12.

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—Perdón. —Rosé sólo frunció su ceño mientras veía a Jennie dejarla pasar a su departamento.
La pelinaranja hacía reverencias, evitaba verla y la sentó frente a ella en la mesa, haciéndola confundir.

—¿Qué pasa?

—Debido a que vamos a iniciar a mantener relaciones sexuales quiero asegurarme de tu placer, el mío, y sobre todo, nuestra confianza y salud sexual... ¡Lamento haberte mentido el otro día!

—¿Qué? ¿De qué hablas, cariño? —tomó su rostro, lo acunó, y la miró fija, haciendo a Jennie desviar su vista varias veces.

—Cua-cuando te hice un oral dije que ya había comido varios coños pero la verdad es que no había hecho eso nunca... lamento tanto haberte mentido, es sólo que pensé que me iba a ver más virgen si decía que no pero la verdad me siento fatal porque te mentí.

La menor aguantó la risa mientras escuchaba la apresurada disculpa de la mayor, que sólo tuvo que morder su labio, tragar saliva, y carcajeó levemente.
Bueno, sí, le había mentido.

Pero fue una mentira blanca, como una mentira que le diría un hijo a su madre para ocultar algo que hizo, y sonrió. Se le acercó, hizo que subiera la mirada con su índice, relamió sus labios, y se acercó a su rostro.

—No estoy enojada contigo, Nini, fue una mentira blanca, pero me gustaría que de ahora en adelante me digas que te incómoda o si no sabes nada, poder enseñarte, ¿Si? No tengas miedo, cariño, puedes preguntarme todo lo que quieras.

—Bi-bien, mira, ayer fui a hacerme exámenes para saber si no tengo alguna ETS y aquí están los resultados, ¿Hay necesidad de que-

—Tengo mis exámenes en casa, si gustas mañana te los muestro. —Jennie asintió mientras jugaba con sus dedos, viendo la mesa de madera y después vio su tele, tratando de no ver a la pelinegra que miraba atenta sus pantalones.— Y...

—Sí, eso... —la otra se subió a su regazo, hizo que la mirara con sus dos manos, y mordió sus labios al sentir que la pelinaranja sostuvo su cintura.— ¿Quieres que haga algo? Si-si...

Dejó de hablar al ver que la otra se estaba quitando la camisa frente a ella, y su vista quiso dirigirse a otro lado, justo a su tele, que maldijo por no estar prendida y tener alguno de sus videojuegos prendidos para poder ahorrarse la vergüenza de ver cómo una idiota el cuero sólo cubierto por el bralette de la otra.

Porque sí.
Para una Jennie que jamás había visto a una mujer sólo en bralette fuera de los videojuegos o televisión, eso que tenía frente a ella ya la tenía dura, con el corazón alborotado y su polla palpitando.

¿O era al revés?

Sólo suspiró mientras intentaba ver a los ojos a Rosé, que la veía con una sonrisa muy grande. Antes de decir algo más, juntó sus labios con los de la otra, haciéndola gemir, pero que estos ruidos se perdieran en sus labios.

La menor amaba los labios de Jennie, amaba su cuerpo. Siempre diría que es por su ternura y por parecer un osito que siempre quiere abrazar, pero en realidad, era el gran oso que siempre quería follar y hacer que la endiosara, que la viera y se enamorada de ella y su coño perdidamente para que siempre volviera por más.

Y supo que lo estaba logrando porque Jennie sólo hundió su cabeza en el pecho de la otra, suspiró, y se quejó sonoramente, mientras su mano tanteaba en si apoyarse en su trasero o no. La menor amablemente lo hizo por ella, posándola justo ahí.

E hizo que estrujara su trasero de manera fuerte. Cómo le gustaba.
Roseanne era una fanática de lo rudo, que le dejaran moretones en su cadera, muslos interiores y que no la dejaran caminar por días.

Y cuando Jennie comenzó a simular estocadas fuertes al mismo tiempo que se apoyaba en su cama, la Dios de Rosé comenzó a babear.

La tierna pelinaranja era una ruda, una salvaje, una dominante natural, y era todo lo que buscaba. Sólo comenzó a moverse al mismo tiempo que Jennie se frotaba de nuevo con ella, sosteniendo su trasero mientras gemía y se quejaba, pareciendo rugir.

Haciendo a Rosé sonreír mientras comenzaba a dar vueltas con su cadera, sintiéndose una vaquera que estaba domando al semental imparable. Y no se refería a caballos.

Jennie había comenzado a dar estocadas más fuertes y continuas, haciendo a la menor gemir más fuerte mientras se apoyaba en sus hombros y se acercaba para besarla, acariciando su lengua con la suya, chupándola. Se separó para bajar a su cuello y morder un poco, chupar, dejar un leve hematoma.

Quería ser una chica mala para que esa osa (que ya no era su osito de felpa, sino, su oso feroz) la castigara, le diera azotes y la follara rudo y sin piedad, reclamando su mala actitud, lo mala, zorra que era, que la tomara y que la...
Roseanne ahí se dio cuenta que tiene fantasías muy oscuras que tenía hasta miedo de pensar. Sólo vio el rostro de Jennie, sus ojos cerrados, sus cejas fruncidas y su boca entreabierta que dejaba salir varios dulces gemidos que amaba.

Y ahí se daba cuenta, Rosé sabía que Jennie era tierna, tan tierna, pero que dejaba esa ternura de lado cuando de follar se trataba. Y eso era TODO lo que buscaba.
Jennie era tan natural, linda, nada falsa, y le gustaba eso.

Pero supo que debía dejar de andar con estupideces al recordar; se estaban rozando con ropas. Con un pesado pantalón de mezclilla. Su Diosa interior le dio un zape y gritó, gritó tanto que se quedó sin voz por unos días, por lo tanto, Rosé se frustró.

Sólo disfrutó de su segundo orgasmo otorgado por su osito de peluche, y se recostó en su pecho, respirando agitada. Maldijo no haberse dado cuenta de la ropa, pero sólo vio a la pelinaranja.
Se separó de ella, notando su mirada en su entrepierna y como trataba de cubrirla, así que la mayor intentó ver la suya misma.

La volteó a ver.

—¿Me prestas un pantalón y puedo volver a quedarme a dormir aquí? —aunque no era necesario el dormir, Roseanne quiso, de forma honesta.

Y no sólo para hacer más cosas que tengan que ver con sexo.
El otro día Jennie le dijo lo emocionada que estaba por armar su mecha de colección que le había acabado de llegar, así que, quiere quedarse para ayudarle.

Y bueno, decir que estaba emocionada por hacer otra actividad con Jennie que no fuera decirle y hacerle vulgaridades, era poco.

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