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Cenando con amigos de ambos el sábado, almorzando con mis suegros el domingo y saliendo más temprano de la oficina, me condecoraba como el esposo del mes...aunque más correcto era decir "del fin de semana".

Tentado por llamar a Magali, a menudo me refugiaba en el balcón del dormitorio repasando su número y viendo su foto de contacto. Sosteniendo a su niño con fuerza y estampando un beso en su regordeta mejilla, lucía como una madre amorosa.

De repente, me encontré pensando que tanto ella como Clara merecían un hombre mejor que yo, ya sea como para jugar de amante como para hacer de esposo.

¿Y si me borraba del mapa? Buena excusa, típico comportamiento de cagón.

¿Y si le confesaba a mi mujer que la había engañado pero que no sentía nada por esa "desconocida"? Era mentirle.

Y héte aquí el punto.

Mi historia con Magali había llegado a un punto de conflicto. Para mí, ella no significaba una aventura y ya; yo con ella era el Astor descontracturado, jovial, alegre y efectivo. Potenciaba lo mejor de mí, desde mi estado de humor hasta mi desempeño laboral.

Yo sentía en su mirada una conexión especial.

Reprochándole al tiempo su despiadada jugarreta, me incliné sobre la baranda del balcón a contemplar el parque trasero de mi casa y escuchar el ruido de los pájaros juguetear sobre el agua del lago artificial.

¿Cuánta gente daría todo por una casa como ésta, por una esposa atenta y bella como María Clara y por tener un puesto tan importante como el mío? Injustamente, yo era capaz de regalar ese lujo a cambio de tranquilidad emocional.

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Reunión tras reunión, resolvimos el futuro de Graff. Haciendo magia con los números, se iba conforme y sin levantar polvareda: deshacerse de la empresa le daba respiro a él y a los 142 empleados que tenía a su cargo. La vendía a menos dinero a cambio de la estabilidad laboral de su gente por seis meses y discreción.
Una vez resuelto el tema, fue entonces que pude poner el foco nuevamente en Mar del Plata, en lo arreglado con Arismendi y Peters y en estudiar la documentación de Acosta.

Estaba seguro que Magali ya había avanzado lo suficiente en ambos legajos; cuando yo llegaba, siempre estaba con los biblioratos abiertos, repasando números. Yo saludaba al grupo de presentes y me desligaba del vínculo personal directo con ella.

No me era indiferente su presencia: sus risas fuertes, eran como el canto de las sirenas que deseaban atrapar a Ulises. Al pasar a su lado, miraba de reojo sus piernas cruzadas o sus manos tipeando frenéticamente alguna fórmula indescifrable. Quizás, sin sospechar que ella era la única capaz de resolver la fórmula que le podía dar un giro a mi vida.

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