𝗩. Lᴏs Cᴏɴғᴇᴅᴇʀᴀᴅᴏs Mᴜᴇʀᴛᴏs

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𝟎𝟏𝟓. ┇🌊 🦚 𝖳𝗁𝖾 𝖣𝖾𝖺𝖽 𝖢𝗈𝗇𝖿𝖾𝖽𝖾𝗋𝖺𝗍𝖾𝗌

Clarisse decidió viajar en un barco, que era muy extraño. Navegaba muy hundido en el agua, como un submarino, y la cubierta era de hierro. En el centro había una torreta de forma trapezoidal con troneras a ambos lados para los cañones. Una bandera ondeaba
encima: un jabalí salvaje y una lanza en un campo rojo de sangre. La cubierta estaba llena de zombis con uniforme gris: soldados muertos con una piel brillante que les recubría el cráneo sólo en parte, como los espíritus demoníacos que había visto Helena en el inframundo montando guardia ante el palacio de Hades.

Era un acorazado. Un barco de la guerra de Secesión. Em nombre escrito junto a la proa con letras mohosas: CSS Birmingham o eso leyó Clarisse al presentárselo a su amiga. Ambas viajaban con su armadura típica griega, la cual hacia ver a las chicas realmente bien.

Ambas chicas habían salido hace unos días, claramente habían dado un tour. A través de una serie de camarotes sombríos, atestados de marineros muertos. Habían visto el depósito
de carbón, las calderas y máquinas, que resoplaban y crujían como si estuvieran a punto de explotar. Vieron la cabina del piloto, la santabárbara y las torretas de artillería (los sitios preferidos de Clarisse): dos cañones Dahlgren a babor y estribor, y dos cañones Brooke a proa y popa, todos preparados para disparar bolas de bronce celestial.

A donde quiera que iban, había marineros confederados, con aquellas caras fantasmales y barbudas que relucían bajo sus cráneos. El camarote del capitán del CSS Birmingham venía a tener el tamaño de una despensa, pero aun así era mucho mayor que los demás camarotes del barco.

Los confederados eran bastantes racistas, si no fue gracias a Clarisse que dejaron de hacer desplantes a Helena, la cual le agradecería eternamente. Ellos no pensaron que ella era mexicana, pero cometió el error de decírselos solamente le hablaban, porque era de piel morena clara, y era más parecida a los americanos.

-Clarisse ¿Ves eso?-Preguntó la chica a su compañera -¡Es una maldita Hidra!-Exclamó alarmada

-Tenemos que matar, a esa cosa.-La sonrisa de Clarisse era una desquiciada

Se fueron acercando, hasta que vieron que eran Percy, Annabeth y Tyson; El chuc-chuc-chuc que al principio no se escuchaba tanto, a medida que se acercaba. Sonaba con tanta fuerza que hacía temblar la orilla del río.

-¿Qué es ese ruido? -gritó Annabeth, sin quitar los ojos de la hidra.

-Motor de vapor -dijo Tyson

-¿Qué? -Se agachó y la hidra escupió su ácido por encima de su cabeza.

Entonces, del río que tenían a su espalda, les llegó una voz femenina muy conocida:

-¡Allí! ¡Preparen la batería del treinta y dos!-Gritó Helena

No se atrevían a desviar la vista.

Una rasposa voz masculina dijo:

-¡Está demasiado cerca, señora!

-¡Malditos héroes! -dijo otra chica-. ¡Avante a todo vapor!

-Sí, señora.

-Fuego a discreción, capitán.

Annabeth entendió lo que iba a ocurrir una fracción de segundo antes que Percy.

-¡Al suelo! -gritó, y se tiraron boca abajo justo cuando la explosión surgía del río y sacudía la tierra.

¡¡BUUUUUM!!

Hubo un fogonazo de luz y una gran columna de humo, y la hidra explotó allí delante, duchando con una repulsiva baba verde que se evaporaba de inmediato, como suele ocurrir con las vísceras de los monstruos.

-¡Qué asqueroso! -gritó Annabeth.

-¡Barco de vapor! -aulló Tyson.

Percy se puso de pie, tosiendo aún por la nube de pólvora que seguía flotando junto a la orilla. Ante ellos, resoplando penosamente, bajaba por el río el barco más extraño que habían visto en su vida. La cubierta estaba llena de zombis con uniforme gris: soldados muertos con una piel brillante que les recubría el cráneo sólo en parte, de pie junto al cañón humeante que por muy poco no había acabado con los nuevos tripulantes, estaban Clarisse y Helena con las típicas armaduras griegas.

-¡Idiotas! -dijo con una sonrisa sarcástica-. Aunque supongo que debo rescatarlos. Vamos, suban a bordo.-

Los tres chicos subieron, encontrándose con el dúo vestido con su típica armadura griega de combate, Percy al ver sana y salva a Helena no resistió y corrió a darle un abrazo, mientras esta los veía molesta.

«¿Acaso no confiaron en ella para rescatar a Grover?» Pensó Helena con tristeza y enojo de por medio.

-Barbie estás bien.-Suspiró aliviado el más alto

-¿Por qué no lo estaría?-Notó la gran preocupación del chico -¿Qué sucede Percy?-Indagó con una ceja alzada

-En un rato te cuento.-Contestó con una sonrisa

-Helenita Princesa.-Espetó Tyson con una gran sonrisa

-A mí también me da gusto verte, grandullón. -Exclamó al ver como este le dio un abrazó con sumo cariño

La había extrañado, le estaba dando un abrazo de oso, Helena se estaba quedando sin aire, mientras que Tyson sonreía feliz.

-Déjala Tyson, la puedes quebrar con tu fuerza.-Ordenó Percy con seriedad

-Lo lamento Helenita.-Se disculpó apenado soltándola

-No pasa nada Tyson.-Lo tranquilizó soltando una bocaza de aire

Otra quien también le dio un gran abrazó sorpresa fue Annabeth, se notaba bastante preocupada y aliviada de verla.

-Me alegra que estés bien, Barbie.-Helena estaba notablemente confundida

-Clarisse ¿Por qué no les das un tour por tu barco a los invitados? Yo tengo que hablar con Percy, por favor.- La Rue a regañadientes aceptó

-¿Ahora dime qué pasó?-

Helena tenía sentimientos encontrados, se sentía molesta que no habían confiado en ella, y también preocupada de que se sintieran tan aliviados de verla sana y salva, sabía que Annabeth era enojona y no se le quitaba el sentimiento tan fácil, así que debía ser algo importante.

-Cuándo te fuiste a despedir, tuve un mal presentimiento. -Vio a su amiga a los ojos-Ese mismo día me visitó Hermes, que dijo algo que no me gusto para nada, y también tuve una pesadilla esa noche si tu llegabas con Grover, pero le decías que él se fuera con el Vellocino... tú te sacrificabas.-Confesó con los ojos cristalinos

Helena suspiró, no sabía que pensar, lo único que hizo fue abrazarlo.

-Te prometo que todos saldremos de esta, todo estará bien Percy.-El la abrazó con fuerza de en verdad tenía miedo de perderla

-Yo confío en ti Helena, que tú puedes hacerlo sola. Pero solo la idea de perderte, me pone mal.-Susurró débil

-Están metidos en un problema tremendo -Les dijo Clarisse.

Hablo al terminar el que todos dieran el tour, sin ganas. Allá donde iban, los marineros confederados los miraban fijamente. Annabeth les cayó bien en cuanto les dijo que era de Virginia. Al principio también se interesaron por Percy, por el hecho de llamarse Jackson, como el famoso general sudista, pero lo estropeó al decirles que era de Nueva York. Todos se pusieron a silbar y maldecir a los yanquis. Tyson les tenía verdadero pánico. Durante todo el paseo insistió a Annabeth para que le diese la mano, cosa que a ella no le entusiasmaba demasiado.

Por fin, los llevaron a cenar. El camarote del capitán del CSS Birmingham. La mesa estaba
preparada con manteles de lino y vajilla de porcelana; había mantequilla de cacahuete, sándwiches de gelatina, patatas fritas y SevenUp, todo ello servido por esqueléticos miembros de la tripulación. A Percy no le apetecía nada ponerse a comer rodeado de fantasmas, pero el hambre acabó venció sus escrúpulos.

-Tántalo los ha expulsado para toda la eternidad -Les dijo Clarisse con un tonillo presuntuoso-. El señor D añadió que si se les ocurre asomarse otra vez por el campamento, los convertirá en ardillas y luego los atropellará con su deportivo.-

-¿Han sido ellos los que te han dado este barco? -Preguntó

-Por supuesto que no. Me lo dio mi padre.

-¿Ares?

Clarisse lo miró con desdén.

-¿O es que te crees que tu papi es el único con potencia naval? Los espíritus del bando derrotado en cada guerra le deben tributo a Ares. Es la maldición por haber sido vencidos. Le pedí a mi padre un transporte naval... y aquí está. Estos tipos harán cualquier cosa que yo les diga. ¿No es así, capitán?

El capitán permanecía detrás, tieso y airado. Sus ardientes ojos verdes se clavaron en Percy con expresión ávida.

-Si eso significa poner fin a esta guerra infernal, señora, y lograr la paz por fin, haremos lo que sea. Destruiremos a quien sea.

Clarisse sonrió.

-Destruir a quien sea. Eso me gusta.

Tyson tragó saliva.

-Clarisse -dijo Annabeth-. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos...

-¿Cómo qué Luke?-El ambiente se puso tenso

-Nos lo hemos encontrado, nos tuvo retenidos.-Jackson exclamó sin detalles

-Mierda.-Susurró

-¡Perfecto! Lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.- Dijo Clarisse al ver a su amiga

-No lo entiendes -dijo Annabeth-. Tenemos que unir nuestras fuerzas. Deja que te ayudemos...

-¡No! -Clarisse dio un puñetazo en la mesa-. ¡Esta misión es de nosotras, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y ustedes dos no van a privarme de una oportunidad así.-

Helena ahí, pensó en lo que le dijo el Dios Apolo.

-¿Y tus compañeros de cabaña? -preguntó Percy.-Les dieron permiso para llevar a dos amigos con ustedes, ¿no?-

-Pero... los dejamos quedarse para proteger el campamento. -

-¿O sea que ni siquiera la gente de tu propia cabaña ha querido ayudarte? -

Helena vio sorprendida a Clarisse, pues esta le había dicho que quería que cuidarán al campamento, los hijos de Apolo se ofrecieron a acompañarla pero ella se negó.

-¡Cierra el pico, niña tonta! ¡No los necesito! ¡Y a ti tampoco! ¡Helena y yo podemos solas!-

-Clarisse -dijo Percy-, Tántalo te está utilizando. A él le tiene sin cuidado el campamento. Le encantaría verlo destruido. ¡Te ha tendido una trampa para que fracases!-

-Debemos escucharlos Clarisse, todos queremos salvar al campamento.-Pidió la latina

-¡No es verdad! Y me importa un pimiento que el Oráculo... -

Se interrumpió bruscamente.

-¿Qué? -Preguntó Helena-. ¿Qué te dijo el Oráculo?

-Nada. -Enrojeció hasta las orejas-. Lo único que has de saber es que voy a llevar a cabo esta búsqueda sin la ayuda de éstos colados. Por otro lado, tampoco puedo dejarlos marchar...

-Entonces ¿somos tus prisioneros? -preguntó Annabeth.

-Mis invitados. Por el momento. -Clarisse apoyó los pies en el mantel de lino blanco y abrió otra botella de SevenUp-. Capitán, llévelos abajo. Asígneles unas hamacas en los camarotes. Y si no se portan como es debido, muéstreles cómo tratamos a los espías enemigos.

Helena la vio seria, quería mucho a Clarisse pero a veces era muy terca.

-Tenemos que unir fuerzas.-Demandó-Mientras tu fuiste con el Oráculo, Apolo me visito me dijo que era imprescindible que uniéramos fuerzas, ¿Qué tal si fallamos?¿Oh alguna de las dos muere? Sabemos que la enfermedad del árbol de Thalia, se va extendiendo por todo el valle.-Recordó

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Helena veía como dormía tranquilamente Percy, hasta que él se despertó.

-Sigues babeando.-Soltó una risilla risueña

Percy extrañaba a Helena, tal vez se había levantado por gritos pero verla ahí, lo ponía en paz. De repente el ruido de las alarmas se habían disparado por todo el barco.

-¡Todos a cubierta! -Era la voz rasposa del capitán-. ¡Encuentren a la señora Clarisse y a la señora Helena! ¿Dónde están esas chicas?

Luego apareció su rostro, mirándolo desde arriba.

-Levántate, yanqui. Tus amigos ya están en cubierta. Nos acercamos a la entrada.

-¿La entrada de qué?

Él le dirigió una sonrisa esquelética.

-Del Mar de los Monstruos, por supuesto.

-Capitán, Clarisse está en su recamara.-Éste paso su mirada a la latina

-Muchas gracias, mi señora los esperamos a cubierta.-Dijo para desaparecer

-Es mejor que guardas tus cosas, no sabemos que pueda pasar.-Aconsejó levantándose para disponerse a irse

-Helena.-La chica se giró

-Lamento haberme comportado como un imbécil, en verdad lo siento.-Helena sonrió

-Creó que al que le debes una disculpa a parte de mí, es a Tyson, el te adora Aquaman.-Percy sonrió al escuchar aquel apodo

Helena metió sus pertenencias en una mochila de lona y se la echó al hombro. Tenía la ligera sospecha de que, pasara lo que pasase, no dormiría otra noche a bordo del CSS Birmingham.
Percy y Helena iban subiendo las escaleras cuando algo dejó helado a Percy.

Una presencia cercana: algo conocido y muy fuerte. Sin ningún motivo, a Percy le entraron ganas de buscar pelea. Quería darle un puñetazo a algún confederado. La última vez que había sentido aquella rabia... En lugar de seguir subiendo, treparon hasta la rejilla de ventilación y atisbaron en el interior de la sala de calderas. Justo debajo de ellos, Clarisse hablaba con una imagen trémula que resplandecía entre el vapor de la caldera: un hombre musculoso con un traje de cuero negro, corte de pelo militar, lentes de cristales rojos y un cuchillo en el cinto.

Jackson apretó los puños. De todos los Olímpicos, aquél era el que peor le caía: Ares, el dios de la guerra.

-Tú y Helena pueden solas niña, no necesitaban de los mocosos de Atenea y Poseidón.-Espetó

-S-sí, padre -musitó Clarisse.

-No quiero que falles.

-No, padre.

-«No, padre» -repitió Ares, imitándola-. Se segura Clarisse, sí sigues así, nadie te respetará...

-¡Lo conseguiré! -prometió Clarisse con voz temblorosa-. ¡Haré que te sientas orgulloso!

-Será mejor que cumplas tu palabra -le hablo más suave-Tú me pediste esta misión, niña. Si dejas que ese mocoso asqueroso te la arrebate... se supone que Helena te va ayudar, por eso la deje que viniera.

-Pero el Oráculo dijo...

-¡¡Me tiene sin cuidado lo que dijera!! -Ares bramó con tal fuerza que incluso su propia imagen retembló-. Tú lo vas a conseguir...

Clarisse asintió.

-¿Entendido? Si no lo consigues este lugar las matará, el mar de los monstruos no es un lindo lugar-gruñó Ares.

Las alarmas volvieron a sonar. Helena y Percy llegaron, junto a sus amigos encontrándose con Annabeth.

-¿Qué pasa? -le preguntó Annabeth-. ¿Otro sueño?

Percy asintió, pero no dijo nada. Clarisse subió las escaleras. Percy procuró no mirarla. Tomó los prismáticos de un oficial zombi y escudriñó el horizonte.

-Al fin. ¡Capitán, avance a toda máquina!

Helena vio en la dirección que ella lo hacía, pero apenas se veía nada. El cielo estaba nublado. El aire era brumoso y húmedo, como el vapor de una plancha. Incluso entornando los ojos y forzando la vista, sólo divisaba a lo lejos un par de borrosas manchas oscuras. Su instinto náutico le decía que estaban en algún punto frente a la costa norte de Florida. O sea que aquella noche habían recorrido una distancia enorme: muchísimo mayor de la que habrían podido cubrir cualquier barco normal.

El motor crujía a medida que aumentaban la velocidad.

-Demasiada tensión en los pistones -murmuró Tyson, nervioso-. No está preparado para aguas profundas.

-¿Qué?-Preguntó Helena alarmada

Percy la tomó de la mano, ninguno de los dos sabía cómo Tyson sabía de aquello, pero los había logrado poner nerviosos. Tras unos minutos, las manchas oscuras del horizonte empezaron a perfilarse. Hacia el norte, una gigantesca masa rocosa se alzaba sobre las aguas: una isla con acantilados de treinta metros de altura, por lo menos. La otra mancha, un kilómetro más al sur, era una enorme tormenta. El cielo y el mar parecían haber entrado juntos en ebullición para formar una masa rugiente.

-¿Es un huracán? -preguntó Annabeth.

-No -dijo Clarisse-. Es Caribdis.

Annabeth palideció.

-¿Te has vuelto loca?

-Es la única ruta hacia el Mar de los Monstruos. Justo entre Caribdis y su hermana Escila.

Clarisse señaló a lo alto de los acantilados y Helena tuvo la sensación de que allá arriba vivía algo con lo que era mejor no tropezarse.

-¿Cómo que la única ruta? -preguntó Percy-. Estamos en mar abierto. Nos basta con dar un rodeo.

Clarisse puso los ojos en blanco.

-¿Es que no sabes nada? Si trato de esquivarlas, aparecerán otra vez en mi camino. Para entrar en el Mar de los Monstruos, has de pasar entre ellas por fuerza.

-¿Y qué me dices de las Rocas Chocantes? -dijo Annabeth-. Ésa es otra entrada; la utilizó Jasón.

-No puedo volar rocas con mis cañones -respondió Clarisse-. A los monstruos, en cambio...

-Tú estás loca -sentenció Annabeth.

-Mira y aprende, sabionda. -Clarisse se volvió hacia el capitán-. ¡Rumbo a Caribdis!

-Muy bien, señora.-

Gimió el motor, crujió el blindaje de hierro y el barco empezó a ganar velocidad.

-Dejen de pelear, porque si lo seguimos haciendo seremos comida de monstruos.- Puso orden Helena

-Clarisse -Habló Percy-. Caribdis succiona el agua del mar. ¿No es ésa la historia?

-Y luego vuelve a escupirla, sí.

-¿Y Escila?

-Ella vive en una cueva, en lo alto de esos acantilados. Si nos acercamos demasiado, sus cabezas de serpiente descenderán y empezarán a atrapar tripulantes.

-Elige a Escila entonces -Continuó Jackson-. Y que todo el mundo se refugie bajo la cubierta mientras pasamos de largo.

-¡No! -insistió Clarisse-. Si Escila no consigue su pitanza, quizá se ensañe con el barco entero. Además, está demasiado alta y no es un buen blanco. Mis cañones no pueden disparar hacia arriba. En cambio, Caribdis está en medio del torbellino. Vamos hacia ella a toda máquina, la apuntamos con nuestros cañones... ¡y la mandamos volando al Tártaro!

Lo dijo con tal entusiasmo, logrando que casi todos desearan creerle.

-No queda otra opción, preparen todo.-Concordó Helena haciendo sonreír a su amiga

El motor zumbaba, y la temperatura de las calderas estaba aumentando de tal modo que noto cómo se calentaba la cubierta bajo sus pies. Las chimeneas humeaban como volcanes y el viento azotaba la bandera roja de Ares. A medida que se aproximaban a los monstruos, el fragor de Caribdis crecía más y más. Era un horrible rugido líquido, como el váter más gigantesco de la galaxia al tirar de la cadena. Cada vez que Caribdis aspiraba, el barco era arrastrado hacia delante, entre sacudidas y bandazos. Cada vez que espiraba, los elevaba en el agua y se veían zarandeados por olas de tres metros.

Percy trató de cronometrar el remolino. Según sus cálculos, Caribdis necesitaba unos tres minutos para succionar y destruirlo todo en un kilómetro a la redonda. Para evitarla, tendrían que bordear los acantilados. Por mala que fuese Escila, al aquellos acantilados casi empezaban a parecerle bien.

Los marineros seguían tranquilamente con sus tareas en la cubierta. Como ellos ya habían combatido por una causa perdida, todo aquello les traía sin cuidado. O quizá no les preocupaba que los destruyeran porque ya estaban muertos. Ninguno de ambos pensamientos le reconfortaba.

Annabeth estaba a su lado, aferrada a la barandilla, mientras que este sostenía la mano de Helena.

-¿Todavía tienes ese termo lleno de viento?-Asintío

-Pero es peligroso utilizarlo en medio de un torbellino. Con más viento, tal vez empeoren las cosas.

-¿Y si trataras de controlar las aguas? -preguntó Helena con notable esperanza-. Eres el hijo de Poseidón. Lo has hecho otras veces.

Cerró los ojos e intentó calmar las aguas, pero no lograba concentrarse. Caribdis era demasiado ruidosa. Y demasiado poderosa. Las olas no respondían.

-N-no puedo -dijo con desaliento.

-Necesitamos un plan alternativo -repuso Annabeth-. Esto no va a funcionar.

-Annabeth tiene razón -dijo Tyson-. Las máquinas no van bien.

-¿Qué quieres decir? -Indagó Helena

-La presión. Hay que arreglar los pistones.

Antes de que pudiera explicarse, escucharon cómo la cisterna de aquel váter cósmico se vaciaba con un espantoso rugido, Percy abrazó a Helena. El barco se bamboleó, los pre adolescentes salieron despedidos y cayeron de bruces sobre la cubierta. Estaban dentro del torbellino.

-¡Atrás a todo vapor! -gritaba Clarisse, desgastándose para hacerse oír entre aquel estruendo.

El mar giraba enloquecido a su alrededor y las olas se estrellaban contra la cubierta. El blindaje de hierro estaba tan caliente que echaba humo.

-¡Acérquese hasta tenerla a tiro! ¡Preparen los cañones de estribor!

Los confederados muertos corrían de un lado a otro. La hélice chirriaba marcha atrás para frenar el avance, pero el barco seguía deslizándose hacia el centro de la vorágine. Un marinero zombi salió a escape de la bodega y corrió hacia Clarisse. Su uniforme gris echaba humo. Su barba estaba medio quemada.

-¡La sala de calderas se ha recalentado demasiado, señora! ¡Va a estallar!

-¡Bueno, baje y arréglelo!

-¡No puedo! -chilló el marinero-. ¡Nos estamos fundiendo con el calor!

Clarisse dio un puñetazo en un lado de la torreta.

-¡Sólo necesito unos minutos más! ¡Lo suficiente para tenerla a tiro!

-Vamos demasiado deprisa -dijo con aire sombrío el capitán-. Prepárense para morir.

-¡No! -bramó Tyson-. Yo puedo arreglarlo.

Clarisse lo miró incrédula.

-¿Tú?

-Es un cíclope -dijo Helena-. Inmune al fuego. Y sabe mucho de mecánica.

-¡Corre! -aulló Clarisse

-¡No, Tyson! -dijo Percy agarrándolo del brazo-. ¡Es demasiado peligroso!

Él le dio un golpecito en la mano.

-Es la única salida, hermano. -Tenía una expresión decidida, confiada incluso.

Nunca lo habían visto de aquella manera

-. Lo arreglaré; enseguida vuelvo. -Vio a Helena, en busca de aprobación

-Se que puedes hacerlo Tyson, confiamos en ti.-Le sonrío dándole más confianza

Mientras lo contemplaban seguir al marinero humeante por la escotilla, Percy tuvo una sensación espantosa. Quería correr tras él, pero el barco dio otro bandazo... Y entonces vieron a Caribdis. Apareció a unos centenares de metros, entre un torbellino de niebla, humo y agua. Lo primero que le llamó la atención a Helena fue el arrecife: un peñasco negro de coral con una higuera aferrada en lo alto. Una visión extrañamente pacífica en medio de aquel verdadero maelstrom. En torno al arrecife, el agua giraba en embudo, igual que la luz en un agujero negro.

Justo por debajo de la superficie del agua vio aquella cosa horrible anclada al arrecife: una boca enorme con labios babosos y unos dientes grandes como remos y cubiertos de musgo. Peor: aquellos dientes tenían aparatos, unas bandas de metal asqueroso y corroído entre las cuales quedaban atrapados trozos de pescado, maderas y desperdicios flotantes. Caribdis era la pesadilla de un técnico en ortodoncia. No era otra cosa que aquellas fauces oscuras y descomunales, que padecían una mala alineación dental y una grave tendencia de los incisivos superiores a montarse sobre los inferiores. Sin embargo, durante siglos no había hecho otra cosa que seguir comiendo sin cepillarse los dientes después de cada comida.

Mientras Helena miraba, todo lo que había alrededor fue tragado por el abismo: tiburones, bancos de peces, un calamar gigante... El CSS Birmingham iba a ser el siguiente en sólo cuestión de segundos.

-¡Señora Clarisse! -gritó el capitán-. ¡Los cañones de estribor y de proa están listos!

-¡Fuego! -ordenó Clarisse.

Tres bolas de cañón salieron disparadas hacia las fauces del monstruo. Una le saltó el borde de un incisivo, otra desapareció por su gaznate y la tercera chocó con una de las bandas de metal y rebotó hacia ellos, arrancando la bandera de Ares de su asta.

-¡Otra vez! -ordenó Clarisse.

Los artilleros cargaron de nuevo, pero Helena ahí se dio cuenta de que aquello era inútil. Habrían tenido que machacar al monstruo un centenar de veces más para causarle verdadero daño, y no disponían de tanto tiempo. Los estaba succionando a gran velocidad. Pero entonces la vibración de la cubierta sufrió un cambio. El zumbido del motor se hizo más vigoroso, más regular. El barco entero trepidó y empezó a alejarlos de la boca.

-¡Tyson lo ha conseguido! -dijo Annabeth.

-¡Esperen! -dijo Clarisse-. ¡Hemos de mantenernos cerca!

-¡Acabaremos todos muertos! -dijo Percy sin soltar a Helena-. ¡Tenemos que alejarnos!

Se aferraban a la barandilla mientras el barco luchaba para zafarse de aquella fuerza succionadora. La bandera rota de Ares pasó de largo a toda velocidad y se fue a enredar entre los hierros de Caribdis. No ganaban mucho terreno, pero por lo menos mantenían su posición.

Tyson había logrado de algún modo darles el impulso suficiente para evitar que el barco fuese tragado por el torbellino. Entonces la boca se cerró de golpe. El mar se sumió en una calma completa y el agua empezó a deslizarse sobre Caribdis. Luego, con la misma rapidez con que se había cerrado, la boca se abrió de nuevo como en una explosión y empezó a escupir agua a borbotones, expulsando todo lo que no era comestible, incluidas las bolas de cañón, una de las cuales se estrelló contra el flanco del CSS Birmingham con ese dong de la campana cuando golpeas fuerte con un martillo de feria.

Fueron despedidos hacia atrás, montados en una ola que debía de tener quince metros de altura.

-Vamos a morir, vamos a morir.-Helena estaba en pánico, odiaba la sensación de morir ahogada

-Tranquila Helena, te voy a mantener a salvo.-La abrazó con fuerza protegiéndola

Utilizó toda su fuerza de voluntad para impedir que el barco volcara, pero aun así seguían girando sin control y precipitándolos hacia los acantilados al otro lado del estrecho. Otro marinero humeante surgió de pronto de la bodega. Tropezó con Clarisse y a punto estuvo de llevársela por delante y caer ambos por la borda.

-¡Las máquinas están a punto de explotar!

-¿Y Tyson? -preguntó el de la cabaña 3.

-Todavía está abajo. Impidiendo que las máquinas se caigan a pedazos, aunque no sé por cuánto tiempo.

-Debemos abandonar el barco -dijo el capitán.

-¡No! -gritó Clarisse.

-No tenemos alternativa, señora. ¡El casco se está partiendo! Ya no puede...

No logró terminar la frase. Una cosa marrón y verde, veloz como un rayo, llegó disparada del cielo, atrapó al capitán y se lo llevó por los aires. Lo único que dejó fueron sus botas de cuero.

-¡Escila! -aulló un marinero mientras otro trozo de reptil salía disparado de los acantilados y se lo llevaba a él.

Ocurrio tan deprisa que era como intentar mirar a un rayo láser, no a un monstruo. Ni siquiera habían podido verle la cara a aquella cosa: sólo un relámpago de dientes y escamas.

Helena sacó su arco y carcaj, se alejó de Percy, para tirar de 5 flechas hacia arriba, intentando darle aquel monstruo. Jackson destapó a Contracorriente y trató de asestarle un mandoble mientras les arrebataba a otro marinero de la cubierta. Pero él era demasiado lento para aquel monstruo.

-¡Todo el mundo abajo! -gritó tomando a Helena que se había quedado sin flechas

-¡No podemos! -Clarisse sacó su propia espada-. Abajo está todo en llamas.

-¡Los botes salvavidas! -dijo Annabeth-. ¡Rápido!

-No nos servirán para sortear los acantilados -dijo Clarisse-. Acabaremos todos devorados.

-Hemos de intentarlo. Percy, el termo.

-¡No puedo dejar a Tyson!

-¡Tenemos que preparar los botes!-Ordenó Helena

Clarisse obedeció la orden. Con unos cuantos marineros muertos, destapó uno de los dos botes de remos. Las cabezas de Escila, mientras tanto, caían del cielo como una lluvia de meteoritos
con dientes y se llevaban, uno a uno, a los confederados.

-Tomen el otro bote -le dijo a sus amigas lanzándoles el termo-. Yo iré a buscar a Tyson.

-¡No lo hagas! -dijo-. ¡El calor acabará contigo! -Annabeth estaba asustada

No la escuchó. Corrió ya hacia la escotilla de la sala de calderas Helena fue detrás de él, cuando de repente sus pies dejaron de tocar la cubierta.

Estaban volando, con el viento silbándole en los oídos y la roca del acantilado a sólo unos metros de su cara. Escila los había agarrado por la mochila y les estaba izando hacia su guarida. Percy divisó a Helena, quien había sacado a Stormborn. Sin pensármelo, ambos agitaron sus espadas hacia atrás y consiguieron asestarle unas estocada en su reluciente ojo amarillo.

El monstruo dio un gruñido y los soltó. La caída habría sido bastante mala, considerando que estaban a unos treinta metros de altura. Pero mientras se desplomaba, el CSS Birmingham explotó de repente a sus pies.

¡¡BRAAAAAM!!

Habían estallado las máquinas y los pedazos del acorazado volaban en todas direcciones como una ardiente bandada de metal.

-¡Tyson! -chilló el azabache

Los botes salvavidas habían conseguido alejarse del barco, aunque no lo suficiente, y los restos en llamas les llovían encima. Clarisse y Annabeth acabarían aplastadas o carbonizadas, o bien se verían arrastradas al fondo por la fuerza de succión del barco al hundirse. Todo eso siendo muy optimista y dando por supuesto que lograran librarse de Escila.

-¡Percy!.-Gritó Helena aterrorizada

Percy no sabía que hacer, quería acercarse a ella pero no podía, se sentía tan impotente.

Entonces escucharon otra clase de explosión: el sonido del termo mágico de Hermes al abrirse un poco más de la cuenta. Estallaron chorros de viento en todas direcciones, que dispersaron los botes y detuvieron las caída libre, propulsándolos hacia el océano.

No veían nada. Giró y Giró en el aire, Helena sabía que si no rompía la barrera de yeso del agua, podría morir, así que empezó a lanzar bolas de energía a lo tonto, esperando darle en el mar y se estrelló violentamente contra la superficie del mar. Se hundió en unas aguas ardientes, pensando que Tyson se había ido, y muy probable ella también.

▬▭▬▭▬▭▬▭▬▭▬▭▬

Helena escuchaba a su alrededor, algunas voces de chicas, la luz se llegaba a ver a través de sus párpados cerrados. Ella soltó un quejido al tener la luz encendida, su ceño estaba fruncido, soltó un quejido. Para abrir los ojos, vio un techo completamente blanco, al bajar su vista se encontró con tres jóvenes.

Una rubia de pelo lacio, cara afilada ojos azules y muy delgada era la más alta de las tres. Una morena muy bella de cabello rizado castaño, y de sonrisa amable. Una de pelo negro morena, con una mirada seria.

-¿Dónde estoy?-Susurró confundida

No entendía nada, lo único que recordaba era estar cayendo y Percy gritando su nombre desesperado, después de ahí no recordaba nada más.

-¡Bienvenida! -dijo la morena que sostenía un sujetapapeles.

Parecía una azafata: traje azul marino, maquillaje impecable y cabello recogido en una cola de caballo.

-Se que estás muy confundida pequeña, pero tranquila no te haremos daño.-Exclamó con una sonrisa la rubia

-¿Es la primera vez que nos visitas? -preguntó la mujer morena del sujetapapeles.

Helena permaneció en silencio, estaba muy confundida.

-Hummm... -dijo Helena

-Primera... visita... al balneario -dijo la mujer rubia mientras lo anotaba-. Veamos...

-¿Qué? -dijo Gonzáles

Ella estaba demasiado ocupada tomando notas para responder.

-¡Perfecto! -dijo con una animada sonrisa-. Estoy segura de que C. C. querrá hablar contigo personalmente antes del banquete hawaiano. Por aquí, por favor.-Sonrió la morena

Helena no confiaba nada en aquellas mujeres, pero tenía hambre, y quería saber dónde estaba ni siquiera traía su mochila.

-Está bien.-murmuró la mexicana

Helena seguía con su armadura griega, las mujeres la llevaron por el lugar, a medida que se internaba en el balneario se dio cuenta, que solamente había mujeres. El lugar era alucinante. Allí donde mirase había mármol blanco y agua azul. La ladera de la montaña se iba escalonando en amplias terrazas, con piscinas en cada nivel conectadas entre sí mediante toboganes, cascadas y pasadizos sumergidos que podías cruzar buceando. Había fuentes con surtidores que rociaban el aire de agua y adoptaban formas imposibles, como águilas volando o caballos al
galope. Vio toda clase de animales domesticados. Una tortuga de mar dormitaba sobre un montón de toallas. Las clientas del balneario -sólo mujeres jóvenes, por lo que iba viendo- ganduleaban tiradas en tumbonas, tomando combinados de fruta o leyendo revistas, mientras se les secaban en la cara las mascarillas de hierbas y les hacían las uñas unas manicuras con uniforme blanco.

Al subir por una escalera hacia lo que parecía el edificio principal, la chica escuchó a una mujer cantando. Su voz flotaba perezosamente como si estuviese entonando una nana. Cantaba en un idioma que no era griego clásico, pero sí igual de antiguo: lengua minoica tal vez, o algo parecido. Entendía más o menos de qué iba la canción: hablaba de la luz de la luna entre los olivos, de los colores del amanecer, y también de magia.

De algo relacionado con la magia. Su voz parecía elevarla del suelo y transportarla hacia ella.

Llegó a una gran estancia cuya pared frontal era toda de cristal. La pared del fondo estaba cubierta de espejos, de modo que el lugar parecía extenderse hasta el infinito. Había una serie de muebles blancos de aspecto muy caro, y sobre una mesa situada en un rincón, una enorme jaula para mascotas. Parecía fuera de lugar allí, pero no se detuvo a pensar en ello, porque justo en ese momento vio a la dama que había estado cantando... ¡Uau!

Estaba sentada junto a un telar del tamaño de una pantalla de televisión gigante, tejiendo hilos de colores con las manos con una destreza asombrosa. El tapiz tenía un brillo trémulo, como si fuera en tres dimensiones, y representaba una cascada tan vívidamente que se veía cómo se movía el agua y cómo se desplazaban las nubes por un cielo de tela.

Helena contuvo el aliento.

-Que habilidad.-Alagó

La mujer se volvió. Ella era más preciosa aún que su tapiz. Su largo cabello oscuro estaba trenzado con hilos de oro; tenía unos penetrantes ojos verdes y llevaba un vestido de seda negra con estampados que parecían moverse también. Eran sombras de animales en negro sobre negro, lobos corriendo por un bosque nocturno.

-¿Te gusta tejer, querida? -preguntó la mujer.

-No, en realidad, no es de mi interés.-dijo Helena con sinceridad

La anfitriona se limitó a sonreír.

-La actividad no es para todos, querida. Me alegra mucho que estés aquí. Me llamo C. C.-

Los animales en la jaula del rincón empezaron a dar chillidos. Debían de ser cobayas, por el ruido que hacían.

-Mi nombre es Helena, Helena Gonzáles un gusto.-Sonrió con educación

-Espero que mis empleadas de hayan tratado como se debe, quisiera darte un tour después de comer en mi oficina.- Pidió la mayor

Helena asintió con recelo, no se confiaba nada en la joven de gran belleza. Después del tour se dispusieron a comer en la oficina privada de C.C, era una comida bastante deliciosa fruta, cortes de carne, con agua fresca.

-Se que te preguntas como llegaste a aquí tesoro.-Helena la vio con sorpresa-Una de mis empleadas daba su caminata, se encontró con una niña, pensó que se había ahogado pero solamente estaba desmayada. -Bebió de su copa vino blanco-Creé este lugar solamente para esto, odio a los piratas siempre los odie. Vendían a mujeres como esclavas, o las violaban.-Se giró a ver a la hija de Hera-Estás islas son peligrosas en realidad, tenía que haber un lugar donde las mujeres llegan seguras sanas y salvas... como tú querida. -La vio con una sonrisa-Sí hubieras aparecido en cualquier otro lugar, estarías muerta, violada o violentada.-Hizo una mueca triste

Helena sabía que eso era cierto, el mundo era cruel.

-Siempre lo he sabido, Helaena.-En ese momento Helena se asustó

-Mi nombre es Helena no, Helaena.- Recordó con nervios, se estaba asustando

-¿Eso crees?-Soltó una melodiosa risa-Ahora los convierto en cobayas.-dijo C. C.-, también llamados «cerditos de Guinea». ¿Adorable, verdad? Los hombres son unos cerdos, Helaena. Yo solía convertirlos en cerdos de verdad, pero olían mal, ocupaban demasiado espacio y daban mucho trabajo. O sea, no muy distintos de cómo eran antes, la verdad. Los cerditos de Guinea resultan más adecuados. -

-Eres Circe... -Exclamó aterrada

De un salto, hizo aparecer sus poderes, junto con su espada de forma amenazadora.

-Es sorprendente, que cayeras desde más de 100 metros de altura y sobrevivieras, y tú daño fueran solamente unos rasguños.-Río de manera melodiosa-Querida tus rayitos aquí no funcionarán, ¿Crees que no me di cuenta de qué querías controlar mi mente? -Helena alzó su espada

-¿Qué quieres?-Demando amenazándola

-No te haré daño querida, tú eres muy especial, aunque tus padres quieran esconderlo.-Le sonrío -Mi madre es Hécate, la diosa de la magia. Reconozco a una bruja cuando la veo. Tú y yo no somos tan diferentes; las dos buscamos el conocimiento, las dos admiramos la grandeza y ninguna necesita permanecer a la sombra de los hombres.

-No... no acabo de comprender. Yo ni siquiera soy bruja.-Espetó

-¿Cómo crees que sobreviviste a la caída? Ningún dios fue en tu ayuda, tus poderes fueron los que te salvaron. Yo soy una hechicera, a menudo se me conoce como la inventora de la magia y de los hechizos, e incluso el propio espíritu de la magia. -Se acercó a ella-Éste Resort está cubierto con runas, anulan cualquier intento de magia que no sea mía tesoro, eso incluye tus habilidades.-Helena no sabía qué decir-Pero tu... tienes un poder inimaginable Helaena. Tú nombre significa "La del Caos" "El Caos", tienes un gran potencial me ganas en poder. -Helena bajo su espada y la guardo-No sé que eres exactamente, te sanas rápidamente, no puedo acceder a tu mente, tienes tanto potencial.-Helena abrió los ojos, mientras seguía escuchando- Sí te quedaras te podría enseñar magia.-

-Me quedaré para que me enseñes, después me marchó.-Circe sonrió complacida

Helena jamás pensó que fuera una bruja, pero dentro de ella decía que Circe decía la verdad. El tiempo en el mar de los monstruos transcurría bastante distinto, aunque para ella pasaron dos días en cualquier otra parte de la zona serían horas solamente, o hasta segundos.

Poseía telepatía, proyección de energía logrando que lanzara esferas, levitara, lanzar rayos, "Efecto fantasma" es que esta ahí pero no la pueden notar, e incluso puede acelerar su velocidad por un periodo pequeño de tiempo, también llamado alteración corporal, escudos o campos de energía, precognición, fragokinesis y telekinesis.

Iban ligadas a sus emociones a decir verdad la fragokinesis se presentaba cuando Helena sentía, miedo, terror, tristeza, la telekinesis todavía le seguía costando en levitar objetos pesados.

-¿Todo listo?-Interrogó Circe viendo como la chica tomaba uno de los barcos

La verdadera razón por la que Helena era que no quería estar sola, ella odia ese sentimiento.

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