Capítulo Uno:

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Hyunjin y yo nos conocimos en el tercer semestre de nuestras carreras en La Universidad de Corea, en la cual pudimos entrar gracias a una beca, mi familia era de clase media y aquella universidad de prestigio tenía un costo que mis padres no podían darse el lujo de pagar.

Me incliné sobre mis pies para alcanzar el bol que estaba en el sitio más alto de los anaqueles, siendo imposible y a duras penas pudiendo apenas tocarlo con mis dedos.

Bufé molesta.

— ¿Necesitas ayuda? — sentí su suave aliento acariciar mi cien, reí como respuesta.

Levanté un poco mi mirada para observarlo levantar su brazo y tomar el objeto sin mucho esfuerzo, su otra mano la situó en mi cintura, posterior a ello, asentó su barbilla sobre mi hombro y colocó el bol frente a mí.

—Aquí tienes, amor— dejó un beso en mi cuello que erizó gran parte de mi cuerpo, luego riendo, siendo consciente de lo que había causado.

Me giré y lo tomé del cuello para chocar nuestros labios en un intenso beso, no tardó en colocar sus manos en mis muslos para depositarme sobre el mesón y así ubicarse entre mis piernas.

Sus manos recorrían un souvenir desde mi cintura hasta mis piernas y mi trasero.

En un intento por bajar mis manos a su creciente bulto, terminé empujando el bol que provocó un estruendo contra el suelo.

Reímos, me dejó un corto beso en la nariz antes de bajarme.

—Primero la película, cariño— se burló y tomó mis cachetes que seguramente estaban rojos por la calentura.

—Está bien, pero luego no podrás escapar— le advertí causándole una inmensa carcajada.

Recogí el bol y lo limpié con un trapo, agarró la bolsa de palomitas, que había descansado todo este tiempo en el microondas, para abrirla y vaciarla en el bol.

Caminamos a la sala y nos acurrucamos en el mueble de su departamento, nos dispusimos a ver el final del k-drama que veíamos en ese momento.

Aquel que tantas lágrimas, risas y enojos me habían sacado.

—Lo amé— murmuré llena de emoción.

—Amarás más comerte las últimas palomitas, ten— me pasó el bol, reí victoriosa y procedí a hacerlo, pero en cuanto miré el bol me encontré con una cajita de terciopelo negro, abierta, con una almohadilla del mismo material y color dentro, sobre la que descansaba una preciosa piedra pequeña pero muy brillante.

—Hyunjin...— mi voz tembló.

—Llevo mucho tiempo queriendo hacer esto, cariño— murmuró —No hay día en que no crea que eres la persona con la que quiero compartir el resto de mi vida, hacernos feliz mutuamente y cumplir nuestros sueños lado a lado— tomó la cajita y después de ello mis manos —Quería que fuera algo gigantesco e increíble, algo que te merecieras, pero por ciertas situaciones esto es lo mejor que te puedo dar ahora y sé que no es mucho...— comenzó a divagar por los nervios.

—No, no, no, amor, es perfecto— mis ojos ya estaban llenos de lágrimas que cada vez podía contener menos.

—Está bien, entonces lo haré así— estaba apenado, lo sabía, pero verdaderamente no había mejor lugar en el que pudiera pensar estar en ese momento —T/n, ¿te gustaría casarte conmigo? — deslizó el anillo por mis dedos con suavidad, me quedé estática mirando mi mano.

Aquel momento había llegado.

Y era perfectamente perfecto.

— ¡Sí, sí, sí quiero, cariño! — chillé antes de lanzarme a sus brazos.

(...)

Terminé de acomodarme el labial y retrocedí algunos pasos analizándome en el espejo fijamente.

—T/n, estaba buscándote por todos lados, la señorita Im quiere que des la exposición del producto— una de mis compañeras de trabajo, Shin Ryujin, entró al baño buscándome.

— ¡¿Y qué pasó con Eunbi?! — de repente sentí nervios por la idea de presentar el producto.

—Eunbi aún no está aquí y sabes bien que tú has hecho todo por este producto, no hay nadie más preparada para la presentación que tú— dictaminó tomando mis brazos de repente en cuanto evidenció mi nerviosismo.

Asentí dando un suspiro de calma.

—Lo haré— asentí victoriosa.

Salimos del baño y caminamos hacia la sala de juntas, donde nos encontramos a nuestra superior, Im Nayeon.

— ¡Dios! ¿Dónde estabas? ¡¿Acaso me quieren sabotear?! — se molestó, le mostré una sonrisa educada mientras me acomodaba en el sitio que era de Eunbi — ¡Vendrá un inversionista muy importante para la compañía, más vale que lo hagas bien! — estuvo a punto de gritar, si no fuera porque varias personas contraje aparecieron al abrirse las puertas del ascensor que quedaba al otro lado del piso.

Este podía verse por la obsesión de la directora Park por las paredes de vidrio.

— ¡¿Qué diablos haces con eso? quítatelo! — señaló mi anillo siseando entre dientes.

—Oh, pero es mi...— traté de decir.

— ¡Pero nada! ¡¿Acaso crees que, a los inversionistas, a los ejecutivos y a la directora les interesa tu vida privada?! ¡quítatelo ya! — me sobresalté con sus chillidos, no insistí más y me lo retiré guardándolo rápidamente en el bolsillo de mi traje.

Los miembros de la junta llegaron justo en cuanto eso sucedió.

— Buenas tardes, señores— dijimos la señorita Im, Ryujin y yo al mismo tiempo que hacíamos una corta y lenta reverencia.

— Buenas tardes, no perdamos más el tiempo, comencemos con esto— indicó antes de sentarse en la cabecera de la mesa, el resto de las personas tomaron asiento.

— ¿Señorita Yoon? — me indicó mi superior, asentí y me puse de pie.

Me coloqué justo al lado de la pantalla digital que mostraría las diapositivas del trabajo realizado, en cuanto iba a saludar y comenzar con mi presentación fui interrumpida.

— Buenas tardes, lamento la tardanza— entró de golpe un hombre de traje completamente negro, con un porte imponente, tomó asiento en un sitio vacío que parecía haber estado reservado para alguien.

Enseguida algo de enojo me invadió, pero decidí dejarlo de lado, pues mi profesionalidad debía dominar todos mis sentidos en este preciso momento.

Ryujin me miró de reojo con nerviosismo y yo a ella.

—No se preocupe, señor Bang— la señorita Im intervino de inmediato.

—Nada de tarde, justamente íbamos a comenzar— le sonrió amablemente la directora Park.

Tenía labios gruesos, una nariz grande, pero atractiva, ojos muy oscuros, su cabello de un marrón también oscuro y perfectamente peinado, una mandíbula marcada, su traje negro muy bien planchado y que se ceñía excelente a sus hombros y cada parte de su cuerpo, tal y como si fuese uno a la medida, no dudaba que lo fuera.

El tipo asintió ante las palabras de mi superior e inmediatamente su vista recayó en mí con total seriedad, asintió una vez más para darme a entender que ahora sí podía empezar. 

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