que viví y olvidé, Reiner.—comenté, levantándome de la cama para quedar en el borde, Reiner me miró.

—Lo sé. Lo lamento.—lamento.—Para mi, también ha sido muy difícil durante estos dos años tenerte aquí. Me debato si fue correcto o no que convivieras con nosotros, porque de cualquier manera, estás privada de libertades.—restregó su rostro con sus manos, frustrado.

—Yo nunca sabré lo que es correcto o no.—musité, mirando algún punto vago de la pared, pero Reiner estaba aturdido mirándome. —¿Qué?—le pregunté.

—¿Sabes de quien escuché eso alguna ves?—me preguntó, por lo cual negué.—Del capitán Levi.—el nombre sonaba en mi lengua como si ya lo hubiese pronunciado tantas veces, un capitán, un hombre.—¿Lo recuerdas?—me preguntó nuevamente, pero negué.

—Como te dije, la única persona que parezco sentir familiarizada, es a Eren.—esclarecí.—Se siente, como si un espejo estuviera frente a mi empapado, quizás si lo limpio, podré ver todo.—le explicaba, levantándome de la cama, estirándome.

—Eren confiaba en ti, demasiado. Muchas veces lo dejo saber. Eras importante para él.—me contaba.—Estuviste dispuesto a pelear por tu libertad el día en que intentamos llevárnoslo por la fuerza cuando revelamos nuestra identidad.—Reiner hizo una pausa, mirando vagamente al suelo.—Fui un cobarde.—se dijo.—Quizás, si hubiera valorado la confianza que me dieron por tres años, hubiésemos podido arreglar todo este desastre.—determinaba.

—¿Cómo ibas a saberlo? Fuiste envenenado por la guía ignorante de los adultos. Les hicieron creer, que el enemigo estaba más allá del mar.—le dije, intentando de que no se sintiera así, era la primera ves en dos años, que Reiner no me mencionaba sobre su deseo de morir.

—No digas eso en voz alta.—me pidió, acomodándose en la silla.—Aún mi madre cree que guardamos un odio hacía la gente de la Isla.—decía, por lo cual asentí.

—Lo sé, pero incluso en eso, siento que no puedo mentir. Una parte de mi, quiere defender la esencia del lugar donde crecí.—dije.—El lugar donde crecí.—repetí nuevamente, viendo bosques de gran altura en mi mente e incluso, murallas.

—¿Se te hace familiar eso al menos?—me preguntó, con la esperanza de que pudiera recordar algo, Reiner creía en mi, más que nada.

—Si.—respondí.—Veo muchas cosas de un momento a otro, como estructuras y... —me detuve en seco, visualizando un chico pecoso mirarme con una sonrisa y de momento, estaba tirado en el suelo, sin la mitad de su cuerpo, abrí mis ojos aturdido, era una morbosa imagen.

—¿Qué?—me preguntó Reiner, pero me senté en la cama nuevamente, intentando de evadir esa memoria esclarecida, sentía un vacío de tristeza al recordar a ese joven adolescente, él era, debía ser Marco.—¿Estás pensando en Porco?—levante una ceja, para negar rápidamente.

—No, yo... —hice una pausa apenada, sentándome en el borde de la cama para quedar frente a Reiner.—Alguien más le querrá.—musité, visualizando cómo Reiner asentía.

—Cuando tú corazón escoge a una persona, nadie más puede volver entrar a él de esa manera.—indicó, mirándome.—Él te escogió a ti, como Armin también lo hizo.—artículo.

—Tú pudiste sacarme de tu corazón. Ellos también podrán.—interferí, seriamente.

—El problema es que, cuando sacas del pecho a una persona, jamás vuelve entrar como lo hizo. Y yo, aún en el fondo de mi corazón te veo de esa manera, pero te respeto más que cualquiera.—respondió, levantándose de la silla.—Haré algo de comer. Quizás los niños quieran venir a verte hoy.—indicó, por lo cual asentí.

Él había cambiado de semblante. Tenerme aquí a su lado, parecía serle de ayuda, pero no puedo olvidar el día en que entre a su habitación y le vi sosteniendo un arma. La imagen aún me estremece, como el día en que sucedió. Le vi irse, parpadeé varias veces cuando visualicé a Reiner de un momento a otro bajo un cielo grisáceo. Él me miraba, mientras que su mano estaba envuelta en una malla de vendaje. Se veía exhausto, cansado y agobiado. La ventisca era fuerte, así que una bandera flotó en el aire, donde él y alguien más, se miraban detenidamente en un ambiente de tensión. Lleve la mano a mi cien sintiendo dolor, las punzadas se intensificaron cuando Reiner estaba frente a mi. Sudaba, pero mi hoja estaba clavada en su mano sangrienta. —¡¡Reiner espera, aún no hemos podido hablar!!—grite, desterrando mis hojas, pero él me empujó fuertemente de él, antes de que pudiera intentar detenerle, caí al suelo, abatida junto a Reiner, él abrió sus ojos grandemente ante eso, soltando un leve bostezo adolorido.—¡Eren, Ainara, váyanse de ahí—nos pidió Armin en un grito estruendoso que no erizo mi piel, no como lo hicieron las dos personas que veía adelante. Parpadeé, atormentada por los recuerdos, deje que mi cuerpo se metiera bajo esa regadera.

Tantos diálogos, tantos recuerdos, pero aún así, no se unían en el rompecabezas que necesitaba para liberarme de la nube que estaba en mis ojos, cubriéndome sin hacerme poder ver más allá, donde realmente necesitaba ver. El agua caía, caía encima de mi, mientras que suspiraba. Unas caricias, unos labios plasmándose en mi piel me hacían sentir un escalofrío. No había nadie, estaba sola en esta regadera donde parecía ser un abismo de lo que fue en algún lugar que no era este. Se me escapaban los suspiros, la intensidad de unos besos hambrientos robándome el aire, como unas manos apretaban mis muslos y me levantaban. Las yemas de mis dedos acariciaban un pecho, un pecho flexionado mientras que besaba unos hombros. Las embestidas eran fuertes, llenas de placer, pero a su ves, con amor. Él me tenía contra la pared y su cuerpo, envuelta en sus besos y caricias tan apasionadas. En si, unos azulados ojos hicieron que abriera los ojos para soltar una bocanada de aire. Mi corazón palpito fuertemente, dándome cuenta que estaba sola, en un rincón de vagos recuerdos. Cerré el grifo, el agua dejo de caer, solo caían sus gotas como las lágrimas de mis ojos. Era difícil, difícil vivir una vida, cuando ya habías vivido otra. Se sentía como si hubiera renacido otra ves.

—Maldita sea... —murmure, recogiendo mis cosas para salir, yendo hacia mi habitación y mirar desconcertada a quien estaba sentado en el borde de mi cama.—¿Qué haces aquí?—le pregunté, notando la abierta ventana por donde debió haber entrado.—Es la casa de Reiner.—indique, viéndole sonreír atrevidamente.

—Es una pena que vivas con una miseria como esa.—expresó Porco, levantándose del borde de la cama, para mirar mi habitación.—Lo lamento, quería preguntarte algo.—esclareció.

—¿No podías esperar?—le pregunté, estrechando mis manos para que viera que estaba en toalla y sosteniendo mi ropa, él sonrió y negó, pasmado.

—De verdad no. Quería ser el primero en invitarte.—respondió, colocándose frente a la ventana.—En unas semanas, nos iremos al Medio Oriente. Lucharemos para obtener el territorio. Así que harán una ceremonia donde ya sabes, irán los grandes líderes.—me tense, mirándolo detenidamente.—¿No lo sabías?—me preguntó.

—Reiner no me ha dicho nada. Supongo que es para que no tenga intenciones de querer ir.—le respondí.—¿Falco y Gaby irán?—le pregunté, su silencio me dio una vaga respuesta que no quería escuchar.—Son unos niños, Porco.—interrumpí, sentándome en la cama, aún lado suyo.

—Lo sé, pero no hay nada que pueda hacer por ellos. Solo cuidarlos.—respondió.—El punto es que, quería invitarte a la ceremonia. Desearía que pudieras ir conmigo.—expresó, llevando su mano a mi mano, donde la acaricio suavemente; sonreí.

—No iré contigo hasta que trates bien a Reiner.—respondí, levantándome de su lado, viendo como bufo.—Nada de peros.—pedí, llevando mis dedos a sus labios, donde se quedó mirándome apenado.—Ahora, vete. Se que Pieck te ha traído aquí. Largo.—le empujaba hacia la ventana, viéndole sonreír, para él mirarme con sus ojos color avellana.

—Haría lo que fuera por ti.—indicó, llevando sus labios a mis mejillas, con un vacío hueco dejé de sonreír, viendo como bajaba por la ventana, hasta llegar a Pieck, a quien le sonreí; ella extendió su mano, saludándome de igual manera.

—Ay Porco... —murmure, la ilusión de sus ojos era una tan grande, que no podía corresponderle, pero una parte de él tenía razón, no tenía toda la vida para estar sola.

—Ainara, vístete, alguien vino a verte.—al escuchar la voz de Reiner detrás de la puerta, no tarde en desvestirme, para vestirme rápidamente.—Ainara.—me llamo, tocando la puerta con prisa.

—¿Quién es?—pregunte en un tono bajo, abriendo la puerta mientras me abotonaba la camisa y me dejaba el cabello suelto, con mi flequillo, mientras tapaba la oreja.

—Es el señor Leonhart.—un silencio se esclareció en él, mirándome detenidamente, Reiner se dio la vuelta, para ambos caminase por el pasillo.—No podrás evitarlo hoy.—comentó, bajando las escaleras junto a mi, para así encontrarme con el hombre que intente evadir tantos meses.

—Señor Leonhart.—lo miré curiosa, viéndolo posicionarse en el sofá, mientras que Reiner nos miró, para irse a la cocina.

—Supongo que hoy no estás ocupada.—expresó, vagamente camine hasta sentarme en el vacío sofá frente a él, para sentir una tensión recorrernos.—He querido saber cómo estás.—indicó.

—No he recordado nada, señor Leonhart.—dije rápidamente con un tono frío, sabiendo cuales eran sus intenciones de verme.—Quizás, si hubiera sido yo la que devoro a la antigua sucesora del titán hembra, mis recuerdos estarían respaldados, pero le recuerdo que fue Annie quien devoró a Averly para obtener dicho poder. Lo que sea que quiera saber de mi madre, no podrá conseguirlo conmigo. Por eso quiere que recuerde, para ir a buscar a Annie y que ella le diga.—le decía.—Nos utilizas.—añadí, viendo su seriedad.

—Estás traumada, tú mente se adiestra y se protege a sí misma, para evitar dañarte. No quieres recordar el dolor, no quieres recordar todo lo qué pasaste en esa Isla infernal.—me decía, seriamente, por lo cual negué.

—Usted no me conoce, señor Leonhart.—le dije, riéndome de lado, viéndolo aún serio.

—Tienes razón, no te conozco, porque estás jugando un papel que no te corresponde. No eres una maestra, no eres una ama de casa. Tú eres un soldado, eres una asesina que pelea y lucha por su libertad.—me decía, en un serio tono de voz.

—No lo que dice.—le interrumpí, con la misma hostilidad con la que me hablaba.

—Tus manos están manchadas de sangre como las de todos aquí, eres una descendiente de Ymir y por eso cargas con sus pecados como yo.—indicaba.–Tienes dieciocho años, ha pasado tiempo desde que llegaste aquí. Pronto se cumplen tres anós, cumplirás diecinueve y el tiempo seguirá pasando, no importa, tu pasado te alcanzara y será peor.—indicó, levantándose del sofá.—Mira tus manos, ¡hay sangre!—exclamó altamente, para señalarme.

—Déjeme, por favor. Ya no quiero hablar, váyase.—le pedí, levantándome del sofá para señalar la puerta, pero él se negaba a irse.

—Tienes que recordar.—pidió, insistentemente, acercándose a mi, para tensarme y mirarme fijamente a los ojos, parecía un demonio.

—¡¡No quiero hacerlo!!—le grite, mi saliva cayó en su rostro; estaba molesta, quería espacio.

—¡¡No es si quieres, debes hacerlo!!—exclamo, en un tono de voz más alto que el mío.—¡¡Para poder seguir avanzando, para poder despertar de esa pesadilla, tienes que recordar quien eras!! ¡¡No solo quiero saber que sucedió con mi hija, necesito traer devuelta a la hermana que mi hija fue a buscar!!—gritaba, apretando mis brazos con sus manos.

—¡¡Nunca más!!—enfurecida por su tacto, con mis ojos humedecidos, lo empujé fuertemente.—¡¡Nunca más sufriré!!—dije, sacándome de su agarre.

—Basta, señor Leonhart.—me giré con mi pecho subiendo y bajando, viendo a Reiner mirarnos.—Hoy no será, lo lamento. Váyase.—le pidió sutilmente, abriendo la puerta por donde entró al iluminación.

—No importa cuanto intentes huir del dolor, él siempre te alcanzará, porque si no sientes dolor, entonces no estás viviendo.—dijo, en un susurro de mi oído, donde dejé que se fuera, hasta sentarme en el sofá bruscamente cubriendo mis ojos con mis manos temblorosas.

—¿Eres tu quien no quieres recordar?—me preguntó Reiner, no le veía, solo se que cerró la puerta luego de que aquellos vagos pasos se marcharan fuera de la casa.

—No, no quiero.—le respondí, aún tapándome con mis manos, sintiendo el sofá hundirse cuando Reiner se sentó a mi lado.

—¿Qué fue lo qué pasó ese día?—me preguntó, me destapé mis ojos para verle fijamente, al igual que la imagen mía sobre un hombre tumbado en un tejado, lloraba adolorida, viéndole moribundo.—¿Qué pasó ese día? ¿Lo recuerdas?—me preguntó nuevamente, para así mirarle con frialdad y odio, porque eso era lo que sentía con esa imagen.

—Alguien murió, pero no se quien es.—le respondí, Reiner respiro hondo, tumbándose en el sofá, como si supiera algo que yo no.

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