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Tal como le había dicho, Altair se había quedado en la habitación de Alnilam. Cuando Alnilam se lo decía, la pequeña subía a cierta estantería, la cual era muy profunda y confusa vista desde fuera, y se ocultaba detrás de unos libros concretos. Justo al lado de ellos, su maestra tenía un farolillo que siempre estaba encendido, con unas partículas luminosas que bailoteaban alegremente. No era una luz muy potente, pero sí lo suficiente como para camuflar la que proyectaba Altair. Así no llamaría la atención.

Alnilam leía tranquilamente, o eso al menos era lo que parecía a primera vista. Se esforzaba en interpretar un papel entre complejo y surrealista.

No le había pillado por sorpresa la nueva decisión de Scuti quien, haciendo alarde de su majestuosa discreción, entraría a sus habitaciones a inspeccionar. Ni siquiera había avisado los motivos, porque pensaba que no tenía por qué darlos. Ella era la líder y como tal, estaba en su derecho de indagar lo que ella estimara oportuno. Incluyendo sus habitaciones, lo que era una invasión en toda regla.

Alnilam sabía, porque no era necesario ser avispada, que no se fiaba de ella y por ende, buscaba la manera de encontrar a Altair en su habitación y acusarla de traidora. Se esperaba que Scuti lo hiciera, pero no tan pronto y no de esa manera tan descarada.

Habían pasado solo dos días en los cuales, Alnilam estaba al tanto de los pasos que circulaban por el corredor. Y, cuando no iba a estar en su cuarto, se llevaba a Altair consigo oculta dentro de una de las mangas de su túnica, para evitar riesgos innecesarios.

Alnilam podía ser muchas cosas, pero no estúpida. Y Scuti parecía estar tomándola como tal, lo que la molestaba profundamente. Sin embargo, optó por disimularlo lo mejor que podía.

Sabía que si dejaba a Altair en la habitación, Scuti revolvería sus cosas más aún que estando ella delante, lo que garantizaba prácticamente que la encontrase en algún momento. Tenía que quitar de la ecuación cualquier mínima posibilidad.

Allí estaba Scuti revisando todo, como un perro de presa. Alnilam resopló y, sin ningún temor a ser expulsada del Consejo, volvió a hablarle.

Por si no se me ha entendido la primera vez, líder Scuti, repito que es una pérdida de tiempo que sigas buscando. No encontrarás nada.

La líder no le hizo demasiado caso, aunque empezaba a sospechar que decía la verdad. Por más que miraba no era capaz de ver nada fuera de su sitio, y no creía conveniente escarbar en el cuarto mucho más en presencia de Alnilam. Pensó en dejarlo por el momento, hasta saber de algún momento en el que la gigante azul se marchase para volver a inspeccionar.

Aquella era una medida absurda, tiránica e invasiva. Hasta la más pequeña de las estrellas parecía saberlo, menos ella.

En vista de que Scuti no abandonaba la sala, Alnilam se mostró incómoda. Abandonó su lectura y se puso en pie, apoyándose en su bastón. Scuti no se giró hasta que no la escuchó hablar a sus espaldas.

Tengo la ligera impresión de que no confías en mí, líder Scuti.

La colosal estrella se dio la vuelta. Le sostuvo la mirada, enmarcada por unos dientes de tiburón que sobresalían de la parte superior dela cabeza, creando la ilusión de ser un casco. Sonrió, y comenzó a sostener su cetro relajada pero misteriosamente, con intenciones ocultas que Alnilam no entendió.

¿Solo ligera...? —Contraatacó Scuti.

Alnilam frunció el ceño, pero no respondió. Se retractó enseguida de su actitud. Reparó en que, echar a Scuti de la habitación aunque fuera de manera disimulada, solo la haría ver más sospechosa. Aunque fuese lo único que deseara hacer en ese momento. La maestra de Altair observó detenidamente el cetro de Scuti, mientras la maldecía mentalmente de todas las formas estelares posibles. Si solo fuese más grande... lo suficiente como para sobrepasarla...

Alnilam nunca tuvo tantas ganas de derrocarla. Sin embargo, eso solo podía hacerlo una estrella más grande que Scuti. Y cada vez dudaban más de que un ser de semejantes proporciones pudiese llegar a existir en algún rincón del universo.

Alnilam apretó la mano en torno al báculo, calmándose lentamente. No tenía que dar ninguna impresión equivocada. De no ser por el hecho de querer proteger a Altair a toda costa, le habría importado poco o nada parecer sospechosa. A esas alturas, Scuti estaría al otro lado de la puerta de su habitación.

¿Hasta qué punto estaba Scuti dispuesta a llegar? ¿Qué más absurdas normas pensaba introducir? ¿Cuál sería la próxima?

Alnilam respiró hondo y volvió a sentarse.

Adelante. Dado que mi reputación a lo largo de eones no es suficiente, continúa inspeccionando —le dijo—. Lo que sea, con tal de que puedas conciliar el sueño esta noche.

El semblante de Scuti se tornó severo, pero no replicó. Alnilam volvió a abrir su libro, actuando de la forma más despreocupada que sabía. Claro estaba, mientras rogaba por que a la líder no le apeteciera sacar un libro de cierta parte de la estantería.

No obstante, hacía rato que Scuti se había quedado sin sitios en los que hurgar. Como con cada cosa que ocurría, trataba de hacerse notar como líder, a cualquier precio. Aun si ese precio consistía en pasar un rato disimulando para no darle la razón a Alnilam con que ya no había más donde mirar.

Al final, mostró indicios de rendirse, cuando hacía rato que se notaba que ya no podía hacer nada más. Eso tranquilizó a la gigante azul, aunque no abandonó su brillante interpretación.

Se quedó mirando a Scuti fijamente, fingiendo estar más inmersa en su lectura que en la situación.

Debo mi lealtad al Consejo de Estrellas Ancianas, líder Scuti —puntualizó suavemente—. Yo jamás traicionaría sus decisiones.

«El Consejo votó que sí en mayoría. Por lo tanto, no desafío al Consejo, sigo lo que votaron. Es a ti a quien traiciono.» Pensó Alnilam.

A pesar de la tensión evidente que había entre ambas, la líder no dijo nada más. A pesar de todo, no parecía muy conforme. Alnilam sabía que volvería tarde o temprano, con la habitación sin vigilar, lo más probable.

Scuti abrió la puerta, y salió teniendo que doblarse un poco para poder pasar. La cerró tras ella, y durante un rato solo se escucharon los pasos de la líder por el pasillo, como un enorme terremoto.

Alnilam esperó lo suficiente y se levantó, pero sin su bastón. No quería que la escuchara, en caso de estar haciendo algún movimiento extraño.

Se detuvo a escuchar, pero no oyó nada. Lentamente, se atrevió a abrir, y vio que no había nadie por el corredor. Sin embargo, para dejarlo todo bien atado, Alnilam decidió salir rápidamente hacia la habitación que estaba justo enfrente a la suya: la habitación de Aldebaran.

Camuflaría su actitud con tener que pedirle un libro de su biblioteca. No tenía por qué ocurrir, y aún así, no estaba convencida de que Scuti no estuviese fisgoneando al doblar la esquina.

Su interacción con Aldebaran fue corta y cordial. La estrella de apariencia de pez espada la recibió de buen grado, y le prestó el libro que le dijo sin objeciones. La miró de forma extraña, como si se temiera algo. Alnilam vigiló de reojo todos los recodos del pasillo mientras duró la consulta, hasta que se despidieron y pudo volver a encerrarse en su habitación.

Cuando cerró la puerta, dejó salir un largo suspiro y habló, aparentemente al aire.

No hay peligro, ya se ha ido.

Como un hada tímida, Altair salió de detrás del farolillo de su mentora. Le temblaban las rodillas. Lai la seguía de cerca, más adelantada y con menos miedo a que Scuti pudiese volver a entrar en cualquier momento.

Alnilam, por otro lado, no estaba preocupada. Es más, quería olvidar la anécdota lo antes posible. Avanzó por la habitación hasta el escritorio, y dejó el libro que le había pedido prestado a Aldebaran. No sería del todo inútil, pensó. El libro trataba sobre agujeros de gusano, el método que Altair debería emplear para llegar hasta la lejana tierra de Oz.

Hoy te he traído este interesante libro —le dijo Alnilam—. Debes empezar a familiarizarte con los agujeros de gusano antes de viajar por uno. Tampoco es para tanto, pero es mejor que sepas cómo y cuándo salir de ellos.

Altair se quedó observando muy quieta a su maestra, tratando de asimilar todo lo que acababa de decirle. ¿Agujero de qué?

Ven conmigo. Es normal que tengas dudas —dijo estirando el brazo, para que Altair subiese a su mano.

Su cuerpo pesaba como un enorme bloque de metal. Su luz se había vuelto tan inestable que pasaba mucho más tiempo apagada y titilando que brillando completamente. Aunque ella ya ni siquiera podía verlo. Se sentía exhausta. La prominente oscuridad drenaba su luz cada vez más rápido.

Presa del pánico, no se había molestado en controlar el flujo de luz que dejaba salir para iluminar el camino. Era más que obvio que Altair había gastado mucha más energía de lo que correspondía. Aunque ya importaba más bien poco.

Había pasado a ser presa del fango por completo. Todo lo que podía ver era oscuridad, y lo único que podía sentir era humedad. Como si una criatura inmensa se la hubiese tragado de un bocado.

Suerte que las estrellas no necesitaban respirar con la frecuencia de los seres mortales. No era imprescindible para ellas, igual que otras actividades como dormir. No obstante, lo preocupante era su nivel de luz. Allí encerrada, lo único que cabía esperar era que bajara, poco a poco, hasta dejarla sin energía. Una vez ocurriese...

Pese a saberlo, Altair ya ni siquiera intentaba moverse. Simplemente no podía mover ni una sola parte de su cuerpo.

No dejaba de pensar en la pérdida de tiempo que fue el sacrificio de Alnilam. Sus lecciones, su ímpetu. Todo para terminar la misión sin siquiera haber tenido tiempo de empezarla. Y lo peor de todo, era que había dejado sola a Lai ahí afuera. Y Lai ya no podía hacer nada por ella.

 O al menos, esa era la sensación que ella tenía.

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