002━━━hellfire club

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002━━━━hellfire club












━━━━━EDDIE MUNSON leía aquella revista tan graciosa con voz tenebrosa y macabra. Aquellas palabras le parecían tan ridículas que resultaban hasta cómicas, y en cierto punto le halagaba que la gente realmente llegara a pensar que un juego como Dragones y Mazmorras pudiera tener tanto de qué hablar, además de llevar consigo una leyenda tan interesante. En cierta manera lo hacía ver muchísimo más interesante de lo que realmente era para la mayoría de las personas en ese instituto.

El artículo decía en su titular "D y D: El Juego del Diablo", y sus palabras parecían procedentes de una novela de Stephen King. Eddie sujetó la revista mientras la leía en voz alta ante sus amigos. Como siempre, estaban marginados del resto, pero eso no parecía importarles. Ellos eran felices así.

—"El diablo ha llegado a Estados Unidos. Dragones y Mazmorras, que al principio se consideraba un inofensivo juego de fantasía, ahora preocupa tanto a padres como a psicólogos. Los estudios lo relacionan con comportamientos violentos, pues promueve la adoración satánica, el sacrificio ritual, la sodomía, el suicidio... e incluso ¡el homicidio!".

Todos sus amigos rieron en respuesta cuando Eddie dejó la revista sobre la mesa de la cafetería. Eddie disfrutaba riéndose de las personas que de verdad consideraban juegos como aquél un peligro para la sociedad. Era realmente lo más inocente que él hacía, ¿por qué le iban a quitar un simple juego que él disfrutaba porque preocupaba a padres? Era patético.

Mike Wheeler y Dustin Henderson dejaron sus bandejas llenas de comida de cafetería sobre la mesa con algo de fuerza. Se sentaron en silencio mientras escuchaban a Eddie reivindicarse contra las personas que castigaban a otras por ser diferentes a ellos. Nadie del grupo del Fuego Infernal notó que, por alguna razón, los dos más pequeños estaban algo nerviosos.

—La sociedad quiere un chivo expiatorio —explicó Gareth, uno de los miembros del Fuego Infernal—. Somos un blanco fácil.

—Exacto —asintió Jeff.

—Somos los raros porque nos mola un juego de fantasía —Dictaminó Eddie con molestia, sentado con los brazos cruzados—. Pero —se levantó dando una palmada a la mesa con fuerza y se subió a ésta sin una pizca de vergüenza y comenzó a andar por ella mirando a cada mesa que nombraba—, ¡si estás en la banda, te va la ciencia, las fiestas —un chico de esa mesa le miró y le sacó el dedo corazón—, o los juegos de meter bolas en cestas de la ropa...!

Aquello lo gritó con las manos haciendo un megáfono a ambos lados de su boca. Jason Carver se levantó de la mesa con expresión airada y miró a Eddie con molestia, preparado para discutir.

—¿Qué te pasa, bicho raro?

Eddie respondió, aún subido en la mesa bajo la atenta mirada de toda la cafetería, colocando ambas manos a los lados de su cabeza simulando unos cuernos y sacó la lengua con ojos muy abiertos en dirección del rubio de oro. El sonido que hizo con la boca al imitar al diablo con esa expresión consiguió sacar una mueca de disgusto a Jason. Los chicos de la mesa de Eddie rieron complacidos.

Ambos grupos contrastaban de sobremanera. En la mesa de los jugadores de baloncesto los chicos iban bien peinados, con cabellos limpios y cuidados al milímetro, con sus camisetas que marcaban con fuerza el número que cada uno ocupaba en su equipo y sus cazadoras de chico popular de color verde y que también marcaban ese mismo número que los representaba. Eran los que hablaban por todo el instituto y eran los chicos de oro.

Sin embargo, los raritos y marginados, el Fuego Infernal, era totalmente opuesto. Todos llevaban la misma camiseta: una camiseta de manga larga con la forma de la típica camiseta de béisbol, pero las mangas y el cuello eran de color negro. En el centro de la camiseta, con un fondo blanco, se encontraba el logo de Hellfire Club por encima y debajo el dibujo del rostro del diablo en rojo. A ambos lados de ese rostro tétrico se podía ver una espada y un mangual. Aunque cada uno llevaba una cazadora o camisa por encima que los diferenciaba un poco más, todos llevaba el mismo cabello largo y despeinado que los hacía lucir como una banda de rock típica de la época.

Mike Wheeler estaba sentado con los segundos nombrados, pero su hermana Poppy permanecía sentada junto a los chicos de oro. Eddie la miró desde lo alto de la mesa. Poppy Wheeler, con su cabello castaño largo y liso, sus ojos color miel y esas adorables pecas que surcaban el puente de su nariz y sus mejillas, miraba con confusión a Eddie mientras Chance pasaba el brazo por sus hombros.

Ella llevaba puesta una minifalda blanca acompañada de un polo de manga corta amarillo pastel. Pero Chance le había prestado su chaqueta verde de baloncesto y ella la llevaba puesta como si fuera suya.

Poppy miraba a los ojos a Eddie, como retándole a intentar intimidarla. Por alguna razón, eso divirtió a Eddie.

Él bajó sus manos mientras sonreía con suficiencia. Jason murmuró que era un capullo mientras se sentaba de nuevo en su lugar. Eddie comenzó a andar por la mesa sin importarle que aquello fuera extraño de vuelta a su silla también.

—Es el conformismo —se quejó—, ¡eso es lo que está matando a la juventud!

Aquello último lo dijo saltando desde la mesa hasta el suelo, asustando a unas chicas que pasaban por su lado en ese momento. Las tres soltaron un grito ahogado mientras se sobresaltaban y eso pareció divertirle infinitamente.

Todos rieron en esa mesa. Dustin lo pasaba en grande viendo cómo Eddie se reía de la gente.

—Es el auténtico monstruo —Eddie concluyó su monólogo sentándose de nuevo en la mesa y probando un poco de comida de la bandeja que tenía ante él con los dedos.

Dustin y Mike decidieron que era momento de comunicarle una mala noticia a Eddie.

—Vale —comenzó a decir Dustin—. Hablando de monstruos... ah... Lucas tiene que lanzar unas... —señaló a Eddie con una sonrisa— ¡bolas a la cesta de la ropa! Así que —rió con nerviosismo y de manera adorable— hoy no va a poder venir con nosotros al Fuego Infernal. Y es imposible que superemos tu sádica campaña sin él. Con que Mike y yo antes estábamos ahí de palique y hemos pensado que, bueno, a lo mejor podríamos...

—¡Posponerla! —Acabó interrumpiéndolo Mike, cansado de que Dustin diera vueltas hablando sin llegar al grano.

Todos los miembros del Fuego Infernal comenzaron a hablar al mismo tiempo, gritando y quejándose sin poder creerlo. Repitieron la propuesta con incredulidad y Mike y Dustin se encogieron en sus asientos.

—¡Encima de mi cadáver! —se escuchó gritar a Jeff.

—¡Cerrad el pico! —Ordenó Eddie finalmente. Todos obedecieron. Eddie se quedó mirando a la mesa con expresión lunática—. ¿Decís que a Sinclair lo ha seducido el lado oscuro?

—Eh... podría decirse —respondió Mike.

Eddie les lanzó la comida que tenía entre los dedos a ambos chicos y ellos se protegieron, asustados.

—¿Podría decirse? —repitió Eddie con ira.

—La madre que me parió —se quejó Dustin.

—Y, en lugar de buscarle un sustituto, lo que... queréis es ¿posponer el culto a Vecna?

—¡No! —Mike hizo aspavientos con las manos—. No es que quiera posponerlo. No queremos posponerlo. Pero es que...

Eddie se levantó de la silla haciéndola chirriar en el suelo con mala cara, conteniéndose, y no los miró mientras lentamente se alejaba de ellos. Mike trataba de explicarse.

—...los posibles sustitutos también estarán en la final.

Eddie se giró en redondo hacia ellos con los ojos muy abiertos.

—¿Hoy se juega la final?

—Sí...

—¿Puedo seros sincero? —Eddie les entornó los ojos—. Jeff se gradúa este año. A Gareth le queda... ¿qué? ¿Año y medio? A mi, si me lo curro, me caerá un aprobado con la señora O'Donnell si no la cago en el examen.

Lentamente se dirigió hacia los dos más jóvenes del grupo, con una pequeña sonrisa, y alzó los dedos índices con confianza. Andaba imaginándose la escena que narraba, cada vez más excitado de pensarlo.

—Me subiré al escenario el mes que viene —Mike sonrió mirándolo, divertido—, miraré al director Higgins a los ojos... le haré una vendetta —hizo un corte de manga sin mirar a ningún lado en específico—, cogeré ese diploma ¡y me largaré cagando leches de aquí!

Soltó una carcajada triunfal corriendo por la cafetería, alegre de tan sólo imaginarlo. Los demás sonrieron y rieron al mirarle.

—Eso lo dijiste el año pasado —se quejó Gareth.

—Y el año anterior —añadió Jeff.

—Sí, ya, ya —Dijo Eddie caminando hacia ellos de nuevo con rapidez—. Ya sé que iba de farol. Pero este año es distinto. Este año... es mi año. Lo presiento.

Sonrió para sí mismo y su mirada se posó en Poppy, que en ese instante recibía un beso de Chance en los labios. Miró a los chicos de su grupo y sonrió triunfal.

—El 86 me quiere —declaró—. ¿Sabéis lo que significa? Significa que vosotros sois el futuro de Fuego Infernal.

Puso sus manos en los hombros de Dustin y Mike, posicionándose entre ambos, y Dustin sonrió complacido.

—Lo supe en cuanto os vi —declaró Eddie, sonriendo como un padre orgulloso, haciéndoles sentir bien a ambos muchachos—. Estabais sentados en esa mesa de allí, y me mirabais como dos corderitos incautos.

Dustin rió.

—Tú con una camiseta de Weird Al —le dijo al que reía—, con un buen par.

—Gracias.

—Y Mike, tú con una que tu mami te compró en el puto Gap —los tres rieron—. Igual que tu hermanita Poppy, intentando ser igual a esos idiotas sentados en esa mesa de atrás. —los demás siguieron riéndole la gracia, pero mientras Eddie reía, les agarró del cuello de las camisetas con sus dos manos y los levantó de sus asientos, apagando las risas—. Os demostramos... que el insti no tenía que ser la peor época de vuestra vida.

—No...

—Exacto. No, no. Pues ahora yo os digo, que el mundo está lleno de corderitos incautos que os necesitan. Necesitan ayuda.

Les hizo girar para que lo miraran a él. Eddie siempre conseguía captar la atención de la gente, y sus palabras te seducían para escuchar sus discursos enteros.

—Y vosotros sólo tenéis que venderle la moto a uno... —su voz pasó de dulce a agresiva— ¡y traerlo a la partida!

Los empujó por la espalda lejos de allí, convencido de que sus palabras serían suficientes para que los dos se cagaran del miedo y quisieran obedecer sus órdenes.


—¿Sabes dónde está Chrissy? —Preguntó Poppy por décima vez esa mañana, y esta vez a Mariah, una chica de su clase.

La chica la miró con disculpa y negó con la cabeza. Poppy asintió, rendida, y suspiró apoyándose en la pared de ladrillo del instituto. Había salido al exterior del campus, donde estaba a rebosar esa mañana, pero nadie de allí parecía haberla visto.

Entonces vio que Max avanzaba por el patio del instituto montada en su patín, con los cascos puestos y esa expresión ida que últimamente tenía. Poppy prácticamente corrió como una loca hacia la pelirroja.

—¡Max, Max!

Max no la escuchaba por la música que inundaba sus oídos en ese momento. Así que Poppy se puso frente a ella y dejó las manos en alto con los ojos muy abiertos. Max paró el patín apresuradamente y estuvo a un centímetro de darle en los tobillos con él. Se quitó los cascos y la miró con el ceño fruncido.

—¡Poppy! Podría haberte atropellado.

—Max, necesito saber si has visto a Chrissy. Llevo sin verla desde antes del almuerzo.

Entonces Max quitó esa expresión ceñuda y la cambió a otra pensativa. Poppy la miró esperanzada.

—Sí, sí que la he visto.

—¿Dónde?

—Antes... antes he ido a hablar con la orientadora. Chrissy estaba saliendo de su despacho y tenía muy mala cara.

—¿Qué? —Poppy se quedó totalmente estática. ¿Por qué no sabía ella que Chrissy hablaba con la orientadora del instituto?—. ¿Sabes qué le pasaba?

—¿Yo? ¿Cómo iba a saberlo? Tú eres su amiga.

Poppy asintió tragando saliva y Max procedió a ponerse los cascos de nuevo. Escapó rápidamente del interrogatorio de Poppy y ella se quedó parada en mitad del patio de brazos cruzados.

¿Dónde podía estar? Ni siquiera Jason lo sabía.

Miró hacia un lado y se percató de que Dustin la miraba en ese momento con los ojos entornados, como pensando algo, y después empezó a acercarse a ella lentamente. Poppy lo miró con el ceño fruncido sin comprender qué estaba pensando el muchacho en ese instante.

—Tú... —Dijo señalándola, con los ojos muy abiertos.

—¿Sí...?

—¡Tú jugabas con nosotros a Dragones y Mazmorras cuando eras guay!

—¿Perdona? Dustin, soy súper guay. —bromeó ella.

—Eras súper buena y puedes ayudarnos.

—¿Ayudaros a qué?

—¡A ganar la campaña!

Poppy se echó hacia atrás y puso cara de más confusión que nunca. Lo miró y le puso el dedo índice delante para alejarse de él.

—¿De qué estás hablando, enano?

—Lucas no puede jugar esta noche con nosotros y es la última campaña de Eddie, ¡tú puedes sustituirlo!

Poppy comenzó a reír a carcajadas.

—¿Estás de broma? ¡Ni de coña!

—¡Por favor, Poppy!

—Hoy es el último partido de baloncesto del torneo y no me lo perderé por jugar con Eddie Munson a D&D, así que rotundamente no.

—¡Eres nuestra última esperanza, Poppy! Mike y yo le hemos preguntado a, literalmente, todo el instituto, no sé a quién más recurrir. Por favor, por favor... —Dustin la agarró de los hombros y Poppy abrió los ojos de par en par—. Eddie nos matará si no encontramos a nadie. Te lo suplico. Te lo ruego.

—No, Dustin. —Poppy negó con la cabeza frenéticamente—. No me uniré al club del Fuego Infernal en la noche más importante de los Tigres.

Dustin suspiró rendido y pareció más cabizbajo que nunca. Poppy lo miró con lastima, pero no, no se perdería una noche tan importante como aquella jugando a Dragones y Mazmorras con unos bichos raros.

—Lo siento.



Justo en ese instante, Chrissy Cunningham se reunía en secreto con nada más y nada menos que Eddie Munson. El dúo hacía una combinación de lo más extraña: una con su uniforme de animadora y su cabello rubio anaranjado bien peinado; y el otro con su camiseta del Fuego Infernal, sus cadenas en los pantalones y su cabello de estrella del metal.

Estaban sentados en una de las mesas de picnic de madera que había en el bosque al lado del instituto Hawkins. Chrissy temblaba, nerviosa, y Eddie la contemplaba con curiosidad y algo de confusión.

El chico se quitó su chaqueta lentamente mientras fruncía el ceño ante la reacción de la chica de estar allí en ese instante.

La caja de metal que había apoyada en la mesa, mirando directamente a Chrissy, parecía ser lo que la ponía nerviosa, pero la realidad era algo que ella no podía explicar.

Pensaba que se estaba volviendo loca, que aquellas alucinaciones de voces hablándole y relojes de los que salían arañas horripilantes eran síntomas de que estaba perdiendo la cabeza.

—Oye, no te preocupes, ¿vale? —le dijo Eddie sentándose frente a ella—. Nadie viene por aquí. Esto es seguro —puso una mano sobre la caja de metal—. Te lo prometo.

Y dicho esto, abrió aquel maletín y en su interior se pudo ver una gran cantidad de bolsas de plástico que contenían lo que Chrissy había ido a buscar esa mañana. Aquello tan secreto que ni su mejor amiga Poppy debía saber.

—Y... ¿cómo funciona... exactamente? —Preguntó la animadora.

—Ah, pues como cualquier otra venta. Salvo que... sólo quiero efectivo y por razones evidentes —hizo una mueca— no hay recibo.

Chrissy se quedó en silencio, sin saber qué decir. Eddie sacó una de las bolsas con marihuana y se la enseñó.

—Son cien gramos por veinte, ¿qué te parece? Cunde mucho, te durará una temporada.

El sonido de una rama crujiendo detrás de ellos sobresaltó a Chrissy, que desvió su atención hacia el origen de ese sonido soltando un grito ahogado. Ambos miraron en esa dirección para ver que se trataba de una pequeña e inocente ardilla que escalaba el tronco de un árbol.

Eddie puso los ojos en blanco, perdiendo la paciencia, y cerró el maletín de metal.

—Eh, oye, no tenemos que hacerlo. Tú pídemelo y yo me largo. ¿Vale?

Hizo el ademán de largarse, pero Chrissy le interrumpió.

—No, no es eso. No quiero que te vayas.

Eddie la miró sin comprender, ¿entonces por qué actuaba así?

—Es que... ¿nunca tienes la sensación de que te vuelves loco?

Eddie pareció pensarlo.

—Eh... no sé, pues... —sonrió divertido— más o menos a diario. —empezó a reírse solo—. Creo que me he vuelto loco sólo por estar vendiéndole droga a Chrissy Cunningham, la reina del instituto Hawkins.

Eso hizo que naciera el intento de una pequeña sonrisa en la boca de Chrissy.

Eddie la miró sin saber si debía decir lo que estaba pensando en ese momento, pero al final lo dijo, aunque fuera titubeando levemente.

—Aunque no es la primera vez que... coincidimos.

Chrissy frunció el ceño sin comprenderle.

—¿No?

—¿No te acuerdas?

—Perdona... no.

—No importa.

Pero entonces, de manera inesperada, puso sus manos en su corazón como si le hubieran apuñalado y se tiró al suelo actuando como si una fuerza superior le hubiese empujado. Cayó al suelo de manera dramática y Chrissy se sobresaltó.

Eddie se levantó imitando una expresión de dolor y se alejó de allí diciendo:

—¡Yo tampoco me acordaría, Chrissy!

Chrissy comenzó a reír con ganas al escuchar al chico. Era increíblemente teatrero.

—En serio —Eddie rió, mirándola desde la distancia, y sacudió su cabello para quitarse las hojas que había en él—, ¿tengo algo en el pelo?

Chrissy rió aún más, a carcajadas, mientras negaba con la cabeza.

Eddie siguió sonriendo cuando se cruzó de brazos y dejó de bromear.

—¿De verdad no te acuerdas de mi?

—Lo siento mucho —Dijo Chrissy con sinceridad mientras seguía riendo un poco.

—La función de secundaria. Hiciste una demostración de animadora —imitó los gestos de las animadoras agitando los pompones—, eso, ese rollo que haces. La verdad que moló mucho.

Chrissy rió complacida.

—Y yo... salí con mi grupo.

Chrissy cerró los ojos con fuerza y sin poder creerlo dijo:

—¡Ataúd Carcomido!

—¡Eso! —Eddie pareció muy emocionado de que se acordara del nombre.

—¡Qué fuerte!

La señaló con una gran sonrisa.

—¡Sí que te acuerdas!

—¡Sí, sí! Venga, con ese nombre, ¿cómo olvidarlo?

—Lo sé... es de bicho raro.

Ella sonrió con ternura.

—No, es que... estás muy...

—Distinto, ya —completó él la frase—. Bueno, ah... tenía el pelo rapado y no tenía estos tatuajes tan chulos.

Bajó el cuello de su camiseta para enseñar a Chrissy los tatuajes que dibujaban la piel de su pecho. Chrissy pareció recordar aún más cosas.

—Tocabas la guitarra, ¿no?

—Aún la toco. En serio. Ven a vernos. Tocamos en El Escondite los martes. Mola mucho, y tenemos un público fiel de unos cinco borrachos.

Chrissy soltó una carcajada.

—No es como un estadio, pero por algún sitio hay que empezar, ¿no? —dio un par de golpes al tronco del árbol más cercano a él con nerviosismo.

—A mi mejor amiga también le gusta mucho tocar la guitarra —habló Chrissy.

Eddie la miró frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Poppy Wheeler?

Chrissy sonrió complacida al saber que él conocía el nombre de su mejor amiga, y asintió.

—Nunca la ha tocado para mi, pero por lo que sé ella también se presentó a esa función y se había preparado una canción de guitarra e iba a cantar.

—No recuerdo verla actuando.

—Sí, bueno... creo que no llegó a hacerlo. —Chrissy hizo una mueca de pesar—. Le dio un ataque de pánico escénico y algunas chicas se reían de ella en el público, así que ni siquiera le dio tiempo a cantar, quizá a tocar un par de acordes, y salió corriendo de allí.

Eddie pareció no poder creer aquel relato.

—Yo no era su amiga en ese entonces, y yo no recuerdo que aquello pasara. Ni siquiera recordaba verla allí ese día. Pero creo que a ella le afectó mucho.

El chico miró a Chrissy esperando a que ella admitiera que estaba bromeando, pero hablaba en serio. ¿De verdad le estaba diciendo que Poppy Wheeler tocaba la guitarra y que, además, había tenido un momento de vulnerabilidad ante todos que la había marcado? No parecía el tipo de chica que le importara lo que pensaban los demás, pero parecía que se había equivocado.

Chrissy no le dejó tiempo para responder a eso, pues interpretó el silencio de Eddie como desinterés ante lo que ella le estaba contando, cuando en realidad él no paraba de pensar en lo extraño que era imaginarse a Poppy en esa situación.

—¿Sabes? No eres como te imaginaba —admitió con timidez la animadora.

Eddie la miró con los ojos entornados y puso un mechón de cabello en su boca para mirarla de manera acechadora.

—¿Malo y aterrador? —preguntó con voz macabra.

—Sí —dijo ella.

—Ya... pues la verdad es que yo también te tenía un poco de miedo —Soltó él suavizando la voz y acercándose a ella.

—¿De mi?

—Estaba aterrado —asintió él, sentándose de nuevo frente a ella—. Pero... —puso el maletín de metal en la mesa otra vez—. Por suerte para ti, las sonrisas bonitas son mi debilidad.

Apoyó su codo en la mesa y dejó caer su barbilla sobre su puño. Chrissy sonrió y miró al suelo con vergüenza.

—Por eso, te descuento el veinticinco por ciento —sacó una de esas bolsas otra vez.—Por la mitad. Quince pavos. Y me doy por atracado.

Pero Chrissy ya no sonreía o reía, ahora parecía encogerse de nuevo y miró aquella bolsa de plástico que yacía en la mesa de madera.

—¿Tienes algo que sea... un poco... más fuerte?

Alzó la mirada y sus ojos azules se posaron sobre los oscuros de Eddie. Él se quedó serio y pareció reconsiderar la pregunta. Quizá estaba subestimando mucho a las chicas populares del instituto, demasiado.

Y es por eso que tampoco se habría imaginado lo que ocurriría esa noche en la campaña de Dragones y Mazmorras final.




El gimnasio esa noche estaba totalmente invadido por hinchas de los Tigres y los Halcones. Las animadoras cantaban y saltaban agitando sus pompones y creando enormes sonrisas en sus rostros para que los jugadores del equipo al que animaban sintieran su apoyo. Los carteles de los alumnos de los institutos estaban llenos de letras de ánimo de distintos colores. El lugar era un caos total y la excitación se palpaba en el ambiente.

Poppy llegaba tarde y corría por los pasillos del instituto tratando de llegar hasta el gimnasio. Podía escuchar a lo lejos a alguien cantando el himno de los Estados Unidos de América de manera horrible, pero ya estaba empezando el espectáculo y ella todavía no había llegado.

Hasta que vio dos figuras que reconoció al instante, que caminaban en dirección contraria al gimnasio.

Dustin y Mike.

Ellos le daban la espalda, no la veían, pero estaba claro a dónde se dirigían en ese momento. Poppy paró de lleno donde estaba y los miró con pesar.

Miró en dirección al gimnasio, y después a esos dos idiotas a los que tanto quería. Suspiró y cerró los ojos con fuerza mientras se reprendía a sí misma por lo que estaba a punto de hacer. Pero ella tenía corazón y sabía que Mike y Dustin necesitaban su ayuda en ese momento. ¿Por qué no se la iba a dar por un partido que ella no tenía que jugar? ¿Se perdería el final del torneo, uno que posiblemente iban a ganar? Sí. Pero... ¿no lo harían ellos por ella también?

—¡Eh! —Los llamó.

Mike y Dustin se giraron en redondo y la miraron con estupefacción. Poppy respiró hondo y se dirigió hacia ellos.

—Me apunto. —Declaró muy segura.

Dustin y Mike se miraron el uno al otro para después quedarse en silencio. Poppy se quedó algo confundida, pues se había imaginado una reacción más... positiva. ¿Quizá al menos sonreír? Pero ellos parecían más sorprendidos que otra cosa.

Pero comprendió esa reacción en cuanto otra figura apareció doblando la esquina.

Erica Sinclair llevaba puesta en su espalda la bandera de Estados Unidos atada a su garganta como si de una capa se tratara. Una libreta rosa pegada a su pecho dejó claro a Poppy de qué se trataba todo aquello. Erica la miró enarcando una ceja con cara de prepotente.

—Ya le hemos dicho a Erica que jugara con nosotros —Mike confirmó las sospechas de Poppy.

—Oh... —Poppy se sintió un poco tonta.

Erica le tendió su libreta rosa, y al ver que Poppy no respondía y se quedaba mirándola con cara de póquer, se la pegó con fuerza en el pecho. Poppy abrió mucho los ojos y sujetó la libreta.

—Juega tú por mi. —se encogió de hombros—. Yo solo iba a hacerlo porque estos dos no tenían a nadie más, pero si te ofreces, no me negaré.

—Ah... pero...

—Te explicaré lo que quieras de mi personaje. Pero no me hagas perder el tiempo.

—Tan encantadora —Poppy dijo con sarcasmo. Después negó con la cabeza e intentó sonreír dulcemente.—No, Erica, da igual. Ibas a jugar tú, te dejo a ti que lo hagas —le tendió la libreta de nuevo, pero Erica la miró de esa manera arrogante. Esa niña le intimidaba mucho, y eso que ella era siete años mayor.

—No hay vuelta atrás, ya he tomado mi decisión.

Dustin y Mike sonrieron divertidos y Poppy miró con pesar hacia el pasillo que llevaba al gimnasio, pero fue arrastrada por los integrantes del Fuego Infernal hacia la dirección opuesta.

Así que de camino hacia los bastidores del escenario de teatro del instituto, Erica fue explicándole a Poppy sus funciones y su personaje. Poppy escuchó atentamente y, a pesar de no querer reconocerlo en voz alta, estaba nerviosa.

Llevaba sin jugar a D&D años y todo aquello era muy apresurado. El personaje de Erica estaba por un nivel muy avanzado y Poppy podía hacer el ridículo ante el Fuego Infernal.

Pero en cuanto entraron a los bastidores supo que no había retorno.

Los bastidores estaban mucho más oscuros que el resto del instituto. El Fuego Infernal había decorado aquel lugar de acuerdo a la campaña. Había una mesa con sillas alrededor y el juego estaba ya colocado para la partida. En el extremo de la mesa, había un trono friki donde estaba sentado el chico que más enervaba a Poppy.

Poppy sintió que sus piernas temblaban, iba a hacer el ridículo.

Si Chance, Jason, Patrick o Chrissy la veían allí...

Eddie Munson miró estupefacto a Poppy. No pudo ocultar su sorpresa. Sus cejas estaban muy arriba. El resto del grupo también se quedó igual de atónito.

Poppy suspiró profundamente. Eddie habló.

—Ni de puta coña.





════════════════

LAS COSAS SE PONEN INTERESANTES.

Poppy no sabe que dentro de muy muy poco ella perderá a su mejor amiga. Su vida cambiará de nuevo y todo el pueblo estará en peligro.

Pero antes, hay que ganar la campaña de Dragones y Mazmorras.

Y aunque a Eddie le moleste, Poppy es la persona que debe ayudarles a terminar esa macabra campaña de veneración a Vecna.

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