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Durante todo el lunes y martes, Astor había estado reunido con los otros directivos entre los que participaba Graff. Viéndolo solo de a pequeños ratos, cuando regresaba con el pedido de comida o después de alguna reunión, ni me dirigía la mirada.

¿Pero acaso yo que pretendía?

Infantilmente, parecía no bastarme la aventura en el hotel.

Concentrándome en continuar el trabajo iniciado en Mar del Plata, media hora antes de cumplir con mi horario el día miércoles, un llamado a mi interno me sacó de libreto: Astor necesitaba que le lleve mi trabajo hecho hasta el momento.

Sentándome frente a él, aguardé pacientemente que culminara su llamado telefónico.

— Bueno, sí. Dale. Pero un rato nomás...si...si... ocúpate vos, porfa...bueno...chau, estoy en reunión — y colgó. Pasando sus manos por su cabello, exhaló. Se lo veía un poco ojeroso, incluso pálido.

Yo aclaré mi garganta, mirando uno de los cuadros nuevos puestos por el triunvirato que había asumido semanas atrás. La oficina lucía cambiada, pintada a cero y con nuevo mobiliario. Dividida internamente en tres cubículos, cada directivo tenía su propio "sub espacio".

— Era Clara, mi nov...mi esposa — se corrigió y arrojó su celular sobre el escritorio, de mala gana.

Sólo lo miré por un instante; al minuto, abrí el legajo de la empresa en cuestión y comencé a sacar papeles uno tras otro. Astor se resignó a hablarme de otra cosa que no fuera trabajo.

A la hora, aún continuábamos revisando la documentación; en pocas semanas, tendríamos que tener la presentación preliminar lista.

— Fue extraño regresar a casa y mirar a Clara con los mismos ojos de siempre — acotó sacando aquel comentario de la galera. Evidentemente el peso de su accionar le resultaba tortuoso—. Debo confesar que siempre juzgué a las personas que eran infieles. Y ahora me ves...siendo incapaz de tener la mente fría cuando estoy con vos. No sé...me desconcentro como un boludo.

En ese momento me parecía estar viviendo una fantasía; ¿yo lograba sacar de eje a un profesional titulado con honores, casado, bonito y quien podía tener a quien quisiera comiendo de su mano?

Sin embargo, algo me decía que yo había resultado ser el escape indicado para su vida poco perfecta,  a pesar de las apariencias.

— A principios de enero, apenas pase el ruido de las fiestas de fin de año, tenemos que volver a Mar del Plata. Allí expondremos todo esto.

— ¿Yo también tendré que ir?

— Por supuesto, sos la genia que hizo todo el trabajo. ¿O preferís que los laureles se los lleve otro? — lo que dijo tenía sentido, sin embargo, no estaba segura de querer compartir ese tiempo con él.

¿Y si era el lobo vestido de cordero tal como lo pintaba Julián?

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