Capítulo 9: Preludio al beso de la noche

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La noche arropaba con su manto de oscuridad al Fort Ministèrielle. Las sombras andaban silenciosas y a sus anchas por los pasillos del castillo. Todos los alumnos dormían tranquilamente. Todos menos Elliot Arcana, que se revolvía frenéticamente en su cama, mientras un pesado sudor frío comenzaba a empaparle la espalda. La respiración se le agitaba cada vez más, como si estuviera corriendo... escapando... huyendo...

«Alguien... por favor», escuchó que llamaban en la oscuridad.

Estaba descalzo y vestido únicamente con su pijama. Sus pies chocaban con brusquedad contra la piedra fría de los pasillos del Instituto. Corría sin rumbo, perdido en una oscuridad insondable para sus ojos.

«¿Hay alguien allí? Por favor, ¿alguien me escucha?», escuchó que volvía a decir aquella extraña voz.

Elliot trataba de encontrar su origen, pero mientras más corría en su dirección, más podía sentir la forma en que su cuerpo era devorado por las tinieblas. El sabor del miedo le inundaba con amargura la lengua y le secaba la garganta.

«¡¿Dónde estás?! ¡¿Quién eres?!», quiso preguntar, pero aunque las palabras se formaron en su mente, no logró que salieran de sus labios. Todo era demasiado confuso. Estaba soñando y su cuerpo estaba en su cama, pero a pesar de ello, no lograba despertarse. No estaba lo suficientemente consciente como para conseguirlo, ni lo suficientemente dormido como para dejar el pánico galopando al ritmo de su corazón.

«Paerbeatus», dijo, pero el espíritu no apareció.

Elliot dejó de correr. El suelo bajo sus pies terminó por desvanecerse. Estaba completamente solo en un espacio muy amplio o muy pequeño, pero no estaba seguro; no podía estar seguro de nada; en cualquier dirección en la que sus ojos buscaran, sólo encontraban oscuridad y sombras.

«AAAyyyUUUdddAAA», escuchó que gritaba la voz de la desconocida.

Había sido tan horrible que a Elliot se le puso toda la piel de gallina.

—¡¿DÓNDE ESTÁS?! ¡¿QUIÉN ERES?! —gritó con desesperación.

Esta vez su voz sí logró salir de sus labios. Le produjo un dolor inmenso, casi como si le desgarrara la garganta. Tenía miedo, pero el sufrimiento en la voz de aquella mujer desconocida había despertado en él una urgencia frenética por ayudarla.

—No sé dónde estás... todo está muy oscuro aquí —murmuró Elliot.

Por un momento no supo si había dicho aquellas palabras o si sólo las había pensado. Pero como hubiera sido, parecía que alguien lo había escuchado.

Una tenue luz, diminuta, parpadeante y plateada comenzó a brillar frente a él. Era como si alguien estuviera respondiendo a su suplica. Se veía lejos, pero aun así Elliot quería alcanzarla. Aún no había terminado de dar el primer paso en su dirección cuando sintió una mano sujetándolo por el brazo para detenerlo. Elliot se giró con violencia para liberarse. Cuando lo hizo, quedó frente a los ojos más enigmáticos e hipnotizantes que había visto jamás.

La chica que estaba frente a él negó con la cabeza antes de hablar.

—No vayas aún. No de esta forma. Es peligroso —le advirtió.

Era una joven hermosa, con ojos de un color carbón embriagador. A pesar de la oscuridad que los rodeaba, su mirada parecía crepitar con un brillo danzante que se asemejaba al de una hoguera tranquila. Su cuerpo era fino y sinuoso; su rostro, delgado; su piel era tan blanca como la leche, y sus cabellos eran tan negros que casi ni se diferenciaban de la oscuridad que entornaba aquel lugar. Su voz se sentía muy suave pero aún grave y algo áspera; eso hizo que Elliot pensara que, si los arboles pudieran hablar, a lo mejor sonarían de aquella forma.

«Alguien... por favor... AAAyyyUUUdddAAA», escuchó que volvía a gritar la mujer desconocida. La voz había venido de la lejana y diminuta luz, con lo que Elliot confirmó su procedencia.

—¡Suéltame, tengo que ayudarla! ¡¿No ves que me necesita?! —exclamó Elliot.

Pero aunque trató de ir lo más rápido que podía, sus pies no se movieron ni un centímetro.

—No dejaré que vayas. Es muy peligroso aún —respondió la chica.

Elliot seguía forcejeando, pero sus intentos eran inútiles. Por más que lo intentaba no podía caminar ni tampoco soltarse del agarre de la chica.

«AAAyyyUUUdddAAA», escuchó gritar con agonía a la desconocida, mientras la luz frente a él se iba extinguiendo poco a poco cómo una estrella moribunda, sola y triste, en la fría oscuridad de la noche.

—¡NOOOOO... NO TE VAYAS, ESPERA! —Elliot gritó, pero la estrella se fue consumiendo cada vez con más rapidez—. ¡¡SUÉLTAMEEEE!! —gritó a la chica que lo sujetaba del brazo.

Ella obedeció, y Elliot se sintió dueño de su cuerpo una vez más. Pero cuando salió corriendo en dirección a la luz, ésta ya había sido tragada por las sombras y todo había vuelto a quedar a oscuras a su alrededor. El sonido de la voz había desaparecido por completo.

—Se fue —musitó Elliot, con pánico y decepción en la voz.

Se sentía desamparado; quiso ayudar a la voz que provenía de la luz, pero no pudo. Y esa sensación lo hizo miserable.

—No te sientas así... eso no es cierto —dijo la chica con serenidad en su voz—. Esto es sólo un sueño, Elliot.

Era como si la chica hubiera podido leer sus pensamientos.

—Si en verdad quieres ayudarla, necesitarás tu cuerpo físico para hacerlo. Si hubieras ido de ésta manera, lo más probable es que hubieras muerto.

«¿Muerto?», pensó Elliot. La palabra resonó con un estruendo brutal en su cabeza. «No... no lo creo... ¿Morir? ¿En serio habría podido... morir?»

—Sí —respondió la chica automáticamente—. Bueno... esto tampoco es sólo un sueño, ¿verdad?

Elliot tenía su mirada posada sobre el extraño sedimento baboso que hacía de suelo. No entendía nada de lo que la chica decía, y lo único que era seguro para él en ese preciso instante era la nueva sensación del miedo que le invadía por haberse sentido capaz de morir sin siquiera haberse dado cuenta.

—En serio no sabes nada, ¿no? —preguntó ella, caminando en su dirección para colocarse frente a él.

Elliot sintió los pasos de la chica acercándose hasta él. Al subir la mirada se fijó en ella, y notó algo muy curioso que, quizás había pasado por alto debido al frenesí del momento, pero ahora que todo estaba en calma resultaba imposible no notar. La sangre le comenzaba a correr con violencia por las venas, en dirección a sus mejillas y a su entrepierna. Porque no era sólo el hecho de que la chica fuera hermosa o un poco más alta que él, ni que por sus rasgos, luciera mayor; como de 17 o 18 años más o menos. Tampoco era el extraño fulgor blanquecino que parecía emanar de ella, disipando la oscuridad a su alrededor. Era en realidad algo muy natural, pero nada útil en aquel momento; y es que conversar con ella habría sido mucho más fácil si no hubiera estado completamente desnuda, de pies a cabeza, ahí mismo, frente a él.

«Piensa en el chiste de Paerbeatus... piensa en el chiste de Paerbeatus... piensa en el chiste de Paerbeatus...», pensó Elliot con todas sus fuerzas mientras cerraba los ojos.

—¿Quién es Paerbeatus? ¿Un amigo tuyo? —preguntó la chica con dulzura y curiosidad en la voz.

—¡¿Cómo haces eso?! ¡AHH! —gritó Elliot—. ¡Y no, no... eso no es lo que... aaaggghhh! ¡¿podrías?! —balbuceaba Elliot con frustración mientras abría los ojos y desviaba la mirada del cuerpo desnudo de la chica.

Para no seguir pasando un mal rato, se concentró en mirar sólo sus pies. Eran blancos, pequeños y delicados; tan elegantes como en una escultura de mármol. Eso, definitivamente, tampoco estaba ayudándolo.

—¡Estás... desnuda! —dijo al final, algo avergonzado, tratando con todas sus fuerzas de mantener los ojos alejados del cuerpo de la chica.

Ella se colocó un dedo sobre el mentón y miró a Elliot provocativamente.

—¡Oh...! Ya veo —dijo riéndose—. Necesitas... ¿una mano?

—¡NOOO! Por favor, sólo...

Tranquilo, era una broma. Ya mismo me cubro —dijo.

Elliot no sabía a qué se refería. Así que, abriendo cautelosamente los ojos para verla, observó cómo el cabello de la chica se movía como serpientes oscuras alrededor de su cuerpo para esconder su desnudez. Era bizarro y, al mismo tiempo, parecía la cosa más natural del mundo. Era la prueba perfecta para confirmar que ya había perdido toda noción de "normalidad" en su vida. Tras el hechizo la chica parecía ir vestida con un corsé ajustado o un vestido corto, negro y ajustado, que nacía y colgaba elegantemente desde su larguísima cabellera. Tan larga era que aún a pesar de haber alcanzado para enrollarla y vestirla, todavía le quedaba cabello colgando hacia la espalda desde donde nacía el corsé.

—¿Ves? Problema resuelto —dijo ella sonriéndole amistosamente.

Tenía una sonrisa tierna y cálida. Era tan hermosa y delicada que su belleza rivalizaba con la mismísima Madeleine.

—S-sí... gracias —dijo Elliot sorprendido.

—Normal. Eres un adolescente y te gustan las niñas. Estás en la edad de las hormonas, así que no tienes por qué sentirte mal. Si me lo preguntas a mí, creo que en lugar de complicarte deberías disfrutar. Total, estás en la edad. Como prueba de buena voluntad, considera el vistazo como un adelanto a tu regalo de cumpleaños. La otra parte te la daré esta noche...

Elliot levantó la mirada para verla directamente a los ojos. Había un extraño halo de ternura en ellos que desencajaba por completo con su actitud sagaz y despreocupada.

—¿A qué te refieres con eso? Y... ¿cómo sabes cuándo es mi cumpleaños? —preguntó Elliot, aturdido por toda la situación—. ¿Realmente estoy soñando? ¿Quién eres tú?

Ella se rio.

—Esas son muchas preguntas, pero si tienes paciencia, esta noche sabrás que soy simplemente una buena amiga.

Sus ojos negros brillaban con timidez y con arrojo al mismo tiempo. Su belleza era cautivadora y atrapante, y con esos ojos viéndolo de aquella manera, Elliot dio gracias a los cielos por estar soñando con ella. Por algún motivo aquellos ojos le parecieron familiares, como si ya los hubiera visto antes en algún lugar. Mientras Elliot divagaba en los pensamientos de su mente, la chica tomó su rostro entre sus manos y acercó el suyo hasta que las puntas de ambas narices se acariciaron sutilmente.

—Por ahora, confórmate con saber que mi nombre es Lila, y que soy una amiga.

—Lila —balbuceó Elliot—. Es un nombre hermoso.

Su cuerpo de pronto se comenzó a sentir pesado, y sintió cómo si le costara mantener abiertos los ojos. Una vez más escuchó la suave risa de la chica.

—Si quieres recibir tu regalo de cumpleaños, te espero esta noche en la entrada del ala sur del castillo —susurró Lila, mientras apretaba sus labios contra una de las orejas de Elliot.

Aquello hizo que se le erizaran todos los vellos de la nuca.

No faltes —añadió—. Hasta entonces... Feliz cumpleaños... Elliot.

Su voz se disolvió en el silencio de la noche, y Elliot sintió la caída de vuelta a su cuerpo. El sobresalto fue tal que sintió cómo se sentaba en su cama con violencia y un jadeo se escapaba de sus labios. A su lado, en la cama contigua, a Colombus también le acababa de pasar lo mismo. Los dos chicos estaban despiertos y se miraban nerviosamente, directo a los ojos. Después de un instante, Colombus salió disparado de la habitación sin decir ni pío, probablemente en dirección al baño, atacado repentinamente por el S.E.A, como era costumbre en él a plena madrugada.

Elliot dio gracias a los cielos de que Colombus hubiera salido de la habitación. Después de todo, iba a necesitar privacidad para limpiar el accidente que acababa de sufrir en su pantalón de pijama. Era, honestamente, algo muy vergonzoso para él. Se cambió en silencio y escondió el pantalón manchado en lo más profundo de su closet antes de volverse a meter entre las sabanas. Luego buscó con la mano su móvil bajo la almohada y lo revisó. Cuando la pantalla se encendió, casi quedó ciego por el brillo. Como pudo se las arregló para ver la hora. Eran las tres de la mañana, y la fecha que estaba bajo los números anunciaba que ya era 25 de agosto. Era, en efecto, el día de su cumpleaños. La cabeza aún le daba vueltas, y los gritos de la mujer desconocida tampoco lo dejaron pensar con claridad. En su teléfono había varias notificaciones de mensajes pendientes, probablemente todos de su tía Gemma, pero decidió no ver nada hasta que el día comenzara oficialmente. Se acomodó de nuevo en su cama y cerró los ojos. Justo antes de quedarse dormido, se dijo a sí mismo...

—Feliz cumpleaños catorce, Elliot...

─ ∞ ─

El sol inundaba la habitación con impertinencia. Elliot se restregó los ojos y volvió a revisar la hora. A pesar de la intensidad de la luz mañanera su teléfono decía que apenas eran las ocho de la mañana. Colombus se movía como un huracán de un lado al otro en su lado de la habitación, sacando cosas de su closet y metiéndolas con brusquedad en una mochila deportiva que Elliot jamás le había visto a su amigo.

—Colombus —dijo Elliot dejando caer la cabeza otra vez en su almohada y cubriéndose los ojos con un brazo.

—¿Ujum? —preguntó su amigo sin siquiera voltear a verlo, concentrado en lo que hacía.

—Se puede saber qué haces despierto tan temprano un domingo —dijo Elliot con amargura y reproche.

—No es nada, sólo tengo un compromiso. Eso es todo —respondió Colombus evitando contestar—. Anda, vuélvete adormir.

Elliot se destapó el rostro y se sentó con las piernas cruzadas sobre su cama.

—Vamos Colombus, ¿qué me estás ocultando? ¿Acaso no somos mejores amigos? —le preguntó.

—¡Ja! Va y dice el chico de los secretos —respondió con sorna y un poco de amargura.

—¿A qué te refieres? No entiendo de qué me estás hablando.

Colombus se giró a ver a Elliot y lo fulminó con la mirada. Estaba rígido como una tabla y evidentemente molesto, pero a pesar de aquello no dijo nada. Simplemente caminó hasta alcanzar el escritorio que estaba en medio de la habitación. Abrió la gaveta de la izquierda, que era la que le correspondía a Elliot, y sacó unos papeles que luego puso con brusquedad sobre la superficie de la mesa.

—Me imagino que cómo no había suficiente material escolar en Fougères, tuviste que viajar a Poole, Inglaterra, ¿no? —le soltó con sarcasmo Colombus.

Elliot palideció.

—Yo... yo —balbuceaba buscando una respuesta— ¡¿Qué hacías tú revisando mis cosas?!

Ante la acusación Colombus enrojeció de vergüenza y sus ojos negros se entristecieron.

—¡Yo no te estaba revisando nada! Sólo quería tomar un lápiz de dibujo prestado y me tropecé con los boletos del ferry, eso fue todo.

Elliot no pudo evitar sentir la decepción de Colombus impresa en su voz.

—Colombus, lo siento, yo no quería decir eso. Sabes que no me importa que tomes mis cosas. Discúlpame. Pero es que ese viaje fue una cosa imprevista y es... algo personal. Asuntos de familia —dijo Elliot, sin poder evitar sentirse culpable por tener que mentirle a su mejor amigo.

—Entiendo —contestó Colombus—. Está bien. Tú tienes tus cosas personales así como yo tengo las mías. No tienes por qué disculparte. Pero ahora, si me disculpas, me tengo que ir.

—Colombus, ¿no se te está olvidando algo? —dijo Elliot observando a su amigo con atención.

—¡Lo siento! Se me hace tarde —respondió Colombus meditativo antes de comenzar a caminar hacia la puerta—. ¡Ah! Y por cierto, no me esperes para almorzar. Estaré ocupado todo el día, así que ya nos veremos en la cena, ¿ok?

—Vale, está bien —dijo Elliot algo resignado.

Segundos más tarde, el pesar cayó pesadamente sobre Elliot. Su mejor amigo se había ido, y se había olvidado por completo de su cumpleaños.

─ ∞ ─

«¿Y qué?», pensaba. Después de todo su cumpleaños nunca fue un evento especial. Desde muy pequeño su padre nunca se había preocupado por esas cosas, y las únicas que siempre habían armado alboroto por la fecha habían sido su tía Gemma y su Nonna. Y como Elliot nunca había sido un chico de muchas amistades, estaba más que acostumbrado a la soledad. Pero por más que intentara hacer como si nada, no podía negar que se sentía un poco dolido de que sus amigos, o por lo menos, Colombus, se hubieran olvidado que ese era el día de su cumpleaños.

Durante el almuerzo había intentado hablar con Madeleine y Pierre, pero la chica le dijo que no podría acompañarlo a comer porque tenía práctica con las porristas, y Pierre ni siquiera le había atendido la llamada. Los únicos mensajes que había en su teléfono eran de su tía y de su abuela. La Tía Gemma había aprovechado un viaje de trabajo a Italia para grabar un video junto a la Nonna deseándole un feliz cumpleaños.

Elliot estaba solo en la biblioteca antigua con un libro abierto frente él; hacía de cama para el teléfono. Era la quinta vez que veía el video de su tía y su abuela. En la pantalla se veía a Gemma y a Justina (la Nonna) sonriendo abrazadas mientras la tía Gemma trataba de explicarle a la señora de setenta y tantos años a qué parte del teléfono debía mirar.

—¡Elliot está aquí! —decía la tía Gemma sonriendo con ternura mientras apuntaba con su dedo hacia la cámara del teléfono.

Era increíble lo bien que se llevaban las dos mujeres. A lo mejora su abuela le pasaba lo mismo que a él, y veía en aquella mujer risueña al fantasma de la esposa de su hijo.

—¡Tienes que hablar viendo hacia este círculo pequeñito!

—¡¿Dónde?! ¡¿Dónde está il mio bambino?! —decía la anciana mientras veía con la mirada perdida a la pantalla—. ¡Me estás vacilando Gemma, esa soy yo! ¡Qué estaré anciana, pero aún me reconozco en un espejo cuando me veo la cara! —dijo riñendo a Gemma con su marcado acento italiano.

La tía Gemma no pudo evitar reírse con el comentario.

—No, Justina. Esto es un video —explicó con calma—. Nosotras nos vamos a grabar, y después Elliot lo verá y nos contestará dos semanas más tarde como usualmente hace —dijo la tía mientras lo regañaba afectuosamente a través de la pantalla.

Elliot no pudo evitar sonreír otra vez. Su tía nunca había podido reñirlo en serio nunca. Varias veces lo había intentado, pero al final siempre terminaban los dos riendo a carcajadas sobre la cama o en el sofá de su apartamento.

—¿Un video? Allora, ma che cosa tanti brutta, cara. No, no, no —negaba con indignación y vehemencia la anciana mientras movía frenéticamente sus manos.

—Justina, amore —decía con paciencia su tía—, ¡así son las cosas ahora! Todo es digital y moderno, y aunque a ti no te guste o no puedas entenderlo, Elliot va a sentirse muy feliz de verte deseándole un feliz cumpleaños. Anda, no lo hagas por mí, hazlo por tu bambino, ¿sí?

Elliot sabía que cuando su tía Gemma utilizaba su voz de gato con botas, casi nadie era capaz de negarle nada. Cuando ella lo quería, sabía muy bien cómo hacerle honor a ése apellido: Power.

¡Va bene, va bene! Si me lo pides así, ¡cómo se supone que te pueda negar nada, si tienes los mismos ojos que il mio bambino! —dijo la anciana mujer, mientras le daba unos suaves golpecitos en la mejilla a la más joven —Allora, ¿adónde es que tengo que hablarle al cacharro este?

Parecía mentira que aquella mujer tan risueña fuera la madre de Massimo Arcana, uno de los empresarios más influyentes de Italia en la actualidad y padre de Elliot. Pero, a pesar de los lujos y las riquezas de los últimos años como providencia del arduo trabajo, Justina Arcana seguía siendo una mujer humilde, de mirada cálida y de raíces campesinas. Cada vez que Elliot veía sus ojos marrones recordaba el color de la tierra de los viñedos. A pesar de la edad, ella continuaba labrando con el mismo esmero con que lo había hecho desde casi siempre, años atrás; cuando su esposo había muerto siendo ella aún muy joven, y sus hijos Massimo y Mauro tenían apenas nueve y catorce años respectivamente.

Para Elliot siempre había sido curioso el hecho de que tanto a él como a su papá les hubiera tocado la pérdida de una figura tan importante en la vida de un niño como lo es un padre o una madre. Era como si simplemente la vida tuviera sus formas peculiares de jugar con la ironía. Lo había pensado muchas veces antes, y sabía que la pérdida había sido incluso peor para su papá, porque a él no sólo le había tocado despedirse de su padre cuando era un niño, sino también de la mujer que amaba, de manera súbita e inesperada, cuando había comenzado a tener su propia familia. Quizás por esta razón Massimo Arcana era tan distante con Elliot y con todos. Quizás era por esto que siempre lo mantenía tan alejado de sí.

—Aquí —dijo su tía sonriendo triunfal—. Al círculo pequeño.

—¿Ya puedo hablar?

—Sí, ya puedes hablar Justina —le contestó su tía a su abuela mientras se reía de ésta por lo bajo.

¡Elliot, carissimo! ¡Bon compleanno! —exclamó su abuela con exaltación y euforia en la voz, como era de costumbre en ella—. Bambino, la tua nonna ti manca moltissimo, ¡ecco! ¡Espero que puedas venir a visitarme en las vacaciones! Mira que la Nonna ya está vieja y necesita de la risa de su nieto preferido para sentir la vida palpitar en este arrugado corazón de ganso. Ti voglio bene.

Su abuela se despidió casi con lágrimas en los ojos, lanzándole muchos besos a la pantalla del teléfono. Al ser su único nieto, su abuela siempre lo había consentido y nunca le había negado nada cuando pasaba los veranos con ella, ayudándola en el viñedo. Esos veranos de aislamiento al norte de Italia eran de los mejores recuerdos que tenía Elliot en su vida.

—Yo también te amo mucho muchísimo, mon petit Prince. No sabes lo que daría por poder estar contigo hoy para abrazarte y llenarte de muchos, muchos besos. Espero que pases un día increíble con tus amigos y que, cuando estés comiendo pastel, te comas un trozo por mí y por Sancho. ¡Feliz cumpleaños, cariño!

¡Per favore Gemma! ¡Cuántas veces voy a tener que decirte que ese cerdo te lo regalé para que te lo comieras, no para que lo convirtieras en una mascota! —riñó la anciana.

—¡Yo jamás podría comerme a mi Sanchito! —comenzó a discutir su tía con la anciana antes de cortar el video.

─ ∞ ─

—¡¿Así que estás de cumpleaños hoy y no me habías dicho nada?! —gimoteó de pronto a su lado Paerbeatus—. Siento que mi corazón se rompe y que no significo nada para ti. ¡Y yo que creía que éramos amigos, cachorro!

Dos gruesas lágrimas se escurrían de los ojos morados del espíritu.

—Paerbeatus, ¿cuándo vas a entender que no me gusta que estés espiando mis conversaciones? —preguntó Elliot mientras guardaba el teléfono.

—¡Pero, Elliot! ¡¿En serio vas a pasar tu cumpleaños leyendo?! —preguntó Paerbeatus con estupor ignorando a su pregunta.

—¿Y qué hay de malo en eso?

—¡Pues, para no ser el Tú que deberías ser, te pareces demasiado al Tú que no eres ahora! —respondió Paerbeatus con voz de total aburrimiento.

A sus espaldas, una voz afable y aterciopelada se apresuraba por hablar.

—Ya sabía yo que un hombre tan hermoso tenía que tener un defecto. Pero, de cualquier manera, para mí la locura es un signo de la genialidad del hombre, así que en mi caso ese defecto termina de hacerte el hombre perfecto.

—Hablar solo no es ningún signo de locura, Felipe. Yo también hablo sola a veces y no estoy loca —añadió Delmy con su inconfundible acento brasileño.

—Bueno, eso depende de a quién se lo preguntemos amiga, pero tú ya sabes que yo te quiero tal y como eres: loquita y encantadora —contestó Felipe sonriente.

Elliot se giró en su asiento y vio cómo Felipe y Delmy lo observaban con atención. Felipe le sonreía de oreja a oreja, mientras que Delmy, con su cabello rizado más alborotado que de costumbre, tenía ese típico aire de ausencia alrededor de sus ojos. Felipe se acercó con prisa y anunciando su deseo de sentarse, más como un decreto que como una pregunta, sacó la silla en la que estaba sentado Paerbeatus para sentarse él.

—¡Hey, esa era mi silla! —exclamó Paerbeatus con indignación mientras daba un salto de su asiento para que Felipe no lo «aplastara».

—Delmy, siéntate chama —decía Felipe—. Me pones nervioso cuando te quedas así como ida de repente.

—Sí, sí, ya voy...

Pero antes de sentarse al otro lado de Elliot, Delmy caminó con cautela y abrió su bolso, sacando de él un ajo entero, un pequeño papel cuadrado y un lápiz. Puso el papel sobre la mesa; en el centro dibujó una estrella de cinco puntas, y adentro de la estrella colocó el ajo. Elliot y Felipe la vieron con cara de sorpresa, pero ella simplemente se limitó a encogerse de hombros.

—Es mejor prevenir que lamentar —afirmó.

—¡Vaya! No sé si la loca sabe lo que acaba de hacer, pero si no lo sabe, tiene talento —dijo Paerbeatus con admiración en la voz—. Pero claro, a mí me tenía que tocar el impostor. ¡Vaya suerte la mía!

—Y después te preguntas por qué la gente se mete contigo, Delmy —dijo Felipe negando con la cabeza.

El muchacho llevaba el cabello suelto. Lo tenía tan largo que le llegaba casi al pecho.

—En fin, no me digas que hoy es tu cumpleaños papi, porque si es así y yo no sabía nada, me puedo morir en este mismo momento. ¡Te juro que a partir de hoy, esta fecha quedará grabada en mi mente como si se tratara de una fecha patria conmemorativa! Te lo juro. Cómo que me llamo Felipe Santiago Ramsés de la Cruz Mendoza Herrera-Castillo —dijo con solemnidad el chico, mientras tomaba una de las manos de Elliot entre las suyas.

Elliot se encogió de hombros mientras se ría.

—No, ¡en serio! ¡¿Cómo se enteraron?! No hace falta que nos pongamos tan dramáticos, Felipe —respondió un poco nervioso—. No es algo importante realmente.

—¡A ver, cómo dices que no es importante, si hoy es el día en el que nació el hombre de mi vida! Para mí esta fecha será más importante que la mismísima fecha del descubrimiento de América.

—¿La chica que estudia con ustedes? ¿Estaba perdida? —dijo Paerbeatus, pero, inesperadamente, sus palabras salieron desde los labios de Delmy y no de los suyos.

Elliot se quedó viendo con la boca abierta lo que pasaba. Delmy rápidamente se tapó la boca con ambas manos. Los ojos se le abrieron n de par en par por la sorpresa. Felipe tan sólo volteó los ojos, como si estuviera acostumbrado a ese tipo de situaciones.

—No, Delmy, no estoy hablando de América, la chica —suspiró—. ¡Estoy hablando de América el continente, mujer! —dijo entornando sus ojos en blanco.

—No... yo no quería —respondió ella un poco avergonzada y con las mejillas rojas—. ¡Eso no era lo que yo quería decir! Lo que yo quería preguntarle a Elliot era que si hoy es su cumpleaños, ¿qué hace solo en la biblioteca? ¿No deberían estar tus amigos contigo?

Mientras iba hablando, tomó el ajo que estaba sobre el pentagrama y lo reemplazó por una piedra de cuarzo blanco.

—¡¿Qué tantas cosas llevas en ese bolso, Delmy?! Ya me tienes nervioso —dijo Felipe justo antes de hacerse la señal de la cruz.

Aunque Elliot trataba de ignorar a Paerbeatus, el hecho de que Delmy pareciera saber de alguna forma que el espíritu estaba allí estaba poniéndolo nervioso. La chica no dejaba de girar automáticamente a ver al hombre de los ojos morados cada vez que éste abría la boca.

—Ya deberíamos irnos, Felipe. No creo que pasar la tarde con nosotros sea algo que Elliot definiría cómo idílico —dijo Delmy con un aire de frialdad en su mirada.

—Delmy yo estaría encantado de —comenzó a decir Elliot.

—Y segundo —interrumpió ella—, Elliot tiene otro compromiso que atender.

Él la miró con cara de confundido. No tenía la menor idea de a lo que se refería. Justo en ese momento el sonido de un teléfono lo sacó del estupor. Era el suyo; en la pantalla había una foto de Colombus lanzándose a una piscina en forma de bola de cañón.

—Aló —contestó Elliot.

—Viejo, soy yo —decía Colombus al otro lado de la línea—. ¿Quieres acompañarme a comer en la ciudad? Es que no me apetece ni un poquito cenar hoy en el castillo. ¿Te parece buena idea?

—Sí, ¡me parece genial! ¿Dónde vas a estar?

Felipe lo observaba con intriga; Delmy parecía aburrida. Paerbeatus aprovechó el momento para inspeccionarla minuciosamente de pies a cabeza.

—¡Vale, en media hora estoy allí, entonces! —dijo Elliot colgando el teléfono con una alegría más que visible en su jovial rostro—. ¡Era Colombus! Me estaba invitando a cenar en la ciudad.

—¿Ves? Te dije que tendría un compromiso —dijo Delmy mientras se ponía de pie.

—¡Pero chicos, si quieren pueden venir a cenar con nosotros! —se apresuró a decir Elliot al ver la actitud resignada de Delmy.

—¡SÍ! ¡Nos encantaría! —respondió Felipe eufórico.

—No podemos. Pero gracias de todas maneras, garoto.

Delmy guardó la piedra de cuarzo y el papel en su bolso, preparándose para salir. Felipe volteó a verla con cara de sorpresa e indignación.

—¡¿Y ahora qué bicho te picó a ti, Delmy?! ¿Por qué según tú no podemos ir con ellos a cenar? ¡Si aparte Elliot nos está invitando!

Pero ella ya había comenzado a caminar hacia la salida de la biblioteca.

—Él solo lo está haciendo por compromiso, Felipe. No lo dice en serio...

La chica se detuvo por un momento y se giró para ver a Elliot directo a los ojos.

—Eres muy amable, Elliot. Muchas gracias. Pero nosotros vinimos a la biblioteca a buscar un libro para que Felipe me pudiera ayudar con una de las tareas de economía. Además, yo no creo que a Jean Pierre Blandor le haga mucha gracia que nos aparezcamos de improvisto contigo.

—¿Qué tiene que ver Pierre con todo esto, si Colombus fue el que me invitó a comer?

—Eso no importa. Simplemente muchas gracias por la invitación, pero no podemos ir contigo.

La voz de Delmy, aunque fría y cortante, no demostraba ni una pizca de rencor o resentimiento. Era claro que quería levantar un muro entre ella y Elliot. Felipe se apresuró a seguir a su amigo y del enfado por poco se le olvida de despedirse de Elliot. Delmy no había terminado de dar ni dos pasos más para marcharse cuando se detuvo y se volteó una vez más. Tenía sus ojos fijos en los de Elliot; su mirada era intensa. Se quedó en silencio por un instante, meditando sobre si decir lo que pasaba por su cabeza, o si mejor sería guardar silencio.

—¿Vas a venir o te vas a quedar allí parada como una gafa toda la tarde, Delmy? —gritó Felipe a su amiga desde la puerta, lo que hizo que la bibliotecaria fulminara al chico con la mirada, reprochándole por su atrevimiento. Él sólo se limitó a ignorarla, contestando: «¡ay ya cállese, señora!».

—¿Estás bien, Delmy? ¿Te pasa algo? —preguntó Elliot.

—Te digo que ésta está chiflada, Elliot. Me da hasta miedito —dijo Paerbeatus, escondiéndose detrás del chico.

Ella abría la boca y la cerraba torpemente, buscando las palabras para hablar, hasta que finalmente las encontró.

—Sólo... ten cuidado esta noche, Elliot —dijo rápidamente, para luego darle la espalda y caminar en dirección a la puerta.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Elliot extrañado por sus palabras.

—Sólo ten cuidado —respondió ella acelerando el paso.

Había contestado sin siquiera girarse a verlo. Felipe ya estaba afuera y la esperaba, y aunque Elliot no pudo escuchar lo que le decía a Delmy, sabía que la estaba regañando histriónicamente, como era común en él. Elliot quedó pensativo ante el consejo de Delmy.

—¿Qué crees que haya querido decir con eso de tener cuidado esta noche, Paerbeatus? —le preguntó a su compañero espiritual.

—No lo sé... pero si me lo preguntas a mí no deberías hacerle mucho caso a lo que te diga una gente a la que claramente le falta un tornillo.

Elliot sonrió.

—Creo que ya es muy tarde para eso —respondió.

A pesar de la despreocupación en su voz, Elliot se sentía cómo si las palabras de Delmy hubieran enrarecido el aire. La biblioteca se sentía cargada de una energía extraña. De pronto, se sintió observado. Cómo si alguien lo vigilara desde algún rincón entre las estanterías. Y el hecho de que ese pensamiento se asomara en su mente, hizo que se le erizaran los vellos de la nuca. «Ten cuidado esta noche...». Automáticamente Elliot no pudo dejar de sentir que la advertencia tendría algo que ver con el sueño que había tenido en la mañana. «...te espero esta noche en la entrada del ala sur del castillo...», había dicho la chica del sueño, Lila. El ala sur; aquella que era precisamente el ala de los profesores y los miembros de la sección inmaculada.

A lo lejos se escuchó el lento teñir de la campana de la iglesia de Saint-Sulpice. Elliot revisó su teléfono. Eran las cinco de la tarde. Tenía que ir saliendo para llegar a tiempo a su cita con Colombus.

─ ∞ ─

A medida que el tiempo pasaba Elliot se acostumbraba más y más a la presencia de Paerbeatus y todo lo relacionado con la magia en su vida. Los ojos morados del espíritu ya no le parecían tan inquietantes, y sus ademanes exagerados poco a poco se iban haciendo más habituales para él. Ya casi no se sorprendía con sus apariciones repentinas. De hecho, recientemente se había dado cuenta de que cada vez que el hombre estaba por aparecer a su lado, él podía sentir algo parecido a una ligera corriente en su espalda. Era algo sutil, pero gracias a lo detallista que era con las sensaciones de su cuerpo (y con casi todo en general), Elliot iba aprendiendo a notar la diferencia. Una ligera sonrisa se dibujó en los labios del chico mientras pensaba en aquellas cosas y se apresuraba por la calle adoquinada hasta alcanzar el ventanal de la crepería de Madame Isabelle, sobre la que se leía en esbeltas letras doradas el nombre del establecimiento: "La Galette du Beffroi". Pero cuando Elliot estuvo frente al local, no pudo evitar fruncir el ceño al ver que las luces de adentro estaban apagadas y el interior se veía completamente oscuro.

—Qué extraño —musitó.

—¿Qué cosa? —preguntó Paerbeatus que caminaba a su lado.

—Se suponía que aquí me encontraría con Colombus, pero no está.

La Galette du Beffroi era una pequeña crepería que estaba incrustada en una calle angosta del casco histórico de Fougères. Cómo estaba a unos cuantos minutos a pie desde el castillo, muchos de los alumnos del Instituto solían frecuentar el lugar. Era un local de aspecto hogareño atendido por Madame Isabelle, su simpática dueña. Elliot, Madeleine, Colombus y Pierre eran clientes regulares del establecimiento. Tanto era su fidelidad con aquel sitio que la dueña del lugar les tenía siempre una mesa apartada los fines de semana, y en varias oportunidades, había hasta compartido con ellos una merienda o una cena mientras se tomaba un descanso de la cocina.

Elliot sacó su teléfono y miró la hora. El reloj marcaba en la pantalla las 5:32 pm. Le había tomado veinte minutos caminar desde el castillo hasta la crepería. Colombus no aparecía por ningún lado.

—¿Y estás seguro que este es el sitio? A mí me pasa muy seguido que quiero aparecer junto a ti y termino en medio del patio —dijo Paerbeatus distraído mientras se rascaba la cabeza con vergüenza.

—Sí, bueno. Estaría mintiéndote si te dijera que eso me sorprende —respondió Elliot mientras le escribía un mensaje a Colombus y Paerbeatus le sacaba la lengua.

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25/08/19 - Bus:

♦ Viejo, ya estoy en la galette. ¿Tú dónde estás? - 05:21 p.m.

El mensaje le llegó a Colombus al momento, y Elliot podía ver cómo las letras de "escribiendo" aparecían en su pantalla mientras su amigo le respondía:

• ya estoy llegando esperame dentro - 05:21p.m.

• tengo ganas de comerme algo dulce antes de cenar - 05:22 p.m.

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Elliot caminó hasta llegar a la puerta, de marco verde esmeralda con un gran panel de vidrio en ella. Seguía sin poder ver nada de lo que sucedía dentro del local, pero el letrero de la puerta decía que estaba abierto y eso le pareció más extraño.

Movido por una mezcla de curiosidad y preocupación, Elliot se decidió a entrar. Antes de hacerlo echó una mirada a la esquina de la calle, a ver si veía aparecer a Colombus, pero nada. La calle estaba tranquila y sola como de costumbre.

—Bonjour —dijo dubitativo mientras abría la puerta y entraba al local—. ¿Madame Isabelle, está allí? ¿Está todo bien?

De pronto todo el lugar se iluminó con una fuerte explosión de luz blanca que venía de las lámparas del techo. Unas cornetas estridentes comenzaron a chillar, y una ráfaga de confeti y serpentinas de colores cegaron a Elliot mientras un coro de voces gritaba al unísono:

—¡¡¡SORPRESAAAAA!!!

Así, con ese emocionante estruendo, Elliot descubrió la entramada conspiración de sus amigos desde la mañana para darle una gran fiesta sorpresa y celebrar así su cumpleaños.

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