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Asentado en mi moderno escritorio de vidrio, con algunos libros de consulta recurrente a mis espaldas y las primeras cajas con trabajo, me fui haciendo a la idea de que yo ya no era un empleado más.

Llegando más tarde que de costumbre a casa, los reproches no se hicieron esperar.

Clara era paciente y sumisa, pero no tardó mucho en mostrar su disgusto ante lo que catalogaba como "exceso de responsabilidad": si yo llegaba pasadas las 10, la comida esperaba en un plato dentro del microondas y ella, en la cama.

A las 6 a.m. comenzaba mi rutina; Clara remoloneaba dudando si levantarse o no para ir a sus clases de yoga, muy necesarias para lograr esa postura zen que tan bien le hacía.

Los fines de semana yo solía llevarle el desayuno a la cama y ella agradecía con una sonrisa agradable y si estaba de mejor humor, le propinaba unos arrumacos que aflojaran su tensión para conmigo y mi nuevo trabajo.

Teniendo sexo por sobre hacer el amor, ella tenía sus períodos anotados, sus días fértiles y estudiaba su temperatura basal para estudiar cuál era el momento propicio para tener nuestros encuentros amatorios.

María Clara solía llorar por las noches con el pesar de no quedar embarazada y yo, la abrazaba tiernamente, con la contrariedad del que acompañaba pero no ponía el cuerpo sabiendo que el dolor tanto como el amor, eran sentimientos intransferibles.

Irritada, también me trasladaba ese malestar que se hacía insoportable por momentos.

Obsesionada, se inculpaba por no lograrlo tan fácilmente.

Habiéndole propuesto estudiar si era yo quien tenía el inconveniente para procrear, se negaba sistemáticamente. No obstante, por las mías, me había hecho los estudios pertinentes y tras saber que todo en mí estaba normal, no insistí y dejé en sus manos el hecho de manejar las cosas como prefería.

Con Graff llamando a cada uno por su nombre, no ví la hora de que fuera el turno de Magali.

— Ella tiene un nene chiquito. Creo que de 4 ó 5 años. Los compañeros del sector me echaron varias veces la bronca de que no viaja, ni siquiera por una noche. Es complejo el tema de las auditorías al interior, ¿viste? —tocando quizás el punto más sensible de mi nueva empleada, supe que era algo a resolver para tener a todos contentos.

Con aquella afirmación, mi teoría de que esa desconocida, ahora conocida, era madre, tuvo fundamentos. ¿Estaba divorciada, separada, viuda? 

O peor, ¿casada?

 ¿Era una mujer de salir a menudo con chicos más jóvenes o simplemente habíamos estado en el momento preciso, en el lugar adecuado?

Inspiré hondo. Ya lo sabría.

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