𝟎𝟎|𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐎

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El viento azotaba con fuerza los árboles, la capa de hielo avanzaba a pasos agigantados cubriendo de color blanco los vivos colores de la primavera. Aquel era un indicio de que Narnia no era segura. La princesa Letizia, hija del gran león, y su acompañante se abrían paso por el bosque, cargando a una pequeña bebé en sus brazos. Los aullidos de los lobos se oían cerca, estaban a punto de encontrarlos.

Cuando la princesa Letizia creyó que no tendrían escapatoria, su acompañante divisó a lo lejos un antiguo farol que se había encendido años atrás de manera mágica. Dando a entender que aquel era el punto de unión de dos mundos. El suyo y el de los humanos. Letizia se detuvo en el farol, llamando la atención de su acompañante. La princesa solo lo miró y luego vio a su pequeña hija con lágrimas en los ojos.

— Volverás a casa, mi amada hija. Y cuando lo hagas serás una mujer. Viviremos separadas por dos mundos diferentes, pero eso no significa que estarás sola. Sebastian cuidara de tí. Tú eres la esperanza que nuestro pueblo necesita. Tú eres la legítima reina de Narnia — dijo la princesa con tristeza — y cuando llegue el momento mi padre y tú volverán a encontrarse.

Letizia le entregó su bebé a Sebastian, quién luego de cargarla comenzó a caminar en dirección opuesta a la princesa.

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Alissa Romanov despertó exaltada tras aquel extraño sueño, el cual era recurrente desde que tenía cinco años. El sonido de las bombas al caer llamó su atención, tanto Susan como su madre corrían de un lado a otro en el interior de la casa. Dando a entender a la joven, que aquel lugar ya no era seguro.

Rápidamente se puso de pie, dejando las cálidas cobijas de su cama, para poder ir al cuarto de Lucy, la más pequeña de los hermanos Pevensie. La pobre niña estaba asustada y cubriendo sus oídos con sus manos, y al ver a Alissa entrar en su habitación se calmó por unos segundos.

Ya todos estaban fuera de la casa corriendo hacia el refugio, cuando Edmund Pevensie corrió de regreso. La señora Pevensie gritó el nombre de sus dos hijos, ya que el mayor de ellos, Peter, había ido tras su hermano para sacarlo de ahí. Una de las bombas había caído muy cerca de la casa, lo cual preocupó aún más a las cuatro mujeres que aguardaban el regreso de los muchachos.

— ¿¡En qué estabas pensando!? ¡Casi nos matan! — regañó Peter a su hermano menor una vez que entraron sanos y salvos al refugio — ¡Eres un egoísta!

— ¡Peter ya basta! — gritó su madre, quien se encontraba abrazando a Edmund, el cual tenía en sus manos una fotografía de su padre.

— ¿Por qué nunca haces lo que te dicen? — le preguntó Peter a su hermano con frustración.

Si había algo que Alissa Romanov y los Pevensie tenían en común, era el hecho de que sus padres estaban peleando en la guerra. Así que la joven entendía el por qué Edmund quiso volver a buscar aquella fotografía. Y si ella hubiese tenido consigo una de su padre, seguramente habría hecho exactamente lo mismo.

— Intenten descansar — habló la señora Pevensie llamando la atención de todos — mañana mismo irán a casa de mi antiguo profesor.

Ellos asintieron en silencio, y entonces Alissa Romanov se acomodó en el suelo para después cerrar sus ojos e intentar dormir.

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