Nadie cuestionaba la desaparición de Yugi. Sus compañeros estaban aliviados de no tenerlo en clase, los otros cursos se sentían tranquilos de no necesitar lidiar con él y los profesores no cuestionaban la terrible salud mental que debía tener el muchacho.

Yashiro quedó como la novia ejemplar que, a pesar de los malos rumores, siguió cuidando de su pareja.

Nene estaba conforme con eso.

Nadie sabía que, en verdad, lo tenía encerrado en casa.

18:00. Yashiro se estaba tardando.

El azabache se encontraba sentado en el suelo, mirando una televisión apagada y comiendo desganado los dulces que ella había traído. Era una caja entera, muy colorida por las diferentes golosinas. Había gomitas, piruletas, nubes, caramelos... Pero ninguno era de su agrado.

Echaba de menos las donas que preparaba su madre, los partidos que veía su padre, las discusiones tontas que tenía con su hermano...

Había perdido tantas cosas.

Golpeó sus mejillas. No muy fuerte, o las heridas se hubieran vuelto a abrir. Se levantó y fue a abrir la puerta.

Iba a salir a buscarla porque se estaba preocupando. Ya eran las 19:24.

Sabía que si salía del hogar, ella se enfadaría. Ignoró la voz que le suplicaba por mantenerse quieto. Si ella se enfadaba, entonces lo golpearía. Si eso pasaba, él recibiría amor.

Un amor enfermizo.

Sin embargo cayó al suelo. Solo había entornado la puerta, y sus pesadillas ya había vuelto a aparecer.

"Ven conmigo, Amane"

"Te estoy esperando"

"No me dejes solo"

- ¡Aléjate!

"Eres malo"

"Mamá me asesinó"

"Ella me quiere más a mí"

"Sin embargo a ti no te quiere nadie"

Cerró los ojos y se encogió en una bola. Solo podía escuchar su risa estridente burlarse de él.

De repente, silencio.

- ¿Tú me quieres, Amane-kun?

No respondió.