━━𝟒𝟎

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Había envuelto a Lai entre sus brazos. Ni siquiera era consciente de lo que estaba haciendo al mismo tiempo.

Se sentía morir.

Algo dentro de sí misma se moría.

La situación de Oz la estaba mermando, no solo por su energía, sino por su resistencia mental. Sentía que ya no podía más con todo eso. Que el empujón que le quedaba por dar era ya demasiado.

La niebla, los habitantes de Oz, su comportamiento, su dolor... Todas las veces que había estado a punto de quedarse completamente sin luz. Las personas que se lamentaban en la Ciudad de Aire. El hombre colgando de la rama de un árbol. Las personas famélicas del Abismo de Tierra.

Y ahora Lai, su único apoyo y compañía.

Una parte de ella, quería renunciar a todo, abandonar Oz y volver a la ciudadela. Todo con tal de salvar a Lai. Sin embargo, no creyó que fuese tan sencillo.

Lo meditó cuidadosamente. El barquito de papel se suponía que iba a ser su guía y su billete de vuelta. Eso significaba que, muy probablemente, no podría usarlo para regresar aún.

No hasta que no cumpliese lo que había ido a hacer allí.

¿Qué iba a hacer con Lai...?

¿Y si no resistía?

¿Y si ya era demasiado tarde...?

Había consumido luz alfa para ella y para que Lai pudiese recuperarse. Y por otra parte, también estaba dándole luz al alce que las llevaba a cuestas, iluminando sus cuernos como dos varas luminosas que guiaban el camino. No creyó que eso fuese suficiente para Lai, y ni mucho menos para ambas.

A ese ritmo, tendría que consumir más luces alfa en breves.

Se le vino a la cabeza la explicación de la bruja sobre los humanos que vivían en la Montaña de Fuego. Tan pronto como llegó, puso todos sus esfuerzos en borrarla de su cabeza.

Se agazapó a lomos del alce, protegiendo todo lo que podía a la manta. Lai no despertaba, ni daba indicios de querer hacerlo pronto. Altair ya no pensaba en encontrar al Coloso, sino en encontrar fuego, luz, lo que fuera para hacer que se repusiera. Si no podían salir de Oz todavía, tendría que hacer todo lo que pudiera, sin saber hasta dónde sería capaz de llegar por sí sola.

Lai...

Ella no.

Altair sacudió la cabeza.

Estarían juntas, pasara lo que pasase. Eso incluyendo a la posibilidad de perecer en Oz al final.

Altair fue incapaz de fijarse en nada más sino era estrictamente necesario. Los alces ahuyentaban a la niebla con sus cuernos y ella, como podía, utilizaba también su luz para ayudarles. Estaba consumiendo muchísima energía, mucha más que en el bosque. Y, aún así, estaba logrando administrarla de una forma más inteligente que aquella vez. Pese a la cantidad que estaba gastando, no se sentía tan desfallecida. Se sentía despierta, capaz de seguir usándola durante más tiempo. Sus ganas de llegar sanas y salvas a la Montaña de Fuego y de proteger a Lai a toda costa, la habían hecho despertar de una forma mucho más eficaz que cualquier otra cosa.

Abrió camino para los alces una vez más, que no detenían su galope liviano bajo ninguna circunstancia. Altair se dio cuenta entonces de la magnitud de la niebla a esas alturas. Ya era asfixiante cuando llegó, pero aún así, no había tenido ni punto de comparación con la niebla que tenían delante ahora.

Lo que alguna vez fue una neblina fina aunque pesada, como un velo, ahora era un telón. Una masa oscura y tormentosa, áspera como el polvo del desierto. Donde antes se podía dilucidar algo en el horizonte, ahora no se podía distinguir nada tan solo a unos metros de distancia.

Además, seguía siendo mucho más hostil. Ya no cesaban sus intentos por tratar de frenarlos. Se enroscaba y los acorralaba como una serpiente enfurecida. La lucha de los alces era cada vez más angosta y Altair temió que la niebla llegase a atacar a alguno de ellos. Lo que menos quería era que saliesen heridos por su culpa.

Sin embargo, sus temores se disiparon un tanto, cuando la niebla, muy sutilmente, empezó a tornarse anaranjada. Fue un matiz muy suave, que cobró fuerza poco a poco.

En otras circunstancias, Altair habría temblado de miedo al pensar en lo que habría en aquel nuevo lugar de Oz. No obstante, esa vez miró a Lai con alegría. Aún no se había despertado. Pero ya estaban muy cerca de poder empezar a buscar la luz que les hacía tanta falta.

Altair bajó la cabeza.

«Aguanta, Lai.

Tal como yo lo hice en el abismo.

 Sé que puedes.»

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