━ chapter four: fear

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༻ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐓𝐑𝐎 ༺
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' MIEDO '
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PETER PARKER ESTABA EMPEDERNIDAMENTE ENAMORADO de tres cosas: de Liz Allan, de la ciencia y de sus poderes.

Era fácil darse cuenta de ello. Como cuando Liz se paseaba por los pasillos con alguna falda nueva y Peter la admiraba absorto desde la distancia. O en las veces en las que me arrastraba a aquel laboratorio abandonado de Midtown para mostrarme sus mezclas de químicos extraños, cuyo nombre no podía recordar.

Pero, sobre todo, me lo reafirmaba cuando recorríamos las calles de Queens en nuestro ingenuo intento por combatir el crimen, mientras él se trepaba por las paredes o sonreía al recuperar algo que había sido robado.

Aunque en ocasiones llevaba las cosas al extremo, Peter era un nato apasionado. Era tan sencillo como que se proponía a hacer las cosas bien o, de lo contrario, simplemente no las haría.

Sin embargo, en los últimos tres días, no lo veía tan entusiasmado cuando debía ponerse su traje.

El Hombre Araña y la Chica Fuego habíamos estado recibiendo acoso; en las noticias, en internet y en las calles. Iba desde verbal a físico, llegando al punto en el que, cuando nos atrevíamos a pisar algún lugar demasiado poblado, los peatones nos arrojaban lo que fuera que llevasen en la mano, acompañándose por largos repertorios de palabras obscenas.

Con el accidente de los Vengadores en Lagos Nigeria y el reciente anuncio de los Acuerdos de Sokovia, las masas se estaban levantado contra cualquier tipo de agente externo —ya fuesen los Vengadores o, en su lugar, Peter y yo con nuestras habilidades sobrehumanas— que se atreviera a velar por la justicia por cuenta propia y no por orden del gobierno.

La gente estaba asustada, aterrada, y Peter y yo lo estábamos viviendo en carne propia.

Estaba tan cansado como yo de que nos culparan por algo que no habíamos hecho, y esa frustración, esa rabia e impotencia de no ser capaces de hacer nuestro trabajo porque simplemente no nos los permitían, comenzaba a repercutir en nosotros mismos fuera de las máscaras de nuestros alter egos.

Michelle Jones también lo notaba, y me lo había comentado aquel día en la cafetería, mientras hacíamos la fila para obtener nuestros almuerzos.

—Oye, Williams, ¿qué le pasa a tu novio? —preguntó Michelle con una de sus pobladas cejas alzadas.

Lucía tan cansada como yo, con un par de ojeras asomándose debajo de sus ojos y una postura desgarbada.

Ella era la única persona en Midtown —además de Ned y Peter— que se había tomado la molestia de dirigirme la palabra para algo más que no fuese insultarme. Le agradecía inmensamente por ello, pero nunca me había animado a decírselo a la cara.

Tenía el cabello desaliñado y la camiseta, unas cuantas tallas más grandes de lo que necesitaba, se le deslizaba por un hombro. Aun así, parecía no inmutarse.

—¿Mi novio?

—Sí, ya sabes, Parker, el chico nerd —habló con obviedad. Puse los ojos en blanco mientras nos movíamos en la fila con un par de bandejas en mano—. Creí que era obvio, ¿o es que tienes otro novio?

—Ya hemos hablado de esto: no es mi novio. —Apreté los labios en una fina línea y sostuve con más fuerza el plástico de la bandeja. Una extraña molestia me embargó con las últimas palabras—. Como sea, —Bufé cuando Michelle me miró escépticamente—, ¿cuál era la pregunta?

—¿Lo ves? Tú también estás más rara de lo normal. Se supone que soy yo la que no te presta atención. —La común y cruda sinceridad en sus palabras no me perturbó, pero, sin embargo, el cucharón que estaba sosteniendo para servirme un poco de ensalada tembló en mi mano—. Te ves horrible. Ambos se ven terribles. No es que tenga una leve obsesión con Parker, solo para que lo sepas, pero no puedo evitar fijarme en los raros; tu novio, tú y yo reinamos en esa categoría.

—Oh, gracias.

—No hay de qué.

—Fue sarcasmo, Michelle. Sarcasmo.

—Lo sé. —Michelle se encogió de hombros y terminó de servirse su comida. Comenzó a alejarse mientras me dejaba con la respuesta en la boca y se dio vuelta en su trayecto para encararme—. Ya no quiero escuchar la respuesta, Williams. Se te acabó el tiempo, no me interesa. —Fruncí el ceño con confusión y los labios entreabiertos—. Paz. —Llevó dos dedos a su frente y, con un saludo militar, se alejó con calma para sentarse en la mesa más aislada de la cafetería.

Suspiré con la cabeza ladeada y sin perderla de vista. Michelle Jones era bastante... intrigante, por no decir que su peculiar actitud lograba irritarme en ocasiones. Al fin y al cabo, le había cogido cariño en el último tiempo, incluso con sus respuestas evasivas y comentarios excesivamente sinceros.

Aún confundida, me encaminé hacia la mesa que compartía con Ned y Peter.

Usualmente, cuando debía caminar por cualquier área de la escuela, solía resguardarme debajo de mi cabello y apartar la vista. Cada vez era más fácil para mí el ignorar las miradas despectivas que me dedicaban los demás alumnos; algo tan común como levantarme por las mañanas, dirigirme al baño y cepillar mis dientes.

A pesar de ello, incluso después de arribar a la mesa con el rostro cubierto y una máscara de indiferencia bien colocada, podía sentir que las puntas de mis dedos comenzaban a calentarse y el corazón me comenzaba a bombear con fuerza.

Era esa mirada, aquella que se me clavaba en el perfil con común imprudencia, la que quebraba mi intento de pasar desapercibida.

No era la única persona que podía sentir a Elissa Monroe quemándome con aquellos ojos color ámbar; los sentidos arácnidos de Peter Parker, como cada vez que Elissa estaba cerca, también se habían activado: los vellos de la piel se le erizaron y las pupilas se le dilataron, alertando peligro, mientras que yo luchaba por no estallar como una bomba de pirotecnia.

Fenómeno, hola —me saludó Elissa con una sonrisa traviesa, enrollando un mechón de su cabello pelirrojo en su dedo índice.

Liz Allan y Flash Thompson acompañaban a Elissa como un par de perros falderos. El último tomó asiento frente a Peter y robó su manzana para después darle un gran bocado.

Ahogué un insulto, sabiendo que eso solo nos causaría más problemas. No necesité de mucho para percatarme de que Elissa se hallaba dispuesta a buscar una nueva manera de hacerme la vida imposible.

«¿Por qué tiene tanto poder sobre mí? ¿Por qué también afecta a Peter?», me pregunté, como de costumbre, con la lengua entre los dientes, sabiendo que responderle empeoraría las cosas.

—Veo que por fin el gato te ha comido la lengua. —Elissa relamió sus labios para esconder la risa—. Chicos, ¿les importa que me lleve a Rae por un momento? Necesito hablar de algo... —Hizo una pausa mientras veía a Peter y Ned—, importante, si no les molesta.

No —espetó Peter con rapidez y firmeza, recibiendo una mirada amenazante por parte de Flash. Lo vi tragar saliva de reojo, tensando la mandíbula y encajándose las uñas en las palmas de las manos para contenerse—. Por favor, no.

Cerré los ojos con fuerza, con una tonelada de plomo instalándose en mi pecho. La voz de Peter había sonado menos firme, pero lo que más me partió el corazón fue que prácticamente le rogara a Elissa que no me llevara consigo. A pesar de ello, ambos sabíamos que de cualquier forma ella lograría arrastrarme fuera de la cafetería, aunque tuviese que hacer uso de uñas y dientes.

Estábamos tan aterrados como los propios neoyorquinos ante el Hombre Araña y la Chica Fuego. Nos sentíamos acorralados e incapaces de utilizar nuestras habilidades para defendernos. Sabía que Peter era consciente del extraño y sobrenatural peligro que irradiaba Elissa, pero estaba tan limitado como yo.

Sin mis poderes, yo no era nada, no era nadie. No podía arriesgarme a que descubrieran mi secreto por más de que Elissa, creía, ya lo supiera.

—Está bien —susurré a medias.

Sentí la mirada preocupada de Peter en mi costado, pero decidí levantarme de la mesa de igual forma.

—Excelente —dijo Elissa con una sonrisa complacida—. Puedes irte, Liz. Flash, encárgate de Parker; no queremos que corra a salvar a su chica.

—Pito Parker y su amigo estarán en buenas manos, no te preocupes. —Flash tronó sus nudillos y rio con malicia.

—Vamos, fenómeno. No nos queda mucho tiempo.

Contuve un suspiro y escondí mis manos en los bolsillos de mi pantalón, siguiéndole el paso con cada uno de mis músculos puestos en alerta.

—Oye, no, no. —Escuché que Peter balbuceaba a mis espaldas. Giré a verlo con expresión amenazante, rogándole que guardara silencio—. ¡Rae, espera!

Peter intentó levantarse de su asiento cuando me vio partir. Sin embargo, en medio de la encrucijada de contradicciones que conectaba a nuestros ojos, Ned puso una mano en su hombro para detenerlo.

—Pete, estará bien. Rae puede con esto.

«Eso espero», fue mi último pensamiento antes de apartar la mirada.

Mientras salíamos de la cafetería —la cual se hallaba fundida en un silencio sepulcral— mi vista se encontró con Liz Allan. Sus labios formularon un discreto "lo siento" cubierto de empatía, y aunque en todo el tiempo que llevábamos compartiendo clases de Historia jamás se había dirigido a mí, quise creer que aquellas dos palabras tenían intenciones genuinas.

Fingí que nada estaba sucediendo. Me refugié en mi cortina de cabello e ignoré las burlas que me lanzaban los demás alumnos. Evité a toda costa cruzarme con los ojos de Peter, pues sabía que de lo contrario querría correr hacia él para refugiarme en sus brazos como una niña pequeña.

Estar a solas con Elissa Monroe, teniendo la alta sospecha de que ella había sido quien dejó la carta de amenaza en mi habitación, no solo me revolvía el estómago vacío, sino que me volvía consciente de que las cosas, en mi vida, se estaban saliendo lentamente de control.

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Decir que la ironía me abofeteó tan fuerte como lo había hecho Elissa Monroe después de empujarme contra el casillero más cercano, no era una mentira.

El destino me había regalado algo que podía considerarse como un don, pero a su vez jugaba el papel de una maldición. Tenía la capacidad de defenderme, de demostrar que, por dentro, conservaba un largo testamento de palabras y llamas con las que quería cerrarle la boca. Sin embargo, el terror me había estrujado la garganta y tuve que soportar, con la poca dignidad que me quedaba, cada golpe con el que Elissa magulló mi rostro.

"Fui yo quien dejó aquella nota en tu habitación, aunque estoy segura de que eso ya lo sabías", me había confesado en un gruñido. "¿Estás asustada? ¿Acaso no usarás tus poderes, fenómeno? ¿No me detendrás? ¿No crees que deberías darme un poco de mi propia medicina?", insistió entre golpes.

"Yo también puedo jugar con fuego, Rae".

Esas palabras habían bastado para que me golpeara una vez más en el centro de mi pómulo, pero en esa ocasión, causándome una gran quemadura que me dejó la piel latiendo en carne viva.

Descubrí que Elissa no solo era mi pesadilla, sino que también compartía aquel don, aquella maldición. Y si yo no era la única capaz de manejar el fuego, no quería saber cuántos más como Elissa habría repartidos por el mundo.

Ver mi reflejo en el espejo del baño de Midtown era algo sumamente ajeno y distante. Por años había evitado apuntar mis defectos frente a frente, mis inseguridades, todo aquello que me hacía sentir inferior ante el resto.

Precisamente por eso estallé en lágrimas frente al cristal, diciéndome que todo lo que Elissa había dicho de mí era real: que mi hermana no me soportaría por mucho tiempo más, que era demasiado débil como para seguir respirando, y que Peter algún día se cansaría de mí.

Cada comentario fue como una bala de acero dirigida directo al corazón. Cada lágrima que se deslizaba por mis mejillas, en cambio, parecía aliviar el dolor de mis heridas.

Minutos después, salí del baño con los ojos hinchados y con la expresión más neutra que pude formular. Las mejillas me ardían por el intensivo roce de las lágrimas contra la quemadura que me había dejado Elissa, pero intenté cubrirlo lo mejor que pude.

No fui demasiado lejos pues, a las afueras del baño, se hallaba Peter Parker, apoyado de un casillero.

—Rae, por fin saliste —murmuró Peter con una pequeña sonrisa en el rostro. Sin embargo, cuando levantó la mirada para fijarse en mi rostro, sus comisuras fueron descendiendo mientras daba otro paso hacia mí—. ¿Ella... te hizo esto? —preguntó en voz baja, rozando con dos dedos la quemadura que tenía en la mejilla.

Aunque su tacto era delicado, el dolor me obligó a alejarme de un salto: —Elissa... ella es como yo, Peter. N-no sé cómo pero... me quemó, con sus manos.

—Eso no es lo que importa ahora. Importas tú.—Su ceño se frunció, su mandíbula se apretó y su mirada se oscureció con la pronunciación enojada de sus palabras—. No solo te quemó, Rae. Te destruyó.

—Tienes razón, me destruyó. —Sonreí con amargura, llevando una mano titubeante hacia mi pómulo—. Y duele.

Mi labio inferior comenzó a temblar nuevamente. Giré la cabeza con brusquedad para evitar que Peter me observase de aquella forma.

Era lo que menos quería: que él también me viese como alguien débil.

—Ven aquí. —Peter extendió sus brazos en mi dirección. No tardé en lanzarme hacia él para enterrar mi cabeza en su pecho y hundirme en su suave pero masculino aroma. Sus brazos se enrollaron a mi alrededor mientras yo mordía mi labio para evitar soltar un sollozo—. Todo estará bien. Resolveremos esto.

—Tengo miedo —confesé contra la suave tela de su suéter, escondiéndome aún más entre sus brazos.

—Yo también. —Sus palabras sonaron amortiguadas contra mi coronilla. Sus manos se apretaron a mi alrededor, como si estuviese intentado contener sus propias emociones—. Yo también.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Peter?

Aquella pregunta no solo trataba el tema de Elissa. Englobaba todo aquello que había estado ocurriendo en los últimos días con el odio de la población hacia el Hombre Araña y la Chica Fuego; con las últimas semanas y los meses pasados. Estaba relacionada con el hecho de que sentía que me estaban arrebatando mi juventud, y que mi mente, todas mis inseguridades, estaban creciendo demasiado rápido para mi propio bien.

Hubo una larga pausa, acariciada por el silencio que circulaba por los pasillos. Me permití cerrar los ojos mientras buscaba más comodidad en aquel abrazo.

—Vamos a superar el miedo, y vamos a hacer que el mundo también lo supere con nosotros.

Supe que la respuesta de Peter también abarcaba todos esos miedos, todas esas preocupaciones, toda esa rabia y todo el enojo canalizado dentro nosotros.

—Te prometo no sentir miedo jamás. Prometo no volver a ser débil.

—Prometo hacerlo contigo, así como me prometí ayudarte, Rae.

Jamás me había sentido tan cómoda entre un par de brazos, y los de Peter Parker habían tenido la voluntad de enseñarme que, a veces, también podía desmoronarme, pues entonces él estaría ahí para ensamblar mis piezas.

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❮ 𝗡𝗢𝗧𝗔 𝗗𝗘 𝗔𝗨𝗧𝗢𝗥𝗔❯
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¡Gracias por todo el apoyo que está recibiendo esta historia! Ya alcanzamos más de 314 lecturas, y estoy muy contenta por ello.

En cuanto al apoyo, estoy muy contenta por la participación que están teniendo algunos lectores, pero no estaría mal ver algunos votos más.

Ya saben, espero que sigan disfrutando de «Superstition». No dejen de leer, votar y comentar si en verdad disfrutan de este libro, ¡quisiera conocer sus opiniones acerca del desarrollo de los personajes y de la relación que Peter y Rae están construyendo!

Gracias, lectores. Ustedes y su constancia a la hora de leer mi trabajo son lo que me impulsan a seguir escribiendo.

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