Capítulo 37: La feria de las ilusiones

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Era otro día de aventuras; otro de búsqueda de una de las cartas. Encontrar la ubicación fue una tarea bastante complicada. Explorando en los recovecos más oscuros de la web, Elliot había encontrado una página de exploradores urbanos que lo lanzó eventualmente a la fotografía de un parque abandonado en Armenia, misma que Paerbeatus reconoció al instante. La investigación le había tomado un par de horas cada noche desde el miércoles.

Era un lugar muy lejos de Fougères. Raeda explicó antes de partir que el problema no era si conocía o no el lugar de la foto, que él podía hacer aparecer a Elliot donde fuera siempre y cuando tuviera una referencia clara del sitio; el problema, en cambio, eran los riesgos que eso suponía, tales como aparecer en medio de cualquier cosa literalmente (lo que implicaría una muerte paradójica, eterna e infinitamente dolorosa en caso de cruzar la puerta), caer en un hoyo o entre los restos de una pila de escombros, etc. Además, estaban las escalas que hacían falta para llegar, lo que le produciría un letargo profundo que podría incluso llegar a tomar medio día, o un día entero.

Aun así, todo había salido bien. Ya una vez en el parque abandonado en Armenia, entre los riscos y las montañas que lo bordeaban, Elliot podía sentir cómo el aire se iba volviendo más denso con cada paso que daba hacia el corazón de las instalaciones maltrechas y olvidadas. El viento hacía que las cadenas chirriaran en sus goznes oxidados y que el frío nocturno se colara a través del suéter y la bufanda que llevaba encima.

—Si te metes en líos, mocoso, estás solo. Conmigo no cuentes hasta dentro de al menos unas cinco o seis horas —dijo Raeda antes de resguardarse en su carta para descansar.

Astra por su parte le colocó una mano en el hombro a Elliot y conjuró sus estrellas para iluminar alrededor. Era un lugar bastante tétrico.

—No estás solo, no te preocupes. Temperantia y yo te cuidaremos.

Cuando Astra se giró para ver a la otra mujer, esta asintió levemente.

—La carta está aquí, cachorro, puedo olerla —intervino Paerbeatus mientras sus ojos refulgían de forma alocada e intensa.

Elliot suspiró con emoción.

—Bueno, supongo que no tenemos mucho tiempo. Hay que conseguir a nuestro nuevo amigo, así que será mejor que nos pongamos en marcha. Paerbeatus, guía el cami...

Pero sus palabras fueron interrumpidas por el fuerte sonido metálico de una trompeta que interpretaba una melodía escalonada, alterando la uniformidad de la noche y su silencio cetrino.

—¿Están escuchando eso?

Las atracciones olvidadas del parque se iban moviendo lentamente entre los sonidos de la escala y del óxido en el metal.

—Es música —dijo Temperantia.

—Es Jazz —corrigió Astra.

—¡Es increíble! —exclamó Paerbeatus.

Su cuerpo se movía en un absurdo intento de baile en el que bamboleaba las caderas y agitaba las extremidades de manera errática.

—¿Creen que sea la carta? —preguntó Elliot.

Por un rato caminaron a través del parque, siguiendo el rastro melodioso de la trompeta. Por momentos, a Elliot el lugar le parecía sombríamente familiar, como si de un mal sueño que ya dormía en lo más profundo de su mente se tratara.

—Pase lo que pase, confía en ti mismo, ¿ok? —dijo Astra y sus ojos brillaron.

—Cuando dices eso... no me da buena espina —contestó Elliot.

La melodía de la trompeta se detuvo y todo a su alrededor pareció quedarse en un silencio absoluto, más estruendoso que el mismo instrumento que acababa de resonar a lo largo y ancho del parque y de la montaña en la que se encontraban. Al segundo inmediato, el sonido del metal sin vida en el lugar volvió a contaminar el recinto.

—La carta... está allí —dijo Paerbeatus señalando a lo alto de la montaña rusa que tenían en frente.

Cuando sus ojos siguieron la dirección a la que apuntaba Paerbeatus, Elliot se encontró de frente con un par de ojos morados fuertes, claros y penetrantes. Los observó por un par de segundos. Intentó hablar con la silueta allá arriba a fuerza de gritos, pero el espíritu no dio el menor indicio de estarlo escuchando. Cuando de un momento a otro comenzó a tocar otra melodía con su trompeta, Elliot se dio cuenta que seguir con aquello sería inútil. Si quería hablar con él, iba a tener que subir ahí arriba.

—Voy a mostrarte el camino, como cuando escapamos en Normandía —dijo Astra—. Quedaré cansada como Raeda, pero al menos esta vez no será tan difícil ya que es mucho más cerca.

Tras decir aquello, la mujer cerró sus ojos e hizo una vez más la misma pose de cantante poderosa de los años 70, apuntando con un dedo rockero para dibujar el rastro por el suelo y las vigas de acero. Con el trazo de sus pasos dibujados, Elliot llegó hasta una zona apartada en la que parecía haber una escalinata de mano que, en otros tiempos, debió ser usada por el personal del parque para hacerle mantenimiento a la atracción. Un par de minutos más tarde, y algo más jadeante y mareado de lo que habría esperado, alcanzó los vagones detenidos en lo alto de una de las pendientes más pronunciadas del aparato; justo donde el espíritu de la trompeta descansaba sin la menor de las preocupaciones.

—¿Tienes alas? —se le escapó de la boca a Elliot al ver las enormes alas que salían de su espalda.

El espíritu dejó de tocar la trompeta y se giró a verlo con sus ojos insondables.

—Bastante observador, anciano...

Era la representación de un hombre árabe alto y atlético vestido con el atuendo típico de un concertista de Jazz de los años 1920. Llevaba un pantalón de vestir oscuro, un par de tirantes negros que descansaban sobre una franelilla blanca, y unas enormes alas marrones de halcón que emergían de su espalda.

—Temperantia, qué sorpresa verte después de tantos años —dijo al verla aparecer junto a Elliot—. ¿Este es tu nuevo dueño?

—El cachorro no es ningún, viejo. ¿No ves la juventud de su piel? Es nueva —intervino Paerbeatus pellizcándole un cachete a Elliot.

De inmediato los ojos inflexibles del espíritu se posaron sobre Paerbeatus y escudriñó su rostro sin escrúpulos.

—Vaya... esto sí que es una sorpresa —dijo con perspicacia—. De todos nosotros... te atrapó a ti, Paerbeatus. No me queda la menor duda de que serás un dueño interesante.

El trompetista instaló su mirada ahora en Elliot.

—Eso si pasas la mía, claro. Quizás no seré él, pero prometo que te pondré la prueba más difícil y compleja que alguna vez haya hecho. Me da la impresión de que no te mereces menos que eso.

—¿Acaso dije algo gracioso, cachorro? No entendí nada de lo que dijo —le susurró Paerbeatus a Elliot al oído.

El espíritu sonrió con sutileza.

—Quién te viera y conociera bien, Parby... ¿es así como le pusiste, no, Elliot?

—Disculpe, pero... ¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó el chico confundido—. ¿Cómo sabe que le decimos Parby a Paerbeatus?

—Ah, lo siento, discúlpame si complico mucho las cosas. Es una mala manía de hace mucho tiempo. Es sólo que me parece graciosa la naturaleza de los sucesos actuales. Tal parece que he perdido una apuesta muy vieja conmigo mismo —comenzó a levantarse de su asiento—. Nunca apuestes contra ti mismo, Elliot. Es una apuesta que siempre vas a perder. Mi carta está acá, ven y tómala.

Elliot lo miró con extrañeza.

—Por eso estás acá, ¿no? ¿Me equivoco?

El chico se aproximó en la dirección que señalaba el espíritu y tanteó para encontrar la carta con sus dedos.

—No, no se equivoca —dijo.

Una vez que encontró la carta oculta entre el tapizado mohoso de los asientos y la pared de plástico desconchado, la sostuvo con firmeza y comenzó a inspeccionarla concienzudamente.

«Iudi...»

El hombre lo interrumpió:

—Apenas mi nombre salga de tus labios, la prueba comenzará...

—Estoy preparado para ella.

—Eso ya lo veremos, anciano...

Temperantia observó a Elliot con confianza.

—Puedes lograrlo —dijo—. Recuerda no bajar la guardia en ningún momento...

Tras ver directo hacia sus ojos rígidos y achinados, Elliot se armó de valor para continuar.

«IVDICIVM», pronunció.

Al instante los ojos del ángel jazzista se iluminaron. Su mirada rápidamente se transformó en una que escondía por completo toda emoción, como un perfecto jugador de póker.

—Lamento decirte que en esta prueba estás por tu cuenta...

Con un chasquido de sus dedos le arrancó las cartas del tarot a Elliot, quien veía cómo Temperantia y Paerbeatus regresaban a la fuerza hacia sus cartas.

Las luces se encendieron. El parque entero parecía haber cobrado vida de un solo golpe.

—Ahora sujétate que vamos a bajar...

Y mientras Iudicium desaparecía en el aire, los vagones de la montaña rusa se pusieron en marcha con violencia y Elliot se sintió caer al vacío en medio de un alarido de pánico y adrenalina.

─ ∞ ─

El recorrido de la montaña rusa fue vertiginoso y alocado. Elliot no se podía sacar de la cabeza la idea de que el pequeño vagón se descarrilaría y caería al vacío debido al metal viejo y herrumbroso que llevaba tantos años de letargo. Sin embargo, el recorrido terminó sin contratiempos; cuando bajó del vagón su cuerpo seguía intacto, aunque su corazón amenazaba con salírsele por la boca de lo rápido que le latía.

Estaba impresionado. Antes sus ojos había una multitud de personas que caminaban por el lugar. Todos reían, conversaban o comían grandes nubes de algodón de azúcar. Todo el parque había renacido como una especie de zombie carnavalesco que brillaba por sus luces, algunas incluso dañadas, e inundando el aire con el sonido de la diversión y la alegría. Era una feria bizarra con atracciones carcomidas y destartaladas, a pesar de la magia que las había devuelto a la vida.

Sin embargo, las personas parecían estar disfrutando, aun así.

«¿Quiénes son estas personas?», se preguntó Elliot.

Mientras deambulaba por el lugar, Elliot se convencía más y más de que aquellas personas no eran fantasmas.

—¡Bienvenido a...

Alguien gritó de pronto, apartando unas cortinas con violencia para dejar salir al artista que escondían tras ellas

—...la feria de las ilusiones!

Iudicium apareció. Desde un puesto de feria sonreía con arrogancia. Elliot se acercó corriendo, decidido a enfrentar su prueba.

—¡¿Qué está pasando?! —le preguntó alterado—. ¿De dónde son todas estas personas?

Iudicium sonrió y se acomodó el sombrero plano que llevaba ahora sobre la cabeza.

—Pregunta tonta, viejo, pregunta tonta. Además, en el fondo, ya sabes la respuesta, así que si gustas, podemos dejar de perder el tiempo y comenzar con las explicaciones de la prueba —dijo mientras descorría un par de cortinas moradas que escondían detrás de ellas una larga colección de objetos—. Esto que tenemos acá es el tablón de los premios.

Frente a Elliot había un enorme tablón decorado con luces parpadeantes que iluminaban los objetos en exhibición, todos de lo más variopintos. Sus ojos recorrieron con avidez al oso de peluche, frascos con líquidos extraños de diferentes colores pero sin ninguna etiqueta y, en lo más alto, un objeto rectangular que reconoció enseguida.

—Esa, de arriba, esa es la carta...

—Vaya ojo que tienes —contestó Iudicium—. Todo lo que ves aquí son premios que puedes comprar, pero para hacerlo, primero deberás reunir monedas de experiencia suficientes para pagar por el valor de cada objeto, pues todos tienen un precio distinto. Mientras más raro sea el objeto, más caro será.

—¿Monedas de experiencia? —preguntó Elliot de inmediato.

—Mejor llamémosle EXP para simplificar las cosas...

—¿Qué precio tiene la carta?

—Hay otros premios más interesantes, ¿sabes? Todo lo que ves aquí fue hecho por mi Creador, por lo que puedes estar seguro de que son cosas únicas e irrepetibles.

—No me interesa otra cosa que no sea la carta —dijo Elliot con rotundidad.

—Cuanta obstinación para un alma tan joven —suspiró el espíritu mientras se arrancaba una de sus plumas para usarla como palillo de dientes—. La carta cuesta 1500 EXP.

—¿Y dónde puedo conseguir esas monedas?

—Adquiriendo experiencia en la feria, por supuesto. Sólo tienes que jugar en las atracciones y disfrutar de los juegos para ganar monedas. Mientras más juegos completes, más monedas irás ganando como recompensa. Y mientras más difícil sea el juego, pues... mayor será la cantidad de monedas a ganar.

—¿Eso es todo?

—No suenes tan decepcionado, viejo —dijo entre risas—. No todo en la vida se reduce a estar entre la vida y la muerte. A veces sólo hace falta divertirse un poco para superar un obstáculo frente a nosotros. Toma, vas a necesitar esto.

De improviso Iudicium lanzó un pequeño saco de cuero que Elliot atrapó en el aire.

—Buenos reflejos. En esa bolsa puedes guardar las monedas que vayas ganando. Y si en algún momento te aburres, siempre puedes comprar un ticket de salida para abandonar la feria. Sólo cuesta 10 EXP, y hasta un mono podría conseguir esa cantidad de puntos.

Con uno de sus dedos señaló un ticket negro y morado sobre el tablero de premios en el que se leía la palabra EXIT impresa en grandes letras doradas.

—¿Y qué pasa con los otros espíritus si decido irme? —preguntó Elliot con suspicacia.

Iudicium hizo una pequeña floritura con la mano y las otras cartas parecieron entre sus dedos como por arte de magia. Era como si fuera el ilusionista de aquella feria y Elliot su único espectador.

—Estas cartas son tuyas, viejo, yo sólo te estoy haciendo el favor de cuidarlas mientras tú te diviertes. Ya sabes que la gente tiene la mala costumbre de perder cosas en los parques. Si decides irte, yo te devuelvo tus cartas y listo.

Elliot asintió sin dejar de mirarlo a los ojos. En ellos solo veía luz morada, nada más.

—Está bien, supongo que... confiaré en ti, entonces...

Estaba listo para empezar con los juegos. No había dado ni un solo paso cuando escuchó que Iudicium volvía a hablarle.

—Pero... una cosa si tengo que advertirte, anciano.

Elliot volteó.

—Si te vas de esta feria sin mi carta... jamás podrás volver. ¿Entiendes?

Elliot meditó lo que acababa de escuchar por un momento, hasta que en su rostro se dibujó una sonrisa.

—¡No vayas a venderle esa carta a nadie más! Ya vuelvo con tus monedas —contestó con confianza en la voz y una sonrisa en el rostro antes de salir corriendo en dirección a las atracciones sin dejar que Iudicium le dijera nada más.

—El tiempo no se detiene —le gritó el espíritu antes de verlo desaparecer entre la multitud.

─ ∞ ─

La cantidad de personas era abrumadora. Allí donde mirara había alguien riendo escandalosamente, corriendo, o jugando con alguien de manera efusiva y suelta.

«¿De dónde habrá salido toda esta gente?», se preguntó a sí mismo mientras veía a la gente comprar golosinas y andar por ahí.

De pronto sus ojos se clavaron en el letrero luminoso que flotaba sobre la entrada de un edificio de aspecto extravagante y psicodélico, y aunque no pudo ver qué había más allá del umbral, su instinto le dijo que se mantuviera alejado.

—Si tanto miedo tienes, deberías comprar el ticket de salida y largarte de una vez —alguien dijo a sus espaldas.

—R... Roy —Elliot lo reconoció de inmediato.

—Esto no es cosa de niños, Elliot. Ya te lo había dicho —contestó Roy mientras jugaba con una pequeña bolsa de cuero que tintineaba pesadamente—. Supongo que no te importa cuántas veces te lo diga. Al parecer, tú sólo aprendes por las malas. Que así sea entonces.

—¡Roy, espera! —gritó Elliot mientras el hombre se perdía por un callejón a sus espaldas.

Sin detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, Elliot salió corriendo tras él, pero cuando hubo cruzado la esquina por la que el hombre había desaparecido, se arrepintió de inmediato.

Frente a él había una silueta alta y corpulenta que lo miraba sin moverse. La figura respiraba pesadamente mientras clavaba sus vacíos ojos anaranjados en él.

—HoOola —dijo la criatura abriendo muy lenta y profundamente la raja que tenía por boca. Su voz fue un chirrido espantoso como el que hacen las uñas sobre el pizarrón.

Elliot dio un paso hacia atrás de inmediato, en un acto reflejo por poner distancia entre él y esa cosa. Al otro extremo del callejón, Elliot veía los ojos oscuros de Roy observándolo antes de alejarse del lugar.

—¡Roy! —volvió a gritar Elliot—. ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Tú también estás pasando la prueba?! ¡Agh!

La cosa empezó a moverse, pero por suerte, a diferencia de las criaturas con las que ya Elliot se había topado, esta era bastante lenta. Apenas Elliot lo notó comenzó a moverse hacia afuera del callejón, alejándose cuanto antes. Quizás si rodeaba a tiempo los puestos que armaban el callejón podría alcanzar a Roy y enfrentarlo.

«¡¿Estará también compitiendo por la carta?!», pensaba a la vez que corría entre las personas. En una de esas en las que intentaba colarse entre los visitantes del parque, chocó de bruces contra el cuerpo de alguien, y de no haber sido porque esa persona lo había sujetado por los brazos, seguramente hubiera caído al suelo de manera estrepitosa.

—Si vas a correr, deberías siempre mirar al frente. Así evitarás un accidente más peligroso...

—¡Tía Gemma...! —exclamó Elliot con angustia mientras subía la cara.

Pero en vez de encontrarse con los bonitos ojos azules de su tía devolviéndole la mirada, encontró el reflejo de sus propios ojos confundidos plasmados en el visor oscuro de un casco de carreras. La mujer tras el casco se rio, y Elliot pudo confirmar por el tono de su voz que se trataba de su tía aunque no pudiera verle la cara.

—¿Estás listo para una carrera... o te vas a quedar ahí con esa cara de perdido? —dijo ella mientras lo soltaba y le acariciaba cariñosamente en el rostro—. Porque yo ya estoy lista...

Aquello le pareció algo extraño a Elliot, puesto que su tía no era partidaria de esas demostraciones de cariño tan picantes. Tras pensarlo, supuso que sólo estaba metida en su papel de corredora de carreras.

A espaldas de ambos, una amplia pista de carreras con un cartel que decía Go Karts formaba un amplio ovalo sobre el terreno. Aquello tenía a Elliot sorprendido. Antes de entrar al parque con Paerbeatus, Astra y Temperantia, éste no se veía más grande que una plaza pequeña, y, sin embargo, allí estaba la pista.

—¿A qué esperas, sapito? El que pierda sale con tu papá a hacer las compras navideñas —dijo su competidora mientras le lanzaba un casco y se montaba en su carrito.

«¿Sapito?», pensó Elliot.

—No me habías vuelto a llamar así desde el f...

—¡Listos... FUERA! —gritó ella y arrancó antes de que Elliot se pudiera dar cuenta de lo que estaba pasando.

Un poco aturdido por aquel comportamiento tan extraño, Elliot puso en marcha su propio carro y salió disparado tras su tía, a quien podía escuchar reír a pesar del ruido de los motores y de la corta ventaja que ya le había sacado.

—Te veo en la meta, sapito —dijo ella mientras alejaba una de sus manos del volante para saludarlo con un pulgar hacia abajo a modo de burla.

—¡Debería darte pena ser tan tramposa! —gritó Elliot entre risas.

Al escucharlo su tía estalló en carcajadas y alzó su mano para mostrarle el dedo del medio.

«¿Estará borracha?», se preguntó Elliot sorprendido pero aun así riendo. «Lo siento, tía, pero ni con trampas dejaré que me ganes...».

Elliot tenía pisado el acelerador a todo lo que daba la máquina. El motor rugía con fuerza a la vez que la maniobrabilidad del vehículo se hacía más ligera.

Elliot pisó el acelerador a fondo y sintió en su cuerpo como el motor rugió y protestó por el esfuerzo al que lo estaba sometiendo. Los dos vehículos se habían prácticamente igualado en la carrera y ya faltaba poco para la primera curva. Elliot fue orillándose hacia la parte inferior, la más angosta de la pista, dejando que su tía tomará la parte alta. Controlar la curva hacia adentro era más complicado, pero si lo hacía bien, iba a sacar al menos unos dos o tres segundos de ventaja.

Ella lo veía atentamente, controlando el espacio que había alrededor de su karting. Cuando ambos llegaron a la primera curva, Elliot hizo sus maniobras de manera adecuada y logró tomar la delantera.

—¡Te veo en la meta, tortuga! —gritó el chico a la mujer, a la vez que ella soltaba las manos del volante para colocarlas rápidamente hacia arriba.

Por más que su tía intentó alcanzarlo y pasarlo, Elliot logró evitar el rebose haciéndola frenar antes de chocar con él. Cuando pasaron por la segunda curva, Elliot aplicó la misma estrategia y logró mantener su ventaja. Finalmente, Elliot cruzó la meta en primer lugar y ganó la carrera. Estaba eufórico y dando brinquitos de alegría.

—¡Tal parece que vas a ser tú a la que le toque salir con mi papá! ¡Ja, suerte con eso! —gritó Elliot regodeándose en su victoria al imaginar la cara de su tía por tener que cumplir el pago de la apuesta

—No sería nada que no haya hecho antes, mi monstruo precioso —contestó ella—. Seguro la pasamos bien sin ti durante todo un día...

Elliot volteó a verla con la extrañeza pintada en el rostro. A unos metros de distancia, la corredora se levantaba del coche y dejaba caer el casco sobre el asiento. Su traje rojo de piloto resaltó muchísimo su cabello corto y su mirada astuta y aguerrida de toda la vida.

—¿Ma...? ¡MAMÁÁÁ!

Gritó él como un loco al reconocerla. Su cuerpo respondió antes que su cerebro y sus pies corrieron en su dirección. Sus ojos se habían llenado violentamente de lágrimas mientras sus brazos se abrían con ansias de darle a Diana un abrazo que nunca se acabara.

—¡MAMÁ! —gritó Elliot de nuevo, completamente maravillado, mientras corría.

—Sapito —fue lo último que dijo ella, regalándole una sonrisa y un guiño de ojos antes de desaparecer.

Cuando Elliot llegó hasta donde Diana había estado de pie, las lágrimas le rodaban por el rostro sin que él pudiera explicarse por qué; por qué sentía aquel puño apretándole el corazón tan dolorosamente. Sorprendido, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

Al hacerlo un destello llamó su atención. Cuando se giró a ver lo que era, descubrió que en el asiento del karting a su lado había tres monedas de oro brillantes. Elliot las tomó y vio que en cada una de ellas había una cifra escrita.

«100 EXP», leyó contento mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro y su mente extrañamente le reclamaba por permitir que algo se le escurriera sin que él se diera cuenta... como si se tratara de un recuerdo perdido.

─ ∞ ─

«Te estás olvidando de algo», dijo una voz en su cabeza.

—Lo sé, pero... ¿de qué? —preguntó Elliot de vuelta mientras caminaba distraído entre la multitud.

En su bolsillo podía sentir las monedas haciendo peso y tintineando. Ya había ganado trecientos puntos al ganar la carrera. Sólo hacían falta mil doscientos más para poder comprar la carta de Iudicium, y si todos los juegos serían igual de sencillos, no sería problema lograrlo a tiempo para regresar al castillo aquella misma noche.

«Pero... estás olvidando algo», escuchó que le volvía a decir la voz, aunque esta vez pudo sentir el reclamo en el tono.

—¡Sí, pero...! ¡¿qué cosa es la que estoy olvidando?! —protestó malhumorado consigo mismo.

—Elliot Arcana, el bicho raro de la familia una vez más hablando solo...

—Julio —se dijo a sí mismo Elliot con amargura.

Sus ojos se encontraron con los de su primo, que a diferencia de él, tenía los ojos de un brillante color almendrado.

«Qué... ¿qué haces aquí?»

—Dime, ¿estás listo para una partida en el Arcade? ¿O tienes miedo de perder como siempre?

—Si recuerdo bien, la última vez que jugamos en línea no duraste mucho —contestó Elliot excitado.

—Esa vez tuve problemas con la conexión, ya te lo había dicho —protestó Julio Arcana mientras quitaba una sábana morada de un par de máquinas de Arcade algo antiguas—. Esta vez juagaremos a la antigua, por lo que tendré el gusto de verte llorar como la nenita que eres cuando te gane.

¿Mortal... Figther? —leyó Elliot al quedar descubiertas las cabinas y no reconocer el nombre del juego.

—Jugaremos tres rounds, y el que gane dos, gana la partida. Sin revancha, ok. ¿Lo suficientemente fácil para tu cerebro de microbio o tengo que explicarte más?

—Agh, cállate y juguemos —le gruñó Elliot sabiendo que su primo sólo quería fastidiarlo.

Cuando se puso frente a los controles, no había nada raro; eran los típicos botones y palancas de un Arcade normal, por lo que, aunque no conocía el juego, tomó un poco de confianza. Tras apretar un botón, la cinemática de demo apareció y Elliot vio que el juego no era diferente a los juegos de pelea que él siempre jugaba con su primo, por lo que no pudo evitar sonreír.

—¿Listo, stronzo? —le preguntó su primo asomándose al otro lado de su cabina con una sonrisa llena de petulancia en el rostro.

—¿Para verte perder? Por supuesto —contestó Elliot con más arrogancia.

«Three, two, one... ¡FIGHT!», anunció la voz mecánica de la máquina y el juego comenzó.

Julio ganó con facilidad el primer round, puesto que Elliot no se conocía los combos y, al parecer, su primo sí, por lo que pudo sacarle un round de ventaja.

—¡Tramposo! —le gritó Elliot sin despegar los ojos de la pantalla mientras el segundo round comenzaba y su primo se reía del otro lado.

—Supongo que ser mayor tiene sus ventajas —contestó Julio con petulancia.

Para el segundo round, Elliot ya se había habituado a los controles y había descubierto varios combos, por lo que la pelea estuvo más reñida y, al final, aunque por muy poco, le terminó ganando a su primo.

«Final round... ¡FIGHT!», anunció la maquinita luego de haber reproducido en cámara lenta el golpe final que le había dado la victoria a Elliot en el round anterior. Julio gritaba improperios al aire.

—¡Ya perdiste, Julio!

Non ci penso, puttano —respondió su primo molesto y el último round comenzó.

El intercambio de combos no se hizo de rogar. Era evidente para cualquiera que los viera jugar que ambos primos estaban en igualdad de condiciones en aquella pelea. Si uno se descuidaba o bajaba la guardia, o incluso si apretaba el botón equivocado en el momento equivocado, le daría automáticamente la victoria al otro, por lo que ninguno de los dos se atrevía a pestañear a pesar del sudor que les corría por la frente.

Pero Elliot fue más perspicaz que su primo y en un intento por que este bajara la guardia, alejó a su personaje del alcance del de su primo para que este lo fuera a perseguir. Cuando Julio así lo hizo, cayó directo en la trampa de Elliot, quien arremetió con un combo rápido de golpes y patadas, atrapándolo en la técnica maestra de su personaje, quien agarró la cabeza de su oponente y de un tirón se la arrancó con todo y columna vertebral.

—¡GANÉ! —gritó Elliot poseído por la victoria al mismo tiempo que su primo le gritaba un insulto.

A diferencia de Colombus que, aunque era mal perdedor igual se tomaba las cosas con calma, Elliot sabía que el carácter explosivo y orgulloso de su primo no le permitiría aceptar la derrota con tanta clase como su mejor amigo. Aun así, jugar con su primo siempre le había gustado mucho y por ello siempre trataba de hacer las paces con él cuando se molestaba. Pero cuando se dispuso hacerlo esta vez para quedar de buenas una vez más, su primo había desaparecido y Elliot no podía recordar a quién había estado esperando ver frente a la pantalla del Arcade en ese momento. En cambio, sus ojos se posaron de inmediato en la moneda que reposaba dentro de la ranura de la máquina y que estaba esperando por él.

«150 EXP más y ya con esto van cuatrocientos cincuenta», pensó maravillado por las posibilidades. De inmediato salió corriendo a la caseta de Iudicium. Cuando el espíritu lo vio llegar, dejó de tocar la trompeta para prestarle atención. Elliot se veía fascinado mientras escudriñaba con sus ojos en el tablón de premios.

—¿Qué es eso? El frasquito con forma de diamante que cuesta 300 EXP —preguntó.

—Ese es el amor de Madeleine.

Los ojos de Iudicium lo vieron con intriga y malicia; especialmente cuando Elliot volteó sorprendido y maravillado.

—Y... ¿el frasco de al lado, el redondo?

—Esa es la lealtad de Colombus.

—¿Y el que tiene el líquido verde?

—Es el respeto de Jean Pierre, y el que cuesta 500 EXP, ese, el del frasco bonito, es el perdón definitivo de la Tía Gemma, y el del líquido oscuro... ese es el amor incondicional de tu padre.

Elliot estaba muy callado y atento.

—Lo que estás diciendo... ¿es verdad? —preguntó con un hilo de voz.

—Contextualmente, sí —respondió el espíritu casi burlándose, disfrutando de aquella expresión de anhelo en el rostro de Elliot—. Usadas como es debido, esas pociones pueden darte exactamente lo que te acabo de decir. Deberías probar alguna. Una vez que pases la prueba o te vayas, jamás podrás volver a tener acceso a ellas. Esto es lo que ustedes los humanos conocen como... una oportunidad irrepetible.

Elliot lo escuchó mientras hablaba y luego se giró para volver a ver los frascos frente a él. Ahí estaban sus posibilidades encapsuladas en pequeñas dosis al alcance de sus manos. La sensación era tan irreal que Elliot no sabía qué pensar.

«Es una trampa», le habló de nuevo la voz en su cabeza, y aunque él sabía que la voz tenía razón, igual no podía negar que las posibilidades eran tentadoras.

—¿Vas a querer algo...? —dijo el espíritu—. ¿O sólo te vas a quedar como un mero espectador mientras tu vida aguarda frente a tus ojos?

Elliot lo ignoró y fijó su mirada en una pequeña perla azul que descansaba tranquila en el tablón, casi insípida, insignificante, omisible; sin embargo, su color profundo lo capturó apenas posó sus ojos en ella.

—¿Qué es eso? —preguntó señalándola—. La perla azul que cuesta 250 EXP.

—¡Esto! —exclamó Iudicium con aburrimiento—. Esto no es nada, viejo. Es sólo algo que crea una distracción para escapar en caso de estar en un apuro muy desesperado. Es algo peligrosa y yo te aconsejaría que ni la...

—La compro —lo interrumpió mientras sacaba las monedas de su bolsito y las dejaba en el mostrador.

Iudicium lo vio por un momento con atención, quizá incluso con extrañeza, hasta que al final le sonrió y, tomando las monedas del mostrador, le entregó la perla a Elliot.

—Como quieras, viejo, son tus puntos —dijo—. Cuando quieras usarla, lánzala con fuerza contra el piso y listo. Magia instantánea.

—Gracias —contestó Elliot antes de alejarse del kiosco.

—Cuando quieras comprar algo más, ya sabes dónde estoy —gritó Iudicium, pero Elliot estaba absorto por completo en su contemplación de la perla entre sus manos.

De alguna manera, la gema le recordaba a la pequeña perla de oro que se había encontrado dentro de la cripta del laberinto de las hormigas, sólo que esta era azul y no dorada como aquella, como si estuviera hecha de zafiro o de alguna otra piedra preciosa azul.

«Quizás aquella también era mágica», pensó con pena al darse cuenta del error que había cometido si sus sospechas llegaban a ser ciertas.

Perdido como estaba en sus pensamientos, no se dio cuenta por donde caminaba y terminó por toparse con un callejón sin salida que daba directamente a un acantilado. Por un momento el vértigo lo hizo alejarse del borde al que se había acercado peligrosamente en su divagar, pero un repentino destello morado y ondulante captó su atención cuando sus ojos observaban el panorama frente a él.

Unos segundos después, el destello se repitió y Elliot tomó la decisión de volver a acercarse al precipicio, con cautela, pero con la intención de asomar un pie fuera del acantilado. Caminó muy lentamente. Cuando estuvo frente al borde, tomó aire profundamente y avanzó su pie hacia el vacío, pero cuando la punta de su zapato llegó a la separación entre la tierra y el precipicio, este no pudo avanzar más allá, como si una fuerza o una lona invisible se lo impidiera. Por más que Elliot empujaba, la resistencia no cedía, y al ver aquello, decidió hacer algo más arriesgado. Con mucho cuidado acercó sus manos hasta el borde; cuando estas alcanzaron la barrera invisible, esta brilló tenuemente como los ojos de Iudicium. Elliot levantó el rostro y vio como toda la barrera se encendía y se extendía sobre todo el lugar, hasta donde alcanzaban a ver sus ojos.

«Estoy en... una caja...»

"Bienvenido a la feria de las ilusiones" recordó que le había dicho el espíritu cuando la prueba había comenzado y algo hizo clic en su cabeza.

De pronto, unas pisadas a sus espaldas capturaron su atención.

—Si consigues mostrarme algo impresionante, puedo darte unas cuantas monedas...

Cuando Elliot se giró para ver a quién le hablaba, su corazón casi no se le sale por la boca al tropezarse con los ojos morados de una anciana que él todavía recordaba muy bien.

—U... ¡usted! —exclamó

Ella le sonrió con malicia.

─ ∞ ─

—¿Qué hace usted acá? —preguntó Elliot.

Era la misma carpa que había desaparecido misteriosamente en Almería. El interior seguía igual a como lo recordaba, con las velas y los inciensos encendidos, y las telas coloridas colgando del techo junto con los móviles que repiqueteaban melódicamente en un movimiento sutil y ligero. Al fondo de la tienda había una gran cortina de cuentas de todos los colores que no dejaba de moverse de manera inquietante, como si la moviera la respiración lenta de una bestia que dormitaba al otro lado.

—Acá... allá... No veo mucha diferencia —contestó la anciana mientras encendía una pipa larga y extraña y le daba una larga calada para luego soltar una espesa nube de humo azul entre sus labios y su nariz.

—¡No, no, no! —reclamó Elliot—. ¡No quiera estarme confundiendo con sus palabras enredadas y con sus frases sin sentido! Suficiente ya tengo con todo lo que siempre está pasándome ahora.

La anciana no se inmutó ante la angustia en sus palabras. Tan sólo lo vio directo a los ojos sin contestar.

—¡¿Qué?! —preguntó Elliot—. ¿Por qué me mira de esa manera?

—Eres extraño...

—Ja, yo no diría que soy el más extraño dentro de esta tienda —se mofó él algo ofuscado, aun sin sentirse realmente ofendido por las palabras de la gitana.

—En más de un sentido, te pareces mucho a Paerbeatus —dijo ella—, y no me refiero a la apariencia, no seas necio —añadió al ver que Elliot se miraba en un pequeño espejo redondo que colgaba del techo de la carpa—. Estoy hablando de lo que realmente importa, muchacho. Tú y Paerbeatus comparten lo que llevan aquí dentro...

Se acercó y le dio unos golpecitos en el pecho, justo sobre el corazón.

—Los dos son unos imprudentes...

Al inicio Elliot bufó, pero luego comenzó a recordar todas las veces que las cosas se le habían salido de control; todas las ocasiones en las que había estado a punto de morir desde que había comenzado a reunir las cartas.

—Quizás tenga razón —contestó—. Pero, aun así... ha valido la pena.

Ella se rio con ganas mientras tomaba un mazo de cartas con sus manos huesudas y comenzaba a barajarlas con una maestría y una fluidez de la que Elliot no creyó capaz a sus dedos.

—Hay que ver que la juventud de ahora no es solo ingenua, sino estúpida también. Eh, vamos, toma tres cartas y ponlas sobre la mesa, necio...

La anciana tenía una mirada sombría y antipática mientras formaba un abanico con las cartas encima de una mesa baja. Elliot caminó a regañadientes e hizo lo que le pidió.

—Veamos qué nos dicen las cartas sobre tu futuro, Elliot Arcana.

—¿Cómo sabe usted mi nombre? Ahora que lo pienso, yo aún no sé el suyo.

—La primera pregunta es estúpida, y sí, tu afirmación es correcta. Ni que importara de todos modos —contestó la anciana mientras tomaba la primera carta y la volteaba.

Sus pulseras tintineaban con cada movimiento de sus manos; de su boca seguía saliendo humo azul.

—El Loco por supuesto, no podía ser de otra forma. ¿Cómo está él por cierto? Ay, mi querido Paerbeatus...

—No creo que pueda decir que la extraña.

—¡Ala! No me sorprende. Seguirá malagradecido como siempre. Ah, mira, El Carro... —dijo con cara de fastidio—. Será que no eres tan especial, muchacho, porque tus cartas están siendo de lo más predecibles. Te apuesto todas las monedas que llevas encima por quinientas de las mías a que tu última carta será La Estrella...

Él la miró con suspicacia mientras ella le tendía una mano huesuda. Aun recordaba lo que había pasado la última vez que había entrado en contacto con su piel, pero aunque sintió miedo de volver a sentir aquel tirón en las tripas, igual terminó por estrechársela.

—Hecho...

Ella sonrió con malicia.

—Veamos pues, quien de los dos tendrá la razón, si la necedad... o la experiencia...

La anciana tomó la última carta y la volteó.

—La Estrella.

Elliot gruñó enfurecido.

—¡¿Pero.. cómo?! ¡Usted ya lo sabía!

Ella, sin embargo, parecía a la vez enfadada y extrañada por algo.

—¡Shh, silencio, necio! —dijo ofuscada por el arrebato de Elliot—. ¡Si haces una apuesta tienes que estar listo para perder, incluso si lo has puesto todo en ello! Ahora calla que necesito pensar...

La gitana veía el dibujo de la lámina con la mano sobre sus labios. Con impaciencia, reunió todo el mazo, sin unirlo con las cartas que Elliot había sacado, y luego lo volteó para examinar la carta que había quedado en el fondo.

—Ah, era eso. La Muerte —dijo—. Interesante.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Elliot nervioso mientras los ojos morados de la anciana se clavaban en su rostro.

Por un momento los dos se vieron sin pestañear, ambos estudiando sus semblantes, ambos serios, hasta que al final la mujer rompió el silencio.

—Significa que has perdido la apuesta y que me he ganado todo lo que llevas encima —dijo con soberbia.

—¡Me refiero a las cartas! —le refutó Elliot mientras la seguía para no dejar que le ocultara la mirada—. ¡¿Qué significa la carta de La Muerte al final del mazo?!

—¿Es que acaso no te das valor, eh? ¿Acaso no te importa el dinero? ¡Ah, cuánta inmadurez, por el Cristo Venidero! —la anciana suspiró—. La carta está equivocada. Pronostica algo de lo que tú nunca serías capaz, muchacho. La posibilidad de convertir algo imposible en posible —dijo mientras daba pasos hacia él y lo apuntaba de manera amenazadora con su pipa extraña—. ¿Acaso eres capaz, Elliot Arcana? ¿Serías realmente capaz de sorprenderme? ¿De mostrarme algo increíble? Porque yo sinceramente no lo creo.

—Usted no me conoce —rugió Elliot con rabia, pero la mujer sólo se burló de él.

—Por supuesto que te conozco, Elliot —le escupió ella a la cara—. No eres más que un niño privilegiado tonto y necio, arrogante, soberbio y orgulloso; un mocoso que se quiere sentir especial cuando únicamente ha corrido con suerte y por eso la vida no te ha devorado todavía. No eres más que un mequetrefe insufrible con ínfulas de grandeza que jamás concluirá su destino, sin nada realmente especial de lo que presumir. Elliot Arcana, ¡siempre tan predecible, siempre tan confiable...! tan sencillo, tan simple, tan básico.

—¡Eso es mentira! —gritó él.

—¡Demuéstramelo, entonces, chaval! ¡Muéstrame que me equivoco! ¿Quieres recuperar todo lo que te acabo de quitar en una mala tirada de tus cartas? ¡Pues venga, gánatelo de vuelta! ¡Muéstrame algo que de verdad valga la pena ver de ti! ¡Sorpréndeme!

Y aunque la reacción más natural en Elliot era querer salir corriendo y huir y más nunca tener que volver a ver aquella anciana, su amor propio no le permitió mover ni un sólo músculo de su cuerpo. Sus ojos estaban fijos en la profundidad amatista de los ojos de la gitana; trabajaba a sobremarcha tratando de encontrar algo que pudiera hacer para sorprenderla. Primero pensó que si tuviera las cartas de los espíritus con él, le podría mostrar cuantos ya había logrado reunir por su cuenta, pero luego de analizar aquello se dio cuenta de que eso no serviría para nada y terminaría por ratificar las dolorosas palabras que seguían lacerándole la mente. Después de todo, él no habría logrado conseguir las cartas de no haber sido por Paerbeatus, y, aun así, en varias ocasiones había recibido ayuda de una u otra manera. Incluso Roy lo había salvado de morir comido por un monstruo mientras recuperaba la carta de Domus Dei.

—Estoy esperando por ti, Elliot Arcana. ¿O es que apenas ahora es que estás dándote cuenta de lo inútil e insignificante que eres?

—¡Estoy pensando! —respondió él de mala gana.

—Piensa todo lo que quieras, muchacho, el resultado será el mismo hoy, mañana e incluso dentro de treinta años. Un manzano siempre será un manzano aunque sueñe con convertirse en sauce.

Elliot escuchó aquello y las palabras lo afectaron.

«Quizá tenga razón», pensó desesperado al ver que no lograba dar con nada que fuera único de él y que nadie más tuviera. Después de todo Pierre era tan inteligente como él e incluso sobresalía a la hora de hacer deportes. Colombus tenía una facilidad tremenda para hacer amigos y entablar relaciones, aparte de ser una persona muy carismática, mismas cualidades que compartía con Madeleine, quien también era honesta y valiente y nunca sentía miedo de defender su punto de vista sin importar quien le llevara la contraria, pero... qué era lo que lo diferenciaba a Elliot de los demás. ¿Objetividad? ¿Talento? ¿Perspectiva?

«Me tienes a mí...» dijo la voz en su cabeza. Esta vez Elliot la sintió tan cercana que no le pareció estar hablando consigo mismo.

—¿Te tengo a ti?

—No, necio, que no —dijo la gitana—, que lo tienes que hacer por tu cuenta, joder...

«Sí, sólo tienes que decir mi nombre, Elliot...», le contestó la voz en su interior. «¡Di mi nombre...!» y entonces, algo se iluminó en su mente.

—La barrera del acantilado —volvió a decir Elliot para sí mismo, aun lo suficientemente alto como para que la gitana pudiera escucharlo.

—Ay, ¿no me digas que eres tan delicadito que ahora estás pensando en suicidarte por lo que te dije? Porque si es así, no creas que yo te voy a convencer de lo contrario, niño. Puedes hacer con tu vida lo que te venga en gana, a mí me da igual.

—¡No, eso no es a lo que me refiero! —negó Elliot viéndola a los ojos con el triunfo recién pintándosele en la cara—. ¡Si en el acantilado del parque hay una barrera y esta cubre toda la zona de la feria, eso es obra de la magia de Iudicium, lo que quiere decir que estoy atrapado en su prueba y por ende, estoy dentro del Arca! Y si esto es una sección del Arca, eso significa que no estoy solo... que lo tengo... a él...

La anciana se quedó observando a Elliot silenciosa, con mucha atención.

—La prueba de Astra, la pelea con Noah y Adfigi Cruci y... ¡ahora la prueba de Iudicium...!

«Di mi nombre, Elliot... di mi nombre» escuchó que le decía la voz. Elliot sintió cómo todo su cuerpo se erizaba por la anticipación.

—KR...

...comenzó a pronunciar, sintiendo una vez más el campanazo de su cuerpo vibrante y eufórico.

—¡KRYSTOS!

La pequeña Quimera se materializó del corazón de su palma abierta en medio de un resplandor dorado, a la vez que su pequeño cuerpo emplumado se sacudía.

—¡Hasta que por fin te acuerdas de mí! —le reclamó a Elliot mientras se acomodaba los lentes y se volteaba a verlo con sus relucientes ojos dorados, tan cálidos como su pelaje—. ¡No le voy a dar la razón a la vieja, Elliot, pero no puedes negar que a veces eres un poco lento!

En su rostro había una sonrisa orgullosa y confiada.

—¡Ja, una Quimera! —dijo la anciana impresionada—. Una... de... ojos dorados...

—¡Krystos, señora, me llamo Krystos! ¡Y será mejor que cierre la boca rápido, no vaya a ser que se trague una mosca! —soltó el animal con una insolencia cariñosa mientras se acomodaba el plumaje del cuerpo.

—Increíble —murmuró la anciana mientras se acercaba a Krystos para verlo más de cerca—. Verdaderamente increíble, muchacho... ¡¿cómo has...?! No, no importa. No puedo juzgar de mentira algo que acabo de presenciar con mis propios ojos. Tal parece que te has ganado mi respeto...

—¡Y la EXP que nos quitó, señora, que no se le olvide! —advirtió Krystos tratando de verse imponente a pesar de su diminuta estatura.

La mujer se rio y sus ojos morados brillaron.

—No lo olvidaré, pequeño —dijo.

—¿Pequeño? —repitió la Quimera indignada—. Para su información, anciana, soy mucho más grande que los otros de mi edad.

Rápidamente se trepó por el brazo de Elliot hasta colocarse erguido sobre su hombro. La mujer sonrió y metió la mano entre sus senos para sacar de su ropa interior las mismas monedas brillantes que le había ganado a Elliot.

—Toma, tus doscientas monedas, tal como lo prometí. La palabra es sagrada, muchacho —dijo tomando una de las manos de Elliot y dejando las monedas allí.

Pero justo cuando Elliot se disponía a agradecerle, una violenta ráfaga de bruma oscura estalló detrás de la cortina de la carpa lanzando a Elliot y a la gitana al suelo.

—HoLAa... HhO... LllA —gritaba la criatura amorfa que Elliot había visto en el callejón por el que Roy había desaparecido—. HOooOo... laa...

Elliot buscó con la mirada a la anciana y se sorprendió de ver que esta ya estaba de pie, viéndolo sin inmutarse.

«¡Ayuda!» suplicó él silenciosamente con su mirada, pero la anciana sólo le sonrió y negó con la cabeza, como si hubiera podido escuchar su suplica mental.

—Lidiar con todo esto es tu problema, muchacho, no el mío —dijo mientras su cuerpo comenzaba a desaparecer—. Ya tu rueda hace tiempo que comenzó a girar...

Sus dos ojos fueron desapareciendo como gotas de amatista derretida flotando en el aire.

—¡Elliot, ¿qué haces?! ¡El bicho este nos va a comer a los dos si no te mueves! —Krystos lo apremió tirándole de una oreja.

Cuando se giró, Elliot se encontró de frente con los escalofriantes ojos naranja de la bestia que ya tenía las fauces abiertas y se abalanzaba pesadamente sobre él. Si Krystos no le hubiera alertado, lo más seguro es que la criatura le hubiera arrancado las piernas de un solo mordisco. De inmediato se alejó mientras lanzaba todo lo que se le atravesaba en el camino, hasta que, de un manotón, la bestia derribó todas las velas que estaban cerca de él y las llamas comenzaron a incendiar las telas a su alrededor. El fuego se esparció rápidamente por toda la carpa. Elliot se sintió súbitamente en el infierno.

—HOOooOoLAaaa —gritaba la cosa.

Ya Elliot no tenía donde huir. Justo cuando la criatura estaba por tragárselo entero, una chica apareció de entre las llamas.

—¡Detente! —le ordenó a la criatura mientras su voz retumbaba como un eco y sus ojos refulgían rojos, como si estuvieran en casa.

La bestia se quedó inmovilizada de inmediato. Era como si su cuerpo hubiera sido amarrado por cadenas invisibles. Ahí se quedó con la boca abierta a medio camino de comerse a Elliot.

—Lila —jadeó el chico.

—Tal parece que sin mí a tu lado estás destinado a morir trágicamente —dijo ella mientras le tendía una mano para ayudarlo a levantarse—. Ven, sígueme, vayamos a un lugar seguro.

─ ∞ ─

—¡¿Qué pasa contigo que a donde sea que llegas siempre armas un alboroto?! —exclamó Lila mientras corrían tomados de la mano escapando de la tienda.

El incendio la abarcaba hasta sus cimientos. El rojo brillante iluminaba el cielo, pero las personas que estaban en la feria no parecían darse cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor; simplemente seguían disfrutando de las atracciones como si nada. Incluso a pesar de los chillidos de la bestia que salían de entre las llamas.

—Lo mismo comienzo a preguntarme yo —intervino Krystos con premura—. Aunque no creo que andar corriendo por allí de la mano de una demonio vaya a ayudar mucho a que las cosas mejoren.

—No te ofusques, pollito, recuerda, soy una amiga —contestó Lila con coquetería.

Po... lli... ¡JUM! ¡¿A quién crees tú que le estás diciendo pollito, niña?!

Lila sonrió mientras Krystos seguía protestando.

—Elliot, defiéndeme, ¡dile algo! —reclamó Krystos a su dueño mientras le pellizcaba una oreja.

—¡Auch, no hagas eso! —dijo Elliot—. Estoy tratando de guardar las monedas antes de que todas desaparezcan —añadió mientras le mostraba las fichas doradas que llevaba en la mano libre.

—Ven, deja que yo te ayude con eso —intervino Lila.

De inmediato se detuvo y metió su mano en el bolsillo del pantalón de Elliot sin previo aviso.

—Li... ¡Lila! —exclamó Elliot ofuscado y con la sangre enrojeciéndole el cuello y las orejas.

—Y allí van las hormonas otra vez —bufó Krystos indignado—. ¡No seas necio y contrólate Elliot, recuerda que puedo leerte la mente!

—Yo también puedo hacerlo, y a mí si no me molesta lo que veo —dijo Lila mientras le guiñaba un ojo y le daba un beso lento en el cachete.

Los labios de Lila se aproximaron peligrosamente a los suyos, haciendo que su pulso se acelerara aún más

—Me encanta cuando te pones nervioso y no sabes que decir —añadió.

Lila sonreía mientras se mordía el labio inferior, enrojeciéndose por la presión de sus dientes blancos y alineados.

—Ven, mételas aquí...

Abrió la pequeña bolsita que Iudicium le había dado a Elliot, pero él estaba tan distraído que no se había dado cuenta de lo que estaba pasando.

—¿Qué... cosa? —preguntó desorientado al ser tomado por sorpresa.

Lila se veía radiante a pesar de sus ojos rojos como la sangre. Iba vestida únicamente con un short muy corto y un amplio suéter que le cubría la parte de arriba del cuerpo, mientras que su cabello estaba perfectamente recogido en una cola de caballo.

—Las monedas, tonto —le reprendió Krystos dándole un golpecito a Elliot en la parte de atrás de la cabeza con una de sus patas—. ¡Las monedas! Deja de pensar estupideces.

Elliot protestó mientras Lila se reía con una risa tan angelical que habría podido cautivar a cualquiera que la escuchara en aquel momento. Cuando ya Elliot se había guardado la bolsita con las monedas en el bolsillo, Lila se abalanzó sobre él y lo envolvió con sus brazos en un fuerte y apretado abrazo.

—No sabes las ganas que tenía de verte, Elliot... me has hecho muchísima falta.

—Yo... Lila... ehm...

—¡Ay, por el amor a todo lo divino! ¿Es en serio, mocoso? —exclamó Krystos frustrado—. ¡No ves que ella lo único que quiere es hacerte perder el tiempo como siempre!

—Hasta donde yo recuerdo, pollo amargado, la última vez que Elliot y yo nos vimos le dije dónde encontrar dos de las cartas del tarot, así que no veo cómo eso pueda ser hacerle perder el tiempo.

Lila se fue separando de Elliot sin soltarlo del todo.

—Ni yo soy un ave ni tú eres buena, a mí no me engañas —contestó Krystos—. Eres una demonio y quisiste matar a su mejor amigo una vez, eso también lo recuerdo...

«Pero... ella no es mala...» pensó Elliot, casi como un recuerdo de las mismas palabras que ya antes le había dicho a su Quimera.

—Elliot —dijo Krystos con voz de preocupación—. Hablemos a solas, por favor... te lo suplico.

Lila miró a la Quimera con ojos de fastidio letales, casi asesinos.

—Como sea, Elliot... esperaré por allá —dijo, adelantándose a cualquier respuesta de la criatura—. Eso sí, después no me culpes cuando nos alcance el engendro ése...

—Lila, antes de que te vayas —dijo Elliot—. Por favor, no me... leas la mente.

Lila suspiró con tristeza fingida.

—Ya te había dicho que podías confiar en mí, así que... trato hecho.

Ya una vez a solas con Krystos, Elliot caminó hacia un costado, acomodándose bajo la sombra de uno de los puestos de comida rápida del lugar. Lila hacía lo mismo a unos metros de distancia.

—¿Qué sucede, Krystos? ¡Ya viste que Lila me salvó la vida una vez más! —exclamó Elliot—. ¿Por qué sigues desconfiando de ella?

—¡No es eso, tonto! —respondió Krystos—. Es que todo esto es muy sospechoso. No olvides que estamos en la prueba de Iudicium, y sí, quizás ya descubriste que estamos en el Arca, pero... de igual modo, ¿de dónde sale toda esta gente? ¿Cómo hizo el espíritu para traerlas acá?

—No lo sé —contestó Elliot—. ¿Algún tipo de hechizo? No sería la primera vez. Recuerda que Adfigi Cruci nos llevó una vez junto a Noah a otro lugar...

—Vamos, no me digas que en serio crees que todo esto es real...

Elliot hizo un gesto de sorpresa con su mirada y Krystos notó que así era.

—¡Ja! ¡Qué iluso eres! Todo esto es una feria de ILUSIONES y tú te las tragaste todas...

—¿Quieres decir... qué nada de esto está pasando en realidad?

—¡Qué sé yo! Quizás no nada, pero tampoco todo...

—No te entiendo —contestó Elliot más confundido, y un tanto nervioso de que la conversación se tardara mucho más—. Sea como sea, no deberíamos quedarnos más tiempo aquí. De igual modo tenemos que reunir los 1500 EXP, así que no nos queda más que seguir con esto hasta el final.

—¡Sólo digo que mantengas los ojos muy abiertos, Elliot! Por más real que se sienta todo, aquí hay gato encerrado. Ya que tú no quieres pensarlo, me toca a mí hacer el trabajo.

Y dicho esto, Krystos se trepó por el cuello de Elliot para resguardarse bajo su suéter. El calor reconfortante de su Quimera arropándole la piel mientras se acomodaba entre su ropa era una sensación bastante cálida y agradable. Elliot caminó de vuelta hasta donde se encontraba Lila.

—¿Listo?

—Sí, ya hablamos. Krystos va a quedarse guardado por un rato...

—Bueno, ahora que ya estamos los niños grandes solos, ven conmigo, déjame mostrarte algo.

Una vez más, Lila lo tomó de la mano y lo arrastró entre la multitud de la feria. Su voz dulce, sus mejillas sonrosadas y sus ojos increíblemente tiernos a pesar de su color intenso y sangriento lo desarmaron de un solo golpe. Ambos corrieron tomados de la mano por un trecho bastante largo y alejado del incendio que la criatura había provocado en la carpa de la gitana. Elliot cruzó los dedos para que ese hubiera sido el fin de aquella cosa.

«Ja... aparte de tonto, ¡iluso!» escuchó que le decía Krystos desde su escondite al leer ese pensamiento en su mente.

—Aquí es Elliot, ya llegamos —dijo Lila.

Señaló con grandilocuencia el kiosco que había frente a ellos, de un deslucido color cereza desconchado por los años, y unas escandalosas luces rojas y parpadeantes.

«Lil' Monster's 'Kiss Me Baby One More Time'» leyó Elliot con incredulidad.

—Eso quiere decir que...

—Exacto. Si me das un beso y ganas, puedes conseguir unas cuantas monedas. ¿No te parece la prueba más divertida que hayas podido escuchar? —dijo ella seductora.

—¿Cuál es la trampa, niña? Escúpelo ya —le soltó Krystos con perspicacia, asomándose por el cuello del suéter de Elliot.

—Krystos tiene razón, Lila... ¿cuál es el truco? —preguntó Elliot algo aturdido.

En el fondo, aunque no quisiera admitírselo, estaba muy impaciente ante la posibilidad de poder besar a Lila otra vez.

—No hay ninguno, Elliot —le dijo ella risueña.

—Pero... dijiste que si te besaba y ganaba... ¿es que acaso tengo que competir contra alguien más?

—Bueno... sí —contestó ella casi con dulzura—. Si no, no sería una competencia justa, ¿no crees?

—¿Y contra quién se supone que debo competir entonces?

—Menos mal que lo preguntas —contestó ella antes de abrir una carpa al otro lado de la calle frente al puesto—. Ya pueden salir, chicos.

Del interior de la carpa fueron saliendo uno a uno los competidores. Primero Noah, luego Levy y, por último, el competidor que hizo que a Elliot le temblaran las piernas y casi cayera al suelo de la impresión...

—Ma... ¡Mady! —jadeó confundido mientras su amiga posaba sus ojos verdes en él y lo saludaba con naturalidad.

—¡Hola, Elliot! —dijo como si nada mientras se acercaba hasta él y le daba dos besos, uno en cada mejilla.

—Pff... algo me dice que esta competencia no será realmente una competencia para mí —se mofó Noah al ver la cara de tonto que se le quedaba a Elliot mientras Madeleine se alejaba para ocupar su puesto frente al están de los besos junto a él y a Levy—. No te ofendas, Levy, pero no creo que sepas dar un beso mejor que yo...

—Jamás podría pensar eso, señor Noah —le contestó Levy mientras las mejillas se le ruborizaban al ver a Noah—. Usted de seguro es el mejor. ¡Lo siento, Elliot! No es que tú no beses bien, es sólo que...

—Ya, ya chicos. No se peleen por eso —intervino Lila—. Ése es mi trabajo, no el suyo. Yo seré la que juzgue quien de ustedes es el o la mejor besadora de todo el instituto vanguardista de las artes y bla bla bla saint claire para jóvenes artistas. Ahora, ¿les pareces si comenzamos? Primero, presten atención y no me hagan repetir: habrá tres rondas. Cada uno me besará y el peor tendrá que irse, claro... así haré por turnos y por ronda, hasta que quede un ganador. ¿Me escucharon?

Todos asintieron en silencio.

—Bueno, entonces ¿qué esperan? Hagan la fila, ¡la fila! —gritó Lila mientras se movía para ocupar su lugar detrás del puesto de los besos.

—¿Estás seguro de esto, Elliot? —preguntó Krystos mientras se colocaban en la línea, justo detrás de Levy.

—No... pero igual no tenemos otra opción —dijo el chico.

—Sí, claro, puedo sentir lo molesto que estás —contestó la Quimera con sarcasmo.

Rápidamente se coló en su escondite para no ser testigo del juego de Lila.

—Primera concursante, ven acá —anunció la demonio mientras aplaudía con vigor.

Lila tomó a Mady por las mejillas y acercó sus labios a los de la chica para besarla sin despegar sus ojos de los de Elliot. Él la veía mover sus labios con vigor sobre los de Madeleine mientras su amiga parecía estar disfrutando muchísimo de aquel beso húmedo.

—Ehm... bueno —dijo al separar sus labios de los de Mady—. Supongo que... no estuvo tan mal. Creo.

De inmediato llamó al siguiente en la fila: Noah. Esta vez fue él quien tomó la iniciativa del beso, tomando a Lila por la nuca para besarla con desenfreno y locura. Ella, al sentir el ímpetu, sólo se dejó hacer. Al final, cuando Noah separó sus labios de los suyos con una mirada agresiva y dominante, Lila solo suspiró encantada.

—Vaya, vaya —dijo riendo con picardía—. No te vayas muy lejos, porque definitivamente voy a querer doble tanda de esos labios...

Noah se acomodó el saco con soberbia.

—Esta competencia ya es mía, Elliot, así que si quieres evitar hacer el ridículo, siempre puedes retirarte mientras aun tienes tu dignidad intacta. De igual modo ya no me faltan muchos EXP para comprar la carta...

—Si mal no recuerdo, fuiste tú quien la última vez salió lastimado, Noah. Eso sin contar que también te quedaste sin una carta, así que dudo mucho que esta vez las cosas sean diferentes...

—¡Agh! Maldito mocoso —le escupió Noah.

Si no hubiera sido por la intervención de Lila, Elliot estaba seguro de que habría intentado golpearlo.

—Eh, nada de peleas. El primero que golpee a otro de los competidores quedará automáticamente descalificado. Aquí vinimos a luchar con nuestros labios, no con los puños. ¿Estoy siendo clara? —al ver que nadie decía nada asintió complacida—. Perfecto, entonces continuemos. Ven, ven aquí, ven...

Al ver cómo Lila lo llamaba con las manos, Levy se acercó a ella. Lentamente la tomó con delicadeza por el cuello y desde allí comenzó a besarla, subiendo poco a poco hasta llegar a sus labios, donde se concentró por un buen par de minutos moviendo rítmicamente su cabeza de un lado al otro, abriendo la boca y permitiendo que sus lenguas se entrelazaran y se exploraran mutuamente hasta el último rincón.

—Oh, vaya... este ha sido un beso tierno, sin lugar a dudas. Bonito, sí... bonito. Ahora vienes tú, Elliot... acércate, ven... por favor...

Él caminó tímidamente hasta ella. El haber visto cómo Mady, Noah y Levy se besaban con Lila le hizo dudar sobre si estaría a la altura de lo que ella buscaba.

—¿Estás... listo? —preguntó Lila sonriéndole.

Elliot asintió por toda respuesta.

—Entonces... bésame, Elliot... bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez...

Elliot vio como ella se mordía el labio inferior a la vez con ternura y lujuria. Era raro. Sólo con él lo había hecho de esa forma. Eso fue todo lo que necesitó para dispararse con ganas hacia ella y atraparla en un encuentro cálido y húmedo.

Al inicio el beso fue muy lento, casi un roce sutil entre sus labios, pero poco a poco ambos fueron abriendo lentamente sus bocas, acariciándose apenas de roce, prolongando dolorosamente el encuentro entre sus lenguas que parecían estarse anhelando desde hacía mucho tiempo, porque, cuando por fin se encontraron, la danza que llevaron a cabo sólo la habrían podido realizar dos bailarines expertos que llevaban mucho tiempo practicando la misma presentación. En un momento, Elliot pudo sentir cómo un jadeo de Lila le inundó la boca y le enloquecía el cuerpo, rogándole por abrazarla y tenerla más cerca de él, pero cuando estuvo a punto de llevar sus manos hacia sus caderas, ella se separó y rompió el hechizo en el que se encontraba.

Oh là là... eso sí que fue un beso francés —dijo ella en un gruñido bajo que hizo que a Elliot le doliera la entrepierna de lo apretada que la sentía entre sus pantalones.

—Te... ¿te gustó? —preguntó él con timidez.

Lila sonrió un poco contrariada.

—Por... supuesto, cachorrito. Pero ahora tengo que compararte con los demás...

Eso a Elliot pareció angustiarlo y herirlo de alguna manera. Ella lo notó de inmediato, porque no había pasado un segundo después cuando ya se había arrimado por encima de su puesto para darle un fuerte abrazo a Elliot.

—Arriba esos ánimos, tigre —le dijo dándole un besito de esquimal...

Elliot sonrió, y se separó de ella un poco menos inseguro. Ella le devolvió una mirada atenta mientras lo veía unirse al resto de los competidores. Tras pensarlo por un par de minutos, anunció los ganadores de la primera ronda: Noah, Levy y Elliot. Madeleine quedó por fuera, no sin antes llevarse otro beso de Lila, aún más intenso, quien insistía en comprobar su veredicto para no ser injusta con ella.

—No, definitivamente, no es lo mío, pero igual gracias por participar —dijo al final despidiéndola.

En la segunda ronda el descalificado fue Levy, dejando para la ronda final solamente a Elliot y Noah. El multimillonario estaba demasiado confiado; en su desenfreno le mordió el labio con mucha fuerza a Lila y ésta se molestó, por lo que cuando le tocó besarse con Elliot, él la volvió a besar igual que las dos veces anteriores, pero cada vez aún más calmado y en control, confiado, seguro, buscando arropar el calor de Lila por completo sin hacerle daño y procurando que ella se la pasara increíble.

—El ganador eres tú, cachorro... Nadie nunca ha sabido besarme como tú lo haces —dijo ella abrazándolo y poniéndole una coronita rosa de juguete—. Sigue así. Las chicas te lo agradecerán...

Noah estaba hecho una furia. Cuando se fue del lugar, iba soltando improperios por la boca y llevándose a la gente por delante. Incluso le tumbó una bebida a una chica y empujó a otro hombre haciendo que este cayera de espaldas al suelo. Madeleine por su parte, corrió hasta Elliot y se lanzó sobre él abrazándolo, sin importarle que su cuerpo y el de Elliot quedaran muy apretados.

—¡Felicitaciones! —le dijo mientras el rubor le pintaba las mejillas.

Sin que Elliot se lo esperara, su amiga lo besó en los labios con verdadero deseo por un par de segundos. Cuando se separaron, Elliot tenía los ojos abiertos como platos.

—¡Ay, discúlpame, Elliot! ¡Tenía que comprobar por mí misma si en verdad eras el mejor besador! Y... c-creo que tienes ¡m-más que merecido el titulo!

Pero Madeleine no había dado ni dos pasos atrás cuando Elliot sintió que unas manos varoniles lo tomaban por la parte de atrás del cuello y esta vez otros labios se apretaban contra los suyos en otro beso acalorado y frenético, con piquiña de barba incluida, que Elliot no pudo más que corresponder.

—¡Yo ya lo sabía, pero igual no podía ser el único que no te besara esta noche! —exclamó Levy con pasión.

Cuando lo soltó, le dio unas palmaditas suaves en el rostro a Elliot para luego tomar la mano de Madeleine y besarla a ella con pasión también, mientras ambos se iban caminando en dirección a la feria.

—Felicidades, tigre —alguien dijo tras el mostrador de los besos.

Pero cuando Elliot se giró para ver de quien se trataba, ahí ya no había nadie. Tan sólo había una solitaria moneda de 100 EXP reposando sobre la madera roja y marchita, y al recogerla, la sensación de que estaba olvidándose de algo lo volvió a invadir.

─ ∞ ─

—¿Ya puedo bajar los brazos? —le preguntó Elliot a su Quimera.

Krystos lo veía con fijeza y el ceño fruncido.

—Aguanta —contestó la criatura.

Estaba sujetando su mentón con una de sus patas.

—Definitivamente, lo raro está en ti, pero no logro dar con el qué —dijo.

Subió por el brazo hasta posarse en el hombro de Elliot para revisarle las orejas con mucha atención.

—Estoy seguro de que tiene que ver con algo que te pasó en la última prueba. A ver, ¿qué fue lo que estuviste haciendo?

Elliot lo pensó por un momento con atención y después se rascó la cabeza, confundido.

—Ahora que me lo preguntas... no... lo recuerdo.

Krystos se acomodó las gafas con su usual cara de amargado.

—¿Ves? ¡Aquí está pasando algo extraño! Lo siento en los bigotes —sentenció—. ¿Cuántos puntos tenemos ya?

—Trescientos contando los últimos cien que conseguimos —respondió Elliot contando las monedas dentro de su bolsa.

—Entonces todavía nos faltan muchos puntos para comprar la carta. Tenemos que apurarnos, pero algo me dice que a partir de ahora las cosas se van a complicar, Elliot, así que tenemos que tener cuidado. ¿Estás seguro de que te sientes bien?

—Igual de bien que la última vez que me preguntaste lo mismo hace quince minutos, Krystos —contestó Elliot estrujando al animalito con cariño mientras éste protestaba e intentaba morderle un dedo.

—¡Quieto allí, Elliot Augustus! —alguien familiar lo llamó de pronto con mucho afecto.

Sin saber por qué, Elliot sintió cómo el pecho se le apretaba y cómo las lágrimas se le agolpaban en los ojos de súbito. En su mente, la imagen de un piloto de carreras se materializó de manera fugaz. Cuando Elliot se encontró de frente con la mujer que caminaba en su dirección, sintió por un momento que el corazón se le rompía.

—¡Tía Gemma! —exclamó feliz.

—¡Cariño, te estaba buscando! —dijo ella dándole un beso en la frente—. ¿Qué te parece si tenemos un día de feria solos tú y yo? Tu amiguito también puede venir con nosotros si quieres —dijo acariciando la papada de Krystos con uno de sus dedos.

—¿A ella si no la muerdes, no? —le reclamó Elliot.

—Es una dama y es tu tía, no podría hacerle eso nunca. Aparte, nos está invitando a pasear, ¡y apenas la estoy conociendo! Sería muy grosero de mi parte morderla sin más. En cambio, tú te lo estás buscando desde hace rato.

—Supongo que eso es un sí —exclamó Gemma entusiasmada—. ¡Pero antes hay que comprar golosinas!

Mientras caminaba hasta el kiosco de los dulces, su cabello, un poco más largo que el... el de... «¿el... piloto?» se... se mecía a sus espaldas. Elliot estaba muy confundido. Instintivamente, abrió la bolsita de monedas y tomó una entre sus dedos, y palpó toda su forma, su relieve, el 100 EXP que tenían por uno de sus lados, mientras que por el otro estaba la silueta sencilla de una trompeta. Elliot no podía dejar de intentar recordar a alguien ante la presencia de su tía, pero por más que se esforzaba en descifrar de quién se trataba, el recuerdo se escurría inevitablemente entre los surcos de su memoria, imposibilitándole la tarea.

La tía Gemma compró dos nubes enormes y rosadas de algodón de azúcar, dos refrescos extra grandes, y una bolsa enorme de cotufas caramelizadas.

—Con todo esto nos vamos a poner como Sancho, tía —dijo Elliot.

—Sancho está a dieta, así que no puedo comer dulces en la casa sin que se ponga a llorar. ¡Por eso tengo que aprovechar ahorita mientras pueda!

—¿Sancho es el cerdo, no? —preguntó Krystos intrigado.

Elliot asintió mientras Krystos sorbía de la pajilla del refresco con atrevimiento. Cuando Elliot se dio cuenta, quiso apartarlo, pero al final vio cómo su Quimera meneaba la colita y prefirió compartir su bebida con él.

—¡Mira, Elliot! La Noria está vacía. ¿Qué te parece si damos una vuelta? —comentó la Tía Gemma emocionada ante la posibilidad.

—No es el Ojo de Londres —pensó él al ver lo vieja y oxidada que se veía—, pero... supongo que será divertido.

Elliot y su tía caminaron hasta el cubículo del aparato que estaba esperando estático en la entrada de la atracción. Una vez que estuvieron adentro, el aparato cobró vida por si solo y se puso en marcha. Ya en lo alto del recorrido, ambos pudieron observar la inmensidad del parque a sus pies, con sus luces brillantes, su ruido de máquinas y risas, y la gente del tamaño de hormigas caminando a lo largo y ancho de las callejuelas. A lo lejos, Elliot divisó los últimos rastros del incendio que había consumido la carpa de la gitana y se acordó del monstruo que había dejado en ella.

—¿Son ideas mías o hay menos gente en el parque? —preguntó Krystos de pronto; sus pequeños ojos dorados se encendieron un poco.

—Puede ser que ya esté llegando la hora de cerrar —comentó Elliot pensativo.

De inmediato volteó a ver a su tía confundido.

—Tía... ¿puedo hacerte una pregunta?

—Por supuesto, mon petit prince. Sabes que a mí me puedes hacer todas las preguntas que quieras... a mi o a tu papá. Dime, ¿qué trae esa cabecita loca tuya patas arriba esta vez?

—Nada, es sólo que... tengo un poco de miedo, eso es todo —contestó Elliot un tanto melancólico, dejándose llevar por la sensación de incertidumbre—. Me da miedo que las cosas cambien tanto que no pueda... recordarlas luego. ¿Es que acaso de eso se trata crecer? ¿De... envejecer... y... olvidarlo todo? No puedo dejar de sentir en mi corazón que algún día olvidaré cosas o personas que para mí lo significan todo, y... y yo no quiero olvidarte jamás, Tía Gemma... ni quiero que tú me olvides.

Las lágrimas se acumularon silenciosamente sobre las mejillas de Elliot.

—Ay, cariño, yo estaba nerviosa pensando que me iba tocar tener la charla de los niños y las niñas contigo —se rio ella con dulzura—. Bueno, cielo, lo cierto es que no sabría exactamente cómo responder a esa pregunta. Todo esto de crecer es muy complicado, pero sí puedo decirte, con toda la seguridad y el amor del mundo, que no tienes que preocuparte por nada de eso. Te he visto cambiar tantas veces ya que sé que algún día te veré convertido en un hombre adulto y grande, pero, aun en ese momento, para mí seguirás siendo el mismo bebé arrugado que tu mamá no dejaba de comparar con un sapito y que me robó el corazón desde el primer momento en el que puso sus ojos de plato sobre mí. No importa cuánto crezcas, o qué tan lejos estemos el uno del otro, Elliot. Escúchame con atención: para mí siempre serás mi sobrino adorado y mi hijo amado, incluso aunque ya estés casado y tengas a tus propios hijos, e incluso si por las vicisitudes de la vida tienes que seguir adelante con tu propio camino, o si yo me vuelvo una viejita enclenque que debe cargar a cuestas con sus propios recuerdos... y es así porque mi amor por ti es infinito, Elliot Augustus Arcana Power... nunca, jamás, dudes de eso.

Súbitamente, algo en Elliot se encendió.

«Sa... pi... to...», sintió con fuerza en lo más profundo de su voz interior, a la vez que esta resonaba como un campanazo vibrante y con vida propia adentro de él, en su corazón.

«E... ¡ell... ella!», recordó... «¡...mamá...!»

Era una imagen fugaz, brumosa, incompleta, rota... pero, aun así, Elliot lo entendió: esa pequeña cosa faltante, esa arista siniestra de la prueba de Iudicium que no tenía sentido.

—Tía Gemma, tú... la recuerdas, ¡tú recuerdas a mi mamá!

—¡Por supuesto, cariño! ¡¿Cómo iba a poder olvidarla si la amaba muchísimo?!

«¿Cómo... era ella?», quiso preguntar al darse cuenta de que le costaba muchísimo recordarla bien, pero no hizo falta. «Incluso si mis recuerdos se desvanecen, o si alguien me olvida a mí también... eso... ¡no borrará los sentimientos ni el rastro de habernos conocido...!»

Krystos volteó a ver a Elliot con una mirada repleta de emoción.

—¡Era eso, Krystos! —dijo el chico—. Lo que nos faltaba...

La Quimera asintió. La tía Gemma no parecía entender muy bien lo que estaba pasando.

—¡Gracias, tía! —exclamó Elliot eufórico—. Te amo.

Elliot la abrazó con fuerza y dejó que el aroma de su tía le inundara la nariz. Era el aroma de su hogar.

«Los recuerdos que compartimos con otras personas también le dan vida a nuestros propios recuerdos».

El pensamiento tenía fuerza. Incluso si algo, la vida, la magia, el tener que crecer, etc, le hacía olvidar a sus seres queridos, o incluso, como había dicho su tía, si algo le hacía seguir hacia adelante; incluso en ese caso, mientras otras personas compartieran sus recuerdos también, olvidarse por completo o ser olvidado era algo imposible, por más lejos que lo arrastrara la vida o el destino. El crecer no significaba olvidar ni dejar atrás en el pasado, sino, al contrario, significaba tener cada vez más recuerdos qué valorar y qué compartir con otras personas, significaba construir más nexos que fortalecieran esos vínculos, esos recuerdos, esos lazos que blindaban el amor que uno daba y el amor que uno recibía.

—¡Yo te amo mucho más, cariño! —dijo la Tía Gemma mientras le devolvía el abrazo—. Ahora toma, tengo un regalo para ti...

Cuando Elliot se separó de ella, su tía lo tomó de las manos y depositó en sus palmas abiertas tres monedas doradas de 100 EXP.

—¡Estoy muy feliz de poder ver cuánto has crecido, Elliot! —escuchó que le decía su tía...

Pero cuando subió la mirada para verla a la cara, no había nadie más que él y Krystos en la cabina. Para cuando el paseo terminó y la puerta se abrió de golpe, Elliot ya no sabía ni cómo había llegado hasta la Noria ni porqué se había subido a ella, así que lo único que hizo fue guardar las monedas junto a las otras para luego bajar de la atracción.

—Van seiscientas, ya sólo faltan novecientas —dijo satisfecho mientras salía de la cabina de la Noria.

Krystos lo observó con atención.

—¿No estarás olvidando algo? —le dijo.

Elliot suspiró.

—No, porque tú nunca me lo permitirás... ¿verdad?

Krystos asintió con una sonrisa.

Cuando Elliot terminó de bajar los escalones metálicos de la atracción, un súbito escalofrío le subió por la espalda y le erizó toda la piel del cuerpo de manera dolorosa. El sentimiento de horror fue tan fuerte que la mandíbula se le tensó como una prensa dolorosa que casi le cortó la lengua con sus dientes. De un momento a otro, su cuerpo dejó de responder y se quedó tan rígido como una estatua.

—¡ELLIOT, CUIDADO! —escuchó que alguien le gritaba... era Delmy—. ¡DETRÁS DE TI!

Pero fue muy tarde.

—Ho...OOO... laAA...

La criatura abrió la boca y, de un bocado, se tragó a Elliot sumiéndolo en una completa oscuridad.

—HHHOoolaaAA...

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