━━𝟑𝟔

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El color amarillento de la niebla se perdió por completo. El adiós al Abismo de Tierra.

No supo por qué, pero perderlo de vista le dio cierto vértigo. Era una mezcla rara. No había procesado aún por lo que estaba allí. Ni lo que acababa de hacer, o lo que le quedaba por terminar. Y se dirigía... hacia el hogar del último Coloso.

Y desde ahí...

Irían a ver al Mago.

Eso, claro estaba, si lograba llegar al sitio correcto antes.

Por la espesura que había ganado la bruma, prácticamente no eran ya capaces de ver al Coloso de Metal. Altair no quiso detenerse, por muy perdida que pudiese estar. Lo que había en la niebla estaba acosándolas otra vez. Sentía escalofríos al pensar en lo que notó en la cueva, antes de clavarse aquel pedrusco afilado. Lo que fuera, iba a por ellas. Y no les quitaba ojo de encima bajo ninguna circunstancia. Las observaba y las seguía, sin hacer nada. Como un depredador que examina su presa antes de lanzarse a despedazarla.

La que sí se detuvo fue Lai. La estrella, al no sentirla cerca, se dio media vuelta para ver qué pasaba.

Distinguía la pequeña silueta de la manta un poco más allá, observando la niebla a su alrededor detenidamente. Verla allí quieta la sobrecogió. Lai también lo había notado. Como si un ser viviente respirase ahora a sus espaldas, sin manifestarse. No hacía ruido, nada. Y aún así, las dos podían asegurar que estaba allí.

Era terrorífico. Lo que fuera, era malo. Y cada vez lo era más. Tenía menos miedo de manifestarse.

Se quedó unos segundos bloqueada hasta que sus piernas le respondieron. Fue hacia la manta para tomarla entre sus brazos y marcharse. Tarea en un principio sencilla.

Aunque no fue tan sencilla como ella pensó.

Su luz, le hizo replantearse todo. La desarmó y ablandó su corazón.

Hacía tanto que no había sabido nada de ella... Tanto tiempo en el que había estado furiosa con Vega por abandonarla. Aún no comprendía del todo qué fue lo que sucedió para que ahora ella estuviera tan lejos.

Alnilam dejó que viera la luz de su hermana el tiempo que ella quisiera, en silencio. Para ella también era algo tranquilizador. Por fin la pequeña había mostrado interés en volver a verla, y eso le dio esperanzas. No iba a ser quien interrumpiese el momento.

No demostró prisa en moverse de allí y Alnilam no pensaba decirle nada. Quería que se deleitase, tuvieran que estar horas o un día completo allí.

Pese a todo, su deseo no se cumplió por culpa de un estrépito que se escuchó desde la parte baja del Palacio de las Estrellas Ancianas. Disparó las alarmas de Alnilam e interrumpió los pensamientos de Altair.

La pequeña se dio la vuelta sin entender qué era lo que sucedía. Ella no, pero Alnilam sí.

La miró con lástima.

¿Hoy... Precisamente hoy...? Alnilam no lo asimilaba.

Algo se interpuso entre ambas, como si fuese la silueta enorme de algo invisible, que ni tan siquiera podían tocar aunque quisieran. Altair fue empujada hacia atrás y Lai, por su parte, fue zarandeada fugazmente hasta que, lo que fuese esa cosa, la lanzó en dirección contraria.

Altair trató de ir hacia ella, sin pensar demasiado en las consecuencias o en qué estaba ocurriendo. Lai era su amiga, quien hizo que dejara de sentirse tan sola tras la partida de Vega. Lai la acompañó a Oz pese a que parecía una locura absoluta, la guió y la protegió muchas otras veces. Siempre iba con ella a todas partes y ahora, no podía dejar que eso que las seguía la hiciese daño, ni mucho menos, se la llevara lejos.

Se puso en pie y trató de ir por ella, sintiendo aún la misma oposición por el camino. Lai trataba de incorporarse y volver a volar, pero era como si algo estuviese aplastándola desde arriba. Altair luchó contra la atmósfera hostil con uñas y dientes, peleando por no dejarse derribar otra vez. Sin embargo, la atmósfera estaba tan cargada y tan extraña, que no fue difícil hacer que perdiera el equilibrio un par de veces más, aunque no llegara a caer al suelo completamente.

Altair se apoyó sobre sus manos, viendo a Lai apretada contra el suelo, como si alguien estuviese pisándola. La estrella puso todas sus fuerzas en sus delgadas piernas para clavarse firmemente al suelo y no volver a caerse. Curvó su espalda y comprobó que de esa manera avanzaba mejor. No importaba lo que hubiese allí en medio. No importaba qué fuera o qué quisiera. Altair se iría de allí, y no iba a dejar a Lai abandonada.

Caminó con aplomo, viendo a Lai cada vez más cerca. La atmósfera seguía luchando contra ella, hasta que la desesperación pudo más y Altair se dejó caer hacia delante, cerca de Lai al fin. Cayó de rodillas junto a la manta y trató de liberarla de esa presión que estaba aplastándola contra la hierba. Trató de apartar lo que fuera que tuviese encima, aunque no pudo tocarlo. Trató de escarbar para sacarla, pero tampoco funcionaba.

Su luz empezó a parpadear muy sutilmente y la estrella cada vez estaba más desesperada. Su amiga estaba delante de sus ojos, siendo cruelmente aprisionada por algo que no veían ni sentían y ella, aún estando presente, no era capaz de liberarla. Más que nunca, la pequeña deseó no solo poder hablar, sino gritar. Gritar para pedir ayuda.

Altair, entra —le dijo Alnilam, angustiada, abriendo la manga de su túnica otra vez—. Debemos irnos. No puedo dejarte aquí.

Dando un último vistazo al resplandor de Vega y volviéndose también para buscar a Lai en la habitación, Altair obedeció. Se enganchó hábilmente al brazo de Alnilam y Lai también se refugió con ella. Alnilam se colocó rápidamente la manga y procedió a salir de la sala con prisa. Altair aún no sabía qué estaba pasando. Pero supo, por algún motivo, que tenía que ver con lo que se rumoreaba por el Palacio desde hacía días.

Altair escuchó cómo se cerraba la puerta del observatorio tras ellas, y como Alnilam caminaba y clavaba su bastón, haciéndolo retumbar por todo el largo pasillo. Sintió cómo bajaba por las escaleras, cómo doblaba varias esquinas. Durante todo el trayecto, no escuchó más que sus pasos, el sonido de su bastón y su propia respiración.

Hasta que, tras haber recorrido un espacio que a Altair le pareció inmenso, Alnilam habló en voz baja.

Son asteroides —le explicó—. Han llegado.

Su agarre se aflojó un instante y tuvo que volver a la realidad a la fuerza para no caerse. ¿Ya estaban allí...? Eso quería decir que...

No te preocupes, pequeña —prosiguió. No quiso que notara que se le quebró la voz, aunque Altair lo notó igualmente—. Confío en ti. Protegeos la una a la otra y creced juntas.

Un escalofrío le recorrió la columna.

Alnilam le enseñó siempre que para cada ocasión, se pueden encontrar formas para lograr un fin, de otro modo, que se lograría con otras herramientas más convencionales. Se lo repetía mucho. Tener un plan de escape, una vía alternativa, tener la perspicacia de ser capaz de continuar pese a tener un contratiempo inesperado.

Lo había intentado todo. Nada servía para sacar a Lai de allí y no podía gritar para pedir ayuda. A ese ritmo, nadie las vería ni acudiría a rescatarlas. Lai era siempre la que la protegía y ahora, era ella misma la que peligraba. Altair estaba sola, y no tenía ningún plan para poder sacarla de allí.

O eso, al menos, es lo que la estrella creía.

Al excavar, se dio cuenta de su cuerpo, sus brazos... Su esencia misma. Su propia luz. Dejó de escarbar y se miró un momento.

La lección de aquel día.

La luz como energía... Y como defensa.

Una defensa que se le solía ir de las manos. Y ahora era el momento perfecto para descontrolarse.

Lai, aprisionada, la miró sin saber qué era lo que iba a hacer. Para sus adentros, la pequeña manta esperaba que hubiese comprendido que ese ente invisible la había sentenciado y que, lo mejor que podía hacer era marcharse sin ella. Altair no estaba dispuesta a seguir sola después de tanto. Una vena tozuda había despertado dentro de ella, y le iba a dar rienda suelta.

La estrella se levantó e intensificó su luz. Lai quería decirle que no lo hiciera, pero ella tampoco podía hablar. Lo único que logró fue emitir un sonido lastimero, opacado por la presión que tenía encima. Estaba a punto de gastar su luz inútilmente, cuando podría invertirla en huir de allí.

Atacaría con rabia, lo que hiciese falta.

Altair hizo algo distinto. Poco a poco, Lai se fue dando cuenta de que no estaba usando su luz de la forma que lo había hecho hasta el momento. Había alzado un brazo, y trataba de iluminarlo más que al resto de su cuerpo. Estaba canalizando su luz en un solo punto. Lai se sobrecogió.

La lección de Alnilam.

Se acordó del agujero que hizo en su dormitorio, y cerró los ojos.

Misteriosamente, Altair estaba más tranquila que nunca.

No tenía voz. Pero tenía luz. Y aunque no la oyeran, la verían.

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