Capítulo 34: Una casa siniestra

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Luego de su conversación con los espíritus, Elliot tomó valor para enfrentar algo a lo que le estaba dando largas desde hacía algo de tiempo. Hablar con su tía. Desde que se había molestado con él, Elliot había hablado a duras penas con ella cuando le había pedido permiso para pasar el fin de semana con Colombus y su tío fuera del castillo. Aunque claro, su tía había pensado que estaría allí mismo en Fougères cuando lo cierto era que se había escapado a Ámsterdam sin que ella lo supiera, lo que le remordía aún más la consciencia.

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18/10/19 – Tía Gemma:

Te extraño - 00:16 pm.

Escribió Elliot aquella noche.

• Yo también te extraño... – 00:17 p.m.

Contestó ella, seguido del sticker de un cerdito llorando.

• Pero sigo dolida por lo que hiciste... qué descanses. – 00:17 p.m.

• Tía Gemma, yo... siento mucho haberte mentido. Te amo... – 00:19 p.m.

Los minutos pasaron lentos como nunca.

• Ay, cariño, está bien ... sabes que te amo mucho, y que si me molesté tanto contigo es sólo porque estaba muy preocupada por ti. Espero que la próxima vez que nos veamos podamos hablar con calma, ¿qué dices? Ya me dirás todo lo que pasa por tu mente salvaje de adolescente. Roar... gracias por disculparte. Me alegra saber que has reflexionado. – 00:23 p.m.

Qué duermas bien, tía... – 00:24 p.m.

• Tu también, mi cielo, dulces sueños. – 00:24 p.m.

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Elliot siempre había detestado estar de malas con su tía, y saber que ya todo estaba volviendo a la normalidad entre ellos era un alivio. Entre la marea de pensamientos nostálgicos y taciturnos, el chico volvió a recordar algo que había dicho la señorita Ever más temprano aquel día: «O.R.U.S no permitiría que un demonio anduviera suelto en el instituto». Aquello le confirmó a Elliot (de una vez por todas) que el Fort Ministèrielle no era un instituto normal, y que los Restauradores, de alguna forma, tenían conocimiento sobre la magia y de cómo usarla. Automáticamente las sospechas se levantaron de nuevo en torno al nuevo director, Monsieur Monroe. «El programa de oportunidades de O.R.U.S te permite ampliar tu verdadero conocimiento del mundo y, por consiguiente, también tu responsabilidad hacia el mundo aumenta... Dime, ¿no te gustaría formar parte de la sección inmaculada y del protocolo O.R.U.S? Como te dije, ser el director tiene sus ventajas...», le había ofrecido anteriormente Monroe, como si de alguna manera tuviera la forma de saber que Elliot podría necesitar ese "verdadero" conocimiento sobre el mundo. Pero si aquello no era suficiente para darse cuenta de lo loco que parecía ser todo a su alrededor, las palabras de Tate también resonaron en su cabeza como una amenaza fría y calculadora de alguna manera: «ella sigue vigilándote... Grimm, Gauthier, Monroe... todos ellos...».

En medio de todos esos pensamientos pasaron los días que quedaban de octubre. Cada vez faltaba menos para la gran presentación. Elliot no supo cómo lo logró realmente, pero, aunque era su primera obra, había conseguido aprenderse todas sus líneas. Con cada ensayo fue perfeccionando su puesta en escena hasta un punto en el que incluso Felipe llegó a felicitarlo. Incluso había podido acostumbrarse en gran medida a la constante intromisión de aquellas imágenes extrañas de personas que de repente se aparecían frente a él. Algo que, sospechaba, había sido posible gracias a que Delmy había vuelto al club de jardinería y Elliot había podido entretenerse de todos los problemas de la obra, los avistamientos, y de las aun continuas desapariciones de Colombus que comenzaron semanas atrás, cuando Elliot inició su aventura de las cartas....

Aunque los días transcurrieron y cada vez compartían más tiempo juntos, Delmy seguía sin hablar mucho con él. Por lo menos ya no lo evitaba, y eso era un buen primer paso.

—No quiero hablar de eso, garoto —le dijo un día mientras los dos trabajaban juntos en replantar rosas del invernadero y Elliot había sacado el tema de lo sobrenatural.

Delmy miró por encima de su hombro para asegurarse de que los otros chicos del club no los estaban escuchando. Después le dijo:

—Algún día quizás.

Elliot decidió respetar su decisión y no insistió con el tema; sin embargo, le volvió a recordar que podía contar con él cuando lo necesitara. Ella sólo asintió y siguieron trabajando en silencio.

—Bueno, chicos, ¡eso es todo! —dijo Leona el viernes antes de partir—. Oficialmente este fue nuestro último ensayo en Francia y, sin temor a sonar arrogante, estoy segura de que todos harán un trabajo magistral durante la presentación. El próximo será cuando estemos ya en Alemania, así que... ¡un aplauso para todos.!

Todos los del club aplaudieron con verdadero entusiasmo. Elliot podía sentir la euforia en el aire.

—Como pueden ver, el Club de Moda nos acompañó hoy, y es que ya tenemos los atuendos de la obra listos, así que necesito que se queden para realizar la prueba final de vestuario.

Los chicos del club auxiliar habían estado yendo y viniendo de los ensayos para tomarles las medidas y hacerles probarse los vestuarios que estaban preparando. Entre bromas pícaras y comentarios de todos los actores, especialmente entre Levy y Felipe, la hora se pasó rápida y divertida. Todos se rieron mientras Levy le hacía un gesto obsceno a Felipe con la mano tras un comentario del chico venezolano que recordaba un anterior incidente de Levy con el vello púbico; lo cierto es, sin embargo, que el actor que encarnaría el papel de Jacinto se había depilado (en esta ocasión) todo el cuerpo, y su cuerpo musculoso, del que quedaba mucho a la vista gracias a su vestuario ligero, lo hacía parecer una verdadera estatua griega. Felipe no pudo responder nada, así que solo le sacó la lengua mientras el rubor se apoderaba de sus mejillas. «¡Niños, contrólense!», les reprendió juguetona Leona incapaz de contener la risa. Al final de la prueba, todos quedaron satisfechos con sus trajes y los chicos del Club de Moda se despidieron deseándole mucha suerte al Club de Teatro.

Finalmente, la fecha llegó. Era sábado por la noche y ya todo estaba listo. En el viaje iban como representantes del Instituto todos los alumnos de segundo año de las siete secciones, más los miembros de cada uno de los clubs que conformarían la demostración artística que se había preparado para aquella ocasión y que se repetía todos los años para la misma fecha. Aparte del club de teatro, este año también se presentarían el Club de Ballet y el Coro del Instituto, y por lo que se había escuchado, este último daría una presentación grupal y una con un solista.

Los autobuses de la Excelsa Academia de las Ciencias, un centro de educación hermano del Instituto (que se dedicaba al desarrollo del pensamiento lógico y científico en contraste con el enfoque artístico de Saint Claire), serían los encargados de trasladarlos desde Celle, adonde habían llegado por tren, hasta la comunidad de Bergen, su destino final, y el sitio donde se llevaría a cabo el evento. Llegarían con una semana de adelanto a la fecha, lo cual estaba previsto así para que todos los clubes tuvieran tiempo de ensayar en el teatro y hacer sus pruebas, al mismo tiempo también les brindaría a los estudiantes el tiempo necesario para que pudieran explorar la ciudad y conocer un poco de la historia de la región, como ya les había informado el profesor Rousseau a los alumnos de la sección Apollinaire.

El viaje fue largo. Durante el camino de Celle a Bergen, Elliot tuvo un sueño inquietante que se esfumó de su mente al momento al despertar. Sus ojos se perdieron en el cielo nublado que se veía a través de la ventana del autobús. Por alguna razón, aquel cielo de acero le producía nostalgia.

─ ∞ ─

A pesar del cielo nublado, la pequeña ciudad de Bergen tenía un aire pintoresco. Todos los alumnos se sentían emocionados al bajar de los autobuses. Frente a ellos había un hermoso edificio con una fachada acogedora de ladrillos rojos que resaltaba aún más su aspecto alemán. La pequeña cerca arbolada y con compuertas de madera acentuaba el aspecto campestre del área. Elliot no pudo evitar soltar un largo suspiro.

—¡Ya se te escapó toda el alma! —exclamó Madeleine a un lado.

Al ver que su amigo no le había entendido, la chica sólo rio y le explicó:

—Dicen que cuando uno suspira con mucha fuerza, se escapa de nuestro cuerpo un poquito de nuestra alma.

El profesor Rousseau iba acompañado de otros profesores del Instituto Saint Claire. Todos fueron recibidos por una mujer alta de rostro adusto que resultó ser una profesora de la Excelsa Academia, el instituto gemelo del Fort Ministèrielle. La mujer dio la bienvenida a Bergen, y acto seguido tanto los estudiantes como los profesores entraron al hotel donde se quedarían durante su estancia en Alemania.

El Landhotel Helms era de aspecto sencillo y campestre por fuera pero elegante por dentro. Su recepción se asemejaba al recibidor de una mansión colonial, con muebles barnizados y pulidos, y vitrinas altas detrás del mostrador. La iluminación era cálida y las habitaciones acogedoras. Después de que fueran repartidas (repitiendo los mismos emparejamientos que en el castillo), siguió un desayuno rápido en el restaurante al aire libre del hotel, ubicado en medio de un jardín con suelo también de ladrillos y un bonito jardín alrededor, y luego volvieron a los autobuses para ir al centro de la ciudad. Por alguna razón, Elliot no podía dejar de sentir nostalgia con cada esquina que veía del centro de Bergen. Habían visitado el ayuntamiento, la casa de la ciudad, un cuartel francés de la época napoleónica, y hasta un viejo molino de agua que tenía su propio estanque de molino y que todavía funcionaba. Cuando llegó el medio día, los chicos pararon a comer en un restaurante. Jean Pierre no dejaba de hablar de lo espectacular que era la ciudad y de lo rica que era su historia.

—Por lo menos esta si le gustó —le susurró Colombus a Elliot y este no pudo evitar reír por lo bajo.

Luego del almuerzo los chicos fueron al Stadthaus, el teatro de la ciudad donde se llevaría a cabo el evento artístico que el Instituto tenía preparado para el 31 de octubre. El lugar era un recinto de medianas dimensiones, pero con una acústica formidable que tenía a Leona Cala enamorada. El escenario estaba ya preparado. Se estaban haciendo las últimas instalaciones para el evento y Elliot pudo escuchar por parte de los chicos de protocolo que, aunque quizás no lo pareciese, el sitio tenía espacio para al menos 700 personas. Después de haber recorrido el lugar y de haber compartido con el club de teatro, los chicos terminaron de pasar aquel día en un parque que quedaba cerca de uno de los sitios turísticos de aquella pequeña ciudad, donde había un roble de mil años que resultaba ser el emblema mismo de la comuna. Colombus, Madeleine y Levy conversaban animados por todo lo que les esperaba en aquel viaje.

—Estuve averiguando si había algún lugar peculiarmente tenebroso por aquí, ya saben, para la noche de brujas —decía Mady animada—. Y parece que a las afueras de la ciudad, cerca de las vías del tren, hay una casa particular que la gente de la ciudad evita porque, según, se ven cosas extrañas de vez en cuando a través de las ventanas...

Colombus inmediatamente protestó a la insinuación de Madeleine, pero Elliot no escuchó nada más allá de eso. Su mente estaba dispersa, perdida entre las formas que tomaban las siluetas sinuosas de las nubes asomadas entre las ramas secas de los árboles. Caminando un poco, alejándose de sus amigos para desvariar entre sus pasos sin saber realmente por qué, se tropezó con Delmy; parecía venir del roble de los mil años.

—Elliot, necesito tu ayuda —dijo ella rápidamente—. Por favor, sígueme.

Elliot obedeció, un poco confundido.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Dijiste que podía contar contigo, y, pues... no consigo a Felipe, pero creo que sé dónde está, y necesito tu ayuda. Está en problemas...

Los dos comenzaron a alejarse del parque en dirección a una de las calles circundantes. Madeleine pudo pescarlos por el rabillo del ojo, y al fijarse en ellos con atención, pudo ver que se veían preocupados. De inmediato les dijo a los chicos y estos partieron tras ellos.

Delmy caminaba ubicada a la perfección. Elliot no podía dejar de preguntarse cómo hacía la chica para moverse con tanta facilidad en las calles de una ciudad que estaba conociendo por primera vez. Finalmente llegaron a un callejón algo escondido, en el que un grupo de chicos y chicas habían armado un circulo alrededor de alguien y parecían estar empujándolo.

—Mierda —jadeó Delmy al reconocer al chico molestado—. ¡Felipe!

Elliot corrió en dirección del grupo para interponerse.

—¡Hey, ya, déjalo en paz! —gritó ofuscado, abriendo sus brazos para separar a los matones de Felipe—. ¡No le pongan otra mano encima!

Un chico alto, que parecía el líder del grupo, escupió a los pies de Elliot y le dio un empujón.

—¿O qué? ¿Me vas a dar un abrazo? —se burló.

—¡No, te daré un...

Pero justo entonces, el matón le aventó un puñetazo a Elliot en la parte alta de su estómago, dejándolo sin aire y haciéndolo flexionar sus rodillas. «¡ELLIOT!», gritaron Delmy y Felipe asustados. Elliot se recuperó rápidamente del golpe, poniendo en práctica los consejos que había leído en internet, esos con los que se había estado preparando para las ocasiones más "peligrosas" en su búsqueda de las cartas.

—¿Acaso eres amigo del refugiado maricón, ah? ¿Eres su noviecito? —dijo el líder de los matones entre risas y comentarios en alemán a los demás de su grupo.

Pero interrumpiendo la tensión del momento, se escuchó el grito intrépido de alguien más que llegaba para iniciar la pelea de una vez por todas. «¡HEY, TÚ!».

Ya una vez recuperado el aliento, Elliot pudo reconocer a Colombus y a Pierre entre los chicos que saltaron con rapidez sobre los matones para ayudarlo a él y a Felipe. Aunque la pelea no duró mucho porque los extremistas salieron huyendo en cuanto vieron que los profesores y los policías locales se acercaban, a Elliot le pareció que había durado toda la vida. Los profesores comprobaron primero que no hubiera nadie gravemente herido, y después acompañaron a los chicos mientras ponían la denuncia respectiva con los policías.

—No sabía que eras un peleador, Elliot —le dijo Levy mientras lo abrazaba por los hombros y le sonreía—. ¡Eres una caja de sorpresas!

Levy solo había salido con un rasguño en el labio a pesar de todo. Elliot, en cambio, terminó con el ojo morado.

—¡No lo alientes, Levy! —le riñó Leona—. ¡¿No ves cómo le quedó el ojo?! ¡Esto es horrible! ¡Solo faltan tres días para la obra! ¡¿O es que tanta testosterona ya les adelantó la amnesia del día siguiente?!

—Pero... no fue su culpa, Cala —intervino Felipe algo airado y aun temblando—. Elliot sólo estaba tratando de ayudarme. Si yo... si no hubiera sido por mí, nada de esto...

Pero las palabras se le quebraron y el chico se puso a llorar sin poder evitarlo.

—Ya, ya Felipe. Ya pasó. No pasa nada —lo consoló Madeleine mientras lo abrazaba.

—¡Lo siento! ¡Tuve mucho miedo...! —sollozó el chico entre lágrimas sobre el hombro de Mady.

—Ya, no pasa nada, Felipe. Nosotros no íbamos a dejar que te hicieran daño. ¡Ya no llores más y recomponte un poco, ¿sí?! Ya estás bien —añadió Pierre con algo de brusquedad.

Todos quedaron sorprendidos por sus palabras y lo miraban con extrañeza. Felipe incluido.

—¿Qué? —volvió a preguntar Pierre ofuscado y sonrojado—. ¿Por qué me ven así?

—¿Estás bien, Jean Pierre? —preguntó Colombus algo preocupado.

—Por supuesto que estoy bien —contestó él acalorado—. Yo... no iba a permitir que una gentuza extremista como esa se saliera con la suya, especialmente tratándose de Elliot y... y... bueno, para eso son los amigos, ¿no? Para defendernos cuando haga falta, como cuando defendiste a Mady de Saki —dijo Pierre viendo Felipe con una sonrisa un poco apenada—. Eso nos hace amigos, por lo que tampoco iba a dejar que te hicieran daño a ti...

Colombus soltó una risita cómplice junto a Madeleine.

—¡Vaya! —exclamó en tono de juego.

—M-m... muchas gracias, Jean Pierre —dijo Felipe mientras se secaba las lágrimas y le extendía la mano.

Pierre se la tomó al cabo de unos segundos.

—Si me dejan ayudarlos, creo que puedo cubrir el moretón de Elliot con maquillaje —se ofreció Delmy con rapidez.

—Yo tengo una base que te puede servir —añadió Mady enseguida—. Creo que Elliot tiene mi mismo tono de piel, así que podría servirte.

—¿Tú que dices, Elliot? —le preguntó Leona—. ¿Crees que podrás actuar en la obra?

Elliot se tomó un instante para observarlos a todos por un momento. Ante él, esperando por su respuesta, estaban Delmy, Felipe, Leona, Madeleine, Levy, Colombus y Pierre. Todos se veían preocupados, no sólo por él, sino por el bienestar de todos los demás también, de alguna manera, lo que le hizo darse cuenta que desde que la aventura había comenzado, no solo tenía nuevos amigos espirituales, sino que también tenía más gente valiosa en su vida, y sin poder evitarlo, les sonrió a todos.

—Yo digo que lo hagamos. Después de todo, ¡tenemos una obra que presentar!

Todos aplaudieron y rieron complacidos.

—Entonces será mejor que encontremos un bistec para tu ojo pronto —dijo Levy—. Eso ayudara a bajar la inflamación.

Con eso en mente, todos se montaron en el autobús para regresar al hotel. Todos estaban unidos, y su armonía era especial.

─ ∞ ─

La luna de París sonreía sádica y sangrienta. Lila forcejeaba impotente mientras alguien la arrastraba por el suelo empedrado, jalándola por el cabello recién cortado. La piel de su atacante era completamente oscura, cubierta por una serie de tatuajes blancos que lo hacían lucir como si tuviera una máscara de hueso sobre la piel. En sus cuencas profundas brillaba un rojo tan intenso como la sangre recién brotada, algo que lo delataba como un demonio; lo mismo que ella, pero al mismo tiempo muy diferente, algo mucho más salvaje y aterrador.

Su cuerpo desnudo estaba maltratado y malherido. Sin previo aviso el agresor la levantó por el cabello y comenzó a golpearla sin tregua ni compasión. Con un fuerte movimiento la arrojó brutalmente contra la dura superficie de metal cubierta de grafitis que tenía ante sí, bajo la sombra silenciosa de la Torre Eiffel. Los ojos de Lila se nublaron del dolor. Antes de que cayera abatida al suelo el demonio la volvió a tomar por el cuello para mantenerla en pie y reanudar los golpes. Ella no dejaba de sangrar. Su atacante la golpeaba con toda su fuerza dirigida al cráneo mientras seguía con el interrogatorio. Su paciencia era cada vez más escasa.

—¿Dónde está el chico? —volvió a preguntar.

—No... no sé de... de quién estás...

Pero sus palabras murieron en su boca sangrante al recibir el impacto de otro golpe directo sobre los labios.

—No me mientas —le escupió a la cara—. El número dos tenía tu hedor a ramera en todo su cuerpo. Habla.

Otro golpe sobrevino, pero ella aguantó la respuesta una vez más.

—Tu lascivia es incontenible, ¿no es así, ramera? No eres más que un saco de lujuria, una bolsa de basura desesperada por esparcir la asquerosidad de tu hedor —el demonio la tenía agarrada por las mejillas con una fuerza dolorosa—. Setenta y tres, número tras número, muerto, asesinado, desangrado desde su propio corazón, pero a ti no te importa. Setenta y tres señuelos, o setenta y tres abscesos desahuciados de tu propio cáncer, tu incontinencia, tu putrefacción. ¿Acaso sólo eres una ramera sin destino, sin futuro? ¿O eres más de lo que pareces a simple vista, ah? ¿Una manipuladora artera? ¿Una ramera con propósito? ¿Qué eres? ¿Qué otra cosa eres más que mi presa? Tú también eres otro número. Pero si eres lo primero, ni siquiera vales el esfuerzo de matarte...

—¡Maldi...

—No, calla —el demonio la apretó aún más por su boca, sujetándole la lengua desde las mejillas—, tú no hablas. ¿Acaso te di permiso de dirigirme la palabra? Sólo dirás lo que yo quiera que digas. No harás otra cosa que aceptar tu lugar como una inmundicia asquerosa y decirme lo que necesito saber. Ya luego decidiré si vales la pena tanto como para matarte y librarte de la prisión que es tu cuerpo, tu eco, tu deseo. Primero me dirás por qué setenta y tres abscesos, todos como el número dos, aquel en quien impregnaste primero tu hedor, y por qué todos a lo largo y ancho de esta tierra. ¿Acaso quieres mantenerme alejado de él?

—E-elliot... Elliot. ¡N-no me... m-mates, p-por favor! ¡Estás h-hablando de Elliot! No sé dón...pero puedo ayudarte a encontrarlo.

El demonio apretó aún más la mano que tenía aferrada a su cuello.

—¿Me crees imbécil?

—¡N-no, no! ¡Es la verdad, no sé dónde está ahora! P-pero no me será difícil encontrarlo.

—Eres una mentirosa. Puedo verlo en tus ojos. Me has hecho perder el tiempo intencionalmente y lo seguirás haciendo. No quieres que lo encuentre, pero como toda presa, no faltará mucho más hasta que lo consiga. El número dos caerá entre mis manos, y la lista de números por desaparecer continuará indetenible hasta alcanzar su meta final. No podrás detenerme, ramera. Nada puede hacerlo. Ahora muere, hazlo de una vez por todas. Que tu oposición a mis objetivos sea la liberación de tu nauseabunda cárcel de lujuria, y que lo último que vean tus ojos sea la imagen del número dos ahogándose en su propia sangre, destrozado por mis manos...

El puño se cerró violentamente sobre el cuello de Lila. Por más que le suplicaba y que trataba de liberarse, las pocas fuerzas que le quedaban en su cuerpo fueron cediendo poco a poco. Los huesos del cuello comenzaron a quebrarse lentamente. Sus alaridos fueron quedando atascados entre la asfixia y la desesperación. Así, justo antes de que el cuello de Lila terminara de romperse, una tercera figura se unió a las sombras proyectadas por la luna.

—Ella es mía, Gulag —dijo Zarah con soberbia mientras caminaba con sus ojos encendidos en dirección al hombre—. Toma al niño, pero déjala a ella con vida...

El agresor, en estado de alerta, disminuyó levemente la fuerza de su apretón, preparado para cualquier cosa. Zarah se acercó lentamente hasta él, formando un gesto de paz con las manos.

—Pondré mi camada a tu servicio, ella incluida —continuó la súcubo—. No te conviene matarla. Sabes bien lo difícil que es encontrar a un humano específico entre millones. Pero ella probó su sangre, así que puede rastrearlo en poco tiempo. Si la matas, en cambio, perderás tu chance de encontrar al chico con rapidez —con soltura se acomodó en la pared, quedando al lado de su hermana—. Ya sé que los de tu clase son más impulsivos, pero dime... ¿no te parece más inteligente utilizarnos en tu favor antes que matarla en un arrebato de tu ira? Yo me encargaré de que lo encuentres rápido, pero a cambio, tienes que dejar a mi hermana con vida —Zarah le dirigió la mirada a Lila—. Hermanita, tal parece que tendrás que buscar otro halo. Este ya no es útil...

Pero de los ojos de Lila no brotaron más que un par de lágrimas arrepentidas.

—¡Olvídalo ya, estúpida! —le gritó Zarah con exasperación— Es sólo un humano. ¿Acaso no ves que si sigues empeñada en quedarte con él vas a morir? ¿O en serio eres tan idiota como para no ver que simplemente podemos buscar otro halo para sustituir a este? Si mueres ahora, todo habrá sido una pérdida de tiempo.

Lila, enfurecida, perdió control de su cuerpo, que tomó su forma demoníaca sin más; aun así, seguía impotente ante la paciencia silenciosa y hostil de Gulag; quería alcanzar a Zarah con sus manos para lastimarla por lo que acababa de decir.

—Ustedes las rameras son siempre iguales —dijo Gulag—. Si me fallas, serás tú, gran ramera, sobre la que caerá primero la furia del infierno; luego seguiré con esta otra...

—Ugh... ¿Acaso te quedaste sin palabras? ¿O tu vocabulario realmente es tan insignifcante como tu raciocinio? —dijo Lila desafiante mientras escupía sangre al suelo.

Gulag arremetió una vez más contra ella. Zarah se contuvo para no intervenir; con una mirada le advirtió a Lila que se mantuviera callada. Finalmente, tras dar rienda suelta a su salvajismo, el demonio de la ira aflojó su agarre sobre Lila para dejarla respirar un poco más.

—Tenemos un trato, Gulag, no te preocupes —dijo Zarah despacio sin despegar sus ojos del demonio—. Yo también tengo mis razones para salir del niño, y además... soy una mujer de palabra.

─ ∞ ─

Al día siguiente a los chicos les tocaba visitar el monumento a los caídos de Bergen-Belsen como parte del reconocimiento histórico de la ciudad. Veinte minutos más tarde los estudiantes estaban llegando al sitio. Se trataba de un complejo que había sido construido donde, en 1945, había estado ubicado el campo de concentración nazi que llevaba el mismo nombre y que había sido uno de los más grandes y crueles de todo el régimen. En la entrada había una piedra conmemorativa que servía como referencia para saber que ya se habían entrado a los terrenos del antiguo campo de concentración y que rezaba con la inscripción: «Bergen-Belsen 1940 bis 1945».

Por alguna razón, Elliot no pudo dejar de sentir cómo un escalofrió le ponía la piel de gallina y le estremecía todo el cuerpo. Al bajar del autobús, sus ojos miraron de inmediato a su derecha. Allí estaban los ojos oscuros de Delmy esperándolo, devolviéndole la mirada con angustia. Elliot no pudo evitar darse cuenta de lo diferentes que eran en ese sentido Madeleine y Delmy, porque, aunque Mady no era tan insensible como para tomarse selfies como Saki y sus amigas, Elliot podía notar en sus ojos verdes lo entusiasmada que estaba de estar en aquel lugar. Cuando la chica notó que Elliot la estaba mirando, le sonrió y se acercó a él acompañada de Levy.

—No te queda mal ese ojo morado, Arcana —le dijo él mientras se reía.

—Le da carácter a su rostro, ¿cierto? —concordó Madeleine sonriendo aún más.

Los tres se reunieron con Pierre, quien trataba de hacer que Colombus bajara del autobús sin mucho éxito. Después de un par de minutos, Madame Gertrude tuvo que amenazar al chico con dos meses de castigo. Colombus terminó por bajar del vehículo a regañadientes, no sin antes hacerse la señal de la cruz sobre el cuerpo mientras decía una oración en rumano.

El grupo recorría el lugar escuchando atentamente lo que les contaba la guía de la excursión. El profesor Rousseau también intervenía en una que otra ocasión, aportando datos tan peculiares que incluso la guía turística guardaba silencio para tomar notas. En algún momento, los ojos dorados del profesor se encontraron con los ojos de Elliot. El profesor le guiñó un ojo como solía hacerlo, pero, después de tanto, Elliot ya no podía dejar de pensar que aquel hombre en el que antaño había confiado ocultaba muchas cosas. Después de todo, si incluso la señorita Ever sabía de las actividades de O.R.U.S, lo más lógico era pensar que Rousseau sabía mucho más, y aun así, fingía aquel candor con total descaro.

En el sitio del monumento había una enorme cruz de madera levantada por los prisioneros polacos después de haber sido liberados y que posteriormente había sido remplazada por una del mismo material cuando la original se cayó. También había un gran obelisco de piedra en donde habían estado las barracas donde mantenían a los prisioneros hacinados en condiciones inhumanas. Muchos habían sido los que habían muerto de hambre, cubiertos de piojos, enfermos, o simplemente llevados a la cámara de gas sin importar la edad o el sexo. Hacia el extremo más alejado del terreno y cerca de donde estaba el cementerio, que antes había sido la gran fosa común, se mantenía en pie una gran pared de piedra que había formado parte de una de las construcciones originales del campo. En ella simplemente se podía leer una inscripción clara: «Here lies 5.000 dead. April 1945».

Al recordar el incidente con Felipe, Elliot no pudo evitar pensar: «Es muy triste que aun queden personas incapaces de sentir el dolor de este lugar, y todo lo que eso significa...»

—Aquí yacen 5.000 muertos. Abril de 1945 —leyó Delmy con voz monocorde antes de mirar en dirección al cementerio.

Elliot podía ver lo que ella estaba viendo. Donde él veía sombras vagabundas de personas que ya no estaban allí, Delmy podía ver con claridad los rostros demacrados y perdidos de aquellos seres. Más que verlos, Elliot estaba seguro de que ella incluso podía sentirlos. De inmediato vio cómo unas lágrimas silenciosas se derramaban por sus mejillas. Felipe le rodeó los hombros con uno de sus brazos, y Madeleine la tomó de las manos para calmarla. Elliot se sintió feliz de ver como sus amigos se preocupaban por ella. «Ya no estás sola», pensó Elliot justo cuando la silueta de alguien llamó su atención, haciendo que se detuviera en seco. Todos siguieron andando. Nadie notó que Elliot se había quedado atrás.

La silueta parecía provenir de una construcción cuadrada hecha completamente de acero y vidrio que estaba en medio de los terrenos del campo de concentración. Elliot caminó hasta ella, en un pequeño rectángulo al lado de una puerta de entrada se leían las palabras «Casa del Silencio». Era un sitio pequeño, iluminado sólo por la luz del sol que entraba por el techo de cristal transparente. En el centro había un pequeño grupo de mesas de madera en miniatura y frente a ellas, un extraño montículo de piedra triangular que parecía ser un altar cubierto por completo de adornos florales. El lugar estaba vacío. Por esa razón, Elliot no pudo evitar dar un respingo cuando alguien habló a su izquierda, desde una de las esquinas de aquella caja de metal cuadrada.

—Nos volvemos a ver...

Cuando Elliot se giró para ver de quien se trataba, se encontró de frente con un par de ojos negros que lo miraban con atención. Poco después el recuerdo volvió a su mente. Ya había visto esos mismos ojos antes... en Normandía.

—Usted —dijo—. Usted es el hombre que estaba en la playa, ¿cierto?

—Sí.

El hombre se separó de la pared y caminó entre las pequeñas mesas de madera. Sus dedos blancos apenas rozaban la superficie de estas.

—Disculpe, señor... —decía Elliot un tanto inquieto—, no quiero sonar grosero, pero... ¿Quién es usted?

—Yo soy el Señor Dovirenko, Elliot. Es un placer...

—Cómo... cómo sabe mi...

—Te estaba esperando —lo interrumpió el hombre—. Te estaba esperando en aquella playa, aunque en ese momento no lo sabía todavía.

El hombre... (su silueta), iba vestido con un traje algo anticuado pero aun así elegante. Sus ojos eran negros, al igual que su cabello corto. La blancura de su piel acentuaba aún más la oscuridad de su traje sobre su cuerpo fornido y de facciones severas y cuadradas.

—¿A mí? —preguntó Elliot exaltado—. ¿Por qué?

—Supongo que es un mal hábito —dijo el hombre con naturalidad y calma mientras volvía a fijar su vista en él—. Tal parece que lo único que puedo hacer es esperar; en fin, ver cómo pasan las cosas, aun sin entenderlas muy bien —levantó su rostro para ver través del cristal—. Aquella primavera las flores no salieron. Lo recuerdo porque me tocó trabajar mucho durante ese año y nunca llegué a ver florecer el campo. Supongo que todo fue por culpa de la sal en las lágrimas y el óxido de la sangre.

—Yo... será mejor que me vaya —dijo Elliot mientras veía al hombre con desconfianza y se giraba para salir de aquel lugar.

Pero una vez más, el hombre habló a sus espaldas y capturó su atención.

—Me pidieron que te entregara algo.

Al escuchar aquello, Elliot no pudo más que detenerse y girarse de nuevo para enfrentar a aquel desconocido. El hombre no dejaba de hablarle como si lo conociera de toda la vida, y eso ya le estaba comenzando a poner los nervios de punta.

—No sé qué podría tener usted que...

Pero en cuanto el hombre sacó el objeto de sus bolsillos, Elliot lo reconoció inmediatamente.

—Una carta —jadeó.

—Te la habría dado en la playa, pero aquel demonio no nos dio mucho tiempo para hablar.

—¿Por qué me la está dando? No lo entiendo.

—Te la doy porque es lo que quiere. Yo sólo estoy cumpliendo con la voluntad de un amigo —dijo.

—Pero es suya.

El hombre negó despacio.

—No, no es mía. Yo sólo estaba haciéndole compañía.

Elliot lo vio a los ojos por un momento, y decidiendo confiar a pesar de lo extraño de la situación, tomó la carta de manos del señor Dovirenko. En ella estaba dibujada la silueta de una criatura alargada que se contorsionaba dentro del marco para poder entrar en él. Llevaba un atuendo a rayas claras, como el de los judíos asesinados por los nazis, y su cabeza parecía ser poco más que la de una calavera cubierta a duras penas por una piel cetrina y cerosa. Sin embargo, los ojos dentro de aquellas cuencas profundas y deprimidas eran de un profundo y bonito color morado. «MORS», leyó Elliot el nombre del espíritu, al pie de la carta, y de inmediato su dibujo desapareció del papel.

Elliot giró en todas direcciones, pero no había rastro del espíritu por ninguna parte.

—¿Dónde está? —preguntó al señor Dovirenko, pero él también había desaparecido.

─ ∞ ─

El esfuerzo había valido la pena ahora que la noche del evento por fin había llegado. El ambiente era agitado y escandaloso. La presión se sentía en el aire. Todos los actores, maquinistas, asistentes, maquilladores, etc, estaban preparándose para la gran puesta en escena. A diferencia de lo que había pasado en el ensayo del día anterior, tanto los chicos como las chicas del club de teatro tenían que cambiarse juntos.

A su alrededor, Elliot veía como todos comenzaban a desprenderse de sus ropas sin pudor de dejar sus cuerpos al aire y en medio de risas, juegos, y comentarios algo subidos de tono. Algunas de las chicas se cubrían con una toalla para cambiarse o se escondían detrás de una cortina improvisada, pero otras simplemente se desnudaban ahí mismo, frente a todos, mientras que los chicos también se desnudaban de inmediato, dejando al descubierto sus atributos más íntimos. Como pudo, y pensando en no hacer el ridículo, Elliot también se cambió. Nadie le prestó la menor atención, por lo que un instante luego se sintió tonto de haberse sorprendido tanto con ese simple hecho.

—No te vayas a perder mi número, caro —le dijo Amantium a Elliot con voz soberbia—. Mira que lo he venido preparando desde que te puse la prueba...

Elliot rio discretamente, sin saber muy bien qué contestar.

Cuando ya tenía su toga puesta y todos sus compañeros estaban vestidos, Delmy entró junto a Madeleine al camerino y ambas le maquillaron el ojo que aún seguía un poco morado entre risas y juegos. Elliot nunca se había maquillado antes, pero después de sentir el polvo en el rostro, no dejaba de preguntarse cómo hacían las chicas para soportar aquello no todo el día, sino tan siquiera por un par de minutos. A su parecer, era insoportable.

—¡No te restriegues la cara que te vas a correr el maquillaje, Elliot! —le dijo Madeleine en un momento dándole un fuerte golpecito en la mano para que la bajara.

—Es que siento que tengo toda la cara llena de tierra, Mady —se quejó Elliot.

—Pues te aguantas —le dijo Delmy con seriedad—. Ahora te voy a dejar porque tengo que irme a cambiar también. Rómpete una pierna, garoto.

—Yo también me tengo que ir, chicos —les dijo Madeleine a él y a Levy; a este último le dio un tierno beso en los labios—. ¡Mucha suerte! —sonrió cruzando los dedos.

Luego de que las chicas salieran, alguien más llamó a la puerta. Cuando Elliot se percató de quien se trataba, no podía creer lo que estaban viendo sus ojos...

—¿T-tía... Tía Gemma? —dijo incrédulo mientras la mujer se acercaba a él con los brazos abiertos y lo abrazaba—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Elliot Augustus Arcana Power, ¡¿en serio pensaste que me iba a perder tu gran debut como actor?! —preguntó su tía fingiendo indignación—. ¡Ahora guarda silencio y da una vuelta para tu tía, anda! ¡Déjame ver lo guapo que estas!

Su tía lo hizo girar y Elliot pudo escuchar como Levy se reía por lo bajo.

—¿Cómo te enteraste de la obra? —le preguntó Elliot mientras ella le tomaba una foto con su teléfono.

—El profesor Rousseau me llamó y me contó lo bien que te has estado portando. Además, yo tenía que autorizar tu salida para el viaje, ¿o ya se te olvidó que soy tu representante y que estás castigado? —le dijo cariñosamente mientras le daba otro abrazo—. Ahh... Diana estaría tan orgullosa de ver que te has convertido en un joven muy apuesto.

La Tía Gemma casi nunca hablaba de su difunta hermana, pero cuando lo hacía, Elliot sentía que podría ponerse a llorar en cualquier momento.

—Te quiero, tía —le dijo al oído con afecto, anticipándose al momento.

—Yo te amo, cariño —contestó ella conmovida—. No tienes idea de cuánto...

─ ∞ ─

El evento comenzó a las siete de la noche en Halloween, como estaba previsto. El teatro estaba lleno de personas. En la primera fila se encontraban los profesores junto al Director de la Excelsa Academia de las Ciencias, y justo en la fila siguiente, todo el personal docente del Instituto Saint Claire. Entre el mar de miradas, los ojos ámbar del profesor Rousseau parecían brillar tan dorados como el oro en medio de la multitud.

Los encargados de abrir el evento fueron los chicos del coro, elegantemente vestidos de negro y morado. en su mayoría todos eran de la sección Cavelier, y la figura de Delmy resaltaba entre las chicas de la fila de sopranos. Comenzaron con una interpretación coral de la canción "Let It Be" de los Beatles. La canción sonó hermosa gracias a la acústica del lugar y a la afinación perfecta de los chicos del coro. El aire góspel de la pieza hizo que la gente aplaudiera con entusiasmo una vez que la canción terminó.

Luego de aquello, era el turno para el solo y Elliot se sorprendió al descubrir que la encargada de la siguiente canción era Delmy. Él estaba viendo todo desde la parte de atrás del telón y no pudo evitar sentir un escalofrió cuando el coro comenzó a cantar y luego Delmy se unió a la polifonía. El ritmo lento de la canción y la voz cálida de Delmy transformaron la atmósfera de inmediato. Con su voz lograba transmitir un dolor que se acentuaba cada vez más, hasta que las lágrimas se le derramaron por las mejillas. Su voz no flaqueó, a pesar; todo lo contrario, se elevó en una nota potente cargada de todo el sentimiento que ella llevaba por dentro...

Soy tu mente, dándote alguien con quien hablar

Sé que pronto despertaré de este sueño

Soy la mentira viviendo por ti, para que puedas esconderte

No llores, de pronto sé que no estoy durmiendo

Sigo aquí, todo lo que quedó del día de ayer

En la fila frente a ella, una de las mujeres secaba sus lágrimas discretamente con un pañuelo. Hasta Madame Gertrude estaba conmovida al escuchar a Delmy cantando. Finalmente, el telón se cerró. Los aplausos retumbaban por todo el teatro mientras el coro abandonaba el escenario y eran remplazados rápidamente por las bailarinas de ballet que llevaban el cuerpo cubierto con pliegues de seda mientras se movían apretadamente en un círculo compacto.

Cuando el telón se volvió a levantar, la música volvió a sonar, pero esta vez proveniente de los altavoces del recinto. Todas las bailarinas levantaron las manos al aire en una coreografía perfecta y después se dejaron caer al suelo con lentitud, como si fueran los pétalos de una flor que se abría y, en medio de aquel circulo, quedo solo una figura en pie. La figura de un chico vestido con una apretada maya que remarcaba su cuerpo grande y robusto en medio de aquellas chicas delgadas que se mecían a sus pies.

«¡Colombus!» pensó Elliot sin poder creer lo que estaban viendo sus ojos. «¡Pero qué...!»

Pero si Elliot estaba sorprendido, Madeleine y Pierre estaban completamente mudos de la sorpresa. Por fin la gran revelación sobre las escapadas de Colombus parecía tener sentido, pero jamás se le pasó por la mente que el secreto de su amigo fuera estar en el Club de Ballet. Durante los quince minutos que duró el baile, Elliot vio con bastante sorpresa que Colombus se movía muy bien, y que, de hecho, había elegancia en sus pasos. Aunque no entendió muy bien lo que querían transmitir con su baile, igual aplaudió con mucha fuerza cuando el telón se cerraba en medio de una reverencia grupal por parte de los sonrientes y sudorosos bailarines.

Cuando su amigo pasó junto a él para dirigirse a su camerino, Elliot vio que Colombus estaba rojo como un tomate y no precisamente por el esfuerzo que realizó durante la coreografía, así que solamente le sonrió y le mostró sus dos pulgares. Enseguida su amigo le sonrió de vuelta al ver que Elliot no lo juzgaba ni se burlaba de él.

El público aun aplaudía entusiasmado cuando Leona los llamó para que se acercaran a ella. Todos formaron una gran rueda y ella hizo que todos se tomaran de la mano, dijo una pequeña plegaria en nombre de todos, y después los animó.

—Bueno chicos... ya llegó el momento —dijo mientras posaba su mirada en cada uno de los miembros del club—. ¡Es hora de mostrarle a estas personas de que somos capaces!

Todos comenzaron silbar y a hacer ruidos extraños. Elliot no pudo más que reír mientras se unía al ritual eufórico. Un par de minutos más tarde los estaban llamando; cuando Elliot espabiló un reflector ya lo estaba cegando y la obra ya había comenzado.

Céfiro, indignado por el rechazo de Jacinto y movido por los celos que sentía al ver la atención y el amor que el joven príncipe espartano le profesaba a Apolo, aprovechó un momento de distracción y sopló con fuerza, haciendo que el disco de arcilla que el joven había lanzado se desviara y regresara girando con fuerza, recibiendo entonces un golpe mortal en la cabeza. El telón se levantó y Elliot, en la piel de Apolo, vio en silencio hacia el público con los ojos llenos de lágrimas, antes de enterrar la cabeza con desespero en el pecho desnudo de Jacinto.

—¡No llores por mí, querido mío! —le dijo Jacinto mientras acariciaba sus cabellos—. ¡No llores, porque estoy feliz de que lo último que vean míos ojos antes de apagarse sea el brillo de los tuyos...!

Apolo acarició su rostro con ternura. Jacinto le sonrió moribundo.

—Mi único deseo antes de partir al Hades, es probar el sabor de tus labios por lo menos por una vez, mi querido Dios...

Jacinto tomó a Apolo por uno de sus brazos para aferrarse a él. Elliot sintió su piel tibia contra la suya.

Elliot, abrumado por los sentimientos vivos de su personaje, se saltó sus líneas, las cuales se escapaban emotivamente de sus labios, y simplemente comenzó a inclinarse para cumplir el deseo de Jacinto.

—¡Te amo, Apolo! —musitó Levy como si la vida realmente escapara de su cuerpo.

Elliot se iba inclinando lentamente para besarlo.

—Finalmente... ¡ESTE ES MI MOMENTO! —exclamó Amantium emocionado, colocándose justo delante del proyector, y preparándose para lo que se traía entre manos.

Todas esas tardes, días, noches, tantos momentos en los que había cantado baladas y piezas románticas de aquí para allá, justo al lado de Elliot y Delmy, los únicos dos chicos que podían escucharlo, quedaron eclipsados por la teatralidad y el drama de su acto final.

En el momento en que sus labios por fin se alcanzaron, Elliot sintió un hormigueo en la boca del estómago, y aun cuando pudo ver la silueta de Amantium atravesada sobre la luz en una pose excesivamente teatral, ignoró al espíritu y se concentró en el beso. Inmediatamente, Amantium dejó salir toda su pasión artística con arrebato desde la punta de sus labios:

«¡PERDONA SI TE AMO, Y SI NOS ENCONTRAMOS... HACE UN MES O POCO MÁáÁááááááááááás!»

El espíritu estaba eufórico. Su espalda estaba arqueada hacia atrás ante los reflectores mientras Elliot colocaba una mano sobre las mejillas de Levy y éste, en el rol de Jacinto, empujaba su lengua dentro de la boca de Apolo.

Elliot sintió el contacto húmedo, pero a pesar de las dudas propias de su edad, de la ebullición de sus hormonas, de la intromisión de tantas emociones ajenas que podría sentir por el poder de Adfigi Cruci, y de aquella pregunta que por tantas cosas llegó a realizarse en más de una ocasión durante los ensayos, que rezaba: ya sé que me gustan las chicas, pero los chicos... ¿podría ser que también me gusten ellos?

Elliot nunca dejó de sentir lo mismo que ya sabía como respuesta, y aquel contacto húmedo, más que incomodarlo o ponerlo nervioso, terminó por sentirse más bien errante, como si fuera un momento prestado, o incluso obsequiado, y en realidad sirvió como una confirmación casual e inocente que se asentó con más fuerza que nunca en su corazón. Nada en Elliot cambió con aquel beso; seguía siendo el mismo chico de toda la vida, y aun así, lo que acababa de hacer era un lujo que no todos los chicos tenían el valor de darse, y nada más lejos que vergüenza, el chico se sintió orgulloso de ser quien era y de saberlo con más claridad que nunca en ese momento cumbre de su adolescencia, pero sobretodo, de tener el corazón lo suficientemente grande y la mente lo suficientemente abierta como para poder haberse cuestionado a sí mismo con confianza y valentía.

Los espíritus estaban todos en el escenario, aplaudiendo y celebrando. Amantium cantaba con una potencia atronadora, su armonía vibraba a través de los poros de Elliot mientras la gente se ponía de pie para aplaudir con una fuerza impetuosa y memorable. El telón bajaba y escondía aquel beso entre dos chicos, cuyos labios se movieron para recibir de lleno un sentimiento que palpitaba al ritmo del latido de ambos corazones. En la sangre derramada por su amado, en sus lágrimas de sufrimiento y pena, Apolo concentró todo el amor que sintió por el joven príncipe espartano, y allí donde aquella mezcla tocaba la hierba y el suelo, enormes y perfumadas flores rojas florecían. Al instante Apolo reconoció el alma de su amado en ellas, y así las bautizo... Jacinto.

El telón se volvió a levantar. Todos los miembros del club estaban tomados de la mano y le hacían una reverencia al público. La obra había terminado. Los ojos de Amantium brillaban con picardía e intensidad.


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Queridos lectores, estamos súper felices de anunciarles que Wattpad nos ha invitado a formar parte del programa Stars !!!

Esta es una noticia que nos llena el alma de alegría. Desde que empezamos con este largo viaje hace un año y poco más, hemos trabajado incansablemente para ofrecerles una historia con la que pudieran sentirse identificados, con la que pudieran reír y llorar, emocionarse, y también dar brincos de miedo de vez en cuando. (Muajajajaja... ^^)

Si bien todo surgió a partir de momentos muy difíciles para nosotros, queríamos encontrar un poco de esperanza y paz con este proyecto; y esto nunca dejó de llegar gracias a sus comentarios, su apoyo, sus mensajes personales, su feedback, y sus maneras de hacernos sentir que les gustaba lo que hacíamos y que estaban disfrutándolo tanto como nosotros.

Como lo sabrán los que han estado con nosotros desde el inicio, este fue nuestro año debut, lo que lo hace aún más increíble: el haber recibido tan bonita bienvenida por parte de todos ustedes y de esas geniales personas que trabajan en Wattpad. No hay nada más preciado para un escritor que sentirse querido por sus lectores, y eso es justo lo que hemos encontrado en ustedes y en Wattpad: mucho cariño y mucho apoyo!

Para el año que viene se vendrán cosas geniales. Eso es una promesa. Sabemos que los últimos tres meses hemos estado un poco dispersos, pero eso sólo ha sido así porque hemos estado planificando un montón de cosas e historias que queremos compartir con ustedes próximamente.

Una vez más, muchísimas gracias por todo. Los queremos un mundo! Sin ustedes y su apoyo, nada de esto que hemos logrado sería posible. Les deseamos una muy feliz navidad (a pesar del covid!), y que el 2021 sea un año espectacular para todos ustedes.

Un enorme abrazo desde Venezuela. <3

Nota de los autores: Este capítulo contiene extractos de letras de las canciones "Hello" de Evanescence (traducida al español), y "Alucinado" de Tiziano Ferro... xdd

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