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"𝑆𝑒𝑛̃𝑜𝑟, 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜 𝑑𝑖𝑣𝑖𝑛𝑜, 𝑡𝑒𝑛 𝑝𝑖𝑒𝑑𝑎𝑑
𝑂ℎ, 𝑐𝑢𝑎́𝑛 𝑠𝑎𝑛𝑡𝑎
𝑐𝑢𝑎́𝑛 𝑠𝑒𝑟𝑒𝑛𝑎
𝑐𝑢𝑎́𝑛 𝑏𝑒𝑛𝑖𝑔𝑛𝑎
𝑐𝑢𝑎́𝑛 𝑎𝑚𝑎𝑏𝑙𝑒
𝑂ℎ, 𝑙𝑖𝑟𝑖𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑠𝑡𝑖𝑑𝑎𝑑"

Hwang Hyunjin conoció a Han Jisung en tres ocasiones.

La primera vez que lo vio estaba caminando tomado de la mano con quien él supuso sería la madre del niño. Usaba un short café oscuro con tirantes y una camisita blanca metida, su cabello era castaño bastante claro que incluso cuando el sol le pegaba podrías jurar que en realidad era rubio. Sin embargo lo que más le llamó la atención a Hyunjin fue la sonrisa del infante, nunca en su corta vida de ese entonces 8 años había visto una sonrisa tan resplandeciente que lo haya dejado encandilado.

El niño era bastante energético y por lo que podía ver también curioso, miraba al mundo con esos grandes ojos cafés brillantes maravillado, se notaba desde donde se encontraba escondido el azabache aquel resplandor de curiosidad genuina.

Lo observó por un tiempo indeterminado, la madre del chico parecía estar haciendo las compras yendo de puesto en puesto de aquel viejo mercado mientras sostenía firmemente la mano de su hijo quien tendía a quedarse atrás por detenerse a observar algo que le llamase la atención.

El pequeño Hyunjin no sabía describirlo en ese momento y menos con su poco repertorio de palabras pero se sentía, quizás, atraído hacia aquel niño. Sentía que quería ir y hablarle, decirle un pequeño y mísero hola, saber su nombre y quizás incluso tocar con su pequeño dedo índice la regordeta mejilla ajena. Solo quería ir y estar cerca.

En un momento notó que, debido a que su madre lo había jalado ligeramente para que avanzace al haberse quedado distraído nuevamente, del bolsillo del chiquillo salió lo que parecía ser un pedazo de tela. No lo pensó mucho y cuando los dos se habían retirado lo suficiente de la zona el pequeño Hyunjin salió corriendo y tomó entre sus pequeñas manos aquella tela, era realmente un pañuelo sencillo color crema y en la esquina inferior derecha tenía una elegante J bordada con hilo rojo.

Con miedo a que lo descubriesen, luego de admirar por un rato el pañuelo, lo guardó en su bolsillo asegurándose de que no se le cayese y volvió a caminar donde antes se encontraba. Intetó buscar nuevamente la figura de aquel niño sin embargo cuando sus ojos aún danzaban en su búsqueda de un momento a otro sintió un tirón en su brazo derecho que le hizo voltear a la fuerza y le impidió llevar a cabo su misión. Una mano huesuda le tomaba fuertemente y cuando su mirada subió al rostro de aquella persona se topó con los ojos furiosos de su madre quien no le dio tiempo ni de poder echar una última mirada por sobre su hombro y comenzó a jalarlo lejos del mercado.

— ¡¿Dónde estabas?!, ¡creí que te había dejado al cuidado de la granja pero cuando llego no estabas ni tú ni las malditas gallinas! —comenzó a gritarle mientras aún seguía tironeando de su escuálido brazo, seguro le dejaría roja la muñeca y con un ligero dolor más tarde— ¡Quiero que me busques a cada una de esas gallinas o verás como te irá cuando sea la cena!

Dejó de prestarle atención a su alborotada madre para tratar de dar un último vistazo y ahí a lo lejos logró visualizar una pequeña cabellera castaña que a la luz del sol se vía rubia perderse entre la multitud y lejanía.

Y por un momento deseo poder volver a verlo algún otro día.

Los días pasaban, semanas incluso pero en su mente aún habitaba aquel chico de cabellos de seda y sonrisa resplandeciente. Se comenzó a cuestionar el porqué no podía parar de pensar en él, pensó en un inicio que era sólo el deseo de hacer un nuevo amigo, luego admitió que el niño le había parecido bonito pero no sabía cuál era exactamente la respuesta que estaba buscando.

El pañuelo lo había mantenido guardado en una cajita en su armario, de vez en cuando lo sacaba y miraba detenidamente. Se sentía casi un loco o un raro incluso para un niño de 8 años tuvo el uso de razón de que quizás lo que hacía era un poco raro o quizás no.

Un día se acercó temeroso a su padre, era con quien más confianza tenía entre sus dos progenitores pero aún así no era fácil abordar temas que no fuesen más allá de trabajo con el hombre. De igual forma lo intentó.

— Papá —le llamó mientras ambos acomodaban la paja de la granja.

— Dime hijo, ¿ya terminaste?

— No, aún me falta el otro extremo —apretó con fuerza el tridente que usaba para mover la paja sintiéndose demasiado nervioso y ni siquiera sabía porque— Tengo una duda.

— ¿Duda? —el hombre levantó la vista y se secó el sudor de su frente— ¿Sobre qué?

En ese momento el pequeño se arrepintió, no sabía porque pero sentía que si revelaba todo algo malo pasaría. Jamás le dijeron directamente que no le podía parecer lindo un chico, nunca le explicaron que querer abrazar a otro niño o acariciar su sedoso cabello era algo malo pero el recuerdo de su madre poniendo una cara de asco al contarle a la vecina que había visto a dos hombres tomarse de las manos y haber estado "muy pegados" mientras ambas horneaban unos pastelitos se presentó en su mente.

Algo le dijo que debía andar con cuidado cuando hablase de ello a pesar de que Hyunjin no encontraba nada malo en lo que sentía ni en lo que pensaba, solo estaba confundido y quería darle un nombre a lo que le sucedía.

— ¿Cómo sabes cuando te gusta alguien?

Por alguna razón esa era la pregunta que se le formuló en la cabeza, no sabía porque había relacionado todo su sentir con esa especificación pero al pensarlo un poco mientras obtenía su respuesta encontró que no había mejor forma de preguntar para responder sus dudas. Quizás si le gustó el niño de regordetas mejillas.

— ¿Qué? —dijo sorprendido el hombre— ¿Por qué de la nada te interesa eso?

Su tono no era enojado, tampoco acusador, era más bien curioso y confundido. Su hijo nunca había mostrado interés en saber sobre el amor, ni siquiera cuando la madre de este le solía contar cuentos para dormir y estos hablaban de parejas teniendo su felices para siempre, ni cuando iban a alguna boda de algún conocido, ni cuando conocían alguna pareja o cuando se topaban con alguna.

Hyunjin simplemente no parecía interesado en saber porque dos personas se besaban o se tomaban de las manos. Tampoco parecía que le desagradece puesto que nunca hacía caras cuando se le mencionaba algo relacionado, nunca le disgustó ver las pocas muestras de afecto que las parejas se daban en público ni habló mal del amor en sí alguna vez. Esa pregunta simplemente le tomó por sorpresa al mayor.

Por su parte Hyunjin había quedado casi petrificado, ¿cómo le explicaba ahora a su padre su repentino interés en saber sobre ese tema?

Acomodando su gorra vieja y sucia se aclaró la garganta tratando de sonar tranquilo mientras sus ojos se clavaban en el suelo y habló al mismo tiempo que su cerebro intentaba inventar alguna mentira.

— Bueno, siempre me lo pregunté pero nunca encontraba el momento para decirte. Eso es todo.

—su padre le observó por unos momentos de pies a cabeza, extrañado por la situación— ¿Crees que te gusta alguien?

Hyunjin alzó su cabeza rápidamente, sintió un piquete en su corazón que no supo explicar en ese momento, se sintió atrapado aunque no sabía porque. ¿Eso quería decir que si le gustaba el niño de mejillas lindas?

— No, no es eso. Yo solo...tenía curiosidad.

Suspirando, su padre clavó el tridente en la paja y se acercó a él a paso tranquilo, se agachó hasta quedar a la altura de su hijo y, por primera vez en mucho tiempo, le miró con tanta suavidad que el azabache quedó confundido, era como si estuviera acariciando su pequeño rostro con aquellos ojos cansados.

— Hijo, sabes que puedes contarme lo que sea ¿no?. No tiene nada de malo que alguien te llame la atención, es parte de la vida.

— Yo- no lo sé —comenzó a jugar con sus manos nervioso— Solo le vi una vez. —admitió.

— Vaya, con sólo una vez que le hayas visto ya caíste. Resultaste un romántico eh campeón —le empujó juguetón el hombro haciendo que al niño soltar una ligera risilla— Dime, ¿cómo era ella?

¿Ella?, no no era un ella definitivamente, ninguna niña le había movido el corazón tanto como aquel chiquillo así que se sintió hasta un poco ofendido que su padre asumiera de que fuese una niña y estuvo a punto de corregirlo si no fuese por su madre que entró hecha una furia al granero.

Hyunjin no se hubiese sorprendido, su madre nunca estaba de buen humor y cualquier mínima cosa podía ponerla explosiva, solo cuando estaba a solas con las vecinas hablando sobre la vida de los demás se le veía tranquila y nunca levantaba la voz, de hecho hablaba en susurros como si las paredes pudiesen escucharla y pudiesen revelar sus más íntimos secretos. Aunque al final sólo era el pequeño azabache espiando a escondidas las reuniones de su madre.

Pero, como se ha dicho antes, él no se hubiese sorprendido por la actitud de su madre si no fuese porque se plantó frente a su marido y sin decir nada le dio una fuerte cachetada.

— Eres un maldito bastardo —escupió las palabras con tanto ácido en ellas que le dio un escalofrío al pequeño.

— Heesook, ¿pero qué- —no pudo terminar su oración puesto que otra cachetada, quizás está vez más fuerte que la anterior, fue dada.

— ¡Eres el demonio!, ¡¿cómo pudiste hacer eso?!. ¡Ojalá te vayas al infierno maldito asqueroso!

A Hyunjin le habían enseñado que maldecir era algo muy grave, que Dios era la salvación para todos sus pecados y que si tu alma ya no tenía salvación entonces eras enviado al infierno.

¿Por qué entonces su madre había dicho?, ¿por qué esperaba que su padre fuera al infierno?. Él no había hecho nada malo, su padre a pesar de tener un carácter no muy cariñoso al menos no lo trataba tan mal, era quien lo defendía cuando su madre se descontrolaba y le pegaba sin parar con el cinturón cuando lo castigaba si hacía algo mal. Entonces, ¿por qué?

Los oscuros ojos de su padre se posaron en su menudo cuerpo, en sus ojos el pequeño solo pudo encontrar confusión pero también algo más que no pudo entender en ese momento. No entendía muchas cosas que pasaban en ese momento, a esa edad.

— Hyunjin —le llamó haciéndo que se sobresaltara un poco aferrándose un poco más al tridente, podía sentir como sus uñas se enterraban en su palma quizás dejando marca— Ve a casa, a tu cuarto.

¿Y qué más podía hacer un niño de 8 años que obedecer?

No era la primera vez que su madre le había pegado a su padre o que hubiesen tenido una discusión fuerte, no era la primera vez que a Hyunjin le temblaban las piernas y quería gritarles que parasen de pelear así como no era la primera vez que era enviado a su cuarto antes de que el huracán cayese por completo. No, no era la primera vez.

Pero la mirada que su madre le daba a su padre, la forma en la que su rostro se desfigurada en una mueca de asco absoluto, la forma en la que su padre agachaba la cabeza como hacía Hyunjin cuando era atrapado comiéndose una porción de tarta y más tarde castigado. Todo le daba la sensación al azabache que ésta vez era diferente y no sabía porque ni tampoco sabía que iba a pasar después de esto.

Oh, si tan solo el pobre niño lo hubiese sabido en ese momento quizás, solo quizás, se hubiese quedado en lugar de ir a su habitación y quizás, quizás, hubiese podido evitar de alguna manera el terrible destino que se aproximaba.

Sólo...quizás.

Estuvo dando vueltas por toda su habitación sin encontrar tranquilidad.

Algo andaba mal y lo sabía, todo su cuerpo lo sabía pero tenía miedo de salir y terminar sumergido en la tormenta. Era solo un niño, un niño con un sabor amargo en su boca y una pesada sensación en su pecho que, extrañamente, le hacía querer salir de su casa y correr al granero pero tenía miedo.

¿Qué iba a hacer entonces?

Se sentó en su cama con sus piernas inquietas, moviendolas con un ritmo un poco acelerado mientras sus ojos se posaban en la puerta vieja de madera. ¿Qué iba a hacer?

Tomó un profundo respiro, lo mantuvo 5 segundos en sus pulmones para luego exhalar todo el aire y levantarse de golpe, dejándose llevar por la adrenalina o por sus instintos, no lo supo pero tampoco importaba. Se acercó a zancadas a la puerta y justo cuando sus dedos tocaron la perilla ésta se abrió abrutamente revelando el rostro demacrado de su madre y su corazón se detuvo por 2 segundos.

— ¿Qué estabas haciendo? —preguntó y la piel del niño se erizó, aquella voz sonaba tétrica y sin emociones.

— Y-yo...

— Tenemos que ir a la plaza —siguió sin dejarle hablar o si quiera pensar— Ponte tu ropa para salir, la que te dimos en tu cumpleaños. Rápido.

Y tan rápido como apareció se esfumó por el pasillo, metiéndose en su propia habitación y cerrando la puerta de un portazo.

Por otro lado el corazón del chiquillo palpitaba frenéticamente, quedándose estático en su lugar por un tiempo para después volver a cerrar la puerta y caminar automáticamente a su armario obedeciendo a su madre, pero su cabeza estaba hecha un lío.

¿Dónde estaba su padre?, ¿qué había ocurrido?, ¿por qué tenían que ir a la plaza?

Se vistió lo más rápido que pudo, no quería hacer enojar a su madre otra vez si se tardaba aunque fuese un segundo así que simplemente obedeció, estaba arreglándose la camisa cuando, simplemente sin ninguna razón, recordó el pañuelo del niño del mercado. No había sacado ese pañuelo más que en su cuarto para admirarlo por pequeños ratos, pero jamás se había atrevido a sacarlo de la casa ni andarlo por ahí, pero en ese precisa ocasión sintió la necesidad de llevarlo consigo y no lo dudó ni un segundo. Sacó el pañuelo de la caja que estaba soterrada entre mantas y colchas, lo miró por unos minutos antes de meterlo en su bolsillo asegurándose de que no se cayera.

Luego de que se sintió listo y seguro salió de su habitación y bajó las escaleras, su madre ya se encontraba en la sala sentada en el viejo sillón individual mirando a la nada con aquellos ojos que parecían vacíos, sin vida.

Al percatarse de la presencia de su hijo su mirada de posó en él, le escaneo de arriba abajo y sin decir palabra alguna se levantó para luego dirigirse a la puerta principal y tomar su sombrero junto a su abrigo, Hyunjin hizo lo mismo sin atreverse a preguntar ni siquiera a levantar su rostro.

En todo el camino el azabache se quedó atrás siguiendo los pasos de la mayor, contando en su mente desde el 1 hasta llegar a 10 para luego volver a empezar intentando distraer su mente.

A medida iban llegando a la plaza se encontraron con varios lugareños que parecía se dirigían al mismo lugar que ellos, todos con sus sombreros y bien vestidos, como si fuesen a un evento importante del cuál él no tenía idea. Haciendo memoria no había nada especial ese día, no era el aniversario de ningún monumento ni tampoco alguna festividad que el pueblo soliese celebrar y sus padres nunca le dijeron que ese día tendrían que salir.

Cuando por fin llegaron a la plaza se toparon con una multitud, parecía que todos había asistido sin embargo el ambiente era apagado y sombrío. Su madre se abrió paso entre todos y por alguna extraña razón las personas se apartaban y comenzaron a susurrar entre ellos mientras les dedicaban miradas de soslayo, como si los estuvieran juzgando por algo confundiendo aún más al pequeño, aún así su progenitora ni siquiera parecía inmutarse caminando entre aquel mar de gente sin dedicar alguna mirada detrás suya ni para asegurarse que su hijo aún le estuviera siguiendo, ella solo avanzaba con la cabeza en alto.

Hyunjin nunca se imaginó lo que vendría después.

Nunca en su vida creyó que al llegar al frente lo primero que viese fuese a su padre, nunca pensó que lo vería ahí en medio de aquella plataforma arrodillado y con los ojos vendados, lleno de sangre y heridas. Parecía que estaba atado de manos y si observaba detenidamente su respiración era irregular además de frenética, parecía asustado y Hyunjin también lo estuvo.

¿Qué hacía su padre ahí?

Sus ojos se desviaron de el cuerpo tembloroso de su padre, al lado izquierdo de éste se encontraba otro hombre, su aspecto era igual o incluso peor y éste temblaba con más ímpetu, podía ver un rastro de lágrimas recorrer las mejillas sucias y rojas de aquel hombre mientras apretaba tanto los dientes que el azabache pudo oír el crujir de éstos en su mente.

¿Qué estaba pasando?

— Ciudadanos —habló un hombre de saco y corbata posicionado detrás de su padre— Se preguntarán porque se les ha convocado hoy a la plaza, más de alguno habrá sacado sus conclusiones. Hoy, sentenciaremos a estos dos hombres que ven al frente por un terrible delito que han cometido, una abominación, un pecado —cada palabra salida por los labios de ese señor parecían como números en una bomba que iban pasando, acercándose más a la explosión y al pequeño niño le tembló el cuerpo junto al de su padre y el hombre arrodillado a su lado— Estos dos hombres fueron atrapados teniendo encuentros cercanos muy seguido, sin embargo no había algo que sentenciar hasta que hoy la esposa del señor Lee atrapó a su esposo con el señor Hwang haciendo actos indebidos.

Los ojos del azabache pasearon por el cuerpo de su padre, luego viajaron al señor Lee, como ahora sabía que se llamaba, para terminar en el semblante agrio de su madre. La cara de la mujer estaba contraída, respiraba como un toro furioso y se notaba que apretaba su quijada con demasiada fuerza. Los ojos de ella estaba fijos en su esposo.

Si las miradas mataran...

— Después de interrogarlos el señor Lee admitió haber tenido encuentros íntimos, sexuales, con el señor Hwang revelando así que ambos eran una pareja.

Los jadeos horrorizados de la multitud llenaron los oídos del chiquillo, muchos se taparon sus bocas sorprendidos por la revelación de aquel trajeado hombre y los cuchicheos no se hicieron esperar.

— Han ido en contra de lo que Dios ha mandado, le han dado la espalda a nuestro Señor y han cometido uno de los más terribles pecados —los apuntó con su dedo índice de forma acusatoria escupiendo las palabras— La homosexualidad.

Más jadeas, más cuchicheos, más rostros deformandose en una mueca de espanto. Parecía como si estuvieran presenciando el peor acto que se pudo haber hecho en la tierra.

Y Hyunjin no lo comprendía.

Entendió que su padre había estado viéndose con alguien más que no era su madre, entendió que su padre había engañado a su madre, entendió que eso era un mal ante los ojos de Dios porque así se lo enseñaron. Pero no entendió porque era tanto el horror, no entendió porque le hacían eso a su padre y no al señor Park, su vecino, que vivía engañando a su esposa todas las noches yéndose a bares y besando a las prostitutas, o al menos eso era lo que había escuchado de la boca de la propia señora Park que llegaba llorando a su casa a la hora de hornear pan.

¿Por qué su padre y no todos los demás?, no lo entendía

— Su sentencia —volvió a hablar aquel hombre después de unos minutos donde la gente seguía hablando, seguía susurrando— La muerte.

Y su corazón se saltó un latido.

Lo peor no fue escuchar esas dos palabras, lo peor fue escuchar los victoreos de la multitud. "Sí, se lo merece", "Que horror, ayer lo saludé con la mano y toque a mis hijos después ¿será contagioso eso?", "Es bueno saber que hacen justicia". Lo peor fue escuchar como la gente estaba de acuerdo.

— ¡Ahorquenlos! —gritó una mujer que cargaba con un bebé pálido y desnutrido.

— ¡Si, ahorquenlos!

— ¡No permitan que su enfermedad se propague!

— ¡Ahoguenlos!

— ¡Matenlos!

¿Por qué las personas decían eso?, ¿por qué atacaban de ese modo a su padre, con palabras tan hirientes, tan horribles?, ¿cuál era el mal que había hecho y porque su madre no hacía nada para evitarlo?

Quiso correr en ese momento, se sintió asfixiado y el aire no llegaba bien a sus pulmones. No sabía si era por el tumulto de gente que se cernía ante él o por la situación en sí. Las piernas le temblaron y sintió el sudor de su frente caer como gotas hacia su barbilla, estaba asustado tanto que sus pies se enredaron entre sí y tuvo que sostenerse de algo para no caer, se sostuvo del brazo de su madre.

Ella, por primera vez desde que salieron de casa y desde que el caos se desató, le dirigió la mirada pero Hyunjin hubiese deseado que aquellos ojos nunca se hubiesen puesto en su menudo cuerpo. Aquella mirada era aterradora, llena de una gama de sentimientos explosivos que petrificó al chico, casi pudo sentir a sus huesos congelarse.

Se soltó del agarre bruscamente, casi con desprecio o quizás si lo era, miró a su al rededor a todas aquellas personas exigiendo diferentes tipos de ejecuciones para quien fue su marido, cada cual peor pero aún así parecía no satisfecha con ninguna de esas opciones.

— ¡Cálmense! —gritó el hombre que seguía en la plataforma— ¡Guarden silencio!

Y entre toda la buya, entre todas aquellas voces mezcladas sonando desprolijamente, la voz de su madre sonó, tan fuerte, potente y estruendosa como un trueno.

— ¡Quemenlos! —gritó y se hizo el silencio.

Todos se quedaron estáticos observando a la mujer de aquel pecador exigir su sentencia de muerte. Estaba mandando, a falta de palabras, al infierno al hombre con el que se había casado jurando por el cielo. Qué ironía.

Luego la turba comenzó a victorear estando de acuerdo con la mujer, debían quemar a ese traidor. Gritaban eufóricos, extasiados, casi saboreando aquellas crueles palabras en sus hipócritas bocas.

Hyunjin, por su parte, palideció.

No podía creer que su madre haya dicho aquellas palabras, no se esperaba que estuviera realmente de acuerdo con toda esa atrocidad y quizás muy en el fondo tenía la absurda esperanza de que ella salvaría a su padre, que a pesar de saber que ambos no se amaban ella encontraría piedad por el hombre con el que compartió varios años de su vida y le extendiese una mano, Hyunjin pensó en ese momento que las personas estaban podridas por dentro.

— ¡Silencio! —gritó muy fuerte el hombre trajeado al punto en el que su voz se quebró en un gallo y el tono subió 2 veces más agudo que el suyo propio— ¡Orden, quiero orden aquí! —ahora se puso al lado de su padre con una expresión exaltada hasta que las personas poco a poco iban acayando sus voces— ¡La sentencia será quemar vivos a los dos pecadores!

Y más gritos emocionados, felices, más gritos que aprovaban torturar a un alma inocente, ¿cuál era el mal que su padre había hecho?, ¿merecía realmente el odio del mundo?

Dos guardias se acercaron a su padre y al otro hombre, está vez ambos temblaban con mayor notoriedad y parecía que que el señor Lee se había hasta orinando en sus pantalones al tenerlos visiblemente mojados ahora. Les descubrieron los ojos dándoles por primera vez vista a todos aquellos que los querían muertos, quizás lo hicieron para que ellos mismos pudiesen ver su propia muerte.

Hyunjin quiso gritar también pero para que su padre lo viese, para hacerse notar en medio de la multitud enfurecida y demandante, para que viese que él no lo quería muerto, quería que huyese de ahí y que viviese así que en medio de ese caos obedeciendo por primera vez a su corazón y no a su cerebro comenzó a correr hacia la tarima e intentó saltarla para poder llegar a aquel hombre y ayudarlo. Intentó salvarlo.

— ¡Papá! —gritó saltando tanto como podía, pero la tarima era aún muy alta para él— ¡Papá, soy yo!, ¡papá!

— ¡Ey niño, ¿qué crees que haces?!

Uno de los guardias se acercó a él e intentó hacer que se soltase de la tarima jalando bruscamente, sin embargo el azabache se aferraba tanto como podía a aquella estructura mientras seguía gritando.

— ¡No, papá!, ¡papá!

Entre todo ese forcejeo, entre todo el ruido, entre toda la desesperación del momento, sus ojos y los de su padre se encontraron por unos instantes y solo eso bastó para que Hyunjin supiera que ese era el fin.

Una lágrima cayó desde el ojo izquierdo de ambos antes de que ataran al hombre a un mástil junto al segundo sentenciado y, estando rodeados de paja a la vez que les echaban gasolina, el hombre que había estado en la tarima todo ese tiempo sacudió una caja de fósforos.

— ¡¿Últimas palabras?! —grasnó el trajeado.

Su padre levantó su rostro y miró fijamente a aquel hombre para luego pasar su vista por toda la multitud encontrándose con los ojos enfurecidos de su esposa quien le miraba con desprecio y asco, luego sus ojos viajaron al hombre que estaba al lado suyo quien lloraba sin parar y le miraba suplicante, desesperado y hasta con un poco de rencor en aquellos ojos cafés que una vez le miraron con amor. Por último sus ojos buscaron en la multitud encontrándose con los de su pequeño quien seguía estando aprisionado por aquel guardia y forcejeaba sin parar, y en aquellos ojos encontró lo que buscaba.

No había odio ni desprecio, no había rencor ni asco, había súplica pero sabía que no era para él, había miedo pero no por él sino para él, había cariño y ahí encontró su paz. Hyunjin no lo odiaba, Hyunjin quería salvarlo.

— Lo siento —pronunció sin romper el contacto visual— Te amo.

Y el serillo cayó al suelo.

"I don't want to set the world on fire
I just want to start a flame in your heart"

El color rojo era el color favorito de Hyunjin, el rojo intenso como el de su colcha más caliente que usaba en los días fríos de invierno o el de la jalea de tarta de fresa que su madre solía hacer los lunes, pero justo en ese momento el rojo que ya hacía en frente suyo solo le provocaba pavor.

Escuchaba gritos como de fondo pero parecían como si proviniecen muy lejos de ahí a pesar de saber que estaban justo a la par suya, gritos de júbilo y alegría sin embargo entre aquellos gritos había uno de horror absoluto, un grito tan desgarrador que al propio Hyunjin le dolió la garganta. Sus ojos, abiertos de par en par, veían como su padre se quemaba vivo.

"In my heart i have but one desire
And that one is you, no other will do"

Había dejado de forcejear en el momento exacto en que las primeras llamas estallaron y el primer grito fue pegado. El guardia al ver que el niño por fin se había calmado lo soltó haciendo que éste volviese a la realidad y apartarse la vista de aquel horror. Los gritos ahora perforaban sus oídos y el calor le azotó el cuerpo, una presión dolorosa se instaló en el medio de su pecho y las lágrimas comenzaron a salir como cascada de sus tristes ojos sin que él supiera detenerlas.

— ¡AAAAH! —gritó esta vez él con todo lo que su garganta le permitía asustando al guardia que seguía viéndolo descolocado— ¡AAAAH!

"I don't want to set the world on fire
I just want to start a flame in your heart"

De ahí Hyunjin no supo más, sólo sabe que se echó a correr tan rápido y tan lejos como sus piernitas le permitían sintiendo aquel calor abrazador alejarse cada vez más de su espalda, queriendo huir de aquel infierno que se le fue presentado ante su pobre alma.

Corrió sin importarle nada, sin importarle los gritos desgarradores de su padre y el señor Lee, sin importarle el guardia que le llamó a gritos antes de desaparecer, sin importarle su madre que en ese momento su corazón detestó con cada fibra de su pequeño ser, sin importar nada. Corrió al bosque alejándose de todo y todos, siguió corriendo con aquel remolino de sentimientos comiendolo vivo, casi despellejándolo.

Y aún después de que estaba seguro que se había alejado lo suficiente y que estaba perdido, que no reconocía los árboles de esa zona y que ya no sentía el humo de la hoguera Hyunjin siguió corriendo y no recuerda nada más.

Nada más que una cosa, quizás había sido su imaginación o quizás de verdad lo vió, pero justo antes de haberse ido casi por completo del pueblo pudo jurar que al mirar atrás por unos segundos pudo dislumbrar una cabellera castaña que gracias a la luz de las llamas se veía rubia.

©_prayBluesoul_

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