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Se estremeció cuando la mano se cerró en torno a su brazo. Se agitó bruscamente, y supo con ello que quien la había logrado agarrar no la soltaría por nada del mundo. No había ningún movimiento con el que pudiese desasirse. Se sintió invadida y violentada, como nunca antes en toda su vida. Quería patalear y revolverse. Quería que esa mano la soltase, aunque no quería hacerles daño. Recordaba lo que Ankra le dijo. Seguían siendo personas, al fin y al cabo. Personas disfrazadas de alimañas que no atendían a razón alguna.

Con todas sus fuerzas mantuvo bien sujeta a Lai, y trató con las piernas y como podía con el otro brazo, de poner todos los obstáculos posibles para que no pudieran sacarla fácilmente. Ese brazo ya había empezado a tirar de ella hacia el exterior. No. No podía sacarla de allí. Tenía que impedirlo como fuera.

El humano siguió tirando con persistencia, mientras la masa enfurecida se removía y cambiaba de posición. Ni siquiera con esos movimientos bruscos, ni con un hombro dislocado la soltó.

Altair trataba de postergar la situación todo lo posible, a sabiendas de que iría a parar a lo que se le había pasado por la cabeza. No quería hacerles daño, y no le estaban dejando otra alternativa. Al final, pensando detenidamente en lo que le dijo la bruja, Altair debía despertar a los Colosos para salvar a toda Oz, no al revés. Por mucho que le pesara en la conciencia, no podía hacer aún nada por esas personas. Ni tampoco podía consentir dejarse atrapar por ellas.

No se permitió más tiempo del necesario para pensarlo, porque sabía que se arrepentiría. Deseaba gritarles, hablar, decirles algo. Aunque pudiera, no la entenderían.

Después de eso, Altair no supo cómo fue capaz de reunir la fuerza y el coraje para hacerlo tan deprisa.

Estiró el otro brazo, cambiando a Lai de sitio, y condensó toda su luz en la mano. Un poderoso torrente de color entre blanco y azul salió e inundó la zona, cegando a los humanos durante un rato. Todos ellos se apartaron de la grieta, como si huyeran de un nido de avispas. Se echaron las manos a los ojos, desorientados y adoloridos, palpando el terreno con la mano para sentarse.

Ese fue el momento perfecto.

Altair huyó de la zona a todo correr y siguió ladera arriba. Había sido muy llamativo, casi como izar una bandera con el mensaje «estoy aquí» escrito en ella. Sabía que posiblemente, más acechadores lo habrían visto, e irían al lugar para averiguar qué era. Corría peligro, y tenía que distanciarse de la zona todo lo que pudiera, en el menor tiempo posible.

Además, su luz estaba volviendo a parpadear. Otra vez.

Siguió adelante, teniendo todo el cuidado posible al pisar y dónde lo hacía. Después de la que se había librado, lo que menos quería era resbalar.

Lai seguía sin reaccionar. Además, no se había dado cuenta hasta ese momento, pero cada vez estaba más fría. Altair, negándose a asimilarlo, siguió transfiriéndole luz. No se iba a rendir. Lograría que Lai despertara. Lograría llegar hasta el final del camino, y se despertaría.

No dejaba de repetírselo.

El camino era de constante subida, aunque al recodo al que logró llegar era mucho más llano en comparación a la ruta anterior. Altair lo agradeció como nadie se podía hacer una idea. Al fin podría moverse más deprisa, ya que escuchaba a los humanos gimotear de lejos. O lo que ella pensaba que era lejos. No quería arriesgarse a que anduviesen tras ella y volvieran a atraparla por quedarse rezagada.

Sin embargo, necesitaba recargarse. Ya hacía rato que su luz había perdido intensidad, y con el último haz que dejó salir, le quedaba mucho menos. A ese ritmo, seguir transmitiendo luz a Lai no serviría de nada, ya que sería casi lo mismo que no hacerlo.

Necesitaba luces alfa, con urgencia. Debía reponer fuerzas, por si acaso.

Buscó un recodo apartado, lo más lejos posible de los ruidos que escuchaba a lo lejos. Encontró un risco pronunciado, al borde del camino, lo suficientemente alto para tomarlo como refugio temporal.

Apoyó la espalda contra la pared y se sentó, sujetando a Lai con fuerza. No la iba a soltar por nada del mundo. Y menos aún allí. Estaban en lo alto de un acantilado desde el cual, Altair pudo ver lo que habían avanzado o al menos, una parte. Estaban muy arriba, más de lo que ella se imaginaba. Al final, esa última carrera había merecido la pena, en cierto modo.

Inspiró hondo, y abrió su arca del vacío.

Como pudo, tomó todo el ramo con una mano. El ramo era cada vez más fino, y eso la asustaba. Esperaba tener suficiente...

No le dio tiempo a contarlas, cuando algo sucedió a la par. Por fin, el barquito de papel salió por sí solo, poniéndose a navegar y dejando su particular estela de oro. Aquello fue un motivo casi de celebración. No solo indicaba que tal vez anduviese cerca del Coloso, sino que ahora tenía una guía, algo a lo que agarrarse. Eso supuso un alivio tremendo.

Dejó que siguiera avanzando, y prefirió no contar las plantas que le quedaban. Al final, no le serviría de nada.

Se comió una y se recuperó un poco.

Comió otra, y se repuso otro tanto.

Comió una tercera, para transmitir energía a Lai. ¿Cuánta luz necesitaría para recuperarse? ¿Y si no...?

Sacudió la cabeza. No, Lai iba...

De golpe, todo el cuerpo de la estrella se tensó. Había oído algo tan cerca, que se quedó paralizada del miedo. No era posible, se dijo.

Había oído pasos.

¿Eran los acechadores? ¿Más?

Altair se pegó a la pared todo lo que pudo. Se encogió y trató de ocultarse lo mejor posible detrás del pedrusco. Tal vez no fuese nada, o tal vez sí. No podía arriesgarse.

Se volvieron a escuchar pasos. Altair ya no sabía si lo tenía justo detrás de la piedra o estaba más lejos. No quería averiguarlo tan siquiera. Se movió despacio hacia el lado opuesto, por si acaso a lo que fuera eso se le ocurría asomarse. Le daba la impresión de que se cubriría mejor.

Pasos.

Pasos cerca.

Altair contuvo la respiración y se movió otro tanto, sin hacer ruido, pero no le salió bien esa vez.

Estaba demasiado al borde, y puso un pie en mal lugar. El suelo se venció, y Altair perdió el equilibrio. Con ambas manos ocupadas, trató rápidamente de no caerse ladera abajo por una absurdez como aquella.

Y en su lugar, ocurrió algo aún peor.

Casi como si el destino supiera del terror de la estrella, hizo realidad su temor.

 Dos luces alfa cayeron junto a Altair, en tierra firme, pero... el resto del ramo, lo poco que quedaba, se desvaneció cayendo al vacío, y se fue perdiendo entre la niebla.

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