𝟎𝟏|𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐎𝐅𝐄𝐒𝐎𝐑

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Al día siguiente, Alissa Romanov y los Pevensie se encontraban en la estación de trenes, listos para emprender su viaje hacia la casa del profesor. La señora Pevensie les había ayudado a casa uno con las etiquetas que les entregaron después de haber comprado los boletos.

— Papá jamás nos obligaría a irnos — comentó Edmund Pevensie después de haber leído un cartel.

— Si el estuviera aquí no tendríamos que irnos porque ya no habría guerra — dijo Peter con cierto tono de molestia mirando a su hermano menor.

— Debes escuchar a tu hermano ¿Está bien Edmund? — dijo la señora Pevensie a su hijo para después ponerse de pie y despedirse de él.

Alissa Romanov pudo notar el rechazo de Edmund hacia su madre, por lo que lo golpeó levemente en el brazo y le dirigió una mirada de desaprobación por lo que había hecho.

La señora Pevensie, después de haberse despedido de todos sus hijos, volteó a ver a Alissa, a quien consideraba como una más de sus hijas. Ambas se abrazaron, y la joven Romanov no pudo contener un par de lágrimas que corrieron por sus mejillas.

— Es hora — dijo la señora Pevensie tras haber escuchado el anuncio de que el tren estaba por partir — ya váyanse.

Los cinco comenzaron a abrirse paso entre la multitud para poder llegar al tren. Susan le quitó los boletos a Peter, quién parecía estar muy distraído, para poder dárselos a la persona encargada de verificar que todo estuviera en orden. Posteriormente, todos subieron al tren para poder buscar sus lugares.

El tren había comenzado a andar, Susan y Lucy se asomaron a la ventana al igual que Peter y Edmund para así poder despedirse una vez más de su madre. Alissa en cambio, solo tomó asiento y comenzó a leer uno de los libros que había sacado de su maleta.

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El viaje hacia la casa del profesor era mucho más largo del que los cinco jóvenes habían imaginado. El tren se había detenido al menos seis veces antes de llegar a la estación en la que ellos debían bajar. Y en cuanto llegaron, no había nadie esperándolos.

— El profesor sabía que vendríamos — comentó Susan para tranquilizar a sus hermanos, quienes creían que los habían olvidado.

— O tal vez nos pusieron las etiquetas mal — dijo Edmund leyendo la suya.

De pronto, una carreta de detuvo frente a ellos. Una mujer de semblante serio los miraba a casa uno de ellos y sus maletas.

— ¿Señora McCready? — preguntó Peter a la mujer.

— Si, eso parece — contestó aquella mujer mirando al chico — ¿Eso es todo? ¿Y sus pertenencias?

— No las traemos — contestó Alissa — esto es todo.

— Aprecio el favor.

Una vez que los cinco chicos subieron a la carreta, la señora McCready emprendió el viaje hacia la casa del profesor Kirke. Alissa Romanov observaba con atención cada uno de los paisajes que se presentaban a su alrededor, mientras que los Pevensie se miraban entre sí con lamento por el hecho de haber tenido que abandonar su hogar y a su madre.

Transcurrió al menos media hora de viaje desde la estación hasta aquella enorme mansion. Todos contemplaban con asombro el interior de aquella casa, mientras seguían a la señora McCready a través de las escaleras.

— El profesor Kirke no está acostumbrado a recibir niños en su casa. Por lo tanto, hay unas cuantas reglas que deben seguir — dijo McCready volteando a ver a los cinco — la primera es no gritar, ni correr. No pueden usar el montaplatos ¡No toque ninguno de esos objetos! — exclamó al ver que a Susan le había llamado mucho la atención una estatua — y sobre todo, está prohibido molestar al profesor.

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Aquella era una noche lluviosa. Peter y Edmund se encontraban en la habitación que Alissa y sus hermanas compartían. La radio sonaba, se podía escuchar con claridad lo que el locutor decía acerca de la guerra. Así que Alissa decidió apagarla. No solo por que tuviese miedo de escuchar el nombre de su padre como uno de los pobres desafortunados que perdieron la vida, sino por qué no quería que Lucy escuchase eso antes de dormir.

— Las sabanas están húmedas — murmuró la pequeña Lucy sentada en su cama mirando a sus hermanos.

— Esto no es para siempre, Lu — le aseguró Peter a su pequeña hermana — ya lo verás.

— Volveremos a casa — agregó Susan.

— Si, si es que aún existe — comentó Edmund entrando a la habitación, ya con su pijama puesto.

— Ya vete a dormir, Edmund — dijo Alissa mirando al chico.

— Claro mamá — contestó Edmund con sarcasmo ganándose un regaño por parte de Peter.

— Ya verás mañana, es muy grande este lugar — dijo Peter mirando a su pequeña hermana — haremos lo que queramos aquí.

— Será fantástico — dijo Alissa sentándose junto a Lucy — lo prometo.

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