━━𝟑𝟓

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Durante un buen rato, flotó en medio de una niebla espesa, coloreada con tonos ocres y amarillentos. Desde allí ya no escuchaba ninguno de los sonidos aterradores de la mina, ni los chirridos de las vagonetas, ni a los humanos trabajando sin descanso. Desde tanta altura, solo había viento y silencio, lo que calmó a Altair durante unos minutos.

Esa vez se sorprendió a sí misma, ya que había perdido mucha luz, pero no tanta como la primera vez. Gracias a las luces alfa de la bruja y a cómo se había desenvuelto en la mina, había logrado conservar luz aún después de haber despertado al segundo Coloso.

Altair sintió una gran oleada de orgullo, después de todo. El trayecto por el abismo no fue fácil, pero lo había conseguido. Con problemas, pero lo había conseguido. A punto de morir en la mina. ¿Podía, tal vez, haber mejorado en cuanto a dosificar su energía?

Decidió dejar de darle vueltas a todo y prestar atención camino que tenía por delante. Se comenzaba a poder ver tierra firme. Al final, no importaban los medios.

Ya solo quedaba un Coloso.

Tuvo ganas de batir sus aletas, y lo hizo. No obstante, seguía sin poder volar. Vega se lo había dicho, y tal vez se hubiese equivocado. Lo había intentado unas cuantas veces, sin saber cuántas exactamente serían suficientes. No lo logró en ninguna de ellas.

Mientras trataba de mantenerse en el aire, el suelo se fue acercando de manera peligrosa. Se preparó para posarse con toda la delicadeza que pudo.

Adelantó las piernas y curvó un poco la espalda, tratando de aminorar la velocidad con la que bajaba. Cuando ya sintió el suelo lo suficientemente cerca, trató de posarse mientras caminaba a paso rápido y lo logró, a medias. Aterrizó mucho más suavemente que la primera vez, eso sí, pero no logró tenerse en pie hasta el final y se cayó al suelo de frente.

Le tomó un momento volver a incorporarse y sacudirse algo de tierra que se le había pegado al cuerpo por la caída. Aunque no fuese el mejor aterrizaje del mundo, agradeció al menos no haber caído como una piedra como la vez anterior.

Altair suspiró y miró a su alrededor. Estaba en medio de la niebla, y apreció que prácticamente no quedaban rastros del color ocre que caracterizaba al Abismo de Tierra. Sin embargo, muy enterrada en mitad de la espesura, sí podía apreciar la gigantesca figura del Coloso que acababa de despertar. Se había quedado allí, completamente quieto en mitad de la nada, igual que el primero. Como si estuviesen esperando a que Altair terminase su cometido, tal como la bruja le había explicado.

Antes de ponerse en pie, tomó otra luz alfa para el camino. Lo hizo rápido, no era bueno entretenerse allí. Se puso en pie de un salto, y reparó en varios detalles que no había tenido en cuenta.

La niebla se veía aún más espesa de lo que recordaba antes de entrara la cueva. Y por otro lado, ella no sabía cómo llamar a los alces que la habían llevado hasta allí. Con lo cual, estaban solas. Solas allí en medio, con la única vaga pista de que debían dirigirse hacia la Montaña de Fuego.

¿Dónde estaba la montaña? ¿Cómo se iba a guiar correctamente?

Con miedo, Altair dio un par de pasos al frente y trató de distinguir algo en la lejanía. Nuevamente, no esperó a que Lai tomase la iniciativa como otras veces. A juzgar por su actitud, era como si ni siquiera ella misma se estuviese dando cuenta de que había invertido los roles. Y la manta, conforme con su decisión, no trató de hacer que se diese cuenta.

Pensó que tal vez la mejor manera de saber hacia dónde ir o, como mínimo, de saber dónde estaban, era avanzando un poco. Esperando a que se dibujase algo en el horizonte, lo que fuera.

Fue caminando despacio, casi de puntillas. Se cuidaba mucho de dónde posaba los pies.

 La hierba pinchaba, y en todo momento sintió unos ojos que no podía ver, mirándola. La miraban desde todos lados y ninguno. De arriba a abajo. Su presencia se había hecho más fuerte. Y seguía sin poder saber quién o qué era.

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