⇁ 09 ↼

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

☽ | EL MISTERIO QUE ME MUESTRA.

⋆⭒⋆⭒


Nada más escuchar su petición, una sensación amarga se apodera del estómago de Vanitas. No es capaz de leer entre líneas lo que en verdad busca, pero abrazándose el torso y sin apartar la mirada de la suya, acepta sus condiciones. Igualmente, no tiene más que hacerlo si no quiere perder lo que considera importante. Así que, sin querer perder el control que ha conseguido tener al paso de los años, moviendo un poco su pie izquierdo, recupera su postura altanera y relajada.

—Apenas os conozco de un día..., Pero si es lo que queréis, solo lo haré si a cambio también me hacéis un favor. —Sus ojos violáceos se abren un poco, quizás con sorpresa, e inevitablemente el chico de cabellera oscura no puede dejar de recordar los múltiples bocetos que tiene de su rostro.

Sin embargo, sacudiendo la cabeza, pone atención en la manera en la que curva sus labios en una ladina sonrisa. Por alguna razón, siente que esta situación le divierte.

—Vos diréis —le dice, mientras el desconocido acomoda un mechón blanco y rebelde de su cabello tras una de sus orejas.

Vanitas se da cuenta de que sus ojos purpúreos no le dejan de ver un segundo y siente que ve más allá de lo que cualquier otra persona podría llega a vislumbrar. De repente, le invade una extraña y doliente sensación, y recuerda los ojos que creyó ver la noche anterior en su habitación. 

No obstante, el repentino acercamiento del hombre lo saca de su mente y solo ve la forma en la que su mano libre se extiende para acariciar uno de sus cabellos largos y oscuros. La forma en la que sus dedos lo sujetan, con una extraña calma y apreciación, hace que la tripa se le revuelva; pero no hay sentimiento de rechazo alguno naciendo en su interior, simplemente... hay uno de espera, de ver qué se trae entre manos.

Por haber desatendido su vista, Vanitas al alzar la mirada, distingue esos ojos brillantes y deseosos de algo que no puede identificar solamente centrados en el. Traga grueso mientras comienza a hablar; es lo que quiere, y se lo va a dar.

—Me gustaría saber vuestro nombre, debido a que si esto va a relacionar nuestros caminos por un tiempo indefinido, no me atrae la idea de trataros como a un extraño —dice el de la piel lechosa, realmente curioso de quien se trata el hombre.

Los rayos solares que brillan tras su espalda parecen hacerlo destacar todavía más, y mientras sigue el desconocido tocando sus mechones del cabello, Vanitas ve que este se dedica a ladear su rostro, quizás pensativo. No dicen nada durante unos segundos y solo se puede escuchar a su alrededor el cantor de los pájaros que en ese momento, resultan molestos.

Entonces finalmente le suelta el cabello para pasar ahora a sujetarlo con firmeza de la barbilla; al instante, aunque no se incomoda ante su cercanía, una sensación fría se reparte por ese agarre. ¿Cómo alguien puede estar tan helado?, no evita preguntarse. Aun así, su sujeción no es realmente fuerte y parece que se dedica más a darles ligeros roces.

—Si eso es lo que queréis, no dispongo de problema alguno en decirlo. —El hombre de ropas oscuras finalmente suelta aquello que causa intriga a Vanitas y que esta deseoso por conocer—. Podéis decirme Noé, pero no hay nada más que eso. 

Por alguna razón, el chico de piel lechosa siente que quiere saber mucho más que eso.., Pero termina por dejarlo estar y no puede evitar pensar en una extraña comparación con su nombre. Lo suelta sin pensarlo dos veces.

—¿Vuestro nombre es Noé? ¿Cómo el hijo del arca? —Se fija al momento en la manera en la que una extraña arruga aparece entre sus cejas nevadas al pronunciar su nombre. ¿Le habría molestado?

Sin embargo, pronto desaparece, casi por arte de magia, solo para recuperar esa expresión jovial y divertida que mantuvo en el día anterior cuando nos conocimos. El más alto esconde su pendiente tras su espalda y mantiene un silencio tenso por unos segundos. Acaricia el lazo que rodea su coleta, de repente nervioso y sin entender qué espera para decirle lo que busca de el.

Vanitas se lo recuerda dispuesto a qué no le haga perder más su tiempo.

—¿Qué es lo que queréis vos a cambio? —Parpadea unos segundos y tras soltar una carcajada suave y armoniosa, le responde.

—Mis disculpas, me he perdido por un segundo. Lo que quiero a cambio es tu nombre de igual manera. —Aquello no le suena del todo bien, y por un segundo, piensa en mentir. Porque en serio, ¿de verdad era eso lo único que quería de el?

Obviamente, Vanitas ya le había preguntado su nombre para luego denunciarle a la policía francesa por chantaje. Sin embargo, si sus intenciones eran tan banales y sin ninguna treta después..., Acaricia la parte trasera de su cuello, y no tarda en contestarle con la esperanza de que le regrese lo que es suyo.

—Yo soy Vanitas. —Parece realmente satisfecho, porque asiente mientras ve que sus labios repite su nombre en bajo, y aquello causa que una extraña curiosidad le nazca ante todo el misterio que le muestra.

Su mirada oscura ahora ocupa un brillo intenso y le observa y analiza de arriba a abajo; una de sus manos enguantadas vuelve a dirigirse a su cabello para echárselo hacia atrás. No pierde la forma en la que pasa su lengua sobre sus labios inferiores. ¿A qué venía todo ello?

Comienza a golpear el suelo, inquieto, y sin espera extiende una de sus manos hacia él.

—Bueno, ahora que ya que sabemos quiénes somos, ¿me lo devolvéis, por favor?

Sin embargo, lo que hace a continuación lo deja helado, todo le da vueltas y solo siente que la rabia se apodera y baila en su interior. Mientras le vuelve a dejar a la vista, le da ligeros toquecitos y sin pedirle permiso, se lo coloca en la oreja derecha; al contrario de como se lo suele colocar Vanitas, que siempre lo hace a la izquierda. Parece brillar de una forma distinta a la suya, pero por supuesto no se queda a presenciar la forma en la que lo hace resaltar su extraño y oscuro atractivo, porque le distrae cuando le coloca otra cosa al frente de su rostro; cuando Vanitas se separa un poco, y distingue el mismo pendiente que el suyo, pero con la diferencia de que este en vez de tener decorados azules, son morados.

Aquello hace que la mueca sarcástica que siempre suele cargar desaparezca, y lo aparta de un manotazo sin entender nada de lo que ocurre. Su mano cae hacia uno de sus costados suavemente, casi como si se lo esperase. Y por supuesto, Vanitas explota.

—¡¿Qué significa esto?! ¡¿Cómo si quiera podéis explicarme qué tengáis el mismo pendiente que el mío, que cabe destacar que es único, y adquirirlo en una sola noche?! ¡¿Y no se suponía que después de haceros este "pequeño favor", me lo devolveríais?! —le señala con fiereza, mientras uno de sus dedos enguantados le apuñalan en pecho.

Trata de no centrarse en lo terso que lo nota a través de sus dedos cubiertos.

Este, no obstante, no se deja afectar por su tonto berrinche y vuelve a pasarle la copia de su pendiente. No borra esa estúpida sonrisa de su rostro, y ahora sí que lo está poniendo de los nervios. Alza sus manos, como si estuviese tratando de calmar a un animal salvaje. Otra cosa en añadidura que lo pone de mal humor.

—Mira, todo esto tiene una buena explicación. —Entonces, alza sus cejas esperándolo y se cruza de brazos, solo deseando que se acabe tanta tontería y se lo regrese.

Este sigue con la misma sonrisa y dedicándole una mirada a su alrededor, casi como cerciorándose de que nadie los escucha, y después de confirmarlo, se acerca mientras sigue enseñándole esa molesta copia de su joya favorita.

—En el día de ayer me quedé embelesado con vuestra joya y como tengo una buena memoria, tras separarme de vuestro lado mandé hacerme uno igual. Obviamente, quería enseñároslo y por eso regresé aquí de inmediato. —Entonces se lleva una mano a su frente, haciendo una pose de total desasosiego y a Vanitas le parece un dramático—. ¡Oh, pero mi tristeza cuándo al volver ya no estabais!

»Obviamente, no pensaba que volveríais, porque como bien dijisteis, sois un extranjero y normalmente no se suele visitar el mismo lugar dos veces. Pero, cuando encontré vuestro pendiente tirado en el suelo, supe que sí lo haríais. Así que emocionado, esta mañana me levanté desde muy temprano esperando veros. No tienes ni idea de la emoción que sentí al veros corriendo hacia aquí —termina con esa molesta sonrisa, y creyendo que ahora todo está muy claro.

Obviamente, no es así.

—Pero si vuestro propósito era ése desde el principio, ¿por qué entonces queréis quedaros con el mío? Si os hacéis una copia, es para usarlo vos mismo —reclama Vanitas, sin querer pensar en lo amable que había sido por esperarlo desde tan temprano. 

«¡Está usando chantaje emocional contigo, Vanitas! ¡Solo mira la forma en la que sus labios se hacen morritos negando su culpa y lo extraño que resulta todo esto! ¡Dios, no os dejéis engañar por una cara bonita!», piensa, sin querer doblegarse ante sus ojos brillante y expresión ahora amistosa. No obstante, mientras observa como se queda un segundo helado, le asusta cuando deja caer sus hombros y cabeza rendidos. Un largo suspiro hastiado escapa de sus labios.

 —Os voy a ser sincero, no tengo muchos amigos aquí en Francia —admite, apartando la vista por primera vez de su mirada que intenta verse seria e indiferente.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —pregunta Vanitas con un tono de voz serio y falto de emociones.

Este vuelve a mirarle con esa emoción que trata de esconder mucho más, y nervioso, trata de no perder los estribos cuando le pone el pendiente en el pecho con fuerza. Siente que le está apuñalando este; ve la forma en la que tintinea su posesión en su oreja derecha y tiene unas ganas tremendas de arrancárselo de encima. Sin embargo, sus palabras le llaman de nuevo la atención.

—Solo quiero ser vuestro amigo y de verdad, sé que si os lo devuelvo, no volveréis a verme o a si quiera prestarme atención. Por eso, pienso quedármelo hasta que os vayáis de nuevo al lugar de donde venís, y solo entonces, os lo devolveré. —Aquella afirmación solo le hace soltar una risa disconforme; sin embargo, al ver la tenacidad de sus ojos, sabe que no tiene otra opción y que tiene que arriesgarse a hacer una locura.

Obviamente, no va a permitir que un extraño lo mangoneé de esa manera.

—Está bien, está bien, acepto vuestras condiciones. —Trata de que no le tiemble la voz mientras dice aquello con la voz más falsa que tiene, y al momento una expresión sonrosada ocupa sus mejillas y salta a la vista lo emocionado que está con la noticia—. Dámelo, anda.

Se lo entrega, la copia, y no puede evitar fijarse en el temblor de estos. ¿Tanta emoción le daba? Sin detenerse a pensarlo demasiado, se lo coloca en su oreja izquierda y le pone feliz sentir ese peso usual en ella, aunque no se trate del mismo. Entonces este le comenta que ahora andan conjuntados y Vanitas trata de morderse la lengua para no dañar sus planes.

—Y... bueno, ahora que esto va a ser así. ¿Qué es lo que buscáis hacer? —Gracias a sus artes de hipocresía, ve que se ha dejado atrapar por sus redes y lo ve darse la vuelta lateralmente, para comenzar a andar hacia un destino insospechado.

Lo sigue un poco por detrás, mientras le comenta que quiere enseñarle las partes de Francia más bellas y poco reconocidas y, por supuesto, a través de sus ojos. Todo aquello le suena a chino y aprovecha que está distraído diciéndole que —como dato interesante y que debe conocer— París es la ciudad de las flores, para lanzarse sobre su oreja derecha en busca de recuperar lo que le pertenece.

Claro está, no se espera que reaccione ante su ataque tan deprisa y lo siguiente que sabe, es que sujeta su muñeca con fuerza y junta sus rostros muy de cerca, para dar su misión por perdida. Es tal la diferencia de altura, que anda de puntillas y poco le queda para dejar de rozar el suelo. Sus miradas se cruzan y esta seguro que por su mirada amatista y molesta, finalmente ha comprendido que todo era una treta. Vanitas trata de liberarse de su agarre, incluso sostiene uno de sus hombros e intenta hacer fuerza hacia atrás, pero todo parece inútil. Lo peor de todo, es que su sonrisa y mirada le dan señales de que está disfrutando mucho con su sufrimiento.

—¿Creíais que podíais tomarme por sorpresa? —De nuevo, su tono es oscuro, y esta vez sí que le da miedo.

Por suerte, lo suelta y da varios traspiés hacia atrás; consigue mantenerse recto, y aprieta sus manos con fuerza sin importarle hacerse daño. Todo aquello es ridículo e insano para su corazón; ¿de verdad va a estar obligado a estar junto a él?

—Si de verdad quisierais mi amistad, os daríais cuenta de que estas no son las maneras para conseguirlo. —Su cercanía de nuevo le aprisiona el corazón, y una de sus manos sujeta su barbilla como en la ocasión anterior. Lo único que la diferencia es que esta vez, es que el agarre es más fuerte.

—¿Creéis que eso es lo que más busco de vos? ¿No recordáis lo que os mencioné ayer? ¿Lo de que... —Sus labios están muy próximos a los de Vanitas, y siente su aliento helado sobre ellos y se pregunto seriamente porque no lo aparta—, ¿nos conocíamos? Todavía sigo pensándolo. Así que decidme, ¿de verdad seguís sin recordar...?

Algo los interrumpe y es el grito de una joven mujer unos pasos próximos a ellos. Aquello hace que se separen de golpe y sin pensarlo dos veces, sale en su ayuda. No da ninguna vista hacia atrás, porque en ese momento su deber está en juego: es médico, y su deber es salvar vidas.

Resulta que una joven mujer se ha tropezado en medio de la carretera (la misma que Dante tuvo que cruzar para regresar con el en el día de ayer), y no puede moverse por el terror. Totalmente comprensible, por supuesto.

Es cuestión de segundos que el carromato que viene en la dirección contraria y el cual echa humo negro por su escotilla la atropelle. Ni siquiera Vanitas sabe desde cuándo ha podido correr a tanta velocidad, pero a segundos de que lo peor suceda, se encuentra sosteniendo de sus hombros menudos para saltar hacia el otro lado. Después, ambos se encuentran al otro lado de la calle con las respiraciones agitadas.

Por el repentino movimiento, su vestido de volandas está por los aires, pero no cree que importe al salvarle la vida. Rápidamente, al encontrarse encima suya y se levanta, no queriendo atosigarla. El carromato hace rato que se ha marchado de la escena. Entonces, antes de poder hacer cualquier otra cosa, siente una fuerte e intensa mirada sobre su espalda, pero al darse la vuelta, no encuentra al joven chico de nombre Noé. Ha desaparecido sin dejar rastro y lo peor de todo, con su pendiente original. Golpea el suelo con fuerza, y aunque le duele, trata de centrarse en otra cosa: como por ejemplo, en la chica que se sujeta la cabeza y se levanta tambaleante.

En ese momento, es cuándo finalmente puede detallarla con cuidado y por un segundo, se queda embelesado con su belleza. Por seguro, jamás se podría ver algo así en Suiza; a lo mejor podría llegarle a los talones a una joven de allí llamada Shirley, pero... Esta mujer tiene algo, algo que la hace diferente y que le hace recordar mucho a Noé.

Sacude su cabeza, y mientras ve que recupera su sombrero de bordados florales del suelo, le tiende una de mis manos a la vez que se incorpora para quedar al frente de ella. Su piel blanquecina y algo rosada, su cabello rosado y largo con pinceladas blancas, y esos ojos dulces y brillantes como diamantes y del color del oro, dorados, que lo dejan embelesado. Sin embargo, recuerda que puede ser una mujer nacida en este país y le habla en su idioma, para no ocasionar momentos incómodos.

—Ça va, mademoiselle? —Trata de que su voz sea lo más dulce posible, sin embargo, le extraña cuándo la mujer nada más cruzar mirada con la suya, se aparta de golpe ocultándose sus labios sonrosados y con un agradable rubor en sus mejillas.

¿Se ha avergonzado por el accidente?, se pregunta y le parece muy probable.

Sin embargo, niega su ayuda y se levanta de golpe, levantando los volantes de su falda y sacudiéndolas con fuerza. Recupera la sombrilla que ha caído a unos metros de su lado, y ya sosteniéndola entre sus menudas manos, se lo pega en su pecho y su cabello vuela tras su espalda. Su color vibra lleno de vida y aunque debe centrarse en la mujer que lo observa con nervios, eso le roba su atención. No dura mucho por supuesto cuando comienza a hablar.

—C'est une folie totale ce que tu as fait, jeune homme ! J'aurais pu mourir ! —Entiende su preocupación, pero aun así se rie, porque su expresión avergonzada no deja que la tome en serio.

—Mais tout s'est bien passé, madame. —Una sonrisa asoma por los labios de Vanitas y asiente, finalmente confiando en mis palabras y quizás, superando el susto de lo que podría haber sido una muerte segura—. Je ne le dis généralement pas aux gens que je connais à peine, mais puisque je lui ai sauvé la vie, il mérite de savoir. Je m'appelle Vanitas et je suis médecin, donc si ça ne vous dérange pas, me laisseriez-vous vous surveiller ? Pour éviter tout désagrément ultérieur, bien sûr.

Parece un poco reacia al principio, pero asiente con lentitud y ambos se apartan de la carretera que ahora está abandonada. Llegan hasta un banco de la plaza y mientras ella se sienta y se recoge las faldas con una expresión avergonzada, Vanitas le dice que será rápido. Obviamente, no hace que sus volantes descubran sus partes intimas, y lo único que necesita es ver sus piernas. La probabilidad de haberle hecho algún tipo de rasguño allí podría ser muy probable al haberla apartado del suelo de la carretera de una forma tan brusca.

Sin embargo, tras un buen rato de observar y de tocarle con delicadeza para decirle si siente alguna molestia, no hay nada. Aquello le hace extrañarse, pero ella suelta que tiene suerte y decide atribuirle eso. Luego se baja las faldas y le da las gracias.

—Vous n'avez vraiment pas d'autres soucis? —Ella vuelve a negar, y aunque no quiere inmiscuirme demasiado, temo que le esté mintiendo, así que le pregunta a donde va.

Solo le dice que se va a reunir con una persona unas calles más adelante, y Vanitas no queriendo dejar a una mujer que acaba de sufrir un accidente, se ofrece a llevarla. Se niega al instante, levantándose y apartando con su paraguas. Todo aquello le resulta muy dulce, sin embargo, le repito que me preocupa que se desmaye por el shock por el camino, y al final cuando ella se adelanta, mira hacia atrás instándole a seguirla.

Vanitas contento porque hace su deber incluso fuera de casa, la acompaña unas cuadras más adelante. Piensa al principio que no hablarán más, simplemente creía que eran dos jóvenes que se acompañaban en un destino que los separaría inevitablemente, no obstante, ella comienza a hablar. Y por alguna razón, ya no hay ni un solo rastro de la timidez nacida de antes.

—Puisque tu es mon sauveur, tu mérites aussi de savoir. Je m'appelle Jeanne et je suis ici pour le travail. —Su voz de nuevo le resulta dulce, cómoda y trata de guardar su nombre en su cabeza. Quizás en un futuro, tengan la oportunidad de verse una vez más.

—Alors, Jeanne, ravie de vous rencontrer. Allez-vous rester longtemps dans ces parages? —Ella le dice en su idioma natal que simplemente hasta que su trabajo dure, y le recuerda en ese aspecto mucho a el.

Después, cuándo esta seguro de que no queda nada para llegar a la calle citada, se detiene y lo mira con seriedad. Le dice que tiene que tener cuidado y que no procure saltar hacia chicas en peligro; Vanitas se ríe de ella, y ahí está, de nuevo esa expresión avergonzada.

Sin embargo, cuando Vanitas piensa en soltar alguno de sus comentarios sarcásticos de siempre, una voz se escucha a sus espaldas e inevitablemente se gira hacia ella, dejando a la chica un poco apartada. Es Dante; viene con grandes zancadas hacia ellos y tiene un cabello de locos, por no hablar de su aspecto.

—¡Vanitas, necesito vuestra ayuda en casa, vamos! ¡Johann ha incendiado la casa! —Y allí está la razón de que esté como loco. Aquella afirmación le saca de honda y cuando toma su brazo con fuerza, se deja tirar por el sin si quiera acordarse de la chica que dejó atrás con la palabra en la boca.

No obstante, sus ojos dorados y su expresión avergonzada no desaparecen de su memoria, y se pregunta qué es lo que llevaría en el maletín que cargaba en su brazo libre.

Y mientras ellos dos abandonan la estancia con prisas, Jeanne siente un agarre en su estrecha cintura y sabe que su cita finalmente había acudido, y lo mejor, había decidido acercarse a ella evitando que siguiera caminando con los zapatos de tacón que conseguían darle unas buenas agujetas. Qué ganas tenía de quitárselos.

—¿A qué se debe qué no me miréis ni dediquéis la atención de siempre, mi dulce Jeanne? —Pero entonces, el invitado de honor mira en la dirección que ella dirige sus bellos mirares de diamante, y antes de que desaparezcan por la curva de una de las carreteras, puede observar esa cabellera negra y larga junto al lazo azulado que no ha conseguido salir de su cabeza desde que lo conoció en su estadía del tren.

—Ese chico, maestre... ¿No le parece un tanto extraño? —El hombre asiente mientras ajusta más su agarre en la cintura de la joven, y ella recuesta su cabeza en su hombro, sintiendo la calidez tan familiar.

—¿Extraño? No..., Sin duda, me parece alguien que merece la pena ser conocido. —La chica dirige sus mirares dorados hacia arriba para encontrarse con aquel ojos brillante y de un color bordó lleno de deseo y emoción; la decepciono que esta vez, no estuviese dirigida hacia ella.

—Maestre Ruthven, ¿por qué motivo me obligasteis a fingir un accidente ante sus ojos? —Hace sus usuales morritos y mientras el hombre la sostiene de la barbilla, en sus ojos solo sigue viendo a aquel joven que tanto deseaba conocer más.

—Siento que Vanitas es muy importante para nuestro siguientes pasos, y creo que puede allanarnos el camino hacia aquellos que se alejan de nuestro alcance. —Y después de esas cortas palabras, ambos desaparecen de la plaza dejando una pequeña estela de humo.



Ya en la casa de Dante, justo cuando entran a trompicones al interior, Johann es el primero en recibirles para aprisionarlos entre sus brazos y se siente ahogado. Sin embargo, no se aleja cuando siente que tiembla con fuerza; aún atrapado en su abrazo, pregunta qué ha pasado con el fuego y este le dice que lo apagó con un extintor de la vecina.

Y con aquella noticia, se siente más relajado. Obviamente, hubiera sido un desastre que la casa entera se hubiera quemado y con ella sus papeles e informes sobre su familia, sus bocetos y todo lo demás. Cuando le dejan libre, se permite tomar una fuerte bocanada de aire y aprovecha que está distraído atrayendo en sus brazos de nuevo al hombre de cabello anaranjado, para dirigirse a su cuarto después de un día con tantas emociones. Acaricia su nuevo pendiente, sin saber qué puede esperarle con ese trato tan injusto con el chico de cabellos blancos, piel morena y ojos violáceos. ¿Por qué no puede salir de su mente?

De nuevo, se le cruza la imagen así de improvisto del asesino de la chica que anunciaron en los periódicos, y siente que cae en una bruma densa que solo se despeja con el sonido del timbre.

—¡Abrid, mi dulce Vanitas! ¡Dante ahora está ocupado entre mis brazos! —Johann exclama mientras sigue apachurrando en su poder al hombre pequeño.

Entre risas y algo avergonzado de su cercano comportamiento, se dirije hacia la puerta. ¿Por qué siente que a cada paso, un peso nace en su pecho que aprieta? Algo nervioso, acaricia el pomo y sin pensarlo dos veces, abre sin contemplaciones.

Menuda sorpresa se lleva cuándo al mirar hacia las afueras, se encuentra con el mismo quebradero de cabeza que le desconcierta y le hace distraerme: el chico de piel morenita y de ojos intensos, profundos y misteriosos. Aquello le descoloca, y le hace sujetarse con fuerza de la puerta; sus dedos tiemblan y no puede apartar la vista de aquella sonrisa petulante, de su brazo que se apoya en el marco de la puerta y de la cercanía que atenta contra mi persona.

Lleva las mismas ropas oscuras de antes, solo que lo acompaña una gabardina negra y larga hasta por debajo de las rodillas. Botas largas y que aprietan sus piernas la decoran y esta vez, todo su cabello está echado hacia atrás como si se hubiera puesto un poco de gomina. Le queda bien, piensa, y se retracta de nuevo. Se encorva hacia el y por alguna razón, no encuentra palabras para decir; la sorpresa se lo ha llevado todo.

Entonces, habla con aquel tono de voz grave y peligroso.

—¿No creíais que os libraríais tan fácilmente de mi, verdad, Vanitas? —pregunta, mientras acaricia con burla su pendiente azul.

Escucha las voces de Dante y Johann llamarle por detrás, sin embargo, lo único que puede hacer es mirarlo; tiene algo atrayente, algo mágico que lo atrae hacia él, algo que hace que le nazca la curiosidad y...

—¿C-Cómo sabíais que vivía aquí?

✮ ; ; Dear, vampires ;

; ; ¡gracias por todo el apoyo que sigue recibiendo esta historia, la verdad es que ando muy feliz de el camino que finalmente está naciendo! ¡Todo gracias a ustedes, por eso y más, os prometo que más capítulos largos se vendrán de aquí en adelante!

; ; prometí que no abandonaría esta historia, ¡y miren, no lo ha hecho! ¡Muchas gracias de nuevo, y quiero que sepan que se vienen muchas más cosas nuevas y emocionantes! ¿Preparados? Yo sí que lo estoy ;3

(traducción de la conversación con Jeanne)

⸻ ¿Cómo está, señorita?

¡Es una locura total lo que has hecho, jovencito! ¡Podría haber muerto!

Pero todo salió bien, señorita.

No suelo decirle a la gente que apenas conozco, pero como le salvé la vida, merece saberlo. Mi nombre es Vanitas y soy médico, así que si no te importa, ¿me dejarías cuidarte? Para evitar cualquier inconveniente posterior, por supuesto.

¿De verdad no tienes otras preocupaciones?

Ya que eres mi salvador, también mereces saber. Mi nombre es Jeanne y estoy aquí por trabajo.

Así que, Jeanne, encantado de conocerte. ¿Te quedarás mucho tiempo por estos lares? 

(¡eso es todo, gracias!)

Se despide xElsyLight.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro