━━𝟑𝟖

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Incluso desde el interior de la casa, la bruja podía sentir una brisa inusual, y le pareció ver un destello en el horizonte. En un principio, creyó que había visto mal.

Dudó y se asomó a la ventana, pero la luz ya se había disipado o ya era demasiado débil como para que pudiese atravesar la niebla. Angustiada, se preguntó si la estrella estaría bien. Hacía tiempo que había escuchado un enorme estruendo en la lejanía y supo que el segundo Coloso ya había sido despertado. No obstante, esa luz... Temió que volviese a necesitar su ayuda, y ahora estuviese demasiado lejos para socorrerla.

Además, había otro problema añadido.

Ankra jamás había visto la niebla de esa manera. Y saber qué era o qué había dentro de ella no mejoraba la situación.

Sus hechizos protectores casi no soportaban un día completo. Solo por ese detalle, era capaz de discernir que el despertar de los Colosos la estaba enfadando. Era como si estuviese preparándose para encararlos, y para proteger a Akaun a la vez. Sabía que una estrella había descendido a Oz, e iba a hacer lo posible por impedirle llegar hasta el final del camino. Aunque eso solo eran conjeturas suyas.

Colocó una pequeña butaca delante de la chimenea para evitar perder el tiempo encendiendo una vela. Trató de mantener la calma, y de buscar tranquilizarse de la única manera que podía en ese momento. Si es que en esa ocasión servía, claro estaba.

Las agitó deprisa, recitando algunas palabras hacia sus manos cerradas, casi sin voz. Las runas cayeron por encima del taburete y una de ellas resbaló hasta el suelo.

Dyo'thun, Kiss'kel, Imdir. Esas tres siempre se repetían.

No obstante, faltaba la que determinaría el futuro, la que había caído al suelo.

La bruja fue inclinándose despacio para buscarla. No la encontró a un lateral, sino justo debajo de la butaca. Parecía que la runa se hubiese escondido, casi como si tratase de guardar un secreto.

Estiró el brazo y la cogió con sus huesudos dedos.

La luz oscilante del fuego le enseñó un símbolo y un color que hacía mucho que no veía.

Sha'sycc. La runa de color azul profundo, como la garganta más honda del mismísimo océano.

La bruja la examinó lentamente y después cerró su mano en torno a ella. No era mal presagio, pero tampoco bueno. Era una runa que, por norma general, con su símbolo y su color, presagiaba contratiempos, cambio de planes.

La bruja miró hacia la ventana, maldiciendo ese sexto sentido que tenía y que muy rara vez se equivocaba. Efectivamente, la pequeña estrella estaba teniendo dificultades. Ella no podía extender su hechizo protector durante todo ese trayecto hasta más allá del abismo. Estaba sola y lo único que podía hacer por ella, era confiar en su determinación por cumplir el deseo de los tres Magos.

El Mago de Oz no se movió de su trono. Con los otros tres vacíos, en mitad de la penumbra, daba una imagen más que desoladora. No le consoló la situación, ni haber logrado algo, por mínimo que fuera.

La última vez que se asomó, vio a la niebla moverse en la distancia.

Sus ojos viejos y consumidos por la oscuridad, lograron distinguir una silueta alzándose desde las entrañas mismas de la tierra. Atdras.

Era una estrella pequeña, una novata. Y ya había despertado a dos Colosos.

Y para colmo, la niebla no logró frenarla en el Abismo de Tierra.

Tendría que haberlo logrado, había sido un movimiento fatal.

¿Qué había fallado?

¿Cuánta energía podía tener una estrella tan pequeña como para resistir un movimiento como ese? No tenía sentido... Incluso estrellas más viejas hubieran sucumbido a desangrarse de esa manera.

Akaun se revolvía en su trono, sin poder hacer más de lo que hacía. Debía de poder con ella, aplastarla hasta aniquilarla. Era joven, indefensa e inexperta. ¿Por qué no lograba drenar toda su luz? ¿Por qué no podía detenerla? ¿Por qué no se consumía de una vez...?

Era luz, sí. La antítesis de lo que él había convertido en el eje central de su poder. ¿Y qué?

Había drenado la luz de Oz, aunque hubiese necesitado años... Era una estrella, ridícula en comparación con otras. Por más energía que tuviera.

No dejaba de darle vueltas a qué hacer o cómo hacerlo.

Solo es luz, y poca, a juzgar por su tamaño.

Solo es luz. Pero no puedo con ella. ¿Por qué no?

Tengo que detenerla en la llanura. La niebla no puede subir a la Montaña de Fuego. Hay demasiada luz.

Cerró el puño y golpeó el reposabrazos del trono. El eco recorrió toda la sala.

Altair cayó de golpe al suelo y Lai, a un par de metros, pudo levantar el vuelo a sus anchas. Se había dado un buen golpe, pero no había sido culpa de algún tropiezo. Ella había sentido claramente cómo algo la golpeaba y la empujaba con tanta fuerza que, de haber sido piedra sobre lo que cayó, hubiera podido matarla. Otra vez, como en la cueva.

Lo que fuese aquello, no iba tan gentilmente como al inicio de su travesía. Si es que a eso se le podía llamar gentileza. Al menos antes, sí podía defenderse con eficacia, eso era lo que ella lograba entender.

Sin embargo, lo que fuese aquello estaba decidido a interceptar su camino hacia el último Coloso. Primero, había atacado a Lai, para retrasarla como mínimo o, al menos, para intentar hacer que la perdiera por el camino y desalentarla. Ahora, el ente invisible había dejado de lado a la manta e iba directo a por ella.

La estrella intentó incorporarse lo más deprisa que pudo, pero Lai, desde el otro lado, la vio caer varias veces más, en todas las ocasiones en las que intentó ponerse en pie. Era como si alguien estuviese dándole patadas sin parar en el estómago.

Lai trataba de discernir qué era lo que las estaba atacando, pero le fue imposible distinguirlo por mucho que lo intentó. Era desesperante.

Por otra parte, Altair no hacía más que recibir golpes de frente y por la espalda, sin tregua, como si alguien estuviera propinándole un montón de latigazos, patadas y puñetazos sin parar. Todos le drenaban un poco de su energía.

Altair volvió a intentar ponerse en pie, aunque no sirvió de nada. El ente estaba cegado con ella, y por lo visto, decidido no solo a interrumpir su viaje, sino detenerla definitivamente en ese momento yen ese lugar, a cualquier precio. La estrella forcejeaba y trataba de desplazarse para dejar al ente atrás. Cada golpe se sentía como un terrible peso muerto cayendo sobre su espalda. Cada uno de ellos le hacía sentir el suelo más y más cerca, y más y más débil.

Estiró un brazo y se agarró a la hierba para intentar arrastrarse. Lo que fuese eso invisible que las seguía, no estaba dispuesto a parar. Ya no incordiaba. Quería verla muerta.

Altair no hacía más que pensar en cómo saldrían de allí. Se alegraba de que al menos no fuese Lai la que estuviese allí ahora. Vio su pequeña silueta detenida en medio de la penumbra, y deseó con todo su ser que se quedase allí. No tenía idea de cuánto más podría resistir. No podía creer que su camino fuese a terminar así, justo en camino de despertar al último Coloso que faltaba.

Altair sollozó de dolor y frustración. Siguió resistiendo cada golpe de esa infernal paliza como pudo, rezando porque Lai no interviniera. El ente la zarandeaba. Parecía que de vez en cuando le propinaba también patadas que la lanzaban a un par de metros más allá. Cuando se quedaba quieta, podía sentir el dolor en cada fibra de su ser, antes de que los golpes regresasen.

Lai no podía hacer nada sin ella. Ella era la que portaba la luz de las dos, ella era quien podía despertar a los Colosos. Pese a todo, deseaba que Lai se marchase de allí. Que al menos ella sobreviviera.

Otro duro golpe la lanzó un poco más allá. Altair cayó, rodó y se enredó en sus aletas. Lai lo vio, consternada. Para entonces, la estrella casi no tenía fuerzas para moverse. Altair no se repuso siquiera cuando la manta vio que el ente había vuelto a por ella. Percibió el dolor casi como si fuese suyo y, siendo más consciente que nunca de su tamaño, fue incapaz de permitir que eso continuara.

Lai echó a volar como una furia en dirección a Altair y a lo que fuese lo que la estaba golpeando sin parar. No logró aferrarse a nada ni golpear a nadie, pero su entrada en escena fue suficiente para que dejase a Altair en paz lo necesario como para que pudiera reponerse un poco.

Altair levantó penosamente la cabeza, y vio la escena. Era casi como si la hubiera invocado de manera contradictoria. Terror, miedo.

No, Lai.

Lai, para.

Quiso gritarlo, pero solo le salió un débil alarido de la garganta. Ya era mucho más que lo usual, que era nada en absoluto. Allí, por otra parte, no era suficiente.

Ignoró su dolor y trató de estirar el brazo para llamar la atención de su amiga. No tenía que estar allí. El ente la volvería a herir. Corría peligro, y no quería que le pasara nada.

Lai no hizo caso. Estaba decidida a salvarla. Revoloteó por la zona, creyendo que el ente se había distraído por completo y que se había olvidado de Altair. Sin embargo, fue la estrella al intentar avisar a Lai de que se marchara, que volvió a captar su atención.

Con la llama avivada, el ente regresó con un potente golpe que le dio a Altair de lleno en la cabeza y la hizo caer al suelo. Notó cómo su luz se apagaba casi por completo durante unos cuantos segundos. Cayó de lado, como un muñeco de trapo, pero no perdió el conocimiento. Trató de moverse, pero su cuerpo le respondía muy vagamente para lo que ella pretendía.

Durante un rato, casi no pudo oír nada. Su visión, empeorada por la niebla, era cada vez más borrosa. Todo daba vueltas, y veía colores que no tenían que estar donde estaban. Quiso moverse. Sabía que no sería capaz de ponerse en pie, pero quería intentar al menos desplazarse.

Durante ese tiempo, solo vio a Lai revolotear de aquí para allá, intentando ser una distracción y una molestia el máximo tiempo posible. Las dos sabían que eso no duraría para siempre.

Y efectivamente, duró hasta que el ente logró acertar un golpe sobre la manta.

El primero fue fugaz, como un roce. No obstante, el primero trajo varios más que Lai ya no pudo esquivar.

Y uno de ellos, como si fuese una mosca, envió a Lai al suelo, no muy lejos de donde ella estaba también tendida. Fue letal, y sonó seco, como un martillazo atroz.

Altair, conmocionada, ahogó un grito.

Lai se quedó allí, tumbada como un muñeco. Su cola, siempre levitando con ella, cayó lánguida sobre la hierba, como un trozo de cuerda.

Eso no podía estar pasando.

No, Lai.

Lai, no. Ella no.

Trató de arrastrarse hasta ella. Fuera como fuese, no iba a dejarla allí. Ignoraría cualquier cosa por alarmante que fuera, incluso la más obvia de todas.

Que no mostraba ningún signo de vida.

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