25 | the tornado

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𝕮apítulo 𝐕einticinco
El Tornado

—¡PADRE BLACKWOOD! —grita Ambrose mientras él, Selene y Nick irrumpen en la Iglesia de la Noche un par de horas después. Al principio, el trío había ido a casa de los Spellman para consultar a Zelda, pero tanto Zelda como Sabrina se habían ido. Hilda le dijo al trío que Faustus había convocado una reunión en la Iglesia de la Noche— No es la ira del Señor Oscuro la que viene a por nosotros, son... las Trece de Greendale. Nos las encontramos en el bosque. Estaban practicando un ritual, de invocación. Se metieron en nuestra mente. Nos embrujaron. Sólo estamos vivos porque querían que os diéramos un mensaje.

—¿Qué mensaje? —exige Faustus con severidad— Escúpelo.

Nick y Ambrose se vuelven hacia Selene, que se toca con cuidado el cuello magullado.

—Una de las brujas me dijo que las Trece de Greendale han vuelto para sembrar la muerte en Greendale. Anoche regresaron al plano mortal para invocar al Ángel Rojo de la Muerte. Esta noche, a la hora de las brujas, cabalgará.

—Las Trece derribarán las puertas de la ciudad por él, y cuando llegue, los primogénitos de Greendale, tanto mortales como brujos, perecerán —exclama Nick, sin aliento por toda la carrera que el trío acababa de hacer. Todos en el aquelarre comienzan a cuchichear temerosos, preguntándose qué van a hacer esta noche.

—¡Silencio! ¡Silencio! —grita Faustus, logrando callar al aquelarre— Habéis hecho bien avisándonos, pero si nos enfrentamos a la ira de las Trece y su mensajero de la Muerte Carmesí, yo, vuestro Sumo Sacerdote, os protegeré.

—¿Protegernos cómo? —pregunta una bruja llamada Quinn con la voz entrecortada.

—El aquelarre se reunirá bajo el techo de la Academia —responde Faustus con firmeza— Fortalecidos, protegidos por nuestra magia combinada impenetrable, permaneceremos todos juntos hasta que el caballero rojo sangre se vaya de Greendale.

Selene y Sabrina no pueden evitar preguntarse por la seguridad de los mortales, pero es Sabrina quien habla.

—¿Y qué pasa con los mortales? ¿Con la gente de Greendale?

Faustus pone los ojos en blanco, se gira y camina hacia el podio.

—Que corran con su Falso Dios y rechinen los dientes y gimoteen, o lo que sea que hagan. Hermanos, entrad en la Academia antes de medianoche. U os enfrentaréis a las Trece y a su ángel vengador solos.

Una vez que Faustus los despide, Selene y los Spellman caminan de regreso a la casa de los Spellman. Una vez allí, el grupo se sienta a la mesa para hablar de lo que van a hacer esta noche.

—No lo entiendo. ¿Por qué están las Trece de Greendale enfadadas con nosotros? —pregunta Sabrina, desconcertada por lo que los brujos podrían haber hecho para provocar a las Trece de Greendale.

—Lo que pasó con las Trece de Greendale fue atroz —Zelda suspira, fumándose un cigarrillo para intentar calmar los nervios—, el peor capítulo de la historia de la Iglesia de la Noche, pero no podemos ignorarlo. Tras los juicios de Salem, los brujos de esta parte del país estaban aterrados.

—La cosa se empezó a liar en Greendale, y la gente, los mortales, identificaban y detenían brujos, incluidas las Trece originales —añade Hilda sombríamente—. Y cuando las encerraron, los demás brujos se reunieron y decidieron... que las Trecen fueran sacrificadas, y calmar la sed de sangre de los mortales.

—Mientras se torturaba y ahorcaba a esas trece mujeres, los demás brujos quemaron sus muñecos y enterraron sus calderos —termina Zelda.

—Cabezas de turco, para aplacar la histeria en torno a los brujos —comenta Ambrose mientras Selene se frota la frente con cansancio, oyendo las voces que gritan en su cabeza.

«Salva a los mortales. Sálvalos».

—El aquelarre debería haber salvado a las Trece, pero fueron unos cobardes —comenta Selene, haciendo contacto visual con Ambrose—. Quiero ser mejor que ellos, así que no pienso abandonar a mis amigos mortales esta noche.

—Yo tampoco —coincide Sabrina, volviéndose hacia Zelda—. Y antes de que intentes detenernos, tía Zel─

—Al contrario, creo que deberíamos quedarnos y proteger la ciudad —la corta Zelda.

—¿En serio? —pregunta Hilda, mirándola con los ojos de par en par.

—Eso no me lo esperaba —admite Ambrose, tomando con cautela la mano de Selene.

—¿Y por qué no? —pregunta Zelda— A las Trece de Greendale se las sacrificó para que la comunidad sobreviviera. Pero no tenemos por qué volver a cometer el mismo error. Somos Spellman, y puede que Selene no comparta el mismo apellido, pero es una de nosotros. Nos mantenemos firmes con dignidad. Y hacemos lo correcto. Lo que hizo siempre tu padre, Sabrina. Los mortales pueden ser débiles, pero no se merecen ese horrible final. Unas brujas han sembrado la destrucción. Y deben evitarla otros brujos.

—De acuerdo, ¿y cómo vamos a protegerlos? —Ambrose levanta una ceja preocupado— No podemos estar en todas partes a la vez. No podemos proteger toda la ciudad.

—Podemos si conseguimos reunir a todo el mundo en un mismo lugar —Selene esboza una sonrisa, formando un plan en su cabeza—. En primero, tuve que escribir una redacción sobre los tornados. Mientras investigaba sobre ellos, descubrí que en caso de que ocurriera uno, todo el mundo se refugiaría en el sótano del instituto Baxter.

—Una idea genial, Selene. —A Sabrina se le ilumina la cara— Sólo nos falta un tornado.

—Eso está tirado —dice Ambrose se ríe y guiña un ojo, llevándose un terrón de azúcar a la boca antes de dirigirse a su habitación para recoger suministros.

Diez minutos más tarde, Ambrose coloca un mapa en la mesa del comedor y Selene pone un cuenco de agua en el centro. Entonces, Zelda abre su tarro que está hechizado para provocar un tornado.

Bóreas, Viento del Norte, yo te invoco.

Hilda abre entonces su propio tarro.

Euro, Viento del Este, yo te invoco.

Sabrina entonces abre su tarro.

Noto, Viento del Sur, yo te invoco.

Y finalmente, Selene y Ambrose abren el suyo, recitando al unísono.

Céfiro, Viento del Oeste, nosotros te invocamos.

En cuanto Selene y Ambrose abren la tapa de su tarro, el cuenco lleno de agua en el centro del mapa de Greendale empieza a temblar. Sabrina mira a todos con aire interrogante.

—¿Ha funcionado? ¿Cómo lo sabremos?

—Ya lo sabremos —Selene se encoge de hombros mientras el viento empieza a arreciar en el exterior. Y en cuestión de minutos, las sirenas de tornado de la ciudad comienzan a sonar.

Todos dejan sus jarras sobre la mesa y Zelda se lleva una mano al corazón.

—Satán quiera que los mortales reaccionen.


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