Capítulo 10: Aquelarre a la luz de las estrellas

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Elliot estaba revisando el correo electrónico de cumpleaños que le había llegado de su padre durante la celebración de su fiesta sorpresa. «Ya lo dejaré para más tarde», pensó con desdén en aquel momento mientras bebían unas cervezas y comían crepes en la Gallete du Beffroi; y ese momento había llegado. Todos los años era casi igual. El mismo correo que, por lo vacío de su expresividad y lo formal de su redacción, había sido probablemente redactado por una de sus secretarias. Elliot ni siquiera tenía ánimos de contestar; o por lo menos, no en ese momento. A su lado estaba el tarot que le acababa de regalar Madeleine cuando salieron del local. El regalo lo mantenía distraído de sus vacilaciones melancólicas cuando Colombus abrió la puerta y entró a la habitación.

—¿Qué haces aún con esa ropa, viejo? ¿Vas a volver a salir? —preguntó al ver que Elliot estaba tendido en su cama, aún con la ropa del día puesta.

—Ujum. Probablemente vaya un rato al planetario.

Elliot se acomodó en su cama, dejando el teléfono a un lado y tomando las cartas del tarot que le había regalado Madeleine entre sus manos.

—No lo sé, viejo —dijo Colombus con algo de aprensión y recelo en la voz—. No creo que andar vagando por el castillo a estas horas sea muy buena idea. Y menos con los freaks de O.R.U.S dando vueltas por allí, ¿no lo crees?

—No te preocupes. No es la primera vez que me escabullo a la Tour du Ciel sin que nadie se dé cuenta —dijo Elliot, tratando de restarle importancia a las palabras de Colombus—. Aparte, tampoco es tan tarde aún. Todavía tengo unas horas.

Colombus se encogió de hombros con despreocupación, sabiendo que cualquier intento de disuadir a Elliot de hacer algo que ya había tomado la decisión de hacer sería una total y completa pérdida de tiempo.

—Si tú lo dices —dijo al final—. Yo la verdad no entiendo cuál es tu fetiche con el planetario.

—Me gusta ver las estrellas, eso es todo —respondió Elliot tras una sonrisa, poniéndose de pie para salir.

—Cuídate —dijo Colombus—. Y si te metes en problemas... por favor, Elliot... no me despiertes —dijo antes de acomodarse bajo las sábanas.

—No prometo nada...

—Ah... bastardo —refunfuñó Colombus juguetón a mitad de un perezoso bostezo.

Por algún motivo, esa noche se sentía más preocupado por Elliot que de costumbre, pero estaba muy cansado, y tan rápido como cerró los ojos, cayó profundamente dormido.

─ ∞ ─

El pasillo era amplio y, de no haber estado seguro de que aquello era el Instituto, el lugar casi hasta habría podido pasar como uno de los pasillos del Louvre. Había pinturas colgadas a lo largo del recorrido, saltándose aquí y allá cada vez que aparecía una ventana en la pared, mientras las armaduras antiguas, todas bien pulidas y ornamentadas con escudos, espadas, lanzas y alabardas, parecían ser los guardianes silenciosos de aquellos tesoros artísticos. Todo el mundo reconocía la belleza exquisita del área que llevaba al ala sur del Fort Ministèrielle, con sus baldosas blanquinegras de formas abstractas y sus tallados en las paredes, allí donde se ubicaban las oficinas, los salones, y los dormitorios de la Sección Inmaculada junto a los aposentos de los profesores que vivían allí en el castillo. 

Sin embargo, los estudiantes solían, ajenos a cualquier interés artístico para la ocasión, siempre evitaban acercarse a aquella zona por el temor de encontrarse cara a cara con alguno de los profesores de O.R.U.S., o los Inmaculados. Pero Elliot, que no se había acercado por allí con ojos curiosos por el arte, no podía dejar de pensar en la chica de su sueño. Lo acosaba la duda de si todo se había tratado de un sueño, algo que no dejaba descansar a su mente. Almería regresó a sus pensamientos. Por alguna razón, era tal y como había pasado entonces, con la vieja gitana y la extraordinaria aparición del espíritu de la carta.

—¿A dónde vamos? —preguntó Paerbeatus extrañado al ver que no reconocía el pasillo en el que se encontraban.

—Al ala sur del castillo —respondió Elliot.

La escasa luz de la luna sonreía juguetona en el cielo y entraba con sutileza a través de los tragaluces del techo de aquel pasillo. Con una rápida mirada Elliot pudo ver con sus propios ojos que el cielo estaba completamente despejado aquella noche, a diferencia de la anterior, y gracias a que la luna estaba en su fase menguante, las estrellas brillaban con descaro y elegancia a lo largo y ancho del cielo nocturno. Era una noche hermosa.

—¿Y para qué me llamaste? —le preguntó el espíritu.

—Es que —Elliot dudó antes de contestar—, en la mañana tuve un sueño en el que una chica me pedía que me encontrara con ella en este lugar.

—¿Una chica? ¿Qué chica?

—No lo sé, Paerbeatus...

—Pues, si me permites decirlo, perseguir gente que se te aparece en la cabeza no es una cosa muy recomendable, créeme...

—Sí, bueno, estoy loco. Gran novedad —respondió Elliot con sarcasmo—. Sólo necesito que me ayudes a estar pendiente por si viene alguien. Eso es todo.

El arco de piedra que enmarcaba la entrada al ala sur del castillo era robusto, y estaba custodiado a cada lado por dos pesadas armaduras, con hachas en las manos, y con las insignias del ojo alado de O.R.U.S esculpidas en el casco. La luz de la luna que entraba por los tragaluces era la única fuente de iluminación que había en el pasillo. Todo estaba oscuro y en completo silencio. Aparte de él y Paerbeatus no había más nadie en aquel lugar. O por lo menos, eso era lo que creía Elliot.

—¿Ves a alguien? —le preguntó con cautela a Paerbeatus.

—No huelo nada, no —le contestó—. ¿HAY ALGUIEN AQUÍ? —gritó de pronto, haciendo que Elliot se estremeciera de pies a cabeza.

El chico estaba a punto de regañar a Paerbeatus cuando, con el rabillo del ojo, captó un movimiento por una de las armaduras que custodiaban el arco de entrada.

—Así que viniste —dijo Lila con dulzura.

Se apareció fugazmente por detrás de una de las armaduras. Su piel era igual de blanca que en el sueño, y su cabello tan largo y negro que le llegaba a los talones. Estaba viendo a Elliot a los ojos; él se sorprendió de lo brillantes que eran a pesar de la oscuridad que había en el pasillo. En ese momento, con ella justo frente a él, a Elliot le pareció estar de vuelta en el pasillo oscuro de su sueño.

«Eres... tú...», pensaba él, pero como por arte de magia, la chica que estaba viendo parada frente a él desapareció repentinamente en el aire. Era como si su existencia y su cuerpo hubieran sido succionados del pasillo frente a sus ojos; cómo si nunca hubiera estado allí.

─ ∞ ─

Paerbeatus pudo sentir una corriente eléctrica abrazándolo. Los ojos le brillaban con intensidad. Todos sus sentidos estaban alerta ante el menor movimiento, y su postura era como la de un gato listo para atacar en cualquier momento.

—¿A dónde se fue? —preguntó Elliot desconcertado, moviendo su cabeza de un lado al otro.

—¡¿Quién?! —respondió Paerbeatus por inercia.

Sus ojos morados seguían fijos sobre la chica de pie frente a él, y los de ella no lo perdían de vista a él.

—La chica... ¡La chica que estaba aquí...! ¡La chica de mi sueño! Desapareció...

—¿De qué estás hablando? Está allí, justo frente a ti —dijo Paerbeatus apuntando a la chica.

—Él no puede verme —respondió Lila con mucha calma.

Había dulzura en su forma de hablar, pero, por algún motivo, cuando Paerbeatus la escuchó hablar, sintió el mismo escalofrío de antes recorriéndole por la columna.

—¿Cómo que no puede verte? ¿De qué estás hablando? —le preguntó Paerbeatus, haciendo acopio de todo su coraje para ello.

—¿Estás hablando con ella? —preguntó Elliot—. ¿En serio sigue aquí? ¡¿No estoy delirando o algo así?!

Lila volteó a ver a Elliot para hablarle con una mirada condescendiente.

—Pobrecillo, está confundido. Deberías...

Pero apenas comenzó a caminar en dirección a Elliot, Paerbeatus se interpuso en su camino.

—No te acerques —dijo tratando de sonar amenazante.

Sus ojos eran dos amatistas incandescentes en aquel momento.

Ella lo miró sorprendida y retrocedió cautelosa. En ese momento la mente era un hervidero de pensamientos, y todos sus sentidos peleaban violentamente por tomar el control de su cuerpo. Se sentía abrumado, pero sabía que su claridad mental no duraría mucho y, de alguna manera, sabía que Elliot corría peligro con aquella desconocida.

—Paerbeatus... ¿qué está pasando? ¿Estás bien? ¿Te encuentras bien?

—No sé, Elliot, tengo miedo. ¡Me quiero de ir de aquí, y creo que tú también deberías irte conmigo!

—Pero... acabamos de llegar. Todavía no sé qué pasó con la chica que estaba justo aquí hace un instante. Quiero saber qué está sucediendo.

—¿La chica? ¿Te refieres a... ella?

Paerbeatus apuntaba con un dedo tembloroso en dirección de Lila.

—Él no puede verme. Soy una fantasma —Lila se apresuró a responder—. Pero no tienen por qué asustarte, no tengo malas intenciones. Todo lo que quiero es darle un regalo de cumpleaños.

Los ojos de Paerbeatus se abrieron de par en par, mientras corría a esconderse detrás de Elliot.

—¡AHH! ¡Un fantasma, Elliot! ¡UN FANTASMA!

—¿Cómo que un fantasma? —preguntó Elliot aún más confundido—. ¿La chica de mi sueño... es un fantasma?

—¡Eso fue lo que dijo! ¿En serio no puedes verla?

—No, Paerbeatus, no puedo verla, ni escucharla. Nada.

—Y... eso, ¡¿acaso no te asusta?!

—No en realidad. La verdad es que después de todo lo que ha pasado últimamente, enterarme de que también existen los fantasmas no es una gran novedad —respondió Elliot con cierto aire de confianza—. Total... nunca me dieron miedo los fantasmas.

—¡Pues entonces estás aún más loco que yo! —contestó Paerbeatus—. ¡Si yo fuera tan valiente como lo eres tú me estaría haciendo pipí en este mismísimo momento! De hecho, creo que ya me hice...

Una risita de Lila hizo que Paerbeatus volviera a mirarla.

—Se está riendo, Elliot. ¡Tengo miedo! Dile que se vaya.

—¡De ninguna manera, Paerbeatus! Necesito hablar con ella —respondió Elliot con firmeza.

—Dile que yo también quiero hablar con él, por favor —dijo Lila con voz afable.

—Ella dice que también quiere hablar contigo, Elliot. ¡Ay, qué miedo! ¡Estoy hablando con una muerta!

—Concéntrate, Paerbeatus, hazlo por mí, ¿vale? Yo te voy a cuidar si pasa algo, te lo prometo. Pero por ahora necesito que le preguntes cuál es el significado de mi sueño.

Paerbeatus estaba a punto de repetir las palabras de Elliot cuando Lila se adelantó y comenzó a hablar.

—Lo único que quiero es darle un regalo de cumpleaños a él, eso es todo.

Lila sonreía inocentemente. Paerbeatus castañeaba los dientes de miedo.

—Ella sí puede escucharte y ya está respondiendo a tú pregunta —susurró Paerbeatus—. Dice que quiere darte un regalo de cumpleaños.

Y antes de que Elliot pudiera contestar cualquier cosa, Lila comenzó andar hacia el ala sur del castillo.

—No tenemos toda la noche. Será mejor que me sigan —dijo.

—¡Uff... por fin! Se está yendo —dijo Paerbeatus aliviado al ver cómo la chica se alejaba.

—¡¿Yendo?! ¿A dónde?

—No tengo idea, pero quería que la siguiéramos. ¡Ja! ¡Está loca si cree que vamos a correr detrás de un fantasma! Nosotros somos más inteligentes —contestó el espíritu mientras veía a Elliot y se daba unos golpecitos con un dedo en la sien.

—Pero... ¡pero...! ¡Por supuesto que la vamos a seguir, Paerbeatus! ¡Vamos, guíame!

—Pero Elliot... ¡Es un fantasma...! Y los fantasmas son...

—No me importa —interrumpió Elliot—. Cómo yo no la puedo ver te va a tocar a ti perseguirla. Así que andando, yo te cuido la retaguardia.

—Esto no va a terminar bien. ¡Te lo digo!

Elliot arrimó a Paerbeatus hacia adelante y se pusieron en marcha. La totalidad del castillo estaba sumergida en oscuridad y silencio. Los pasos de Elliot hacían eco en la negrura con cada paso que daba en dirección al ala sur. El repicar monótono de las campanas de la ciudad anunciaba lánguidamente que ya era la medianoche, mientras que las estrellas inocentes brillaban tranquilas en el cielo nocturno. La luna por su parte, seguía sin dejar de sonreír.

─ ∞ ─

—La muerta dice que ya llegamos.

—¡No le digas así! —dijo Elliot indignado—. No sé mucho de modales espirituales, pero estoy seguro que debe ser de muy mala educación, Paerbeatus

Lila se rio por lo bajo y se detuvo de pronto frente a una de las puertas ornamentadas. Durante el camino se habían topado con un restaurador vigilando el pasillo, pero les fue fácil esquivarlo.

—Aquí está. Estamos cerca de tu regalo de cumpleaños —dijo ella mientras sonreía.

—Dice que aquí es donde está tu regalo de cumpleaños —repitió Paerbeatus para Elliot pudiera escuchar—. Podrá ser muy bonita, Elliot, pero me parece a mí que es medio tonta. Aquí sólo hay una puerta cerrada y, según mi experiencia, créeme, una puerta cerrada no es que sea un gran regalo de cumpleaños...

Elliot intentó abrir la puerta, pero por más que giró del pomo, estaba firmemente cerrada con seguro. Sería imposible entrar allí sin la llave.

—No te preocupes, cachorro, yo puedo solucionar eso —susurró Lila al oído de Elliot mientras se acercaba a la puerta y tomaba el pomo con una de sus manos.

—¿Qué? ¿Qué está pasando? —preguntó Elliot inquieto.

Paerbeatus se apartó de un brinco de la puerta y se colocó junto a Elliot.

—No tengo idea —respondió Paerbeatus con un aire histriónico y burlón en la voz—. Para mí que esta chica aparte de muerta está loca, Elliot. ¿Por qué mejor no nos vamos de aquí, sí?

—Mi nombre es Lila, no chica —le dijo Lila a Paerbeatus con los ojos aún cerrados y la mano en el pomo de la puerta.

Parecía estar muy concentrada en lo que hacía. De pronto, antes que una estática se apoderara del aire alrededor, ella movió lentamente sus labios y declamó una palabra...

«Abeorium»

Su voz sonó tan suave y lírica como un poema susurrado, pero ni Paerbeatus ni Elliot pudieron escucharla. Que Lila susurrara fue lo único que hizo falta para que unas chispas rojas, parecidas a diminutos relámpagos escarlatas, salieran de la palma de su mano y se adentraran en el mecanismo del picaporte, inhabilitándolo. El aire regresó a ser mismo de antes, y la puerta se abrió de golpe. Elliot y Paerbeatus se sobresaltaron.

—Listo. Puerta abierta.

Paerbeatus no dejaba de verla, temblando de pies a cabeza.

—Se llama Lila y acaba de abrir la puerta —dijo a Elliot con rapidez. El terror hacía que las palabras se le atropellaran en la boca—. ¿Ya nos podemos largar?

—Rápido, será mejor que entremos entonces —dijo Elliot con apremio.

Paerbeatus, reticente al comienzo, terminó por seguir a Elliot a regañadientes al despacho. Cuando el chico iba a cerrar la puerta, el espíritu lo detuvo.

—Espera —le dijo a Elliot, tomándolo por el brazo.

—¿Qué? ¿qué pasa, Paerbeatus?

—La chica aún sigue afuera —contestó él.

—Ya te dije que me llamo, Lila. Y aunque quisiera, no podría entrar —se apresuró a responderle ella.

—Dice que no puede entrar.

—¿Qué? ¿Por qué?

—El pergamino que está junto a la puerta no me lo permite —contestó Lila mientras señalaba un trozo rectangular de papel amarillento que había a un lado de la puerta, sobre el marco de madera.

—Dice que ése papel no se lo permite.

Paerbeatus señaló el trozo de pergamino que ella mencionó.

Elliot se acercó y examinó de cerca el pergamino. En el papel había dibujado unos símbolos que, para Elliot, parecían unos garabatos sin sentido. Estaba seguro que se trataba de una estrella de David rodeada por unas palabras en un idioma que Elliot no podía reconocer; la figura ocupaba casi todo el espacio central del papel. El resto de los trazos parecían formar una figura abstracta en las puntas de la estrella. Sin pensarlo mucho realmente, Elliot extendió una de sus manos y arrancó el papel de la puerta. Al hacerlo unas luces extrañas de color dorado brillaron con mucha intensidad, formando un cuadro alrededor del despacho y rodeándolo. Paerbeatus soltó un chillido asustado, luego se llevó las manos a la boca y se alejó de las paredes hasta quedar justo en medio de la oficina. Era evidente por la cara con la que veía Elliot al espíritu que el chico no podía ver nada de lo que ocurría a su alrededor. La extraña figura geométrica, que ahora se parecía más a un sextagrama que a un cuadro, brilló con súbita fuerza por un instante y luego, tan rápido como había aparecido, se esfumó en el aire, como si de arena barrida por el viento se tratara.

—¿Sucede algo, Paerbeatus? —preguntó Elliot confundido.

—¿Acaso no viste lo que acaba de ocurrir? —contestó Paerbeatus con los ojos abiertos de par en par.

—¿De qué hablas? Lo único que hice fue quitar el papel de la puerta y ya.

Había una mirada de confusión en sus ojos azules.

—El pobrecito es sordo, así que no creo que haya visto nada —dijo Lila mientras entraba al despacho y la puerta se cerraba por sí sola tras ella.

Elliot dio un respingo al ver cómo la puerta se cerraba, aparentemente, movida por una voluntad invisible. Tras notar ello no pudo evitar retroceder unos pasos.

—Me... me gustaría saber que estamos haciendo aquí —dijo un tanto nervioso.

Miró de un lado al otro a la vez que sus ojos se iban adaptando poco a poco a la oscuridad. En el despacho había un amplio y pesado escritorio con una silla de terciopelo rojo escondida detrás. En la pared a sus espaldas había una gran ventana, por la que entraba la única luz del lugar, la cual era el delicado brillo de la luna. Las paredes a los lados estaban cubiertas por enormes librerías que llegaban hasta el techo; una armadura de las que había en el pasillo descansaba pacientemente en uno de los rincones. Por alguna razón, aquella oficina le resultaba muy familiar a Elliot. Por un momento pensó en encender las luces, pero luego le pareció una pésima idea. Si el restaurador volvía a pasar frente a aquel despacho y veía la luz saliendo lo descubriría. La suerte de hacer poco ruido no iba a durar mucho más tiempo. Cuando se acercó al escritorio para leer la placa de metal sobre este, casi se le sale el corazón por la boca.

—Estamos en el despacho de Lou...

En la placa de bronce que descansaba sobre el escritorio se podía leer a la luz de la luna la inscripción. «Prof. Louis Rousseau, supervisor principal de la sección Apollinarie», decía.

—¿Ése no es el hombre que no se cansa de hablar de cosas viejas? —preguntó Paerbeatus a su lado.

—Mi profesor de historia... sí —respondió Elliot, aún estupefacto por la sorpresa—. Esto no me gusta... no deberíamos estar aquí.

El símbolo alado del Protocolo O.R.U.S. se dibujó con claridad en la mente de Elliot. Si lo llegaban a encontrar allí, la gente iba a pensar que él tenía algo que ver con el asalto de hace pocos días. Pero tan rápido como ese pensamiento ocupó su mente, otro más lo golpeó con muchísima más fuerza. Si lo atrapaban en el despacho de Lou sin su permiso y en mitad de la noche, no solo pensarían que él tenía que ver con el asalto; también iban a pensar que él sabía algo de la muerte del conserje y que no había dicho nada hasta ahora por alguna razón. Todo lo apuntaría como sospechoso. Estaba perdido.

—Deberíamos irnos de aquí, Paerbeatus. Ya mismo —exclamó Elliot preso del miedo.

Pero apenas se giró para caminar hasta la puerta y salir del despacho, la silueta de Lila se materializó de nuevo frente a una de las estanterías. La chica tomó un libro y tiró de él para luego volver a esfumarse en el aire. En el despacho se escuchó un chasquido metálico y tenue. De pronto la estantería comenzó a vibrar mientras se arrastraba hacia un lado para dejar al descubierto una entrada secreta.

—No se puede ir aún —dijo con tanta dulzura que casi logró ocultar por completo el tono amenazante de sus palabras—. Todavía no hemos llegado a donde está su regalo.

De nuevo, su imagen había desaparecido ante los ojos del muchacho.

—Ya, Elliot, no tienes qué preocuparte. Tengo algo que te quitará todo el miedo —dijo acercándose a Elliot con pasos casi salvajes.

—La chica dice que no te...

Pero las palabras de Paerbeatus murieron ahogadas tras un gritito de sorpresa y pavor que lanzó al ver cómo Lila tomaba el rostro de Elliot entre sus manos y le daba un fugaz y apasionado beso, justo después de morderse la lengua con fuerza, dejando un sutil rastro de su sangre en los labios de Elliot. El sabor amargo de la sangre y la saliva de Lila fue embriagador. Elliot estaba perplejo y atónito. No sabía qué sucedía, pero un corrientazo le había estremecido con fuerza la boca, la cabeza, el corazón.

Elliot cayó sentado sobre el suelo tan rápido como tragó y cogió aire una vez más. Un dolor de cabeza se apoderó con violencia de su sien y su frente. El mundo parecía darle vueltas, y su estómago estaba como de carnaval; uno exótico, casi morboso, si es que Elliot podía conocer algo que perteneciera realmente a dicha naturaleza. Acababa de recibir su primer beso; uno extraño. Uno que no era del todo humano, sino más espiritual. Uno rodeado de un aire a la vez macabro y placentero; excitante como ningún otro que recibiría en toda su vida a manos de una chica como él, humana, hecha de su misma piel y de su misma carne.

Se levantó del suelo un poco mareado, pero la sensación se disipó rápidamente. Había sido más como una inyección de adrenalina que cualquier otra cosa. Cuando abrió los ojos por enésima vez consecutiva huyéndole al dolor de cabeza, vio muy claramente la hermosa figura de Lila y su rostro encantador, mirándolo con seducción y dulzura. Era distinto, aunque igual casi como ver a Madeleine, pero a otra; una que lo correspondiera...

—Ahora tenemos menos tiempo aún, cachorro —dijo Lila con voz sarcástica—. Debemos apurarnos. El efecto del beso no durará mucho.

—¿Beso? ¿Acabas de... besarme? —preguntó Elliot entre confundido y excitado.

Lila sonreía a medias, con picardía y arrogancia, mientras Paerbeatus corría a abrazar a Elliot, gritándole a la chica.

—¡¿Qué le has hecho a mi cachorro?!

Pero Elliot lo calmó con un gesto de sus manos.

—Tranquilo, Paerbeatus. Estoy bien... Estoy muy bien, de hecho. Puedo verla y... escucharla.

—Lo sé. Tengo fama de buena besadora. Y eso no es todo, ratoncito. Ya no tienes que tener miedo a ser descubierto, pues yo me encargaré de que así sea. Pero el efecto de mi magia no durará mucho más, así que vamos... andando. No tenemos mucho tiempo.

Lila se apresuró en cruzar la entrada secreta y Elliot no dudó en seguirla. Una vez más Paerbeatus se resistió, pero después de pensarlo por segunda vez, se decidió a no dejar solo a Elliot en compañía de una fantasma misteriosa y que «daba besos así a lo desvergonzada» y, a regañadientes, se fue tras sus dos acompañantes.

─ ∞ ─

En su vida habían sido muy pocas las veces que Elliot había podido controlar las ganas de llegar hasta el fondo de sus curiosidades. Especialmente cuando un misterio se había aparecido frente a él. Después del éxtasis otorgado por el beso de Lila, terminó por sucumbir ante la curiosidad y a su instinto de exploración. Paerbeatus iba caminando detrás de él con cara de amargado y protestando en voz alta de vez en cuando, pero Elliot simplemente lo ignoraba. Iba descendiendo por el largo túnel que parecía conducirlo hasta las entrañas incógnitas y recónditas del Fort Ministèrielle. Lila caminaba justo delante de él. Ocasionalmente pasaron alrededor de algún que otro vigilante, pero estos no parecían poder verlos...

Todo el pasillo estaba iluminado por pequeños bombillos que proyectaban su luz blanca desde el suelo y, por un instante, a Elliot le dio la impresión de que se estaba adentrando en lo más oculto de una vieja mina o una instalación militar secreta. El corazón le latía a mil por hora, en parte por la excitación, y en parte por el miedo de ser capturado donde se suponía que no debía de estar. Era casi imposible reconocer al Fort Ministèrielle en aquellos pasillos tan antiguos. Era tanta la tensión en su cuerpo que sus sentidos estaban afiladísimos. Aunque claro, quizás el beso también tendría algo que ver con eso. Sus oídos prestaban atención al menor de los ruidos, y sus ojos se escabullían en cada rincón oscuro de las paredes a la espera de los vigilantes del lugar; pero, sorprendentemente, no había casi nadie.

—¿Cómo es que puedes aparecer y desaparecer, así como si nada? —preguntó Elliot a Lila con curiosidad, y tras un segundo, se sintió estúpido por haber preguntado aquello.

Ella sonrió con ternura.

—Si me concentro lo suficiente puedo volverme tangible y visible ante los ojos de los humanos, pero sólo puedo hacerlo por unos segundos y me deja muy cansada —respondió—. Por eso nunca puedo durar en ese estado por mucho tiempo.

Paerbeatus remedaba a voz baja las palabras de Lila a modo de burla. Su rostro parecía el de un niño pequeño muy molesto.

—Ya estamos cerca —dijo Lila—. En la próxima esquina deberíamos cruzar a la derecha. De allí ya no faltará mucho para llegar a donde está el regalo.

El anuncio de que estaban por llegar hizo que a Elliot el corazón le diera un vuelco doloroso por la anticipación. No sabía por qué, pero algo le decía que todo aquello tenía que ver con la mujer que pedía ayuda en su sueño. Los túneles pobremente iluminados le hicieron recordarlo. Estaba tan seguro que por un momento le pareció volver a escuchar la voz desesperada de la mujer gritando por ayuda en su cabeza. El recuerdo le puso los pelos de punta. Cuando llegaron a la esquina y giraron a la derecha, quedaron de pie en lo que parecía ser una especie de bóveda de piedra con seis puertas metálicas a lo largo de una pared curva. En esa sección sí había una cámara de seguridad. Lila rápidamente detuvo a Elliot antes de que la cámara lo captara.

—Esa no es una cámara como cualquier otra. Tenemos que escondernos —dijo.

—¿En serio? ¿Qué haremos? —preguntó Elliot un poco preocupado.

—Nada realmente. Es pan comido —respondió ella con soltura.

Una vez más, el aire pareció enrarecerse y Lila declamó otra palabra: «Umbreiya». La palabra había sonado alto y fuerte. Elliot y Paerbeatus se sorprendieron al escucharla. Una espesa neblina negra, tan densa como el humo, cubrió toda la estancia tragándose toda la luz del sitio.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —chilló Paerbeatus con terror al ver cómo las tinieblas se lo tragaban poco a poco.

Elliot, por su parte, no se asustó. Ahora sí se parecía a su sueño por completo.

—¡Yo ya soñé con esto, Paerbeatus! ¡No tengas miedo!

—Sólo tienes que confiar en tu instinto —dijo Lila mientras era tragada por las sombras.

—Todo va a estar bien, Paerbeatus, lo sé. Te lo prometo —le dijo Elliot a Paerbeatus con calma mientras cerraba los ojos—. Sólo tenemos que confiar en Lila. Todo saldrá bien.

Elliot respiró profundo, y sin saber muy bien por qué lo hacía, se concentró en la voz de la mujer que había escuchado antes y...

«¿Estás allí?»

Por un momento, no hubo respuesta. Sólo silencio. De pronto un escalofrío le recorrió la columna. Era cómo los que sentía cuando Paerbeatus estaba por aparecer, aunque mucho más sutil y casi imperceptible. Una vez más y la volvió a escuchar.

«AAAyyyUUUdddAAAmmmEEE...»

La voz sonó distorsionada, pero era la misma que había escuchado antes.

—Hey, espera... una carta —dijo de pronto Paerbeatus—. Siento la presencia de una carta, pero... ¿por qué hasta ahora no la había sentido?

Había confusión y preocupación en su voz. Cuando Elliot abrió los ojos, una luz pálida brillaba justo a su izquierda. El chico se giró para quedar frente a ella.

—¿Estás viendo eso, Paerbeatus? —preguntó sin despegar sus ojos de la luz que parpadeaba en la oscuridad.

Lila caminó calmadamente hasta el chico y se colocó a su lado.

—Allí está tu regalo. Ve y búscalo. Es tuyo —le susurró a Elliot acariciándole el oído con sus labios.

Los ojos de Paerbeatus eran como dos farolas amatistas encendidas. Fue lo único que Elliot necesitó ver para saber que aquello, en efecto, era una carta. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo en dirección a la luz.

«Abeorium», declamó Lila una vez más, y el estruendo metálico que hace una puerta pesada al abrirse de golpe inundó el lugar. Las paredes de todo el recinto vibraron, pero nadie podía ver ni escuchar nada. La cámara presentaba fallas técnicas, y el estruendoso sonido de la puerta abriéndose era tragado por la negrura y no se escapaba más allá de la neblina. Todo lo que sucedía dentro de las sombras de Umbreiya pertenecía temporalmente al mundo del silencio y de las sombras. Si alguien hubiera estado allí, no habría podido ver ni escuchar más que el silente zumbido del vapor negro.

A pesar del estruendo Elliot siguió corriendo hacia adelante. Lo hizo hasta que alcanzó la luz que titilaba. Cuando estuvo frente a ella, tuvo que entornar los ojos para ver bien lo que tenía de frente. Ante sus ojos había una urna cuadrada de cristal. En ella, puesta en el centro sobre una placa de metal, había una carta del tarot idéntica a la de Paerbeatus, con la única diferencia de que en ésta la ilustración era distinta. Se trataba de una mujer arrodillada a la orilla de un lago, con un castillo en el fondo y un cometa formado por ocho estrellas que cruzaba el firmamento nocturno de la carta. Al pie de la carta había una inscripción.

«Astra», leyó Elliot en voz baja.

—¿La conoces, Paerbeatus? —preguntó Elliot.

Paerbeatus se colocó a su lado para ver hacia la urna.

—Sí... la conozco... pero no la siento —dijo con un pánico creciente en la voz—. ¡ESTÁ MUERTA!

«AAAyyyUUUdddAAA», se volvió a escuchar, pero esta vez con más claridad. El brillo de la carta palpitó con suavidad, como el latido de un corazón moribundo.

—¡No! No está muerta, Paerbeatus —dijo Elliot con agitación y preocupación en la voz.

—¿Entonces por qué no puedo sentirla, Elliot? ¡¿Por qué?! —preguntó el espíritu con lágrimas corriendo desde sus ojos morados.

—No lo sé. Probablemente sea culpa del cristal —se aventuró a decir el chico—. Debemos sacarla de allí.

—Sí, pero... ¿cómo?

Lila se colocó por detrás de los dos y dijo:

—Apártense de la urna. Voy a ayudarlos, pero después de eso quedaré muy débil. El efecto de mi hechizo no durará mucho más, así que una vez que tengan la carta en sus manos, salgan de aquí lo más rápido que puedan...

Tanto Elliot como Paerbeatus obedecieron sin pensarlo dos veces.

«Misavull», declamó Lila con fuerza. Una vez que las palabras salieron de su voz y cruzaron las tinieblas, un brillo dorado se descubrió alrededor de la urna donde estaba sellada la carta. Toda la bruma que cubría el lugar comenzó a arremolinarse en el recinto en el que se encontraban.

Líneas rojizas y símbolos extraños comenzaron a cubrir el cristal de la urna. Parecían tentáculos de sangre que iban consumiendo cada vez más a prisa el resplandor dorado que protegía la urna. Una estrella de David tan dorada como la del despacho de Rousseau se materializó en el aire; estaba encerrando a la urna en su centro. El aire comenzó a calentarse y a secarse. Era como si la urna estuviera absorbiendo todo el oxígeno del lugar. Elliot se llevó rápidamente las manos a la garganta y abrió la boca con desespero, tratando de arrastrar algo de oxígeno hasta sus pulmones.

—¡ELLIOT! —gritó Paerbeatus, tomando al chico entre sus brazos para que no se cayera.

Paerbeatus escuchó a Lila exclamar con fuerza una vez más la misma palabra de antes.

¡MISAVULL! —gritó, bramando luego en un quejido adolorido.

Los tentáculos rojos saltaron del cristal y comenzaron a enrollarse a lo largo de la estrella de David. Ésta fue cediendo ante las marcas rojas que la estaban apresando hasta que finalmente se resquebrajó y se volvió arena; arena que rápidamente se volvió oscura, como si de ceniza se tratara. Por un segundo se quedó flotando en el aire, luego se adhirió al cristal de la urna y, violentamente, el cristal estalló en cientos de pedazos que salieron disparados y se convirtieron también en cenizas.

Elliot dio una bocanada de aire, mientras se llevaba las manos al pecho, tosiendo con fuerza. Unas luces rojas ahogadas en el del hechizo silencio se encendieron por todo el lugar. Era la alarma de seguridad. Cuando Paerbeatus y Elliot se dieron cuenta la neblina oscura había empezado a desaparecer.

—¡Rápido, Elliot, toma la carta! —lo apresuró Paerbeatus.

Elliot tenía toda la frente bañada en sudor y el pecho le ardía como si hubiera estado aguantando la respiración por más tiempo del que debía. Se acercó jadeando a la placa de metal donde estaba la carta y la guardó en uno de los bolsillos de su pantalón.

—Apúrate, ¡vámonos! —lo apremió Paerbeatus que ya lo esperaba junto a la puerta de metal.

Elliot salió corriendo detrás del espíritu, adentrándose en el pasillo que los llevaría de vuelta hasta el despacho del profesor Rousseau. Los dos estaban asustados y corrían como locos por los pasillos oscuros. Esquivaron a algunos guardias como pudieron, y con mucha rapidez, lograron zafarse del pequeño laberinto que habían recorrido. Tanto fue su afán por escapar que ni el espíritu de la carta ni el muchacho se dieron cuenta de que Lila, la misteriosa chica que los había guiado hasta la carta, había desaparecido.

─ ∞ ─

Cuando llegaron la cima de la Tour du Ciel el cielo estaba completamente despejado. Las estrellas brillaban como diamantes seductores en todo el firmamento nocturno, adornando la sonrisa de la luna con su débil crepitar. Muchas de esas estrellas a lo mejor ni siquiera existían ya, pero, aun así, sus fantasmas permanecían intactos en aquel cielo estrellado.

Elliot dejó escapar un largo suspiro de sus labios para luego llevar la mano hasta el bolsillo de su pantalón y sacar la carta que llevaba en él. Cuando la tuvo frente a sus ojos, se percató de que la carta ya no brillaba. Se sentía tibia al tacto, cómo la caja del uróboros que guarecía la carta de Paerbeatus antes de pasar su prueba.

—¡¿Qué estás esperando, Elliot?! Llámala. Sólo tienes que decir su nombre.

Elliot fijó sus ojos en la inscripción que había bajo el dibujo y leyó la palabra que había allí escrita: «ASTRA». Justo un instante después, un súbito escalofrío le recorrió la columna. Elliot se giró y encontró de pie, justo frente a él, a la mujer del dibujo. Cuando Elliot bajo los ojos a la carta, el dibujo había desaparecido, igual que lo hacia el dibujo de Paerbeatus cuando el espíritu estaba con él en el mundo real.

La mujer tenía un aspecto peculiar. Su piel era clara como el papel, tenía labios gruesos, nariz grande, y un cabello alborotado y rojizo en forma de afro. Estaba vestida de forma estrafalaria, con ropa de colores vivos, muy al estilo de los años 60's, y su piel se veía aún más pálida a la luz de las estrellas. Lo más curioso de su apariencia era el pequeño dibujo de una estrella morada en su pómulo derecho.

—Uff, muchas gracias por sacarme de ese horrible lugar —dijo.

—¡ESTÁS VIVAAAA! —gritó Paerbeatus lanzándose a los brazos de la mujer con lágrimas de felicidad en los ojos.

—¡Calma, Paerbeatus, relájate y tómalo con calma! —dijo ella con mucha paz en la voz y una sonrisa enorme en sus gruesos y carnosos labios.

—¡La verdad es que ni siquiera me acuerdo de ti, ¿sabes?! ¡Pero cuánto me alegro de que estés bien! —dijo Paerbeatus mientras sorbía por la nariz.

—¡Ja, yo sí te recuerdo a ti, hermanito! —respondió ella con cariño—. Pero ahora mismo tenemos trabajo que hacer. ¿Estará el chico listo para su prueba? —preguntó fijando sus grandes ojos morados en Elliot.

«¡La prueba de la carta...!».

Elliot había olvidado por completo que la carta le pondría una prueba, pero todavía tenía fresco en su memoria el recuerdo de la prueba que le había hecho Paerbeatus. Ya no tenía miedo. Se sentía más que preparado para abordar la situación. Elliot confiaba en que fuera lo que fuese la prueba de esta nueva carta, él sabría enfrentar el reto y superarlo.

—Es un placer, Astra —dijo Elliot sonriendo con confianza—. Mi nombre es Elliot Arcana, y sí... estoy listo para la prueba.

—¡Cool...! —respondió ella con una sonrisa de aprobación—. Entonces presta mucha atención: Te voy a conceder la bendición y la maldición de no poder escapar de tus sueños. Al final del camino encontrarás la respuesta a la pregunta que aún no te has hecho, y la llave a la puerta que siempre te ha esperado abierta. Recuerda que ahora que has abierto los ojos, dependerá de ti si los mantienes cerrados... ¿aceptas, Elliot Arcana?

—Sí. Acepto —respondió Elliot con resolución en la voz.

—Genial —dijo Ella tranquila y con voz monocorde—. Entonces... adelante. Cruza la puerta.

Y con un movimiento de su mano hizo que una cortina de pepitas moradas de estilo psicodélico surgiera de la nada y flotara a un lado de Elliot.

—¿Puedo ir con él? —preguntó Paerbeatus, entusiasmado como un niño ante la posibilidad de una nueva aventura. Los ojos le brillaban con anhelo.

—No, Paerbeatus, lo siento. Esta prueba sólo la puede pasar Elliot por sí mismo —respondió Astra.

—Qué aburrido —protestó Paerbeatus—. Elliot siempre se queda con toda la diversión.

—Sólo tienes que cruzarla —dijo Astra a Elliot una vez más.

—Lo sé...

Elliot asintió sonriente con la cabeza y, con paso firme, se colocó frente a la cortina. Sin pensarlo mucho más, cruzó al otro lado. Su cuerpo se entumeció a la vez que las pepitas moradas de madera le acariciaban los hombros y la espalda. Elliot sintió cómo los ojos se le abrían cada vez más y más y una negrura absorbía con violenta velocidad su cuerpo, y era como si comenzara a caer de espaldas.

—¡ELLIOT! —gritó Paerbeatus preocupado.

Pero aunque Paerbeatus se lanzó con prisa a atrapar a Elliot, quién caía dormido contra el suelo de piedra, unos brazos delgados y morenos atraparon antes al muchacho evitando que el chico se golpeara peligrosamente la cabeza contra el suelo.

—Te dije que tenías que tener cuidado esta noche, menino. Pero ya veo que eres tan terco como una mula...

Había reproche en la voz de Delmy, quien con cuidado puso a Elliot sobre el suelo del planetario y lo miraba con afecto y dedicación, como analizándolo. Él estaba completamente dormido, perdido en el mundo de Astra. Hasta que no pasara la prueba no iba a despertar. A Elliot no le quedaba más que encontrar su camino de vuelta hasta la realidad. Mientras tanto, en el reloj de pulsera de Delmy, las agujas marcaban el tiempo con lentitud. Ya era la una y media de la mañana; la hora en que la prueba de Astra acababa de comenzar.

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