⸻ OO3

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng




• • •

──────────── ✦

;; NO SE OLVIDEN DE COMENTAR Y VOTAR. NO LECTORES FANTASMAS.

CAPÍTULO 03.
;; la verdad que asola corazones

• • •










La noche es turbulenta.

En aquella tienda de telas viejas y aún así, con aspecto hogareño y cálido, me duele la cabeza. Me da un montón de vueltas y gran parte de la noche, no puedo dormir. En parte se debe a lo pegado y pesado que resulta tener a Aang encima.

Es mi mejor amigo, desde que mi nación se dio el lujo de visitar a los nómadas del Aire por mutua acordanza. Todo resultó bien desde el primer encuentro, aunque no recuerdo mucho. Era bastante pequeña y como heredera de la Nación de Hielo, debía acompañar a mis padres a casuales reuniones como estas. Lo que sí recuerdo, es lo divertido que fue.

Conocí a Aang por sus múltiples juegos y tonterías; nos hicimos amigos de inmediato y a partir de ese momento, todo resultó mucho más fácil. Cuando los entrenamientos, las enseñanzas diligentes y todo lo demás me superaban, siempre acudía a mi amigo.

Por alguna razón, también tengo muchos recuerdos amables del monje Gyatso. Siempre fue bueno conmigo y nos ayudaba múltiples veces cuando nos metíamos en problemas en el Templo. Al principio me daba miedo, pero eran tonterías de cuándo era pequeña.

—Kaisa, no... —Me distraje al momento por culpa de mi mejor amigo.

Tiene una pesadilla, averigue al momento nada más observar sus cejas fruncidas. Por lo que lo agarrando la tela suave entre mis dedos, la subo por encima del delgado cuerpo del otro. Le doy unas caricias en su mejilla, que está tibia, con la esperanza de calmarle los malos sueños.

Me levanto de inmediato, estiro los músculos y salgo de la tienda recibiendo un agradable aire fresco. La nieve a mis pies traspasa mis botines azules, hecha con una muda especial desde mis tierras heladas. Respiro hondo, llenando todo aquel aire frío a mis pulmones.

De repente, me hace sentirme en casa.

No es que me guste estar fuera de mi lugar de confort, pero nada lo comparo a pasar tiempo de calidad con mi mejor amigo. Aang suele parecer divertido, fresco y todo lo que quiera por fuera, pero por dentro, es muy sensible. Demasiado.

Por eso hago muchas escapadas de mi hogar, que es básicamente un castillo. Enorme, grande y con poca compañía más que Falkores y de mis padres, a los cuales son pocas veces las que los veo. De todas maneras, mi cabello vuela cuanto más me alejo de la tienda de campaña.

No tardo en ver múltiples de este estilo repartidas de un lado a otro; resulta acogedor. Parecen más unidos de lo que mi gente de mi Nación podría estar jamás. Con un suspiro, atravieso las capas de hielo y de nieve, hasta llegar a la orilla de ese mar helado. En la tribu del agua del Sur.

Yara, mi pantera, con una mirada de soslayo permanece al lado de Appa, mucho más atrás de nuestra tienda. Mis manos sienten el frío de la zona que ocupa la tribu de Sokka y de Katara, pero realmente no se puede comparar con la de mi Nación.

Me arrodillo en la almohada de nieve, en aquel manto blanco y colocando mis manos unidas sobre mi cabeza, mando bendiciones a mi familia que me están esperando, a mi reino. El cual heredaré en tres años, al cumplir los dieciocho. La idea me ha ocasionado más pesadillas de las que puedo contar, porque toda mi gente estará bajo mi mando y a partir de ese momento, sus vidas serán responsabilidad mías.

Lágrimas gruesas caen por mis mejillas, porque no puedo quitarme de encima un agujero negro que crece por momentos. Desde que me vi atrapada en una hibernación causada por Aang, la cabeza me duele. Siento mis runas iluminarse, sobre todo por mis sentimientos encontrados y me permito sollozar en silencio. Aang no es el único aterrorizado por su futuro, aunque claramente su destino es todavía peor que el mío.

Una luna blanca brilla en el cielo, aquel que luce un manto azulado y casi esplendoroso. Me hace sudar frío por dentro, pero escucho unas pisadas gruesas tras mi espalda. Rompo mi saludo tradicional hacia mi Nación, por cuan lejos esté, para crear una daga de hielo en mi mano. Me giro con violencia, para dar una voltereta de cabeza y apuntar con ella al visitante desconocido.

—¡Soy yo, soy yo, Kaisa!

Pero es solamente Sokka, que alza sus manos con sorpresa más no con miedo. Sus ojos bailan de emoción al verme con el arma, pero no tiene miedo. No de mí.

—Te aconsejo que no aparezcas tras la espalda de una mujer sin avisar antes, Sokka. Esto podría acabar muy mal la próxima vez, ¿sabes? —Mi voz sale burlona, porque de verdad que me cae bien el chico.

Nunca he tenido más amigos aparte de Aang, y ahora... No pienso desaprovechar estas oportunidades para el futuro; sobre todo sabiendo que estas relaciones pueden servirme mucho hacia mi próximo reinado. Todos son ventajas.

Más tranquila, deshago la daga y retomo mi hueco sentada, esta vez, sobre la nieve.

Minutos más tarde, encuentro que Sokka con su cabello sujeto, toma posición a mi lado. Sus ojos se cierran momentáneamente mientras rodea sus piernas con sus brazos. Parece todavía más pequeño que antes, de alguna manera, a pesar de que muy probablemente tengamos la misma edad.

—Sokka, ¿cuántos años tienes? Yo hace un par de meses cumplí los quince —comento, como no quiere la cosa, para entablar una pequeña conversación.

El chico abre sus ojos azules nuevamente, y me sonríe.

—Quince también. Pareces más joven, ¿sabes? Menos cuando pareces querer atacar a la gente —empieza, con una voz suave. Luego deja su vista más tiempo sobre mi rostro y agrega—: ¿Por qué llorabas?

Pillada. Obviamente mantenía la esperanza de que con la oscuridad de la noche no fuese descubierta, pero parece haber sido inútil. Hago un pequeño mohín, mientras me hago una trenza con ligeros movimientos. No pierdo de vista como sus ojos no se apartan de mi cabello blanquecino, igual que la tierra que pisamos.

Me da mi espacio, no se apoya en mí. Y lo aprecio.

—Estoy lejos de mi Nación, Sokka. Echo de menos a mi gente, a mis padres. —Él parece entenderlo mejor que nadie, porque sus ojos se acompasan y asiente sin decir nada más. Me deja continuar hablando—. Pero detesto estar lejos de Aang, digamos que... él tiene mucha presión ahora mismo y debo priorizar cosas. Quiero estar con él, darle mi apoyo, pero...

Pero cuándo su brazo se apoya en mi hombro, me aparto porque siento que estoy hablando demasiado. Él lo respeta y, confusa, hace dibujitos en la nieve.

Permanecemos en silencio durante muchos minutos y entonces, habla:

—Eso lo entiendo muy bien, pero Kasia, desde mi punto de vista..., A veces hay que pensar en lo que le conviene a uno. —Nuestros ojos se cruzan y asiento.

Al volver a casa, tendré que apartarme mucho tiempo de Aang, si es que quiero hacer bien las cosas en mi nación. Si es que quiero hacer que mis padres se sientan orgullosos.

—Gracias, Sokka.

Él sonríe suavemente y ambos miramos hacia el horizonte, templado de aire frío y aguas cristalinas. Su voz suena una vez más.

—A mí nadie me toma en serio en esta tribu. Soy el... Soy el único hombre que queda para defendernos de la Nación de Fuego y... Nadie cree que sea capaz. Ni siquiera mi hermana. —Su tono se rompe por unos segundos, dejando ver una enorme debilidad, pero sus palabras me confunden enormemente.

Y no sé qué decir primero. Pero ya que me ha dado su apoyo, decido hacer lo mismo.

—Eres fuerte, Sokka, puede que... algo despistado, pero... Por la forma decidida en la que te lanzaste por esa estúpida figura de hielo que te hice, estoy segura de que todos aprecian tus intentos por ser mejor. Sobre todo si eres el único que se esfuerza por hacerlo —digo, dándole una caricia en el brazo, tomando más cercanía. Me fijo en que tiene la figura en el cinturón.

De su hermana y él, me siento más cómoda con él. Por alguna razón, lo veo en mí. Sin embargo, mi cabeza me da vueltas con lo que ha mencionado antes; es decir, la Nación de Fuego siempre ha querido crecer, siempre ha querido conseguir más poder, pero, ¿defendernos de ellos?

Sokka vuelve a sonreír, pero mi ceño se frunce por las complicadas preguntas que rebotan en mi cabeza. Pillo a mi nuevo amigo volver a dibujar sobre la nieve y hago la pregunta.

—¿Por qué tenemos que defendernos de la Nación de Fuego? Sé que siempre han sido altaneros y que son mucho más egoístas que cualquier otro, pero... —Sokka me mira, de repente, como si tuviera tres cabezas.

Y sus palabras me dejan tan helada que mis tatuajes se apagan por la sorpresa.

—Kaisa, llevamos en guerra con ellos por generaciones.

No obstante esa noche, cuando me devuelvo con Aang, pienso que Sokka solo exagera.










A la mañana siguiente, he vuelto a tener sueños turbulentos.

Me despierto un poco antes de que Katara entre a nuestra tienda. Estoy terminando de acomodar mi ropa y mi cabello, permaneciendo con la trenza de la noche, y la veo mirarme con unos ojos grandes. Un pequeño rubor cubre sus mejillas y me siento extraña.

Acomodo mi diadema en mi frente con cuidado, mientras le dedico una suave sonrisa.

—Buenos días, Katara. —Es lo que digo para saludarla, haciendo que cierre la boca por la sorpresa.

Después me saluda en bajo y se dirige hacia Aang, que todavía ronca en el quinto sueño.

—¡Despierta! ¡Aang, despierta! —grita varias veces cuando parece no escucharla, y Aang se incorpora de sopetón. Me asusta verle tan agitado, pero Katara sigue hablando—. Tranquilo. Estamos en la aldea.

Y al momento su mirada desconcertada se enfoca hasta encontrarme, a unos pasos delante suyo. Estoy arrodillada y ya lista, poso mis manos sobre mi regazo, esperándolo.

—Date prisa y arréglate.

Katara agrega: —Todos quieren conoceros, preparaos. 

Eso me incomoda un poco, pero entonces la chica morena se levanta, con esos ropajes extragrandes y calientes y me observo a mi misma, que llevo encima simplemente una camisa de tirantes delicados y unos pantalones delgados. Nuestra marcha de la Aldea de los Nómadas del aire, fue realmente apresurada y se me olvidó coger un abrigo. Pero igualmente, no tengo frío.

Entonces observo cómo ella se queda tan dedicadamente analizando los tatuajes de mi amigo, que no son más que flechas por todas partes y ella luego mira las mías. Las que me surcan las mejillas y los hombros. Mi ceño vuelve a fruncirse.

—¿No crees que te tomas muchas confianzas? —pregunto, con la voz un poco vacía.

Katara da un respingo sobre sí misma y algo nerviosa, ambas escuchamos la voz de Aang.

—Vamos, Kikki, relájate. Somos nuevos aquí, ¿vale? Tratemos de divertirnos —me dice mi amigo, mientras se acomoda sus ropas.

Eso hace que Katara sonría y con un tirón, saca a Aang de la tienda con un salto. Yo suspiro levemente mientras me incorporo, porque no puedo evitarlo. Odio las miradas intensas, odio ser el centro de atención y ahora, la hermana de Sokka había hecho justamente lo que detestaba.

No obstante, mis hombros se relajan y a paso lento, salgo de la tienda.

Alzo una de mis manos tras ser recibida por el radiante sol y, nerviosa, me alivia encontrar a Aang a un lado de la tienda. Aunque parece algo aburrido, no tarda en dedicarme una enorme sonrisa al verme. Mis labios también se estiran, inevitablemente.

—¡Buenos días, Kaisa! ¿Cómo has dormido? —Parece feliz de verme.

Yo mantengo mi sonrisa, irguiéndome todavía más cuando encuentro varios pares de ojos sobre mí. Necesito verme regia, como una futura reina; después de todo, mis padres se decepcionarían de haber perdido la etiqueta que durante quince años se habían molestado en enseñarme.

—Ha sido una buena noche, gracias Sokka. —Veo cómo se sonroja al acomodarme un mechón blanquecino tras la oreja y veo cómo, mientras, Katara se encarga de presentar a Aang.

Básicamente lo presenta a un pequeño grupo de mujeres y niños, que no deben superar un número de veinticinco personas. Bastante pobre, pero parecen muy unidos.

Al dar una vista por encima, no es difícil darse cuenta de que Katara y Sokka parecen ser los únicos jóvenes de esta tribu; eso me hace pensar en la conversación de anoche, con Sokka, y todo ese tema de defender su hogar.

—¿Cómo has pasado la noche tú, Sokka? —Pero vagamente escucho su respuesta.

Eso se debe a una simple razón; Aang acaba de presentar sus respetos a la aldea de la tribu del Sur y como es tradición, inclinándose mientras coloca su bastón enfrente. Sin embargo, la gente del Sur toma posiciones defensivas y realmente parecen aterrados de ver a mi amigo. Entonces con sólo ver el hundimiento de hombros de mi amigo, lo tomo como señal para acercarme.

—Discúlpame un momento, Sokka —digo rápidamente a mi nuevo amigo, que me habla de unos terribles picores que no le ayudaron a pegar ojo.

Y sin esperar, justo cuando Aang pregunta a Katara si Appa le ha estornudado encima, es que aprovecho para intervenir. Me meto delante de mi mejor amigo, interrumpiendo la próxima perorata de una señora entrada en edad.

Tampoco espero a que Katara me presente, pero sí que siento su mirada taladrándome.

—Tribu del Sur, gracias por recibirnos a mi compañero Aang y a mí en vuestro hogar. —Al instante veo un matiz de reconocimiento en la mirada de la señora mayor. A excepción de los demás que, por ejemplo, los niños aprovechan para emocionarse y señalar mi color natural de cabello—. Soy Kaisa, y procedo de la Nación del Hielo. Esperamos no ser una molestia.

Y como es natural, prosigo haciendo mi saludo tradicional y que realicé unas pocas horas antes en la noche. Me arrodillo con cuidado sobre la nieve, con una posición estática y elegante, y elevando mis manos sobre mi cabeza, presento mis respetos hacia la aldea.

Sin embargo, al levantarme, encuentro la misma hostilidad de antes en la señora mayor. Parece más dura y severa. Aang me pellizca por detrás, pero trato de no perder la compostura y mi rostro, al igual que la señora, muestra severidad.

—Nadie ha visto a un maestro del Aire en 100 años. —Y de nuevo, esa sensación oscura de anoche—. Creíamos que se habían extinguido, hasta que mis nietos te han encontrado, Aang.

No hace falta darme la vuelta para darme cuenta de que mi mejor amigo está preocupado. Y yo no puedo evitar pensar en mi conversación de anoche con Sokka.

—¿Extinguido? —Hasta su voz suena de repente muy pequeña.

Sin embargo, antes de poder decir otra cosa, la señora se dirige hacia mí.

—Y tú, jovencita, dejadme deciros que esa Nación de la que hablas es pura historia. He escuchado leyendas, cuentos infantiles desde que era cría, pero nunca la he visto. Es imposible. —Su terquedad me hace alzar una ceja, pero antes de poder intervenir, la voz alegre de Katara nos sorprende.

—Aang, Katara, esta es mi abuela —dice con una sonrisa.

La señora cambia su expresión a una mucho más calmada y agrega: —Llamadme Abu.

No pienso hacerlo, pienso, mientras voy a recalcar que es posible que no hayan oído de mi Nación por pura ocultación de las otras, pero entonces Sokka se acerca a nosotros y arrebata de las manos de Aang su bastón, que realmente no lo es.

—¿Y esto qué es? ¿Un arma? —Lo mueve de un lado a otro, sin encontrarle sentido. Me saca una sonrisa—. No sirve para apuñalar.

Pero Aang parece recuperar su humor de antes, a pesar de todas las dudas que recorren mi cabeza y causan caos, y entre risas niega lo dicho por Sokka. Se lo regresa con una ligera ráfaga de aire y añade: —Esto es para dominar el aire.

Y por supuesto, lo abre. Enseña sus florituras y maquetaciones para volar, sorprende a los niños y el ambiente extraño parece desaparecer por momentos. Aang explica cómo funciona, todos están emocionados por verle elevarse, a excepción de Sokka.

Muy escéptico en mi opinión, después de conocerle, de conocer a Appa y a Yara, de ver mis poderes y el resto.

—Que yo sepa, los humanos no pueden volar.

Y el resto es historia; acaba de retar a Aang y sé perfectamente como funciona eso.

—Y allá va —menciono, cuando echa el vuelo.

Da piruetas, los niños ríen, hasta los mayores lo disfrutan, pero..., No puedo sacarme de la cabeza las palabras de Sokka y las señalaciones de la abuela de Katara y mi nuevo amigo. Una duda me embarga y golpeando el suelo repetidas veces con mi suela de lino, me asusta encontrarme con una niña. Ha salido de la nada.

No parece superar la edad de más de siete años y me señala con una sonrisa.

—¿Tu pelo es mágico?

Observar aquella inocencia, me ciega. Agachandome e ignorando los gritos de Aang, le hago una pequeña muñeca hecha de nieve, lo cual confirma mi afirmación de antes ante los ojos de la señora mayor, que tampoco pierde vista de mí.

—Además, soy así como una princesa de hielo, pequeña. ¿Te gusta? —Ella grita emocionada para coger la muñeca de nieve, que jamás se derretirá ni destruirá. No hace falta decírselo.

No obstante, me saca de mi estupor escuchar un estruendo a mis espaldas. Al darme la vuelta, la trenza vuela hacia mi espalda y encuentro que Aang acaba de chocar con una torre formada por nieve. Bien elaborada, en mi opinión; aunque ahora se cae a pedazos por culpa de los juegos de Aang.

Las risas se acallan pero todavía baila sobre nosotros un ambiente ligero. Sokka aparece a mi lado, lamentándose por lo que resulta ser su torre de vigía. Eso de nuevo me devuelve a su lamento de anoche, y corremos hacia nuestro amigo.

Katara, en cambio, parece importarle cero lo triste que parece su hermano y ayuda a Aang a levantarse. Los niños nos siguen por detrás.

—¡Ha sido genial! —Ella ignora a Sokka, que revisa el estado de la torre.

Yo lo sigo por detrás, hasta que le cae encima una capa de nieve. Entonces, riéndome por lo bajo, escucho que habla a su hermana y a mi mejor amigo.

—Genial, tu dominas el aire, Katara domina el agua, así que podéis perder todo el tiempo juntos. —Vale, se ha molestado.

Por lo que mientras sale de esa capa de nieve, tomo nota de que Katara es una maestra de agua y yo me dedico a mirar la torre de Sokka. De solo pensar en el tiempo que debe haber perdido haciéndola, coloco un pie sobre la capa de nieve y elevando mis manos, la rehago.

Algunos niños me miran, otros se quedan jugando con Aang ahora que Katara se marcha al lado de su abuela. Entre tanto, hago crecer material de hielo hasta alcanzar una altura apropiada e intento darle todos los detalles que Sokka se había encargado de hacer. Suelto un poco de vaho por la boca, cuando termino. Los niños a mi alrededor aplauden, y me doy la vuelta para darle una fría mirada a la señora que mantiene sus ojos sobre mi creación cristalina.

—Con que una leyenda, ¿eh?

La sorpresa baila sobre su mirada y cuando se apagan mis runas, salgo detrás de Sokka.

Un rato más tarde, apoyada en un montículo de nieve, observo al hermano de Katara dar clase a los niños más pequeños de su aldea. No deben superar los doce años, pero entiendo la necesidad que tiene Sokka de que aprendan la responsabilidad que se les impone. Sin embargo...

—Es importante no mostrar miedo al luchar contra un maestro del fuego. En la Tribu del Agua, luchamos hasta el último aliento —habla Sokka a los niños—. Porque sin valor, ¿cómo vamos a considerarnos hombres?

No puedo evitar intervenir, soltando un ligero bufido.

—Sokka, ¿eso no es un poco machista? Creo que algunas niñas también se interesarían en estas clases, ¿sabes? —Al tener su atención, sonrío—. Verás, en mi Nación hay incluso más soldados mujeres que hombres.

Me mira de arriba a abajo, a mi modelito estrecho pero que me permite pelear como una de las mejores de mi escuadrón, y vuelve a sonrojarse. Entonces lo escucho murmurar: —Lo pensaré.

Y cuando piensa seguir con la clase, un niño levanta la mano para pedirle permiso al baño. Vuelvo a reírme por lo bajo, al ver entrar en crisis a Sokka. 

—Escuchad: hasta que vuelvan sus padres de la guerra, vosotros sois los hombres... q-quiero decir, las personas para proteger esta tribu. —Me encanta ese detalle—. Así que nada de interrupciones. —Pero el niño insiste, Sokka cede y resulta que todo el grupito tiene que ir a hacer sus necesidades.

Se golpea la frente, y suspirando, me acerco por detrás. Me pongo en su posición, en su piel y me da pena ver que es el único que se lo toma en serio; así que decido brindarle unas pocas palabras de apoyo.

—Sokka, no te fuerces. Son pequeños todavía, pero si quieres cuando vuelvan del baño, te ayudaré. —Me mira ilusionado y casi dando brincos.

—¿Lo dices en serio, Kaisa? Por lo que me dices pareces una experta en este tema y... —Me río para acariciarle un hombro.

—Lo digo en serio, Sokka. Nunca miento en estas cosas. —Ambos compartimos una suave sonrisa de complicidad antes de ser interrumpidos por su hermana.

—Chicos, ¿habéis visto a Aang? Abu dice que desapareció hace más de una hora. —Pero no hace falta responderle cuando del mismo baño que tienen aquí en la adela, sale el pequeño volador.

Los niños se ríen ante un comentario gracioso de Aang, incluso Katara, pero Sokka parece abrumado. Se dirige hacia su hermana, pidiéndole que se lo lleve a otra parte porque solo ayuda a distraer a los niños. Eso me hace recordar a mi madre, que siempre apaga toda la diversión en cuanto a los entrenamientos. Pero la entiendo mejor que nadie, y a Sokka también.

Entonces cuándo Sokka sale exasperado hacia Aang y Appa, que ahora entretienen jugando a los niños, detesto que Katara se ría de su hermano. Sin embargo me quedo callada y persigo a Sokka, en compañía de ella que me sigue con pasos más lentos.

—¿Qué te pasa? —pregunta el chico moreno a Aang—. No tenemos tiempo para juegos. Estamos en guerra.

Y de nuevo esa palabra: guerra. Mis cejas se fruncen, al igual que las de Aang que baja de Appa.

—¿Qué guerra? ¿De qué hablas? —Los niños salen corriendo, entre risas.

No ven a mi Yara, que se acerca con pasos audaces a mi lado. Me arrulla la pierna, pero no puedo apartar la vista de Sokka.

—Has mencionado eso antes... Tampoco lo entiendo. —Sus ojos parecen suavizarse, mientras se explica.

—¿Me tomáis el pelo, no? Esto es algo... —Pero se interrumpe, nuevamente, por Aang.

Quien grita "pingüino" a un animal de cuatro alas y pelos en el pico, que se encuentra a varios pies de distancia. Después sale pitando en su dirección, para nuestra sorpresa, y escucho a Sokka decirle a su hermana: —Bromeaba, ¿no?

Pero desde hace rato que algo me huele mal, aunque no me dejan preguntar nada, porque Katara aprovecha su oportunidad para hablarme. Yo me cruzo de brazos, inquieta.

—Oye, Kaisa..., tú eres una maestra de hielo y ya que el agua y el hielo no son muy diferentes, ¿crees que podrías enseñarme algunas técnicas o posiciones? Verás, soy la única maestra de todo el sur y... —La detengo a medio camino, a pesar de que me duela verla tan ilusionada.

Incluso su hermano parece poner sus esperanzas en mí.

Pero eso no me detiene a alzar una mano, sin dar más objeciones.

—Lo siento, no puedo. —Sus ojos se apagan y trato de explicarme mejor—. Verás, Katara, a pesar de lo que pienses, el agua y el hielo no son lo mismo. El agua cura, aprende, pero... el hielo ataca, es más fuerte e implacable. Y tampoco sé nada de los maestros del agua, yo...

Pero ella se ha molesta. Creo que se piensa que sólo soy una orgullosa, lo cual es terriblemente equivocado.

—¡Eso es mentira! ¡Solo que no quieres enseñarme, lo entiendo! ¡Y yo que pensé que podríamos ser amigas! —Y se marcha en busca de Aang, refunfuñando que el hielo no podría existir sin el agua.

Y en parte tiene razón, pero, al mismo tiempo no.

Sokka me mira con una ceja alzada y suspira.

—Entiendo qué no puedes ayudarla, pero nuestro trato sigue en pie, ¿no? Cuando los niños salgan del baño o regresen de donde sea, ¿me ayudarás a entrenarlos para la guerra?

Y ahora solos, no puedo evitar preguntar mientras mi rostro se arruga de la preocupación.

—Sigo sin saber de qué guerra hablas. ¿Con los de la Nación de Fuego? Eso es imposible. —Su posición se tambalea al escucharme—. Aang tiene amigos incluso en esa nación, y a pesar de que a mi hogar lo rechazaran, me parece demasiado increíble que en unos días haya sucedido tal cosa.

Y entonces la presión de mi diadema parece aumentar, cuando toma cercanía conmigo, para sujetarme de los hombros. Su expresión rechaza cualquier duda y me habla con seriedad.

—Kaisa, escúchame bien. Llevamos cien años en guerra y que no sepas nada de ella, me hace pensar que en realidad te has pasado metida en el iceberg de antes todo ese tiempo. ¿Cómo si no explicarás que no sabes nada de esto? —Y me aparto de su lado, negando con la cabeza, sintiendo mi corazón latir a una velocidad vertiginosa.

Su toque arde en mis hombros y todo me da vueltas. Sin poder evitarlo, lágrimas saltan de mi ojos que se convierten rápidamente en copitos. La realización de la explicación de Sokka da cuerda a toda la música desvaída de mi mente, pero no puedo creerlo. No puedo.

Es demasiado.

—Kaisa, lo siento mucho... —Trata de decirme Sokka.

Pero solo puedo pensar en mis padres, en mi hogar, en el monje Gyatso, en Aang. Yara se acerca al encontrar que algo anda mal y me sirve de apoyo cuando siento que me desvanezco. No obstante Sokka se acerca al trote, me sujeta de un brazo y ambos caemos al suelo.

Yara me sigue dando su calor, Sokka me abraza y yo me rompo en su hombro. ¿Cómo estará mi familia? ¿Qué habrá pasado con ellos, con mi reino? Cien años... suena a una tremenda locura.

Pero tan cierto al ver la sinceridad en los ojos de Sokka.

—No... No puede ser, por eso tu abuela antes...

Pero ni bien soy capaz de terminar mi frase, cuando un ruido nos distrae a la distancia. Ambos nos giramos en aquella dirección, y vemos sobrevolar algo en el cielo: un explosivo que reconozco demasiado bien. Es de la Nación del Fuego.

Una señal.

—Sokka. —Comparto una mirada con el chico, me seco las lágrimas y ambos sabemos que significa.

La Nación del Fuego viene hacia aquí.

★ " NOTA FINAL ;

despues de mucho tiempo una actualización. disfruten y nos vemos pronto. van a haber muchos cambios :3.

Se despide xElsyLight.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro