Capítulo 38: Proyecciones en ti

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«Entonces, Elliot los vio...».

—¡ELLIOT! —gritó.

Cuando se giró, sus ojos se encontraron con los ojos azules de su dueño; vistos desde sus pupilas, eran el reflejo de un espejo. La criatura amorfa lo tenía agarrado mientras se removía inquieto en un intento inútil por soltarse de sus captores.

—¡ELLIOT! —volvió a gritar.

—¡KRYSTOS! —contestó Elliot.

Estaba muy oscuro. La gente que había estado distraída a lo largo y ancho del parque fue reemplazada por un sin fin de criaturas deformes y horrorosas de ojos asesinos, con colmillos de lobo y aguijones de escorpión, acechando por las callejuelas.

—¡Elliot... despierta! ¡Elliot... ELLIOT! —gritó, pero su amo no escuchó—. ¡Agh!

Krystos corría tan rápido como podía. Elliot huía sin escuchar.

«¡Tengo que salvarlo!», pensó mortificado mientras brincaba sobre los techos de uno de los kioscos para evitar a un enjambre de escorpiones de ojos oscuros que acababan de inundar la calle.

—¡No es real! —gritó Krystos desesperado—. ¡Lo que estás viendo no es real, es un sue...!

Justo en ese momento, un lobo bestial se lanzó sobre él para devorarlo.

—¡Agh, demonios! —vociferó Krystos frustrado.

Sus ojos brillaban con intensidad. Después de dar un salto para girarse en el aire, de su boca salió disparada una ráfaga de aire a presión que golpeó al lobo en el cuello y lo desvió y desequilibró justo antes de caer. El animal se cayó del techo de manera escandalosa.

«¡No voy a permitir que te hagan nada, Elliot!».

Su dueño estaba acorralado en mitad de uno de los pasillos de la feria por un montón de escorpiones a cada extremo. Krystos dio un salto impulsado por otra ráfaga de aire que salía de su boca y que viajaba hasta las pequeñas plumas en sus patas delanteras, gracias a las cuales parecía estar planeando mientras las estiraba.

Finalmente, la Quimera pudo regresar junto a Elliot, cayendo sobre su cabeza y aferrándose de su cabello para no caerse. Elliot se sobresaltó del miedo, pero en cuanto Krystos colocó la almohadilla de una de sus patas delanteras en la frente del chico, una extraña sensación lo invadió...

«¡Todo está en tu mente!» resonó...

El rumor de las voces era inquietante y cercano, casi pegajoso.

Elliot —lo llamaron.

Había un latido en sus entrañas que le intentaba recordar que aquella voz y él se conocían. Intrigado, se giró con violencia en dirección al sonido y la bruma se esfumó. La luz llegó tan de súbito que le hirió los ojos, y tuvo que pestañear con violencia para recuperar la vista. La música de feria y el sonido metálico de las maquinas se apoderó de su cuerpo y vibró a través de su piel, agitándolo y removiendo el suelo a sus pies.

Ya no estaba de pie en medio del parque; en cambio, ahora su cuerpo se bamboleaba sin control en el interior de una taza danzante. Por instinto, sus manos buscaron aferrarse del volante metálico frente a él mientras volvía a cerrar los ojos. Estaba muy asustado. Sentía como el vértigo hacía de las suyas con su estómago, que parecía subir y bajar dentro de su cuerpo.

De repente unos dedos fríos y grasientos se aferraron a su brazo. El contacto de la piel extraña le arrancó gritos inmediatos. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontraron de frente con los ojos anaranjados de una masa mórbida que se contorsionaba a su lado, con las encías negras y los dientes amarillos dentro de una raja por boca sin labios.

Elliot —volvió a escuchar.

Pero por más que quiso hallar el origen y responder, hablar, gritar, emitir un sonido o algo, el sonido no salió, y el grito mudo quebró el mundo en trozos extraños.

La taza giratoria se resquebrajó, el cielo se resquebrajó, el mundo entero se resquebrajó; incluso él mismo se resquebrajó y rearmó al mismo tiempo que todo lo demás sobre una superficie fría y metálica justo antes de salir disparado hacia adelante dando vueltas demenciales. Estaba ahora sobre una máquina de sillas voladoras, con sus pies colgando del precipicio y sus oídos desbordados por el sonido metálico y tintineante de las cadenas que chocaban entre sí en medio del vuelo.

Se aferró con fuerza a sus cadenas para no caer. Cuando sus ojos escanearon el lugar en el que se encontraba, a varios metros bajo sus pies colgantes pudo ver cómo un cumulo anormal de sombras se arrastraban con pereza por todo aquel parque de diversiones, como imitaciones mal hechas de recuerdos perdidos de personas que ya no estaban en aquel lugar, pero que, por alguna razón, sus memorias habían sido capturadas allí adentro.

En eso estaba pensando cuando unos ladridos salvajes sobre su cabeza le hicieron mirar hacia arriba y allí estaban de nuevo: unos perros monstruosos y zombificados, con la piel en avanzado estado de descomposición que lo veían con rabia en sus demenciales ojos carmesí.

No era la primera vez que Elliot tenía cerca a esos perros muertos; no desde que había huido tan fallidamente de los lobos bestiales en el otro mundo de la Isla de Man, especialmente durante las noches de pesadillas, de insomnio, de desvelo. Uno de ellos se colocó justo sobre él sin dejar de verlo con esos ojos putrefactos y llenos de legañas purulentas.

«Tranquilo. Él está allá arriba y tú estás aquí abajo, Elliot. No podrá alcanzarte...» se obligó a pensar, pero casi de inmediato, casi como si le hubiera leído la mente, la bestia comenzó a dar arcadas con el hocico desencajado a causa de la presión que sus músculos ejercían sobre la piel muerta al intentar vomitar y, de un momento a otro, comenzó a excretar una baba espesa, amarillenta y viscosa.

La sustancia era tan compacta que por un momento pensó que el animal estaba vomitando su propio estomago descompuesto, pero de inmediato la membrana firme se rompió como una burbuja de jabón y dejó fluir de su interior un enjambre salvaje de pequeños escorpiones amarillos.

Elliot gritó tan fuerte como pudo mientras veía cómo los insectos comenzaban a descender por las cadenas de su silla voladora en dirección a él. El pánico apretó sus manos alrededor de su cuello con fuerza, lastimándolo con un sadismo torpe y frenético, hasta que, súbitamente, la sensación de caer al vacío se apoderó de su estómago.

Sin embargo, aunque gritaba con desesperación mientras las lágrimas le comenzaban a brotar de los ojos por la sensación del inminente choque contra el suelo, su cuerpo nunca se estrelló. En cambio, fue atajado por el vagón de una montaña rusa que viajaba muy rápido sobre los rieles oxidados.

Elliot —escuchó otra vez.

Cuando se giró, sus ojos se encontraron con los ojos dorados de su Quimera; vistos desde sus pupilas, eran el reflejo de un espejo. Entonces, Elliot los vio. Tenían agarrado a Krystos. Eran unas criaturas amorfas que se retorcían, gritaban, se deformaban, y luego recuperaban su forma. Lo estaban sujetando por sus patas, mientras se removía inquieto en un intento inútil por soltarse de sus captores.

—¡ELLIOT! —gritó la Quimera pidiendo por ayuda.

—¡KRYSTOS! —contestó Elliot.

—¡Nada de lo que estás viendo es real, Elliot, nada! ¡Todo es una pesadilla causada por esa cosa extraña que nos comió y que te está envolviendo en su aura oscura! Pero todo esto solo está pasando en tu cabeza...

—En mi... ¿cabeza? —repitió Elliot confundido.

Krystos pudo ver cómo una pequeña chispa se encendía en su mirada. Alrededor los escorpiones los estaban rodeando, cada vez acercándose más.

—¡Así es, Elliot, en tu cabeza! —dijo Krystos con apremio—. ¡Escucha, escucha con atención y te darás cuenta! Cierra los ojos por un momento y sólo escucha.

Por un momento Elliot no pudo ver más que la negrura del interior de sus parpados y sentir cómo la piel le hormigueaba y los pies lo instaban a seguir corriendo, pero entonces, un sonido captó su atención en medio de la oscuridad. Era un sonido lejano pero desesperado. Con toda la voluntad de la que fue posible, Elliot se concentró en aquel ruido hasta que lo percibió fuerte y claro, retumbando dentro de su cabeza y por todo su cuerpo.

—¡Oh, gran padre Saturno! ¡Posa tus ojos en mí y bríndame tu poder...!

—¡D-delmy! —contestó él abriendo los ojos, los de verdad.

De repente el mundo alrededor se volteó de cabeza vertiginosamente antes de desaparecer.

─ ∞ ─

La masa amorfa estaba estática, con sus pequeños ojos naranja casi al ras del suelo, viendo sin mirar hacia un punto indeterminado frente a ella. Estaba succionándole todo lo que podía a su víctima recién devorada.

—¡Ay, Elliot! —exclamó Delmy con preocupación en la voz—. Esto está mal, garoto, ¡muy mal!

La chica vio de un lado al otro como si buscara con la mirada a alguien que la pudiera ayudar, pero la Noria estaba muy lejos del corazón del parque y casi no había personas alrededor.

—¡¿Por qué siempre tiene que estar metiéndose en esta clase de líos?! —protestó exasperada con un plan ya en mente—. Lo siento, garoto, pero esto te dolerá más a ti que a mí.

Con uno de sus pies comenzó a dibujar un círculo sobre la tierra alrededor de la criatura, quien no pareció inmutarse al ver a la chica trabajar. Aun así, Delmy era precavida y no dejaba de mirarla muy atentamente, lista para salir corriendo al menor indicio de hostilidad.

«Tengo que hacer el círculo más amplio para mantener mi distancia, aunque así será mucho más agotador...», pensó. Cuando terminó de completar el círculo, la criatura seguía sin hacer otra cosa que no fuera seguir digiriendo su comida.

Después de que el círculo estuvo completado, Delmy comenzó a encerrarlo dentro de un pentagrama. La criatura estaba justo en la intersección que se formaba entre los corazones del círculo y el nuevo símbolo que estaba dibujando. Cuando terminó, llenó las puntas del pentagrama con dibujos de símbolos extraños, y se colocó frente al monstruo con sus palmas extendidas en su dirección.

—Bueno, Delmy, concéntrate —se dijo a sí misma.

Lentamente cerró los ojos y dejó salir un largo suspiro, luego otro y luego otro más. Al final del tercer suspiro abrió sus ojos, pero estos ya no eran negros. Ahora lucían de un bonito color morado que brillaba con violencia y que le daba a su piel oscura y a su rostro severo un aire imponente y poderoso.

—¡Oh, gran padre Saturno! ¡Posa tus ojos en mí y bríndame tu poder! —recitó—. ¡Dame la fuerza que necesito para transmutar las sombras en luz; para purificar lo que ha sido tocado por la desesperación y el miedo! Yo, Delmy, tu hija de mente y alma, ofrezco mi energía y mi cuerpo como puente entre la tierra y el cielo...

Los símbolos en el suelo comenzaron a brillar, a lo que la bestia posó de inmediato sus ojos sobre ella. Era la primera vez que lo hacía desde que había comenzado con su ritual.

—Un poco tarde, monstruo —dijo ella sonriente—. ¡Elliot, si aún estas con vida, por favor, dame una señal! —gritó.

A pesar de que no podía ver el cuerpo del chico, observó cómo una débil luz dorada se encendía cerca de la frente del monstruo. Delmy suspiró aliviada.

La criatura intentó moverse para escapar, pero la barrera circular en la que Delmy la había encerrado le bloqueó el movimiento. Al verse encerrada, la criatura soltó un alarido espantoso, a la vez que con sus manos intentaba rasgar la pared mágica a su alrededor.

Delmy permaneció tranquila. Con sus dedos dibujó unos símbolos extraños en el aire. Tenía levantada una de sus manos, apuntando al cielo, acumulando en ella una gran cantidad de energía.

—Por el poder que fluye a través de mi cuerpo y en el nombre de Saturno, yo te purifico...

Lentamente dejó caer su mano, de la cual provenía un surco de luz morada que cortó a la criatura en dos. El monstruo dejó escapar un gemido ahogado. Poco a poco se fue evaporando hasta que en el centro del círculo quedaron nadie más que Elliot y su Quimera.

—Delmy... tus ojos —fue lo primero que balbuceó.

—Creo que mis ojos son lo menos importante en este momento —espetó ella—. ¿Crees que puedas caminar?

—¡Oye, niña, acabamos de pasar por unos momentos muy difíciles! Por lo menos lo podrías dejar respirar un poco —le reclamó Krystos a la chica.

—No, Krystos, Delmy tiene razón —intervino Elliot antes de que Delmy pudiera hacerlo—. Creo que sí puedo, solo tengo que...

Pero cuando Elliot intentó ponerse de pie, las piernas no le respondieron y terminó por volver a caer al suelo de forma estrepitosa.

—No te esfuerces de más, Elliot —le reprochó la Quimera con preocupación—. Esa cosa nos robó mucha energía y si no tienes cuidado podrías terminar haciéndote aún más daño.

—Ven, yo te ayudo, sujétate de mí —dijo Delmy—. Yo lo único que hice fue disipar la energía de esa cosa, pero eso no durará mucho tiempo y no me gustaría topármela de nuevo cuando se vuelva a materializar.

Los dos chicos comenzaron a caminar sujetados por un trecho del parque. Durante la caminata Elliot le preguntó a Delmy por la criatura que lo había devorado.

—Eres más pesado de lo que pareces —se quejó la chica—. Con respecto a la criatura, lamento decirte que no sé —dijo—. Tampoco tengo ganas de averiguar lo que era...

—No... no sabía que también podías cambiar el color de tus ojos Delmy —dijo Elliot al verla a los ojos y notar cómo había desaparecido el rastro morado de ellos.

—Ay, garoto, hay muchas cosas que no sabes de mí... ni de este mundo tan loco en el que vivimos.

—Podrías enseñarme.

Delmy le sostuvo la mirada sin decir nada.

—Supongo que podría hacerlo, sí.

—¿Lo harías? —preguntó él emocionado—. Ya me lo habías prometido en el castillo...

—Te prometí que hablaríamos, no que te enseñaría nada.

Elliot suspiró resignado.

—Pero supongo que por lo menos podríamos hacer la prueba del tercer ojo y ver qué pasa —dijo Delmy al ver su reacción.

—¿Qué es la prueba del tercer ojo?

Ella asintió.

—La prueba del tercer ojo es una prueba muy antigua del mundo de la adivinación que se hace para saber qué tan sensible es una persona o si posee un sexto sentido —explicó ella—. En mi familia lo ponemos en práctica con una prueba que se llama la prueba del espejo de agua. Para hacerla hay que mirar dentro de un tazón lleno de agua y enfocar nuestra energía en él hasta que uno vea algo, un... fragmento del futuro... por muy minúsculo que este sea. Si la persona no es capaz de ver nada luego de pasada una hora, es que no tiene ni una pizca de armonía dentro de su cuerpo.

«Armonía», Elliot recordó las palabras que siempre usaba Astra para referirse a sus talentos.

—¿Y estás diciendo que podemos hacer eso acá? —preguntó entusiasmado.

De reojo, Elliot se dio cuenta de que cada vez había menos personas en el parque.

—Sí, podemos. Por aquí —contestó ella mientras abría las cortinas de una pequeña carpa de colores florecientes que a Elliot le recordaban de alguna manera a los colores de la bandera de Brasil, el país del que venía su amiga—. Aquí tengo todo lo que necesitamos para la prueba sin que nadie nos moleste.

Elliot caminó hacia el interior de la tienda, cuyo interior estaba tenuemente iluminado por varios faroles extraños que desprendían unas cálidas luces de ellos. En medio del lugar había una mesa baja rodeada de cojines, en cuyo centro descansaba un enorme cuenco de piedra gris relleno con agua transparente y cristalina.

—Siéntate frente al cuenco, por favor —dijo Delmy sentándose del otro lado.

Elliot se sentó frente a ella con el cuenco en medio de los dos. Bajando la mirada sus ojos azules se reflejaban en el agua y le devolvían la mirada.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó una vez que se hubo acomodado en su asiento.

—Sólo tienes que colocar tus manos a ambos lados del cuenco y concentrar toda tu energía entre ellas... fluyendo sobre el agua y a través de la piedra.

—¡Ay, por Dios! —exclamó Krystos—. ¡El niño no sabe nada de estas cosas! ¿Podrías ser un poco más específica?

—Eso es todo lo que puedo decirle —contestó Delmy—. La prueba del espejo de agua es muy sencilla, y no hay una forma más clara de explicarla que como ya lo he hecho. Elliot sólo tiene que concentrarse en el agua y, si tiene el don, verá algo. Si no, pues no verá nada. Es así de simple.

—Entiendo —dijo Elliot un poco nervioso—. Igual no te preocupes, Krystos, debo intentarlo. Ya veremos si pasa algo.

Con cuidado, Elliot colocó sus manos a los lados del cuenco. Se esforzó tanto como pudo en no pensar en ninguna otra cosa que no fuera el agua frente a él. Por un rato no pasó nada, pero a medida que los minutos comenzaban a correr hacia el futuro, Elliot comenzó a sentir una corriente sutil caminándole por el cuerpo y fluyendo desde la punta de sus dedos hasta la piedra del cuenco frente a él. La sensación era frágil y escurridiza; cada vez que Elliot trataba de aferrarse a ella, desaparecía.

—Creo que estoy sintiendo algo —dijo.

—Aférrate a esa sensación y persíguela, Elliot, deja que te guie —contestó Delmy—. Solo han pasado cuarenta minutos... aun te queda algo de tiempo...

«Cuarenta minutos», pensó Elliot sin poderlo creer. «Podría jurar que acabo de cerrar los ojos hace cinco...»

«Concéntrate, concéntrate...», resonó en su voz interior con una vibración sutil, una que buscaba obedecer diligentemente las instrucciones de Delmy.

Elliot trató de hacer que aquella sensación electrificante se intensificara, pero mientras más lo intentaba, sentía que esta se volvía más inestable, más efímera... pero poco a poco, con insistencia, logró calmar un poco la bruma de sus pensamientos.

De repente, frente a él, reflejados sobre la superficie del agua, Elliot pudo ver cómo unos ojos grises perturbadoramente familiares le devolvían la mirada con soberbia... retándolo... intimidándolo.

—Veo... unos ojos grises —dijo Elliot de súbito.

Los vellos de su cuerpo se pusieron de punta y Krystos brincó sobre la mesa para verlo con la angustia y la preocupación pintadas en sus ojos dorados.

—¿De quién son esos ojos, Elliot? —preguntó Delmy—. ¿Los conoces?

—Son los ojos de... un hombre... pero... no logro ver su rostro. Creo que... creo que esos ojos ya... los he visto antes —dijo Elliot confundido mientras la imagen se distorsionaba y desaparecía en medio de una ondulación ligera—. ¿Crees qué...

Pero cuando levantó la vista para hablar con la chica que había estado sentada frente a él, ella ya había desaparecido y sobre la mesa descansaba una moneda dorada con la inscripción 150 EXP sobre su superficie.

—Krystos... Ya olvidamos a alguien más, ¿verdad? —le preguntó a su Quimera con preocupación—. Tengo la sensación de que era una chica, pero por alguna razón no logro recordarla...

—Yo tampoco puedo, chico, pero —Krystos contestó abriendo los ojos con pánico en la mirada—, no creo que eso sea lo más perturbador que nos está pasando en este momento...

─ ∞ ─

A Elliot le habían salido un buen puñado de canas. Eran delgados hilos blancos que resaltaban entre su cabellera oscura como estrellas plateadas en el cielo nocturno, dándole un aire misterioso y maduro a sus ojos azules.

—Elliot, no te vayas a asustar —decía Krystos nervioso—, pero creo que deberías verte en el reflejo del agua.

El chico obedeció, y apenas puso sus ojos sobre el reflejo de sí mismo, un grito de pavor salió disparado de sus labios. No sólo su cabello había cambiado. Su cuerpo también se estiró unos cuantos centímetros, y su voz se había vuelto ligeramente más grave, cosa que notó con el grito.

Examinándose cuidadosamente las manos, notó que desde sus muñecas sus brazos se habían comenzado a cubrir con una sutil capa de vellos claros, disimulando a duras penas una intricada red de venas ensanchadas que le daban una apariencia ligeramente más musculosa, y el impulso fue demasiado fuerte como para controlarlo. Nervioso y de un solo golpe Elliot se arrancó todas las prendas de ropa que llevaba encima para poder detallar mucho más rigurosamente cada cosa que había cambiado en su figura.

Exaltado paseó sus manos por su pecho, su estómago, sus brazos, su espalda... Aquel fino y suave, casi imperceptible rastro de vellos cubría, efectivamente, casi toda su piel, incluyendo también sus piernas hasta llegar a sus tobillos. Tampoco pudo hacer caso omiso a la reciente acumulación de vellos púbicos, más oscuros que los del resto de su cuerpo, que ahora le cubrían el pubis, los genitales, y la entrepierna y todo lo que había en el área. Estaba espantadísimo.

—¡¿Qué me pasó, Krystos?! —gritó nervioso.

—¡No lo sé, pero a mí no me regañes! —contestó Krystos igual de exaltado—. Primero cálmate, de nada sirve asustarse así sin más.

Si bien su figura había cambiado mucho, era el cabello lo que más denotaba lo mucho que el chico había crecido de un solo golpe. Ahora le lucía más largo y los cabellos blancos se le acumulaban en varios mechones definidos y visibles a pesar de la abundancia de su color caoba natural.

—También te salió barba —dijo Krystos—. Bueno, un poquito.

Del susto Elliot le había restado importancia a la sutil barba incipiente que había comenzado a nacerle en el rostro, pero ahora que lo notaba, no pudo evitar ver el parecido que la barba le resaltaba en los rasgos itálicos que había heredado su padre. Tocándose, sintió la rugosidad de la piel bajo sus dedos cuando la barba le raspó.

—Pero... ¡¿cómo pasó esto?!

—Realmente no lo sé, Elliot. Me encantaría poder decírtelo, pero hasta yo estoy perplejo.

—De seguro es obra de Iudicium —añadió Elliot—. ¡Tenemos que ir a buscarlo para hablar con él!

—Créeme, no creo que ese espíritu tenga tanta magia como para hacer algo así...

Elliot gimió asustado ante las palabras de su Quimera. Preso del miedo, se sentó una vez más en el asiento ante el cuenco y se dejó caer sobre la mesa.

—Escúchame, lo más importante es que no te has olvidado de quién eres tú —dijo Krystos—. Mientras tengas eso podrás pasar la prueba, y cuanto antes pasemos la prueba, más rápido se acabará todo esto...

Elliot suspiró entre sus brazos cruzados. Krystos saltó sobre él para reposar una de sus patas sobre un mechón lleno de flamantes canas.

—No te preocupes —le dijo—. Saldremos de esto. Lo prometo.

El chico se levantó sonriéndole un poco asustado, y asintió con la cabeza.

—¿Qué sería de mí sin ti? —dijo con un ligero tono de optimismo.

Rápidamente buscó su ropa en el suelo y comenzó a vestirse una vez más. Al hacerlo, se dio cuenta de que las tallas de las prendas le estaban comenzado a quedar pequeñas.

Minutos más tarde, Elliot andaba por las calles de la feria mientras trataba de asimilar la situación. Con cada paso que daba los pies le reclamaban con dolor en la punta de los dedos.

—Si no fue Iudicium entonces no sé qué más pensar, Krystos —comentó Elliot con frustración mientras se detenía y se quitaba los zapatos para arrojarlos a un lado—. Ahhh... mucho mejor así...

Respiró aliviado.

—No creo que andar descalzos por allí sea muy sensato —le reprochó la Quimera—. Te podrías lastimar o cortarte con algún metal oxidado.

—Krystos, dame un respiro, ¿quieres? Ya no soportaba los zapatos —contestó Elliot de mala gana.

La Quimera bufó.

—Jum, cuidado con esas hormonas de viejo...

Elliot lo ignoró y soltó una pregunta al aire.

—Tú crees que... ¿vaya a quedarme así para siempre?

Krystos asumió una postura pensativa. Rápidamente se puso a buscar algún librito en su mochila que dijera algo sobre el rejuvenecimiento y la vejez, pero no encontró nada que le sirviera a Elliot y contestó lo único que pudo:

—No lo sé —dijo un tanto resignado—. Aun así, no lo creo...

Los dos se quedaron otro par de minutos esperando que los pies se refrescaran antes de continuar con la prueba. Elliot hizo todo lo que pudo para dejar de lado las constantes piquiñas en su cuerpo, los malos humores que lo atacaban repentinamente, y, sobre todo, para concentrarse en pasar cada una de los minijuegos que tenía que seguir completando en la feria.

—Son ideas mías ¿o este lugar está más vacío que antes? —comentó Krystos con angustia mientras Elliot guardaba una moneda de 50 EXP que acababa de ganarle a Rousseau en un quiz de Historia Universal que había logrado pasar sin muchos problemas.

Ambos caminaban nuevamente por ahí. Antes de eso, Elliot se había tropezado con Colombus y con Pierre, quienes también lo habían retado a unas competencias que Elliot había perdido estrepitosamente. En el caso de Colombus, Elliot participó en un juego de atrapar manzanas con la boca, mientras que Pierre por su parte había preferido algo más deportivo como encestar pelotas en un aro. Y aunque él se había divertido mucho jugando con sus amigos, al final terminó perdiendo ambos juegos, y al igual que todas las personas anteriores, sus amigos también habían desaparecido sin dejar rastro mientras Elliot los olvidaba.

—Sí, creo que tienes razón —concordó Elliot al levantar la mirada para ver a su alrededor.

A lo lejos, tanto Elliot como Krystos escucharon el sonido de una trompeta desenfrenada que comenzaba a inundar el parque, haciéndose oír por encima del tenue bullicio de la poca gente que quedaba ya en el lugar.

—¿Cuántos puntos llevamos ya?

—Ochocientos con las cincuenta que acabamos de ganar —contestó Elliot.

—¿Sólo ochocientos? ¡Ah, aún nos falta mucho!

—No te preocupes, Krystos, estoy seguro que lo conseguiremos...

Pero alguien intervino de golpe en la conversación.

—Elliot, si yo fuera tú, no andaría haciendo promesas que no podrás cumplir. La palabra de un hombre es sagrada y no debería usarse en vano.

Cuando los ojos de Elliot se encontraron con los de su padre, estos eran oscuros y fríos... distantes... ausentes...

—Gracias por el consejo, papá. Supongo que lo dices por experiencia.

Le parecía mentira que ese hombre que estaba frente a él en ese momento hubiera sido capaz de reír alguna vez como lo hacía en aquella foto que estaba en casa de... junto a...

—¿Ni siquiera hemos comenzado a jugar y ya estás dudando? —comentó Massimo al ver la cara de confusión de su hijo—. No me digas que todo este tiempo he estado manteniendo a un cobarde y un perdedor.

—¿Estás bien, Elliot? —le preguntó Krystos un poco preocupado.

—Sí, estoy bien —contestó Elliot—. Y sea lo que sea que quieras jugar conmigo, no pienso dejarme ganar por un hombre como tú —dijo mirando a su padre.

—¿Un hombre como yo? —preguntó Massimo con ironía—. Y cómo es un hombre como yo Elliot, a ver... ¿Responsable? ¿Íntegro? ¿Exitoso? Vamos, hijo... acércate acá a menos que ese cuerpo de hombre te quede demasiado grande y tengas miedo de asumir lo que tienes frente a ti.

Por un instante Elliot lo miró a los ojos y se contuvo las lágrimas y todas las cosas que le hubiera gustado decirle en aquel momento, pero, en vez de reclamarle y de combatirlo, prefirió intentar ganarle en su propio juego para demostrarle lo equivocado que estaba. Cuando se acercó a su padre observó más detalladamente una pequeña plataforma en la que había una regleta que medía centímetros desde el suelo. Estaba debajo de un balín de plomo que descansaba estático.

—Este es el balín de la determinación, Elliot —explicó Massimo—. Ambos nos turnaremos para golpear este punto de acá —señaló un pequeño círculo mullido frente al balín con uno de sus dedos—. Si resulta que tú tienes razón y tu voluntad es más fuerte que la mía, tu balín llegará más alto... Pero si él mío sobrepasa tu marca, tendrás que meterte la lengua en el culo y hacer lo que yo, como tu padre que soy, te diga que tienes que hacer... ¿Estamos claros?

—Y si quien gana soy yo tendrás que darme tus cartas y hacerte a un lado como deberías haber hecho desde un principio —dijo Roy caminando hasta donde estaban Elliot y su padre ya con un mazo en la mano.

Elliot lo vio acercarse sin intimidarse ni un poco mientras tomaba un mazo de madera.

—¡Tú no te metas en estoy, Roy! ¡Nada de lo que está pasando aquí tiene que ver contigo!

—Ja. Parece que a alguien le han crecido un buen par de huevos —comentó el recién llegado.

—Elliot, si el caballero quiere jugar, que juegue. La competencia fortalece el carácter, así que déjate de lloriqueos y compórtate como un hombre. Eh, usted, ¿escuchó las reglas, o tengo que repetirme? —le preguntó a Roy.

—Juguemos —afirmó él con sequedad.

Massimo asintió.

—Voy primero. Usted segundo; Elliot irá al último.

El padre del chico caminó hasta el punto de partida, levantó el mazo entre gruñidos, y lo dejó caer con violencia sobre el punto acolchado en el suelo. De inmediato el balín de plomo salió disparado, dejando una estela verde y luminosa detrás hasta que alcanzó los cien metros de altura. Allí se detuvo y dejó su marca brillando, aun cuando el medidor comenzó a descender.

Orgulloso de lo que había conseguido, Massimo Arcana se hizo a un lado y su puesto fue rápidamente ocupado por Roy, quien levantó el mazo con más facilidad para luego dejarlo caer con mucho más vigor que el hombre antes que él. Otra vez el balín salió disparado hacia el cielo, pero esta vez la estela que lo perseguía era de un intenso color naranja. Cuando el balín alcanzó los ciento ochenta metros de altura, se detuvo; tras un fuerte destello comenzó a descender otra vez.

Elliot vio aquello sorprendido y por un momento dudó, pero evitó con todas sus fuerzas que las hazañas de los hombres que lo habían precedido lo intimidaran. De pronto sintió cómo una patita cálida y mullida se apoyaba en su mentón. Cuando Elliot bajó la mirada, sus ojos se encontraron con los de su Quimera, quien lo veía con fijeza y parecía sonreírle.

—No tienes que dudar, Elliot. Sólo deja caer ese mazo con todo lo que tienes dentro de ti. Será más que suficiente... confía en mí.

Elliot le devolvió la sonrisa y se aproximó a la plataforma, ubicándose en el mismo punto donde antes habían estado Roy y su papá. Este último no le quitaba los ojos de encima mientras se rascaba la barba con perspicacia en la mirada. Elliot tomó aire con brusquedad para levantar el pesado mazo entre sus manos, gruñó con todas sus fuerzas, y dejó caer el mazo arrebatado sobre el punto redondo y acolchado.

El golpe fue sonoro. El balín no lo pensó dos veces para salir disparado una vez más, esta vez acompañado de una estela morada detrás de él. Tanto Elliot como Krystos tenían sus ojos fijos en el medidor mientras este subía y rebasaba con facilidad la marca de los cien metros de su padre. Con un nudo en el estómago, ambos vieron como el proyectil rebasaba los ciento cincuenta metros, luego ciento sesenta, luego ciento setenta y en ese punto pareció perder fuerza y disminuir la velocidad...

Aunque parecía que no sería suficiente, la determinación de Elliot empujó el balín a los ciento ochenta metros de Roy y, aun cuando ya casi no le quedaban más fuerzas para seguir subiendo, el plomo exhaló su último aliento y logró alcanzar los ciento ochenta y tres centímetros de altura. Sólo tres centímetros más que la marca de Roy, pero, aun así, lo suficiente para darle a Elliot la victoria ante su rival y su padre. Elliot y Krystos brincaron y gritaron de emoción mientras se abrazaban fuertemente.

Cuando dejaron de celebrar, los hombres contra los que habían competido habían desaparecido, y en el suelo deslucido y sucio de la tarima aparecieron dos monedas de 150 EXP.

─ ∞ ─

Elliot había vuelto a crecer. Quien lo conociera y lo viera justo en ese momento habría podido jurar que se veía ya entrado en la década de sus veinte. La ropa se le había reventado prácticamente en la totalidad; eran prácticamente jirones que le apretaban más que lo que le cubrían la piel.

—¿Tan rápido regresas? No me digas que ya piensas rendirte, anciano...

—¡¿Qué es todo esto?! ¡¿Qué le estás haciendo a mi cuerpo?! —contestó Elliot enfadado.

Él y Krystos estaban frente a la caseta de los premios de la feria, hablando con Iudicium.

—Yo no te he hecho nada —contestó el espíritu—. Es más, todo lo que tienes, lo que eres, lo que luces, no es otra cosa más que lo que tú mismo te haces.

—¡No, no! —contestó Elliot—. ¡Nada de acertijos! Nada de enredos. Quiero la verdad, la pura verdad...

—Pero esa es la pura verdad, viejo. No te estoy mintiendo...

Elliot lo veía con miedo y suspicacia a la vez.

—Te dije que te pondría la prueba más difícil a la que te hayas enfrentado. No lo sabes, pero incluso quien eres en esta vida, Elliot, es una decisión que tomaste hace mucho. Tan sólo la olvidaste porque las mentes de los humanos son tan frágiles como un copito de nieve. ¿Lo ves? Yo no te he hecho nada. ¡Eso sería acusarme de haberte hecho nacer!

Elliot colocó una mirada de confusión.

—¡No le hagas caso, Elliot! ¡Sólo quiere confundirte aún más! —exclamó Krystos exaltado.

—Puede ser —respondió el espíritu—. También puede que no. Juzgar antes de conocer la totalidad de los hechos siempre será perjudicial para el que tenga la desventaja, y en este caso ese eres tú, anciano... Así que, ¿vas a querer la ropa que viniste a buscar? ¿O nuevamente dejarás que la situación se te salga de las manos?

—¿Cómo sab...?

—Pregunta tonta, viejo, ya te lo había dicho. ¿Cuál quieres? ¿Otro suéter azul como los que ya tienes en tu closet? Dime, ¿no te parece mejor un cambio de aires? Por aquí tengo uno de esos suéteres grises con capucha que tanto gustan a los chicos de tu edad. ¿Lo quieres?

Elliot lo tomó a regañadientes.

—No me des la razón sólo porque estoy en lo cierto, viejo; no va con tu carácter —contestó Iudicium guiñándole un ojo.

Al final Elliot pudo vestirse con tallas propias de su nuevo cuerpo. Llevaba el suéter que le sugirió el espíritu jazzista y un jean azul oscuro junto a unas botas marrones. Por todo tuvo que pagar 200 EXP, lo que le dejó la cuenta en 900 EXP. Justo estaba contando el dinero a un lado de un puesto de venta de peluches, cuando, una vez más, alguien se le acercó:

—¿A quién le robaste todo eso, Elliot?

Elliot se giró y se encontró de frente con la mirada oscura y fría de Elizabeth Grimm.

—Sabes cuál es el futuro de los ladrones como tú... ¿no?

—¡Yo no he robado nada! —exclamó Elliot molesto.

—Por supuesto que sí lo hiciste —respondió Grimm limpiando un rifle de caza entre sus manos—. Sabes que lo hiciste, y lo peor de todo es que ni siquiera lo has hecho una sola vez. Lo creas o no, yo sé muy bien quién eres, Elliot Arcana. Y te voy a atrapar...

—No la escuches, Elliot, está loca —murmuró Krystos.

—Cuidado con a quien le dices loca, bestia asquerosa.

La restauradora levantó el rifle y lo apuntó en dirección de Krystos. Tenía los ojos entrecerrados, completamente enmarcados por su liso cabello negro que le llegaba un poco más debajo de las orejas. No se había movido ni un milímetro y seguía con el arma en alto. Tanto Elliot como Krystos estaban estáticos del miedo. Al final, Grimm bajó el arma y se acomodó la chaqueta de su uniforme de O.R.U.S.

—Baja los brazos y sígueme, Arcana —dijo mientras comenzaba a caminar por su cuenta—. Te daré una oportunidad...

Elliot, extrañado y aliviado en partes iguales, obedeció y la siguió, sin dejar de establecer unos cuantos pasos de distancia entre los dos. De vez en cuando, Grimm se giraba para mirarlo con aquellos ojos insondables y negros; entonces Elliot sentía cómo la piel se le erizaba. Con un fusil a su espalda, Grimm se veía aún más peligrosa e intimidante.

Finalmente llegaron a su destino: un campo de tiro.

—¿Qué vamos a hacer aquí? —preguntó Elliot nervioso.

Tenía un mal presentimiento en la boca del estómago, especialmente desde que pudo distinguir una línea de cortinas al final del campo.

—Vamos a probarte —dijo Grimm con indiferencia mientras se burlaba de él—. ¿Alguna vez has salido de cacería?

—No —respondió Elliot rápidamente, exaltado.

—Qué lástima... supongo entonces que esta vez sí estás jodido, mocoso —dijo Noah Silver uniéndose a la conversación.

Acababa de llegar. También llevaba un rifle en su mano.

—Supongo que esto será un juego entre Restauradores —le comentó a Grimm con mirada cómplice; ella sonrió complacida.

De pronto, una voz elocuente se escuchó por los altoparlantes regados alrededor del campo de tiro:

—Competidoras y competidores —anunció—. ¡Bienvenidos a la zona de tiro! Por favor, ocupen cada uno su lugar frente a las cortinas del fondo. Cuando estén listos comenzaré con las explicaciones de este juego tan especial.

Elliot estaba convencido de que ya había escuchado esa voz antes, hacía no mucho. Los tres jugadores se acomodaron en sus respectivos puestos. La voz continuó hablando:

—Como cualquier juego de disparo, este consistirá en dar en el blanco la mayor cantidad de veces posible antes de que se terminen las municiones de sus armas. Pero... (ah, siempre hay un pero) —dijo mientras reía entre dientes—. A este juego le he dado mi propio toque y lo he combinado con el juego de los dardos. Por eso, dependiendo de la parte de la diana que acierten irán acumulando puntos, y al final, el que consiga la mayor cantidad de puntos será proclamado o proclamada ganadora. Para ello tendrán dos posibles bonus, cuyos nombres se explican por sí solos: el Five-Shot Kill y el Head-Shot Kill...

—Espera, espera, espera... ¿Five-Shot Kill? ¿Head-Shot Kill? ¿De qué demonios está hablando? —preguntó Elliot ofuscado.

Súbitamente las cortinas que ocultaban las dianas cayeron, revelando lo que había detrás de ellas.

—Esto no puede ser verdad —jadeó Elliot.

A lo ancho de la pista de tiro había cinco personas en cada sección que correspondía a los puestos en los que se encontraban los tiradores. En total eran quince personas, y tanto Mady como Tate, la señorita Ever y el tío de Colombus estaban entre ellos.

—Parece que me tocaron piezas interesantes —murmuró Grimm mientras examinaba bien a las personas cautivas con el telescopio de su rifle.

«No puede ser... Leona, Felipe, Levy... ¡¿ustedes también?!», pensó Elliot al hacer lo mismo que Elizabeth para ver las demás personas que se extendían en las secciones de Noah y ella.

—No te preocupes, Elliot, que yo con gusto puedo hacerme cargo de Iudicium por ti si así lo prefieres —dijo Noah retándolo—. Una vez que salga de aquí tendré suficientes monedas para comprarme la carta.

En la fila de Noah también apareció Madame Gertrude, Madame Barbará y otros profesores del Instituto.

«¡Esto no puede estar pasando!», pensó Elliot muy asustado y sin querer responder. El pulso se le había acelerado y el corazón poco a poco le comenzaba a latir dolorosamente.

—Por ultimo —la voz de los parlantes volvió a hablar; «¡¿de dónde la conozco?!» se preguntó Elliot de inmediato—, me queda decirles que en este juego no hay perdedores. Todos los tiradores serán recompensados por cada tiro que acierten y por cada bonus que consigan. ¡La casa de O.R.U.S. invita! De igual modo, le aconsejo a los competidores no subestimar las ventajas que supone llevarse el record de puntos...

Fue entonces cuando Elliot recordó la voz: «Ser el director tiene sus ventajas...»

«MONROE».

«Así es, Elliot...» le contestó su Quimera a través de su voz interior. «¡Ten cuidado!».

—Con las reglas ya explicadas estamos listos para comenzar —dijo el Director por los altoparlantes—. Feliz cacería, tiradores...

Los disparos no se hicieron esperar. El primer cuerpo cayó al suelo segundos más tarde. La sangre brotaba a borbotones del agujero perfectamente redondo en su frente.

«¡Head-Shot Kill!», exclamó Monroe por los altoparlantes mientras hacía bromas sobre la forma en la que había caído el cuerpo del muchacho recién asesinado.

El segundo disparo sonó a la vez que Madeleine soltaba un grito de terror aún más alto. Los ojos de Elliot y los de Mady se encontraron rápidamente por un instante. Elliot estaba conteniendo las lágrimas del miedo. En sus manos tenía un rifle; en su mente: pánico, conmoción, desesperación.

Así sonó el tercer disparó. Elliot cerró los ojos. No quería ver a quién le había tocado caer esta vez y, sin querer, el susto le hizo apretar el gatillo y hacer que una bala saliera de su rifle por su accidente. Elliot no pudo contener el vómito, a la vez que sus ojos se abrieron con violencia y llenos de lágrimas para ver a donde había ido a parar su bala. No podía ver la sangre porque ésta se confundía con la tela negra de su uniforme de Restaurador, pero cuando Tate se llevó una mano a la herida, esta manchó de rojo escandaloso la piel blanca del chico. Ahí había dado el tiro de Elliot. Por suerte, no lo había herido de gravedad.

Grimm reía complacida. A diferencia de Noah, quien estaba muy concentrado y buscaba intencionalmente matar a todos con el Head-Shot Kill, Elizabeth retardaba la muerte de sus víctimas disparándoles cuatro veces en puntos sensibles y no-letales del cuerpo para finalizar con un tiro de gracia en la cabeza y obtener el Five-Shot Kill. El primer bonus daba muchos más puntos que el segundo, pero a Grimm le divertía más jugar con las reglas de los cinco disparos.

Elliot no aguantaba más. El odio alrededor era demasiado; el rojo era muy abundante; la sangre parecía no acabarse nunca. Felipe, Leona, la señorita Ever... todos fueron cayendo y entre todos se había formado un indivisible charco del que jamás se podría distinguir quién era quién. Para los asesinos al lado de Elliot, los seres queridos del chico no era más que puntos.

«H... o... O...»

Para él el tiempo parecía ir muy lento, pero en realidad, la diferencia de tiempo entre un disparo y otro era muy corta. En total no habían pasado más de cuarenta segundos desde que Monroe había dado luz verde a que el juego comenzara. Finalmente Mady también había caído entre los cadáveres de la pila a manos de Elizabeth Grimm. Cada alarido de su amiga había sido un tormento inmenso.

«...lL... a... ¡A-A-A-A...!»

Elliot gritó. Soltó un jadeó de frustración horrible ante lo que veían sus ojos, y, especialmente, ante la impotencia de estar sujetando un rifle entre sus manos: esa cosa mecánica desde la cual pequeños trozos de metal afilados eran impulsados por la ingeniería de la guerra para asesinar, para atravesar la piel y los huesos de otro ser humano y crear dolor, muerte, sufrimiento, ira, odio, resentimiento, más dolor, miedo, más odio, angustia, desesperación, todo lo que pudiera nacer de esa cosa: un arma de fuego, un arma moderna, un arma y punto.

«hoooO.... la... hooooOLAAAAA»

La soltó, la tiró al suelo, la pateó con todas sus fuerzas; se arrodilló asustado y se vio las manos: sus manos blancas y más grandes de lo que las recordaba, sus manos vacías y temblorosas. Krystos no decía nada. Al igual que Elliot estaba en shock. La pequeña Quimera acababa de descubrir su propia fobia, su propio miedo paralizante. Lo único que pudo hacer fue abrazar al chico por la nuca mientras reposaba de uno de sus hombros.

«hooOla... HHOoLA... HOOLA... hoola...»

Los disparos seguían sonando. Elliot no pudo más y se rindió, se levantó y salió del campo de tiro. En la salida una maquinita dispensadora de monedas le arrojó una moneda de 10 EXP por el tiro que le había dado a Tate en el hombro. Sus ojos estaban abiertos como platos. Con un impulso violento la arrojó lo más lejos que pudo y huyó de aquel lugar sin darse cuenta de que el parque se había quedado vacío por completo.

─ ∞ ─

Elliot caminaba entre las callejuelas vacías del parque de diversiones. Ya no había más gente alrededor, ni puestos o tiendas abiertas, ni atracciones funcionando. La feria parecía haber llegado a su fin. En una de esas que sus pasos lo hicieron bordear un charco de agua reposando en una de las grietas del asfalto desgastado, Elliot bajó su mirada para observar su reflejo y notó, una vez más, los cambios en su apariencia. Ya ni siquiera parecía un joven adulto: ahora tenía la forma y el semblante de un hombre que estaba muy cerca de cumplir los treinta años. La ropa le apretaba un poco, pero a diferencia de la vez anterior, no lo suficiente para molestarle.

—No te asustes —dijo Krystos reconfortándole—. Pronto todo acabará.

El parque hacía otra vez los mismos sonidos que cuando había llegado junto a los otros espíritus de sus cartas. Las cadenas oxidadas resonaban a la vez que el metal aullaba con el viento que hacía que todo ahí dentro se meciera siniestramente. La trompeta, de igual modo, no callaba. Su música frenética de tempo comedido, al robato, con un ritmo movido y muy disfrutable, se extendía por aquellas instalaciones abandonadas, asaltadas vívidamente por la magia del ángel instrumentista, de aquel espíritu arcano.

Pero la misma sensación que había asaltado al (¿chico?) al llegar al parque comenzó a ponerle los pelos de punta. Esta vez era más fuerte. Todo lo que percibía a su alrededor se sentía inmensamente cierto, inmensamente potente. La realidad del Arca parecía haberse fundido con la realidad desolada del parque de diversiones. Elliot ya no era un joven. Ahora era un hombre adulto abandonado en un lugar siniestro y macabro, repleto de un aura tenebrosa que, por alguna razón, llamaba en su dirección.

—Está reconstituido —dijo Krystos con seriedad—. Hablo de la criatura de la que huíamos hace ya... ¿cuánto?

—¿También tienes problemas para recordarlo? —comentó Elliot con voz madura y sobria.

—Así es. Se siente como si lleváramos toda una vida en este lugar. Meses, años, décadas...

La criatura había crecido también. Se venía arrastrando poco a poco por el suelo, anclada al suelo por cadenas fuertes y pesadas que resultaban muy difíciles de mover. Por ventaja para Elliot, algo la tenía en ese estado, como prisionera. Si de por sí ya era lenta, esto le daría aún más ventaja a la hora de huir si llegaba a ser necesario. Así, tanto él como Krystos caminaron unos minutos más por las instalaciones abandonadas de la feria hasta llegar al origen del bop fuerte que inundaba el parque. Estaban frente a Iudicium, en la caseta de premios.

—¿Listo para marcharte? —preguntó el espíritu—. Ya era hora, se está haciendo tarde y tenemos que cerrar. Políticas de la empresa. Dime, ¿cuánto tienes?

Elliot se revisó los bolsillos y contó las monedas que cargaba encima.

—900 EXP —contestó.

—Ah —se lamentó Iudicium—. Lo siento, pero eso no es suficiente para comprar el premio que tenías en mente. Tal parece que no aprovechaste todas las oportunidades que tuviste a tiempo y ahí yo ya no puedo hacer nada, viejo. Pero dime, ¿no te gustaría gastar esas monedas en algo más? Quizás no pudiste lograr tu objetivo, pero al menos podrías aprovechar estas otras oportunidades...

—No —contestó Elliot con seriedad.

—Así es la vida, viejo. No es mi culpa. Pero en serio, mira esto, míralo...

El espíritu tomó una botellita de vidrio pequeña que parecía caber en casi cualquier bolsillo y se la pasó a Elliot. Su contenido era un líquido dorado un poco espeso, muy parecido al ron o cualquier otro licor.

—Con todo lo que has vivido de seguro esto te cae fenomenal. Me gusta llamarla poción de la felicidad. No te hará olvidar nada, pero al menos te sentirás a gusto contigo mismo a pesar de todo. Eso sí, te digo, la resaca pega fuerte. Las destilaciones de mi Creador son mejores que las de ningún otro licorista del mundo.

Elliot suspiró un poco cansado, pero igual preguntó lo que su corazón le decía, incluso aunque sabía que le dolería pronunciar las palabras con sus labios...

—¿De verdad no hay otra manera? Debe haber algo que pueda hacer para conseguir más puntos.

Iudicium le dio una mirada soberbia y perspicaz.

—Ja, todavía no se te ha muerto la pasión, ¿no? —dijo antes de suspirar—. Sí, viejo, lo cierto es que hay una manera. Siempre la hay. La cosa es que los humanos nunca tienen el valor suficiente como para estar dispuestos a tomarla... en fin, aún hay un juego que no ha cerrado. Búscalo y complétalo, si lo haces, quizás obtendrás monedas suficientes para comprar lo que quieres.

Elliot le agradeció con un gesto y se volteó para buscar la prueba de la que Iudicium hablaba. Anduvo por un rato, cerca de veinte minutos, hasta que la luz neón de un edificio le encandiló un poco la visión, revelando la ubicación del último lugar en el que podría conseguir puntos.

En la distancia, el mismo espinazo le recorrió la espalda; era el mismo edificio, rodeado de la misma bruma de la criatura oscura, el mismo sitio al que por instinto le había huido antes: «La casa de los espejos», volvió a leer en la fachada derruida del edificio.

—Esta es la casa de la criatura —comentó Krystos un poco nervioso—. ¿Tienes miedo?

—No, la verdad, no —contestó Elliot—. Estoy cansado, quiero irme, pero no nos iremos de aquí sin la carta. No recuerdo casi más nada...

—¡Ja, tengo la sensación de que nos sentimos bien! —dijo Krystos sonriente.

Parecía mentira lo mucho que había madurado la voz de ambos.

—Lo cierto es que no tengo pensado perder la prueba, cachorrito —contestó Elliot devolviéndole la sonrisa—. Llámalo terquedad si quieres... pero no tengo miedo, de verdad.

—Bueno, me parece muy bien —añadió Krystos—, pero creo que hay algo de lo que somos capaces de darnos cuenta sin necesidad de ser unos genios: en algún momento atrás, la criatura de la que hemos estado huyendo despertó. Está más lenta de lo que recuerdo, pero igual debemos tener cuidado. Esta de aquí es la boca del lobo... su origen, eso lo puedo deducir por lo que siento.

—Yo también tengo la impresión, pero no pasa nada. Aun te tengo a mi lado...

Con una de sus manos grandes y curtidas Elliot acarició la mandibula inferior de Krystos. A diferencia de su dueño, la Quimera no había envejecido nada físicamente.

—hoooooOOOOOOOooooooooLLLLLLAAAAAAAA —dijo la criatura más fuerte que nunca.

Había resonado tan fuerte que Elliot no supo identificar si venía de adentro de la casa de los espejos o de alguna de las callejuelas cercanas.

—Será mejor que entremos de una vez por todas —dijo la Quimera.

Elliot asintió.

Apenas colocó un pie adentro, decenas de luces fluorescentes se encendieron en medio de una explosión de un blanco cegador. La mayoría no alumbraba bien; en cambio, titilaban indecisas desde el techo de cielo raso deformado.

—QuéstoyhaciendoHaciendoQuéHaciendoEstoyHaciendoQuéQuéQué...

El eco se extendió para luego dar paso al silencio.

—Oíste eso, ¿verdad? —preguntó Krystos

—Sí, por supuesto. Era un chico...

—La voz ya no suena tan... monstruosa. ¿Será la misma?

—Tendría sentido.

Elliot dio otro paso hacia adentro de las instalaciones. Una vez más, escuchó la voz, pero ahora era una mujer.

—hola

—No contestes —dijo Krystos—. Por nada en el mundo reacciones a las voces, tan sólo ignóralas.

—Eso tenía en mente.

Los espejos estaban por todos lados, desde el piso hasta el techo y por supuesto en las paredes. No eran corrientes y ordinarios; la mayoría de ellos estaban combados y retorcidos o desencajados, por lo que las imágenes que reflectaban se distorsionaban cada vez que Elliot pasaba frente a alguno de ellos. En algunos se veía bajito y rechoncho, en otros demasiado flaco y larguirucho, como...

«...Mors», llegó a pensar. Y aun así, eso no era lo más sorprendente, sino la capacidad que tenían estos de alterar su apariencia más allá de lo superficial de esta. En cada uno de ellos Elliot se veía diferente. En algunos tenía aún muchas más canas de las que ya tenía, en otras más arrugas, pero así como parecía envejecer apenas años en algunos de los espejos, en otros parecía rejuvenecerse y verse igual de alto pero con el cabello otra vez colorido como cuando algún vez fue tan marrón que casi parecía negro, y cuando su piel era mansa, tersa, pueril, como la piel de un adolescente.

—¿Puedes recordar algo?

—No, no gran cosa todavía —contestó Krystos.

—Pero alguna vez... alguien nos quiso, ¿cierto?

—¡S-sí... sí! ¡claro! —contestó la Quimera tratando de que la inseguridad no se le notara en la voz; igual falló—. Ah, Elliot, igual... aunque no podamos recordar nada ni a nadie tan sólo sigamos adelante, ¿te parece?

—Sí, está bien.

Elliot dio unos pasos por la sala, inspeccionándola con atención.

Te estás mimimmimiinntienddddoo...

No contestes...

—Lo sé.

—Sssííssssísí recuerdas algo...

«la sangre de mis amigos inocentes...»

A sus lados había espejos y pasillos con espejos que llevaban a más espejos. La sensación era asfixiante de alguna manera, pues era difícil distinguir el camino a través de la ilusión óptica de los reflejos cruzándose entre sí.

Elliot tomó uno de los caminos, el de la izquierda. Este lo llevó a una habitación repleta de espejos donde se veía a sí mismo cuando estaba más pequeño, cuando sólo era un bebé y no podía caminar. Se vio en reflejos con cinco años, con catorce, con quince, con ese extraño cuerpo del presente que lo recibía taciturnamente, como un memento mori.

No duró mucho en esa habitación. Algo del camino de la izquierda le apestaba, le parecía más peligroso y producía una amarga sensación en el estómago: verse así en esos recuerdos, en esos momentos; como si el llamado del lugar quisiera invitarlo en esa dirección, y por pura voluntad, Elliot quiso llevarle la contraria a la sensación.

—Da la vuelta aquí, Elliot... aquí —dijo Krystos.

Estaban buscando la salida del laberinto, cosa que parecía una tarea imposible.

—Me imagino que al completarlo nos darán nuestro pago. Necesitamos al menos otras seiscientas monedas.

—La verdad no sé si será suficiente con el pago de este juego, pero no nos queda más que tener esperanzas...

Seguían caminando entre los espejos que parecían caminos interminables.

«¿Será que alguien vendrá a buscarnos si no salimos nunca?», pensó.

«No pienses en necedades, Elliot. Si nos quedamos aquí atrapados lo único que nos encontrara será esa cosa y no creo que eso vaya a ser muy agradable...».

Cuando llegaron al final del pasillo que estaban recorriendo, éste resultó ser un callejón sin salida.

—Mierda... tenemos que regresar.

Las voces seguían extendiéndose por todos los pasillos. Súbitamente, Elliot tuvo una idea.

—Krystos, y qué si... buscamos el origen de las voces...

—¡¿Estás loco?! —contestó la Quimera con alteración.

—No, escucha... solía pasar en los videojuegos que jugaba cuando estudiaba en el instituto de artes, ¿te acuerdas?

—Me acuerdo algo del castillo, sí... ¿cuál es tu punto?

—En esos juegos solía haber algo que llamaban bonus room o secret room, y no eran otra cosa que lugares secretos, por lo general, con alguna pista que te llevara a ellos, y al final había una recompensa. Quizás... esto sea parte de la prueba. Todo esto del EXP me recuerda mucho a esos juegos, por lo que, quizás, podría tener sentido... y, si esto fuera una dungeon, entonces tiene que haber una secret room... aunque no lo sé, si te soy sincero, yo también pienso que es una locura.

—Bueno, sí, es una locura —contestó Krystos pensativo—. Pero ahora que lo mencionas, todo esto es ya de por sí algo de locos, así que podría valer la pena intentarlo. Quiero decir, la magia nunca tuvo mucho sentido después de todo, y cuando comenzamos con todo esto años atrás... siempre supimos que podía pasar cualquier cosa.

—Exacto —convino Elliot—. Qué dices... ¿seguimos la voz?

—¡Supongo que no me quedará otra que cuidarte la retaguardia!

—hola

—Ten cui...

—Ya lo sé, Krystos, no te preocupes. Tengo cuidado. No me trates como a un niño. No lo soy.

—Díselo al espejo —dijo Krystos, señalando hacia la derecha.

Ambos estaban reflejados exactamente como cuando (¿alguna vez hace cuánto?) llegaron a ese mismo parque de diversiones para recuperar otra de las cartas del tarot. Elliot tenía puesto su suéter azul de siempre y su bufanda; su cabello era oscuro, su altura al menos unos 10 o 15 centímetros más baja que ahora, y su rostro no se veía tan curtido, tan hastiado, con tantas ganas de querer olvidar.

—Eso fue hace mucho, Krystos...

—HOLA

—Como sea, no sigamos perdiendo el tiempo.

Los minutos pasaron. Eventualmente, el sonido de las cadenas de la criatura arrastrándose entre los espejos los alcanzó. Aquello confirmó las dudas de Elliot sobre si la criatura había estado afuera o adentro; sin embargo, el asunto era que ahora sí lo estaba, y que toda la exploración del laberinto se había vuelto súbitamente más peligrosa, especialmente debido a lo angosto e incómodos que eran los pasillos para moverse entre una habitación y la otra y la cantidad tan grande de cruces ciegos.

—¿Es cosa mía... o el camino se está haciendo más... pesado? —comentó Elliot mientras seguían buscando la habitación secreta y huían simultáneamente de la criatura.

—Creo que nos estamos haciendo más lentos —contestó Krystos con cierto pesar.

—Mira, por ahí...

—hoola

Elliot estaba señalando hacia un pasillo cuyas luces iban muriendo gradualmente hasta quedar en la oscuridad, salvo por la luz roja que se colaba apenas en un hilo por debajo de una puerta de metal. Krystos asintió y se acercaron un poco más.

Fue imposible no sentir espinazos por todo el cuerpo. Estos eran los más horribles que alguna vez hubiera sentido. Tanto así que si el Elliot que hubiera intentado cruzar ese pasillo era el mismo que había llegado al parque de diversiones, el pavor de cada centímetro de su piel y de su mente lo habrían paralizado en el acto, haciéndolo tumbarse al suelo a llorar desesperadamente del miedo, como si estuviera atrapado en la más horrible pesadilla que alguna vez hubiera tenido, pero no dormido... despierto, y todo sin necesidad de que algo lo hubiera atacado o devorado.

«¿por qué me reclama? ¿de qué me culpa? ¿acaso quería morir? QueriaMorirQueriaMorirQUeriaMOrirHoLahOlA... Ho... lA...»

Aquel mórbido lugar requería de un santo y seña, de una credencial: esa que portan únicamente los espíritus humanos que han sufrido lo suficiente y aun así han logrado permanecer fuertes, lo suficientemente íntegros como para entender el otro rostro del mundo que las demás personas, por conveniencia y necesaria protección emocional, evitan descubrir. Un chico de 14 años como Elliot, un niño amado y privilegiado, un chico afortunado como sólo unos cuantos millones en el mundo, jamás habría sobrevivido a la presión de esos espinazos, de esa vibra, de ese aire.

Pero Elliot ya no era un chico. De alguna manera, en realidad, había crecido. Había llegado a ese triste punto de la vida donde ya no queremos hacer más recuerdos, si no, en cambio, donde queremos comenzar a olvidar; ya Elliot había cruzado esa línea accidental que muchos, por suerte, nunca cruzan; la línea que separa el mundo real del mundo de las ilusiones, el mundo de los buenos del mundo de los malos, el de los inocentes del de los perversos. La prueba de Iudicium había logrado su cometido: enseñarle a un niño de 14 años el mal. Prepararlo para las cosas para las que, hoy en día, ya no se prepara a los niños.

«no por favor... no de... Ho... de... no... La... no, no, no... HOoOlA...»

Y... si hubiera una forma de definir aquel presagio para Elliot, o aquellas intenciones del espíritu arcano, no habrían sido muy distintas a los presagios de la casa de dulces del bosque en Hansel y Gretel, o el camino de flores silvestres en otro bosque, este en el cuento de la Caperucita Roja, o tal vez el espejo del diablo que reflejaba el mal interior de la Reina de las nieves. Iudicium le había abierto todos los caminos, incluso aquellos que eran más difíciles de recorrer, los que requieren de mucho valor, de mucha fuerza, de mucha entereza en el espíritu y el corazón.

Por eso, Elliot pudo cruzar el pasillo. Ya no era un chico. Ahora estaba grande, estaba curtido; había aprendido las cosas que nadie debería aprender. Como dicen algunos hoy en día: el chico había visto cosas. Sus ojos no se cerraron al abrir la puerta y estar, por primera vez en su vida, en la zona de un crimen atroz, con toda la carga de desarmonía que eso ameritaba. El rugido del lugar era estruendoso, horrible, brutal. Krystos buscaba taparse las orejas con todas sus fuerzas, incluso aunque era imposible, pero aun así, al menos quería reducir en la mayor medida posible el alcance de ese eco.

«están muertos... todos estan... holaaaaa... muertos»

Las luces eran rojas, las paredes estaban llenas de sangre. Era la habitación de mantenimiento. Habían computadores, controles para las luces, un escritorio y un archivero, entre otras cosas; también estaban los espejos de reemplazo que habían quedado guardados décadas atrás cuando el parque aún era funcional. Era en esos espejos donde más se podía ver los rastros del crimen. Era algo que sólo Elliot podía ver ahora; él, y los que eran como él. Esa era la razón por la que aquel extraño y alejado parque de diversiones había cerrado tantos años atrás. Porque aquel había sido el lugar de trabajo de un asesino serial.

Elliot ignoró la estática de la radio encendida, las voces que se aglomeraban desesperadas al mismo tiempo en aquella habitación, y se centró en lo que buscaba: la recompensa por haber encontrado la secret room. Estaba ahí mismo en el escritorio; eran tres monedas de 100 EXP cada una. Efectivamente, su teoría había resultado cierta. Ya con ellas en mano, Elliot se apresuró a salir de la habitación.

─ ∞ ─

—Tenías razón —dijo Krystos a la vez satisfecho y apesadumbrado.

Elliot prefirió ignorar el cumplido.

—Vamos, ya tenemos 1200 EXP —dijo—. Debería ser suficiente para completar con lo que nos den al final de la prueba.

Cuando terminaron de salir del pasillo oscuro, la criatura se asomó por un extremo y comenzó a arrastrarse lentamente hacia Elliot, pero él no tuvo miedo; Krystos tampoco. Su silueta era terrorífica, pero el chico era igual de fuerte, igual de poderoso. Acababa de demostrarlo al enfrentar algo tan horrible como la habitación anterior, llena de aquellos gritos, aquellas voces, de aquellos miedos encerrados. Al ver a la criatura, la entendió un poco y algo en su mente hizo clic.

—No tienes los ojos rojos porque tú no eres un demonio... eres una de las víctimas —dijo.

La criatura se siguió arrastrando, a pesar.

—No te detendrás porque ya no eres quien alguna vez fuiste, pero nunca fue tu culpa. Tú no te hiciste esto, y al contrario de lo que piensa Iudicium, a veces... es una lástima, pero pasa que los demonios de otras personas nos transforman... en lo que eres ahora...

Krystos se acomodó, listo para luchar si era necesario. Elliot le hizo un gesto de confianza, de que no se preocupara en lo más mínimo.

—Aunque no sirva de nada... yo te entiendo —dijo Elliot con una sonrisa triste en los labios—. Quisiera que las cosas hubieran podido ser diferentes para ti...

De inmediato se dio la vuelta y comenzó a andar por el mismo lado por el que había venido para regresar a la primera habitación y tomar el pasillo de la derecha. Krystos respiró aliviado. Los pasos del chico, aunque muy lentos en comparación con la primera vez que entró en el parque de diversiones, eran aún más rápidos que los de la criatura abandonada.

Por el camino se encontró con cientos de reflejos de sí mismo, todos distintos, todos infinitos, todos rememorando cosas que el chico iba olvidando cada vez más y más a medida que avanzaba hacia la derecha. De pronto, durante uno de sus pasos, un par de ojos blancos de un reflejo lo capturaron.

—Eres... tú —jadeó Elliot mientras se acercaba aún más al espejo roto para mirar con más detenimiento a la mujer que se reflejaba en él—. A ti... sí te recuerdo...

Era como si la mujer y él estuvieran conectados a través de su mirada.

—Acaso... ¿he soñado antes contigo? Sí, creo que solía hacerlo... solía hacerlo mucho aunque no supe quién eras...

A medida que Elliot se acercaba al espejo el reflejo de la mujer se acercaba a Elliot, pero su figura (Elliot imaginó que su figura sería igual al otro lado) estaba rota. Elliot levantó uno de sus brazos, y el reflejo de la mujer en el espejo hizo lo mismo, aunque nunca hubiera sido sólo una mímica sino también una réplica de la añoranza en el gesto. Elliot, impaciente, tocó el espejo roto en la ilusión instintiva de capturar algo de ella para sí mismo, quizás para preservar la última gota de sentido que parecía quedarle a su memoria, pero cuando lo hizo, toda la pared se vino abajo y lo cubrió en una lluvia de cristales rotos que Krystos desvió con un resoplido.

—Ya está, Elliot... sigamos —le dijo a su dueño.

Elliot asintió con melancolía. De pronto se sintió viejo, muy viejo. Sin embargo, cuando intentó verse en uno de los espejos resultó inútil. Ninguno de los reflejos que veía eran los de su yo actual. Todos eran otros Elliot Arcana que él no era, recuerdos perdidos, quizás, sombras, ilusiones, versiones de él, lo que fuera...

Cuando estuvieron de vuelta en la bifurcación por la que habían llegado al callejón del espejo roto, Elliot notó que el reflejo de un hombre con traje de guerra y con el cabello tan rubio como la mantequilla lo estaba esperando con el ceño fruncido y la mirada enfurecida. Él también era uno de los reflejos de Elliot en los espejos.

Pero Elliot lo ignoró, siguió adelante; estaba muy cansado. La prueba de Iudicium era, sin dudas, la más difícil de todas las que había enfrentado hasta ahora.

—A ver, ¿por cuál? —preguntó con voz añejada.

«¿Cuánto tiempo ha pasado ya?»

«Una eternidad»

—Entonces, ¿por cuál para salir de aquí? ¿Por cuál? —preguntó desesperado mientras miraba en todas direcciones y solo se tropezaba con Elliot Arcana aquí y allá, y todos los Elliot Arcana estaban tan confundidos como él.

—¿Acaso seguimos vivos? —preguntó.

—¡Claro que sí! —respondió Krystos amargado—. ¡No digas tonterías, viejo! ¡Mira, por allá, allá se ve algo distinto!

Era impresionante lo mucho que habían envejecido sus voces.

Elliot caminó hasta la señalación de Krystos. De pronto sus ojos se tropezaron con los de ella. Eran fríos y muy azules, como hielo polar. Lo estaban observando por un segundo, a través de la oscuridad del suéter con capucha que llevaba encima.

—Tal parece que nos vemos de nuevo, rata-pájaro —dijo sonriéndole a Krystos.

—¿Perdón? —contestó Elliot con voz quebradiza—. ¿Te conozco? ¿Quién eres tú?

—¡¿A quién le dices rata, mocosa?! ¡Estás hablando con una Quimera!

La chica portaba un extraño rostro de ilusión y amargura al mismo tiempo, con las dos manos guardadas en los bolsillos de su hoodie. Al verse en el espejo, ambos parecían ciertamente un reflejo el uno del otro por sus vestimentas.

—Quizás no sabes quién soy, schenok, pero yo nunca he dejado de recordarte —dijo volteando ahora hacia él con cariño y melancolía en la mirada.

No debía tener más de trece o catorce años a lo mucho.

—Toma, y no lo olvides —dijo amenazante—. Compra el frasco vacío...

La chica sacó una moneda de uno de sus bolsillos. Sus manos eran muy blancas y pequeñas. Con aquel suéter enorme cobijándola parecía una hechicera urbana, un poco desaliñada, cuya túnica no era hecha de gasa sino de poliéster. Así, con esa apariencia irreverente y juvenil, lanzó la moneda con su dedo pulgar, haciéndola cruzar sorprendentemente por el cristal del espejo que había de su lado y que la separaba de la realidad en la que Elliot se encontraba.

La moneda voló y atravesó el espejo, mientras Elliot, el anciano, la observaba maravillado y atónito, distraído. Krystos la atajó en el aire por su amo, cuyo cuerpo ya no podía permitirse más esos movimientos ágiles de los jóvenes. Ya una vez con la moneda Elliot quiso agradecerle a la chica, sorprendido y agradecido en partes iguales, pero al volver a mirar hacia el frente, hacia el espejo que tenía adelante, no la vio; ya había desaparecido también.

—A... ¿a dónde se fue, Krystos...? La niña.

—No lo sé, Elliot, pero... por alguna razón, no la hemos olvidado.

—Se parecía mucho a... a... ¿a quién, Krystos? ¿A quién se parecía?

—A nadie que yo recuerde que no seas tú, viejo loco —refunfuñó Krystos por lo bajo.

Elliot se echó a reír mientras inspeccionaba la moneda con sus dedos. Esta era muy distinta a las demás: en vez de tener una trompeta por el lado del sello tenía un uróboros doble, y la cantidad era exorbitante en comparación con todas las otras monedas...

«1500 EXP», leyó el anciano.

—Sus ojos eran muy claros —le comentó a Krystos—. Me recordaron los... los de... Ahh... Ahh... los de ella, en fin... pero los de la niña no eran tan claros, en cambio, los suyos, los de ella, lo eran tanto que eran blancos, como si tuviera cataratas...

—Eghh —volvió a refunfuñarle su Quimera mientras daban pasos hacia la salida—. A ti todos los ojos te recuerdan a los de ella, viejo loco, ¡hasta los míos!

El camino se fue haciendo oscuro, cada vez más oscuro; ya las luces habían muerto prácticamente todas, y tanto Elliot como Krystos andaban a tientas, instintivamente, entre la oscuridad del final del laberinto. Finalmente, al final del pasillo por el que iban caminando, una luz de día emergía. Al verla, tanto el amo como la Quimera se sintieron increíblemente felices, y repletos de la euforia, se anticiparon a alcanzarla.

─ ∞ ─

En la salida había otra maquinita expendedora, esta disparó una moneda de 300 EXP. El viejo la tomó por tomarla y la guardó en uno de los bolsillos de su pantalón. Ya ni siquiera se acordaba del bolsito de cuero lleno de monedas que llevaba consigo. A los pocos pasos más allá, un hombre árabe con alas de halcón, ojos morados, y una trompeta colgando en su hombro lo recibió.

—Aquí tiene, traje esto para usted —dijo extendiéndole al anciano un bastón alargado y con una bonita empuñadura en oro oscuro.

—G-gracias —murmuró Elliot con una voz extraña incluso para sus propios oídos.

Apoyó su mano en el bastón. Tenía la piel arrugada y no había rastro en ella de otra cosa que no fuera fragilidad y vejez.

—Supongo que eso de que la juventud pasa volando es cierto —comentó entre risas de abuelo mientras posaba sus ojos en el ángel a su lado—. ¡Podría jurarte que hace poco estaba acompañado por un gran amigo, pero no lo veo por ningún lado!

—No pasa nada, señor. Creo que ustedes los humanos le dicen a eso... senectud.

El ángel tomó al anciano cuidadosamente para ayudarlo a andar. Este no hacía más que mirar alrededor, a un parque de diversiones desolado, abandonado, silencioso... con algo faltante.

—Parece ser que la fiesta terminó —dijo.

—Sí, anciano, podríamos decir que la fiesta terminó —comentó el ángel con simpatía en su voz—. Dígame, ¿se divirtió?

Por un momento Elliot permaneció callado, mascando la saliva como si eso fuera ayudarlo a recordar, hasta que, al final, chasqueó la lengua con disgusto.

—No me lo vas a creer, muchacho... pero no me acuerdo —se quejó—. Esta cabeza mía ha pasado por mucho, por mucho te digo...

—Nos pasa a todos, abuelo, pero no es un mal para echarnos a morir. Soy de los que cree que recordarlo todo es una maldición inevitable, así que olvidar no es tan malo como parece. Bueno, aquí es... ya llegamos.

—¿Ya llegamos? —preguntó Elliot confundido.

Habían arribado a la caseta de premios.

—Sí, aquí es: el final del recorrido. ¿Vas a querer alguno de los premios?

—Aunque se ven muy bonitos —contestó el anciano–, lamento decir que no tengo dinero para pagarlos.

—Yo me revisaría los bolsillos antes de decir eso, abuelo. Pero no se emocione tanto, mire que los paramédicos se fueron hace rato ya.

Intrigado y con la sorpresa en sus ojos, Elliot metió poco a poco la mano dentro del bolsillo que el ángel de los ojos morados le había señalado. Con un poco de esfuerzo logró sacar la bolsita de cuero que estaba considerablemente abultada. Cuando la abrió, sus ojos se encontraron de frente con relucientes monedas de oro.

—¡Dios mío! —exclamó y subió sus ojos para ver al hombre frente a él.

Su piel oscura y sus ojos morados eran tan inquietantes como hermosos, y su semblante serio le daba un aire de solemnidad y suficiencia que en cualquier circunstancia distinta se habrían podido confundir con soberbia

—¿De dónde salió todo esto? —se preguntó en voz alta.

Iudicium se encogió de hombros.

—No lo sé, pero si estaban en tu bolsillo entonces son tuyas...

—Sí... supongo, ¿no? —concordó Elliot confundido mientras se apoyaba aún más en el bastón—. A ver, ¿tienes alguna rodilla nueva por allí? Porque las mías me están matando...

—Creo que de esas no me quedan, abuelo, pero si veo alguna por allí, le prometo que será al primero que llamaré —bromeó el ángel de vuelta.

Los dos rieron hasta que la tos interrumpió a Elliot. El espíritu aguardó unos segundos antes de volver a hablar.

—Entonces, ¿ya sabe qué quiere comprar? —preguntó de nuevo Iudicium.

Esta vez Elliot miró con más atención los objetos.

—Mmmm...

Todos los frascos llamaban su atención porque se veían exquisitamente trabajados y sus líquidos coloridos brillaban tentadoramente bajo la luz de las atracciones. Además de que ya había contado las monedas y se había dado cuenta de que con lo que llevaba encima, 1500 EXP, podía comprar varios de ellos y aun le sobraría dinero.

—A ver, a ver... todo se ve muy bonito, pero...

Elliot estaba perdido ante el mar de frascos frente a él. De repente, por pura casualidad, sus ojos se toparon con algo que estaba en la esquina inferior del tablero, casi oculto a la vista de cualquiera que no fuera lo suficientemente curioso. Haciendo acopio de todo lo que con mucho esfuerzo le permitían ver sus viejos y cansados ojos, Elliot notó un pequeño rectángulo amarillento en el que se veían dos pilares enmarcando un paisaje boscoso y un cielo abierto que se extendía por detrás del dintel grecorromano.

—Quiero eso...

Estaba señalando el pedazo de papel.

—A ver, anciano... ¿seguro? De todas las cosas que podría comparar con ese dinero, ¿va a gastarse todo lo que le queda en una carta vieja y sin nada interesante que ver en ella?

Elliot negó con la cabeza mientras sus ojos se posaban otra vez en el objeto que, al parecer, era muy preciado por aquel hombre. Automáticamente se supuso que era lo más valioso del escaparate, especialmente por lo escondido que estaba y por la reacción de su vendedor. Aun anciano, Elliot todavía era muy sagaz.

—N-no lo sé... es solo que —intentaba explicarse—, me recuerda a alguien... a... a un amigo... —respondió mientras una sonrisa tímida se dibujaba en su rostro—. O por lo menos eso creo... no logro recordar muy bien, pero... algo me dice que era un muy buen amigo mío. A estas alturas de mi vida, eso es lo único que me importa...

Iudicium lo observó con una sonrisa repleta de perplejidad.

—Entonces... ¿la quieres porque te recuerda a un amigo? —enfatizó el espíritu.

Elliot rio apenado y un ligero rubor pintó sus mejillas de anciano.

—Tal parece que soy un viejo sentimental —dijo riendo—. Tendrás que disculparme por mi insistencia...

Sin decir nada más, Iudicium caminó reverencialmente hasta la carta y la tomó entre sus manos. Por un instante la examinó pensativo, como si meditara algo muy importante... pero luego de respirar profundo, se giró para ver a Elliot directamente a los ojos.

—Tiene un espíritu maravilloso, anciano —le dijo con mucho respeto—. Aun después de todo esto... sigues siendo tú mismo. Vaya...

El ángel suspiró con respeto ante el anciano.

—Bueno, aquí tienes —dijo alcanzando la carta para entregársela a Elliot.

De pronto, los ojos del chico que ya no era chico y que se había vuelto anciano de la noche a la mañana se fijaron en un frasco vacío y pequeño, de tapa negra y acolchonada, que permanecía en uno de los últimos estantes.

—No... lo —Elliot estaba luchando mentalmente—. No lo...

«...no... lo...»

—¿Qué sucede? —preguntó Iudicium mientras una sonrisa de alivio comenzaba a plasmarse en su rostro—. ¿No estás seguro?

Tal parecía que Elliot era más capaz de lo que parecía a simple vista; incluso siendo un anciano cuya vida había llegado a su fin.

—¡No, no...! —contestó Elliot, volviendo a luchar para no distraerse.

«...no... lo...»

—No lo...

Iudicium también aguardaba la misma respuesta, hasta que...

—No lo olvides —dijo Elliot pensativo.

«...no lo olvides...»

Aquellos ojos polares, muy azules, la moneda volando, traspasando el espejo, alcanzando su reflejo y esa advertencia...

«No lo olvides...».

Tan rápido como pudo Elliot se llevó una mano hasta el bolsillo de su hoodie y encontró lo que buscaba.

—¿Cuánto vale el frasco? —le preguntó al ángel.

—Lo mismo que la carta —respondió Iudicium sonriente.

—Lo compro —dijo pasándole la moneda de 1500 EXP que acababa de encontrar en el bolsillo—. Además de la carta, claro...

Y con su otra mano le entregó la moneda que obtuvo al salir de la casa de los espejos y la bolsita de cuero.

—Cuéntalo. Está completo. Así podré quedarme con el recuerdo de mi amigo y con el frasco también —sonrió victorioso—. Por cierto, ¿para qué sirve? —le preguntó con curiosidad.

—Para olvidar lo malo, viejo —respondió el espíritu—. Supongo entonces que te las arreglaste para escoger ambos caminos, ¿no? El de tu destino y el de tu felicidad.

—Supongo —respondió Elliot sintiéndose joven otra vez.

Iudicium se echó a reír.

—En ese caso... como prueba de tu logro y por orden de mi hechizo, solo a vos obedezco y mi poder os brindo...


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Aló, people!

Esta prueba estuvo intensa, pero confesamos que disfrutamos muchísimo escribiendo estos capítulos del arco de la prueba de Iudicium.

Sabemos que este es el mes del amor y la amistad, y por eso, les avisamos que en la antología "Un toque extra de amor" del perfil de encontrarán un especial de San Valentín que hace prácticamente de adelanto o teaser promocional de ARCANA Vol. 3! Los invitamos a leerlo con confianza que no hay tanto spoiler XD

Se llama "La doncella de hierro". Esperamos que lo disfruten mucho y que también nos dejen sus comentarios por allá. Si todavía no se animan, recuerden que es el primer trailer oficial del Vol. 3 XDD jajajajajaj!!

Aquí les dejamos este banner precioso que nos hizo nuestra amiga para promocionarlo, y quién, por cierto, esta semana acaba de publicar el capítulo 52 de Cuervo. Si aun no la leen, se las recomendamos de corazón, porque está buenísima y de seguro les saca unas cuantas risas como a nosotros! Muchísimas gracias, Ava <3.

¡Feliz febrero, queridos lectores! Los queremos un mundo, y como siempre, desde Venezuela les enviamos un fuerte abrazo. \o/

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