Capítulo 53: No todas las puertas llevan a Miami

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Elliot sonrió, y se preparó para contarle todo. Entre ambos podían armar un plan para los próximos días.

—Es difícil pero no imposible —añadió—. Sólo tengo los días del viaje para poder reunir las cartas de América porque la magia de Rider no puede cruzar océanos... O al menos, no sin una fuente muy grande de energía, y eso es algo que no tenemos en este momento. Ya Rider de por sí ha estado muy cansado...

—Pero —iba a protestar Delmy cuando la voz de Elliot la interrumpió.

—Tengo que llegar como sea a Miami lo antes posible —exclamó el chico.

La idea de que Astra y Temperantia pudieran sufrir a manos de Noah le aterraba, y aunque no podía confirmar la veracidad de la información que acababa de llegarle minutos atrás a su correo, gracias a la ayuda del señor Mage y de Aster Kiar ya había podido hacerse con el control de Senex en el pasado. A su parecer, valía la pena tomarse en serio las palabras del correo.

—Delmy, lo siento, pero tengo que resolver todo esto, así que... ¿me ayudarás... o...?

Ella lo paró en seco,

—Es que es imposible, Elliot.

Elliot la observó con resignación mientras ponía su mente a trabajar en un plan.

—Vale, gracias de todos modos —contestó algo amargo, aun tratando de sonar amigable—. Gracias por la información de la comida para la polluela, te debo una. Por lo demás no te preocupes, lo tendré todo bajo control...

En su mente una solución distante aparecía, pero era más como una fantasía que una verdadera opción. «Si tan sólo pudiera pedirle ayuda a Lila...», pensó. «Si tan sólo pudiera tener esta conversación también con ella...».

—Espera, Elliot, espera —intervino Delmy al ver que Elliot recogía sus cosas para marcharse.

Apenas le puso una mano encima, la polluela fénix le dio un picotazo.

—¡Auch!

—¡Lo siento! —se disculpó Elliot tomando a la polluela entre sus manos para que dejara de atacar a Delmy—. Es algo sobreprotectora conmigo, eso es todo...

—No importa —contestó Delmy acariciándose la herida—, lo que quería decir es que... quizás, si hablaras con Rousseau...

Al escuchar el nombre del profesor, Elliot recordó la conversación que tuvo con él en el vestíbulo del hotel y la muerte de Tate. Definitivamente hablar con él no era una opción.

—No, nada de hablar con los profesores, y mucho menos con Rousseau —dijo tajante—. No confío en él...

—Elliot, pero —Delmy parecía luchar entre decir algo o retener la información; sin embargo, tras un vano intento, terminó por hablar—: Rousseau sabe de la Armonía, Elliot... Así que él podría ayudarte si tú...

—Una de las cartas del Tarot, es decir, una de mis amigas, estaba encerrada en una jaula extraña detrás de un pasadizo que comenzaba en su despacho. Por eso él menos que nadie puede enterarse de nada. Ni él ni nadie de O.R.U.S, ¿entiendes?

—Entonces tú fuiste el ladrón de principio de curso...

Elliot dio un paso atrás por instinto, como si la palabra ladrón le ofendiera y necesitara negarla automáticamente. Tras pensarlo por un instante, bajó la guardia.

—No, bueno, sí, ¡pero no! —se excusó—. Yo saqué la carta mucho después, el día de mi cumpleaños... No fui quién destruyó su despacho si eso es lo que quieres saber. Tan sólo me colé y liberé la carta, no hice nada más...

—Sí, lo recuerdo. Fue cuando tuve la premonición de que te encontrarían dormido en el techo...

Los ojos azulados de Elliot se tornaron impresionados.

—¿Tú... puedes ver el futuro?

—No lo digas como si fuera algo bueno —le reclamó ella—. No lo es.

Elliot luchó por contener el jadeo.

—Lo siento, Delmy —dijo—, sé que no te gusta la magia, pero tienes que entender que esto es muy importante para mí. Yo le prometí a los espíritus que los ayudaría a ser libres, y ya les fallé una vez... No puedo volverlo a hacer. Y no lo haré.

Elliot fijó su mirada en los profundos pozos de carbón que eran los ojos de Delmy. Ella podía ver claramente su determinación, y aunque quería morderse la lengua para no decir lo que estaba a punto de decir, al final termino por hablar, como siempre...

—Quizá haya una manera más rápida de llevarte a Miami y traerte de regreso sin que los profesores se den cuenta.

Al notar lo que acababa de hacer, ahuyentó el silencio con un suspiro de derrota. Elliot le sonrió de oreja a oreja.

—¡Pero no será algo sencillo de lograr! —añadió de inmediato como si le asustara aquella repentina felicidad en el chico frente a ella.

—Tú solo dime que tengo que hacer y yo lo hago —afirmó Elliot animado, tomándola de las manos con cuidado para que la polluela no la fuera a picotear otra vez.

—Pues... Vamos a necesitar un disfraz muy bueno... para ti... Eso contando con que yo no me desmaye o me muera de un ataque al corazón en el proceso, pero, principalmente, necesitaremos hacerte pasar por alguien más para que mi idea funcione.

Elliot no pudo evitar reír al escuchar aquello que le estaba diciendo la chica.

—Listo, no te preocupes por el disfraz —dijo—. Tengo a la persona indicada para ayudarnos con eso.

A un lado había aparecido Imperatrix, orgullosa y emocionada por volver a ser el centro de una misión. Elliot la volteó a ver para luego volver a concentrarse en Delmy.

—Entonces —dijo la chica—, ahora solamente tenemos que lograr colarte en el Salón de las Puertas del Conservatorio de Magos, Elliot Arcana... Y yo, por eso, ahora estoy que me va a dar un infarto.

─ ∞ ─

Delmy apuraba a Elliot por reflejo del miedo. Estaba muy nerviosa. Sabía que el Centinela de la entrada iba a encontrarlos en la lista de miembros sin problemas. Como era primera vez que usaban esta puerta y no serían reconocidos, seguiría el protocolo de verificación de identidad. Hasta ahí todo bien. Lo que la tenía nerviosa no era eso, sino que Elliot, en su «idiotez con todo lo relacionado a la magia» los delatara con alguna pregunta o gesto fuera de lugar...

La parte trasera del Café Du Monde era un pequeño jardín central con bancas de metal contorsionado; había una fuente de piedra en una de las paredes laterales por la que el agua no dejaba de correr cuesta abajo desde la vasija de una mujer, una imagen muy similar a las ilustraciones del arcano de la Templanza que Elliot había visto en el libro de adivinación, aunque muy distinta a la del tarot que Mady le había regalada para su cumpleaños.

A diferencia de las mesas en la entrada principal del café, abarrotadas a más no poder, el jardín de plantas exóticas y tropicales estaba completamente vacío, aislado del ruido del barrio francés que lo rodeaba.

—Aquella es la puerta —dijo Delmy señalándola con un ligero gesto.

Era una puerta empotrada en la pared del fondo del jardín, previamente resguardada por una hermosa reja de hierro cubierta en pintura blanca. Elliot fijo sus ojos en ella y rápidamente notó al hombre que salía a su encuentro apenas se estaban acercando.

«Ay por favor, que todo salga bien», pensó Delmy mientras enderezaba la espalda y caminaba con más rigidez de la necesaria. Antes de que Elliot pudiera hacer cualquier otra cosa, el Centinela los abordó:

—Ustedes no son de acá —dijo—. Mmm... ¿cuáles son sus nombres?

Aquello lo dijo mientras sacaba una tablet de su chaqueta y revisaba en alguna aplicación con listas y fotografías de personas.

—Delmy Narasimha —contestó ella enseguida.

—Y su hermano —agregó Elliot apresuradamente.

El Centinela fijó sus ojos con aburrimiento en Elliot.

—¿Y su hermano se llama...?

—Lo siento, su nombre es Ney... Ney Narasimha.

Aunque Elliot no lo había querido admitir, estaba nervioso, y que Delmy lo mirara como si lo quisiera matar en ese mismo momento no estaba siendo de mucha ayuda.

El hombre tecleó ambos nombres en el aparato y al instante asintió satisfecho. Tanto Elliot como Delmy supusieron que habían aparecido en la lista y que el Centinela se había comido lo del disfraz.

—Adelante, que tengan un buen día. Ya pueden cruzar la puerta —dijo mientras introducía su llave para abrir la reja y darles paso a los chicos a la puerta empotrada.

Delmy asintió; Elliot, por su parte, le dio las gracias al hombre con mucho entusiasmo. Segundos más tarde, ya detrás de la reja y frente a la puerta que los haría cruzar distancias inimaginables, Delmy le susurró a Elliot al oído con mucha decisión:

—Veas lo que veas cuando abra la puerta, no te vayas a sorprender, garoto... por favor —sus ojos estaban más serios que nunca—. Recuerda: eres mi hermano, y todo esto es muy normal para ti... ¿ENTIENDES?

Justo cuando Elliot estuvo a punto de contestar con sobriedad apareció Paerbeatus, sobresaltándolos a ambos.

—¡CACHORRO! ¡¿Eres hermano de la loca?! ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Es por eso que están tan cerca el uno del otro sin pena alguna? ¡Vaya que este sí que es un acontecimiento inesperado! Aunque, la verdad, sí tienen mucho parecido, ahora que lo pienso. Los dos tienen cejas gruesas, cabello sucio y desarreglado, y una sola boca con todos sus dientes... ¡Muchas coincidencias juntas! No sé cómo no me di cuenta antes...

—Parby, te dije que no salieras hasta que yo te llamara —lo regañó Elliot.

—Es que Recordatorio me quiere bañar, pero yo tengo mucho frío, y...

—Paerbeatus —lo interrumpió Elliot, ahora con más seriedad.

Delmy, irritada, ya se había adelantado y estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta sin prestarles atención ni a Elliot ni al espíritu.

—Delmy —la llamó Elliot con prisa; ella volteó preocupada. Elliot le sonrió para reconfortarla—: No te preocupes, todo estará bien. Prometo que no me sorprenderé tanto...

Atrás, a espaldas de la silueta ladeada de su amiga, la luz que provenía de la puerta abierta parecía inundarlo todo. Elliot se armó de entusiasmo y alcanzó a Delmy, y cuando ya hubo cruzado también y se había colocado a su lado, sus ojos terminaron por adaptarse al brillo de las luces.

Mientras el calor de New Orleans cambiaba por un clima más fresco y templado, Elliot, con disimulo, no dejaba de mirar de un lado al otro de aquel lugar. La luz natural del sol había sido reemplazada por luz amarilla artificial que salía de los bombillos en las paredes de un enorme vestíbulo muy elegante y lujoso, como el de la recepción de un edificio de apartamentos de clase alta o el de un hotel cinco estrellas, con puertas alrededor de las que salían y entraban personas.

«Sin errores», pensó Elliot, recordando tanto a Roy como a Colombus por alguna razón. Centrándose por completo en su papel, tanto él como Delmy se encaminaron a una puerta que estaba justo frente a ellos y que daba a otro vestíbulo, uno aún más grande, hecho de pisos de mármol y paredes de granito, y en el que el murmullo de la multitud que iba y venía rebotaba a lo largo, haciendo eco de cientos de pasos y conversaciones ininteligibles.

Cuando Elliot subió la mirada, vio cómo el techo de aquel lugar se perdía de vista en un sin fin de pisos, todos con puertas simétricas con nombres distintos sobre ellas y pinturas vivas de lugares a los lados. De pronto, los llamados de la conductora de lo que parecía ser un carrito de tour de estudio de cine en el que iban varias personas sentadas, lo sacaron de su ensimismamiento. «¡Permiso, por favor...!». Elliot se movió a un lado, y vio cómo el vehículo seguía de largo con sus pasajeros.

—¿Todas estas puertas...?

—Sí, todas llevan a algún sitio, garoto —dijo Delmy muy por lo bajo mientras trataba de ubicarse en medio de la multitud—. Por eso se llama el Salón de las Puertas.

A diferencia de Elliot, el rostro de Delmy parecía repleto de obstinación.

—Agh, es imposible —comentó irritada—. No sé dónde estamos... Por eso odio este lugar.

Y al instante, Elliot la vio sacar de nuevo su teléfono y buscar algo en él.

—Dudo mucho que el GPS vaya a servir de algo aquí —comentó él mientras se asomaba por encima del hombro de la chica para ver la pantalla del móvil—. Un momento... Esa aplicación no la conozco...

—No deberías —contestó ella sin molestarse mientras manejaba la extraña app—. Sólo la tienen los viajeros del Salón de las Puertas...

—Claro, claro —comentó Elliot de lo más seguro.

En realidad, en su cabeza se preguntaba sorprendido: «¿Los magos también usan tecnología?». Atónito, caminaba manteniendo una seguridad cada vez más frágil en su mirada. Todo lo que veía alrededor le volaba todo lo que conocía por sentido común como cotidianidad.

Cuando finalmente ubicó lo que buscaba, Delmy lo tomó nerviosa por el brazo y se lo llevó a un lugar apartado cerca de un pasillo por el cual la gente casi no transitaba.

—Listo, es por allá... Ahora compórtate —le reclamó molesta.

—¿De qué hablas? —contestó Elliot ofendido—. ¡Lo estoy haciendo bien!

—No, no es cierto. Mi hermano no es famoso ni mucho menos, pero sí transita por acá seguido, y aunque estamos en el vestíbulo de Louisiana y que yo sepa él nunca lo ha usado antes, basta con que solo un Centinela que lo conozca te vea para que sepa que hay algo raro. ¿Y quieres saber por qué? Porque los magos del Conservatorio son unos paranoicos locos y maniáticos de la seguridad... ¿ENTIENDES, ELLIOT?

Elliot asintió irritado.

—¡Sí, lo entiendo! Deja de ser tan desconfiada y asumir que te voy a meter en problemas, ¿sí? También estoy intentando dar lo mejor de mí para que todo esto funcione...

Delmy, al escucharlo, bajó la cabeza apenada.

—Lo siento... Supongo que me estoy dejando llevar. Es cierto que no lo estás haciendo tan mal como pensé que lo harías...

Elliot no supo si sentirse satisfecho o molesto con ese comentario. En vez, contestó desviando el tema.

—El aire se siente raro, Delmy, eso sí —dijo—. Es denso, y cálido, y... reconfortante. Me recuerda mucho a las veces que he estado en el Arca.

—Estamos en el Arca, garoto —contestó ella como si nada, revisando nuevamente su teléfono.

—¿En... serio?

—Ujum, pero eso no importa ahora. Como te dije, según la aplicación estamos en el vestíbulo de Louisiana, y debimos haber tomado la cuarta puerta a nuestra derecha después de haber salido del vestíbulo de New Orleans...

—¿Es decir...?

—Aquella puerta —apuntó Delmy con uno de sus dedos.

Rápidamente se pusieron en marcha. Delmy tomaba la delantera y Elliot, en su disfraz perfecto de Ney Narasimha, iba justo detrás de ella. Nadie parecía fijarse en ellos. El plan estaba saliendo a la perfección.

—Esa puerta nos llevará directo al vestíbulo de Norteamérica. De allí debemos subir al cuarto piso para encontrar el vestíbulo de Florida, y, por ende, Miami.

—¿Y después cómo sabremos a donde llegaremos?

Delmy se encogió de hombros.

—Las puertas están identificadas, pero yo no conozco Miami, así que cualquier puerta nos tendrá que servir.

Dando pasos de regreso Elliot reconoció la puerta por donde había pasado la mujer que conducía lo que parecía un autobús turístico. Ciertamente era enorme. Ahora que estaba consciente de que se trataba del vestíbulo principal de Norteamérica, trató de fijarse lo más que pudo en los detalles que lo delataban así.

Si bien era un lugar cerrado e iluminado por electricidad, Elliot notó que lo que antes habían parecido pinturas eran en realidad ventanales en lo alto del tejado. Dichas ventanas no parecían estar colocadas para transferir luz del exterior al interior, puesto que estaban demasiado altas en la estructura del recinto. En vez, eran más bien como alguna especie de portapaisajes, como si tomaran prestadas las vistas de ciudades y lugares bellísimos de América del Norte, tales como el géiser de Yellowstone o los desiertos áridos de México, e incluso las taigas densas de Canadá. Todas estaban a la vista de todos los transeúntes.

Cada ventana daba a un lugar distinto en Norteamérica, y eso se veía porque incluso el cielo cambia de día a noche indiscretamente de un lado de la costa oceánica a la otra, como pinturas de una galería de arte. Pero eran ventanas: algunas más pequeñas y al alcance ocasional de uno que otro pasillo estaban abiertas, y daban efectivamente a los lugares que revelaban desde su mágico interior. Elliot incluso pudo verificarlo acercándose a una que, antes de precisar, había confundido con otra obra de arte.

Más de los mismos vehículos que parecían de turismo andaban de un lado al otro. Los viajeros caminaban relajados, sin prisa, puesto que evidentemente no llegarían tarde a ningún sitio, y parecían disfrutar con calma de las amenidades del recinto: puestos de comida, pequeños kioscos y tiendas como en un centro comercial de lujo, piscinas, fuentes de mármol, más ventanas que daban a vistas espectaculares, artistas callejeros, etc.

Y a un lado iban todas las personas que salían de las puertas: algunas parecían ejecutivas, gente importante de traje, otros se veían casuales, gente común y corriente, pero todos tenían algo en común para Elliot: todos eran, de una u otra forma, armoniosos... magos del Conservatorio. También había muchos niños pequeños que corrían de un lado al otro en grandes grupos con golosinas en las manos, todos usando el mismo uniforme azul celeste y bermudas blancas.

—Hay mucha gente en los ascensores, mejor subimos por las escaleras —comentó Delmy—. No quiero correr ningún riesgo.

Elliot, intrigado, notó que le costaba reconocer el idioma que hablaban muchas de esas personas, entre, claro, alguna que otra palabra en decenas de idiomas que por instinto le parecían familiares, como el inglés, el español, el mandarín, el francés, el alemán, el italiano...

—¿Qué idioma es ese que están hablando casi todos? —preguntó Elliot distraído sin prestarle mucha atención a las palabras de su amiga.

«Todas estas personas pueden usar la Armonía...», pensó Elliot mientras veía a una mujer hablando felizmente en el mismo idioma extraño con un niño que no debía ser mayor a su prima Claudia, pero que le sonreía y le respondía con entusiasmo.

—¿Cuál? ¿Ese? —contestó Delmy al ver a la misma mujer en la que Elliot se había fijado—. Esperanto. Todos en el Conservatorio hablan esperanto, es obligatorio. Es la lengua de nuestra armonía...

—¿Tú hablas esperanto? —preguntó Elliot incrédulo mientras subían las escaleras.

—Meh —contestó ella indiferente—. No lo hablo desde hace años, pero todavía puedo entenderlo. Creo que la última vez que lo utilicé fue durante mi último día en PRISMA...

De pronto, un suspiro pesado se escapó de sus labios.

—¿Prisma? —preguntó Elliot sin percatarse del malestar de la chica a causa de la excitación que sentía en el cuerpo.

Si hubiera sido por él, Elliot habría podido pasarse todo el día recorriendo cada rincón de aquel lugar y curioseando a donde daba cada una de aquellas puertas que dejaban atrás en su camino al vestíbulo de Miami.

—Mi antigua escuela, Elliot —contestó Delmy de mala gana y con amargura, como si los recuerdos de aquel lugar fuesen amargos—. En fin, aquella puerta es la que necesitamos, la grande que tiene el mapa de la ciudad tallado en...

—NO LO PUEDO CREER...

Al instante, Delmy volteó. Apenas escuchó a Elliot decir aquello, toda su piel se erizó, y un mal presentimiento la invadió por completo.

─ ∞ ─

—¿Qué? ¿Qué pasó? ¡¿Ya nos descubrieron?! —preguntó nerviosa.

Elliot, plasmado en la mirada de Ney, estaba con la boca ampliamente abierta. Sus ojos brillaban como si acabara de ver una maravilla inexplicable.

—Aquella es... es... es Mia Maze... MIA MAZE... DELMY, sí, ES MIA MAZE...

—¿Quién? —preguntó Delmy indiferente.

—¡Mia Maze! ¡Sweet Mia! ¡Sweet Mia The Illusionist! —respondió Elliot como si aquello fuera lo más evidente del mundo—. ¡E-es la celebridad f-favorita de Colombus! Si logro que me dé un autógrafo para él estoy seguro de que me perdonará de una vez por todas.

A lo lejos se veía a una mujer algo distraída y extravagante hablando con su acompañante. Ella, a diferencia de la primera, se veía mucho más seria.

—Sí, bueno, qué mal que no tenemos tiem... ¡¿QUÉ?! ¡No, Elli... Ney! ¡NEY!

Pero aunque intentó detenerlo, Elliot ya se había escabullido e iba corriendo en dirección de la muchacha al otro lado del pasillo. «¡Esto es malo... muy malo!», pensó Delmy mientras corría detrás de la silueta falsa de su hermano. Elliot se movió tan rápido que apenas le tomó unos segundos alcanzar a Mia.

—D-disculpa... H-hola, d-disculpa...

Estaba deslumbrado. Si bien era Colombus el que siempre había tenido un crush definitivo «ultra mega máximo nivel omega» con Arisha Maze (nombre de nacimiento de la celebridad), lo cierto es que Elliot tampoco había podido negar jamás que ella era, a parecer tanto de él como de su mejor amigo, una de las chicas más bellas del mundo entero, y el sueño de cualquier adolescente enamoradizo y hormonal como lo eran ellos.

—¡D-disculpa...! —exclamó apenado, tratando de sonar en control.

Mia volteó a verlo algo sorprendida. Elliot, en la forma de Ney, la veía fijamente.

—Disculpa, p-pero, tú eres... Mia Maze, ¿cierto?

Los ojos de Mia eran aún más impactantes en persona que en las fotografías. Elliot parecía hipnotizado. Debido a su heterocromía su ojo derecho era de un intenso y bonito color verde, más brillante y puro incluso que el verde de los ojos de Madeleine, mientras que el izquierdo era de un profundo y brillante color ámbar como la miel cristalizada. Tanto ámbar como esmeralda se mezclaban en una mirada repleta de ternura y encanto, abrigando los rasgos perfectamente estilizados y delgados de su rostro, su nariz fina y respingada, sus ojos grandes y coquetos, sus mejillas rosadas y sus cejas rubias, sus labios pequeños pero sutilmente carnosos y maquillados, su piel bronceada y exótica, tan vigorosa y espléndida como el color que se produciría si un trozo de canela se sumergiera en un vaso de leche oscurecido con un toque de café y lo tintara con su fragancia y su tonalidad, y el increíble baño, casi angelical, de sus cabellos rubios tan decolorados que casi parecían blancos en las puntas...

Todo en Mia Maze era perfección pura para cualquier chico o chica al que le fascinaran las modelos y las showgirls, las actrices, las cantantes, las influencers, en fin, las ilusionistas de los medios que saben obtener fama y gloria de la belleza femenina. Y aunque Elliot muchas veces planificó viajar a Las Vegas con Colombus para ir a ver el famoso y célebre espectáculo de Sweet Mia The Illusionist, jamás pensó que este terminaría tratándose de un acto mágico real. «Mia Maze es una maga de verdad», resonaba en la cabeza de Elliot mientras este todavía trataba de asimilarlo todo. «Ella siempre jugó en público con que hace magia... Y NO ERA MENTIRA». De todo lo que había visto desde el día uno de su aventura mágica, nunca había perdido tanto la cabeza por algo.

—¡Vaya, tenía tiempo que no me tropezaba con un admirador dentro del Conservatorio! —exclamó Mia mientras le dedicaba una gran sonrisa a Elliot—. ¡Y mucho menos tan apuesto...!

De pronto los ojos de Elliot se abrieron como platos. Mia lo estaba viendo con una sonrisa inocente y angelical en su rostro.

«Mia... Maze... piensa que soy...».

Pero el pensamiento acerca de la hermosa veinteañera fue interrumpido por la voz de su acompañante.

—¿Conoces a este hombre, Mia?

La mujer al lado de Mia Maze también era joven pero algo mayor que ella, y su piel oscura como el chocolate también era cautivante a los ojos del chico. Sus ojos eran de un color azul tan claro que casi parecían grises como la luna llena. Delmy, quién llegó a un lado, pensó que la mujer poseía una de los rostros más impactantes que jamás hubiera visto en una persona, y se preguntó...

«Demonios... ¿qué será lo que comen estas dos?».

Sin embargo, sus instintos le decían que era peligrosa, que la acompañante, a diferencia de la celebridad, era alguien a quién tomar con cuidado.

—Me disculpo por parte de mi hermano, a veces se emociona más de la cuenta y se pone impertinente —se apresuró a decir Delmy para escapar de aquella situación lo antes posible—. Vámonos, Ney, mamá nos está esperando y ya vamos tarde...

Elliot, embobado, habló sin voltear a verla.

—Todavía tenemos unos minutos, Delmy, sé buena niña y déjanos hablar a los adultos...

Mia soltó una risita por lo bajo, dulce y con aire inocente, que atrapó a Elliot aún más en su magia. Delmy tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no plasmar en su rostro la frustración.

Hermano —gruñó por lo bajo mientras abría los ojos con indiscreción—. Nos TENEMOS que IR...

Aquello no le pasó desapercibido a la acompañante de la maga.

—¿Todo bien? —preguntó ella con suspicacia mientras miraba a Elliot y luego a Delmy con atención.

—Sí, todo bien —contestó Elliot con voz sobreactuada y remarcada en exceso de confianza, pellizcándole la mejilla a Delmy, quién le apartó la mano de un manotón—. Amo a mi hermana, pero a veces me gustaría devolvérsela a la cigüeña. Discúlpenla, es que a veces se pone nerviosa y no sabe comportarse... En fin, no... n-no quería quitarle mucho tiempo, s-señorita Maze...

Delmy lo vio boquiabierta sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando y tratando de que no se le notara que estaba temblando de los nervios. Mia, por su parte, sonreía con coquetería y menospreciaba los susurros al oído de su acompañante con gestos de su mano.

—No te preocupes, Irina —dijo con calma—, de seguro sólo quiere un autógrafo... ¡Y yo soy Mia Maze, la ilusionista, bailarina, actriz, cantante y modelo más encantadora del mundo! ¡Sería una mancha terrible en mi honor el no darle a este hombre el objeto de placer que tanto anhela conseguir! ¡¿Es que acaso no ves TODO LO QUE ESTÁ EN JUEGO?! ¡Por algo decidí ser una showgirl...! Se trata de TODO el fundamento ontológico y estructural de mi profesión, de mi carrera, de mi vida pública y artística, de mi motivación y vocación laboral y mi realización como vedette... ¡¿Qué clase de ética profesional debo asumir que tengo si soy incapaz de satisfacer hasta el deseo personal más simple, ah?! ¡UN AUTÓGRAFO, IRINA! ¡UN AUTÓGRAFO!

Todos estaban muy callados y algo asustados ante el arrebato de la famosa. De pronto, tras haber dicho aquello de la manera más histriónica e hiperactiva posible, Mia volteó a ver a Elliot y se acercó lenta y disimuladamente hasta su oído.

—Sí es un autógrafo lo que buscas, ¿no?

—Sí, sólo quería pedirle un autógrafo...

—¡AJÁÁÁÁ! ¡¿VISTE?! —exclamó otra vez la maga volteando triunfal a ver a Irina—. ¡Y para eso tengo acá esto...!

Y en un movimiento repleto de intensidad y rapidez, Mia sacó un bolígrafo de tinta rosada lleno de dibujitos de corazones hechos con otros bolígrafos de colores sobre su cuerpo de plástico.

—¡Mi Supreme Autograph Maker! ¡Mi autografiador supremo!

Elliot, por instinto, dio un paso atrás. Jamás se imaginó que la personalidad de Mia Maze sería tan... explosiva y caótica.

«Pff... está loca», pensó Delmy conteniéndose para no voltear los ojos. Elliot, algo confundido y receloso, quería más bien obtener el autógrafo para seguir con su camino.

—Lo que pasa es que mi mejor amigo es muy fan de su espectáculo —dijo algo apresurado—, y yo me preguntaba si podría darme un autógrafo para él... Delmy, préstame el cuaderno, ¡Delmy!

«Ahora sí quieres que nos vayamos rápido, ¿no?», pensó ella irritada.

Sin esperar a que la chica dijera nada, Elliot comenzó a buscar el cuaderno dentro de su bolso.

—No hace falta que —intentó decir Mia, pero Elliot la interrumpió.

—¡Esta hoja servirá! —intervino él rápidamente, entregándole a la maga una hoja de cuaderno en blanco recién arrancada.

—¡No, no, no! Tengo una idea mejor —exclamó una vez más Mia repleta de entusiasmo.

La célebre ilusionista revisó en su bolso y sacó un lote de revistas atadas todas con una liga, removió una del paquete y la mostró repleta de orgullo mientras sonreía en pose coqueta y triunfal.

—Esta será la edición de enero de la revista Conejitas, así que, si se la das antes de fin de año, estoy segura de que sentirá en su corazón que su próximo año será espléndido y maravilloso, ¡y repleto de amor y felicidad! Será un excelente regalo navideño —añadió guiñándole su ojo ambarino, carismático y juguetón, al Elliot disfrazado de Ney Narasimha—. ¿Cómo se llama tu amigo?

Elliot no podía creerse la suerte que estaba teniendo. Si bien Mia Maze era a la vez mucho más bella y alocada en persona de lo que parecía a simple vista en sus actos y fotografías, jamás pensó que se la toparía buscando una de las cartas, y menos aún que serían tan entusiasta y receptiva con el simple gesto de obsequiarle un autógrafo. Pero mientras que él estaba frotándose las manos, los nervios de Delmy cada vez eran mayores. La chica podía ver cómo Irina no despegaba sus ojos de Elliot. Lo miraba con demasiado cuidado mientras él hablaba con Mia Maze.

—¡Colombus, se llama Colombus! —contestó Elliot enseguida mientras veía cómo Mia firmaba la portada de la revista en la que ella salía con uno atuendo de ilusionista de Las Vegas que era particularmente sugerente y seductor.

«¡Para mi querido Colombus! Espero que tengas una dulce navidad, tan dulce como yo... Con todo mi cariño, ¡Sweet Mia... !». Era lo que decía el mensaje. Y al final, la maga coronó la "I" de Mia con un corazón inclinado a modo de acento.

—¡Y ahora el toque final...!

Ahora, con mucho cuidado, la maga depositó un beso sobre la revista, manchándola con la forma de su boca entreabierta en forma seductora gracias al brillo transparente que llevaba en ellos. Luego se alejó la revista del rostro para ver su trabajo y, con una enorme sonrisa, terminó exclamando:

—¡Perfecto! —sus pupilas estaban tan entregadas al gesto que casi parecían haber tomado la forma de corazones—. Aquí tienes mi autógrafo para tu amigo...

Y le pasó la revista. De pronto algo pasó por su mente distraída y se detuvo para preguntarle algo más a Elliot...

—Disculpa, pero... No recuerdo que me hayas dicho tu nombre —preguntó como si estuviera confundida, con un dedo sobre sus labios.

—Elliot...

—¡Ney! —lo corrigió Delmy al instante con un sobresalto.

—Elliot Ney, sí, ése es mi nombre —intentó corregir Elliot enseguida y, tan sólo por un instante, le pareció ver un destello malicioso en los ojos de Mia—. Me llamo Elliot Ney...

—Pues espero que a tu amigo le guste mucho el regalo, Elliot Ney —contestó ella sin dejar de sonreírle con diversión dejando la revista en las manos de Elliot quien le dio las gracias y se despidió de ella con rapidez.

Pero, apenas ambos se dieron la vuelta y les dieron la espalda a las dos mujeres, Elliot sintió cómo una mano firme se aferraba a su brazo y lo hacía girarse sobre sus talones.

—Me temo que todavía no puedo dejar que se marchen —comentó la acompañante de Mia Maze.

Para cuando los chicos terminaron de girarse, sus ojos gélidos ya se habían transformado en un profundo pozo morado e intenso.

—No hasta que dejes de burlarte de nosotras y nos muestres quién eres en realidad, Elliot Ney...

Delmy sintió que desfallecía.

─ ∞ ─

Los habían atrapado. Los habían descubierto infraganti, y ahora estaban en serios problemas.

—Pero —titubeó Delmy mientras veía en todas direcciones tratando de encontrar ayuda ante una situación que no sabía cómo manejar.

«¡ELLIOOOT...!».

El corazón le latía con mucha rapidez y le costaba respirar.

—Irina —intervino Mia en tono de reproche al ver el semblante asustado de la chica y sus ojos enrojecidos por las lágrimas; aunque estas aún no habían comenzado a brotar de ellos, amenazaban ya con inundarlo todo.

Sin embargo, Irina Bazaar no cambió el semblante de su rostro y su voz siguió siendo firme cuando habló:

—Tú también deberías ser capaz de notar el flujo armónico que viene de él, Mía —contestó entornando los ojos para concentrarse en la mirada de Elliot—. Y aun así, sus ojos siguen siendo negros a pesar de estar usando magia arcana.

—Yo... b-bueno... nosotros...

Elliot también estaba nervioso, y sus titubeos no hacían más que aumentar la desconfianza en los ojos morados de Irina Bazaar. Mía rápidamente se interpuso entre Elliot y su amiga.

—¡Yo también noté su increíble habilidad mágica, Irina! ¡No creas que sólo me fijo en el físico de las personas! —exclamó en defensa de Elliot algo indignada, aunque con tanto entusiasmo que sólo logró aumentar las sospechas de Irina—. Pero... ¡míralos! ¡Están muy asustados! Es evidente que se trata de un sujeto inofensivo. ¿No te parece excesivo armar todo este escándalo por un par de hermanos que probablemente hicieron todo este recorrido hasta el vestíbulo sólo para tropezarse con nosotras? No sé quiénes son, pero aun si fueran enemigos de la Armonía, dudo mucho que perderían su tiempo y que arriesgarían sus probabilidades de ser descubiertos sólo por un autógrafo... ¡¿No es así, chicos?!

Y tras decir aquello último, guiñó un ojo hacia Elliot acompañado de una media sonrisa ampliamente abierta y bastante exagerada. Irina se llevó las manos al mentón mientras pensaba en lo que había dicho Mía. Casi la había convencido.

—Entonces que interrumpa el hechizo —ordenó Irina—. Que detenga la magia y que muestre su rostro real ahora. Incluso si tienes razón, las reglas son las reglas, y todos los miembros del Conservatorio saben que está prohibido el uso de la armonía avanzada dentro de este recinto a menos que se trate de una emergencia...

Elliot volteó a ver a Delmy con preocupación. Mía se acercó rápidamente hasta él para volver a hablarle casi al oído:

—Creo que deberías hacerle caso —dijo con una voz tan dulce y complaciente que casi parecía de telecomercial de jabones; su mano cubría su boca como si no quisiera que Irina la escuchara, aunque era más que evidente por el volumen de su voz que podía hacerlo—: Ella es Irina Bazaar, una Cantadora de la Orquesta muy enamorada del orden y la justicia. Si no haces lo que te pide te va a noquear, y eso no te va a gustar ni un poquito...

Irina veía todo de brazos cruzados. Delmy, por su lado, estaba temblando del miedo. Si sus ojos pudieran hablar, habrían dicho que renunciaban al don de la vista sólo para no tener que ver lo que estaba ocurriendo.

—Además, Mía —añadió la Cantadora ante la vacilación del chico, no sin antes fijar atentamente sus ojos en él—: no me digas que en serio crees que este "sujeto inofensivo" no es un peligro cuando evidentemente es capaz de conjurar una melodía de proyección ilusoria lo suficientemente poderosa como para engañar a toda una multitud al mismo tiempo, y a los Centinelas de las entradas, y a nosotras... si no fuéramos nosotras, claro.

¡A ver! —exclamó Mía retadora—. ¿Una Cantadora de la Orquesta y la miembro Gemini más joven de la historia de la Cámara Doppelkreuz? —se quedó pensando teatralmente por unos segundos—: Mmm...

Finalmente, tras una pausa corta y risueña (pero otra vez con la misma malicia en sus ojos de antes que ya Elliot había notado), la ilusionista volteó a ver a Elliot y volvió a hablarle con un carisma tierno en su voz:

—¡Ups, parece que estás en aprietos...! —dijo como si le produjera pena.

Elliot volteó a ver a Delmy con preocupación. El pánico rápidamente comenzó a inundar sus ojos. Entonces Mía soltó otra risita y continuó hablando:

—De todos modos no es como que tú no puedas hacerlo, Irina...

—Yo no soy una mujer inofensiva —refutó su amiga con determinación.

Todos se quedaron callados. Alrededor la gente había comenzado a curiosear lo que estaba sucediendo. Tratándose de Mía Maze la involucrada, algunos, los más jóvenes, habían incluso comenzado a grabar videos con sus celulares. Delmy no hallaba cómo esconderse en su lugar para que nadie la notara. Estaba terriblemente preocupada. Apenas Elliot notó aquello, la pena invadió su rostro y la culpa inundó su mente.

—Yo... lo siento —dijo lo más sincero que pudo—. No quiero causar ningún problema, y todo esto fue idea mía, Delmy no tiene nada que ver...

—No, Ney, no —intentó intervenir Delmy asustada, pero Elliot la interrumpió.

—Ya nos descubrieron, así que lo mejor será no empeorar las cosas...

Mía sonrió alegre mostrando su preciosa dentadura e Irina relajó un poco la postura.

—Imperatrix, detén la magia por favor —pidió Elliot al espíritu mentalmente y, casi al instante, la imagen del hermano mayor de Delmy se esfumó en el aire frente a los ojos de todos.

—Pff, qué aburrido eres, niño —contestó Imperatrix al terminar de apagar su magia.

Las personas alrededor se sorprendieron e hicieron sonidos de incredulidad apenas vieron lo ocurrido. Al ver que las sospechas de Mía eran ciertas, y que solo se trataba de un niño "inofensivo", Irina soltó la amargura con lentitud. Aun así, había algo que no cuadraba en su cabeza...

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó con autoridad.

—Elliot, señora —contestó él enseguida—. Elliot Arcana...

—¡AHHH, ya te dijeron señora! —se burló Mía, quien no dejaba de divertirse con cada pequeña cosa que ocurría en medio de la situación—. Comenzamos mal...

Irina la ignoró y siguió con el interrogatorio.

—¿Arcana? Entonces perteneces a la dinastía de los Arcana en Italia, ¿no? —le preguntó mientras anotaba el nombre en su teléfono—. ¿Eres otro miembro de la familia? Nunca te había visto por acá...

Elliot miró a la mujer completamente desconcertado y sorprendido. En efecto, su familia era de Italia, pero no sabía cómo ella podía saber aquello. Era imposible que hubiera podido leerle la mente porque Elliot sabía que la magia de Iudicium lo hacía inmune a la telepatía externa.

«¿Cómo que otro miembro de la familia?».

—Yo... s-sí, mi familia paterna es de Italia, pero...

—¡AWW, espera que le cuente a Chester! —exclamó Mía interrumpiéndolo en el acto—. ¡Se va a morir al enterarse que me topé con un Arcana!

Mientras Elliot trataba de ubicarse mentalmente, Mía escribía un mensaje en su teléfono con ojos de maldad falsa a la vez que espiaba la conversación entre los chicos e Irina. De pronto, la Cantadora volvió a enseriar su mirada.

—No encuentro a ningún Elliot Arcana en el registro del Conservatorio —dijo con atención—. El único Arcana en edad juvenil inscrito es Julio Arcana.

—Julio es mi primo —comentó Elliot sorprendido mientras sentía que el corazón le daba un vuelco violento dentro del pecho.

«¿Cómo es...? ¿Por...? ¿Por qué el nombre de Julio aparece en un registro de magos? Eso es imposible, Julio no...». Pero en ese momento su mente interrumpió su línea de pensamiento con un recuerdo aleatorio de la última vez que había pasado el verano junto a su primo en el viñedo de su abuela en Italia.

«Aunque tú seas el favorito de la Nonna, jamás sabrás lo que es tocar el fuego y sentir frío en vez...» le había dicho su primo durante una discusión por haber perdido contra él en un videojuego. Elliot nunca entendió aquellas palabras y tan sólo las tomó como un insulto muy culto de su primo; aun así, nunca había podido olvidarlas por alguna razón, quizás solamente por la intensidad de las mismas.

—No puede ser —jadeó Elliot al darse cuenta de lo que estaba pasando.

—¿E... Elliot? —dijo Delmy preocupada al ver el estado de shock en el rostro de su amigo—. ¿Estás bien, garoto?

Elliot estaba atónito e incrédulo ante la posible revelación. La voz de Irina rápidamente distrajo a Delmy de su preocupación por el chico.

—¿Cuál es tu nombre, niña?

—D-delmy... Narasimha —contestó ella enseguida.

La Cantadora revisó con rapidez.

—Narasimha, uhmm... Eres de Brasil, ¿verdad? —preguntó Mía con atención.

—Sí...

—¡Oh, perfecto! ¡Obrigada!

—Tú sí estás registrada como una de las hijas de Telêmaco y Artemisa Narasimha —comentó Irina algo más relajada—. Bien por ti. Sin embargo, vas a tener que acompañarme. Tú y tu amigo.

Elliot y Delmy voltearon a verse tan rápido como un relámpago. Mía, al verlos, soltó otra de sus risitas inocentes.

—Pero, pero... ¿por qué...? —exclamó Delmy aturdida.

—¿Por qué? —preguntó Irina de vuelta con indignación—. Tú más que tu amigo deberías estar clara de lo irresponsable que fue lo que hicieron. No sólo infiltraron nuestro sistema de seguridad, sino que también cometieron una violación a la integridad del Conservatorio de Magos...

Ahmmm —exclamó Mía con aburrimiento—. Qué exagerada eres...

—Por favor, Mía, no te pases de lista en este momento...

—Como sea, yo ya tengo que irme, se me hizo tarde para el show de las cuatro, ¡aunque por un chico tan apuesto como tú —dijo la célebre maga volteando otra vez en dirección de Elliot con una voz repleta de dulzura—, llegaría tarde a cualquier sitio, ji ji! Irina, no seas tan mala con ellos. ¡Es una orden de Sweet Mia, la Reina Felina!

Irina bufó ante las palabras.

—Pff... Claro, miau, miau...

La ilusionista tan sólo les lanzó un beso lleno de sonrisas exageradas a todos los presentes y se apresuró en seguir su camino mientras llamaba a alguien.

—Ya sin más distracciones —continuó la Cantadora—, tal como les dije, están detenidos.

—Pero Mia The Illusionist dijo que...

—Usted no puede hacer eso —trató de defenderse Delmy interrumpiendo a Elliot en un arranque de rebeldía.

No podía creerse lo que estaba pasando. De todas las personas con las que podían haberse tropezado justo tuvieron que toparse con una Cantadora de la Orquesta de Magos, es decir, uno de los puestos más altos en todo el Conservatorio.

—Necesito hablar con mi familia. Si estamos detenidos, tengo derecho a llamar a alguien —añadió ella rápidamente.

Irina la observó con atención, y muy lentamente, asintió sin dejar de verla. Sin embargo, quien más la intrigaba era el tal Elliot Arcana que no aparecía en el registro de inscritos. Se veía demasiado distraído como para entender la magnitud del poder que acababa de utilizar, y, quizás sólo por ese hecho, quizás por la simpleza de lo que significaba, es que le parecía un joven particularmente peligroso...

Delmy tomó el teléfono y de memoria marcó el número de su hermano. Primero marcó al número terrestre, pero como las líneas del Salón de las Puertas no eran las mismas que las de la realidad, cuando la llamada no conectó, rápidamente marcó al celular de emergencias, el de cosas mágicas, y esta vez sí, apenas escuchó la voz afable de su hermano al otro lado, lo interrumpió de golpe.

—¡Necesito tu ayuda, Ney, pero no le vayas a decir nada a papá! —dijo con tanta rapidez que las palabras se le atropellaron al salir—. Estoy detenida en el Salón de las Puertas...

─ ∞ ─

Irina Bazaar hablaba concentrada con un par de hombres uniformados justo a la entrada del cubículo donde habían sido llevados. Según las explicaciones de Delmy, los hombres eran Vigilantes de la Cámara de Seguridad.

—Delmy, esos nombres me confunden —dijo Elliot sin poder evitar pensar en aparatos electrónicos.

—Lo sé, garoto... Es la historia de mi vida con el Conservatorio y su obsesión con la palabra Cámara.

La seguridad del Conservatorio era tan burocrática que consistía de varios cuerpos de integridad, como preferían llamarlos. Entre ellos estaban los Centinelas, los Vigilantes, y los Cuidadores. Todos eran algo así como policías del Conversatorio, y en este caso, habían sido los Vigilantes los encargados de detenerlos.

—¿Puedes contarme más? —preguntó Elliot más intrigado que asustado.

—Luego, Elliot... luego.

Estaba muy ansiosa. Quería salir tan rápido como le fuera posible de allí. Estaba segura de que no iban a arrestarlos ni nada por el estilo. Después de todo el Conservatorio carecía de cárceles propias ya que sus castigos estaban mucho más relacionados a lo fundamental del ser. Para prisiones, la vida en la realidad. Aquí la cárcel era algo más esencial.

—Por suerte Ney aceptó ayudarnos, pero tenemos que esperar a que llegue —añadió—. Y hablando de Ney, ¿por qué no me habías dicho que tenías familia en el Conservatorio? —preguntó inquisidora, mucho más que lo que Irina había sido una hora atrás.

Sus ojos negros estaban fijos en el rostro de Elliot. Él simplemente negó con la cabeza mientras soltaba un suspiro.

—No lo sabía, y siéndote honesto, creo que todo es un error. Debe tratarse de otros Arcana...

Pero sin importar cuan esperanzado había intentado sonar, ni siquiera él mismo se creyó sus palabras. En su mente nada tenía sentido y, al mismo tiempo, todo parecía encajar a la perfección. Si bien era cierto que nunca había visto nada particularmente extraño mientras pasaba tiempo con la familia de su papá en Italia, la Nonna siempre había sido una mujer misteriosa, al igual que su tío Mauro, el hermano mayor de su papá. Pero ni Mauro ni Massimo se llevaba bien con el otro, y hasta donde Elliot sabía, su papá no había vuelto a hablar con su tío desde el funeral de su mamá. O por lo menos eso era lo que su tía Gemma le contó una vez cuando él le había preguntado por el tema. En pocas palabras, Elliot apenas pasaba tiempo con todos los miembros de su familia italiana.

—No es como que me sorprenda, la verdad —comentó Delmy con pesadez en la voz mientras se encogía de hombros—. Tú no tienes magia, y los magos son muy celosos con sus cosas. Supongo que podría pasar.

—¿Dónde está tu hermano? —preguntó Elliot algo agitado y sin mucha delicadeza, tratando de cambiar el tema de conversación.

No quería pensar en el hecho de que, quizá, era posible que no supiera nada de su propia familia, las personas con las que había compartido toda la vida. Eso despertaba en Elliot un temor terrible y un miedo profundo ante el cual no podía darse el lujo de sucumbir. No en aquel momento y en aquellas circunstancias.

«Concéntrate, Elliot. No puedes dejar que el miedo gane...», se dijo mentalmente. «Piensa en una espada como dijo la señorita Ever, piensa en una espada y corta tus miedos. Tienes una promesa que cumplir y una carta que encontrar, tienes una misión...».

—En Grecia por cuestiones de su trabajo —contestó la chica como si aquello fuera lo más natural del mundo.

—¿Tu hermano está en Grecia? —repitió Elliot exaltado por la incredulidad—. ¡¿Y cómo se supone que va a llegar de Grecia hasta —y viendo a su alrededor Elliot notó que ni siquiera sabía dónde estaba en aquel momento—, hasta donde sea que esté este lugar?!

Delmy lo miró, primero confundida, y luego con preocupación.

—Pues... Estamos en medio de un lugar que no existe en la realidad sino en una dimensión paralela y al que pudimos llegar a través de la puerta de un baño falso y secreto en un café de New Orleans. Supongo que eso puede responder tu pregunta...

Elliot entornó los ojos fastidiado.

—Delmy, ya sé que mis preguntas suenan estúpidas para ti, pero yo no crecí rodeado de magia ni de todas estas cosas, así que me disculpo si no entiendo muy bien cómo funciona todo esto —comentó amargado y un poco molesto por la actitud de la chica.

Si bien es cierto que ella estaba ayudándolo y que le debía mucho, igual no podía dejar de sentir un poco de malestar hacia su hostilidad.

—¿Tenías que pedirle el autógrafo, cierto?

Elliot gruñó por lo bajo.

—¡Agh! Sí, ya sé que todo esto es mi culpa, Delmy, ¡lo siento de verdad! Te juro que lo siento muchísimo y ya no sé de qué otra forma decírtelo... pero... por qué no sólo...

—Veo que están muy conversadores —comentó Irina Bazaar entrando nuevamente al cubículo de detención.

Lo cierto es que Delmy, más que molesta con Elliot por lo que había hecho, estaba completamente aterrada de la situación. Había pasado los últimos años de su vida huyendo a todo lo que tuviera que ver con el Conservatorio, y, aun así, ahí estaba... detenida en medio de sus fauces.

—¡Elliot, caro, úsame, déjame ayudarte! —exclamó Amantium rápidamente en su cabeza.

De inmediato Elliot recordó el poder de la carta de los Amantes de su tarot mágico para poder sugestionar y engatusar a las personas a su alrededor. Pero cuando estuvo a punto de dar la orden mentalmente, Iudicium intervino con rapidez.

—Yo no haría eso si fuera tú, anciano —comentó el espíritu con cautela—. Esta mujer es una maga de muy considerable poder, y si bien no podrá evitar caer ante el hechizo de Amantium, va a darse cuenta de que estás utilizando armonía en su contra. No debería decirte qué pasará a continuación...

Tras meditarlo por unos segundos, Elliot notó que Iudicium tenía razón. «¡Demonios!», pensó sin más opción que darle la razón al espíritu del Juicio.

—Me gustaría hacerles unas preguntas, para ver si así podemos entender todos un poco mejor todo esto que está pasando —dijo Irina mientras se sentaba frente a ellos.

Sus ojos seguían encendidos con un brillo morado un poco más tenue, pero que igual resaltaba sobre su piel oscura y su rostro de facciones rígidas.

—¿Cómo entraron al Salón de las Puertas?

—A través de la puerta vigilada del jardín trasero del Café du Monde en New Orleans —contestó Elliot con honestidad.

—¿Y qué buscaban conseguir, señor Arcana, colándose en unas instalaciones a las que nunca nadie le ha dado acceso y saltándose todos los protocolos del Conservatorio de Magos?

—Íbamos camino a una reunión con mi familia en Miami —se apresuró a contestar Delmy antes de que Elliot pudiera decir nada—. Ellos no lo sabían, queríamos darles una sorpresa aprovechando que estábamos en Estados Unidos. Elliot y yo somos amigos desde hace mucho tiempo y por eso no pensé que hubiera problema.

—Y esto lo dice una chica que renunció a Prisma y prefirió continuar sus estudios lejos del Conservatorio de Magos y de la Armonía —dijo revisando un dossier entre sus manos—, ¿no es así, señorita Narasimha? Porque, lo que me parece más extraño —continuó diciendo a pesar de la rabia de Delmy—, es que el señor Arcana aquí presente tenía hasta hace poco un pulso armónico digno de un miembro de la Élite del Conservatorio. Quizás él no entienda la relevancia y la exactitud de mis palabras, pero estoy segura de que usted sí lo hace, señorita Narasimha —Delmy desvió la mirada entre asombrada y confundida, queriendo ocultar cada uno de esos sentimientos—. Sin embargo, ahora no puedo sentir ni una pizca de magia en él. ¿Cómo pueden explicarme eso? ¿Alguno de los dos? A ver, ¿podría el señor Arcana activar su armonía de nuevo?

Elliot volteó nervioso a ver a Delmy. Ella lo miraba con incredulidad sin saber qué hacer.

—Tranquilo niño, si esta creída quiere ver armonía, nosotros se la podemos dar —dijo Imperatrix telepáticamente con voz desafiante.

–¡No, Imperatrix, espera! —le contestó Elliot asustado de la misma forma.

—¡Jamás, muchacho! ¡Una reina nunca desaprovecha el momento para humillar a su rival!

Y al instante, el chico sintió la magia del espíritu envolviéndolo con violencia. Un segundo más tarde y frente a la mirada atónita de Delmy, los ojos de Elliot, que desde su nacimiento habían sido de un bonito color azul profundo y calmado, como los de su tía Gemma y los de su mamá, pasaron a tintarse de un intenso color morado, muy fuerte, como si fuera un maestro prodigioso de las artes arcanas.

—Increíble —susurró Irina por lo bajo.

—¡Não pode ser! —murmuró Delmy incapaz de contener su asombro.

—¿Qué es lo que no puede ser, señorita Narasimha? ¿Acaso usted nunca había visto en persona la armonía de su amigo? —preguntó la Cantadora con suspicacia, convenciéndose cada vez más de que había algo muy raro en toda la situación.

Su intriga era tan grande que casi necesitaba leerles la mente a ambos chicos, pero el Código del Conservatorio no se lo permitiría. O, mejor dicho, tenía prohibido hacerlo sin un permiso firmado por un especialista de las Cámaras Ilustres o de la mismísima Ilustre Directora. Y por más tentada que estuviera, tampoco iba a arriesgar su asiento en la Orquesta por semejante impulso.

—¡No...! Y-yo no —intentó explicarse Elliot cuando de repente alguien lo interrumpió.

—¡Vaya, hasta que por fin los encuentro! —dijo la grave y melodiosa voz de un hombre que apenas entraba al cubículo; traía una gran sonrisa blanca en su rostro de piel oscura.

Irina volteó irritada hacia la puerta, lista para expulsar al recién llegado.

—¡Ney! —exclamó Delmy aliviada al verlo.

—Usted debe ser la Cantadora Bazaar, es un gran honor conocerla personalmente —se apresuró a decir el hombre mientras se acercaba a estrechar su mano con entusiasmo—. Mi nombre es Ney Narasimha, y si me permite decirlo, soy un fiel admirador de sus presentaciones durante el Torneo de las Leónidas. Espero que este año le vaya tan bien como el anterior.

—Muchas gracias, señor Narasimha, pero...

—Llámeme Ney, por favor. El señor Narasimha es mi abuelo —comentó Ney con cierta coquetería tomando por sorpresa a la mujer.

En ese momento Elliot entendió por qué Delmy había recurrido a su hermano en aquella situación. Ney no debía ser mucho mayor que la propia Irina Bazaar, y era evidente que tenía un carisma natural para tratar con las personas, y, quizás, especialmente con las mujeres.

—Señor Narasimha —insistió Irina—, le agradezco sus cumplidos enormemente, pero lamento informarle que el motivo de nuestro encuentro no es para nada placentero...

—Estoy al tanto de todo lo que está pasando con mi hermana y su amigo Elliot, Cantadora, y le aseguro que yo mismo me encargaré de reprenderlos a su momento como es debido —comentó Ney con tranquilidad—. Ya le dije a papá lo que está pasando, Delmy —añadió fingiendo mientras veía a su hermana menor—, ¡y él tampoco está contento! Sin embargo, me consuela poder decir que todo esto es un malentendido que se puede arreglar con mucha facilidad...

—Su hermana dejó entrar al Salón de las Puertas a un secular que no pertenece al Conservatorio de Magos, señor Narasimha —puntualizó Irina tajante—. Uno que estaba disfrazado de usted, para más embrollo.

—Ja, un chico con buen gusto —comentó jocoso Ney mientras esbozaba una sonrisa complacida.

Irina enserió su mirada al escuchar su comentario.

—Me parece que está tomando este asunto con demasiada ligereza, especialmente tomando en cuenta que una violación a la integridad del Conservatorio representa repercusiones muy graves para toda su familia.

Pero las palabras de Irina fueron interrumpidas cuando Ney levantó un sobre sellado y lo extendió en su dirección.

—¡Ahh... las reglas! —dijo con una pizca de ironía.

—¿Qué es eso?

La maga se veía alterada y molesta por la interrupción impertinente del hombre frente a ella.

—Es una carta —dijo Ney puntualizando lo obvio—. Una carta que viene del despacho de la Ilustre Directora...

—¿Mol...? ¡¿Molestaron a la Ilustre Directora con esta situación?! —protestó la Cantadora ofuscada mientras tomaba el sobre y lo abría, no sin antes comprobar que, efectivamente, llevaba el sello del despacho de la Ilustre Dirección.

—En lo absoluto —se defendió Ney—. De hecho, fue la Ilustre Directora quien me interceptó a través del Maestro Dovirenko mientras yo venía para acá. Todo, claro, con la intención de que le entregara dicha carta, misma que aclarará cualquier duda respecto al malentendido de mi hermana y su amigo según me informaron.

Tanto Delmy como Elliot respiraron aliviados. Ney los veía exultantes, como alguien que, evidentemente, disfrutaba enormemente con la victoria. Irina, por su parte, había comenzado a sentirse nerviosa.

«El señor Elliot Augustus Arcana Power es un invitado de nuestras humildes instalaciones, y su incursión en el Salón de las Puertas, más que como un delito, debe ser considerada como una prueba de su compromiso para consigo mismo y su voluntad...», leyó Irina en voz alta e incrédula antes de posar sus ojos de nuevo sobre Elliot.

«Él, y cualquiera de sus acompañantes, deberán ser escoltados pacífica y honorablemente hasta la salida que le sea necesaria por dos de nuestros más capaces Vigilantes.

Así mismo, cualquier registro asociado a este incidente será borrado de los Expedientes de Infamia con inmediatez, a la vez que cualquier próximo intento por parte del señor Arcana de uso de estas instalaciones será impedido con calma y rigor por nuestra Cámara de Centinelas, a excepción de cualquier viaje autorizado con mi permiso explícito...».

Firmado por la Ilustre Directora —añadió Ney como todo un mal ganador—. ¿Lo ve, Cantadora? Todo esto ha sido un gran malentendido, y me disculpo en nombre de mi hermana, de su amigo y de mi familia por todos los problemas que le pudimos haber causado. Créame cuando le digo que esa nunca fue nuestra intención...

—Aun así, la Directora está dando órdenes explicitas de escoltar al señor Arcana a su destino, tomando medidas para impedir que vuelva a usar el Salón de las Puertas sin su permiso explícito...

—Papas, patatas —ignoró el último comentario—. Si quiere yo mismo puedo acompañarlos hasta la salida de...

«Miami» dirigió Delmy con fuerza sabiendo que su hermano la estaría escuchando telepáticamente.

—Miami, donde mis padres ya los están esperando para almorzar seguramente.

—Como quiera. Yo me aseguraré de que las órdenes de la Directora se cumplan, así que, por favor, no se vayan hasta que regrese con los dos Vigilantes que los escoltarán —dijo Irina mientras se dirigía a la puerta para salir de la sala.

—Como usted guste, Cantadora Bazaar. Aquí la esperaremos —contestó Ney con jovialidad.

Apenas Irina los dejó solos, Delmy corrió a abrazar a su hermano mayor. Él le devolvió el abrazo y se dirigió hasta Elliot para que este se uniera.

—Ustedes dos me deben una explicación de qué demonios está pasando aquí, ¿entienden?

—Gracias, Ney...

—No, ningún gracias, Delmy. ¡De esta no te me vas a escapar tan fácil como con el asunto del fénix y las sirenas! —dijo el hombre con mucha seriedad y sin sonreír por primera vez desde que había parecido—. Mira que convencer a Ezechias que soltara la información fue complicado...

A diferencia de los ojos de Delmy que eran negros como el carbón, los de su hermano parecían estar hechos de resina fundida de árbol.

—No sé en qué andan metidos ustedes dos, ¡y mucho menos me imagino cómo hicieron para que la Ilustre Directora metiera la mano por ustedes!, pero si estas cosas siguen así, voy a tener que contarle todo a papá, gatinha, y estoy hablando en serio.

—Todo está listo —anunció Irina Bazaar volviendo a entrar en el salón.

Esta vez sus ojos habían vuelto a ser de su color gris natural

—Ya están aquí los escoltas.

—Muy buen, andando entonces —dijo Ney enderezándose para caminar mientras llevaba casi arrastrados a Elliot y a Delmy—. Hablaremos después —les dijo por lo bajo para que sólo ellos pudieran escucharlo.

─ ∞ ─

Un poco oculto tras una columna, Elliot vio un par de ojos encenderse en un morado brillante. Estaban anclados al rostro de un hombre de traje impecable, facciones severas y mirada altiva, y su trayectoria terminaba en los pasos que daba Elliot mientras salía del cubículo de detención. Aquello le puso los pelos de punta al chico, y hasta que la puerta del ascensor no se cerró y la conexión visual con aquel par de ojos morados no se rompió, Elliot no volvió a sentirse tranquilo.

—¿Quién era ese? —preguntó disimuladamente.

Pero nadie reconoció la silueta que él describió. «Algún curioso intrigado con el caso», discutieron todos mientras se alejaban sin darle mucha importancia. Para Elliot, sin embargo, todo lo que ocurría en cada pasillo y habitación era un misterio más fascinante que el anterior.

Cuando llegaron al vestíbulo de Miami, tocó la hora de despedirse de Ney.

—Bueno chicos, hasta acá llegamos —anunció él relajado—. Del otro lado está Miami. Ya le escribí a Paloma, así que debe estar esperando para llevarlos a casa. Elliot, ya sabes que no puedes regresarte por este lugar, así que tendrás que avisar para que te vayan a buscar a la casa...

—Sí señor, muchas gracias —contestó Elliot sin saber que más decir, siguiendo la mentira del hermano de Delmy.

Los escoltas abrieron la puerta y se aseguraron de cerrarla una vez que Elliot y Delmy estaban ya sanos y salvos del otro lado. El vigilante que cuidaba la puerta los miró por un instante con extrañeza, pero después volvió a fijar toda su atención en el partido de béisbol que estaba viendo en su teléfono celular.

Cuando Delmy y Elliot salieron del pasillo y dejaron la puerta atrás, llegaron a una pequeña librería de libros de segunda mano. La señora detrás del mostrador los saludó con una sonrisa al verlos aparecer, y sin decir ni una palabra, ambos salieron de aquel lugar y cayeron directo al bullicio y al calor vaporoso de Miami.

—Não acredito, garoto! No puedo creer que de verdad nos salvamos —murmuró Delmy con una sonrisa extraña en el rostro.

—Por muy poquito, pero sí, nos salvamos —asintió Elliot con una más real y contundente en sus labios.

Lo habían conseguido, estaban en Miami. Sin pensarlo e impulsados por la euforia, Elliot y Delmy se abrazaron con fuerza mientras daban pequeños saltos de victoria en medio de la acera. Tras durar así por casi medio minuto, como si de pronto se hubieran dado cuenta de lo que estaba pasando, se separaron de golpe. Elliot visiblemente sonrojado y algo incómodo, y Delmy intentando disimular el rubor de sus mejillas y apartándose el cabello del rostro.

—¡Mu-muchas gracias, Delmy! —murmuró Elliot tímido—. Si no hubiera sido por ti y tu plan, no estaría aquí en este momento.

—Ni lo menciones —contestó ella soltando una risita nerviosa—. ¿Ahora a dónde tenemos que ir?

—No lo sé —dijo Elliot chequeando la hora en su teléfono—. Ya casi es medio día, así que si tienes hambre podríamos comer algo...

—No, no. Tenemos que encontrar la carta rápido, garoto, no hay tiempo para eso.

—Sí, cierto. Tienes razón —asintió Elliot despejando su mente y concentrándose de nuevo; le costó ya que todavía podía sentir el perfume de Delmy haciéndole cosquillas en la nariz—. ¡Parby...!

El espíritu del Loco de su tarot mágico apareció enseguida.

—¿Alguien me llamó? —exclamó Paerbeatus emocionado.

—¿Puedes sentir la carta, Parby?

—Déjame ver un momento, cachorro —dijo consultando su reloj—. Son las cuarenta y cuatro de diciembre del hemisferio del pez con sombrero de algodón, en efecto. Eso era algo evidente...

Delmy se giró a ver a Elliot con la duda pintada en el rostro.

—Solo dale tiempo —dijo él con un gesto tranquilizador en las manos.

De un brinco y apoyándose en el aire invisible, Paerbeatus se subió sobre un poste de luz para luego sacar la lengua a todo lo que le daba su cuerpo. Movió la cabeza en todas las direcciones posible hasta que luego de unos segundos se bajó.

—Lo malo de tener una lengua corta es que uno no puede respirar muy bien, cachorro, es un problema que siempre he tenido. Por eso Recordatorio siempre tiene que ayudarme a bañar en las partes a las que yo no llego, ya sabes...

—¡Ok, ok, Parby! Ya entendimos lo que quieres decir, pero, lo importante es saber si pudiste ubicar la carta —lo interrumpió Elliot antes que los desvaríos del espíritu se volvieran más erráticos.

—¿La carta? —preguntó confundido mientras fruncía el ceño—. ¿La astral?

—Foda —exclamó Delmy incrédula.

—No, Parby, la carta del espíritu, la del tarot...

—Ah sí, sí, esa está por allá —dijo señalando en una dirección indeterminada en medio de la ciudad—. Está un poco lejos, pero nada que nos vaya a desgastar las patas, cachorro. Calculo que llegaríamos en unos nueve mil ciento veintidós segundos si comenzáramos a mover el bote YA MISMO...

—Déjame preguntarle a Rider si no hay problema en...

Pero antes de que pudiera terminar decir aquello, una voz en su cabeza ya había comenzado a sonar repleta de irritación. Era, obviamente, Raeda:

—Pues, antes de preguntarle al terminal de pasajeros de su majestad, veamos primero... Me usaste como un vil burro de carga para ir y venir como un demente de Francia a una isla perdida en medio del océano Índico —comenzó a enumerar—. Luego me torturaste como te dio la gana para que te llevara a Alemania, cuando pocos días antes habíamos cruzado toda Europa para llegar al archipiélago de Svalbard. Casi me muero esa vez, si se me permite recordártelo...

—Rider —le advirtió Iudicium uniéndose a la fila de voces mentales en la cabeza de Elliot.

—Te callas y no me dices nada, pajarraco con patas —le soltó de golpe el marinerito—. El mocoso iba a preguntarme y yo solo estoy contestando.

—Está bien, Iudicium, no pasa nada —intervino Elliot—. Continua Rider, te estoy escuchando...

—¿Qué está pasando? —preguntó Delmy confundida, pero Elliot no contestó.

—Así me gusta perra, calladito y tranquilito —canturreó Raeda.

—Pero qué buena rima para una canción, me gusta. ¡Me la quedo! —añadió Amantium entusiasmado.

—Después hablaremos de derechos de composición, culo dulce —saltó enseguida el marinerito—. ¿Dónde había quedado?

—En que casi te morías en Alemania —contestó Paerbeatus en voz alta.

Al escucharlo, Delmy supuso que Elliot estaba hablando mentalmente con los demás espíritus.

Gracias Paterbiú, eres un encanto y un chupamedias, pero como sea, en fin, sí, casi muero por tu culpa, niñito malcriado de mierda, y después, todavía después de haberte dicho todo esto tuviste el descaro de hacerme viajar desde la puta Noruega hasta Egipto, donde también me explotaste como a un animal haciéndome abrir una puerta de galpón para que no nos mataras a todos ahogados, y todo para conseguir a una pajarraca inútil...

De repente Elliot escuchó como si una explosión mágica hubiera ocurrido en su cabeza y escuchó aparecer a Senex a un lado de Raeda con la polluela de fénix en sus manos mientras esta soltaba un corto y pequeño graznido de indignación.

—Seh, seh, ponte en la fila, preciosa, no eres la primera en decirme eso —resopló Raeda con cinismo—. En pocas palabras, si su majestad real tiene ganas de hacer turismo por el nuevo continente, pues va a tener que buscar otra manera de hacerlo, porque con la poca energía que me queda ahorita, lo más lejos que vas a llegar es al techo del edificio mugroso ese donde te estás quedando.

—Me sirve —dijo Elliot en voz alta, ahora sí, revisando su teléfono para ver la hora.

—Si ese es el deseo de su majestad, soberano rey de las sanguijuelas, por supuesto —dijo el marinerito ahora sí, apareciendo justo a un lado de Elliot, Delmy y Paerbeatus, haciendo una pantomima de reverencia.

—Necesitamos una veta arcana —dijo Elliot por fin separando los ojos de la calle y fijándose de nuevo en sus amigos espirituales...

—¡JA! Suerte con eso, mocoso —se mofó Raeda.

—Garoto, no nos va a hacer falta el niño grosero ni que caminemos, yo tengo algo que nos puede ayudar —comentó Delmy sacando su teléfono de inmediato del bolsillo y tecleando algo en la pantalla.

—¿Otra aplicación mágica? —preguntó Elliot entusiasmado mientras se acercaba a ella junto a Paerbeatus para ver lo que hacía la chica en la pantalla del teléfono.

—Sí —respondió ella con una risita burlona entre los labios—. Se llama Uber.


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Nota de autores:

Ahora sí, recuperados en un 98.47%, estamos de vuelta. Se suponía que esto ocurriría un mes atrás, pero a la vida siempre le gusta divertirse con los planes de algunos XD. Esperamos que hayan disfrutado mucho este capítulo. Le pusimos humor extra para compensar las demoras, jajajaja!

LOS AMAMOS. Sepan que queremos llevarlos tan lejos como sea posible y por todo el tiempo que podamos, y por todo el tiempo que ustedes quieran; aquí siempre serán bienvenidos de la forma en la que podamos recibirlos. Recuerden que estamos en el Instagram para conversar siempre e ir contándoles de nuestros días y todos estos proyectos... ;D

Un enorme abrazo, queridos lectores, locos/as, valientes, intrépidos/as e irreverentes! Y un gran beso de nuestra parte, y que tengan un hermoso fin de semana. Muack! :*

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