𝟎𝟎𝟗. 𝐦𝐢𝐬𝐟𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐞.

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🎨🦋 ꣠ ⊹ WELCOME TO 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐒𝐓𝐎𝐑𝐘 ₊˚.
✧️ ━━ ❨Benedict & Diana's story❩ a
bridgerton fanfiction written by Isi! 👗
I PRESENT YOU THE CHAPTER NINE:
❛𝐦𝐢𝐬𝐟𝐨𝐫𝐭𝐮𝐧𝐞 ❜ 。゚

𝕬 esta autora no se le pasó por el alto el detalle de que la señorita Diana Featherington no ha estado presente en los últimos bailes, ni siquiera en casa de los Bridgerton, donde más frecuenta estar.

El poder de la amistad es francamente importante para ciertas personas y esta autora cree saber que Diana Featherington es muy leal a su gran amigo Anthony Bridgerton. Y si es así, ¿por qué su ausencia cuando la familia más la necesita? ¿Qué tiene que esconder la señorita Featherington para sentir que es más importante que la caída de su familia más querida?

Nadie más que yo desearía poder deciros lo que sé, pero incluso Lady Whitledown tiene corazón.

O quizá una sed de sangre demasiado grande como para soltar la bomba tan temprano.

Lady Whistledown.

─── ✧️ ───

LADY WHISTLEDOWN LO SABÍA.

Lo sabía todo. Desde el por qué del apresurado matrimonio entre Colin y Marina hasta el pequeño momento prohibido que tuvieron Benedict y Diana en el jardín, escondidos entre los arbustos y cerca de las lavandas.

La revista en la que Lady Whitledown desenmascaró a Marina Thompson y su mentira fue entregada por la madrugada y todo Londres, absolutamente todo, se había levantado de sus cómodas y mullidas camas para leer la columna de cotilleos de Lady Whistledown. Diana fue una de ellas. Si bien al principio no tuvo intención de levantarse para saber que estaba causando tanto revuelo en casa, tuvo que hacerlo cuando Penelope entró en su habitación de sopetón y le contó lo que estaba ocurriendo.

Pero Penélope solo le contó que Londres sabía acerca del embarazo de Marina, no le había contado la otra parte del escandaloso cotilleo, escrita en la columna de aquella mañana, que tenía a hijas y mamás intentando adivinar por qué no había asistida a ninguno de los últimos bailes. Y cuando Penelope dejó sobre su cama la revista de Lady Whistledown inconscientemente, Diana no pudo evitar leerla.

Pobre de ella. Qué mala, mala decisión.

Bueno, si Diana tenía que responder a sus últimas palabras diría que si su sed de sangre era grande, la suya era incluso peor. Diana estaba deseando estrangularla. Al menos no había escrito nada sobre lo que pasó en el jardín de los Bridgerton y arruinarle la vida por completo. ¡Oh, si Anthony se enteraba! Estaría perdida. ¿Cómo iba a mirarle a la cara y esconderle que había estado a punto de romper la regla más importante?

Pero Diana no dedicó más que dos segundos a la respuesta de esa pregunta. Tenía otra que responder: ¿quién diantres era esa tal Whistledown y por qué no la dejaba en paz?

Diana se había puesto a pensar. Para saber lo que ocurrió en la casa de los Bridgerton, aquella famosa escritora tenía que ser alguien que hubiera estado presente o, al menos, cerca de la casa de los Bridgerton. La teoría que Diana tenía sobre que Lady Whitledown no era una persona cercana a ella se había ido por el desagüe. Ahora sabía que se trataba de alguien de su círculo cercano.

Diana había cometido el error de dejarse llevar y ahora Lady Whitledown tenía el poder de arruinarle la vida cuando quisiera.

─── ✧️ ───

A DIANA LE APETECÍA MUY POCO ESTAR EN EL BAILE de los duques, quienes habían interrumpido su luna de miel para volver a Londres y arreglar el reciente escándalo entre Colin y Marina, pero Portia estaba empeñada en querer limpiar su reputación y obligó a cada una de sus hijas a sonreír durante toda la velada. Diana no sonrió. Probablemente ni una sola vez en toda la noche y eso extrañó muchísimo a su acompañante, el príncipe.

Eran pocas las veces que había visto a Diana sin sonreír y, al haber estudiado cada uno de sus gestos y expresiones, sabía que cuando fruncía el ceño y no parloteaba como siempre algo le preocupaba. Y debía de estar muy preocupada porque ni siquiera se había molestado en saludarle. 

—¿Está bien, señorita Halloway? —preguntó por fin. Había querido preguntarle toda la noche, pero tampoco quería resultar impertinente. La aludida dio un respingo y miró al príncipe con los ojos muy abiertos —. Perdóneme. No quería asustarle.

Diana negó con la cabeza.

—Perdóneme a mí. Llevo toda la noche perdida —admitió —. ¿Quería algo?

—Le he preguntado si está bien. No parece tener buen estado.

—Por favor, no piense que es por su compañía, estoy encantada de haber venido con usted —se apresuró a decir —. Solo estoy un poco preocupada por algo. No tiene importancia, lo prometo.

—¿Quiere contármelo? —inquirió Jonathan. Pero Diana ya no le prestaba atención. Estaba mirando fijamente a la persona que se acercaba a ellos.

Diana cogió su brazo de repente y le sonrió por primera vez en la noche cuando Benedict Bridgerton llegó frente a ellos. Él se aclaró la garganta. A los ojos de Jonatan se veía nervioso, casi avergonzado. Intercalaba la mirada entre el suelo y el rostro de la chica a su lado. El comportamiento entre ellos era más raro de lo normal. Más sospechoso.

—Diana, ¿te importaría que habláramos un segundo? No me demoraré.

—Jonathan, ¿quiere bailar? Me apetece mucho bailar. Hace una noche exquisita para bailar, ¿no cree? ¿Y esta canción? Es perfecta. Vamos a bailar —la joven tironeó de su brazo hacia la pista de baile y se colocaron justo a tiempo para empezar a moverse al ritmo de un vals. Diana soltó un suspiro y se negó a mirar en la dirección en la que antes se encontraban. No podía. Si lo hacía, volvería a por Benedict y Dios sabía qué ocurriría.

Tenía miedo. Le daba miedo perder la cordura.

—No me molesta ser su excusa para huir de alguien, pero me gustaría saber por qué está evadiendo al señor Bridgerton. ¿No eran amigos? —preguntó, ceñudo. Diana sonrió avergonzada.

—¿Promete no contarle a nadie, absolutamente a nadie, lo que le voy a contar?

—¿A quién se lo contaría? ¿A las paredes? Usted es mi única amiga, señorita Halloway —recordó Jonathan. Diana ladeó la cabeza, dándole la razón, y se preparó mentalmente para empezar a hablar de lo ocurrido ayer por la noche.

—¿Leyó Lady Whistledown anoche, Jonathan? —Él asintió —. Pues el tema del que está hablando... involucra a Benedict. ¿Recuerda que le conté que Violet preparó una cena en familia junto a Marina y los Featherington? Pues, cuando Prudence se puso a cantar, tuve que salir de la habitación para evitar que me explotaran los oídos y me fui al jardín. Allí me encontré con Benedict y... No pasó nada —advirtió, al ver que Jonathan abría la boca para decir algo. Estaba alucinando. No esperaba que Diana le dijera algo así ni por asomo —. Solo... Estábamos un poco cerca.

—¿Un poco? —inquirió el príncipe con una sonrisa pícara decorando sus labios. Diana le golpeó el pecho.

—El caso es que no consigo entender como la cotilla de Lady Whistledown descubrió tal cosa. Quiero decir, estábamos en el jardín de la casa de los Bridgerton —le dijo —. Creo que está bastante claro que ningún Bridgerton se esconde bajo el seudónimo, así que debe ser alguien cercano, probablemente un vecino.

—Querida mía, si lo que intenta es evadir mis preguntas llenándome la cabeza de teorías tentadoras, debe saber que está funcionando. Pero aún así no se va a librar de mis preguntas —. Diana puso los ojos, divertida —. Dígame, ¿por qué Benedict y usted estaban “cariñosos” en el jardín de los Bridgerton?

—Oh, cuánto le odio.

─── ✧️ ───

DIANA HABÍA CONFIADO EN JONATHAN Y SE LO había contado absolutamente todo con lujo de detalles. Sabía que no se lo diría a nadie y, si lo hacía y la sociedad entera se enteraba de lo ocurrido, entonces solo le quedaría la opción de casarse con Benedict y de destrozar su bonita amistad con Anthony y decepcionarle hasta el punto de no querer verla de nuevo en su vida. Pero confiaba en Jonathan y sabía que él nunca diría nada.

La muchacha llegó junto a su carabina a casa de los Featherington y, cuando entró, el lugar estaba tan lúgubre que parecía que alguien acababa de fallecer. Y Diana no supo por qué, pero la broma no le hizo ni pizca de gracia. Literalmente parecía que alguien había fallecido. No sólo por el color negro que vestían todos y cada uno de los criados colocados en fila junto a las escaleras, sino porque Portia la esperaba a los pies de la escalera con expresión amarga y a la vez seria. Esbelta e imponente pero apoyada en la baranda, como si sintiera que se iba a caer en cualquier momento.

Diana se preocupó. Nunca había visto a Portia de esa forma, tan vulnerable. Estaba afectada. Dolida. Una muy mala sensación se instaló en su vientre y recorrió el lugar con los ojos, solo para darse cuenta de que faltaba una persona.

—¿Dónde está mi padre? —La mujer no le respondió, simplemente se acercó a ella con un enorme bolso en la mano y lo soltó frente a ella, haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Diana no quitó la mirada de los ojos inescrutables de la mujer —. Portia, ¿dónde está mi padre?

—Quiero que te vayas de esta casa, ahora —exigió. Diana dio un paso hacia atrás, sorprendida —. Aquí no hay nadie a quién le importes ya. Solo eres un estorbo.

La rabia le llenó los pulmones y el paso que había dado hacia atrás, lo volvió a dar hacia delante para enfrentar a la mujer.

—¿¡Dónde está mi padre, Por...!?

—¡No me levantes la voz! —vociferó, soltándole una bofetada. Diana jadeó y se quedó mirando el suelo unos segundos, boquiabierta y con la mano allí donde había recibido el golpe —. Te marcharás de aquí inmediatamente, no volverás a dirigirme la palabra a mí o a mis hijas y no volverás a usar el apellido Featherington nunca más en tu miserable vida. ¿Me escuchas? No eres nadie. Nunca lo has sido. Perteneces a la calle como tú asquerosa madre.

—No se te ocurra mencionarla, Portia, te lo advierto —Diana se acercó a su antigua madrastra y la encaró, sin importarle la enorme bolsa de ropa que estaba a sus pies a punto de tirarla —. No voy a permitir que tu asquerosa boca manche su nombre.

—¿El nombre de una muerta que no vale nada, que era una pobre desgraciada de la calle que se folló al primer hombre que le prestó un minuto de atención? —inquirió Portia. Diana apretó la mandíbula y los puños a ambos lados de su cuerpo, controlándose para no lanzarse sobre ella y arrancarle las extensiones de cabello falso de la cabeza —. Marianne Halloway era una puta. Y aún enterrada siempre lo será.

Cualquiera hubiera perdido la cordura frente a Portia y su asquerosa forma de insultar a la gente, pero Diana conocía de memoria cada uno de sus sucios pasos y sabía que quería exactamente eso: que perdiera la cordura para luego poder usarlo en su contra. Pues no iba a caer tan bajo a pesar de querer hacerlo. No iba a arrancarle las extensiones de cabello que ni siquiera eran del color de su pelo natural. No iba a llorar ni rogarle por piedad. No iba a pedirle de rodillas que le dejara quedarse. No iba a insultarle o propinarle una bofetada tal y como ella había hecho.

Iba a marcharse y no mirar atrás.

Y así lo hizo. Cogió la bolsa con sus pertenencias del suelo, le dedicó una última mirada a los ojos malignos de aquella mujer, observó las tristes miradas de los criados y la de Penélope, que allí arriba en el descanso de las escaleras, junto a Prudence, Philippa y Marina, era la única que de verdad iba a extrañarla y luego desapareció por la puerta de salida. Escuchó como se cerró tras ella y, a continuación, absolutamente nada. El silencio de la noche era espeso, las farolas estaban apagadas, las estrellas decoraban el azul del cielo y la luna brillaba imponente en lo alto.

Y ella estaba allí de pie, sin casa, sin padre, sin madre y sin familia en absoluto. Era una desgraciada, una bastarda que nadie aceptaría ni para lavar los platos.

Se le escapó un sollozo que rompió el silencio y que fue acompañado por lágrimas y más lágrimas. Diana ni siquiera sabía por qué lloraba. Es decir, su padre acababa de morir, pero ni siquiera era tan importante para ella. Lo único que el barón Featherington le había dado en sus veinticinco años de vida era comida, agua y una cama en la que dormir. Diana nunca había recibido un solo penique de su mano, no había recibido un abrazo de su parte ni una palabra cariñosa, no le había importado que Portia le hablara como si fuera un perro callejero que se había colado en casa ni tampoco que no se le estuviera permitido estar en el salón de su propia casa.

El barón Featherington nunca la había querido. Diana había sido siempre una carga más en su vida de la que tuvo que hacerse cargo por culpa de su irresponsabilidad. Pero nada más.

¿Entonces por qué lloraba? ¿Por qué derramaba lágrimas por alguien que nunca había demostrado un ápice de cariño por ella?

Quizá era porque estaba allí sola en mitad de la noche sin saber a dónde ir. Quizá era porque temía tener que dormir en la calle para siempre. Quizá era porque no tenía a nadie ni nada. O quizá simplemente era porque necesitaba llorar.

Diana estuvo pensando durante varios largos segundos qué podía hacer. Hasta que una idea se le pasó por la cabeza. Justo delante de la casa de los Featherington estaba aquel lugar en el que Diana podía ser ella misma sin necesidad de esconderse, donde podía estar en el salón sin necesidad de asegurarse si su madrastra estaba o no presente, donde había personas que la querían y que ella quería más que a nada en el mundo. Diana tenía que admitir que detestaba pedir ayuda, poner a la gente en un compromiso, y sin duda lo estaría haciendo si pedía a la familia Bridgerton que la dejaran quedarse en su casa, pero si no lo intentaba entonces pasaría el resto de la noche en una calle helada de Londres.

Así que cruzó la calle, apretando las asas del bolso con fuerza, y llamó a la puerta de la casa de los Bridgerton. Tal vez no abrirían. Era bastante tarde, el baile de los duques había terminado hacía alrededor de una hora y todos habían estado bailando. El servicio de la casa debía estar durmiendo también. Sin embargo, justo cuando Diana iba a dar la vuelta y vagar por las calles hasta encontrar un callejón que proporcionara algo de calor, la puerta se abrió.

Y Diana rompió a llorar.

—Diana... —susurró Humboldt, el mayordomo de la familia. El hombre no sabía si aquello era apropiado, pero le importó bien poco el decoro en ese momento y rodeó a la muchacha en sus brazos. Diana sollozó sobre su hombro con fuerza.

Una criada que había escuchado el timbre se acercó a ellos, consternada.

—Clara, llama a la señora Bridgerton. Y al señor Bridgerton, también. Y date prisa, por favor.

Humboldt acompañó a Diana al salón y la sentó en el sofá. Dejó el pesado bolso en una de las sillas y se sentó junto a la muchacha a esperar a que la señora y el señor de la casa aparecieran por la puerta.

—No van a venir —murmuró Diana, negando con la cabeza —. Debí estar aquí para ellos esta semana y no lo hice. Me quedé en mi habitación como una cobarde, Humboldt. No merezco que vengan.

—No sé por qué demonios piensas eso, pero no es verdad.

La voz de Anthony resonó por todo el salón y Diana levantó los ojos de su vestido de fiesta. Anthony tenía el pelo hecho un desastre, parecía haberse vestido a toda prisa con lo primero que había encontrado en su armario y estaba en la puerta del salón. Detrás de él, Violet tenía una mano sobre el pecho. La mujer pasó junto a su hijo y se acercó a Diana tan rápido como su sorpresa le permitió.

—Oh, cariño —dijo, con ese tono apaciguador que podía calmar hasta una guerra. Diana se vio envuelta en los brazos de Violet segundos después y, sin poder evitarlo, derramó decenas de lágrimas más —. ¿Qué ha pasado, Diana? ¿Por qué estás aquí?

—Mi padre, él... Ha muerto —habló, separándose del abrazo para poder mirar a la mujer a la cara. Violet miró a su hijo, quien se acercó a ambas y se arrodilló frente a Diana. La muchacha cerró los ojos con fuerza cuando sintió que Anthony acunaba su rostro entre sus manos y luego la envolvía en un cálido abrazo —. Yo... Portia me ha echado de casa. Nunca me ha considerado parte de la familia, ya lo sabéis. Sólo estaba en esa casa por mi padre y ahora que no está... No ha tardado en echarme.

—Puedes quedarte aquí.

—Anthony —Diana se separó de él.

—Diana —él le interrumpió, sabiendo lo que ella iba a decir. Malditos fueran Diana y su orgullo —. Me da igual si crees que nos estás poniendo en un compromiso, me da igual si te da vergüenza pedir ayuda y me da verdaderamente igual lo que todos puedan pensar. De ahora en adelante vivirás en esta casa, se te conocerá como Diana Halloway y yo seré tu tutor legal, ¿está bien?

Diana miró a Violet en busca de su opinión, pero Violet miraba a su hijo con una cariño que le estrujó tanto el corazón que tuvo que obligarse a no volver a llorar. Ojalá ella hubiera tenido la suerte de tener una madre como Violet Bridgerton.

—¿Diana?

—Gracias —murmuró ella. Se le escapó una risa y abrazó a Anthony con más fuerza de lo que probablemente debía —. Gracias, Anthony. De verdad, gracias.

—Sé que esta semana ha sido dura para mi familia, pero tienes que entender que porque no puedas estar siempre ahí para nosotros no significa que vayamos a darte la espalda —Anthony le dijo con el mentón apoyado sobre su hombro —. Dudo mucho que pueda darte la espalda algún día, Diana.

Y aunque aquellas palabras estaban destinadas a hacer que Diana se sintiera bien, acogida y querida, tuvieron el efecto contrario. Porque si a partir de aquel momento iba a vivir en casa de los Bridgerton eso solo podía significar una cosa:

Estaba rodeada de sus salvadores y, a la vez, de su perdición.

ISI'S NOTE. . .

tardé en actualizar, peroooo
os traigo este capítulo. para ser honesta,
siento que en la tercera temporada han
tratado de hacer a Portia una mejor
madre, no sé si alguien más ha sentido cómo que eso ha pasado?? no sé, mi
opinión sobre Portia nunca ha sido buena
y creo que nunca lo será.

espero que os haya gustado 🫶🏻

os adora,

𝓘𝓼𝓲

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