Especial de Chris {Washington D.C.}

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

-ˋˏ ༻❁༺ ˎˊ-
Perdón


Olive observaba las noticias, anonadada e impactada ante los sucesos que habían sido grabados en Washington DC y ahora llenaban las noticias. Quizá porque el tiroteo que se emitía había sido tan solo hace veinte minutos y nadie sabía  muy bien que era aquello, por qué había pasado, y quiénes eran los responsables.

— Este suceso está aún en investigación — terminó la presentadora, volviendo a poner el vídeo del momento.

No se veía algo más que el gran helicóptero disparando a una terraza de un restaurante y las reacciones de la gente que allí se encontraba comiendo o en la calle.

— ¿Por qué un helicóptero atacaría a civiles? Justamente ahí... — se preguntó la azabache escudriñando la pantalla en busca de pistas.

La imagen cambió rápidamente, pues el casual dron que volaba por allí fue alcanzado por una bala. Lo siguiente eran grabaciones que estaban por internet, de la gente que estaba cerca del restaurante, viendo las ambulancias.

Los ojos de Olive se volvieron brillantes por un momento al ver una cabellera rizada pasar por la pantalla, una cabellera que conocía demasiado bien.

Se acercó a la pantalla, y al observar como dejaban a la mujer morena en una camilla pudo confirmar sus sospechas.

— ¡Christine Letchs yo te mato! — exclamó alejándose de la televisión, que empezó a agrietarse y tomó su teléfono.

Marcó rápidamente el teléfono de la de ojos avellana y lo colocó en su oreja.

— Contéstame Christine... Por lo que más quieras cógeme el teléfono... — pidió con la ira en sus venas, paseándose de un lado para otro.

Su querida amiga llevaba dos semanas y poco por Washington D.C. dándole algunas largas a lo que hacía, no sabía exactamente por qué pero podía imaginárselo a medias, y no le gustaba su idea.
Saltó el contestador.

— Christine Letchs... ¡¿por qué estás en una ambulancia en la tele?! — exclamó al teléfono — ¡Qué clase de cosas son los asuntos nada peligrosos que me dices eh! — la reclama — ¡Porque un puto helicóptero no parece nada peligroso! — ironiza — ¡sobretodo si te está acribillando con una ametralladora!

Los botes de cristal y algunas de las cosas de la casa comenzaron a temblar por la preocupación y rabia de la ojiazul.

— Como te mueras y me dejes aquí sola en esta mierda de piso busco tu cadáver para revivirte y que veas cómo quemo tu bendito portátil — amenaza a la rizada, con una preocupación latente en su pecho. — Más te vale volver sin un solo y maldito rasguño, y que te haya dado un bajón de azúcar en el peor momento — advirtió.

Sus ojos brillaron latentes y un vaso que estaba en la mesa se rompió, Olive lo miró, rodó los ojos, ella no iba a limpiarlo.

— Como tengas una mínima rozadura cuando vuelvas, que ya puedes estar volviendo pronto, prepara a tu amiguita Edwards — avisó, sin recordar el nombre — porque la mato, yo voy a Washington y la agarro de los.... ¡A tomar por culo! — colgó el teléfono, determinada y decidida, dejando el mensaje en el contestador.

Agarra el casco, toma las llaves y sale con un portazo de su piso. Llega a la calle y va hacia su moto, pone las llaves e intenta arrancar.

— No me jodas... — escupió molesta — yo maldigo a la fuerza cósmica que te protege de mi ira Christine, maldita sea — dió un pisotón y volvió de nuevo al edificio.




|Algunas horas después, en Washington |




Chris poco a poco iba recuperando la consciencia, pues en pleno viaje al hospital el cansancio, la fatiga y la falta de sangre le había ganado en la batalla, arrastrándola a la inconsciencia lentamente.      Mientras salía de ese mundo de sombras y calma que la había envuelto en la ambulancia, camino a recibir ayuda médica, Chris soltó un largo suspiro.    Recordar el que irían a un hospital la hizo salir bruscamente de su somnoliencia y mirar hacia todas partes con horror y preocupación, pero solo se topó con un cuarto como cualquier otro, bastante neutro, de colores grises, pasteles, y blancos.

¿Dónde estaba?

Intentó levantarse, inquieta porque todo lo que había a su alrededor era completamente desconocido para ella, pero en cuanto hizo el mínimo esfuerzo por incorporarse, una fuertísima punzada en el vientre la detuvo en seco y le sacó un siseo de dolor.  Miró hacia su estómago, recordando el balazo que había recibido de parte del piloto de aquel helicóptero asesino. Notó que tenía una pijama... Algo infantil, como el de una adolescente, y al alzarse la blusa un poco, vio unas pulcras vendas blancas rodeando su torso, cubriendo incluso su ombligo.

—No, no, no   —susurra angustida, buscando un aparato que pueda hackear, que pueda informarle, que pueda ayudarle a no sentirse tan perdida y desamparada como se sentía en ése momento— Tengo que escapar antes de que vengan a por mi —musitó.

   
 —Nadie viene por ti —dijo una voz en su cabeza, muy, muy joven, aguda, tal vez un niño—, y no es buena idea intentar escapar estando herida.    Además, estás a salvo —.

—¿Qué?  ¿Quién... Dónde...? —balbucea, mirando para todas partes, sin ver absolutamente nada. ¿Invisibilidad...? No, aquello no tenía sentido.   La mujer tragó saliva, sintiendo como le empezaba a faltar el aire; la última vez que se quedó encerrada en una habitación tan vacía como esa, no le ocurrieron cosas buenas—   Quiero salir de aquí  —susurró, observando el techo de ese cuarto de colores pasteles y neutros.

   
—No te asustes —pidió el niño, casi angustiado— estas segura —afirma, volviendo a sonar en su cabeza, ahora con un gentil tono preocupado—.  ¿Tú... Te sientes sola? ¿Quieres que salga? —.

Letchs volvió a mirar todo el cuarto, pero no localizó a ningún niño en él.  Se tocó las orejas, intentado descubrir si tenía un comunicador, pero no, realmente había una voz en su cabeza.  Una tierna y gentil que le hablaba, preocupado por su estado, o la falta de sangre y el disparo la habían vuelto jodidamente loca.

—Si, por favor —pidió en voz alta, sintiéndose algo ridícula por hablarle a la nada—  ¿Dónde están mis amigos?   —preguntó, dudosa ante esa voz que no conocía, de la que incluso dudaba de su real existencia.

Un ruido bajo la cama sobresaltó a Chris, que no tardó en coger las cobijas entre sus manos a falta de mejor opción, nerviosa. La hacker miró al suelo de al lado de la cama, algo asustada,  y vio a un niño de largo cabello negro salir de debajo de esta, lento, cauteloso, como si andase a ciegas. Luego, el niño se levantó, limpiando sus rodillas con ligeras palmadas, y le dio la cara a Chris. Llevaba los ojos cerrados, y las pobladas cejas negruzcas fruncidas, creando una arruga entre sus atractivas cejas.

—¿Hola?  —soltó a voz viva, dudoso— ¿Te veo?

—Ehh  —La hacker observa al niño, curiosa— Hola, si no abres las ojos, no puedes verme —dijo, extrañada de que el niño hubiera salido de debajo de la cama, y de que le preguntara eso estando él con los ojos cerrados voluntariamente.

El niño sacudió la cabeza fervientemente.

—No puedo abrir los ojos —.

—¿Por qué?  —se removió, incómoda con la presencia del niño desconocido.

—Porque no quiero que me odies — soltó, a tono susurrado, algo avergonzado y tímido por su confesión. El niño empezó a jugar con sus manos, dirigiendo su cabeza en su dirección de tal forma que, de abrir los ojos, sólo podía ver los garabatos dibujados en el aire y el enrede sin futuro que hacía con los dedos.

Chris se compadeció un poco del niño. Corazón de pollo ¿recuerdan? E hizo un esfuerzo enorme por minimizar la letalidad de la situación, diciéndose que sólo estaba siendo excesivamente paranoica y aquello era un panorama habitual, extraño para ella, pero habitual.  Sus pensamientos relajados lograron afectar sus humores, volviéndola más dócil y amable.

—¿Por qué iba a odiarte?  —curiosea, con un ligero tono de burla, buscando relajar al chico y hacer que se desentendiera de pensamientos que ella consideraba más que absurdos.   El niño rascó su nariz y luego acomodó parte de sus numerosos mechones negros y largos tras su oreja izquierda.

—Porque soy raro. Muy raro. Y todos odian lo raro — a Chris se le partió el corazón al oírlo, con aquel tono decaído que le confirmaba experiencias tras sus palabras— Mi antigua vecina dice que soy hijo del demonio —se rasca la frente y encoge los hombros, algo incómodo por sus propias declaraciones.

—Todos mis amigos son raros —soltó, buscando regalarle confort al niño— yo soy rara —extiende su mano hasta agarrar suavemente la del niño—  No es algo malo —.

El niño se sonrojó, algo inquieto, indeciso. Quería confiar en la chica que su madre le había pedido atender por si se despertaba para que no fuera a cometer ninguna locura, pero tenía miedo.  Las otras veces que confío en palabras similares, que decidió mostrar sus ojos a otras personas fuera de la familia, no había resultado para nada bien, y su familia tuvo que mudarse casi a la semana por el gigantesco y agresivo acoso que recibían injustificadamente.

—Te vas a asustar —insistió.

—Hoy me he asustado mucho, tú no vas a darme miedo, te lo aseguro —habla comprensiva, genuina.  Chris había pasado demasiadas cosas en su vida, y algunas tan horribles que no podría aguantar de nuevo, poco podía llegar a asustarle—.    Bueno —notó de pronto, reflexiva— no sé cuanto llevo dormida en realidad —.

—Seis horas y diecisiete minutos —soltó rápido, luego se volvió a sonrojar con intensidad por su impulso, lo cuál era muy visible por su piel pálida— Es que mi mamá me pidió que estuviera pendiente, por si te despertabas asustada, para que no se te abriera la herida con movimientos bruscos —señaló a cualquier lado—   No te estuve observando como un acosador todo el rato —sacudió la cabeza fervientemente, luego empezó a asentir mucho— o bueno, tal vez sí, es sólo que quiero ser doctor de grande y tú eres mi primera paciente  — Arruga un ojo—  O algo así —.

Chris soltó una risita, pequeña y suave, enternecida por la verborrea del niño.

—Ay, que mono eres.  Gracias por cuidarme —.

  
El niño sonrió, orgulloso y halagado por las palabras de Chris.   El fuerte entusiasmo le hizo olvidar todo lo demás, siendo demasiado efusivo, y por puro impulso separó los párpados, mostrando unos rarísimos ojos completamente negros, como suelen mostrar los ojos de los demonios, y un par de iris escarlata casi invisibles entre tanta negrura. En sus mejillas pálidas había dos pronunciados hoyuelos por su gigantesca sonrisa, y, por el momento, conservaba todos sus dientes de leche.

—¡Fue un placer!   —exclamó, emocionado, al parecer sin ser consciente todavía de su pequeño gran descuido.  Chris se sobresaltó, afectada por la primera impresión de ver unos ojos tan anómalos y... Bueno, demoníacos, pero el susto se le pasó rápido y fue reemplazado por bastante curiosidad.

—Oh, que bonitos son tus ojos —observó la chica. Mientras más los veía, más cosas nuevas le encontrabas, como ésas motas de color marrón dentro del rojo.     Se sorprendió, sí, pero decidió no asustarse. El niño la sonreía y aunque sus ojos si eran muy extraños,  no le asustaban.  En su lugar se preguntaba cómo es que había llegado a tenerlos así. Si de manera natural, artificial, momentánea...

Pasó su mano de la mano del niño hasta sus cabellos y empezó a acariciar su larga melena mal amarrada en un moño a la nuca.   Los mechones que parecían pintados por auténtico carbón eran extremadamente sedosos y dóciles, haciendo bastante sencillo y satisfactorio el que ella pasara sus dedos entre ellos.

—¿Cuál es el nombre de mi doctorcito? —preguntó sonriente, aunque empezaba a notar un dolor insistente, más que una cicatriz, en el abdomen, o se había abierto su herida o estaba sufriendo una hemorragia interna.

—Ezio —respondió en un suspiro de satisfacción por los mimos—.  Ezio, LeBeau, Edwards —asintió al terminar de nombrar cada parte de su nombre, orgulloso de recordarlo sin antes haber titubear como por lo general hace.

—¿Edwards? —parpadea veloz y se lleva la mano a su estómago que no paraba de punzar.  Ahora era ella la que no quería asustar al chico con su fuerte dolor en el abdomen—   ¿Sabes quién es Brooklyn...? —probó, mirándolo con cautela.

El niño la observó incrédulo, como si hubiese preguntado si era el Sol el que brillaba para iluminar los días.

—¡Claro!  —exclama, con voz cargada de incredulidad—   Es mi tía —.

—¿Tía? — preguntó de nuevo, con los ojos bien abiertos como platos, incrédula. No, si ahora no iba a conocer a su mejor amiga para nada. Chris iba a continuar hablando, abriendo la boca, pero de esta sólo salió un alarido de dolor que asustó al niño por la espontaneidad. Si eso no era que la cicatriz se había roto, o que tenía una hemorragia por dentro, no sabía que más pensar con respecto a las constantes punzadas.

—¿Estas bien? —el niño alza las cejas, evidentemente preocupado.  Al carecer de una respuesta por la rizada,  sus ojos anómalos se dirigen rápido al vientre de Chris. Su expresión se vuelve ida, cínica, perdida, algo sombría —   Se abrieron los puntos internos, estás teniendo una hemorragia —ladea la cabeza—  Eso es mucha sangre...     — Ezio parpadeó varias veces, sacando pensamientos intrusivos e incorrectos. Sacudió la cabeza, se dio unas palmaditas en la cara y le sonrió con determinación a Chris— No te preocupes, te salvaré. ¡Ya regreso! —el niño sale por la puerta  a paso veloz, siendo bastante ágil en sus pasos, dejando a Chris sola en la habitación.

Christine obvia el hecho de que el pequeño niño parecía haber usado rayos X con ella y el pánico volvió a invadirla, ¿era tan extenso el camino hasta la muerte? Ni siquiera iba a poder decir ni hacer todo lo que hubiera querido. Con algo de determinación y esfuerzo mira hacia su estómago y levanta su blusa, las vendas que antes la cubrían ahora eran de color escarlata.  Eso, no era una buena señal.

La mancha granate iba creciendo a paso lento pero seguro, poniéndola nerviosa en exceso y ansiosa por moverse de la cama y buscar ella misma una solución a su problema de filtración, no obstante, todas aquellas voces de ansiedad se callaron cuando la puerta blanca que da acceso a la habitación se abre de golpe.      Ezio había vuelto con un brillo de determinación más que admirable en las iris, arrastrando consigo a una niña de cabellera castaña, o más bien miel, larga hasta las nalgas y unos increíbles ojos escarlatas, por el resto de los ojos ella era normal.
  

¡Pero que obsesión tienen en esta familia por el pelo largo! Pensó la rizada, viendo a ambos niños con melenas abundantes y bastante largas.  A Ezio literalmente le tapaban la cara los mechones todo el tiempo.     ¿No les pesa la cabeza? Agregó mentalmente Chris, intentando pensar en algo distinto al dolor.

El niño, que en más de una vez ha dado una pista demasiado obvia de sus habilidades, soltó una risotada al oír los pensamientos de la morocha.

—Eres graciosa —comentó, agraciado.

—Soy Michelle —se presentó brevemente la chica, frotando las manos mientras se mantenía mirando fijamente su vientre— y voy a curarte —avanza a paso determinado, luego entra en un rápido momento de lucidez, se detiene y achica un ojo— Esto te dolerá —advirtió, con cierta culpa, y luego, sin dejarle responder, pegó sus manos al vientre de Chris, acabando en dos pasos la distancia que las separa mientras sus ojos escarlata brillaban aún más, como si de pronto tuviese dos focos entre la córnea. Sus manos igualmente brillaron en dorado, con una especie de lengua débil de fuego emergiendo de la palmas de Michelle y metiéndose en la piel de Chris sin ningún alboroto.

La de piel morena miró al niño, extrañada por su repentino halago, para después morderse el labio inferior, ahogando así un gritillo de dolor por esa inusual estela dorada que se adentra en su piel para reconstruirla.

—Por lo menos ha sido sincera —sentenció como consuelo, mientras cerraba los ojos aguantando los insultos que querían escapar de su garganta.    Una cosa apareció en su mente afligida;  Brooklyn.  Si esta era su familia, su extraña familia, entonces oficialmente sentía que no conocía para nada realmente a su proclamada mejor amiga.

—Mi mamá dice que con la sinceridad se evitan reclamos —explicó la niña, a la vez que ponía concentración en su tarea de curar la herida que atormenta a Chris— no me gusta que me reclamen  —achica un ojo.

—¡Pero estarás demente! Estás pasándote al pulmón —le reclamó Ezio de repente, viendo fijamente el recorrido de la estela amarillenta dentro de la azabache.

—¡No tengo tus ojos demoníacos, Ezio! —le gruñó enfadada— ¡guíame!

—Más a la izquierda, dos pulgadas hacia abajo —guío, determinado en sanar a su paciente— Tengo los ojos de papá —le recordó burlón, notando ése detalle— le diré a papá que le dijiste ojos demoníacos —.

—Si pudiera agarrarte, pequeño demonio... —se fastidió la pelimiel, apretando la mandíbula.

Oh, por favor, me van a matar unos niños, pensó Chris, sin poder hablar por culpa del dolor. Un hormigueo frío se extendió por los intestinos de Chris, sobretodo en la zona que más le dolía, donde se originaba la hemorragia.  Luego, sintió picaduras, como si le clavaran pequeñas agujas de ácido que a pesar de que cerraban a su paso, dolían. Un grito corto escapó de su garganta, sobresaltando a los niños, mientras unas cuantas de lágrimas amargas empezaron a rodar por sus mejillas.
   

—Perdón  —se disculpó, aunque no podían culparla por estar así, estaba en quién sabe dónde, con los supuestos sobrinos de su mejor amiga, y siendo operada, en cierta forma, sin anestesia.    Pero lo que más le dolía era no tener a nadie que conociera realmente para apoyarla en esos momentos, aunque ahora dudaba de a quién conocía realmente.  Chris llegó a un punto en el que ya no le importaba lo que estuvieran haciendo, se olvidó del dolor físico y le arremetió con fuerza uno peor, el dolor emocional, psicológico; había vuelto de nuevo a esa sala gris y sucia en la que no conocía a nadie y en lo que todo a su alrededor era decorado con mentiras, y lloraba, como lloraba.  Igual que un niño pequeño al caerse al suelo.   Estaba sin familia de nuevo, sin nada, sin nadie, lejos de todo lo que podía conocer, sola, asustada, y con el firme sentimiento de que moriría, pero no lo hizo aquella vez, y tampoco esta. De todas formas el saberlo no evitó los sollozos de su garganta ni las saladas gotas de agua por sus mejillas.

Ezio notó el bucle de pensamientos negativos en la morena, aunque como no hacerlo si aquellos pensamientos eran tan destructivos y ruidosos.  Hundió las cejas, cada vez más incómodo y triste por lo que oía viniendo de la mente atormentada de Christine, pero no se movió, no era recomendable mover a su paciente mientras le curaban la herida.  Su melliza podría equivocarse y pinchar del lado incorrecto, abriéndole otra herida, así que lo único que pudo hacer por ella fue poner sus recuerdos más felices, tratando de espantar las malas memorias para evitar que la morena cayera en la tristeza, pues eso podría ser perjudicial para su recuperación.

Sin embargo, los mejores momentos en la vida de la chica tuvieron el efecto contrario al que quería provocar el niño al intentar ayudarla.  Entre ellos, entre esos dulces recuerdos,  existían cosas que ya no podría recuperar nunca, y recordarlo la hizo sentir más amarga, más desdichada.  La inocencia de cuando era tan pequeña que no le importaba ensuciarse de barro con tal de divertirse,  una noche cenando con una verdadera familia, viendo en aquel tejado de piedra el cielo con su mejor amiga, o una última comida con su amor más especial.  Todas esas cosas que había perdido, momentos que estaban fijados por siempre en su memoria, pero que la vida se había encargado de arrebatarle, de hacerlos tambalearse en la cuerda del olvido y la duda, rompiéndolos y Christine se soltó, dejando que todas esas lágrimas que llevaba reprimidas tantos años, fueran expulsadas junto con sus sollozos.

Michelle apartó las manos una vez concluyó su trabajo, sorprendida por el llanto de la mujer que la recibió de regreso al mundo externo.      Intercambió miradas con su mellizo, que de sus ojos anómalos ya brotaban las mismas lágrimas, influenciado por las emociones entristecidas de la muchacha rizada. Ambos habían visto pocas veces a un adulto llorar. ¿A niños? ¡pfff! Todo el tiempo, ¿pero los adultos? Los dedos de las manos eran suficientes para contar las ocasiones. Así que no tenían una puñetera idea de que hacer para calmar a Chris, que parecía cada vez más metida en su miseria.      Michelle suspiró, probando con algo simple. Algo dudosa subió a la cama, con cuidado, para no causarle dolor físico a la morocha, se acomodó en su izquierda y apoyó su cabeza en su hombro, mientras sobaba suavemente su espalda.   Ezio entendió el mensaje, y se recostó a su derecha, al borde de la cama.  Luego apoyó su cabeza sobre las piernas de Chris, con el entrecejo fruncido al aguantarse sus propias lágrimas.

Christine por inercia abraza a la chica castaña y pone su mano sobre la cabeza de Ezio, acariciándola suavemente, seguía llorando por supuesto, y le encantaría que estuviera Brooklyn, Olive o incluso Steve a su lado para darle un abrazo reconfortante, pero no había nadie más que esos dos pequeños niños que no debían lidiar con problemas de adultos, y se sentía terriblemente mal por eso, por lo que había pasado, lo que había aguantado y callado, y por no permitirse dejar escapar lágrimas cuando debió haberlas soltado, se acurrucó un poco sobre la almohada y siguió deshaciéndose en lágrimas, ahora más silenciosas, imperceptibles, y tortuosas.

                -ˋˏ ༻❁༺ ˎˊ-
¿Doloroso? ¿Triste? ¿Revelador? Decidme vuestras opiniones.

Besitos a louismoraj por ayudarme en esto y ser una mujer que ni suelta ni una lagrimita, a ver cuando consigo hacerte llorar.

Darle love 💣❤️

      

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro