𝐟𝐢𝐟𝐭𝐞𝐞𝐧. (real life) ⊹ laughing with my feet in your lap.

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𖥔 ּ ִ 𝐟𝐢𝐟𝐭𝐞𝐞𝐧. laughing with my feet in
your lap / real life.

📍CALIFORNIA, ESTADOS UNIDOS.
🗓️ 23 DE ABRIL, 2015
🕝 15:56 a.m

CADA UNO RETIRÓ SU PLATO DE LA MESA, EXCEPTO, obviamente, la abuela y ayudaron a recoger el comedor y la cocina. Mientras Daniel y Hannah metían los platos y los cubiertos sucios en el lavavajillas y Stephanie y Thomas recogían el comedor, Ryan y Dawn fregaban y secaban los utensilios que Stephanie había utilizado para hacer la comida porque no cabían en el lavavajillas.

Dawn, que estaba a cargo de fregar, sonrió malvadamente y salpicó agua a Ryan cuando este se acercó a coger la sartén. La nariz le goteaba y tenía los ojos tan mojados que parecía haber estado llorando por semanas. Ryan se quedó quieto un segundo, se pasó la mano por la cara y luego miró a Dawn con las cejas arqueadas.

—Te vas a arrepentir.

—¿Qué vas a...? —la pregunta se le atascó en la garganta cuando vio que empezaba a llenar uno de los cuencos que había secado con agua —. No. No, no, no.

Dawn dio paso hacia atrás despacio, para que él no se diera cuenta.

—Oh, sí —él asintió —. Vaya que sí.

Dawn dio otro paso hacia atrás y esta vez Ryan se dio cuenta. Dawn se giró y empezó a correr hacia el pasillo, con suerte podría esconderse en el baño hasta que fuera la hora de abrir los regalos y entonces estaría a salvo. Sin embargo, sintió que un brazo rodeaba su vientre, la alzaba en el aire y el agua le mojaba el cabello y se le escurría por el cuello mientras pataleaba para intentar soltarse.

—¡No! —se quejó cuando sus pies volvieron al suelo. Se miró la camiseta azul, que estaba empapada, y miró a Ryan con la boca abierta y los ojos entrecerrados —. Acabas de declararme la guerra. Más te vale cubrirte las espaldas.

—Estaré esperando —dijo con mofa, volviendo al fregadero para seguir secando.

Hannah y Daniel, que lo habían visto todo pero fingían estar a lo suyo metiendo las cosas en el lavavajillas, compartieron una mirada cómplice.

—¡Hora de los regalos! —anunció Stephanie entrando por la puerta.

—¡Sí! —chilló Daniel, y salió corriendo hacia el salón, donde se sentaría en el sofá y recibiría sus regalos uno por uno. Dawn negó con la cabeza. Tenía diecinueve años y seguía pareciendo un niño de seis.

Hannah, encaramada sobre el lavavajillas, suspiró.

—Sí, claro, ve. Ya termino yo.

Se levantó, cerró el lavavajillas y siguió a los demás al salón, dejando los platos sucios que quedaban encima de la encimera. Luego terminarían de recogerlo todo.

Stephanie y Thomas se sentaron en el otro sofá, la abuela estaba junto al sofá, sentada en su silla de ruedas. Hannah se sentó en el sillón y Ryan y Dawn tuvieron que sentarse en el suelo, sobre la alfombra. Dawn había dejado su mochila donde llevaba los regalos sobre la mesita de centro. La cogió y rebuscó los regalos. Sacó el suyo, una caja cuadrada envuelta en un papel de regalo de enanos, y le dio a Ryan el suyo.

Tenía que admitir que no había esperado que Ryan comprara un regalo a su hermano. La verdad es que se había currado lo de quedar bien. Se lo dio.

—¿Qué le has comprado? —le susurró mientras su hermano abría el regalo de sus padres. Probablemente sería otra camiseta. Puede que unos pantalones, si habían decidido innovar.

—No le he comprado nada —dijo —. Es mi Game Boy.

Dawn le sonrió con dulzura.

—Le va a encantar.

—Ese es el plan —respondió, sonriéndole de vuelta —. ¿Te encuentras bien, por cierto?

—Sí —ella apartó la mirada y asintió con la cabeza —. El sándwich del aeropuerto debía estar caducado o algo.

—Hannah, cómo me conoces —dijo con sarcasmo Daniel, cuando sacó del papel de regalo una camiseta rosa chillón de tirantes en la que ponía “do you wanna be my barbie girl?” —. ¿Cómo sabías que este es el regalo de mis sueños?

Thomas empezó a toser y todos los miraron. La habitación estalló en carcajadas cuando vio que estaba inclinado sobre el respaldo del sofá, con la mano en el pecho y la boca abierta, riéndose como si no hubiera un mañana. Se echó hacia delante y levantó la mano en el aire hacia Hannah, ella le chocó los cinco.

—Es mejor que la de hace dos años. Te has superado, Hannah.

—Gracias, gracias —dijo, doblándose sobre su cuerpo para hacer una reverencia.

—¿Qué pasó hace dos años? —Ryan preguntó a Dawn con las cejas arrugadas por la curiosidad.

—Mi hermano tenía barba y se rehusaba a afeitarse, y encima tenía el pelo largo, así que le regaló una camiseta de color verde fluorescente en la que ponía “fuck Jim Carrey, I'm the real Grinch” —explicó ella, riéndose al recordar la cara de su hermano cuando abrió el regalo —. Su cara fue increíble.

—Sí, muy divertido, pero ya vale de reírse de mí —refunfuñó Daniel —. Te toca.

Hannah rodó los ojos, divertida, y le entregó su regalo. Daniel soltó una risa cuando vio el papel y lo desgarró para dejar la caja a la vista. La abrió y sacó el llavero a la vista de todos. Era una anciana horrible, vestida con un vestido lila chillón y con una enorme verruga en la punta de la nariz. En principio había sido una bruja, pero Dawn había conseguido quitarle el sombrero con cuidado de no llevarse el pelo gris por el camino.

—Yo tengo el mío —Dawn mostró las llaves de su casa, donde un enano de lo más feo colgaba entre ellas. Imitó la voz de una anciana —. Así siempre me tendrás a tu lado.

—¿Eso es bueno? —se burló Daniel y su hermana le sacó la lengua. Arrugó la nariz cuando volvió a mirar a la anciana —. Es un poco fea, ¿no?

—Porque no has visto el enano —le dijo Ryan, observando el enano que reposaba sobre la mano de Dawn. Frunció el ceño y se inclinó un poco más —. ¿Por qué diablos lleva un hacha?

—Vale, sí, puede que no me haya currado tanto el regalo, pero no me podéis culpar —dijo Dawn, guardando las llaves de nuevo en la mochila —. Pensaba que te daría el regalo en otoño y que tendría más tiempo para comprarlo.

—Vale, te lo perdono. —Daniel juntó todos sus regalos, incluido el dinero que le había dado la abuela, sobre su regazo —. Bueno, toca decidir cuál es el mejor regalo.

—Espera, no has abierto el mío —Ryan extendió el regalo, envuelto en un sobrio papel azul marino, en su dirección.

Confundido, Daniel cogió el regalo.

—¿Me has comprado un regalo? —preguntó mientras rasgaba el papel. Thomas estiró el cuello para poder ver qué era. Las manos de Daniel se detuvieron cuando había arrancado solo un trozo de papel y levantó los ojos hacia Ryan —. Es una broma.

—No lo es.

Dawn sonrió y recostó la cabeza sobre el hombro del ojiazul.

—¿Qué es? —interrogó Stephanie, curiosa.

—Una Game Boy del 89 —contestó Daniel, sacando la pequeña consola del papel —. Está en perfecto estado. ¿De dónde has sacado esto?

—Es mía —respondió Ryan —. Dawn me dijo que estabas estudiando algo relacionado con videojuegos y, como yo ya no la uso, supuse que podía gustarte.

—Me encanta. Muchas gracias.

—Supongo que este año no soy el mejor regalo —farfulló Hannah, dejándose caer sobre el respaldo del sillón.

—Pues no —le aseguró Daniel —. Pero buen intento.

—Dawnie, ¿a qué hora sale el avión? —le preguntó su madre.

—La verdad es que nos quedamos hasta mañana —dijo —. Nos dieron permiso para quedarnos dos días. Perdón por no avisar.

—¡No pasa nada! Mañana pensábamos ir a la playa los tres, así que os podéis unir. Será como una excursión familar.

Stephanie se levantó para recoger el papel de regalo del regazo de su hijo y del suelo y ella y su marido anunciaron que se irían a la cocina para terminar de recoger. Se llevaron a la abuela con ellos para que no se quedara con sus hijos y los invitados en el salón. Dawn miró a Daniel, quién estaba aún en el sofá pulsando los botones de la Game Boy con todo el cuidado del mundo para no romperla, y se sentó junto a él.

—¿Qué planes tienes para ahora, cumpleañero?

Daniel dejó la consola sobre la mesa, se levantó y corrió hacia el armario que había debajo de la televisión.

—¡Lilo! ¡Fuera de aquí! —le dijo a la bola de pelo blanca que dormitaba sobre su Play Station. El gato gruñó, se sacudió y luego salió del armario dando un pequeño salto —. Gato del demonio.

Lilo olisqueó la habitación y se dirigió hacia el único olor desconocido que había y se arremolinó a los pies de Ryan.

—No te muevas —le advirtió Dawn —. Espérate a que se vaya. —La situación se convirtió en una batalla de miradas entre el gato y el actor y, finalmente, Lilo cayó rendido a sus pies. Se tumbó en el suelo con las cuatro patas hacia arriba y esperó ser acariciado. Dawn frunció el ceño —. O a que se enamore de ti.

—Y a eso es lo que llamo yo dejar huella por donde pasas —murmuró Hannah con los codos apoyados en sus rodillas y mirando la situación con gracia.

Daniel había conectado la Play a la televisión y se sentó en el sofá con su mando entre las manos.

—¿Quién quiere matar zombies?

Dawn cogió su mando de la mesa.

—¿Hannah? ¿Te apuntas? —preguntó Daniel, dándole un mando.

Hannah suspiró y lo cogió. Parecía desinteresada, pero cuando empezaba a jugar dejaba que la emoción le invadiera el cuerpo y a veces incluso saltaba de alegría por haber matado a los zombies.

—Este es tuyo —Dawn le dijo a Ryan, que estaba acuclillado acariciando al gato, tendiéndole el mando restante —. A no ser que te dé miedo que te ganemos, claro. En ese caso, puedes quedarte con Lilo.

—Dame eso —él le contestó, acercándose al sofá y cogiendo el mando de las manos de Dawn. Se sentó junto a ella.

—Somos pares, podemos jugar por parejas —Daniel propuso —. La parejita feliz que vaya junta. Hannah, tú conmigo.

—¡Vamos a patearles el trasero, Dan! —exclamó Hannah. Ahí estaba la Hannah asesina de zombies que se dejaba tragar por la emoción.

—¿Qué has hecho con la Hannah maquiavélica y responsable? —preguntó Ryan aguantándose la risa.

Dawn le dio dos golpecitos en el pecho y le pasó por las piernas por encima del regazo.

—Te queda mucho por ver, querido.

Y vaya que sí.

En el momento en el que empezaron la partida, Hannah se echaba cada vez más para delante en el sillón hasta que llegó al borde y se levantó. Dawn y Ryan estaban recibiendo la paliza de su vida por parte de Daniel y Hannah, que parecían matar zombies todos los días. Jugaron varias partidas y Dawn y Ryan perdieron absolutamente todas.

Pero valió la pena cada una de ellas. Las reacciones de Hannah cuando ganaban eran dignas de ver.

Llegó un momento decisivo en la partida. Dawn y Ryan ya estaban muertos, los zombies se habían comido hasta los dedos de sus pies, pero Dan y Hannah se mantenían con vida. Tenía que matar a la barricada de zombies que se acercaban a ellos para conseguir llegar a una base y luego coger un aparato para completar la misión. Dan se murió después de haber matado como unos quince zombies y Hannah era la única que quedaba con vida.

—Aquí viene —murmuró Dawn. Todos los años pasaba lo mismo. Dawn sospechaba que a veces Hannah jugaba en su portátil a matar zombies en vez de trabajar en sus cosas como ella siempre decía.

—¡Muérete, asqueroso! —Hannah dijo entre dientes, volándole la cabeza al último zombie. Hannah empezó a saltar en el aire y a gritar como una ardilla a la que le habían pisado la cola —. ¡Chúpate esa, cabrón! ¡Toma!

Y cuando Dan empezó a reírse, Dawn explotó en carcajadas.

—¿En qué clase de zoológico estoy metido? —preguntó Ryan, negando con la cabeza mientras observaba a Dawn retorcerse a su lado, a Dan agarrarse el estómago con la mano y a Hannah dando botes mientras seguía pulsando los botones del mando para llegar a la base.

Dawn le puso una mano en el hombro.

—Bienvenido oficialmente a la casa Cossetti.

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