Capítulo 8: La Sección Inmaculada

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A la mañana siguiente el Fort Ministèrielle era un hervidero de conversaciones a escondidas, miradas furtivas y cuchicheos. Todos los alumnos estaban visiblemente alterados y caminaban por los pasillos con rapidez sin casi mirar a los lados. Algo muy grave había acontecido durante la última madrugada.

—¿Qué crees que haya pasado? —le preguntó Elliot a Colombus mientras caminaban en dirección a la cafetería del Instituto para tomar el desayuno.

—No lo sé hermano, pero tuvo que haber sido algo gordo.

Una chica de último curso pasó a su lado rápidamente con la cara llena de lágrimas. Había pánico en su rostro.

—Será mejor que busquemos a Mady y a Pierre. Tengo un mal presentimiento con todo esto —se apresuró a decir Elliot.

La cafetería estaba más inquieta que nunca. Apenas los chicos abrieron la puerta el estruendo de las conversaciones les dio una bienvenida aturdidora. Todo el mundo estaba allí y todos se veían muy preocupados. Los estudiantes caminaban en grupos muy apretados y miraban con suspicacia a cualquier persona que les pasara por el lado. Cuando Elliot notó que la mayoría de los alumnos estaban hablando en sus lenguas maternas, comprobó su teoría de que algo malo (algo muy malo) había pasado. En el Fort Ministèrielle nadie nunca hablaba en su lengua materna; sólo se hacía aquello cuando algo realmente grave ocurría en el castillo.

—Elliot, hermano, mira —dijo Colombus mientras apuntaba una de las grandes pantallas del comedor con uno de sus dedos. Había pánico en su voz.

Donde debía aparecer la programación del canal estudiantil de la sección Lumière, había tan sólo unas siglas grandes y brillantes: «O.R.U.S», con la letra O resaltada en un intenso color rojo.

Fue en ese momento cuando Elliot los vio; dos inmaculados vestidos por completo de negro, con una cinta roja en el antebrazo; sobre la cinta estaban bordadas las mismas iniciales plasmadas sobre la pantalla. Su rostro se tornó preocupado, a la vez que volteaba a ver a Colombus y le dirigía una mirada de advertencia.

—Allí están los restauradores —le dijo.

—No me jodas, ¿dónde? —respondió su amigo con auténtico terror en la voz.

—Por allá.

Cuando Colombus puso sus ojos en los chicos de la sección Inmaculada, se puso pálido como el papel.

Los chicos mayores que estaban viendo eran nada más y nada menos que los inmaculados: los estudiantes prodigios del Instituto. También conocidos como los restauradores (cuando se activaba el Protocolo de Restauración O.R.U.S; únicamente en casos de emergencias estudiantiles), eran los alumnos que, una vez que terminaban su preparación académica regular, cursaban dos años especiales dentro del castillo para prepararse a la vida en la universidad por invitación exclusiva del Director. Pero debido al muy celoso hermetismo que había en la escuela con respecto a la sección inmaculada, así como sus lazos con la prestigiosísima universidad ECCE HOMO, el qué tipo de cosas se enseñaban durante esos dos años les era completamente desconocido al resto de estudiantes, e incluso a los padres y representantes que formaban parte del Comité Estudiantil del Instituto. Era casi como si la sección inmaculada formara parte de otro instituto dentro del mismo Instituto. Sus profesores, su currículo, su pensum, el régimen de inscripciones y todo lo demás concerniente a ellos era ajeno a la jurisdicción de la administración regular, por lo que su supervisión y dirección era manejada única y exclusivamente, se decía, por el mismísimo Director y la Junta Directiva. Pero nadie sabía realmente si aquello era cierto o no. Los inmaculados vivían y estudiaban en una de las torres más alejadas del castillo, casi en los linderos del ala sur, y por esta razón casi nunca se les veía. Sus sobretodos negros, sus botas altas, sus quipés con viseras, y la intimidatoria cinta roja que llevaban en el brazo izquierdo asustaban a todo aquel que se los topara por accidente. Eran ellos quienes ejercían, por llamarlo de alguna manera, las funciones de «asistencia de control del orden» según el manual de la escuela, junto a los celadores y los profesores. Cada vez que algo fuera de lo común sucedía en el Fort Ministèrielle, se activaba el protocolo O.R.U.S y los restauradores aparecían para «restaurar» el orden, como si la cotidianidad del mismísimo Instituto se tratara también de una obra de arte...

—Pero, ¿por qué se activó el protocolo O.R.U.S? —preguntó Colombus con la garganta seca.

—No lo sé, pero será mejor que no los veas tan directamente, Colombus. A mí esos tipos nunca me han dado buena espina.

Los chicos se movieron con rapidez en dirección al bufé de la cafetería. Se sirvieron el desayuno en silencio, lanzando miradas furtivas a los dos inmaculados que se paseaban como buitres por todo el lugar. Colombus tomó cinco sándwiches de atún, un tazón de ensalada de frutas, un cupcake de chocolate con glaseado de fresa y un vaso grande de jugo de naranja. Elliot se fijó por un instante en la bandeja de su amigo.

—¿No vas a tomar algo más? —le preguntó de manera jocosa con la intención de hacer que se relajara un poco.

—Estoy nervioso. Déjame en paz —respondió Colombus.

Elliot tomó un cornetto de chocolate, un café oscuro y un vaso pequeño de jugo de naranja, tal y como lo hacía todos los días. Después de un par de pasos vieron que Pierre y Madeleine ya tenían ocupada una de las mesas. Los chicos caminaron hasta ellos. Madeleine se apresuró a hacerles señas con las manos apenas los vio. En su cara la preocupación era más que evidente.

—¡Chicos, gracias a Dios que están bien! Por un momento me asusté un poco —dijo mientras se ponía de pie y le daba dos besos en las mejillas tanto a Elliot como a Colombus.

—¿Alguno de ustedes sabe por qué activaron O.R.U.S? —preguntó Colombus ansioso mientras se sentaba en la silla que estaba junto a Pierre y dejaba la bandeja con su desayuno sobre la mesa.

—Es evidente que el protocolo se activó como medida de prevención ante tu asalto al buffet, gordo. Un poco más y nos dejas a todos sin comida por un mes —se burló Pierre mientras veía con cara de asco la bandeja de Colombus.

—En estos momentos no es bueno que me estés buscando la lengua, Jean Pierre, te lo advierto —dijo Colombus mientras apuntaba a Jean Pierre con uno de sus sándwiches, flácido debido a la humedad de los refrigeradores de la barra, para luego darle un gran mordisco.

—¿Acaso no se han enterado? —preguntó Madeleine con la incredulidad plasmada en la cara y sorpresa en su voz.

—No, ¿pasó algo grave? —le preguntó Elliot.

—Sí —respondió ella mientras asentía con la cabeza—. Aparentemente anoche alguien se coló en el despacho del profesor Rousseau y dejó el lugar hecho un verdadero desastre.

—¿Qué? ¿Alguien se metió al despacho de Lou? —preguntó Elliot, sin darle crédito a lo que Madeleine le acababa de contar—. ¿Pero...por qué?

La chica se encogió de hombros.

—No se sabe aún —respondió—. Por lo que pude escuchar de unas chicas de último año, los restauradores revisaron el despacho junto al profesor Rousseau y, al parecer, no faltaba nada. Así que quien haya entrado no tenía intenciones de robar.

—Bah. Seguramente todo esto no es más que una broma de alguno de los que están por graduarse. No es más que una gran pérdida de tiempo —refunfuñó Pierre desde su asiento.

Madeleine negó preocupada.

—No lo sé, Pierre, dicen que la oficina quedó hecha un completo y verdadero desastre. Aún no hay pistas de quién pudo haber hecho semejante cosa, pero dudo mucho que haya sido una broma.

—¿Y sólo por eso activaron el protocolo O.R.U.S? —preguntó Colombus con cierta incredulidad después de terminar de comerse el último sándwich. Ahora iba por la ensalada de frutas—. No lo sé, Rick... me parece que Jean Pierre podría tener razón esta vez...

—No. No fue sólo eso —dijo Madeleine, con la voz sombría y más seria que antes—. El protocolo O.R.U.S se activó por el cadáver que encontraron...

Bastó que Madeleine dijera aquellas palabras para que un trozo de manzana ensalivado se escapara de la boca de Colombus y fuera a parar en las piernas de Pierre. Jean gritó asqueado, al mismo tiempo que Colombus, de los nervios, resbalaba el codo de la mesa y volcaba por completo el tazón de ensalada de frutas. El escándalo de la mesa hizo que varios de los estudiantes de las mesas contiguas se giraran sobresaltados, asustados por los repentinos gritos de Pierre. A menos de un minuto luego, los dos restauradores que estaban en la cafetería se acercaron con recelo hasta la mesa.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el más alto de los dos.

Era un chico bastante fornido. Tenía los ojos oscuros, el mentón cuadrado y la voz ronca. Su pelo corto estaba oculto bajo su quepí, sobre el cual brillaba una dorada insignia que representaba un ojo alado.

Colombus negó nerviosamente con la cabeza.

—No pasa nada, Müller —dijo Pierre dirigiéndose al chico alto. El restaurador volteó a verlo con indiferencia y desdén—. Es sólo que mi amigo está un poco ansioso el día de hoy, eso es todo.

Su voz era calmada en apariencia, pero tanto Madeleine como Elliot se dieron cuenta de que había un ligero matiz de prudencia en cada una de sus palabras. El restaurador le clavó una mirada desafiante.

—No me gusta esa actitud. Me parece inquietante y sospechosa —dijo y dirigió una vez más su mirada hacia Colombus—. ¿Acaso sabes algo del intruso que se coló anoche en el despacho del profesor Rousseau, puerquito? —una sonrisa maliciosa apareció en el rostro del chico.

—N-nosotros no tenemos n-nada que ver con... eso —se apresuró a decir Elliot al ver cómo Colombus palidecía de nuevo.

—No... no, señor... yo no sé nada... lo juro, lo juro —decía Colombus asustado.

Müller fulminó a Elliot con la mirada. Tanto así, que Elliot casi pudo sentir cómo los ojos del chico le atravesaban el cráneo con recelo.

—Ocultar información a O.R.U.S. es una falta a las reglas del Instituto —dijo con autoridad Tate, el segundo chico, mientras se erguía lo más firme y derecho que podía; entre sus labios parecía haber una ligera cortada muy reciente—. Y eso que conlleva desagradables consecuencias a cualquiera de los implicados. Pero eso me imagino que ustedes ya lo saben... Ya vayámonos, Müller. No sigamos perdiendo el tiempo aquí.

Los dos restauradores siguieron de largo por el comedor, observando fijamente al resto de los estudiantes. Antes de marcharse, Pierre habría podido asegurar que tanto Müller como Tate iban cuchicheando a sus espaldas con malicia, como si se trajeran algo entre manos. Pero de seguro no se trataba más que de paranoia por lo que acababa de suceder.

—¡¿Qué vergas está pasando aquí?! ¿De qué cadáver estás hablando, Mady? ¿Mataron a alguien? —preguntó Colombus a Madeleine.

Elliot intervino rápidamente para calmar a su amigo.

—Colombus, ¡cálmate! Seguro todo esto no es más que una casualidad. Respira, vamos.

Pero la intuición tampoco le engañaba a él. Algo se sentía raro en el ambiente, además de grave y peligroso. Mady prosiguió hablando y poco a poco fue transformando su mirada:

—Esta mañana —dijo acercándose a Elliot y a Colombus para que sólo ellos dos pudieran escuchar lo que iba a decir—, encontraron muerto a uno de los conserjes muy cerca del despacho del profesor Rousseau.

Su rostro había sido sombrío y tenebroso; casi mórbido, como si de alguna manera todo lo que sucedía le causara placer. Después de todo, ella siempre había sido una fanática empedernida de las películas de terror, y ahora parecía estar viviendo en una...

—Los detalles de la muerte aún son desconocidos —añadió—, pero aunque parece haberse tratado de causas naturales, hubo, al parecer, algo muy inusual con respecto al cadáver. Es una lástima que no sepamos qué es...

Al escuchar aquello, Colombus casi no se desmaya en su asiento. Se había puesto más blanco que la cal, y tenía la frente bañada por un brillante sudor frío.

—Gordo, acuérdate de respirar —dijo Pierre, mitad en burla, mitad preocupado por su amigo—. Mira qué si no lo haces, vamos a tener dos muertos hoy en el castillo. Gordo, es en serio, ¡RESPIRA!

Y al terminar de decir la última palabra, una de las manos de Pierre se estrelló contra una de las mejillas de Colombus, estremeciendo al chico de pies a cabeza.

—¡Pierre! —exclamó Madeleine escandalizada.

—¡Estoy bien, estoy bien! —se apresuró a responder Colombus—. Estoy bien, gracias, Jean Pierre... ya luego me las vas a pagar.

Colombus tenía la marca de la cachetada en el rostro pero había vuelto en sí. A él las películas de terror siempre le habían parecido espeluznantes.

─ ∞ ─

—Será mejor que nos apresuremos, la primera hora ya está por comenzar, y no quiero darle otra razón a Madame Gertrude para que la agarre con nosotros.

Los chicos iban caminando por los pasillos del castillo en dirección a su salón de clases.

—Madame Gertrude me preocupa, pero ahora que lo pienso bien, más me preocupa el hecho de que supieras quien era ese sujeto de la Inmaculada, Jean Pierre. ¿De dónde lo conoces? —preguntó Colombus.

—Del último campamento de introducción del Instituto —dijo él mientras se encogía de hombros—. Müller fue el guía supervisor de mi división, eso es todo. El tiempo pasa, pero sigue siendo un egocéntrico insoportable.

—¡Huy sí, no me imagino lo difícil qué debe ser lidiar con una persona así todos los días... qué pesadilla! —dijo Colombus con sarcasmo.

—Lo que me recuerda que esto lo compré para ti, Pierre —dijo Madeleine.

Al escuchar aquello, Pierre se sorprendió y se sonrojó un poco.

—¿Para mí? ¿Qué es? —preguntó mientras tomaba la revista entre sus manos.

—Es el último ejemplar de la revista Forbes —respondió ella sonriente—. La de este mes tiene a Noah Silver en la portada, y yo sé lo mucho que tú lo admiras, Pierre. Así que te la compré este fin de semana cuando fui a la ciudad. Se me había olvidado dártela antes, lo siento.

Colombus se acercó con curiosidad para ver la foto de la portada.

—¿Y ese fulano quién se supone qué es? —preguntó con indiferencia.

En ella se veía a un chico joven, como de veinte años, con los ojos profundamente azules, el mentón cuadrado, y la misma actitud petulante de Pierre en el rostro.

—A mí me parece que tenía mierda bajo la nariz cuando le tomaron la foto, ¿no lo creen? —añadió.

—No me digas qué en serio no sabes quién es Noah Silver, Colombus —dijo Pierre tan incrédulo qué hasta se había olvidado de llamar gordo a su amigo.

—¿Debería acaso?

—Pues claro que deberías. Noah Silver es casi una celebridad entre la gente del Instituto en estos días. Y no es para menos, si tomamos en cuenta todo lo que ha logrado con apenas veinte años, y estando apenas en su primer año en la Ecce Homo.

—¿En dónde? —volvió a preguntar Colombus.

Pierre suspiró y volteó sus ojos con un gesto de fastidio.

—Yo no puedo con tanta ignorancia junta en un mismo cuerpo. Elliot, explícale tú, por favor. Tú siempre le has tenido más paciencia —dijo Pierre mientras abría la revista hasta la página del artículo de Noah.

—Noah Silver es el chico del momento, Colombus —comenzó a explicarle Elliot—. Un genio de los negocios que, a sus veinte años, ya es uno de los multimillonarios más importantes de Asia y de todo el mundo, con inversiones y empresas en muchas áreas relevantes, y todas en los continentes más pujantes. Y ha conseguido todo esto sin siquiera haber terminado su carrera universitaria en una de las universidades más importantes y exclusivas del mundo: la ECCE HOMO.

—No es una, es la MÁS importante de todas. Entró en ella apenas hace un año —intervino Pierre.

—A los 19 —prosiguió Elliot—. Justo después de haber salido de la Sección Inmaculada y escogido el miembro de honor de su promoción.

—¿Me estás diciendo que ese tipo estudió aquí? —dijo Colombus con sorpresa—. Vaya, eso no lo sabía.

—Tú eras el único que no lo sabías gordo, créeme.

—Yo tampoco lo sabía —dijo Paerbeatus también sorprendido, apareciendo justo al lado de Elliot—. Parece un buen muchacho.

Su repentina aparición hizo que Elliot se pusiera un poco nervioso.

—Bueno, como sea, tenemos que apurarnos para llegar rápido a las clases de la señorita Ever —añadió con prisa.

Al escucharlo, Madeleine suspiró quejosamente.

—Al parecer hoy está de permiso y la cubrirá la Madame —dijo encogiéndose de hombros.

—¿En serio? ¿Y a qué idiota se le habrá ocurrido eso? Debe ser que sus técnicas de orientación psicológica son un modelo a seguir, me imagino —se burló Colombus.

—Eso mismo pensé yo, pero realmente no podemos hacer nada; ella es la suplente fija de nuestra sección —respondió la chica.

—De seguro fue el charlatán de Rousseau —dijo Jean Pierre.

Elliot no pudo evitar sentirse enfadado con el comentario.

—Rousseau no es ningún charlatán —dijo—. Es un excelente profesor. El mejor de todo el Instituto. No sé porque dices eso...

—No todos sentimos la misma admiración morbosa y pedófila que sientes tu por Rousseau, Elliot —le soltó Pierre con mordacidad—. A diferencia de ti, a mí Rousseau siempre me ha parecido un mediocre y un charlatán.

—El profesor Rousseau no es ningún charlatán, Pierre —intervino Madeleine—. Aparte que él siempre habla muy bien de todos sus alumnos, incluyéndote a ti, así que no deberías decir esas cosas tan feas de él.

—Para lo que me interesa a mi lo que diga o pueda dejar de decir ese tipo sobre mí —dijo al final Pierre mientras se encogía de hombros.

El recorrido de los chicos hasta el salón estaba a punto de terminar.

—En fin, ¿almorzaremos juntos hoy? —preguntó Madeleine con la intención de cambiar de tema.

—Yo no puedo, tengo práctica adelantada con el equipo —respondió Pierre.

—Mmmm, yo tampoco puedo. Tengo... otras cosas que hacer —dijo Colombus sonrojándose un poco.

Pierre lo miró sorprendido.

—A ver, y ¿qué podrías tener que hacer tú, gordo? Salvo buscar otro buffet que asaltar, claro —le preguntó Pierre a la vez socarrón e intrigado.

—¿Buffet? —se preguntó a sí mismo Paerbeatus—. ¿Por qué me suena...? Creo que... pero no tiene sentido. Elliot, ¡¿por qué querría tu amigo robar a un montón de abogados?!

—Yo... bueno... sólo tengo qué hacer otras cosas, ¿vale? No seas metiche, Jean Pierre —respondió Colombus—. Mejor nos vamos, ya es tarde.

Y luego de decir esto, se adelantó en dirección a la puerta, que ya se veía a la vista.

—¿Y qué hay de ti, Elliot? ¿También tienes cosas que hacer en la tarde? —le preguntó Madeleine.

La pregunta invadió a Elliot con la misma naturalidad nerviosa de siempre. Su garganta se secó y sus mejillas se iban sonrojando poco a poco. Paerbeatus, a sus espaldas, hacía formas de corazón con sus manos y ponía cara de tonto para burlarse de Elliot.

—Bueno... no... yo estoy libre —logró decir al final, ignorando al espíritu.

—¡Genial! —exclamó Madeleine con verdadera felicidad en la voz—. Entonces supongo que estaremos solos tú y yo en el almuerzo —dijo.

A Elliot se le terminaron de colorar las mejillas sin que pudiera hacer mucho para evitarlo.

—Qué triste será tu almuerzo si la única persona con la que vas a hablar es de hecho la persona a la que menos le gusta hablar en el mundo, Mady —se burló Pierre, un tanto celoso ante la idea de que Elliot y Madeleine almorzaran juntos y a solas.

El chico se apresuró a entrar al salón y dejó a Madeleine y Elliot solos por un momento.

—Me tienes que poner al día con toda tu vida durante el almuerzo, ¿vale? ¡Mira que Colombus ya nos dijo que últimamente estás muy misterioso! —dijo ella.

Y al terminar de decir aquello, le guiñó un ojo con ternura a Elliot. Bastó y sobró aquello para que de la mente de Elliot desapareciera cualquier cosa que no tuviera que ver con ella y el almuerzo que compartirían. Dejó de lado el intruso del despacho de Rousseau, la muerte del conserje y la vigilancia de los restauradores. Lo único que ocupaba su mente ahora era la cita con Madeleine.

─ ∞ ─

Las clases con Madame Gertrude siempre eran pesadas y se hacían eternas, y era así, naturalmente, cuando era la hora de su propia asignación. Pero cuando le tocaba suplir a otro profesor de una asignación distinta la cosa se volvía muchísimo peor. Su tiranía se exacerbaba al punto de cuestionar cualquier cosa, desde la temperatura del salón, hasta el método de enseñanza del profesor titular de la materia.

—Eso de andar preguntándole a una banda de criaturas con hormonas a flor de piel qué es lo que quieren para luego ir corriendo a cumplir sus deseos sin pensarlo es de las cosas más absurdas que he escuchado en mi vida —se quejaba mientras daba la clase de Psicología y Orientación—. Si me lo preguntan a mí, lo único que ustedes necesitan es disciplina. Con una mano firme, el caballo no se desboca. Así de simple.

Hacia la mitad del salón estaban sentados Elliot y Colombus en sus respectivas mesas.

Si me lo preguntan a mí, lo único que necesita ella es un marido que la mantenga entretenida —dijo Colombus entre risas, muy bajito, para que sólo Elliot pudiera escucharlo.

Él no pudo evitar reírse al escuchar a su amigo, y aunque lo había hecho con discreción, el agudo oído de la Madame captó el bochinche y, sin necesidad de voltearse, dijo:

—Si el señor Cretu y el señor Arcana tienen asuntos más importantes a los que atender, les recuerdo que la sala de detención siempre está deseosa de recibir nuevos huéspedes.

Al terminar de escribir la palabra «ORDEN» por tercera vez se volteó para posar sus penetrantes ojos café sobre los dos muchachos.

—¿Y bien? ¿Alguno de ustedes quiere pasarse la tarde conmigo en la Coordinación?

—No, Madame, lo sentimos. Estamos bien por acá. Continúe, por favor —dijo Elliot con rapidez, endulzando su voz lo más que pudo para aplacar la ira de la mujer.

Ella lo miró amenazante y volteó una vez más para continuar escribiendo en el pizarrón. Cuando acabaron las dos horas con Madame Gertrude, los chicos tuvieron clases con el profesor Viele. El profesor era un hombre de baja estatura, casi calvo, y usaba unos lentes grandes y redondos que le hacía ver los ojos enormes; era él, además, el supervisor de la sección Cavelier, y supliría por aquel día al profesor Rousseau debido a todo el asunto del asalto a su oficina en la noche anterior.

El señor Viele continuó con la clase donde los chicos habían quedado: durante la campaña expansionista de Carlomagno a lo largo de Europa a finales del siglo VIII. Pero la diferencia entre el señor Viele y el profesor Rousseau era abismal. Incluso a Elliot, quién era un fanático empedernido de la historia, la clase de aquel hombre le parecía exageradamente monótona y vacía de toda emoción; totalmente distinta de la clase de Lou, quien amenizaba las lecciones con anécdotas curiosas e interesantes. Muchas veces estas sorprendían a Elliot y al resto de la clase, pero como el señor Viele se apegaba rigurosamente a lo plasmado en los libros de texto, mataba cualquier posible la novedad que la historia pudiera ofrecer.

Elliot sólo pudo pensar en su almuerzo con Madeleine durante las dos horas de clase. La simple idea hacía que las manos le sudaran y que se le acelerara un poco el corazón. Si el tiempo hubiera podido andar más rápido, él podría disfrutar de más minutos a solas con Madeleine. Pero otra diferencia entre Lou y el señor Viele era que mientras las horas de clase con Lou volaban, las horas de clase con el señor Viele parecían ser tan lentas como la tediosa y pesada caminata de una tortuga.

─ ∞ ─

Elliot y Madeleine estaban almorzando bajo las ramas de un gran y viejo manzano que había en una de las zonas más bonitas de los terrenos del Fort Ministèrielle. Era un jardín repleto de flores de diversos colores y cantidad de árboles frutales, al que los alumnos llamaban el jardín de Venus. Durante la primavera los vivos colores del jardín brillaban chispeantes de vida con sus pétalos y hojas al sol. En aquel momento, cuando el verano estaba en su clímax, las tupidas hojas de los arboles eran el refugio perfecto para abrigarse del sofocante calor, y esconderse de la multitud.

Los chicos comían y reían. Elliot estaba embelesado con la sencillez de su amiga, con la forma en que la brisa jugaba con su cabello rojizo. Casi le parecía que era con suavidad que sus dientes desgarraban los duraznos, bañando con un dulce néctar sus labios. A los ojos de Elliot ella no era sólo hermosa, sino también tierna, cálida e inocente. Era como si el calor y el frío se hubieran puesto de acuerdo para crearla de aquella manera, envolviendo su cuerpo con un halo invisible de pura y perpetua inocencia; a la vez de un fuego jovial y coqueto.

Los dos guardaron silencio durante unos momentos, hasta que Elliot rompió la quietud que los rodeaba. En su mente había aparecido la imagen de Paerbeatus, y a su vez, había aparecido también el recuerdo de sus palabras y la búsqueda de las otras cartas. Sabía bien lo aficionada que era Madeleine con los temas esotéricos, así que quiso hacerle una pregunta.

—Mady —dijo dubitativamente.

—¿Sí?

—¿Qué tanto sabes acerca de las cartas del Tarot? —preguntó Elliot tratando de aparentar una actitud casual.

Los ojos verdes de Madeleine se iluminaron con entusiasmo.

—¡Vaya! ¡¿Qué quieres saber de eso?! —preguntó emocionada—. ¡Te podría explicar con detalle muchas cosas, pero nos tomaría todo el día y no quiero aburrirte! La verdad, el arte de la adivinación es bastante complejo, aunque no lo creas. No es cosa fácil de digerir —dijo con solemnidad.

—N-no tengo nada en concreto que preguntarte. Es sólo... curiosidad —le respondió Elliot con tono despreocupado, pero lo cierto era que las manos le habían comenzado a sudar un poco.

—¡Bien! La curiosidad me gusta —afirmó ella.

Eso hizo que Elliot se sonrojara un poco.

—La curiosidad es el primer paso que hay que dar para abrir la mente —añadió Madeleine—. Dependiendo del Tarot tienes 22 o 78 cartas. Varía si se usan sólo los arcanos mayores o si se cuentan también los menores. No es nada complicado una vez que lo entiendes.

—Vale... 22 arcanos mayores, ¿no? —preguntó Elliot recordando también las palabras de Paerbeatus.

«22 cartas = 22 espíritus...».

—Así es —asintió Madeleine.

—¿Y luego hay otras 56 cartas más que son los arcanos...?

—Menores —dijo Madeleine con una sonrisa divertida en su rostro—. Pero hay adivinos a los que sólo les gusta usar los arcanos mayores durante sus tiradas, que es como le dicen a la lectura de las cartas. ¡Y claro, no podemos olvidar que las cartas también pueden salir al revés, ya sabes, volteadas! En lo personal, yo soy de las que piensa que sólo con los arcanos mayores es suficiente para hacer una buena lectura. Después de todo, la adivinación es sólo una guía de lo que podría pasar, no un manual para vivir la vida...

—Vaya, no sabía que te gustaran tanto todas estas cosas, Mady —dijo Elliot con sorpresa, haciendo que la chica se sonrojara.

—Sí, bueno... yo... ¡yo no hablo mucho del tema! Pero cómo tú preguntaste yo pensé que...

—No me tomes a mal, Mady. No lo dije para hacerte sentir mal. Es sólo que me sorprende un poco, eso es todo —dijo Elliot mientras le sonreía a la chica.

Mady volvió a sonreír al darse cuenta que Elliot no se estaba burlando de ella y que realmente quería seguir escuchando del tema. Eso hacía que la chica se sintiera feliz, no sólo por el hecho de poder hablar de algo que le apasionaba sin ningún tapujo, sino también por el hecho de ver la curiosidad honesta en los ojos de Elliot. Aquellos ojos azules que usualmente parecían saberlo todo estaban ahora fijos en ella ansiosos por aprender. De hecho, la miraban con tanta atención que Madeleine podía verse reflejada en ellos, como si de dos lagos calmados se tratara y, por un momento, la chica sintió un hormigueo sutil y repentino en la boca del estómago, mientras un escalofrío le erizaba los vellos de la nuca y la sangre caliente le manchaba de rosado las mejillas y los labios. El cambio fue sutil, y aunque trató de ocultarlo esquivando la mirada del chico, Elliot se dio cuenta y también se sonrojó.

—Bue... bueno —balbuceó un poco cuando comenzó a hablar—. Cada uno de los arcanos mayores va en un orden específico y representan una etapa de la vida de las personas, o una manifestación de las virtudes y defectos del ser humano, pero yo nunca he sido capaz de aprendérmelos todos —dijo al final Madeleine sonriendo un poco apenada.

—Algo cómo lo que me pasa a mí con los elementos de la tabla periódica, entiendo —dijo Elliot distraído.

—Sí, claro... ¡exactamente como eso! —dijo ella mientras se reía un poco por lo bajo y se tapaba la boca con disimulo.

—¿Qué? ¿Qué dije? —preguntó Elliot entre sorprendido y confuso, pero, definitivamente, extasiado de escuchar la risa de Madeleine, que era contagiosa y lo hacía sonreír a él también.

Y es que escucharla reír hacía que Elliot se sintiera como presa de un hechizo. Algo así como hipnotizado; atrapado por completo en la melodía que salía de sus labios cuando reía. Ése era el poder de su magnetismo. Si tan sólo las cosas fueran más fáciles. Si tan sólo Madeleine pudiera darse cuenta de lo que él sentía por ella y corresponderlo. Si por lo menos él pudiera... él fuera... él supiera... él viera una señal... tan sólo una señal...

—No, no es nada —dijo ella mientras dejaba escapar una última risita, antes de morderse distraídamente el labio inferior. Esto último era algo que Elliot sabía que Madeleine hacía sólo cuando estaba nerviosa, algo que hacía sin darse cuenta—. Es sólo que jamás esperé que relacionaras algo como el Tarot con el aprendizaje de la tabla periódica. Eso es todo.

—No veo por qué no podría hacerlo —respondió él mientras se encogía de hombros—. Si tú te estás tomando la molestia de enseñarme algo que yo no sé, lo mínimo que puedo hacer es prestarte atención y tomarte en serio, Mady. Para mí no existe información buena o información inútil. Para mí el conocimiento siempre será algo tan valioso que nunca podría ponerle un precio, y por eso te doy las gracias.

Elliot le sonrió con cariño y ella le devolvió la sonrisa.

—¡Si lo dices así, me haces sentir inteligente! Y eso que lo único que hice fue decir algo raro en tono misterioso...

Madeleine se rio con timidez al terminar de decir aquellas palabras, tratando de esconder su mirada sonrojada. Elliot tomó entre sus manos una de las manos de Madeleine. Al sentir el contacto de su piel tibia sobre la suya, Madeleine abrió los ojos y se encontró una vez más con los ojos azules de Elliot fijos en los suyos, y sintió cómo el suelo bajo ella parecía estremecerse ligeramente.

—Eres muy inteligente, Mady —dijo—. Nunca pongas en duda eso, ¿vale?

—Pe... pero... obtuve un siete en el ensayo y —balbuceó ella.

—Sin peros —la interrumpió Elliot, colocándole el dedo índice contra sus labios con suavidad, para hacerla callar.

Ella parpadeó sorprendida por el contacto de la piel de Elliot sobre sus labios y se calló enseguida, sin alejarse del contacto de su dedo.

—Las notas son sólo números tontos sobre un papel muerto. Las personas, Mady, en cambio, estamos vivas, y darnos un valor por lo que podemos plasmar en un papel es tonto. Para mí tú eres mucho más lista que yo en muchísimas cosas...

—¿Cómo en el tarot? —preguntó ella mientras sonreía con timidez, con los ojos muy abiertos y las pestañas muy estiradas hacia arriba. Su rostro se inclinaba hacia abajo ligeramente, dándole un aire de ternura indefensa a su mirada.

Todavía podía sentir el dedo de Elliot acariciando con calma sus labios, únicamente reposando sobre ellos. Elliot se iba acercando lentamente hacia ella. Ella sentía el aroma de su piel, tibia y salada, acercándose con discreción pero sin pausa. Y eso hacía que el corazón le latiera con súbita violencia dentro del pecho.

—Por mencionar un caso, sí —dijo Elliot mientras sonreía.

Su aliento acariciaba el rostro de Mady al escapar de sus labios. Él apartó su dedo de su boca y abrazó el rostro de Madeleine con la palma de su mano. Sus labios y los de ella estaban cada vez más cerca... más cerca... más cerca... tan cerca...

─ ∞ ─

—¡¡ELLIOT, REACCIONA!! ¡Tu bomboncito te está hablando y tú estás cómo zarigüeya muerta viéndola con la boca abierta!

Elliot sintió unos golpecitos contra la cabeza y la voz de Paerbeatus, aguda y chillona, estalló muy cerca de su oreja. Elliot se sobresaltó y parpadeó con brusquedad, confundido, mientras se daba cuenta de lo que estaba pasando. Una mano se acercaba a su rostro y se agitaba con vigor, haciéndolo retroceder y caer de espaldas sobre el césped. La risa de Madeleine sonó combinada con la de Paerbeatus.

—¡¿Tan aburrido te pareció lo que te estaba diciendo que hasta te quedaste dormido con los ojos abiertos, Elliot?! —preguntó ella simulando molestia en la voz mientras contenía una sonrisa en sus labios.

Elliot se volvió a sentar con rapidez, intentando ocultar la emoción que se había apoderado de la zona baja de su abdomen. La sangre le enrojecía el rostro apenado por el curso que habían tomado sus pensamientos.

—¡No, Mady... yo... yo lo siento...! No fue mi intención.

Elliot estaba tan nervioso que no sabía que decir. Las palabras se le atragantaban en la garganta mientras trataba de tomar su mochila con disimulo para ponerla entre sus piernas.

—No tienes por qué disculparte, Elliot. Es mi culpa por emocionarme más de la cuenta, ¡pero es que a mí todo ese mundo del ocultismo y las cosas sobrenaturales me parece tan interesante! —respondió Madeleine mientras suspiraba y sus ojos se perdían en el cielo, como soñando despierta—. ¡¿Te imaginas que en serio pudiera haber una forma de saber lo que te espera en el futuro, o si pudieras ver cosas que otros no pueden?! ¡Eso debe ser tan emocionante!

Elliot fulminó a Paerbeatus con la mirada.

—No tanto... créeme que no tanto —dejó escapar Elliot por lo bajo.

Paerbeatus, al escucharlo, le sacó la lengua en forma de morisqueta.

—¿Cómo dices? —preguntó Madeleine confundida.

—N-nada. Me imagino que sí, debe ser diferente, por llamarlo de alguna manera. Y aunque no me vayas a creer, todo este tema del tarot y la adivinación me ha estado llamando la atención últimamente. Por eso te hice la pregunta, porque sabía que tú podrías ayudarme.

A Madeleine se le iluminaron los ojos, y la sorpresa hizo que los abriera de par en par.

—¡¿En serio?! ¡No te estés burlando de mí, Elliot! —exclamó con entusiasmo.

—Yo no me atrevería a burlarme de ti, Mady —respondió Elliot tratando de sonreír con timidez—. Es más, para que veas que no te estoy mintiendo, te confieso que incluso he estado considerando comprarme mi propio tarot para aprender más del asunto de primera mano...

Madeleine dejó escapar un gritito agudo que conmocionó a Elliot. Mientras gritaba de emoción se lanzó sobre él y lo envolvió en un fuerte abrazo, zarandeando su cuerpo de un lado a otro. Elliot pudo sentir cómo el cuerpo de Mady se apretaba contra el suyo, junto a cada detalle de su silueta bajo la tela del uniforme, y el aroma de su perfume inundando cada uno de los poros de su rostro. La sangre volvió a hacer de las suyas con la parte baja de su cuerpo. Pero, por más que hubiera querido que el momento durara una eternidad, el abrazo duró tan sólo unos segundos. Tan rápido como la chica se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo soltó con rapidez mientras se reía con entusiasmo e inocencia.

—¡Ay, lo siento, Elliot! —se disculpó—. ¡Es sólo que me emocioné un poco más de la cuenta! Pero quiero que sepas que si necesitas preguntarme cualquier cosa sobre fantasmas, cosas sobrenaturales o paranormales, terroríficas, ¡en fin, lo que sea por el estilo! Puedes hacerlo con confianza, ¡¿OK?!

—Va... vale —balbuceó Elliot—. Cre... creo que ya va siendo hora de que volvamos al castillo, Mady —añadió, pensando que quedarse en aquel lugar por más tiempo escuchando los comentarios imprudentes de Paerbeatus no le parecía para nada una buena idea. Contrario a lo que se había imaginado durante todo el día, la «cita» había sido un completo desastre.

—¡Vaya, sí que se ha ido volando el tiempo! —dijo Madeleine sobresaltada al ver la hora en su teléfono—. Al final como que sí es cierto eso de que el tiempo vuela cuando te estas divirtiendo, ¿no lo crees?

—Sí... sí, creo que sí —respondió Elliot entre el disimulo y el malhumor sin fijarse en ella.

Si lo hubiera hecho, quizás se habría dadocuenta de que el rostro de Madeleine, al haber hecho aquella última pregunta,parecía ligeramente sonrojado.

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