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Maldiciendo mucho, situación bastante alejada del espíritu navideño que nos colmaba, acompañé a Clara a comprar los mil quinientos obsequios de Navidad para toda la familia. Atrás quedaba su berrinche por conocer a Magali y sus celos, fundados pero desconocidos para ella. 

Luciendo un vestido color manteca en la víspera del 25, el tono dorado de su piel se destacaba; era hermosa, una mujer espléndida pero tan absorbente como los papeles secantes que los chicos usan para chupar la tinta de las lapiceras en la escuela.

— ¿Y? ¿No me vas a decir nada? Es de la nueva colección de Las Oreiro —giraba de un lado al otro y la falda, apenas por debajo de la rodilla, flotaba en el aire.

— Eh...sí...está lindo...aunque supongo que no es proporcional el costo con el valor de la tela y la confección —absorto en el cuello de mi camisa, frente al espejo, fui poco caballero.

— ¡No, Astor! No hablo de la relación costo y calidad y esas pelotudeces que dirían nuestros amigos economistas, sino si te gusta cómo me queda...—acercándose por la espalda, me dio un beso en el cuello.

Involuntariamente, hice un gesto molesto y subí mi hombro, rechazando su contacto genuino. María Clara se echó hacia atrás y a pesar de tener sus anteojos puestos, pude ver unas lágrimas generarse en torno a ellos.

— Perdón...fue estúpido de mi parte. Me...me agarraste desprevenido. Me dieron cosquillas...

— Últimamente parece que siempre te agarro desprevenido —replicó con sarcasmo para agregar —: ¿Tenés a otra mina, no?

— Clara, por favor...me la paso en el laburo y después vengo corriendo para acá... ¿en qué momento...?

— En la oficina. ¿O te pensás que soy boluda, que no me doy cuenta que las minitas que trabajan con vos te tienen ganas?

— ¡No seas ridícula! —más me acercaba, más se alejaba.

— Y vos no seas ciego; esas tres que cuchicheaban cerca de la ventana no dejaban de mirarte durante el almuerzo de ayer —mencionó efectivamente, al trío encabezado por Magali. Transpiré de pensar que quizás mi esposa había escuchado algo sobre el viaje a Mar del Plata.

— Ya te presenté a Magali, ¿querés que armé otra reunión así conocés a las otras dos chicas? —me puse a la defensiva, intentando armar una estrategia que me permitiera ganar tiempo.

— No hace falta, no seas ladino. Magali es más...bonita de lo que pensé. Podría vestirse un poco mejor o dedicarse más a su físico, pero supongo que con un hijo hay muchas cosas que uno deja de lado...—tragó, quizás proyectando un futuro embarazo.

Yo avancé y en esta oportunidad, ella dejó que le acaricie su cabello brilloso y lacio.

— Clara, quiero que seamos una familia. Sé que no soy el mejor esposo, ni el más atento, ni el que suelta más elogios, pero sos importante para mí —sus ojos color caramelo se posaron en los míos —. Dale, confiemos uno en el otro y disfrutemos de la vida... ¿sí? No te hagas la cabeza —le rogué, más como una necesidad propia que como una ajena.

Mi esposa suspiró profundo y se fundió en mis brazos. Yo besé la cúspide de su cabeza y me repetí por milésima vez que ya no era un adolescente.

El timbre sonó en casa y me dispuse a jugar de anfitrión.


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