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En familia, la Navidad se pasó rapidísimo. Iñaki disfrutaba de sus Lego, de sus dinosaurios parlantes y de las pistolas de agua, éste último, regalo de mi madre. Mojándonos a todos el día 25 de diciembre, palió el gran calor de la ciudad.

Como por arte de magia la semana voló y rápidamente, la rutina nos volvió a acaparar.

Comenzando el nuevo año sin Graff dando vueltas y con el triunvirato instaladísimo en sus despachos, la empresa siguió sobre ruedas. Con algunos nuevos clientes, con una cartera de servicios ofrecidos más amplia, no había resultado tan mala la idea de darle una "vuelta de tuerca" a la firma e incorporar sangre joven.

En la intimidad del grupo de trabajo, delineábamos el perfil de cada uno de los jefes. Los tres eran amables y respetuosos pero, yo tenía mi preferido y se llamaba Astor.

Cruzándonos a cuenta gotas, yo solía dejar los papeles de nuestra auditoría conjunta sobre su escritorio a primera hora cuando no estaba y él, cuando los tenía visados, tras mi horario de salida.

Pocas observaciones, citas en el margen de las hojas y algún que otro correo electrónico, formaban parte de un "plan olvidarte" que imaginariamente nos habíamos propuesto. A eso debíamos sumarle que su esposa aparecía por las tardes, generalmente con alguna medialuna y con un café para merendar con marido. La chica era agradable y siempre tenía una sonrisa generosa en su rostro de porcelana china.

— Te escupió el asado, ¿no? — susurró Gisela con pleno conocimiento de mi martirio. 

— Nunca tendría que haber pasado nada. Ni la primera noche, ni la del hotel en Mar del Plata.

— ¿Sigue en pie el viaje de la próxima semana?

— Sí, me mandó el organigrama con las reuniones previstas. Cuatro días juntos es mucho tiempo.

— Negociá algunos menos.

— No puedo. Son los tipos de allá que quieren dedicación full time. Pusieron un fangote de guita en esta auditoría.

— Vos laburás por la misma plata, qué más da — rebuznó.

Para entonces, sonó mi interno. Astor quería verme...frente a su esposa.

Saludándolos con cordialidad, quedé de pie a poco de la puerta. Ella se levantó de su silla y me dio un beso exagerado. Astor quería pegarse un tiro, lo vi en sus ojos rígidos y su quijada de piedra.

— Perdón que te moleste, pero tengo que pedirte un favor ya que la semana que viene van a Mardel — dijo la muchacha y mis ojos se abrieron como platos.

— ¿A mí? ¿Un favor? — ¿acaso me pediría que no me acueste con su esposo?

— Yo sé que por acá tenés 500 locales de Havanna, pero quiero conitos de dulce de leche comprados allá y Astor odia salir de compras. En la Luna de Miel lo tuve que sacar con una grúa del hotel para comprar souvenirs para la familia.

Quedé dura como estatua de mármol.

— ¿Querés.... conitos con dulce? —quise echarme a reír, pero su pedido era sincero e inocente.

— Sí.

— Bu...bueno...está bien — al responder afirmativamente, me apretó en un abrazo más vehemente que el esperado.

— Astor me dijo que tenés un nene — ¿él le había hablado de mi vida personal? ¿Qué más le habría dicho sobre mí?

— Si, tiene 5 años.

Su rostro se desdibujó por primera vez en lo que iba del diálogo y sus ojos se tornaron vidriosos.

— Es la edad que tendría...

— Clara, ya basta. Magali tiene que trabajar —se impuso mi jefe, de mal genio.

La joven se limpió con rapidez sus lagrimales y nuevamente vistió su cara con una gran sonrisa.

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