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—Quiero decir, se puso a gritar en pleno trabajo. —El hombre suspiró—. No sirve de nada intentar detenerlo, y no sería la primera vez que ocurre un incidente como este. ¿No se da cuenta que pudo haber pasado a mayores?, ¿y si hubiera atacado a algún trabajador? Él ya es un adulto, y los adultos deben saber controlarse.

El hombre se encontraba de pie junto a su escritorio. Fue hace tan sólo unos minutos atrás cuando Han HyunJin armó un "escándalo" frente a todos.

—Director, mi hermano tiene autismo, los ruidos muy fuertes pueden desencadenar una crisis en cualquier momento, no es algo que él pueda prevenir ni mucho menos controlar.

Era la cuarta vez que Jisung era llamado por el director de la empresa para oír reclamos por su hermano.
La vez anterior quiso golpear a un empleado por quitarle su lugar, y aunque esta vez HyunJin no fuera culpable por tener una crisis de pánico en el peor momento, el director osaba acusarlo y hacerlo sentir culpable por ser diferente al resto.

—¿Por qué debería añadir la enfermedad de su hermano a mis problemas? —Su voz sonaba firme, sin una pizca de humanidad en sus palabras—. Me preocupa la seguridad de mis trabajadores, no pienso tolerar otra vez este comportamiento infantil en HyunJin.

—Señor, ¿de verdad no tiene empatía?, ¿no comprende que mi hermano no lo hace a propósito?, el autismo no es una enfermedad, es un trastorno, todo está en su mente y por más que intente prevenirlo, es más fuerte que él.

El director quitó sus lentes y tomó asiento en la silla delante de su escritorio.

—De verdad lo siento mucho, Jisung, sé todo el esfuerzo que le pones al cuidado de alguien mayor que tú, pero no podemos seguir expuestos al peligro que supone el trastorno de tu hermano.

—Señor...

—Lo mejor es que HyunJin sea despedido.

—No puede hacer eso, no tiene idea lo que cuesta encontrar un lugar donde lo acepten, es algo inaudito que-

—Retírese de mi oficina.

Y fue lo último. Cómo siempre aquel hombre tenía la última palabra y debía ser obedecida por todo aquel que allí estuviera.
El pelinegro por su parte dió media vuelta, y rendido salió de la oficina.

[...]

Han Jisung tomó las cosas del casillero de su hermano, libros, algunos juguetes, y aquellos cuentos, a su parecer extraños, que HyunJin amaba leer.

Por el espejo del casillero, vio a su hermano sentado en un asiento apartado, lucía algo asustado y sus extremidades temblorosas.

Caminó en su dirección, y se puso en cuclillas junto a él. No podía enojarse con su hermano; siempre se había encargado de cuidarlo y lo entendía, era de los pocos entre muchas personas que no lo juzgaba por algo de lo que él no era consciente, así que al mirarlo a los ojos deslumbró una dulce y reconfortante sonrisa.

—Jinnie —el nombrado volteó a verlo—, ¿no tienes hambre?

[...]

«Lectura de cuentos de hadas
con el escritor Lee Minho»

Jisung leyó aquel pequeño afiche que le entregó su hermano.

—¿Qué es esto? —preguntó sin buscar respuestas en el papel.

—El hospital.

El menor lo miró sin entender.

—Lee Minho irá hoy al hospital para leer sus cuentos, llévame.

Lee Minho era el escritor favorito de HyunJin. Tenía entre sus colecciones todos sus cuentos y no era sorpresa que quisiera verlo en vivo mientras leía sus historias que para muchos eran increíbles.

—La verdad no tenía idea, pero no creo que sea posibl-

—Llévame —lo interrumpió, intentando imponerse.

Jisung observó por segunda vez el afiche.

«Invitación para niños en
compañía de sus padres»

—Mira aquí dice que es para niños. —Indicó en el papel, mas al ver la expresión de decepción en el rostro de su hermano, añadió—: Pero te conseguiré un autógrafo. Conocerlo dura sólo un momento, el autógrafo es para siempre.

Y luego de un rato, entre pequeñas discusiones, logró convencerlo y acabaron gustosos el almuerzo.

El chocar de los cubiertos contra el plato era lo único que se oía en la pequeña habitación donde Minho estaba.

Era un cuarto aislado en el comedor del hospital donde debía almorzar, mientras sus asistentes preparaban el escenario para su posterior ingreso.

—¿Estás seguro de que es él? —Se oyó el susurró de una mujer tras la puerta. Un niño, que al parecer era su hijo asintió—. ¿Quieres preguntarle?

—Sí, sí, sí —afirmó el pequeño reiteradas veces, y entraron a la habitación, la cual estaba protegida por una cadena a la altura de las rodillas, cosa que no servía de mucho.

Minho no miraba, aunque escuchara continuaba con su almuerzo, y el mismo semblante serio que usaba cada día, incluso si no era la ocasión.

—¿Por casualidad es usted el escritor Lee Minho? —La mujer preguntó sin soltar la mano de su hijo. El rostro del niño esbozaba una enorme sonrisa.

Lee tomó una servilleta y quitó todo rastro de comida que en sus labios se hallara, entonces contestó:

—Sí.

El niño, emocionado, buscó en su mochila el libro de cuentos y se lo entregó a su madre.

—Mi hijo es un gran admirador suyo, ¿podría darnos su autógrafo? —Extendió el brazo con el libro y Minho no tardó en tomarlo.

—¿Nombre? —preguntó una vez abierto para escribir en su tapa. El niño dijo su nombre y Minho lo anotó, luego de hacer la misma firma que de seguro ya se encontraba en muchos libros—. Ya.

—Ves, mamá, es como un príncipe. —El pequeño tiraba el brazo de su madre, mientras indicaba al chico en la silla.

—¿Te parezco un príncipe?

—¡Claro que sí!, porque eres muy lindo, y mamá siempre me llama príncipe porque soy muy lindo.

Minho no dijo nada, sin embargo su rostro expresaba todo aquello que se guardaba.
Todos los niños eran iguales para él, unos mentirosos sin remedio que decían ver el mundo de rosa y finjir una sonrisa para caer bien. Sin embargo sólo eran unos egoístas e inconscientes en tamaño pequeño.

Lástima que nadie más que él lo notara.

—¿Quieren una foto? —preguntó antes de que pidieran lo obvio. A todos les da igual si estás bien, lo único importante es tener una foto para ser la envidia de tus amigos.

El niño miró a su madre, quien aceptó y le ordenó acercarse al jóven escritor.

Mientras la mujer revolvía el interior de su bolso en busca del celular, el chico rodeó la espalda del pequeño con su brazo izquierdo y susurró:

—Tú no eres mi admirador.

—¿Qué? —El niño elevó la cabeza y preguntó con aquella voz chillona, características de todos los infantes y que estresaba a Minho.

—En todos mis cuentos el brujo siempre es lindo —prosiguió. La mujer recién comenzaba a encender el teléfono— ¿Quién te dijo que los príncipes son lindos y buenos? ¿Tu mamá te lo dijo?

—¡Listo, príncipe!, mira para acá. —Se posicionó para tomar la fotografía.

—Si lo que quieres es ser lindo, repite mis palabras —ordenó el jóven mientras comenzaba el conteo regresivo por parte de la madre del niño—: Mamá, quiero ser un brujo.

Y lo próximo que se escuchó antes de que la mujer llegara al cero, fueron los gritos y el llanto desesperante del niño que salió corriendo de los brazos de Minho, rumbo a quien sabe dónde. La mujer lo siguió luego de despedirse con una rápida reverencia.

La verdad a Lee no le importaba en lo absoluto, mucho menos si aquel niño pretendía ser un admirador cuando ni siquiera había leído sus cuentos.

Tomó el cuchillo y empezó a acariciarlo, de la nada el brillante cubierto captó su atención y bastaron unos segundos para que este quedara al ras de su piel. Sangre brotó del corte cuando el cuchillo se deslizó sobre su pulgar, ni siquiera se inmutó al ver el rojo corriendo por su mano hasta caer en el plato, tiñéndolo del carmesí que corría por sus venas.

Tal vez le habría importado más si alguien se preocupara por él.

[...]

Se encontraba en la sala repasando la lectura por orden de la encargada, aunque no fuera necesario. Eran sus cuentos, no tenía porqué ensayarlos.

—Señor Lee, ya está todo listo. —Uno de sus asistentes le informó luego de incorporarse en la sala—. ¿No cree que debería cambiar su ánimo?, son niños a los que tendrá que entretener.

—Será mi voz quien se encargará de eso, mi rostro no tiene porqué acatar tus órdenes. —Y prosiguió a ignorarlo.

Los asistentes debían estar acostumbrados a su mal genio, sin embargo resultaba cada vez más sorprendente la manera tan fría que tenía ese hombre para referirse a los demás. Y se hacía más y más evidente su arrogancia, y tal vez, quien sabe, su falta de experiencia para tratar con el mundo.

Salió de la sala rumbo a la parte trasera del escenario, dónde lo esperaban algunos ayudantes y encargados de diversos asuntos, entre ellos la simple tarea de ir por más agua para Minho cuando la de su vaso se agotara. Claro, si es que eso ocurría.

Miró hacia el público y estaba repleto.
¿De verdad había tantos niños en el hospital?, o es que algunos padres decidieron por decisión propia llevar a sus hijos para la lectura de los cuentos. De igual manera Minho aceptó únicamente por la gran suma de dinero que recibiría si completaba con éxito la función.

—¿Estás listo? —Uno de los asistentes preguntó, mientras otra chica arreglaba la corbata de Minho—. Ya debes salir.

Y sin más el telón se abrió, como si de una obra teatral se tratase, y una gran ovación lo recibió, aunque para sorpresa de la mayoría eso no interfirió en su gélido semblante.
Caminó hasta la silla en medio del escenario, donde, antes de tomar asiento, le dedicó una pequeña reverencia al público.

—Es un agrado tenerlos a todos aquí. —Se acercó al micrófono y comenzó el discurso que había repetido decenas de veces en otros lugares—. Para los que no saben soy Lee Minho, escritor de cuentos infantiles con una trama bastante realista. —Aunque era bastante obvio, no faltaban los curiosos que asistían sin un poco de conocimiento—. Si gustan quedarse, adelante, y si no, eviten los problemas y salgan, así también dan espacio a más personas que empiecen a llegar.

Hizo una leve pausa mientras murmullos del público iban por el camino de extinguir el silencio.
Abrió el libro en la tercera página antes de acabar con los molestos murmullos.

—Ahora si les parece, daré inicio a mi lectura con un cuento que escribí hace aproximadamente cinco años. Si me siguen, supongo que sabrán que es mi favorito.

Un "sí" salió de la boca de los pequeños, sin antes saber de cual se trataba.
Minho sólo alzó las cejas y procedió con su lectura.

[...]

Un grito casi tan realista como el desespero que siente alguien cuando su vida peligra se oyó en el recinto, y alcanzó a producir un eco casi imperceptible. Cómo el intento de una persona por salvar su vida en un asalto, o algo tan simple como cuando debes enfrentarte sin aviso a tus fobias.

Desde el fondo de su garganta, como si hubiese estado atrapado desde hace mucho tiempo, salió a la luz en aquel momento, haciendo parecer a aquel grito como un preso en una celda, aquella en la que tú mismo le permites estar. El clamor de un niño al perder a sus padres, la desesperación de un padre al no ver más a su hijo, o quizás su propio dolor, arrastrado desde un abandono prematuro.

Parecía también tener dotes actorales, y era algo que sin duda no estaba planificado, por lo que acabó sorprendiendo incluso a los mismos organizadores.

Algunos niños se aferraron a sus padres. La interperie de aquel chillido los dejó un poco temblorosos, sin embargo parecían estar bastante grandes como para entender que sus cuentos no se basaban en la típica historia que acaba con un hermoso final, aunque tampoco podía asegurar que estuviera demasiado perfecto como para no caer en algún cliché.

Acabó en ese momento la mitad del vaso de agua. Tal vez al día siguiente despertaría con dolor de garganta, pero a quien le importaba. Las personas seguramente no retendrían ni la más mínima palabra de aquel evento, y no podía asegurar que eso quedara un año en sus mentes. Después de todo era uno entre millones de escritores que expresaban su desagrado ante ciertos temas mediante un continuo de oraciones, algunas vacías que no servían más que como un relleno, otras llenas del fondo de su mente, pero que nadie nunca se habría atrevido a descifrar.

Carraspeó un par de veces mientras la música seguía su rumbo, y se perdía entre el ambiente vacío de aquella sala. De seguro los adultos ya querían irse y hacer algo más interesante con sus vidas que sólo escuchar a un jóven con ideas locas, disfrazadas de príncipes maleducados y brujos que parecían llevarse toda la atención, principalmente por sus poco o casi nada comunes características.

Dió una rápida mirada a su alrededor y se dispuso a continuar.

El niño despertó de una pesadilla más atroz que las anteriores. —Cambió con destreza la página—. Todos esos recuerdos de su pasado oscuro aparecían en sus sueños y lo atormentaban, sin parar cada noche, ya no aguantaba.
Al niño le daba pánico ir a dormir, así que un día fue a ver al brujo y le suplicó:
"Por favor, brujo, llévate todos estos recuerdos para que nunca vuelvan las pesadillas tan horribles que tengo. —Una lágrima se asomó solitaria por el canto interno de su ojo izquierdo, y desentendiendo el motivo, la quitó sin un ápice de delicadeza—. Juro que voy a hacer todo lo que tú desees..."

—¿Que hiciste? —Jisung se detuvo al ver al chico encargado.

La noticia de un hombre desaparecido corrió en seguida por los empleados del gran hospital, aumentando el pánico en las personas pese a no saber de quien se trataba. Aunque se apoyaban en la idea de que si estaba en ese lugar era porque su salud mental no era la adecuada como para vivir fuera de un hospital, y eso sólo los atemorizaba aún más.

—Lo siento, creí que iría al baño y lo desaté —se disculpó el enfermero.

—Trajiste las correas.

—Las olvidé, iré por ellas —titubeó.

Han no entendía como podían darle las tareas más difíciles a chicos aún inexpertos, y que necesitaban mínimo un año de práctica para agarrar más experiencia con casos graves.
A veces el hospital se organizaba de una manera horriblemente mala.

Siguió adentrándose en diversas salas, rogando por poder encontrarlo antes de que hiciera daño a alguien y volver a su normal trabajo como psiquiatra en la sala transtornos mentales.

No es sorpresa que haya decidido estudiar psiquiatría por su hermano.
HyunJin siempre fue excluido, nadie entendía como un chico podía ser tan sensible a cosas aparentemente normales, y, mediante la idea de explicar a la ignorancia de las personas, Jisung decidió estudiar la carrera que ahora amaba con su vida.

Pasaron los años y se convirtió en adulto, ya nunca más tuvo pesadillas, pero por alguna razón no se sentía contento... —Se detuvo al oír murmullos entre el público. Al principio hubiese pensado que la gente era tan maleducados como para interrumpir su lectura, sin embargo, al ver a un hombre correr desesperado por sobre los asientos cambió su opinión sobre algunas cosas.

«¡¿Qué le pasa?!» «¡Está loco!» «¡Saquen al tipo!», eran los comentarios más escuchados desde el escenario donde se encontraba Minho, y al cual aparentemente se dirigía el hombre.

Se levantó Lee de su asiento cuando aquel hombre llegó al escenario, y lo llevó a retroceder unos pasos.

De su bolsillo el desconocido sacó un cuchillo que quien sabe cómo llegó allí, y tomó del cuello al chico, acercando a este el arma.

Se veían a padres tomar a sus niños y salir corriendo, otros le tapaban los ojos y nadie intervenía.

Los encargados empezaron a sacar a las personas mientras otros iban detrás de Minho. Para su pésima suerte este era arrastrado por el hombre a una sala aparte y al entrar, él hombre cerró la puerta.

—Disculpe, ha visto a un hombre alto, cabello oscuro, tes blanca, eh... Ojos marrones, debe haber pasado corriendo por aquí.

—No, lo siento.

No llevaba la cuenta de las veces que había preguntado lo mismo. Los minutos pasaban y Jisung aún no encontraba al hombre que andaba suelto quien sabe dónde, haciendo quizá que cosa.

Entró corriendo al escenario. Se suponía que a esa hora aquel escritor favorito de su hermano estaría leyendo sus cuentos, sin embargo sólo estaban los del personal encargado.

Se acercó aún más dónde estaban las personas; algunos corrían por la sala, otros se veían preocupados.

—¿Qué ocurre? —preguntó a una de las chicas que se encontraba inmersa en su teléfono.

—¿Arruinó todo? ¿No estabas aquí?

—La verdad no, por eso pregunto. ¿Pasó algo grave?

—Un hombre entró corriendo como loco y arruinó la función, traía un cuchillo, dios mío, espero no haga nada.

—¿Sabes cómo era el hombre? —inquirió, al parecer había llegado demasiado tarde.

—Creo que tenía el pelo negro, era alto y... —El teléfono de la mujer comenzó a sonar—. Espera, debo contestar.

Y se alejó, aunque ya no importaba porque había resuelto todas sus dudas.

Salió corriendo rumbo a la parte trasera del escenario, y cuarto tras cuarto comenzó otra vez la búsqueda de aquel hombre.

Era un peligro estando suelo, así que rogaba porque estuviera alejado de cualquier situación problemática.

—¡Jisung!, no lo encuentro por ningún lado. —El mismo chico encargado de aquel hombre se acercó otra vez. Nadie lograba dar con su paradero y eso sólo preocupaba aún más al personal.

—Revisa las cámaras —ordenó Han.

El chico asintió y salió corriendo hacia el sector de control y seguridad del hospital.

Jisung no se detuvo y siguió revisando todos los cuartos.

¿Cuando su trabajo se había vuelto perseguir pacientes dentro del hospital?

Vio a lo lejos una puerta, que al parecer era una especie de bodega desordenada y estaba bastante oculta.
Pese a llevar un año trabajando allí aún no conocía en su totalidad la edificación, aunque era lógico, ya que nunca iba más allá de su sector.

Se acercó con pasitos rápidos, ya no debía esperar ni un segundo que podría servir como tiempo de ataque. Agarró la perilla y empezó a girarla, sin esperarse lo que allí dentro vería.

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