4-3

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

 Al día siguiente me desperté antes que Dargavs, bajé las escaleras y esperé a Pripyat en la entra de la casa, junto a la verja de madera blanca, enlazadas con flores rosas que habían germinado hace poco. Era como tener una pequeña pradera boscosa, solo para nosotras.

Me acomodé la pañoleta purpura que tenía amarrada al brazo como símbolo de que servía a la comunidad y podían abordarme en cualquier momento por ayuda.

Pripyat salió del hogar azul, se detuvo al verme, colocó las muñecas en la cadera, como esas caricaturas de los cincuenta donde una esposa molesta aguarda con un palo de amasar en la puerta a su cónyuge que se pasó de copas.

—Llegas tarde —reprochó con el ceño fruncido, aunque ella acababa de salir.

Balbuceé sin saber qué decir.

—Perdón —logré formular.

Ella soltó una risotada y bajó los escalones del porche.

—Sabía que ibas a disculparte por algo que no hiciste —era un cuerpo demasiado pequeño para contener tanta maldad—. Vamos, Bodie, no te acobardes, si cumples el trato no le contaré a nadie que eres una mercenaria.

—Tss —no supe qué más hacer, así que chasqueé la lengua.

Me sorprendió cómo iba vestida.

En las otras dos ocasiones ella había usado ropa bastante corta o ajustada, que le quedaba sensacional. Pero tristemente ese día no era el caso. Me lamenté, la única motivación que tuve para levantarme esa mañana fue ver sus muslos.

En aquella ocasión llevaba su cabello naranja artificial escondido en un pañuelo, de manera que era imposible adivinar que se lo había teñido. Se había puesto un vestido largo que le iba hasta los talones, con mangas extensas que había remangado en sus antebrazos para que no le colgaran como el disfraz de un fantasma. El vestido era de color pajizo y su tela era de arpillera o similar. Lo único que llevaba descubierto eran las manos y el cuello.

A todas luces se veía que esa prenda era prestada de la señora Bhangarh.

Ella atravesó la verja, la cerró con cuidado y comenzó a caminar hacia el centro del pueblo, así que la seguí sonriendo de lado, incapaz de contenerme. Ni siquiera podía ver sus zapatos.

—Oye —dije acariciando su cuello con mi dedo índice, como si tratara de tocar a un perro sarnoso—. Estás mostrando mucha piel ¿Acaso quieres insinuarme algo? —bromeé.

Ella giró su mirada hacia mí. Bufó evidentemente irritada. Éxito.

—Las dos sabemos que eres mucho más fácil, Bodie, no necesito tanta piel para conquistarte.

—Oh.

Me sentí abochornada y no supe qué más decir porque tenía razón. Pripyat rio, estaba de buen humor, sin embargo, por más que riera su mirada continuaba igual de férrea y fiera. No tenía armas, pero una espada o una escopeta hubieran calzado a la perfección en sus manos, se veía como una cazadora de humanos o una guerrera vikinga, era igual de blanca y morruda, muy parecida a las nubes vírgenes después de una tormenta.

Tan solo un momento con ella y terminarías muerto.

Pensé en su risa. Sentí que era la misma que crearía una asesina encerrada en algún psiquiátrico, era exagerada, estruendosa y aguda. Me gustaba. Pensé que debería dejar de pensarla, de compararla con cosas. Me reprendí por vivir tanto en mi mente, como si fuera un santuario.

Difícilmente alguien lograba alejarme de mis pensamientos, pero eran tan tranquilos que a veces me olvidaba de salir al mundo exterior.

—¿Ya lograste descubrirte? —preguntó, caminando apresurada, alzando la cabeza y elevando sus ojos parar sostenerme la mirada—. Porque yo no.

—¿A qué te refieres? —sabía a lo que se refería y me helaba la sangre que hubiera atinado el rumbo de mis cavilaciones.

—A que, la noche en que te conocí eras muy amigable y halagadora, luego por alguna razón, te enojaste...

—¡Porque fuiste muy descortés y me robaste mi chapa!

—... y de repente dijiste que mi cara era horrible...

—No quise decirlo —lamenté—. En realidad, creo que eres... hermosa —balbuceé.

Ella sonrió encantada, como si habláramos de un momento cautivador y memorable.

—No vas a acostarte conmigo.

—Devuélveme el cumplido, entonces.

—¿A ti? No, prefiero verte arrepentida de tus actos... ¡Esa noche luego de decirme que era un adefesio te viste tan arrepentida y asustada de ti misma! Creí que eras una santa, pero a la semana, siguiente no eras ni amigable ni halagadora.

Recordé el momento en que creí que no había nadie esperando por mí, fuera de la casa, y pensé que era mejor no volver a salir.

—Pasé unos diez días bastantes antipáticos y asociales frente al televisor. Fueron una pesadilla.

—¿Por qué? ¿Te quitaron la suscripción a Playboy?

Me mordí la lengua, esa chica era una metralleta de provocaciones, pero en vez de ofenderme solo quería tontear más tiempo con ella.

—Para eso tengo mi imaginación y a ti.

Rodó los ojos.

—Yo creí que estabas esquiva y me querías fuera de tu departamento por el arma y la evidencia criminal.

—¡No lo digas en voz alta! —observé si alguien nos vigilaba—. Me comporté como tonta porque... no sé cómo actuar contigo.

Continué escudriñando el lugar.

Había pájaros que remontaban los vientos estivales y agitaban sus plumas en la cúpula de ramas y hojas verdes que creaban los árboles. Nosotras caminábamos bajo su sombra y en nuestra piel mutaban los rayos de luz que lograban llegar al suelo.

Estábamos dejando atrás la plaza, la residencia y adentrándonos en las frondosas cuadras donde vivía casi todo el pueblo. Como era primera hora de la mañana caminábamos en mitad de la calle, no había ni autos ni peatones. Después de todo, la policía le quitó la licencia a todos los que olvidaron las reglas de tránsito.

El rocío de la mañana era nuestro único acompañante, eran como estrellas rutilantes. El asfalto estaba mojado y el sol se reflejaba en la grava como si se tratara de un espejo dorado.

En la esquina había una pila de latas de aerosol vacías, algunos adolescentes pintaban los monumentos o los rompían porque ya nadie recordaba a los patriotas. Incluso fui invitada por ellos la noche anterior, cuando fui al supermercado de la cuadra por un helado y fideos. Volvía arrastrando los pies y meciendo la bolsa de supermercado cuando un chico de quince años bajó de la bicicleta y trató de ligar conmigo porque creyó que teníamos la misma edad. Me dijo que molerían con bates y aerosol el monumento del tipo en caballo de la avenida principal y preguntó si quería unirme. Lo bueno de un mundo con pocos amigos es que todos son sociables, buscan iniciar nuevos lazos, lo más probable es que sus colegas montados en bicis fueran desconocidos para él. Le hubiera dicho a la pandilla que sí quería unirme si no hubiera tenido una cita con Prypiat por la mañana.

—No hay nadie aquí —Se mordió el labio y prosiguió—. Entonces esta mañana rompes el hielo con una broma y cuando te la contesto te pones roja como una rosa.

—No estoy ro... —me puse roja.

—Eres muy incomprensible —se montó de un salto al cordón de la acera y caminó con un equilibrio admirable... para un borracho, cuando estaba a punto de caer se agarraba de mi hombro—. No sé si eres amable, calmada, pervertida o simplemente idiota. Sin mencionar que pareces una enciclopedia de datos inútiles.

—Créeme que no tan inútiles como esta conversación.

Ella rodó los ojos otra vez y continuó hurgando en mi pasado, tal vez porque sabía que me molestaba:

—Aunque sepas muchos datos ñoños, no eres muy lista porque te costó deducir que yo era Pripyat cuando aparecí en tu puerta.

—Eso fue porque...

«Me quedé en blanco porque me pareciste tan guapa como para babear» completé en el interior de mi cabeza.

—Oh, gracias —comentó alagada, estirando los brazos hacia el cielo, las mangas del vestido grande y holgado se le cayeron hasta los codos, su antebrazo rojo y arrugado parecía enguantado—. Yo también creo que soy guapa.

Balbuceé sin saber qué decir y escondí las manos en los bolsillos de mis pantaloncillos. Me odié por no controlar mis pensamientos, no quería darle ese tipo de poder, ya suficiente autoestima tenía esa chica.

Sobrepasamos la pila de latas de aerosol vacías y pateé una.

—Tengo una teoría, pero no te conozco desde hace tanto como para validarla ¿Quieres saber cuál es?

—No —respondí intimidada, mirando mis pies.

—Creo —continuó ella, haciendo oídos sordos—... creo que vienes de un lugar en donde te reprimían. Tal vez unos padres muy estrictos o un orfanato. Por eso cada vez que dices bromas indecentes o estallas de alguna manera retrocedes y te ves terrible.

Me encogí de hombros. Ella sonrió con malicia.

—¿No tienes nada para aportar? ¿Ningún dato interesante o perorata?

Me encogí de hombros otra vez.

—Deberías descubrirte más y anotar cómo eres. En un cuaderno —comentó pensativa, con las manos tras la espalda, contemplando las nubles del cielo naranja—. ¡Como una lista o una gráfica! ¡Una columna para cada cualidad tuya y pones una x cada vez que hace una aparición! Así sabrás si eres alguien paciente o graciosa o lo que sea que fueras antes. Solo tendrás que contar las marcas en cada característica. Más de veinte en menos de un mes y se convierten en una cualidad tuya.

Sonreí para mis adentros. No sabía que Pripyat fuera tan sistemática y organizada.

Ya sabía algunas cosas de mi persona, tal vez me comportaba como una idiota cuando estaba con chicas guapas como Pripyat, pero sabía que era una persona bastante lista, lo suficiente como para saber que ella estaba manipulando la conversación y desviando el tema de algo que le aterraba.

—¿Vas a decirme a dónde irás vestida así?

Noté un respingo que recorrió su columna vertebral, se apretó el lado interno de las mejillas y masculló una maldición, renegando contra mis capacidades perceptivas. Di en el clavo. Ella no era tan conversadora sin un propósito. Me vino la impresión que su actitud era un castillo de naipes y que acababa de soplar para demolerlo todo, sin embargo, ella comenzó a construirlo con rapidez.

—¿Tan importante es para ti la ropa que llevo puesta, Bodie?

—S-sí.

—Puedo solucionar eso si quieres y me la quito.

—Oh —lo había logrado otra vez, me dejó sin palabras.

«No ahora»

—Ya, entonces después —concedió.

Me cubrí la boca y me mordí la lengua, odiaba hablar en voz alta, ni siquiera lo notaba. Me había sucedido algunas veces con Belchite o Darg, pero con Pripyat se intensificaba. Tenía la ligera impresión de que ella me leía la mente.

—Cuidado —dije llevando mis manos hasta mis orejas y acumulando mi cabello azabache corto para que no me cubriera la cara—, se supone que estás hablando con alguien que viaja con armas, pasaportes falsos y atuendos de hospital ensangrentados.

Ella chasqueó la lengua.

—No me asusta.

—¿Ah no?

—No, porque soy peor que tú.

—E-eso... ¿Qué?

Juntó las manos tras la espalda, sonrió victoriosa, casi rio por haberme dejado anonadada y en blanco por segunda vez en menos de diez minutos.

Continuó caminando, como el sol sigue a la luna, la marea besa intermitente la orilla y como el otoño persigue a la primavera, yo la seguí.

Porque eso hacen las personas de chapa en los pueblos sin nombre.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro