━ chapter three: dangerous

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༻ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐒 ༺
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' PELIGROSO '
˖⋆࿐໋₊


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LANZARLE PATADAS A AQUEL saco de boxeo era una excelente manera de descargar la ira que vibraba con cada pálpito de mi corazón. Las gotas de sudor, cayendo por mi frente y haciendo que la camiseta deportiva se me adhiriera un poco más al cuerpo, estaban cargadas de rabia, miedo e impotencia.

Habían pasado seis meses desde que decidí ayudar a Peter con aquellos tres hombres. Seis meses desde que me había dado a conocer como la extraña entidad capaz de emanar fuego que, junto al afamado Hombre Araña, se apoderaba de todos los noticieros. Seis meses desde que cierta carta, aparecida por arte de magia sobre el escritorio de mi habitación, me había estado carcomiendo el subconsciente, acechándome con el miedo de que las amenazas plasmadas en tinta pudieran hacerse realidad.

"¿Crees que ya lo tienes controlado? ¿Que saliste de esto? ¿Que todo estará bien después de lo que hiciste?"

Asesté un puño al saco al recordar las palabras escritas en la nota.

No me detuve, incluso cuando mis nudillos gritaron por un descanso.

"Estás equivocada, Rae Williams. Esto apenas ha empezado.
Te consumirá, te quemarás como leña al fuego, porque no eres lo suficientemente fuerte como para aguantarlo."

Otra patada. Otro golpe. Un nuevo quejido de dolor atascándose en mi garganta y otra lágrima acumulándose en mi campo visual.

"Pero antes de que destruyas todo a tu paso, me encargaré de acabar contigo por mi cuenta.
Te condenaste en el preciso momento en el que recogiste esa gema del basurero. Me arrebataste lo que era mío, y no puedo perdonártelo.

Estás sola."

—No estoy sola —jadeé en medio de otra patada —. No estoy... —gruñí con impotencia, luchando por obtener el aire necesario para hablar—... sola.

"Ahora, ¿piensas llorar o defenderte?"

Una última patada y el final de la carta acaparando cada rincón de mi mente fue todo lo que bastó para hacerme perder el equilibrio.

Casi pude sentir el suelo estrellándose contra mi espalda, torturando un poco más a mis ya doloridos músculos. Sin embargo, un par de brazos enredándose desde mi espalda hasta encerrar mi torso me habían salvado de un  desagradable encuentro con las baldosas.

—Creo que es momento de que te tomes un descanso, Rae. Estás ardiendo, literalmente.

Para ese punto, las palabras de Peter tan cerca de mi nuca habían logrado que la respiración se me atascase en la base de la garganta.

Decir que en estos últimos meses no había desarrollado ningún tipo de sentimiento extraño por Peter Parker sería un engaño.

En aquel momento, aunque mi cuerpo había comenzado a incrementar de temperatura por el enojo, el calor fue reemplazado por una armónica comodidad que embargó a mi pecho por completo.

Pasar el tiempo en Midtown junto a él y Ned, ayudarlo a combatir el crimen en las calles de Queens, encontrarnos durante las noches en la azotea de mi edificio y compartir risas a través de analogías relacionadas con películas de ciencia ficción me habían convertido en una marioneta en manos de un titiritero que, curiosamente, podía escalar edificios y lanzar telarañas.

Pero éramos compañeros, amigos, confidentes, y nada más que eso. Nos vimos crecer el uno al otro durante todo este tiempo, tanto física como mentalmente, aunque aún nos quedara mucho por aprender.

Aún así, no podía obviar el hecho de que mis palmas sudaban como locas cada vez que Parker me dedicaba una de sus pequeñas sonrisas —tímidas pero risueñas, divertidas pero dulces—, ni que en mi estómago se desataba una guerra entre lo que quería creer y lo que en verdad sentía cuando, por accidente, la tela de mi ropa rozaba la suya.

—¿Cuándo no? —murmuré, deshaciéndome con algo de incomodidad de los brazos de Peter. Me giré para encararlo con una ceja enarcada, esta vez siendo capaz de respirar con normalidad—. ¿Qué prefieres hacer ahora? ¿Maratón de Star Trek o que te ayude a reparar la chatarra que encontraste el otro día en el basurero?

Aclaré mi garganta y acepté el vaso de agua que me ofrecía Peter. Intenté concentrarme en la habitación —aquel cuarto abandonado donde el tío Ben, según lo que contaba May, solía ejercitarse, y donde todas las tardes Peter y yo nos poníamos en forma para combatir el crimen—, en el agua que remojaba mis labios y en Peter.

Quería olvidar la carta. Quería quitarme ese peso de los hombros. Toda distracción, por más insignificante que fuera, me serviría de mucho.

—¿Ayudar? Creo que es algo más como mirar sin hacer nada —se burló. Fingí que no me causaba gracia mientras levantaba mi dedo índice con unas cuantas llamas—. ¡Oye, oye, tranquila! —Apagué mi dedo y contuve una sonrisa a la par que Peter seguía riendo—. ¿Por qué no hacemos las dos a la vez? Podría ayudarte con la tarea de Física también. Ya sabes, pero ayudar de verdad, no solo observarte haciéndola.

—Ignoraré lo ultimo, pero por razones como esas es que eres mi amigo. Tú sí que sabes cómo pienso.

Rascó su nuca con una sonrisa algo apenada: —Tomaré eso como un sí.

—Solo... espera un momento. —Le tendí el vaso ya vacío y jalé el borde de mi camiseta hacia abajo, una mala maña que había adquirido desde que tenía memoria—. Quiero entrenar unos minutos más. Me ayuda a distraerme.

Sin esperar respuesta, giré para encaminarme al rincón donde se encontraban las pesas de Ben, con las cuales ya me había familiarizado durante los últimos meses.

No pude llegar demasiado lejos, sin embargo. Peter envolvió una de sus telarañas alrededor de mi cintura y me jaló con facilidad hacia él, alzando las cejas junto a una sonrisa divertida.

—Ya entrenaste lo suficiente. —Se encogió de hombros con sutileza y una fingida expresión de inocencia.

—¿Acaso nunca piensas quitarte los dispensadores? —Peter no respondió. Optó por caminar hacia la salida, arribando al pasillo principal y arrastrándome con él hacia la sala de estar—. Se está volviendo repetitivo que hagas esto, Parker.

—Sé que algo te sigue molestando —comentó, ignorándome por completo—. Quiero creer que no se trata de nuevo de esa carta pero... sobrepasar tus límites no te hará olvidar. —Giró hacia mí, enseriado, haciéndome fruncir el ceño—. Hay mejores maneras de hacerlo, y quiero intentarlo. Déjame ayudarte con eso.

La sinceridad en sus palabras, en su rostro, me dejó extasiada. No estaba acostumbrada a recibir miradas tan honestas, cargadas de verdaderas ganas de ayudar. Pero, con aquel se de ojos rogando por mi permiso, había logrado que cierto nervio en mi sistema, ese que me obligaba a ayudar mas no recibir ayuda, se desconectara por un par de segundos.

El chocolate de sus ojos se derritió con el calor de mis mejillas, y mis labios apretados decidieron que debía, después de seis meses, aceptar en voz alta que aquel chico llevaba ayudándome desde hacía ya bastante tiempo.

No tenía que pedirme permiso para hacerlo, después de todo.

—Bien. —Mi voz era apenas perceptible, pero sabía bien que los sentidos arácnidos de Peter le habían permitido escuchar con claridad — Pero ya me has ayudado antes. Y bastante.

Él sonrió. Mi estómago se revolvió. Nos quedamos quietos por un par de segundos; incluso, quizás, minutos.

No me había percatado de lo cerca que estaba el cálido aliento de Peter Parker de mi rostro.

✧✧✧

Los subterráneos en Nueva York no eran mi cosa favorita en el mundo, y bien sabía que tampoco eran la de Riley Williams.

Mi hermana se removía incómodamente en su asiento sin hacer demasiado esfuerzo por ocultar su expresión de desagrado. A pesar de ello, sus ojos —normalmente tristes y cansados— destilaban cierta luz que raramente podía apreciar en ellos.

Claro estaba que se debía a que Peter se hallaba junto a nosotras ya que, como cada domingo por las tardes, me acompañaba a recoger a Riley de su consulta con el psicólogo.

Para aquella niña no había mejor regalo que una barra de chocolate o, en cambio, cuando ni Jonas ni yo podíamos pagársela, una buena conversación con Parker.

—¡Necesito una cámara, Peter! —exclamaba Riley mientras abandonábamos el subterráneo. Nos encaminábamos hacia la tienda de sándwiches del Señor Delmar, como de costumbre—. Es como que... siento que debo capturar los momentos de alguna manera, ¿sabes?

—Lo sé.

—Pero no puedo tenerla. —Se cruzó de brazos, pateando una pequeña piedra en la acera—. Y mis amigos dicen que es estúpido pero... —bufó—. Ustedes no lo entenderán.

Juré que mi corazón se estrechó en mi pecho, adolorido. Cerré los ojos y suspiré con profundidad para tragarme las ganas de pedirle perdón a Riley; en sus doce años de vida no había sido capaz de darle ni siquiera un gusto.

Teníamos que vivir con limitaciones, añorando en silencio mucho más de lo que alguna vez podríamos tener. Ella debía ir al psicólogo una vez por semana ya que su salud mental se había tornado inestable después de todo lo que sucedió cuando aún vivíamos en Brooklyn, desde la muerte de nuestro padre hasta el abandono de nuestra madre, con quien aún no habíamos podido restablecer el contacto. Y yo quería darle todo a mi hermana: una cámara, un teléfono inteligente, quizás ropa nueva; porque ella era ese punto débil que ablandaba cada fibra de mi ser, por más testaruda o amargada que fuese.

Al parecer, Peter había deducido cómo me sentía desde hacía ya un tiempo, pues se dedicó a poner una mano en mi espalda mientras caminábamos, dándole una pequeña y secreta caricia que me relajó al instante.

—Yo sí lo entiendo —refutó Peter, separando su mano de mi espalda y poniéndola sobre el hombro de Riley—. También me gusta la fotografía. Es como... darle la vuelta a un momento con una simple imagen.

—Estás hecho todo un poeta, Parker —me burlé con una sonrisa divertida.

—Y tú toda una idiota, Rae —Mordí mi labio inferior para contener una carcajada—. Y volviendo a lo de la cámara... no tengo paciencia para manejar una. Me gusta la fotografía, pero cuando el tío Ben solía prestarme sus cámaras siempre terminaba rompiéndolas. —Riley y yo estallamos en risas ante la anécdota del chico, cuyas mejillas comenzaron a colorearse por la vergüenza—. Pensaba regalarte la única que me dejó Ben antes de, bueno, ya saben... Eso no importa. —Aclaró su garganta con algo de incomodidad. Ante la mención de la muerte de su tío, recobré la compostura y busqué la mano de Peter a ciegas hasta que finalmente la atrapé, dándole un pequeño apretón de apoyo. Enseguida me lo devolvió junto a una sonrisilla—. Pero como te reíste, pequeña demonio, ya no te la daré.

Riley arrugó la nariz con desagrado a la par que Peter le sacudía el cabello como si fuese una niña pequeña. Apartó sus manos y puso los ojos en blanco.

—Estoy muy grande para estas cosas, Peter —gruñó—. Y ese apodo es patético y me molesta, ya se los he dicho, a ambos.

—¿Por qué crees que lo inventamos entonces, pequeña demonio? —enfaticé con sorna.

—Porque queremos molestarte, ¿entiendes? —continuó Peter, lanzándome una mirada cómplice.

—Como sea. No tienes que darme esa cámara, creo que es bastante importante para ti —murmuró mi hermana, esbozando una vaga sonrisa que reconocí como falsa.

—Te la daré —sonrió Peter, pasando su brazo sobre los hombros de Riley y acercándola un poco a él en un gesto afectuoso que me enterneció por completo—. Es lo que Ben hubiera querido, después de todo.

✧✧✧

Once wakandianos murieron en una confrontación entre los Vengadores y un grupo de mercenarios en Lagos Nigeria el mes pasado.

» Tradicionalmente aislados, los wakandianos asistían a una misión de socialización cuando ocurrió el ataque...

Apreté la botella de agua que llevaba entre las manos, con la vista fija en la pantalla del televisor del local del Señor Delmar. Mientras tanto, Riley comía su sándwich en silencio y, conociéndola, luchaba por esconder una sonrisa ante el delicioso sabor de aquel emparedado.

—¿Los Vengadores hicieron esto? —murmuré  a nadie en particular, ladeando la cabeza mientras el rey de Wakanda daba su opinión sobre el tema.

—Así parece, niños.

El señor Delmar soltó el pequeño trapo que estaba utilizando para limpiar el mostrador. Su marcado acento denotaba que seguramente provenía de algún lugar de América Latina. Mientras luchaba por averiguar cuál de todos sería su país natal, el hombre nos miraba a Peter y a mí.

—Pero son los Vengadores, se supone que ellos pelean las luchas que nosotros no podemos.

—Escucha, Peter, —Lo llamó el Señor Delmar—, Los Vengadores no siempre pueden hacer justicia por nosotros. Así como nos protegen muchas veces, también atraen problemas, muchacho; problemas innecesarios. —Cruzó sus manos sobre el mostrador y se inclinó más hacia nosotros, enseriando su expresión—. Tienen sus pros y sus contras, pero las cosas ya se están saliendo de control. Los Vengadores necesitan unas cuantas riendas o terminarán causando más daño que cualquier terrorista.

Antes de que Peter saliera a defender a los superhéroes con una espada y escudo imaginario en mano, otro titular en las noticias captó nuestra atención.

—En otras noticias, el famoso Hombre Araña ha hecho debuts cada vez más grandes en las redes sociales con sus increíbles habilidades. —Un vídeo de Peter deteniendo un auto que se acercaba a toda velocidad hacia un autobús ocupó la pantalla. Lo sentí tensarse a mi lado, por lo que, sin separar la vista de su figura trajeada, le di un pequeño golpe con mi pie por debajo del mostrador, tratando de que relajase sus facciones. A pesar de mis intentos por calmarlo, yo me vi tan alterada como él cuando, en el fondo de la filmación, una silueta encapuchada que reconocí como a mí misma arrojaba algunas llamas al aire—. Además, no solo ha sido el arácnido el responsable de salvar a los habitantes de Queens en múltiples ocasiones. Quien asumimos es su compañera, la misteriosa Chica Fuego, como decidimos bautizarla popularmente, ha estado rondando alrededor de nuestro héroe durante los últimos meses.

» Está claro que con los Vengadores sueltos en las calles podemos esperarnos todo tipo de actividad sobrenatural y nuevos héroes dispuestos a ayudarnos a disminuir la tasa del crimen, pero, ¿serán este par los verdaderos héroes o se convertirán en villanos? ¿Cuánto tardará para que se repitan los hechos ocurridos en Lagos Nigeria?

Delmar murmuró algo inteligible mientas negaba con la cabeza, dejándome aún más confundida. Estaba comenzando a entrar en pánico. Aunque no era la primera vez que Peter y yo encabezábamos las noticias, esta vez estábamos siendo vistos como una amenaza; como un blanco a eliminar, si es que en algún momento causábamos problemas.

Problemas, aquello que, últimamente, atraía con tanta facilidad.

—Esos dos van a terminar destruyendo a Queens —habló el señor Delmar. Clavé las uñas en las palmas de mis manos, tragándome cualquier reacción fuera de lo normal—. Incluso tal vez terminen acabando con este lugar, pero no puedo hacer nada.

Se encogió de hombros. Se dio la vuelta. Y fue a atender otro pedido.

Yo abrí la boca sin saber qué decir, buscando las palabras que me permitieran expresar mi temor.

Ya no era una única persona —la de las notas— quien me acechaba con amenazas, sino que ahora la prensa también comenzaba a hacerlo.

—Sigo estando del lado de los Vengadores.

Peter suspiró, aún perplejo. Ni siquiera le importó que el señor Delmar estuviese demasiado ocupado como para escucharle.

Solo buscó mi mano y la estrujó entre la suya. No le importó que la mía ya hubiese comenzado a calentarse por obra de la ansiedad, mezclando el sudor propio de los nervios con la influencia que tenían mis poderes sobre mi cuerpo.

Los Vengadores, poco a poco y en el transcurso de un único mes, habían comenzado a convertirse en algo similar a un grupo de criminales enmascarados según la opinión popular.

¿Qué sería entonces del Hombre Araña y la supuesta Chica Fuego?

—¿Qué nos espera, Parker?

El castaño tragó en seco. Depositó su sándwich sobre la pequeña bandeja, como si hubiera perdido el apetito de manera abrupta. Riley nos miró con confusión, ajena al embrollo que pasaba por nuestras cabezas, y yo no pude hacer más que contener las ganas de escapar corriendo del lugar.

Espero que nada malo.

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