𝐝𝐨𝐬

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Un largo viaje.
Gianna Galliard.
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Año 850
Cinco años después de la caída del muro María.
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Él estaba parado, parado detenidamente en aquella muralla. Parecía ser un héroe, un salvador. Me daba la espalda, pero podía ver su cabello sedoso y corto. Le llegaba hasta la nuca, con un color castaño oscuro. La brisa removía su cabello, toda la esperanza parecía estar en él, porque no era la única que lo estaba mirando, pero a su diferencia, estaba borroso para mí el poder ver a las personas que nos acompañaban. De un instante, se giró de reojo para observarme. Viendo sus facciones, denote que su cabello se le abre cayendo de forma natural delante de su frente en una especie de estilo cortina. Todo se deterioraba a nuestro alrededor, fue una bruma que nos abrazó en una oscuridad donde una gran fuente de energía, alumbraba aquel ajeno lugar. Cuando miré adelante, ya él no se encontraba ahí. Solo era yo, pisando el suelo arenoso en el que estaba parada. Confundida y desconcertada, parpadeé hasta abrir mis ojos, encontrándome con aquel techo. Me levante, quedando sentada en el colchón. Lleve la mano a mi corazón, palpitaba con rapidez. Suspire gruesamente, observando cómo desde el exterior de le ventana, la iluminación del sol alumbraban la habitación. Me obligué a levantarme, sintiendo pesadez en mi cuerpo, caminando descalza por el suelo. Me quite la ropa, la cual cayó en el suelo. Mientras que me miré detenidamente en el espejo. Esas facciones, ese rostro decaído. Ya no sabía en qué me había convertido, solo se que, era muy tarde para desvirtuar en lo que hoy era. La poca presión de agua caía en mi cuerpo. Remojaba cada parte de mi piel, deshaciéndome de la suciedad. Lleve mis manos por mi cabello, humedeciéndolo por completo.

Respire hondo, las gotas traspasaban por mis labios. Otra vez había tenido ese sueño tan vago, otra vez intentaba escapar de un laberinto sin salida del que no podía huir. El agua se sentía fría, lo cual provocaba que me despertara, a pesar de estar recostada de aquella pared, mantenía mis ojos abiertos, dejando que las gotas cayeran al suelo, como alguna ves vi toda esa sangre caer. Mi corazón empezaba a sentir ese apretón. Ese recuerdo, ese escalofrío.—¡Gianna!—Escuchaba su voz. Me llamaba, aclamaba mi misericordia, pero no pude hacer más nada que observar, y ver su sangre caer, como las gotas de agua en el suelo. Apague el grifo, el agua se detuvo, creando un silencio. Camine hasta la salida, secando mi cuerpo y mi cabello. Volví a mirarme en el espejo, continuaba viéndome decaída. El andar de mis ojos, se mostraban sombrío, una pesadilla. A través de la ventana la intensidad de la iluminación se hizo más clara, así que empecé a colocarme esa ropa. Esos pantalones blancos, como si fuesen mallas. El frondoso pañuelo alrededor de mis caderas, amarrando las correas para ajustarlas en mis zapatos que llegaban hasta las rodillas. Recogí aquella camisa manga larga, de un azul oscuro. La puse hasta abotonarla, para luego en si colocarme aquella chaqueta de un marrón bastante claro, la cual era portadora de un símbolo, un gran símbolo de dos alas. Exclamaban la libertad. Que irónica es la vida. Ellos buscaban libertad, nosotros buscamos quitárselas.

—¡Toc, toc!—dirigí mi mirada a la puerta ante escuchar aquella voz detrás de ella, con eso unos leves toques, que me hicieron colocarme con una vaga expresión cuando vi la puerta abrirse sin mi autorización.—Galliard, buenos días.—observe a la mujer de cabello castaño, quien portaba unos anteojos bastantes curiosos.—Vaya, ¿por qué la cara larga? Es un nuevo día.—indicó, con una alta voz llena de emoción que me molestaba.—En fin, ya estamos listos. ¿Nos vamos?—me preguntó, por lo cual asentí de manera liviana para acercarme a ella y sobresalir por los largos pasillos.

—¡Buenos días, muda!—baje la cabeza ante sentir como se presionaban en mi hombro, incómoda continué caminando junto a ese hombre.—Con que, ¿hoy también te resignas a hablarnos?—me preguntó, lastimando mi hombro por lo cual chasqueé la lengua.

—Déjala Auruo, ¡el capitán Levi te lo ha dicho!—la exclamación de aquella mujer se dirigió al hombre que me molestaba, pero en silencio soporte su peso.—¡Ya!—le pidió nuevamente ante ver como él no se distanciaba de mi, era modesto y abrumador.

—¡Ya Petra! Que solo la estás mimando.—musitó Auruo, distanciándose de mi, por lo cual decidí caminar adelante, donde yacía aquella mujer de anteojos.

—Auruo, déjala. No le agradas para nada, ¿no te das cuenta?—de reojo, pude observar y escuchar la voz de aquel rubio con una corta coleta amarrando su cabello.

—A diferencia de ti Auruo, Erd y yo le caemos bien.—esbozó el que venía acompañado de Erd, con una risueña voz, pero eso que había dicho era algo que no podía afirmar.

—¡Por favor Gunther!—denegó Auruo.—¡Esta mocosa lo único que necesita es un poco de disciplina!—expreso, refiriéndose a mi, mientras que evadí su comentario permaneciendo aún lado de Hange, quien también disfrutaba de limitarse a comentar, lo cual era lo único que me agradaba de ella; el que estuviera en silencio.

—¡Deja de intentar parecerte al capitán Levi!—pidió ella, ofendida, parecía siempre reprenderlo, pero eran los dos mejores que se llevaban. Petra y Auruo, dos soldados excepcionales, pero muy estresantes.—¡Nunca podrás igualarlo, el no es un bufón como tú!—defendía ella, molesta, pero Auruo tan solo se burlaba, hasta que se tragó la risa repentinamente.

—Es muy temprano para que estén tan escandalosos.—mire adelante, observando a ese hombre cruzado de brazos, su seria expresión denoto silencio entre sus soldados, quienes venían risueños.—¿Acaso no se los he dicho? No me gusta el ruido.—expresó, fríamente.

—¡Capitán Levi!—saludaron todos, a excepción de mí y la mujer a mi lado, quien sonreía ampliamente por la presencia de dicho compañero.

—No pasa nada. Solo estábamos bromeando, ¿no es así?—se preguntó Auruo mirándome, pero quedó de malas en cuanto evadí su mirada.—¡Agh, tarada!—me acusó, molesto por ignorarle, como usualmente solía hacerle.

—Ya se los he dicho. Es muy temprano para que anden con escándalos.—volvió articular él, con esa frialdad.—Se emocionan demasiado.—añadió, esperando a que pasáramos por su lado, mientras que de reojo, nos observamos.—No están a la altura en muchas cosas.—esbozo.

—Oye Levi, yo creo que tú tampoco tienes la altura para... —ante aquel comentario de Hange, el capitán Levi se giró bruscamente para mirarle.—¡Era una broma! ¡Una pequeña broma, Levi, no seas así!—justificó ella, mirándole temblorosa.

—Maldita cuatro ojos, ¿qué ibas a decir?—le preguntó, bufando para distanciarse de ella con su ceño sumamente fruncido.

Este hombre era una fuerza mayor. Su manera de entender las situaciones a tal modo de tomar decisiones bajo presión, lo hace tener una capacidad adecuada para el puesto que ejecuta. Él se a posicionó detrás de nosotros, con esa sombría mirada sobre nosotros. Levi era una persona seria, desde que le conocí, jamás he cuestionado ninguna de sus órdenes. De hecho, soy la menos que lo hace a diferencia de los veteranos que tienen más tiempo con él. Sus órdenes siempre son claras y precisas, su manera de explicar es detallada, aunque un poco hostil. Su estoicismo no es nada permanente, es muy atípico verle mostrar algún tipo de emoción, pero de igual manera, aún así estoy segura que no significa que no empatice con las extensas situaciones que como soldados debemos presenciar. Levi sería un gran problema, un problema con el que no podríamos lidiar, era por eso que una parte de mi, intentaba de no establecerme en sus mandados, era disciplinaria y eso él lo admiraba, un hombre tan recto como él solo esperaba que los demás respetasen sus ideologías, aunque estas fueran absurdas. Solo llevaba un año con su escuadrón especial, fue elegida a ciegas por el hombre al que el capitán Levi tampoco le cuestionaba sus órdenes. El comandante Erwin Smith. De verme, de solo examinar mis movidas y mentalidad para contraatacar en las expediciones, pareció cautivarle. A tal nivel, que no tardó en hacer que el soldado más fuerte de la humanidad, se encargará de liderarme.

La brisa del aire removió mi cabello, observe el soleado día, donde los demás soldados se preparaban. En silencio y aislada decidí montarme en mi caballo, aquel de pelaje cremoso con manchas blancas. Lo acaricie, era suave. Debía estar disfrutando la fresca brisa, a pesar de estar bajo el calentón del sol. Me acomode, los demás también lo hacían a mi alrededor, hablaban y charlaban entre todos, sonreían, pero yo simplemente me limité. Baje la cabeza, observando las sogas que sostendría en mis manos.—¡Gianna!—fruncí el ceño. El repelente grito me hizo tensar, parpadeé, respirando hondo. Era una memoria que no podía eliminar, siempre se esclarecía en algún punto de mi día. Apreté las sogas con fuerzas, tanto que las marcaría en las palmas de mi mano. La imagen de mi hermano mayor siendo atrapado por aquella gran mano, me castigaba al punto de perturbarme, haciéndome perder la noción. En ese momento que iba a ser devorado, un silbido me hizo caer en cuenta que estaba en el presente. Mi corazón palpitaba rápidamente, viendo como las filas de caballos empezaban a sobresalir. El comandante de la legión iba adelante, pude verlo desde aquí. Su cabello rubio se despeinaba hacia atrás por la dirección del viento, él iba en su cabello blanco, mientras que su espalda cargaba la verdosa capa que describía su élite. Todos le siguieron, hablando entre bullicios cuando salimos del cuartel.

—Galliard, quédate a mi lado. La gente a veces puede ser muy impulsiva.—levante la mirada, observando a Petra, quien se dirigió a mi con ese tono neutral.

—Deja de mimarla, ya te lo he dicho.—aún lado de ella, el amargo rostro de Auruo expresaba seriedad, mirando con detenimiento a su compañera.—No es una cría.—artículo, por lo cual dirigí mi mirada adelante, evadiéndole.

—Enfócate en tu juicio. Olvida el suyo.—indicó el capitán Levi, quien yacía delante de nosotros.—No es una cría, pero puede valerse por sí misma con la capacidad de cincuenta soldados juntos. Te lo he dicho, déjala ya.—pidió seriamente, mientras que Auruo rodeó los ojos.

—Solo decía... —murmuró.—Amargado... —añadió, sin ser escuchado por el capitán, a quien miraba yo, siguiéndole el paso entre el montón de personas que empezaban a alentarnos.

—¡Ahí están, los soldados de la legión de exploración!—gritaban, de una manera escandalosa, mirándonos a todos pasar.—¡Comandante Erwin, dele a esos titanes una paliza! ¡Ustedes pueden vencerlos!—se dirigían al hombre que nos mantenía al borde, mientras que entre esos escandalosos pueblerinos mi mirada se enfocó en aquella línea de cadetes.

Ese uniforme, lo reconocía. Lo había portado por durante tres años. Tres arduos años, donde sude lágrimas y sangre, para poder convertirme en esto que soy. Sin contar, los largos años que pase en la línea delantera de aquella nación que defendía desde mi corazón. Entre todos esos cadetes que miraban alentadores como paseábamos en las líneas, me detuve aturdida en aquella mirada. Su porte, su mirada. Era como si le conociera de un largo sueño. Él miraba con detenimiento a los soldados pasables hasta que su mirada decayó en mi, por un momento, sentí miles de escalofríos cuando se detuvo en mi. Fue como si el tiempo se detuviera, como si no hubiera nadie más que nosotros. Veía sus facciones, la forma de sus grandes ojos que ante el brillo del sol, le daba un reflejo verdosos y a su ves, azulado. Su cabello se le abre cayendo de forma natural delante de su frente en una especie de estilo cortina, moviéndosele con la brisa del viento. No sabía de donde, pero era como si le conociera. En ese momento, la línea se había detenido y él también me estaba mirando, parecía abrumado porque tenía sus ojos abiertos grandemente, haciendo que la chica a su lado le mirase hasta buscar donde estaba su punto, encontrándome. Ella me miró, solo por segundos también observe sus facciones, sus pequeños y grisáceos azulados ojos. Su cabello era corto y negro, ella de manera impulsiva removió el hombro de este, haciendo que él la mirara en cuanto la línea continuó avanzando. Por lo cual yo me enliste avanzar, dejando de mirarle.

—Es la cadete de la que todos hablan.—murmuraban, mientras que observaba cómo me miraban con detenimiento.—Dicen que es prodigio del capitán Levi, significa que es casi igual de imparable que él.—continuaban argumentando.—Oí que tiene dieciséis años.—deje de mirarles, continuando en mi cabalgata.

—Mira, hablan sobre ti.—comentó Hange, quien volteó su mirada para verme y sonreírme, pero firmemente me mantuve con seriedad, viéndola fruncir el ceño por mi fría actitud.

—¡Dicen que es poderoso como un escuadrón entero, el capitán Levi!—exclamaban nuevamente esas personas, a quienes les pasábamos por el lado.

—Que escandalosos.—musitó el capitán Levi, viendo de reojo a esas personas quienes lo aclamaban, él también se mantuvo serio y frío.

—Me preguntó si pensarían igual si supieran de todas las manías extrañas que tienes ya no te admirarían.—se cuestionaba Hange, aún lado suyo, el capitán la miró de reojo y fulminante.—Allá afuera están los titanes, me preguntó con qué clases de titanes me voy encontrar. Como quisiera ver un titán anormal, ¡sería lo mejor del mundo!—se preguntaba ella emocionada, era extraña, parecía una loca.

—Pues estoy viendo a uno en este momento.—me comentó él, viéndole detenidamente mientras que ella rebuscaba de donde él le había dicho—Y está justo aquí.—indicó, atrapando su cabello para acercarla fríamente frente a él.

—¡Y está justo aquí!—el recuerdo, el amargo recuerdo de esas palabras me azotaron por completo, tanto que solo observe al cielo, parpadeando varias veces.

Estaba acostada en aquella colina, viendo el soleado día y como las nubes pasaban. Parecían tener formas, varias formas. La fresca brisa removía las hojas aplastadas en el césped, pasando por todo mi cuerpo. Me levante, quedando sentada para observar en lo bajo de la colina aquella base. Habían muchos, muchos cadetes corriendo mientras sujetaban pesadas cosas sobre su espalda. Mi cabello estaba amarrado en un listón azulado, un largo listón que flotaba por la brisa del viento. Entrelace mis piernas, en forma de las mariposas, aquellas bellas mariposas que volaban libremente por los aires. Escuchaba pisadas, también risas, hasta que mi cuerpo se fue hacia adelante, sintiendo como unos brazos se aferraron a mi cuerpo. Sonreí pasmada, sintiendo como otros brazos me abrazaron. Ellos reían.—¡Y esta justo aquí, nuestra hermanita!—le escuché decir, viéndoles acostarse de manera brusca en el césped. Veía a mi hermano mayor, donde su cabello castaño corto también flotaba en el viento como el mío. Sus grandes ojos del mismo color, observaron a mi hermano mellizo lanzarse encima suyo, creándole tomar una bocanada de aire. Marcel intentaba de empujar al rubio de ojos claro que buscaban molestarlo, y es que, así era Porcco. Aunque fuese físicamente diferente a mis hermanos, admiraban el hecho de que lleváramos la misma sangre. Porcco y yo teníamos casi las mismas facciones, a excepción de nuestro color de ojos.

Me acerqué a ellos, tumbándome encima con la misma brusquedad. Me abrazaron con fuerza, hasta mantenerme a su lado. Sonreíamos, éramos unos niños y solo queríamos divertirnos. Pero, esa imagen se deterioró por completo. Me encontraba arrodillada, bajo la fría lluvia mirando mis manos temblorosas. Había fallado. A pesar de haber sido elegida para guiarlos a esta ruina, falle en dejar morir a mi hermano. Lleve las manos a mis oídos, podía escucharlo. Me gritaba, me gritaba con temor en su voz.—¡Gianna!—continuaba gritándome mientras que apretaba mis dientes, solo era un amargo recuerdo que debería olvidar. Incliné mi cabeza hasta el suelo, no quería escuchar más esos gritos, no quería vivir más ese perturbador recuerdo, pero era lo único que tenía para hacerle fuerte. Desgarradoramente grite, grite tan fuerte bajo la lluvia que ese día entre las lágrimas juré destruir todo aquello que me hizo quitar la libertad. No quería estar aquí, no tuve otra opción. Como Marcel tampoco la tuvo, era nuestro destino, vivir en este infierno era nuestro destino. Y entre eso, vivir recordando como mi hermano mayor fue devorado por un titán, era el costo que la vida me daba por estar aquí. Debía recordarlo, como cuando tumbamos aquella muralla, provocando la muerte de miles de personas. Volví a gritar, bajo la fría lluvia. No tenía opción, había nacido en este cruel mundo y lo único que me quedaba por delante era luchar. Nací para ser libre. No nací para pelear, pero si van arrebatarme mi libertad, entonces pelearé.

—¡Marcel, te juro que los destruiré a todos!—grite desgarradoramente bajo esa lluvia, golpeando con fuerza aquel charco, deteriorando mi reflejo.

—¡En marcha!—parpadee ante escuchar la voz del comandante Erwin, observando el soleado día, despertando de esas memorias que me ataban para poder continuar mi camino detrás de todos esos soldados a quienes les velaba la verdad, porque sería yo quien les clavara la estaca, traicionándolos.

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