𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨

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𝟐 𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐧𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟎𝟓

Ese día Emma pasó la mayor parte de las horas de su último día en Londres junto con sus padres y amigos.

La cosa fue tal que así.

William y ella seguían sin hablar a pesar del día de las notas. Su ojo seguía morado, aunque bastante mejorado y ahora en vez de ser un círculo que rodeaba todo su ojo y lo dejaba oscuro, se trataba de pequeñas manchas coloridas por la misma zona.

William también parecía algo más recuperado de la muñeca. Aunque su lesión tardaría más en recuperarse.

En principio habrían hecho una fiesta de despedida para ambas. Pero el hecho de que lo más seguro es que fuese tensa por ambos hizo que prefirieran ir quedando con las dos en pequeños grupos para poder darles una buena despedida.

La primera parte de su último día en Londres trató de tomar una cerveza junto con Peter Moseley, Thomas –su padre– y Ben. Anna también se encontraba con ellos.
Decidieron que era un buen plan para ellas, pues afirmaron que a pesar de ser menores de edad aún, acabarían bebiendo en Estados Unidos.
Emma ya había afirmado que había bebido en muchas ocasiones con anterioridad el día de la anestesia, pero sus padres actuaban como si así no fuese.

Cumplía los diecisiete en un mes y veintidós días, pero parecía que tenía casi los dieciocho por la manera en que la estaban tratando.

En ese momento, bebía una cerveza junto con su padre y su ex cuñado. Había reunido todas las fuerzas suficientes para poder encontrarse con él sin querer derrumbarse porque le recordaba a su hijo. De hecho, sus clases de matemáticas le recordaban al comienzo de la aventura junto con el rubio.

—Echaré de menos no darte clase —comentó Peter dejando un segundo vaso de cerveza para ella y para Thomas—. A veces las tardes se me pasaban volando.

—Sí... —Contestó Emma con una sonrisa triste.

A pesar de lo mucho que le apetecía irse a cumplir su sueño, no podía evitar sentirse aterrada de lo que pudiese encontrarse. Estaba aterrada de decepcionarse, de darse cuenta que eso no era lo que quería, de separarse de su amada familia –pues ella era muy familiar– y de que al volver todo hubiese cambiado. Se sentía al borde de un precipicio que marcaba el final de muchas cosas, no el comienzo.

Al tener aquel ya tan cerca la marcha y la despedida, estaba menos segura de irse de allí.

Al menos tenía a Anna junto a ella para poder vivir esa nueva experiencia con alguien a quien conocía bien. Y Anna se sentía de la misma manera.
Les habría gustado que Rachael y Daisy estuviesen con ellas en aquello. Pero Daisy tampoco quería tener mucho que ver a parte de ser su "representante" pues sabía que no haría mucho por ellas una vez que tuviesen más fama.

—Creo que en el fondo echaré de menos ser una estudiante —comentó ella, pensativa. Miró a ambos hombres—. Echaré de menos ir al colegio de siempre.

Se sintió muy melancólica pensando en que no volvería a ponerse su uniforme para después ver a todos sus compañeros de toda la vida. Había vivido muchísimas cosas en aquel centro. Se sentía mal por no poder ir a la graduación al día siguiente.

—Yo también —confesó Anna, y le dio un trago a su cerveza—. Creo que teníamos muchas ganas de crecer y salir de nuestro entorno. Pero conforme más me acerco a la hora de hacerlo... Más me entristece.

Ben suspiró mientras pasaba un brazo por los hombros de su novia. Él también estaba apenado por la marcha de su novia y su hermana, pero sabía que era importante para ellas y que él estaría allí para apoyarlas pasase lo que pasase. Ellas sabían que lo tenían a él para hablar ya fuesen buenas o malas noticias.

Se sentían respaldadas por sus familias.

—Me da pena no poder ir a despedirme de todos en la graduación— se lamentó Emma. Todos la miraron con tristeza— No voy a llorar, eh. —hizo una pausa, para después añadir algo con vergüenza— Ya lo he hecho de camino.

Todos rieron un poco al escuchar eso.

A Emma le habría gustado que William estuviese allí. Aunque fuese para insultarse y decirse cosas, pero al menos estaría allí. Pero parecía que el chico prefería no verla. No sabía por qué al menos no aprovechaba el último día con ella, a pesar de todo. Ella lo habría hecho.

—Papá —le dijo Ben a su padre—. Deberías dejar de beber cerveza. Llevas muchas. Te pondrás enfermo.

Thomas y Peter comenzaron a reír después de escuchar ese comentario, pues había sido de lo más estúpido. Peter reía mientras apoyaba su mano en el hombro de su amigo.

—Ay, Ben. No enfermará. Ningún germen puede sobrevivir en un cuerpo que es formado por un sesenta y cinco por ciento de cerveza.

Emma sonrió al ver a aquella relación de amigos. Amaba ver que una persona como Peter apreciaba a su padre. Realmente congeniaban. También disfrutaba al ver que los padres de sus amigos eran amigos. Daba mucha más sensación de acogimiento.

—¿Os acordaréis de esta increíble familia que os acogió durante años a preciosas tardes cuando os hagáis famosas allí en Hollywood? —Preguntó Peter con dramatismo.

Emma los miró con amor mientras Ben la abrazaba por detrás, y después sonrió con melancolía.

—Nos os podéis hacer una idea de lo que os extrañaremos— terminó diciendo con sinceridad.

Su padre le apretó la mejilla sin hacerle daño de manera cariñosa. Ella no sabía si mirarle, porque sentía una presión en el pecho inmensa por la tristeza que le daba separarse de ellos.

[...]

Más tarde, Tricia, Juliette, Debra, Daisy, Rachael y Lulu las llevaron a un spa para un día de chicas. Habían pagado una sesión completa para todas para poder pasar así la tarde juntas mientras las dos chicas se arreglaban antes de marcharse y poder llegar perfectas a lo que sería su hogar durante un año.

Tenían una sesión de manicura, pedicura, depilación, peluquería, tratamiento facial, exfoliación y masajes.
Emma aun no se creía que les hubiesen invitado a eso, pues su madre ni loca habría pagado ese dineral. Seguro que fue idea de Juliette y Daisy.

En ese momento, todas se encontraban haciéndose la manicura cuando Anna y Emma salieron de la depilación con cera. Ambas se sentían doloridas y la piel les picaba horrores.

—Vaya infierno —dijo Anna, lastimosa, mientras se sentaba en uno de los asientos.

Una muchacha se acercó a ella con expresión dulce mientras le colocaba los pies en un barreño para meterlos en agua caliente, y después los secó para apoyarlos en un tronco y poder hacer la pedicura.

Emma recibió el mismo tratamiento por parte de otra chica y ella le agradeció el gesto con una sonrisa. No quería parecer la típica chica antipática con la gente que trabajaba, pues sabía que perfectamente esa podría ser ella en cualquier momento.

—Para lucir hay que sufrir —respondió Daisy mientras trataba de evitar que las rodajas de pepino se cayesen de sus párpados.

—Anna —le llamó su madre, Anna la miró—. ¿Qué pasará con Ben?

Todas miraron con interés a la chica, para saber su respuesta. Daisy estaba tan interesada en mirar también que se quitó una rodaja de pepino y acabó comiéndosela.

Anna puso una mueca y después suspiró.

—Queremos seguir juntos... Sobretodo después de lo que ha pasado con... —miró a Emma con disculpa— William.

Las demás mujeres también parecieron algo compungidas ante la mención de esa horrible ruptura. A la mayor parte de la gente le habría resultado extraño hablar así con sus madres sobre aquellos temas, pero al ser todas amigas era mucho más fácil que no se lo tomaran mal.

—Pero me preocupa la distancia —admitió la chica. Emma ya había hablado con ella sobre aquel tema—. Me preocupa por él, no por mi. Sé que me encontraré con chicos muy guapos, pero realmente quiero a Ben. No sé si podría imaginarme con otro chico... En cambio, no sé lo que hará él cuando yo no esté.

Tricia le sonrió con dulzura, tratando de calmar a la pobre chica. En sus palabras se notaba que de verdad le asustaba el hecho de que algo pudiera pasar entre los dos. Le importaba demasiado aquel idiota.

—Anna, cariño. Te puedo asegurar de que Ben se siente de la misma manera que tú. Tiene los mismos miedos que tienes tú ahora mismo. Pero creo que es una de las personas más leales que puedo conocer. Me extrañaría mucho que él hiciese algo que te pudiese dañar.

Anna sonrió al escuchar esas palabras, aunque seguía algo preocupada y se notaba.

—También tienes miedo de que la chispa se apague cuando lleves más tiempo allí, ¿verdad? —Adivinó Juliette.

—Exacto -la chica suspiró con nerviosismo.

—Créeme cuando te digo que si algo pasase entre vosotros para dejar la relación, cuando vuelvas se os olvidará y volveréis a estar igual— Emma trató de convencerla y Anna sonrió al escuchar aquello.

Juliette miró a Emma, ahora pensando en ella y en su hijo. Emma miraba al frente, con la cabeza apoyada al respaldo, y había cerrado los ojos. No vio las muecas que realizó la mujer tratando de encontrar la mejor manera de abordar aquel tema con ella.

—Emma —la llamó.

Emma abrió los ojos y miró a la mujer.

—¿Has vuelto a hablar con William?

Ni Emma ni William habían contado a ninguno de sus padres que el causante de sus golpes había sido el otro. De esa manera se aseguraban que sus padres no tuviesen una disputa con ellos. Sabían que esa pelea era entre ellos y nadie más. Así que no tenían ni idea de que, efectivamente, el rubio y la castaña habían vuelto a hablar.

—Lo vi el día de las notas. —respondió Emma— Pero no hablamos.

—Sé que ambos estáis sufriendo —prosiguió Juliette. Emma quería dejar ese tema a un lado—. ¿Por qué no tratáis de arreglar las cosas?

—¿Qué sentido tendría? –repuso ella con tristeza, encogiéndose de hombros–. De todas formas... No lo veré hasta dentro de unos meses.

Juliette pensó que la muchacha aún no estaba preparada para hablar de aquello y decidió olvidar ese tema de conversación. Sabía que su hijo y la hija de Tricia eran muy orgullosos y sería muy difícil que uno de ellos diese el brazo a torcer.

—¿Y a vosotras?— Preguntó Debra mirando a Lulu, Daisy y Rachael— ¿Nos os gusta ningún chico?

Daisy sonrió, enrojeciendo un poco. Por lo que sus amigas sabían, a Daisy le gustaba mucho Rowan, el amigo de William. Alguna vez había ido a casa de los Moseley a estudiar o a jugar a la play, y Daisy cada vez que lo veía se sentía desfallecer.

Juliette sabía los sentimientos de su hija, y lo hizo saber. Daisy no era una persona reservada para esas cosas.

—Un pajarito me ha dicho que le mola un chico llamado Rowan.

—¿Rowan?— preguntó Tricia.— ¿No es ese el que va a vuestra clase, chicas?

Emma, Rach y Anna asintieron con risas burlonas. Daisy era realmente obvia delante del chico, y ellas no perdían la oportunidad de reírse de la pequeña del grupo.

—¿Y a ti, Lulu?

Lulu resopló mientras ponía los ojos en blanco. Si no fuese por su aspecto, Emma juraría que estaba junto a una mujer de treinta años. Esa pequeña pelirroja era muy madura y hablaba muy bien para sus catorce años.

—Todavía no he conocido algún Dios Griego merecedor de mi afecto —hizo reír a todas.

—Qué bien estaría ir a Grecia... —comentó Tricia con ensoñación. Aunque no tuviese nada que ver.

—¿Rachael?— le preguntó Lulu a la castaña con interés.

Rachael dejó de mirar a todas, de repente sus pies le parecían un lugar muy curioso, porque se negaba a dejar de mirar hacia aquel punto.

—No, no me gusta ningún chico...

Por el tono de voz, ya que Emma la conocía muy bien, sabía que algo ocultaba. Pero prefirió no presionarla. Si había algo que no quería contarles aún era por alguna razón, sabía que algún día de enteraría y quería saberlo cuando Rachael estuviera preparada para contárselo.
Aún así, no podía evitar sentirse muy intrigada sobre el chico que pudiese gustarle.

Estaba claro que alguien le gustaba por la manera en que actuaba.

[...]

Cuando llegó la noche, Emma estaba haciendo su maleta mientras evitaba llorar. Ya había cenado junto con su familia, y ahora Skandar estaba en la habitación junto con Ben. Estaban viendo una película, al parecer.

Ella no quería llorar porque se sentía muy débil últimamente, parecía que derramar lágrimas era lo único que sabía hacer y siempre se burlaba de la gente que hacía eso. Era una hipócrita.

Terminó de cerrar su última maleta –llevaba tres: una de ropa, otra de zapatos, y otra de sus libros favoritos– más un par de neceseres con sus productos de higiene y maquillaje. Lo esencial para prepararse al día siguiente antes de salir estaba preparado en su escritorio para sólo tener que empacar eso y no llegar tarde.

Tenía su pijama puesto, el cual consistía en unos pantalones de chándal y una sudadera, y ya se había duchado. Estaba lista. O eso creía ella.

Suspiró mientras se tiraba en su cama y miraba hacia el techo. Después, miró hacia la mesita de noche, donde tenía su mixtape y sus auriculares. Dudó en si llevárselo o no.
No llevárselo significaría poder olvidar con más facilidad al rubio, pero eso dolería, y mucho.
No quería olvidarle a pesar de todo.

Se levantó y agarró el mixtape para después meterlo en una de las maletas.

Saldrían a las ocho de la mañana para llegar al aeropuerto a las nueve, y el avión saldría a las nueve y media. Todo iba muy rápido. O al menos eso le parecía a ella.
Estaba agradecida de que Anna estuviese junto a ella en esa aventura tan loca. Porque no había otra manera de describir a lo que estaban a punto de hacer.

Alguien llamó a su puerta.

—¡Adelante!

La puerta se abrió y Emma se sorprendió al pensar, en el fondo y con mucha esperanza, que podría tratarse de William.

Pero eran Skandar y Ben.

A lo mejor William iba al día siguiente a despedirse de ella. Aunque fuese la graduación por la tarde, le daba tiempo de sobra a poder verla.

—¿Cómo vas? —Le preguntó Skandar mientras los dos chicos se sentaban en su cama.

Emma sonrió con tristeza y miró a otro lado para espantar las lágrimas que asomaban en sus ojos.

—Bien, bien... Aquí, haciendo el equipaje.

—¿Qué, tienes ganas de irte? —le dijo el pelinegro en tono de broma mientras la empujaba un poco con su mano.

—En realidad, ahora que lo veo tan cerca, no.

Skandar y Ben pusieron una mueca. Se percataron en las ganas que la chica tenía de llorar.

—Piensas así porque es algo muy nuevo –trató de consolarla su hermano–. Pero verás que en cuanto llegues allí estarás feliz de poder hacer lo que quieres.

Emma asintió sin decir nada, sin poder estar convencida. ¿Quién le decía que tantos sacrificios en Inglaterra servirían para contrarrestar lo que viviría en Estados Unidos?

Inglaterra era su hogar, lo había sido, lo era y lo sería siempre.

Agachó la cabeza, pues sabía que si decía algo, no aguantaría más y se convertiría en un río de lágrimas. Skandar se levantó de la cama para dirigirse a ella con algo de timidez, y después, vacilando un poco, la rodeó con sus brazos y la acercó a su pecho.

Emma puso su rostro en el pecho de su amigo mientras al fin comenzaba a sollozar y a desahogarse como llevaba todo el día intentando evitar. Ben se acercó a ellos y los abrazó también. Los tres se fundieron un tierno y melancólico abrazo.

Aunque Emma estaba triste y lloraba, se sintió muy liberada al poder mostrarles cómo se sentía realmente. Sabía que extrañaría muchísimo a William, y que sufriría sin verlo durante tanto tiempo. Pero ya estaba decidido, ya no había vuelta atrás.

De repente notó cómo un nudo en el pecho se le deshacía.

Para poder calmarla, los chicos la obligaron a tumbarse en la cama y comenzaron a hablar co ella recordando momentos graciosos y divertidos del grupo. Le contaron cosas nuevas y estuvieron hablando una hora y media hasta que la chica, sin darse cuenta, se durmió.

Skandar le acarició la mejilla y Ben le dio un beso en la frente para después salir de allí y cerrar la puerta.

Emma sabía su propio punto de vista respecto a su ida, pero no sabía que sus amigos también sufrían. Skandar perdía a su mejor amiga durante un año, y Ben a su hermana.

𝟑 𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐧𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟎𝟓

Bajaron del coche y Emma trató de que no le temblasen las piernas. Estaba muy, muy nerviosa. Estaba a punto de embarcarse en lo que sería la mayor aventura de su vida.

Ben y Jack le ayudaron con su equipaje mientras Tricia le apretaba la mano y Thomas apoyaba su brazo por los hombros de la chica. Estaba arropada por su familia, al menos hasta que entrase en aquel avión.

Cada segundo que respiraba en Londres parecía más corto que el anterior. El tiempo allí se le acababa. Siempre había tenido ganas de irse a Estados Unidos, pero en ese momento no le parecía tan buena idea. Y ella sabía perfectamente que esos pensamientos se debían a el miedo que sentía de fracasar, al miedo a separarse de su familia y amigos... En general, el miedo a dejar atrás la vida que conocía hasta ese momento.

Le asustaba pensar que todo cambiaría en cuanto se montase a ese avión.
Tenía el presentimiento de que algo grande iba a pasar.

Cuando entraron, se dirigieron a la zona de embarcación donde estaban los demás.

Llegaron hasta ese punto, andando en un silencio sepulcral, pues no habían palabras.
Emma se sorprendió al ver a todos allí. Estaban todos para despedirse de ellas.

Todos menos William.

Literalmente se encontraban allí Peter, Juliette, Daisy y Benjamin Moseley. También estaban Debra, Andrew, Anna, Lulu y Freddie Popplewell. Rachael la miraba con tristeza acompañada de sus dos padres, Helen y Mike, y de sus hermanas; Georgie y Laura.
Skandar había sido acompañado por su hermana Soumaya, la cual le caía muy bien a Emma. Y finalmente, su familia.

Rápidamente fue a despedirse de la familia Henley, agradeciéndoles todo. A Laura le agradeció ser tan buena con ella en tantos momento a pesar de no conocerse mucho, a Georgie le agradeció ser tan dulce y le pidió que no la olvidase para cuando ella volviese –lo cual sería en unos meses, no en un año– y a Rachael la abrazó con fuerza mientras le pedía que estudiase mucho y que le escribiese todos los días.

Después, se dirigió a Skandar y Soumaya. A Skandar le pidió que no viese Star Wars con nadie más, y que la esperase para volver a ver todas las películas en una pequeña maratón. Skandar parecía estar a punto de llorar. Soumaya le deseó mucha suerte en su viaje y profesión.

Los padres y hermanos de Anna le desearon suerte también y le pidieron que cuidase de Anna. Ella les aseguró que era Anna la que tendría que cuidar de ella, pues su hija era la persona más responsable y adorable que jamás había conocido.

Para cuando se acercó a la familia Moseley, ver a todas esas personas a las que quería tanto pero sin William, se derrumbó. Hizo un puchero a la vez que se lanzaba a los brazos de Peter y Juliette. Los dos la abrazaron con tristeza mientras la mujer le acariciaba el cabello con ternura. Peter le apretó la mejilla con expresión melancólica a la vez que le aseguraba que era una chica fuerte y que todo le iría bien. Daisy la abrazó también, llorando como una Magdalena, mientras le decía lo mucho que la quería.

Cuando Benjamin se acercó a ella para despedirse, la abrazó, dejando a Emma pasmada, pues nunca había tenido una relación muy estrecha con el pequeño de los Moseley.

—Que sepas que estoy contigo— le susurró el adolescente de catorce años—. Mi hermano se ha comportado como un idiota.

Emma sonrió y rió a pesar de las lágrimas y le dio un beso en la mejilla a Benjamin, que casi la alcanzaba en altura.

Anna ya se había despedido del resto también, incluso de Ben, cuando Emma se fue a despedirse de su familia. Ahí fue cuando mas lloró y cuando más dolorida de sintió.

—Estoy orgulloso de ti, acuérdate de tu padre durante estos meses —le dijo Thomas mientras la abrazaba con fuerza. Después le besó la frente—. Te quiero mucho.

—Yo te quiero más, papá.

Abrazó a Tricia después, que lloraba desconsolada junto a su hija. Trataba de mantener la compostura, pero le era imposible.

—Te quiero mucho, mucho. No cambies nunca. No cambies ese corazón que tienes, más grande que cualquiera —le decía al oído mientras Emma la apretaba contra sus brazos— No dejes que nadie te diga cómo tienes que ser, conserva tu esencia. Te amo.

—Te amo.

Ben y Jack corrieron a la vez a abrazarla. Ben aprestaba su mejilla contra la cabeza de su hermana con los ojos cerrados. Jack fue la primera vez que se sintió tan triste.
Nunca se había dado cuenta de lo que necesitaba a su hermana mayor en casa hasta que vio que se marchaba. Aunque fuese un año.

—Os quiero mucho —dijo Emma—. Espero que me echéis de menos en casa.

Se separaron a la vez que Ben reía un poco a pesar de los afligido que se encontraba.

—Echaremos de menos tus berridos en el garaje cuando ensayas, y también tus tartaletas con sabor a vomito.

Emma no pudo evitar reír de nuevo. Prefería reír y ver algo positivo en ese momento.

La embarcación para el viaje LONDRES-LOS ÁNGELES termina en cinco minutos. —anunció una azafata en el megáfono—. La embarcación para el viaje LONDRES-LOS ÁNGELES termina en cinco minutos.

Emma y Anna –que ya habían dejado su equipaje en el montacargas– sólo tuvieron que recoger sus mochilas para el viaje y le dieron el ticket a la mujer. Ella les dejó pasar, y ellas dedicaron una última mirada a su familia y amigos antes de cruzar el túnel que les llevaría hacia su avión.
Emma miró la puerta de la sala, esperando encontrarse con William. Pero no fue así.

Les sonrió a todos con pesadumbre y ambas lanzaron besos a todos, para después darse la vuelta y comenzar a andar juntas. Anna pasó su brazo por el de Emma, para ayudarse mutuamente a seguir adelante.

Llegaron hasta el interior del avión y buscaron sus asientos. Por suerte les tocaron dos juntos, y al otro extremo de la fila de tres se sentó una anciana que comenzó a dormir nada más empezar el viaje.

Durante el despegue, Anna y Emma se agarraron las manos y las apretaron con mucha fuerza mientras veían cómo subían hacia el cielo desde la ventanilla.

—Ya no hay vuelta atrás. Nos vamos a Los Ángeles—dijo Anna con una mezcla de emoción y de pánico.

—Ya no hay vuelta atrás— repitió Emma. Aunque ahora sonreía un poco.

Mientras, en ese mismo momento, William corría por el interior del aeropuerto de Londres. Tenía la respiración agitada y no paraba ni un segundo. Tenía que llegar hasta la embarcación. Con suerte llegaba a tiempo.

Entonces, antes de llegar a la puerta, vio un grupo de gente conocida que salía de allí. Él se paró en seco mientras negaba con la cabeza. No podía ser.

Juliette y Peter lo miraron con pesar. William miró a otro lado mientras pasaba sus manos por los ojos, tratando de calmar sus emociones. Había sido un total estúpido.

A las siete y media de la mañana sus padres lo despertaron y le dijeron que debían ir a despedirse de Emma. Él, medio dormido y pensando que estaba enfadado con ella, les dijo que le dejaran en paz y volvió a dormir. Para cuando despertó a las ocho y media, se dio cuenta del grave error que había cometido y salió por patas de su casa lo más rápido que pudo. Hasta había pedido un taxi. Pero nada había servido.

—Will —Rachael y Daisy se acercaron a él y lo abrazaron. Él se dejó abrazar mientras dejaba que un par de lágrimas cayesen por su rostro.

Tricia miró con lastima al rubio, sintiéndose terrible por el chico. Entendía la confusión que sentía y no pudo evitar pensar que su hija y él tenían una historia muy complicada.

—Soy... soy un estúpido.

—No lo eres —le decía Lulu, que se acercó a él y le acarició el brazo—. Y volverás a verla. No es como si fuese para siempre.

Georgie se acercó a él y le sonrió con dulzura. Ella también estaba triste porque Anna y Emma se habían marchado.

Las demás se separaron y Georgie hizo que William la mirase.

—Si tan triste te pone separarte de ella, ya sabes qué hacer —a William le asombró la manera en que esa niña de casi diez años le acababa de hablar.

William no comprendía a qué se refería.

—Tienes que decirle cómo te sientes.

—Georgie —él le habló con docilidad y paciencia—. Ella ya sabe cómo me siento.

—Entonces tendrás que repetírselo hasta que se harte de escucharlo.

Georgie le abrazó y William le correspondió el gesto. Los demás miraron al escena enternecidos.
William sopesó las palabras de la hermana pequeña de Rachael.

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