࣪ ٬ 𝟬𝟳. locked in. ៹

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( CAPÍTULO SIETE !.˚₊ ✦ )
❝ encerrados 

Habían pasado un par de semanas desde que se anunciaron los campeones de los Tres Magos y Harry era objeto de burlas a sus espaldas a diestro y siniestro, incluso por parte de sus propios compañeros de Gryffindor. Amora odiaba oírlo y se volvía tedioso durante las clases, cuando la gente murmuraba palabras sobre Harry como mentiroso y farsante donde ella pudiera oírlas. Incluso los de Hufflepuff cuchicheaban en la seguridad de su sala común, convencidos de que Harry intentaba robarle la gloria a Cedric.

Amora bostezó mientras se sentaba a la mesa para desayunar, con los ojos todavía un poco pesados que le suplicaban que se inclinara y apoyara la cabeza en el roble para poder dormir unos quince minutos más. Leon le dio un codazo y se acercó para coger una salchicha de uno de los muchos platos que tenían delante.

—¿Vas a ir esta noche a la sesión de repaso del profesor Flitwick? —preguntó Leon, con la boca llena de lo que parecía bacon.

Amora hizo una pequeña mueca y tuvo que contenerse para no decirle que comiera con la boca cerrada, como haría su madre. En lugar de eso, la cansada muchacha miró el humeante cuenco de gachas que tenía ante ella y se encogió de hombros.

—No lo sé —admitió—. Creo que me va bien en Encantamientos y estoy hecha polvo. Probablemente quiera dormir en cuanto acabe la última clase.

—Me parece justo —Leon suspiró, observando cómo la chica se llevaba perezosamente la cuchara a la boca y comía—. Oye —siseó de repente.

—¿Qué? —murmuró Amora.

—No mires ahora, pero Harry te está mirando —Su mejor amigo sonrió de oreja a oreja, mofándose mientras le daba un codazo.

Amora sintió que se le calentaban las mejillas y sacudió la cabeza. Poco a poco, se estaba volviendo cada vez menos ajena, pero eso no detenía la incertidumbre y la autoconciencia en su interior. Tenía la ligera sospecha de que Harry podía estar un poco colado por ella, pero al mismo tiempo había conseguido convencerse de que era una ilusa y una engreída al pensar que alguien tan especial como Harry Potter podría llegar a quererla más que como una buena amiga.

—¿Y? —lo desestimó, vergonzosamente.

—Y, sólo digo, que como tu mejor amigo te doy mi permiso —Leon sonrió.

—Oh, necesito tu permiso, ¿verdad? —Amora levantó las cejas—. Déjalo, Leon. No quiero dañar la amistad entre Harry y yo. Porque es lo único que tenemos, y es lo único que quiero de él.

—No me digas que todavía fantaseas con Blaise Zabini —Leon gimió, sacudiendo la cabeza con vergüenza.

—¡No! —protestó Amora, cuya voz se oyó accidentalmente por el pasillo y provocó que algunas personas la miraran. Se sonrojó furiosamente y le lanzó una mirada a Leon—. No estoy coladita por él desde principios de tercer año.

Leon lo sabría si fuera el tipo de cosas de las que hablaban los dos mejores amigos, sin embargo, cuando se trataba de crushes y relaciones, Hermione era la chica de Amora. Los nuevos crushes no eran frecuentes, pero Amora rara vez dudaba en hablar sin parar de un chico guapo del curso superior o en chillar sobre los chicos ficticios de los libros que ambas leían. Y aunque Hermione aún no lo había admitido, Amora estaba segura de que estaba coladita por Ron, lo que a Amora le parecía totalmente adorable.

—Bien —El chico de ojos marrones frunció los labios y echó una mirada a la mesa de Slytherin—. Nunca salgas con un Slytherin, Amora. Todos acaban igual.

El rostro de Amora se contorsionó, transformándose en una expresión de disgusto en cuanto las palabras escaparon de los labios de su mejor amigo. Dejó caer la cuchara en el cuenco de gachas y le miró con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Qué clase de prejuicio sin sentido es ese? —La joven dejó escapar un suspiro—. El mismísimo Merlín fue un Slytherin, ya sabes.

—Es mejor prevenir que curar. Después de lo que pasó en la Copa de Quidditch no pienso pasarme por ninguna de sus casas estas Navidades. Sus padres probablemente me harán abra cadabra.

—¿Abra cadabra? —repitió Amora confundida, ladeando un poco la cabeza.

Leon suspiró como siempre hacía cuando ella no entendía alguna de sus referencias muggles. Sin embargo, como siempre, le explicó.

—Es sólo un juego de palabras. Los muggles fingen que es un hechizo cuando se disfrazan de magos y brujas para divertirse. Y suena como la maldición asesina.

Amora arrugó la nariz.

—Ya. Bueno, no creo que debas decir eso de los padres de la gente, Leon. Si se enteraran podrías meterte en un serio problema, ¿sabes?

—Sólo acordemos no estar de acuerdo. No son buenos, Amora.

Si hubiera tenido más energía, la castaña probablemente habría seguido contraatacando un poco más, pero en su lugar, la Hufflepuff se metió más gachas de avena en la boca y luego la mantuvo cerrada.

╰𓂃D.M + A.B𓏲ָ ╯

Amora durmió durante toda la cena esa noche. No era su intención, pero en cuanto llegó a su dormitorio después de un largo día de clase, se tumbó en la cama y se quedó completamente dormida con el uniforme del colegio, la corbata, la túnica y todo.

Nadie se había molestado en despertarla, así que cuando se despertó en una habitación vacía estaba desorientada y confusa, su cerebro no acababa de comprender qué hora era por alguna razón. Cuando cayó en la cuenta de que probablemente todo el mundo estaba abajo, en el Gran Comedor, Amora rezó para que su falda y su camisa no estuvieran demasiado arrugadas y se encaminó.

—Amora, cada vez estás peor y apenas llevamos dos semanas de clase —la regañó Susan.

—Sí, sí —la desestimó Amora grogui y se sentó en el banco entre Hannah y Leon.

Cedric estaba unos asientos frente a ella.

—¿Todo bien, Amora?

Ella le levantó los pulgares y Cedric volvió a hablar con sus amigos, dejándola estar. Amora no se molestó en poner comida en el plato, sino que cogió una manzana rosada. Le dio un mordisco y ya estaba aburrida, demasiado perezosa incluso para masticar.

—Llevas agotada todo el día, deberías volver a dormir —dijo Hannah preocupada—. ¿Estuviste leyendo otra vez toda la noche anterior?

Amora le dedicó una tímida sonrisa que lo decía todo. Susan puso los ojos en blanco mientras que Leon se limitaba a negar con la cabeza, divertido.

—Apuesto a que alguna maldita novela romántica —bromeó.

—De hecho, no —negó Amora con la cabeza—. Es la primera parte de una saga. Tampoco es una muggle. Trata de una bruja que...

Aburrido —murmuró Pansy Parkinson infantilmente mientras pasaba junto a la mesa de Hufflepuff.

Amora la ignoró.

—Una bruja que puede leer el futuro, y sabe que cosas malas van a pasar, pero no se lo puede decir a nadie. Es bastante interesante, en realidad.

—Quizá alguna vez lo pida prestado —Hannah sonrió para que Amora se sintiera mejor después del grosero comentario de Pansy.

—¡Por supuesto! —Amora asintió con entusiasmo—. De hecho, me lo recomendó Hermione. Es muy buena recomendando libros, deberías preguntarle alguna vez. Me dio una lista a principios de verano y ya llevo más de la mitad...

—Hablemos de algo más interesante —la cortó Susan—. Como Cedric siendo campeón del Torneo de los Tres Magos —dijo lo bastante alto como para que la oyeran su primo y los otros estudiantes mayores.

Un pequeño revuelo de silbidos y aplausos resonó en la mesa de Hufflepuff. Amora sonrió a Cedric, que simultáneamente daba las gracias a todo el mundo y se los quitaba de encima. No le gustaba ser el centro de atención; su primo siempre había sido tan humilde y honesto. Un verdadero Hufflepuff.

—Gracias, chicos —murmuró él—. Estoy emocionado, estoy emocionado.

—¿Crees que ganarás? —presionó Susan.

—Suenas como Rita Skeeter —bromeó Cedric y, naturalmente, todos rieron con él—. Puede ser. Eso espero. Aunque si no, quiero que gane Potter.

Amora escuchó, dándole pequeños mordiscos a su manzana mientras pensaba en ello. Ella probablemente apoyaría a los de su sangre, pero al mismo tiempo, Harry era uno de sus mejores amigos y ahora mismo la mayoría de la gente estaba en su contra. No le vendría mal tener una amiga como Amora en su corte.

╰𓂃D.M + A.B𓏲ָ ╯

Esa misma noche, en la sala común de Hufflepuff, Amora estaba sentada en el sillón con su libro entre las manos, apreciando el calor de la chimenea. Era dorada como el resto de la sala, situada en la pared izquierda de la habitación con unos cuantos sofás y asientos rodeándola. Había algunas otras personas levantadas, entre ellas un grupo de alumnos de primero que jugaban ruidosamente a una especie de juego de mesa en un rincón.

Sus ojos pasaban rápidamente por cada línea de palabras, los engranajes de su cerebro se retorcían y giraban para asimilar toda la información que recibía. Estaba en el último capítulo y hasta el momento no se habían resuelto muchas cosas para el personaje principal, pero Amora estaba desesperada por tener algún tipo de final satisfactorio. Uno que sabía que no llegaría cuando sólo quedaban tres páginas.

—No —exclamó la castaña, incorporándose una vez que leyó la última línea y se encontró con un cliffanger. Exclamó la morena, incorporándose una vez que leyó la última línea y se encontró con un cliffhanger—. ¿Qué...? —Tuvo que contenerse para no tirar el libro al suelo—. ¿Qué en nombre de Merlín?

Kathy Redsoft levantó la vista de sus deberes de Encantamientos.

—¿Qué pasa, Amora? —preguntó ella en voz baja.

—He terminado mi libro —Amora trató de volver a ponerse la túnica, que había tirado por encima del respaldar del sillón—. Necesito ir a por el siguiente.

—Nunca pensé que tendría que decir esto, pero lees demasiado, Amora —Kathy sacudió la cabeza—. Si pasaras la mitad de tiempo estudiando que leyendo, tal vez sacarías un Extraordinario en Herbología.

Amora se burló al recordar su falta de habilidad en la asignatura de la profesora Sprout. A estas alturas, era su peor clase y sólo le auguraban un Aceptable en sus T.I.M.O.S del próximo año. Kathy había sido su compañera el año pasado y no paraba de poner los ojos en blanco cuando Amora metía la pata.

—Claro, claro —Amora desestimó sus palabras con un gesto de la mano, cogió su libro y se dirigió hacia la salida de la sala común.

—¡Amora! —volvió a llamar Kathy, para su disgusto—. ¿No olvidas que la biblioteca cierra a las ocho? ¡Tienes quince minutos!

Por desgracia, Kathy tenía razón y Amora había olvidado por completo las normas de Hogwarts. Maldijo en voz baja pero prometió a su compañera que volvería a tiempo, echando a correr en cuanto salió de la sala.

La gente empezaba a regresar a sus salas comunes y dormitorios, a medida que el toque de queda se acercaba lenta pero inexorablemente, y Amora se las arregló para enviar una sonrisa en dirección a todos los que se cruzaba.

Afortunadamente, la biblioteca no estaba lejos de la sala común de Hufflepuff, pero tuvo que subir al primer piso, donde los estudiantes estaban aún más dispersos. Amora llegó a las puertas de la biblioteca, haciendo una mueca cuando vio a Madame Pince, la bibliotecaria, de pie en dirección a la salida, regañando a un grupo de Slytherins. Amora se dio cuenta de que se trataba de Crabbe, Goyle y Blaise.

Consiguió escabullirse mientras la bibliotecaria estaba distraída y se dirigió a la sección de ficción, que era mucho más pequeña que otras de la biblioteca. Le dolían los ojos al recorrer las coloridas cubiertas de los libros, buscando el segundo de la saga a la que se había vuelto adicta. Amora culpaba a Hermione y a su impecable gusto por los libros de ficción.

Debieron de pasar varios minutos hasta que Amora oyó el ruido de las llaves de Madame Pince. Sus ojos se abrieron de par en par cuando por fin se posaron en el libro en cuestión, pero estaba justo en lo alto de la estantería. El corazón de Amora empezó a latir con fuerza y sacó la varita.

—Accio libro —siseó, viendo cómo el libro bajaba flotando hasta sus manos.

Sonrió y empezó a correr hacia las puertas cuando oyó un fuerte estruendo, seguido de una serie de cerrojos. A Amora casi se le sale el corazón del pecho, su cara se contrajo de incredulidad.

¿Seguramente Madame Pince no habría cerrado la biblioteca antes de comprobar si había estudiantes dentro? Aunque, suponía que se había colado en el último minuto... ¡pero aún así!

La muchacha de ojos marrones corrió hacia las puertas de la biblioteca y empezó a aporrearlas, sólo para encontrarse con el silencio al otro lado. Se maldijo a sí misma por pensar que necesitaba tanto el estúpido libro y lo dejó a sus pies para intentar abrir la cerradura con las dos manos. Al no conseguirlo, levantó la varita.

—Alohomora —habló, con la voz temblorosa por la ansiedad.

Para su consternación, nada se movió. Empezó a aporrear otra vez la puerta, desesperada por que alguien viniera a dejarla salir. Aunque le encantaba la biblioteca, no quería quedarse encerrada aquí toda la noche. Y menos sola y casi a oscuras.

Amora oyó pasos detrás de ella, lo que la hizo gritar un poco. Una mano le tapó la boca y sus ojos se abrieron de par en par al mirar unos familiares ojos plateados, sus latidos se calmaron. Draco Malfoy estaba frente a ella con un ligero ceño fruncido escrito en su pálido rostro.

—¿Por qué demonios estás gritando? —refunfuñó.

Su cabello helado estaba un poco desordenado y tenía la piel ligeramente rosada por un lado, lo que llevó a Amora a la conclusión de que se las había arreglado para quedarse dormido en un pupitre y, de algún modo, Madame Pince no había reparado en él. Los ojos de Draco se desviaron mientras apartaba la mano de los labios de Amora. Ella no necesitó abrir la boca para hacerle saber por qué gritaba, él solo lo había resuelto.

—¿Estamos... encerrados? —se atrevió a preguntar Draco.

—Eso parece —exhaló Amora, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Los labios de Draco se curvaron.

—¡Pero qué broma! Hogwarts es el peor colegio de la Tierra, es oficial. Cuando mi padre se entere de esto, no pasará mucho tiempo hasta que Dumbledore...

—Oh, por favor, cállate, Draco —resopló Amora—. A menos que conozcas algún hechizo que nos saque de aquí, nos quedaremos aquí atrapados toda la noche y, sinceramente, no tengo ganas de escucharte despotricar una y otra vez sobre lo mucho que odias todo.

El chico rubio le dirigió una mirada despectiva, pero Amora se apartó rápidamente de él y cogió el libro que había venido a buscar, dirigiéndose a sentarse en una de las mesas cercanas. Podía oír a Draco escupir todos los hechizos que se le ocurrían desde la puerta, y cada vez que uno fallaba se enfadaba más y más. Al final, después de unos cuarenta y cinco minutos, se rindió y se desplomó con la espalda apoyada contra la puerta.

—Perderemos puntos para nuestras respectivas casas por esto, ya sabes —resopló Draco—. Y Dumbledore probablemente doblará los míos. Todo el mundo sabe que ese viejo imbécil odia más a Slytherin.

Amora suspiró, sintiéndose realmente mal por él durante una fracción de segundo, aunque estaba segura de que no le quitaría más puntos a Draco de los que le quitaría a ella. Temía que Madame Pince abriera las puertas mañana por la mañana y los sermones que probablemente ambos recibirían de su director.

Su atención volvió a centrarse en su libro durante unos minutos y, lentamente, pasó otra media hora, pero Draco aún no se había movido de su sitio junto a las puertas. La estaba mirando cuando ella se giró hacia él, pero en cuanto la plata se cruzó con el cobre, apartó la mirada y frunció el ceño. Amora tragó saliva y cerró su libro, doblando la página por la esquina, ya que no llevaba marcapáginas.

Contempló sus siguientes acciones pero terminó poniéndose de pie de todos modos, caminando hacia donde estaba sentado Draco. Se sentó frente a él, con la espalda apoyada en unos estantes de libros. Draco la miró, con el labio superior ligeramente curvado mientras la observaba de arriba abajo. Amora casi se sintió insegura, pero no dejó que Draco la afectara... era sólo Draco siendo Draco.

—¿Cómo has acabado aquí? —le preguntó.

—Me quedé dormido, evidentemente —murmuró Draco—. Y mis amigos obviamente no fueron lo bastante decentes como para despertarme. Sus bromas nunca han tenido gracia.

Amora supuso que le habían dicho a Madame Pince que eran los últimos en entrar para meter a Draco en problemas por echarse unas risas, cosa que a ella tampoco le gustaría que le hicieran sus amigos. Sus ojos se mostraron comprensivos al verlo juguetear con los extremos de la túnica en su regazo, con el ceño fruncido.

—Te saldrán arrugas si sigues frunciendo el ceño de esa manera —dijo Amora en voz baja, haciendo que sus ojos juzgadores se clavaran de nuevo en ella—. No lo digo de forma ofensiva, aunque probablemente deberías relajar la cara. ¿Sabías que se necesitan más músculos para fruncir el ceño que para sonreír...?

—No recuerdo haberte preguntado, traidora a la sangre —espetó Draco, haciéndola callar de inmediato.

Su rostro cabizbajo casi hizo que Draco soltara una disculpa, pero selló los labios y apartó la mirada. No a mucha gente le gustaba enfadar, o hacer sentir mal, a los Hufflepuffs más amables, y aunque el chico Malfoy los consideraba la casa más débil e inútil, tenía que admitir que había algo en hacer que uno dejara de sonreír o reír que no le sentaba nada bien. Prefería mucho más burlarse de los Gryffindors; jamás se sintió culpable por ello en absoluto.

—Es difícil sentir alguna compasión por ti cuando haces comentarios estúpidos como ése —dijo Amora.

La nariz de Draco se arrugó.

—¡No quiero tu compasión!

La castaña decidió dejarle solo después de eso. Se puso en pie y se dirigió hacia la mesa en la que había estado sentada antes. En realidad no estaba tan cansada teniendo en cuenta la siesta que se había echado después de las clases, y supuso que Draco tampoco, ya que hacía una hora que se había despertado literalmente de una. Apoyó la barbilla en la mano y pasó los dedos por la portada del libro.

Iba a ser una noche larga.


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