𝐬𝐞𝐢𝐬

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Un mundo cruel.

Las cortinas estaban cerradas. Como tal, la iluminación no podía entrar lo suficientemente bien, estaba hundida en un vacío que no podía llenar ni con un cálido abrazo. Acostada en la cama, tendida entre las sábanas, las lágrimas bajaban por mis mejillas, secándose en la tela que me cubría de pies a cabeza. Dolor, impotencia, ira. ¿Qué más podía sentir? Todo era nuevo, pero a su ves, viejo. Ya había sentido esto antes, solo que no lo recordaba. Apreté las sábanas, mordiendo mis labios para no sollozar. Mi padre había muerto. Y lo olvidé. Olvidé que él había muerto, olvidé que yo lo escogí. Me retorcía de pensarlo, de pensar que él no volvería nunca más, que fui a buscar una verdad, que me costó todo. No tenía nada y eso, se sentía horrible. Ya no habría una madre que encontrar, porque murió hace mucho tiempo. Tampoco, habría un padre a quien rescatar, porque lo deje morir como un cerdo. Solloce en un tono bajo, me arrepiento de haberle dicho lo que dije ese día. Estaba equivocada, yo lo necesitaría siempre. Hoy, mañana y cada día, necesitaría al hombre que me guió a ser quien soy, sin nadie, él lo hizo, solo. De pensarlo, de solo recordar ese día, mi alma ardía en un infierno agonizante. Y es que decirlo o pronunciar su nombre, era un largo vacío. Uno muy largo.

Erwin. Mi padre, el comandante de la legión. ¿Cuál fue el estado de las personas que supieron que murió? Me preguntó, ¿fui su último pensamiento? Apreté más fuerte las sábanas. Debió tener miedo, debió desear no haber ido a esa expedición y es que, si tan solo se hubiera quedado, pero no lo hizo, maldita sea no lo hizo. Solloce, abrazándome a mi misma. Mi cabello estaba suelto, despeinado entre las sábanas que me acompañaban en la agonizante tristeza. Parpadeé, derramando las lágrimas. Los ojos azulados de aquel joven que me perturbaron en estos tres años, se sometieron a mi mente. Me levante bruscamente, quedando sentada encima de la cama. Lleve la mano a mi pecho, sintiendo mi corazón latir. Todos ellos, debían estar allá. El capitán Levi, la capitana Laia, la sargento Hange. Incluso Jana, Jean, Connie, Sasha, Mikasa, Eren y... Armin. Suspire hondo, derramando mis lágrimas. Todo era tan confuso, tan nuevo y desconocido, qué pensar en Armin, me causaba unas emociones más sensibles de las que tengo. Mi niño bonito, mi amor más puro. ¿Estaría pensando en mi como yo estoy pensando en él? El vacío que había dentro de mi, no solo eres una muerte que me causado un dolor perpetuo, era el amor ausente de Armin del que mi corazón carecía.

Me levante con vagues. Tenía que hacerlo, porque aunque estuviera tan rota que mis fragmentos no pudieran pegarse, yo debía levantarme de la cama. Ya había estado ahí antes, ya había sido débil, ya había perdido. Restregué mis ojos, aún llorando mientras caminaba hacia el baño, deje que toda la agua del grifo cayera en mi cuerpo, desvaneciendo mis lágrimas y tristeza. Moje mi cabello, lo humedecí y peine, viendo como habían rastros de hilo cayendo en el suelo. Mi cabello se caía, no lo entendía, pero siempre que carecía de felicidad, se reflejaba en mi cuerpo todo el daño mental que tenía. Cada memoria, cada cosa que se recordaba como un sueño lejano, ahora tenía sentido para mi alma perdida. Lo podía sentir, ahora si podía ver el reflejo de a Armin, incluso sus ojos mirarme y recorrer mi cuerpo mientras el agua nos caía encima. Se sentía tan bien cuando sus labios plasmaban en mi hombro, recorriendo mi cuello para llegar a mis labios. ¿Cómo pude olvidarlo? ¿Cómo pude no esforzarme? Lloraba. Habían pasado tres años. Cerré el grifo, secando mi cuerpo mientras me tumbaba en el borde de la cama para vestirme. Tres años, tres años. ¿Dónde está? No, ¿dónde están? ¿Qué ha pasado con ellos? Después de todo, esa ves no terminamos tan bien.

—¿O si, Mikasa?—me pregunté, llevando la mano a mi cicatriz en la oreja, recordando como ella me desafió y arremetió en contra de mi.—Incluso Eren, parecía esperar más de mí ese día... —musité, viéndolo tendido en el tejado, extendiendo su mano hacia mí mientras que me miraba con convicción.

—Oye.—levante la mirada, vestida y colocándome un calzado, la puerta se abrió para mostrarme a Reiner, quien me miraba preocupado.—Floja, ¿cómo te sientes?—me preguntó, le miraba sin poder creer que estuviera aquí conmigo, que después de todo, Reiner haya sido valiente y me dijera la verdad, nunca me mintió y tuvo la oportunidad de hacerlo.

—Ya sé que está aquí.—indique cabizbaja.—Lo oí llegar.—afirme, respirando hondo para levantarme de la cama con sumo cansancio.

—No tienes que hacer esto, Ainara.—dijo él, deteniéndome en seco.

—Reiner, he vuelto. Soy yo.—le interrumpí, soltándome de su leve agarre.—Te irás en una semana hacia el Medio Oriente para combatir. No estarás aquí un tiempo, y aunque se que estoy retenida aquí y me sea imposible volver, de seguro con tu ausencia estas personas querrán matarme.—musitaba, en un tono bajo y frío.—El capitán Levi me lo dijo, nunca sabremos que es correcto o no en una decisión, pero se que debo hacer esto.—expresé, fríamente.

—Ven al Medio Oriente con nosotros. No tienes porque quedarte aquí.—comentó, mirándome.—Ven con nosotros. Tú también nos importas.—añadió, haciéndome sentir helada, en tres años cree lazos con personas a quien de seguro hubiera querido matar.

—Yo, no lo sé. En lo único en que pienso es en... —me pausé, no quería decir su nombre, pensar en Armin me dolía, una ausencia de tres años era mucho tiempo, ya yo en su vida no debía valer nada.

—Andando.—sin caso alguno, Reiner se distanció para que yo pudiera pasar y encaminar por el pasillo que nos llevaba a una escalera, la cual bajamos hacia una primera planta.

—Ainara linda, ¿estás bien?—la mirada de la señora Karina se dirigió a mi principalmente, la tensión subió cuando visualicé al señor Leonhart ahí, incluso también, a los padres de Berthold.—Ven, toma asiento.—propuso, por lo cual no pude hacerlo, me quede parada, viéndolos sentados.

—Lo he recordado todo.—admití, con pesadez y cansancio en mi voz, estaba cabizbaja, no tenía el atrevimiento de mirarlos a los ojos.

—No tienes que hablar si no quieres, cariño.—expresó la madre de Berthold, suavemente, ella y su esposo, apretaban sus manos fuertemente, se preparaban para recibir cualquier noticia.

—Déjala Beatrice, después de todo, ella es un demonio de la Isla Paradis. No pertenece aquí.—articulo el señor Leonhart, con un tono agrio.

—Nosotros tampoco pertenecemos aquí, somos descendientes de esa raza que creo la fundadora Ymir.—emitió Karina.—Te recuerdo que es por eso, que estamos en esta zona de aislamiento, privados del exterior. Enviamos a nuestros hijos hacia una guerra, para poder beneficiarnos de esos privilegios.—esclareció ella, mirando al señor Leonhart, quien rió por lo bajo.

—Claro, porque ahora quieres redimirte de haber obligado a tu hijo a partir hacia la guerra, ¿no?—le preguntó con sarcasmo, incomodando a Reiner, quien se mantenía recostado de una encimera, cruzado de brazos.

—Tú no fuiste un buen padre que digamos... —susurro la señora Karina, creando una pausa, el rostro del señor Leonhart se vio decaído.

—Basta.—pidió Reiner, aún cruzado de brazos mientras les miraba avergonzado por sus actitudes.

—Esto realmente no nos importa , si quieren escuchar adelante, si no, recogeré mis cosas y me iré.—expresé yo, aún cabizbaja.

—No.—comentó rápidamente el señor Leonhart.—Quiero saber sobre mi hija. Necesito saber si esta viva.—decía, insistentemente.

—Annie vive, señor Leonhart, pero fue capturada ante haber sido descubierta por la legión de exploración.—respondí, en un tono cortante.—No entiendo la anatomía de los titanes, pero creó una cápsula de endurecimiento en donde supongo que aún permanece en algún estado de coma.—expresé, pensativa, recordando ese día donde ella intento sostenerme junto a su cuerpo, ¿quería salvarme de este mundo cruel?—En pocas palabras, Annie se ha dejado morir todo este tiempo.—articule.

—¿Eso fue antes o después que supieras que era tu hermana?—me preguntó él, mirándome fijo.

—Antes.—respondí.—Annie intentó capturarme, pero mis... Mis amigos no lo permitieron.—musité, con pesadez en mi voz.

—Ella volverá.—indicó él, afirmativo y seguro de lo que decía, mirando al suelo, apenado.

—Eso no lo sabes.—le interrumpió Reiner, de una manera fría y obstinado, devolviéndole la actitud que él me daba a mi.

—Soy su padre, claro que lo sé.—indicó el señor Leonhart, ofendido por el tono de Reiner.

—No eres su padre.—artículo Reiner con convicción, creando un silencio incómodo que hizo al señor Leonhart respirar hondo.

—Averly la dejó en mi puerta cuando era una bebé, lo hizo porque me conocía y confiaba en mi. Yo vi a Averly y el señor Finger crecer junto a mi. Ella no solo confiaba en su hermano, o en Grisha Jaeger como su mejor amigo, confiaba en mi y por eso, me dio la potestad de criar a su hija.—decía.—Le fallé, porque creí que estaba haciendo lo correcto, pero era la única manera de que pudiera cumplir la petición de su madre en encontrar a su hermana.—indicó, para así mirarme.—Cuando ella se fue, no creí que volviera, aún así, lo hizo para abrazar a su hija mayor, una última ves. Averly no le fallo a sus hijas, yo no quiero fallar tampoco.—musitó.

—Annie volverá. Yo también, quiero que vuelva.—expresé yo, confiada en la determinación de ella, pero ante eso, el recuerdo frío de Berthold se sometió en mi, tensándome.

—¿Qué sucede?—me preguntó Reiner, acercándose a mi, pero levante la mano para detenerlo, viéndolo pausarse en su andar.

—Reiner, siéntate, por favor.—le pedí suavemente, notando sus hombros tensos.

—¿Es sobre Berthold?–me preguntó, la tensión creció en el ambiente cuando mis ojos se humedecieron, recordando a Berthold.

—¡Convierta a Armin en titán, así podrá devorar a Berthold!—le decía Eren al capitán Levi.—¡Por favor, dele el suero!—seguía insistiendo Eren.

—Por favor, díganos, ¿dónde está mi hijo?—me preguntó Beatrice, seguía apretando fuertemente la mano entrelaza de su esposo, buscando el refuerzo para no derrumbarse en su intuición.

—Él murió.—dije fríamente, sin saber cómo decirlo de la manera correcta.—Luego de la explosión, parece ser que tanto Eren como Armin idealizaron un plan para inmovilizarlo. Cuando llegue, ya había sido tarde, lo habían logrado, pero Armin se había quemado, estaba muerto o eso, creímos Eren y yo.—ella empezaba a retorcerse, mis lágrimas sobresalían de mis ojos cuando el padre de Berthold soltó la madre de su esposa, quien empezaba a temblar.—Eren logró capturar a Berthold, así que cuando el capitán Levi llegó, teníamos acceso a una jeringa con sustancia de titán puro para poder traspasar un poder titánico. La idea era que fuera entre Armin y Berthold, pero... —hice una pausa, con mis labios temblorosos, viendo como ella denegaba.—Mi padre también estaba muriendo. Sucedió una pelea y al final, todos escogimos a Armin. Supongo que, él devoró a Berthold.—expresé, escuchándola sollozar fuertemente, siendo abrazada por la tristeza pesada de su esposo.

—¿Cómo pudiste?—me sobresalte sintiendo como Reiner apretó fuertemente mis brazos, sus ojos estaban humedecidos, las lágrimas sobresalieron mostrando su tristeza.—Viví tres años agonizando porque lo dejé ahí, ¿y me dices que él murió?—me preguntó, mientras que la señora Hoover tan solo gritaba en dolor.

—Lo lamento, de verdad lo lamento mucho.—expresé, apretando mis labios para no sollozar.

—Él también era tu amigo.—me restregó fríamente, soltándome del agarre, mientras que apenada veía a los padres de Berthold derrumbarse con una tristeza inevitable, un vacío perpetuo que los perseguiría toda la vida.

—Lo lamento, Reiner.—le expresé, queriendo detenerle en cuanto se fue de mi lado, pero con lágrimas en sus ojos, salió por la puerta de su casa, cerrándola con brusquedad.—De verdad lo lamento, yo, soy un monstruo... —musité, mirando mis manos, ellos no podían verlo, pero había sangre ahí, sangre que derramaron personas por mi culpa, por mis acciones.

Me di la vuelta, apenada y dejando la tristeza sala, donde solo se oía el llanto, el llamado a una pausa para este mundo cruel que seguía avanzando. Con lágrimas, salí de la puerta de aquella casa. Reiner no estaba ahí, ni siquiera en las esquinas de las aceras por donde empezaría a caminar, buscando algún tipo de alivio para mi dolor. La ventisca fresca removía mi cabello, el cual ya se encontraba seco. La falda también flotaba con el aire, aún tapando mis piernas se movía, dándome un fresco aliviador. Me crucé de brazos, mirando al suelo. No me atrevía a levantar la cabeza, no podía mirar a los ojos a esas personas que me habían visto merodear por aquí en los últimos tres años. Yo, ya no sabía si era buena persona. No entendía si lo era o no, solo se que en el fondo, no me sentía como una buena. ¿Acaso era merecedora de las cosas bonitas que logré tener en este mundo? Pensarlo, me agobiaba y abrumaba, porque mi pecho se apretaba ante anhelar tanto un regreso, un reencuentro que probablemente no vaya a tener. Respire hondo, sentándome en ese solitario banco, donde se veía el horizonte del mar. ¿Acaso algo había cambiado allá? ¿Acaso ellos pensaban en mi? Me preguntaba. Tres años, tres años han pasado, no puedo olvidarlo.

—¿Y tú qué?—giré mi mirada, sus ojos por un momento me transmitieron una armonía.—¿Por qué estás llorando?—Porco se acercó rápidamente a mi, mirándome con detenimiento.—Si ese idiota de Reiner te hizo algo, voy a matarlo.—indicó, inclinándose frente a mi, mientras que las yemas de sus manos limpiaron mis lágrimas.

—No, no ha sido él. He sido yo.—expresé, dejándolo algo desconcertado por mi respuesta tan vaga.—Lo he recordado todo.—indique, notando como se tenso ante eso, levantándose del suelo para sentarse a mi lado, recorriendo mi hombro con su brazo, dándome calidez.

—¿Por qué no veo que estés feliz?—me preguntó, mirándome detenidamente.—Creí que lo estarías.—afirmo, mirando al horizonte mientras que de igual manera lo hice.

—Porque ahora recuerdo que la razón por la cual no quería hacerlo, era porque había sufrido lo suficiente para desear olvidarlo todo.—musité.—Realizar que había perdido más de lo que gane, me hizo afligirme en el abismo. Y, ahora que recuerdo todo, ya se como se siente estar viva, porque la única manera de sentirlo, es sufrir.—decía, obteniendo su mirada nuevamente.

—No quiero que me digas lo que viviste, incluso lo que recordaste. Para mi, esta es la versión de ti que más me gusta. No hay otra Ainara que haya conocido, que la que está aquí sentada a mi lado.—dijo, levantando mi rostro, con su mano en mi mentón.—No te avergüences de esta cicatriz. No lo hagas.—decía, llevando su mano a mi cabello, para removerlo y mostrar mi oreja dañada.

—Basta.—le pedí, apenada de que él al viera, pero no se detuvo, Porco intentó peinar mi cabello, lo cual me hizo sonreír.—¿Qué estás haciendo?—le pregunté sonriendo.

—Solo quería verte sonreír, y mira que es fácil.—expresó, mirándome fijamente.

—Es que eres muy brusco y tonto.—justifique, sonriendo para sentir la melancolía.—Y, ahora que lo recuerdo, ya se a quien me recuerdas.—le dije, llevando mi mano a su mejilla.—Me recuerdas a un hombre frío, pero que sin duda, era el más emocional de todos. En la isla, le decían que era el soldado más fuerte de la humanidad.—contaba, mirando a Porco sonrojarse por mi leve tacto, él bufo.

—Si claro, eso quiero verlo yo.—indico, levantándose del banco mientras estrechaba sus manos.—Soy el titán mandíbula nena, ¿crees que podrán derrotarme tan fácil?—me preguntó, arrogante y obstinado, solo como él era.

—Tienes la actitud de Ymir.—dije, en melancolía ante recordarla, viendo como él se recostó del barandal que nos separaba del mar.

—¿La recuerdas?—me preguntó, para yo asentir, levantándome del banco, caminando hacia él, para recostarme del barandal, mirando el horizonte.—¿De verdad?—volvía a preguntar, dudoso de lo que yo decía.

—Te voy a contar la historia de la gente más allá de las murallas.—expresé, señalando el horizonte.—Te voy a contar, quien era Ymir y como se enamoró de la reina, Historia Reiss.—añadí, sintiendo como Porco llevo su brazo a mi hombro, acercándome a él, para mirarme.

—Pero, también quiero escuchar, quien era Ainara Smith.—artículo, mirándome en medio de los reflejos del atardecer que caían en nosotros, mirándonos fijamente, solo me bastó en asentir.

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